martes, 29 de diciembre de 2020

Mis cuentos pendientes de 2020

Mis cuentos pendientes de 2020

Una lista desordenada

El blog lleva cerrado desde abril, y bien está así. Le han salido telarañas, y esos diminutos insectos que viven entre los libros y ayudan a la buena conservación del papel (por lo que es recomendable limpiar el polvo de los libros de vez en cuando, pero tampoco con gran frecuencia) corretean por aquí felices y salvajes. 

No respondo a ninguna demanda social asomándome por aquí a final de año, lo sé de sobra. Pero con estas fiestas raras, me entró cierta melancolía por hacer balance final de mis lecturas anuales. 

Ha sido un año extraño, no merece la pena hacer un nuevo comentario sobre por qué, o cómo nos ha afectado. Porque a cada uno le ha afectado de distinta manera, y me imagino que eso es así también a nivel de lecturas. 

Durante el confinamiento estricto, con las bibliotecas cerradas, mi lectura se vio especialmente afectada, ya que la mayoría de mis lecturas vienen de ahí. En verano fui recuperando las visitas a estas, y he intentado desde entonces ir eligiendo los seis libros que mi carnet me permite como si pudieran ser los seis libros con los que me quedaría encerrado otra vez durante tres meses. El sistema funciona, y filtra mucha lectura que realmente no necesitamos hacer, aunque pueda parecernos por un momento que sí.

He releído muchos libros, y a algunos autores en los que siempre encuentro satisfacción. Fue, cuando no podía acceder a libros nuevos, una gestión lógica de los recursos. Y ha sido, después, otra manera de asegurarme el éxito como lector. He hecho, a lo largo del año, ciclos de relectura de Ballard, Bolaño, Philip Roth, Cortázar y Etgar Keret. Los he disfrutado enormemente.

Por esa acumulación de relecturas, la lista de libros que presento este año no se centra en novedades, y tampoco va a presentarse como una lista del 1 al 10. He incluido libros que no he leído por primera vez junto a otras lecturas de novedades. 

Quizá a alguien le sirvan para rematar listas de deseos a los Reyes Magos. Vamos a ello. 


Novela

Vivir abajo, de Gustavo Faverón (Candaya). En un año normal, este sería probablemente el número 1 de mi lista. Es una novela estupenda, en la que la sombra de Bolaño, enorme, no pesa, sino que sirve para crear algo nuevo, algo que puede leerse como otra gran novela de Bolaño o como la gran novela de un discípulo. Una de esas novelas enloquecidas en las que el arte y la muerte se mezclan. 

Había humo o neblina o no sé qué, de Cristina Rivera Garza (Tusquets). Se trata de un libro muy especial. Un homenaje muy particular a Juan Rulfo, en el que se siguen más sus pasos y sus andanzas, sus fotografías y vivencias, que sus textos. Un lenguaje poético, un resultado muy particular. 

La peste, de Albert Camus (Seix Barral). Había leído ya bastantes libros de Camus, y este esperaba el momento en mis estanterías. Y llegó. No fue precisamente una lectura para distraerse de la actualidad. Pero es una novela perfecta. Profunda, poderosa, llena de ideas, imágenes y momentos poderosos. 

Estrella distante, de Roberto Bolaño (Anagrama). Como lector de Bolaño, siempre he defendido la superioridad de sus novelas desbocadas (Los detectives salvajes y 2666) sobre sus novelas cortas, que sé que muchos lectores prefieren. Este año he releído Estrella distante, Nocturno de Chile y Amuleto. Y aunque sigo creyendo que su gran obra está en sus grandes novelas, en Estrella distante hay que reconocer que no hay nada que sobre ni que falte, que es una de esas novelas cortas (en torno a 150 páginas) inmejorables. El horror y la poesía, la barbarie en Chile. 

Kramp, de María José Ferrada (Alianza). Un Papá Noel acertado me lo regaló la semana pasada, y lo leí en un día. Quiero releerlo para estudiarlo mejor, pero en primera lectura me ha parecido una novela corta perfecta, redonda, con una voz que nos encanta, la de una niña que se mueve por los pueblos de Chile junto a su padre, vendedor de productos de ferretería, en una época que se va llenando de fantasmas, la del golpe de estado de Pinochet en 1973 (lo que emparenta esta novela con la de Bolaño).  

Kaputt, de Curzio Malaparte. En un Nápoles de posguerra, Malaparte nos enseña una ciudad arrasada, que intenta levantarse de sus ciudades. Una ciudad orgullosa que ha sido derrotada, por el fascismo y por los aliados, que ha perdido otra vez, que intenta levantarse. Malaparte muestra la derrota como una de las situaciones que enseña a los seres humanos a seguir adelante. 

El general del ejército muerto, de Ismail Kadaré (Alianza). De nuevo en Italia, una expedición de este país va a Albania a rescatar los cadáveres de un batallón que no volvió de la Segunda Guerra Mundial. La vergüenza entre ambos países y los fantasmas van dibujando algo extraño, que pesa, que tarda en definirse, pero que se va dibujando poco a poco ante nuestra mirada. 

Relato

¿Quién ha visto el viento?, de Carson McCullers (Austral). Hace años leí El aliento del cielo, que incluye estos mismos relatos y sus tres novelas cortas. Este verano me compré esta edición en bolsillo y volví a encontrarme con la prosa sutil de Carson McCullers. Es una maravilla. Leí el libro dos veces seguidas, y no me importaría volver a leerlo estas próximas semanas de vacaciones. 

Final del juego, de Julio Cortázar (Suma de Letras). Ya decía que había estado releyendo a Cortázar en los últimos meses. Podría elegir cualquier otro libro de relatos, pero quizá este sea mi preferido. Incluye mi relato preferido de Cortázar (Los venenos), un buen número de clásicos (Continuidad de los parques, Torito, La noche boca arriba, el propio Final del Juego) y es una muestra estupenda de lo ricos y variados que son los cuentos de Cortázar. Uno de esos libros a valorar si has de quedarte encerrado con un único libro durante un buen tiempo, por sus infinitas lecturas.  

La torre de ébano, de John Fowles (Impedimenta). Creo que Fowles es más conocido por El coleccionista que por El mago, pero esta me parece una novela asombrosa, que lleva años sin ser reeditada. La torre de ébano es una colección de relatos largos (algunos, especialmente el primero, el que da título, es una novela corta) donde están los mismos temas que allí. Engaños, reflexiones sobre el amor y el arte. El poder. Creadores que se consideran a sí mismo dioses, y la pregunta flotante de si el arte lo justifica todo. 

Cuentos completos, de Lorrie Moore (Seix Barral). Me regalaron esta edición por mi cumpleaños, y vale realmente la pena. Había leído Pájaros de América (una maravilla, una colección de relatos perfecta, de mis preferidas). De las otras tres colecciones que recoge, hay otras dos estupendas: Autoayuda y Como la vida misma. Moore sabe ser cruda y sarcástica a la vez que no deja de mantener cierta dulzura en la mirada hacia sus personajes, lo que no es nada fácil. Narra con facilidad y siempre te deja dándole vueltas a los cuentos. 

Corazones en la Atlántida y Las cuatro estaciones, de Stephen King (DeBolsillo). Son dos colecciones de novelas cortas más que de cuentos, muchas de las cuales han tenido película (no es demasiado conocida, pero la película de Verano de corrupción es muy recomendable). Estas historias no son las clásicas de King, no hay elementos fantásticos ni de terror sobrenatural. Aquí despliega sus habilidades para el relato costumbrista, en el que, descontado su 8 - 10% de referencias un tanto cargantes, quedan historias que retratan muy bien el mundo de la infancia y de la adolescencia (que no otra es la base de muchas de sus novelas, niños y adolescentes que se sienten solos o que se pierden, pensemos en It).

Cuentos completos, de Franz Kafka (Valdemar). Con lo arriesgado que es decir algo así sobre el autor de El proceso y El castillo, siempre he pensado que lo mejor de su obra está en sus relatos.

Cuentos reunidos, de Saul Bellow (DeBolsillo). Bellow no es un cuentista sencillo, cuyas historias fluyan. Es denso, y algunos de sus relatos son mini - novelas, con muchas líneas dirigiéndose en distintas direcciones y esperando cruzarse. Aunque eso pueda hacer que alguien piense que por qué acercarse a sus cuentos, la verdad es que vale mucho la pena el viaje. En este volumen hay cuatro o cinco historias de primera división mundial (El contacto Bella Rosa, El robo, Memorias de Mosby y Algo por lo que recordarme). 


Ensayo

Ensayos, de Michel de Montaigne (Penguin). Los Ensayos de Montaigne me sonaban a libro lejano, erudito, consagradísimo. Me daba pereza, vamos. Pese a ello, en verano me hice con esta edición de bolsillo (no son sus Ensayos completos, pero son casi 800 páginas, y como no sabía qué encontrarme, valoré que mi bolsillo no debía hacer el intento con ediciones que pasaban de los 50 euros) y me encontré con un autor nada solemne, muy ágil, muy vivo, que va viviendo y registrando, pensando y opinando, sin un método claro, simplemente donde el pensamiento lo iba llevando. Con algunas reflexiones valiosísimas, casi todas a partir de sus comentarios aparentemente más ligeros.   

Argentina y el fantasma de Eva Perón, de V. S. Naipaul (DeBolsillo). Es una de las crónicas clásicas de Naipaul (está incluida en El escritor y el mundo). Naipaul es siempre inmisericorde con la realidad que ve. No maquilla nada. Mete el dedo en las heridas. Escarba. Y durante veinte años fue añadiendo páginas a sus contactos con Argentina, lo que permite ver la descomposición de un país a cámara lenta, con movimientos y derrumbes previsibles ante los que nadie hacía nada. Da miedo pensar en lo cercanos que parecen algunos de los síntomas.

Armas, gérmenes y acero (DeBolsillo) y Crisis (Debate), de Jared Diamond. Diamond es uno de los maestros del hoy célebre Noah Harari (Sapiens), y comparte ese tono de ensayo muy ágil, claramente divulgativo, pero que abre puertas muy interesantes. Diamond estudia de manera sistémica cómo ciertas civilizaciones murieron y cómo otras sobrevivieron, y cómo algunos países han sabido recuperarse de enormes crisis internas y externas, y explica qué hicieron para ello. Libros imprescindibles para ir pensando en el futuro después de este 2020 de pandemia (y no tiene por qué pensarse en un futuro optimista, advierto). 

Memorias y diarios

Ha sido un año de leer muchos diarios y memorias. Hay poco que explicar aquí. Tan solo que incluyo los cómics de Pekar en esta sección porque su trabajo de autoficción está más cerca de esta categoría que de ninguna otra. 

Antología de American Splendor, I, II y III, de Harvey Pekar (La Cúpula).

Patrimonio: una historia verdadera, de Philip Roth (Seix Barral). Roth sobre su padre, más allá, sobre las relaciones padre - hijo, y ese concepto en movimiento de masculinidad. 

A propósito de nada, de Woody Allen (Alianza).

Diarios, de Kafka (DeBolsillo).

Siete moderno y Miseria y compañía, del ciclo Salón de los pasos perdidos, de Andrés Trapiello (Pre-Textos).

Hitch – 22, de Christopher Hitchens (Debate).

Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz (DeBolsillo). Amos Oz recuerda la historia de amor de sus padres, su propia infancia y los libros, muchos libros. De fondo, la construcción del Estado de Israel. 


Ni ensayo, ni memoria, ni novela

Un autor muy peculiar. Incómodo. Político en un sentido no corrompido. Pasen y lean.

Literatura de izquierda, El amo bueno y La expectativa, de Damián Tabarovsky (Caballo de Troya).


Hasta aquí hemos llegado este año

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E



domingo, 19 de abril de 2020

Cuentos para la cuarentena (V): Últimos libros, despedida y cierre.


Cuentos para la cuarentena (V): Últimos libros, despedida y cierre.

Cuentos completos, de Flannery O´Connor: Leí los Cuentos completos de Flannery O´Connor hace no menos de quince años. No he vuelto a releerlos, apenas algún texto suelto en alguna antología. Y como me pasa con los relatos de Carson McCullers (El aliento del cielo), aunque a esta la he releído más, mantengo cierta sensación de haber cerrado el libro no hace tanto. No recuerdo las tramas concretas de los relatos, pero guardo bastante vívido en el recuerdo el retrato piadoso de los parias, las desventuras de la enfermedad y el señalamiento, la claridad estética de sus historias bastante oscuras, el habla marcada de los poblados del Sur americano, la violencia latente de esa sociedad. Y ya que tengo el viejo libro de bolsillo que leí entonces en casa, quizá sea una buena idea volver a ellos.


Muerte a crédito, de Louis – Ferdinand Céline: Siempre me ha intrigado Céline. Gran esteta, nazi, son las dos cuestiones que uno identifica con él. A veces en el orden contrario, un nazi que era un escritor extraordinariamente dotado. Hace unos meses compré la edición de bolsillo de Muerte a crédito, prologada por Constatinto Bértolo, y he aprovechado para descubrirla. Céline fue médico y tenía complejas relaciones con sus orígenes familiares, y esos dos mundos aparecen volcados aquí, en las peripecias de médico de consultas, un tal Ferdinand que puede tomarse por alter ego del autor, y que cuenta aquí su infancia y su adolescencia, aunque sin dejar de echar viajes y miradas a la adultez. Realmente leer el libro ha sido una experiencia. En general una experiencia positiva. La prosa es brutal, te lleva, te hace bailar, te marea, insulta, escupe, falta a todo, pero en general con sentido, casi nunca pierde las riendas. Hay cuestiones estilísticas que se me hacen difíciles (la manía de dejar las frases en puntos suspensivos, entiendo que con la intención de que se lea como se escucha una conversación que te arrolla, que se para y vuelve, que no cesa), y temas donde asoma lo peor del escritor. Pero porque asoma lo peor del ser humano. Y conocer lo peor del ser humano, como conocer lo mejor, no dejar de ser uno de los motivos por los que (muchos) leemos. Céline era probablemente un mal bicho, y aquí hay una voz narrativa nihilista, en la que he encontrado, pese a ello, cierto asomo de esperanza. Un poco un vamos a morir todos, y somos odiosos, pero mientras tanto, bailemos.

Después de leer a Céline me dio por coger de la estantería Ampliación del campo de batalla, de Houellebecq, que me sigue pareciendo su mejor libro (tal vez el que más se le acerca en mi canon es El mapa y el territorio, pero es otra clase de libro). Es un librito fino, cortante, lleno de una prosa precisa y afilada, dolorosa. Ciento cincuenta páginas de derrota y soledad. Houellebecq es muy lúcido retratando los males del mundo en el cuerpo de un hombre cualquiera (creo que es lo más duro de Houellebecq, cómo retrata al cualquiera, al don nadie, el médico de Céline es un egomaníaco, se cree algo, hincha el pecho al andar, el personaje de Houellebecq se encoge de hombros y agacha la cabeza, aligera el paso nervioso y mira al suelo) derrotado una y otra vez por la maquinaria, ese sistema que todo lo mide en términos competitivos y que no le da un respiro. Comparando con la sensación que decía haber sacado del libro de Céline, la idea que saco de este libro de Houellebecq cada vez que me acerco es que no hay ninguna esperanza. No tiene sentido la celebración. Vamos a morir todos, y somos odiosos, y mientras tanto, ya que no servimos ni para celebrar, no nos merecemos ni follar ni bailar, bebamos y dejémonos caer.

Espía y traidor y Un espía entre amigos, de Ben Macintyre: No me encantan las historias de espías, aunque algunas (sobre todo películas) sí me han gustado mucho. Y no me interesan, desde luego, el tipo de libro que anuncian encuadernaciones y portadas como las que estos tienen. Podrían parecer, en una fila de libros, novelas de Frederick Forsyth, ni siquiera de John Le Carré. Pero me han sorprendido bastante por encima de esas expectativas (por eso fui a por el segundo). He leído los dos, y valen la pena. El verano pasado, durante un viaje a Londres, me compré el de Espía y traidor, y leyéndolo en inglés he tardado más de medio año en terminarlo. Cuenta la historia de un doble agente, un soviético (Gordievsky), aparentemente modélico, que fue reclutado por los británicos y ayudó a conocer desde dentro el sistema del KGB. La portada dice algo así como que fue el hombre que acabó con la Guerra fría, y no sería para tanto, pero el libro está muy bien. La psicología de los espías es muy compleja (aquí se explica muy bien en quiénes se fijan los reclutadores), la psicología de quienes deciden llevar una doble vida también, y con la historia terminada, sabiendo desde el principio lo que nos vamos a encontrar y no teniendo que sorprendernos con giros de guión, Macintyre se dedica a profundizar en la mente de Gordievsky y en general del espía, como arquetipo. Y esas personas con vidas personales vacías, o dispuestas a vaciarlas a la menor orden, que buscan el reconocimiento (cualquiera) de sus superiores, y lo buscan como sea, podrían encajar perfectamente en uno de esos fríos retratos que Carrére hace de sus personajes de no – ficción, esos a los que en ocasiones convierte en fascinantes personajes y otras en peleles que él, como autor, maneja a su antojo (valga Limónov, valga J. C. Romand). La finura de Macintyre es la que separa estas novelas de meras novelas de espías, y acerca su escritura más al modelo de la narrativa de no – ficción más potente. Un espía entre amigos narra una historia más conocida, quizá la más conocida dentro de las historias de agentes dobles, la de Kim Philby, el más famoso de los llamados Cinco de Cambridge, un agente británico de alto nivel, que trabajaba para los soviéticos, y cuya sombra recorre El topo, de Le Carré (con estupenda película de hace unos años).

Maniobras de evasión, de Pedro Mairal: A falta de bibliotecas a las que acudir, he descubierto el catálogo digital de las bibliotecas de Madrid. No dispongo de artefacto específico para su lectura, así que solo puedo leer los libros que cojo allí en el ordenador, y no tengo paciencia para leer ficción y textos largos en el ordenador. Asocio la lectura en pantalla con el trabajo, e inevitablemente trazo diagonales, me pierdo detalles, no pretendo hacer uno de esos babosos textos de cómo me gusta el papel porque me transmite sensaciones. Me gusta leer en papel porque es lo que mi cerebro entiende, y quizá si tuviera un kindle leería de otra manera porque podría irme al sofá, al sillón o a la cama, pero el ordenador se me aparece como lugar de trabajo. Dentro de esa limitación, sí he podido disfrutar de algunos textos más episódicos, que sí llego a paladear al completo, repartiéndomelos como caramelos antes o después de un rato de trabajo. Releí así El boxeador polaco, de Eduardo Halfon, un escritor que siempre es estupendo
Y encontré este Maniobras de evasión, que tenía apuntado para leer desde hace meses y no encontraba en ninguna biblioteca. De Pedro Mairal había leído La uruguaya sin entender el éxito que logró. Aquí me he encontrado con una serie de artículos, entre el ensayo corto y el texto periodístico o de revista de entretenimiento. El tono es ligero, el narrador es divertido, Mairal logra no resultar nunca demasiado literario (lo que sería la muerte del tipo de texto que presenta), y nos va contando cómo se fue convirtiendo en escritor, con altibajos, aceptando cualquier cosa que le ofrecieran, trabajando como profesor de redacción para equipos de abogados, leyendo libros para concursos literarios, escribiendo guiones que casi nunca lograba colocar, dejándolo al final todo por la escritura creativa y convirtiéndose, antes que en novelista de cierto éxito, en una especie de especialista argentino en textos de tono erótico. Lo acompañamos como escritor atareado, como adicto a las redes, como padre divorciado, adulto que nunca ha abandonado la adolescencia, lector torpe, lector muy lúcido, extraviado contemporáneo, especialista en el cuerpo femenino. Algunos textos son excelentes, como El sobrino de Bioy, Tocar a Gimena, El extranjero, El anatomista, La entrega o Quiero escribir pero me sale espuma. También hay textos de difícil concepción hoy, al menos en España (si pensamos en que aparecieran, como aparece este, en una edición de una editorial respetada, como Libros del Asteroide, y no viniera del otro lado del océano, y de otro tiempo, son textos de hace 10 o 15 años, según cuáles), que más que instructivos (un género, el instructivo, que parodian) resultan divertidos, propios de un tierno gañán, y tienen nombres como El culo de una arquitecta o Ensayo sobre las tetas. Otros textos no tienen ni demasiada personalidad ni demasiado encanto, pero en general el libro resulta una lectura amena y muy agradable.

Para terminar, me atrevo a recomendar (creo que es la primera vez que en el blog abro la ventanita musical) también el disco Apocalypse, de Bill Callahan, que reconocerán quienes hayan visto esa serie documental llamada Wild wild country, y en cuya compañía he ido dando forma a esta entrada.

Entrada esta, que creo que ya sí es, aún no superado el estado de alarma y la obligación de mantenernos confinados, pero sí superado lo que buenamente tenía que recomendar, la última entrada de este blog, que esta vez sí queda despedido como debe hacerse. Con un Hasta siempre. Espero que alguna de las lecturas que he propuesto en las últimas semanas haya ayudado a hacérselas más llevaderas a alguien.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas

Sr. E


viernes, 10 de abril de 2020

Cuentos para la cuarentena (IV): Libros para niños y para mayores. Hambre de lecturas.


Cuentos para la cuarentena (IV): Libros para niños y para mayores. Hambre de lecturas.

Sé que los servicios de compra online de todo tipo siguen funcionando, y que se pueden conseguir libros igual que se puede seguir comprando casi de todo. Pero he decidido no utilizar esos medios, y no contribuir a que esos repartidores tengan que estar paseando por las calles con la que tenemos encima (si nos surge alguna emergencia, tendremos que recurrir a esas compras, pero de momento no pensamos que los libros sean una). Eso no quita que siga pensando, como cuando se podía salir a casa, en nuevos libros que me gustaría leer. Y que eche así aún más de menos las bibliotecas públicas, de las que mentalmente me he despedido hasta dentro de bastantes meses (porque creo que por la clase de establecimiento que son, y el intercambio de libros tocados por lectores y bibliotecarios, no serán de los lugares que primero se abran cuando se pueda empezar a salir). Habitualmente, según voy leyendo libros, voy pensando en nuevas lecturas, buscando información sobre esos libros, no de un modo consciente, sino de ese modo en que las lecturas te van apareciendo, por referencias en otros libros, en webs, en conversaciones con amigos, …

Mantengo mentalmente la rutina, y aunque no puedo salir a buscarlos, he ido anotando en estos últimos días algunos libros, para que sean mis próximas lecturas. ¿Cuándo? Cuando pueda ser.

Memoria:
Por el pasado llorarás, de Chester Himes: Hubo una época en mi vida en la que casi todo lo que leía era relato breve o novela negra. Duró algunos años. Y además de los escritores más conocidos y reconocidos, di con otros, también reconocidos, aunque menos conocidos, pero de los que me enamoré y leí todo lo que encontré. Uno fue Chester Himes. Aunque Himes, hay que decirlo, tiene una obra muy irregular, llena de novelas en las que se nota que fueron escritas de manera rápida, siguiendo un molde y abusando de la violencia y del sexo (también violento). Pero algunos libros son estupendos. Tal vez este sea el mejor, una rememoración de sus años en la cárcel (a donde fue por robo a mano armada). Una experiencia que quienes nunca hemos pasado no podemos ni imaginar (por más que nos encante que nos digan que estamos siendo unos héroes quienes únicamente estamos en casa, sin salir más que a tirar la basura cuando se acumula o a hacer la compra una vez a la semana, y creamos que lo hemos aprendido todo sobre encierros). La cárcel (y más en los años 30, y más para un negro en Estados Unidos), era un sitio que llevaba al límite el aguante mental de una persona. Recuerdo que era un libro desolador. Terrible en lo que contaba, pero capaz de contarlo con cierta belleza casi lírica.

Salón de pasos perdidos, Diarios de Andrés Trapiello: Hablé en algún momento del año pasado de que estos diarios de Trapiello llegaron a mi mesita de lecturas casi contra mi voluntad. Había oído hablar de ellos, había leído grandes elogios, pero nunca pensé que fueran a atraparme. Y el caso es que me atraparon. Leí seis o siete volúmenes durante 2019. Y si las bibliotecas siguieran abiertas, tengo claro que uno de los libros que me traería sería alguno de los que aún no he leído. No es que Trapiello sea un hombre excepcionalmente sabio (no lo es), ni muchas veces tampoco se trata de que sea especialmente lúcido (en muchas partes de estos escritos vive demasiado ensimismado en sus propios folios, en la recepción de los diarios, en menudencias, qué dice X sobre lo que escribí hace 7 años, …). Tal y como lo voy a decir sé que va a sonar frívolo, y algo de frívolo tiene, pero ya tengo curiosidad por saber qué dirán en 2026, 2027 o 2028, cuando toque, los diarios de este 2020 tan particular.

Experiencia, de Martin Amis: Me han entrado ganas de releer este libro, de volver a sumergirme en sus páginas de memoria, desmemoria, ajuste de cuentas y vivencias literarias. No lo tengo en casa, y además sé que la edición en bolsillo está descatalogada, porque la he buscado alguna vez ya. Así que esperaré a las bibliotecas para ir a por él y recrearme en su lento paso. De este libro, de su recuerdo, y de su difícil manera de relacionarse con otros escritores (empezando por su padre, Kingsley Amis), me nacen las ganas de leer por primera vez Hitch – 22, de Christopher Hitchens: Las memorias de este periodista y ensayista, muy amigo de Amis durante gran parte de su vida, un tanto distanciados por algunas polémicas hacia el final de los años de Hitchens, a quien no he leído como memorialista, pero sí como ensayista (alguno de sus tratados ateístas: Dios no existe y Dios no es bueno, y el libro que escribió cuando ya tenía claro que iba a morir por su cáncer, Mortalidad).

De los enfados que Amis tiene con amigos a lo largo de Experiencia, recuerdo y saco ganas de leer a Hitchens, y me acuerdo de su distanciamiento con Julian Barnes, amigo y compañero generacional, quien nunca le perdonaría que Amis dejara a su mujer (la de Barnes) como representante, para pasar a la nómina de Andrew Wyles, alias el chacal (en uno de esos escasos giros de la justicia poética, Amis dejó de ser un gran escritor poco después de ese cambio, quizá Experiencia es la coda de sus mejores escritos). También me encantaría poder leer ahora al melancólico Barnes de los últimos años, releer El sentido de un final o El ruido del tiempo, o acercarme por primera vez a La única historia.

Entre las admiraciones inquebrantables de Amis, personaje cambiante, sobreviven Nabokov y Saul Bellow. Me entero de que existen una colección con las Cartas, de Saul Bellow, un autor que siempre me ha gustado (que quizá no está en mi lista de 10 escritores preferidos, pero sí en una segunda lista, o en una lista en la que entraran mis 20 escritores preferidos). Y del que sí voy a releer, ya que están en casa, algunos de sus Cuentos completos, al menos El contacto Bella Rosa, El robo, Memorias de Mosby y Algo por lo que recordarme.

El arte de volar, de Antonio Altarriba: Esta novela gráfica, una de las más reconocidas en España durante la última década, sirve a Altarriba para ponerse al día con su padre, quien se suicidó tirándose por la ventana (de ahí el título) de la residencia de ancianos en la que residía. Altarriba aprovecha el duelo para recorrer la vida de su padre, una vida española que fue desde la Guerra Civil hasta el principio de la década de los 2000, de causa perdida en causa perdida, de derrota en derrota, hasta que decidió saltar. Altarriba cuenta que el impulso inicial de rabia que puso en marcha el libro fue recibir, a los pocos días de la muerte, una llamada de la residencia en la que su padre había estado, recordándole que debía abonar los 4 primeros días de ese mes en el que su padre saltó.

Entre la memoria y la ficción:
Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz: No sé por qué he pensado en este libro. No he leído hasta el momento nada de Amos Oz, pero he leído sobre este libro y he pensado que me gustaría saberlo todo sobre su niñez y adolescencia en un kibbutz, su padre que nunca consiguió plaza como profesor, su madre frustrada que acabó suicidándose, el mundo cerrado al que ponían paredes (literalmente) los miles de libros que esos dos padres incapacitados para la vida funcional atesoraban. Y cómo Amos Oz cuenta que antes que escritor quería ser libro, porque sentía que eran reverenciados. Y la sensación, finalmente, de que debía salir de aquel lugar para desarrollar su vida.

Ficción:

Caminaré entre las ratas, de David Pérez Vega: Hará 3 o 4 años que leí los cuentos del libro Koundara, de David Pérez Vega. Eran relatos escritos con mucha solvencia, y en la línea del relato breve estadounidense de los Carver y asociados, aunque con más desarrollo muscular que los relatos de Carver (eran relatos cortos más parecidos a Tobias Wolff y Richard Ford, para que me entiendan quienes manejan esos referentes). Ahora ha sacado una novela en la que ha invertido esos años que han pasado desde los cuentos, y por lo que ha contado en su blog, debe ser un libro sólido, que me remite más a referentes latinoamericanos (Bolaño, Rey Rosa) y a un mundo urbano y contemporáneo. Se llama Caminaré entre las ratas y habla de un teleoperador en crisis vital (su objetivo era ser profesor, no teleoperador), al que la muerte de un amigo pilla de sorpresa, que escribe sin éxito y al que preocupan cada vez más, en sus paseos por un angustioso Madrid, las consecuencias de la crisis económica, el auge de la ultraderecha, y una simbólica invasión de ratas de la que nadie parece estar dándose cuenta. La salida del libro ha coincidido de pleno con el encierro, así que la ansiedad habitual cuando un libro aparece en una editorial modesta (a cuántas librerías llegará, cuánto lo aguantarán en ellas) se habrá acentuado por la situación. El libro está ambientado en aquellos años 2009 – 2010 y alrededores, de penurias económicas para mucho. Pero puede ser una lectura muy adecuada para lo que nos viene. Me lo dejo apuntado para cuando sea posible celebrar el día del libro este año.
Por si alguien quiere un adelanto, él mismo grabó unos fragmentos de lectura para su blog la semana pasada

La vida entera, de David Grossman: De Grossman leí un par de novelas hace algunos años. Libros muy bien escritos, que se situaban entre la realidad y la irrealidad (no la fantasía), y que en general me gustaron (Delirio, sobre los celos dentro de un matrimonio, y Llévame contigo, una novela sobre un adolescente tímido que trabaja buscando perros desaparecidos en el ayuntamiento de Jerusalén y un día conoce a una chica y le pide que lo lleve con ella). Sé que David Grossman perdió a un hijo de 20 años en una de tantas guerras que el gobierno de Israel ha puesto en marcha en las últimas décadas. Y sé que, aunque no se trata de un libro sobre ese suceso, La vida entera trata del miedo a la muerte de un hijo soldado, y del duelo, y entre muchas historias sentimentales, cruzadas con guerras y muertos, la historia de una madre que cuando su hijo es reclutado, decide salir a caminar sin rumbo por Israel, para asegurarse de que así nadie podrá ir a su casa a comunicarle que su hijo ha muerto.

Ensayo:
Escribir en la oscuridad, de David Grossman: Desde la búsqueda de información sobre la última novela que comentaba, llegué a este ensayo. Que realmente es una recopilación de ensayos (6) sobre la labor de escribir en un mundo oscuro y violento, continuamente interrumpido en su normalidad (hasta el punto de que esa es su normalidad, como decía Etgar Keret) por explosiones, ataques y guerras.
Jared Diamond: Encontré que este profesor universitario es el maestro del famoso Yuvel Noah Harari (el autor de Sapiens, un libro que me pareció interesante, pero no estupendo; original en algunos planteamientos, eso sí, y muy bien contado). He buscado información sobre sus estudios y sus obras, y en un momento de incertidumbre como este, he pensado que algún día intentaré leer Armas, gérmenes y acero (1997), Colapso (2005) y Crisis (2019).
El mundo y sus demonios, de Carl Sagan: Tal vez estemos entrando, con el coronavirus, en una época en la que será adecuado revisar este clásico, que leí hace años, pero que creo que ahora miraría con otros ojos.
Y en una línea parecida, me ha parecido interesante (desconocía su existencia hasta que lo vi relacionado con el de Sagan): Conocimiento inventado: falacias históricas, ciencia amañada y pseudo – religiones, de Ronald H. Fritze, un libro que se centra más en cómo esos pseudoconocimientos se asentan y hacen fuertes y por qué el ser humano tiene una cierta tendencia a caer, siglo tras siglo, en las mismas trampas para el pensamiento.

No le he prestado nunca demasiada atención a los libros infantiles en el blog. Y eso que desde que tengo niños he pasado cientos de horas en las bibliotecas municipales (desde las bebetecas hasta las salas de lectura infantiles) con ellos, y leyendo después esos cuentos en casa, cada tarde un rato en el sofá (o suelo) y cada noche antes de que se acuesten en la cama.

Tenemos muchos cuentos en casa, por supuesto, pero llega el punto en el que los tienen demasiado vistos (aunque suele funcionar dejar de verlos durante un tiempo, en diez días vuelven a retomarlos con ilusión). Mis hijos echan de menos las bibliotecas, el acto de poder cambiar de libros una vez a la semana (que es más o menos la frecuencia con la que acudimos), y los ratos que pasan allí explorando, seleccionando, catando lecturas. Hasta ahí, nada muy distinto a lo que nos pasa a los mayores, la verdad.

Pensando en ellos, he pensado seleccionar algunos cuentos y autores que me parecen especialmente recomendables, de los que ellos han disfrutado mucho, y que a mí también me gustan:

Cuentos por teléfono, de Gianni Rodari: Es una colección de cuentos estupendos. Todas las historias son breves (lo que permite leer varias antes de ir a la cama), llenas de imaginación, sin moralina pero con enseñanza. En ellas se mezclan la realidad con la fantasía más pura, se reinterpreta la historia, se anima a pensar. Maravillosos. Creo que empiezan a funcionar (depende de la madurez verbal, claro) a partir de los 3 o 4 años. Y sirven hasta mi edad, al menos. Para un poco antes, los Cuentos al revés.

El grúfalo, de Julia Donaldson: Un clásico de la literatura infantil. La historia de la creación de un ser mitológico (el grúfalo) por parte de un ratoncito que pretende con ello darle miedo a sus cazadores. La prueba de que la astucia vale muchas veces más que la fuerza. A partir de los 2 años gusta, por lo que tengo visto, y a los 6 sigue siendo atractivo. Hay una película muy bonita sobre el cuento (y también sobre otros cuentos de la autora, La hija del grúfalo, y Cómo mola tu escoba).

Todo Babar, de Jean de Brunhoff: Los cuentos de Babar el elefante son, en primer lugar, preciosos por su estética y sus dibujos. Después, por sus historias, perfectamente infantiles, narradas desde la mirada egocéntrica del niño, pero despertando el sentimiento de pertenecer a una comunidad que debe cuidarlo y de la que debe empezar a preocuparse. Sé (perfectamente) que vistos con la lupa deformada del tiempo, estos cuentos infantiles, de la década de los 20 del siglo XX, están escritos dentro de un sistema que era racista, clasista y machista. Si uno quiere, puede rastrearlo perfectamente. Pero creo que no dejan de ser rastros subliminales, que pueden explicarse a los niños cuando resulten demasiado obvios. Y no dejar de disfrutar por ello de unos cuentos tan estupendos. Desde los 2 – 3 años les prestan atención y se identifican con los personajes. La colección que tenemos en casa (de Blackie Books) tiene además una cosa muy interesante para quienes empiezan a leer, y es que está toda escrita con letra ligada, y facilita mucho la conexión con lo que aprenden en el colegio, y los niños se animan leyendo ellos mismos a Babar porque ven que cada vez lo hacen mejor.

De qué color es un beso, de Rocío Bonilla: Mini Moni, la protagonista de este cuento, es un personaje muy popular en casa desde hace años. Es un cuento estupendo, con una protagonista arrebatadora, y muy bien dibujado (todos los libros de la autora lo están). Hace años que los libros infantiles se escriben con intenciones pedagógicas. Y no tengo nada en contra, faltaba. Pero hay productos muy populares (en las bibliotecas, las librerías, las guarderías y las aulas de infantil de colegio) a los que se les ha olvidado añadir una historia atractiva, se han quedado en lo pedagógico. Los libros de Rocío Bonilla contienen ese elemento de enseñanza, pero no pierden nunca de vista que lo principal es contar un cuento, que los niños quieran saber qué va a pasar después. También nos gustan mucho La montaña de libros más alta del mundo o Mi amigo el extraterrestre.

De vuelta a casa, de Oliver Jeffers: En casa, este cuento se llama, desde que se leyó por primera vez, Rotomotor y singasolina, porque cuenta la historia de un marciano al que se le rompe la nave y un niño imaginativo, perdido en su mundo, que vuela con su avión hasta la Luna, donde se queda sin combustible. Y habla, con ironía, el lenguaje y la manera de pensar de un niño de 4 años (aunque en algunos gestos sirve igual decir que es la manera de pensar de cualquier ser humano), de cómo dos desconocidos tienen que colaborar para encontrar la solución más adecuada y original al problema. Las rupturas de la realidad son constantes y divertidísimas. Ese mismo niño aparece en otras historias, como Cómo atrapar una estrella (preciosa) o un par de aventuras junto a un pingüino: Perdido y encontrado y Arriba y abajo. El dibujo es muy sencillo, casi imitando el trazo infantil, y los guiones estupendos. También es del mismo autor, y muy divertido, Los Huguis y el jersey nuevo.

Mitología griega: A mi hijo mayor (6 años) le encantan desde hace tiempo las leyendas de los héroes griegos, las grandes historias épicas de aquella civilización, y los cuentos de su mitología. Hay muchas ediciones, hemos visto muchas, leído bastantes, y estuve estudiando características antes de comprarle la que más nos gusta: Las historias más bellas de la Mitología Griega, de Luisa Mattia.

Charlie y la fábrica de chocolate y El superzorro, de Roald Dahl: Aún no leemos estos cuentos, pero a mi hijo mayor ya le han gustado las dos versiones cinematográficas (acompañado en su visionado, explicándole algunas cuestiones), las de Tim Burton y Wes Anderson, respectivamente. Lo que más me gusta de Roald Dahl, aparte de su gran sentido narrativo, es que no le esconde a los niños que la infancia puede tener momentos difíciles, o ser directamente desagradable, como topes con gente mala. Pero en sus historias, los que se mantienen buenos acaban saliendo bien, y además sus historias están llenas de mala leche para que los malos se lleven su merecido.

Astérix, de René Goscinny y Albert Uderzo: No hay demasiado que explicar ni que aportar. Hay que ser un poquito mayor (un poco mayor que mis hijos quiero decir, aunque hablo en general, porque a mi hijo mayor le apasionan ya sus tebeos), pero nunca está de más recomendar algunas de sus aventuras. Para niños de 4 – 5 años, propiamente, es una iniciación estupenda Cómo Obélix se cayó en la marmita del druida cuando era pequeño, un cuento precioso que desvela uno de los grandes misterios de la serie. Yo nunca he sabido cuál era mi preferido entre los 24 cómics de la serie original (propiamente la de Goscinny y Uderzo). Quizá Astérix y Cleopatra, o Astérix en Bretaña, aunque también me han gustado mucho desde siempre Astérix legionario o Astérix en los Juegos Olímpicos. Desde mi visión adulta (no eran de los que más me gustaban de niño, pero ahora me encantan) La residencia de los dioses y Obélix y Compañía son maravillosos. Incluso tengo muchas ganas de dar en la biblioteca con el nuevo, Astérix y la hija de Vercingetórix. Me gustó bastante Astérix y los pictos, también de los mismos autores que están llevando ahora la serie, con un guión bastante más sólido que la mayoría de álbumes que Uderzo hizo en solitario. Aunque ninguno ha alcanzado el encanto que tenían aquellas historias concebidas por Goscinny.

Qué ganas de volver a las bibliotecas, de verdad.

Y de salir a celebrar los descuentos del día del libro.

Habrá que seguir esperando.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas

Sr. E

viernes, 3 de abril de 2020

Cuentos para la cuarentena (III): Previsiones e imprevistos


Cuentos para la cuarentena (III): Previsiones e imprevistos.

Voy a seguir aún un poco más comentando las lecturas que llevo adelante en estas semanas de encierro y recomendando libros que creo que pueden ser una buena compañía para quien no los haya leído todavía.

El general del ejército muerto, de Ismail Kadaré: Siempre hablo bien de su obra y recomiendo a Ismail Kadaré. Me parece uno de esos autores de los que se puede sospechar que permanecerá, de entre aquellos que coinciden en una época. Su mundo literario es grave, oscuro, lleno de soledad, muerte, traición, resentimiento, odio. Aún así, lírico y bello. No hay un libro suyo que no valga la pena, pero siempre recomiendo entrar en su obra a través de esta novela o de El palacio de los sueños. El general del ejército muerto es una misión melancólica y condenada al fracaso, porque aunque triunfe será una derrota. Acompañamos, los lectores, a una misión del ejército italiano que viaja hasta Albania a rescatar los cadáveres de sus compañeros muertos durante la Segunda Guerra Mundial. Ha sido una relectura, después de muchos años, y creo que ha sido la primera novela que he disfrutado verdaderamente en estos días. Un libro que me fui administrando por las noches, poco a poco, durante algo más de una semana, a modo de sedante para antes de dormir.


Ruido de fondo, de Don DeLillo: Ruido de fondo (1985) comienza con una ciudad ansiosa, huyendo toda ella, de un modo desesperado y competitivo (parece que solo se salvarán los primeros en cruzar los puentes de salida), de un escape nuclear. Se trata de una historia llena de rumores, malentendidos, conversaciones confusas que no llevan a ningún sitio, familias que se caen, miedo, manipulación de los medios de comunicación, poderes económicos y políticos defendiéndose y atacándose, y como su título anuncia, de mucho ruido, de todo ese ruido y confusión que es el fondo sobre el que pasan nuestras existencias contemporáneas, con o sin epidemia, con o sin redes sociales, con o sin prensa en la mano. DeLillo te conduce suavemente (con esa prosa musical y llena de contrapuntos que te hipnotiza) por una novela que te emociona, te da miedo, te hace reconocerte y te hace desear no ser como los personajes a los que está describiendo (aunque sabes que sí, si no peor). Si alguien, en alguna medida, nos había preparado para una epidemia y el terror globales, había sido (además de Ballard), DeLillo. Y es una pena que se encuentre retirado (o casi retirado), porque lo que va a quedar del mundo después de este virus, en términos sociales, económicos y de todo tipo, le hubiera dado al escritor que era hace veinte años para explicarnos cómo serán nuestros próximos diez años, o cómo fueron los últimos cincuenta sin que nos diéramos cuenta, que es a lo que se ha dedicado DeLillo durante toda su vida, a explicarnos lo que va a venir a la vez que nos explica todo lo que ya había pasado sin que nos diéramos cuenta, porque estábamos mirando hacia dónde no había que estar mirando, y cómo ese pasado oculto explicaba ese futuro que aún no era obvio pero lo sería. Y de eso, recuerdo, trataba esencialmente Submundo (por mucho que aparentemente tratara de temas más frívolos, de baseball, de canción popular, de cine y televisión americana, de fontaneros políticos con traje y corbata, …).


El dilema del prisionero, de William Poundstone: A veces, cuando leo, también me gusta recordar que estudié la carrera de Físicas y que me gano la vida enseñando Matemáticas. Este es un libro que se relaciona con esa doble condición, pero que creo que podría interesar a cualquiera. El dilema del prisionero es un problema fundamental en la Teoría de juegos, y dice (copio un enunciado concreto de internet, hay variantes): “La policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos y, tras haberlos separado, los visita a cada uno y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante un año por un cargo menor”. Es un juego de suma no – nula (no vamos a entrar en detalles), y lo más beneficioso para ambos sería que los dos se callaran (fijémenos en la suma de las penas, en este caso como mucho se sumarían dos años de suma total, las otras posibilidades dan totales de diez o doce años). Pero la experiencia, y en este caso la policía lo sabe, dice que es muy probable y muy frecuente que alguno de los dos acabe incriminando al otro, pensando que así se va a librar (consiguiéndose en muchas ocasiones que los dos, aislados, echen la culpa al otro, y compartan castigo). Este libro habla de esa clase de dilemas en nuestra vida diaria, y de cómo la lógica y el beneficio objetivo no son necesariamente las opciones más populares. También es una especie de biografía poco sistemática de John Von Neumann, matemático, pionero de la informática y la aeronáutica, genio y persona poco recomendable, amigo de Einstein y juerguista, uno de los principales participantes del Proyecto Manhattan y uno de los pocos que salieron de allí convencidos de que el mundo necesitaba apostar por la opción belicista para seguir existiendo (una lógica, relacionada con la teoría de juegos y el dilema del prisionero, que llevó a que durante décadas los dos grandes bloques se apuntaran con armas capaces de destruir la Tierra para así lograr un equilibrio basado en el miedo), y que una guerra atómica era poco menos que inevitable y había que seguir armándose para ella.


La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag: En este libro, escrito a finales de los setenta y que leí hace un par de años, Susan Sontag se asoma, desde su experiencia personal con el cáncer (enfermedad que se le reprodujo y que tuvo en varias ocasiones), al análisis del lenguaje que se asocia a esa enfermedad (batalla, guerra, persona luchadora, el ejército de las células cancerosas, …) y rastrea sus orígenes en el romanticismo asociado a la tuberculosis (la gran enfermedad de su época, al nivel al que el cáncer podía serlo cuando Sontag escribió el libro) durante el siglo XIX y principios del XX (la tuberculosis era, en el imaginario popular, una enfermedad que asolaba a las almas sensibles, así que tenerla debía ser síntoma de una importante sensibilidad). Sontag reflexiona sobre qué se esconde realmente en esas metáforas, por qué cree que se asocia el proceso de la enfermedad al de una guerra, y también habla sobre la culpabilización a la que se somete con frecuencia al enfermo de cáncer que no lucha lo suficiente por vencer a la enfermedad, que no se comporta como un héroe, que está desanimado (por más décadas que pasen y más afianzado que esté ese tópico, sigue sin estar demostrado que un buen estado de ánimo y una actitud positiva ayuden a que un cáncer se cure con más facilidad), por no hablar de la asociación que la enfermedad (sobre todo ciertas enfermedades, ciertos tipos de cáncer, como el de pulmón) puede tener con un cierto castigo divino (aunque no se culpe a Dios de ello), a modo de castigo por los excesos (Sontag amplió el libro en los años 80 hablando del sida, enfermedad que estuvo muy ligada originalmente a la homosexualidad y que muchos integristas vieron como un justo castigo a su comportamiento), y cómo deja fuera de toda lógica a quienes enferman igualmente sin haberse salido nunca de lo marcado, todos esos, que también enferman, y que siempre han cuidado su alimentación, han hecho deporte, no han fumado, han sido abstemios y sin embargo, como por error, enferman. No tengo en casa el libro para releerlo, pero me gustaría hacerlo en estos tiempos de nuevos lenguajes bélicos y nuevas enfermedades, de héroes que se esfuerzan contra un villano invisible, sin rostro, apenas identificable, al que cuesta odiar con precisión por eso mismo, aunque da miedo, mucho, a todos, y nos iguala, nuevamente.


Serie Charlie Parker, de John Connolly: Supongo que de alguien que lee mucho, que incluso se atreve a recomendar lecturas, que escribe y pretende escribir más y mejor, se esperaría que dijera que había ido acumulando en su casa, para una hecatombe o para llevárselo a la cárcel si se daba el caso, para un largo verano en soledad o para la fractura de una pierna, para cualquiera de esas situaciones, los tomos de En busca del tiempo perdido o al menos El cuarteto de Alejandría. Me justificaré diciendo que al menos El cuarteto de Alejandría lo leí hace unos diez veranos (aunque lo fui leyendo de la biblioteca, así que no lo tengo por aquí ahora). Y ahora diré que la verdad es que lo más parecido que yo había hecho era ir acumulando los tomos de la serie de Charlie Parker, de John Connolly, en bolsillo. Intento, desde que los descubrí, ir leyéndolos cuando salen en las bibliotecas, y cuando aparecen en bolsillo, me los compro y los he ido guardando para un largo verano. Este puede ser un año sin verano, pero con mucho tiempo en casa, así que quizá sea el momento adecuado. No tengo toda la serie, porque me falta alguno de los últimos y porque mi hermano y algún amigo se han ido llevando algunos volúmenes y no han vuelto, pero tengo bastantes. No todos son igual de buenos, aunque todos dan unas horas de compañía y entretenimiento (y algo más que el entretenimiento, tienen algo), pero recomiendo mis preferidos, por si alguien quiere empezar con Parker y sus amigos (y enemigos): Todo lo que muere, Más allá del espejo, Los atormentados, Voces que susurran o La ira de los ángeles.

De un modo menos premeditado, también me encuentro con que tengo en casa la serie completa de El cuarteto de Red Riding (1974, 1977, 1980, 1983), de David Peace, y El cuarteto de Los Ángeles (La dalia negra, El gran desierto, L. A. Confidential y Jazz blanco), de James Ellroy. Me los compré todos el año pasado, y he releído algunos libros en estos últimos meses. Me parece que aquellos que no he leído recientemente, pueden ser también una excelente compañía si esto se sigue alargando, y serán una alegría (aunque con lo oscuros que son no son exactamente la palabra, no desde luego una alegría sin más) para quien los coja por primera vez.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E


viernes, 27 de marzo de 2020

Cuentos para la cuarentena (II): Libros encerrados


Cuentos para una cuarentena (II): Libros encerrados

¿Hay libros mejores que otros para leer cuando estás encerrado? No lo tengo nada claro. Creo, eso sí, que hay libros que son absolutamente inadecuados para leerlos en confinamiento. Creo que a los que nos mantenemos como lectores en base a los catálogos de las bibliotecas públicas, estos días nos pillan con las defensas bajas. Aunque siempre hay libros en casa, muchos por leer, porque los fuiste comprando para cuando juntaras varios meses en casa (circunstancia que improvisada y lamentablemente coincide con esta), clásicos que has acumulado para ponerte al día, libros que tienes para releer, e incluso algunos que te preguntas quién trajo (te parece imposible que fueras tú), cuándo y por qué.

Me ha costado mucho concentrarme en la lectura durante estas dos primeras semanas de encierro. Tardé en descubrir que estaba cerrando un libro que me había llevado muy lejos de las circunstancias, la preocupación, el miedo y las miradas casi constantes al móvil durante una hora. Después de ese primer momento de lectura plena, momentos parecidos se han ido sucediendo con mayor frecuencia, así que supongo que mis primeras recomendaciones deben ser para los libros que me está dando un rato de paz y descanso (que con todo lo que estamos teniendo que improvisar y aprender para seguir improvisando los profesores, más dos niños activos en casa, no están siendo demasiados).

Empezando por los clásicos, estoy leyendo, cogido de esa estantería de clásicos que algún día debería leer para tener una verdadera cultura libresca pero aún no lo había hecho, Las ilusiones perdidas, de Honoré de Balzac. Ya he leído la primera parte (son tres novelas cortas relacionadas por la figura de su protagonista), Los dos poetas, en la que se reconocen los recelos, ilusiones, subidas y caídas de la vida literaria (aunque sea provinciana y casi íntima). De Balzac hasta ahora solo había leído La piel de zapa, que es un libro del que guardo muy buen recuerdo, que también podría ser una gran lectura en estos días, pero que creo que es poco representativo de su obra (realismo por encima de todo, dibujo de la vida, La comedia humana), pues es una novela con un fuerte elemento fantástico.

El siguiente clásico que descolgaré de esa estantería es Mujercitas, de Louisa May Alcott, una historia que de tan vista y oída damos por sabida, pero que tengo la esperanza de que pueda sorprenderme.

Otro libro que llevo entre manos es también un clásico, aunque nadie lo sabía en España hace dos años. Aquí no son tres novelas cortas enlazadas, como en el caso de Balzac, sino tres libros independientes que los editores españoles han agrupado bajo el título conjunto de Casos de pruebas circunstanciales. Son tres historias que desarrollan el medio de la novela de no – ficción cuando aún no se hablaba de ella y que transitan entre la investigación histórica y lo inverosímil. Todas son historias de impostores. Ya he leído el primer libro, La mujer de Martin Guerre, una extraña historia de la Francia medieval en la que unos adolescentes son casados por sus padres, se acostumbran a vivir juntos (como buenamente pueden), conviven con la familia de él (el tal Martin Guerre), trabajan, tienen un hijo, él desaparece y vuelve años después, todos lo reconocen, salvo ella, que cada vez está más convencida de que se trata de un impostor. Y considerada loca por el entorno familiar, intenta encontrar la verdad. La autora es Janet Lewis.

En la sección de mis autores clásicos, el libro que me está acompañando por las noches es El visitante, de Stephen King. No es una de sus mejores obras, y quizá no es un libro para perder la cabeza si se dispone de todos los libros del mundo para elegir, pero en condiciones de encierro y con solo unos cuantos libros para elegir, está siendo una lectura reconfortante. Empieza lento, eso sí lo advierto, la parte del primer crimen (monstruoso), va acompañada de una descripción costumbrista bien narrada (me inquieta pensar que si al King costumbrista se le quitan sus repetitivas referencias a marcas populares, hamburguesas y guiños a las clases populares que interpreta como sus lectores más numerosos, y se le dan unas cuantas horas de corrección de estilo, quedaría un libro de Jonathan Franzen, un autor al que se celebra por el hecho de ser tan costumbrista que leerlo resulta tan apasionante como hablar con el compañero más aburrido del trabajo), pero que nos apetece que acelere para llegar al conflicto, a la verdad que se va revelando y que es el enfrentamiento con un ser sobrenatural, el visitante, a quien rastrean en viejas leyendas mexicanas, un ser capaz de mutar y aparecer con distintas formas humanas, que se alimenta del miedo y sufrimiento ajenos.

Propuestas de Lecturas encerradas: Las primeras lecturas para encierros que me vienen a la cabeza están unidas por el hecho de ser, en forma y fondo, historias de terror. Así que hay cierto sesgo en esta selección.

El Resplandor, de Stephen King: Empiezo aquí con el mismo Stephen King con el que terminaba la sección anterior. Su gran novela, El resplandor, es la historia de un escritor que decide aceptar la oportunidad de aislarse durante todo un invierno en un hotel de montaña. Allí, con las carreteras cortadas por la nieve, solo tendrá que escribir y ocuparse de la manutención del hotel. Como saben todos los que ya han leído la novela, o han visto la película (en El visitante, King hace una referencia poco amable a la película de Kubrick, una adaptación que siempre ha dicho que le disgustó), la cosa no es precisamente plácida, y King consigue algo muy difícil, mezclar estupendamente dos géneros: el de la casa encantada (hotel poseído, en este caso) con el del escritor fracasado que busca a quién echarle las culpas (a su familia, que no le deja la paz suficiente para escribir.

Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson: Por motivos que no deben revelarse antes de comenzar la lectura, las hermanas Merricat y Constance Blackwood viven junto a su anciano tío Julian en la vieja casa familiar, aisladas del pueblo, al que solo acuden cuando no hay más remedio a comprar provisiones (¿nos va sonando la situación?). Los motivos que es mejor no revelar en principio, explican el aislamiento de las hermanas, y el desprecio y burla (sin olvidar un elemento de miedo) de las que son víctimas. El libro se va componiendo con un intimismo que a ratos resulta casi lírico, y va formando un terror doméstico muy bien construido, que nos atrapa página tras página y nos llevará a su final con un sobrecogimiento creciente.
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2019/10/siempre-hemos-vivido-en-el-castillo-de.html

Pesadilla a veinte mil pies y otros relatos espeluznantes, de Richard Matheson (Valdemar): Me imagino que alguien ha hablado ya en estas últimas semanas de la novela Soy leyenda, de Matheson (de ella o de sus películas, de la entrañablemente antigua de Vincent Price a la insoportable de Will Smith). Es una buena novela, desde luego, pero no es la mejor obra de Matheson. Su obra cumbre, diría, está en su narrativa breve. Quien lea estos cuentos sentirá ese abrazo escalofriante de las mejores historias de terror, y descubrirá, en los modos y mundos, y en las versiones reconocidas y bastardas que de estas historias se han hecho, la gran influencia que Matheson ha tenido en una gran parte de la narrativa de terror posterior.

Drácula, de Bram Stoker: Hace cosa de un mes, vi la nueva serie de Netflix sobre Drácula. Me gustó mucho, la he recomendado y la recomiendo. Es ágil, divertida, juega contra el mito, se ve muy bien y no se convierte en un largo culebrón, que es uno de los principales problemas que tengo con las series de televisión. No soy un aburrido purista de las Dicho todo eso, me pareció que estaría genial volver a leer la novela. Que se convirtiera en un libro popular. Uno que todo el mundo leyera. Es un libro que he leído unas diez o doce veces en mi vida, quizá mi primer gran amor bibliófilo adulto (yo no era demasiado adulto, pero digamos que fue la primera lectura adulta que me marcó). Y puesto que la primera parte transcurre con el pobre Jonathan Harker encerrado en el castillo del conde, puede ser una lectura muy adecuada.

Agujero negro, de Charles Burns: Nunca diría que este cómic es bueno. No es especialmente atractivo en su diseño y dibujo, el guión no es una maravilla. Tiene más defectos de los que me habían prometido al llegar a su lectura, lo aviso. Como también aviso de que lo cogí una noche en la que no tenía otro libro al que echarle mano (o ganas de echarle mano a otro libro), estaba en casa porque lo había estado leyendo mi mujer, y me lo leí en esa misma noche. Era un cliché que no buscaba elevarse por encima de todos los lugares comunes de la plaga terrorífica que la paga con los adolescentes. Y no podía soltarlo. Algo tiene.

Vivir abajo, de Gustavo Faverón: Por circunstancias de salud y familiares, el encierro en mi casa comenzó un mes antes que en el mundo. Yo era la persona destinada a salir a trabajar unas cuantas horas fuera, pero era mi única distracción de eso que los políticos llaman tareas de cuidados. Y los ratos que podía leer en el metro de camino al trabajo y por la noche, antes de caer dormido, eran mis treguas. Me había comprado justo antes de empezar esa época (que hemos enlazado con el estado de alarma) Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, y este. Tenía grandes esperanzas en el de Enríquez después de que le dieran el Herralde y en base a lo mucho que me gustaron el verano pasado los cuentos (oscuros, viscosos, también relatos perfectos para un tiempo encerrado) de Los peligros de fumar en la cama. Después de 200 páginas que no me engancharon lo más mínimo, creo que puedo decir que no es un gran libro, es un producto que usa los moldes de la literatura comercial pero no promueve ninguna subversión de los mismos. Es Ojos de fuego, de Stephen King, por la historia que presenta, pero con la autoconciencia de una autora que cree estar escribiendo algo más valioso, y sin los momentos emotivos atrapalectores de aquella novela. Decepcionado con Nuestra parte de la noche, caer en las páginas de Vivir abajo fue una experiencia maravillosa. No sé si leeré en todo 2020 una novela mejor. Y se trata de una novela que transcurre, en la trama escrita y en lo que nos deja imaginar a los lectores, por túneles y sótanos en los que se encierran desde secretos íntimos hasta seres humanos a los que se piensa torturar. Vivir abajo está escrita con el ritmazo de Los detectives salvajes, y es una novela que no esconde su relación con aquella, pues aparte de escenas que son homenajes directos a la obra bolañesca (no había leído nada de Faverón, pero sabía que era el editor del volumen Bolaño salvaje, de Candaya), hay un aire general de presentación épica de la vida poética y literaria, viajes por toda Latinoamérica (y los Estados Unidos), búsqueda de extraños e inquietantes personajes que desaparecieron dejando tras de sí vacío y silencio, y a los que alguien siente que debe buscar como dedicación central de la vida (una búsqueda que tiene algo de vocacional, como la escritura y la poesía).

El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati: No sé cuántas veces, ni con cuántas excusas, habré recomendado aquí El desierto de los tártaros. Fue uno de los primeros libros que reseñé en este blog http://cuentospendientessre.blogspot.com/2015/08/el-desierto-de-los-tartaros-de-dino.html
Lo he leído cuatro veces completo, y lo he leído parcialmente, a trozos, buscando algo concreto o simplemente dejándome perder, otras tantas. Es uno de mis libros preferidos, y es una de las grandes novelas del siglo XX (esto no lo digo yo, esto lo decía por ejemplo Borges). Se trata de un libro tan bien escrito, tan emocionante, y tan centrado en las ideas del vacío, de la espera, de la soledad, de aprender a tener paciencia y a obtener nada a cambio, que no sé cómo no voy a volver a usarlo para estos días, para recomendarlo y quizá para hacer otra relectura.

Lo dejamos aquí. Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

viernes, 20 de marzo de 2020

Cuentos para una cuarentena (Los cuentos pendientes de mis cuentos pendientes)

Lecturas para una cuarentena (Los cuentos pendientes de mis cuentos pendientes)



No había escrito en el blog en todo lo que llevamos de 2020. La verdad es que no he encontrado el momento. Algunos lectores (increíble, pero así ha sido) me han escrito a la dirección de correo asociada al blog para preguntar si pasaba algo.

No pasaba nada en particular, pasaba la vida. Al final tienes demasiados compromisos, con el trabajo, la familia, tus ganas de escribir y la búsqueda de tiempo, y la propia lectura, además de otros intereses y aficiones.

El blog ha estado en marcha de forma regular durante casi cinco años, y me alegra pensar que habrá ayudado a contagiar mi entusiasmo por algún libro (por tantos libros, pues casi siempre se ha escrito aquí para celebrar, y hasta los comentarios más críticos han sido siempre debidamente contextualizados y ofrecidos bajo la milenaria tradición del palo y la zanahoria, y con mucha más zanahoria que palo; mis verdaderas fobias me las guardo) a un cierto número de lectores.

Leer para explicar un libro a otros es enriquecedor, porque te ayuda a profundizar, te obliga a ello, y seguramente no sea hoy mejor explicador y reseñador de libros que en 2015, pero sí soy mejor lector.
Por esas dos cuestiones, me alegro de lo que en el blog queda.
Por las cuestiones prácticas, era el momento de dejar de hacerlo. No deja de ser una forma de condicionar tu selección de lecturas, y lo que es enriquecedor como lector también te esclaviza, pues lees ciertos libros (los que reseñarás) pendiente de con qué detalle llamar la atención o cómo contarlo.
Ni entramos en el número de lectores del blog. Algunos fieles, otros anónimos, pero nunca demasiados. No se justifica mi trabajo leyendo con cuidado un cierto número de libros al mes, y las horas escribiendo las reseñas (que siempre he intentado que se leyeran bien, lo que exige un tiempo de escritura y corrección, y que he alejado de la versión exprés de la reseña, de igual manera que siempre, consciente de mis manías y limitaciones como lector, he tratado de huir del me gusta / no me gusta, explicando qué me gusta y qué no me gusta en base a razones de escritura, un reseñismo tranquilo, digamos, con filias personales, claro, pero con razones detrás, para que otros lectores puedan sumarse a esas filias, o discutírmelas, quizá en línea con el modelo de blogs que sigo con atención y de los que siempre aprendo, como el de David Pérez Vega, http://desdelaciudadsincines.blogspot.com/ ) si ese tiempo me puede venir mejor en otros menesteres.

Y ahí queda la explicación de por qué este silencio.

Y un sentimiento de melancolía por el abandono del blog y complicaciones personales me habían llevado a no tener ni el tiempo ni el ánimo para escribir esta despedida.

Había pensado cerrar el blog con una recopilación de recopilaciones, de los libros que ya había elegido como destacados en estos años. Y como estos días, con el encierro, he recibido mensajes de muchos amigos y conocidos pidiéndome recomendaciones de lecturas (igual que yo les he pedido a otros amigos series que puedan hacernos más llevadera la situación), he pensado (sí, como otro miembro de la cultura que decide poner su granito de arena) que tal vez no estaba de más hacer esa selección (la selección de selecciones) de lecturas que a alguien le puedan servir. A mí mismo me han entrado ganas de relecturas.

Dejo aquí 10 lecturas con una breve explicación de por qué pueden ser buenas lecturas en estos tiempos extraños. No hay un orden jerárquico, los he ido seleccionando en orden cronológico de lectura.

1. Cuentos completos, de J. G. Ballard, RBA (creo que ahora la edición la tiene Alianza): Me pasé 2015 leyendo este libro, cuento a cuento desde que me lo compré en el Día del Libro de aquel año. Si este momento tan extraño, que creo que ninguno preveíamos (y no digo hace dos semanas, quiero decir que no creo que ninguno de nosotros pensáramos hace un año que viviríamos una situación así) merece un adjetivo, es ballardiano. Todas las contradicciones y miedos del mundo globalizado, competitivo y capitalista, sus monstruos y sus guerras posmodernas. El pánico. Todo eso está en estos 95 cuentos.

2. Diarios de las estrellas, de Stanislaw Lem, Alianza Editorial: Copio lo que ya dije en 2015: Diarios de las estrellas relata los distintos viajes de Ijon Tichy en el tiempo y el espacio. Lem se sitúa en la gran tradición de la sátira desde la fantasía. Llevando a Tichy a otros mundos, aprovecha para criticar todo lo criticable de ese ser humano que habita y destroza la Tierra. Los textos del libro son relatos, se ajustan razonablemente a los parámetros de la ciencia ficción, pero sobre todo son reflexiones culturales y filosóficas de altísimo nivel. Lem disecciona el alma humana con un fino bisturí, y completa un libro divertidísimo, brillante, imposible de olvidar, adictivo.
Tal vez no es una mala idea viajar a la vez que se reflexiona sobre la vida, la muerte, la trascendencia, y el sentido (si lo tiene) de todo ello.

3. La piel, de Curzio Malaparte, Edición de Círculo de Lectores (está en Galaxia Gutenberg): La piel habla del fin de la 2ª Guerra Mundial y la reconstrucción (física, económica, moral) de un país, Italia, y lo hace desde la idiosincrasia de una ciudad tan particular como Nápoles, milenaria, indomable, siempre derrotada pero siempre buscando maneras de resucitar. Malaparte fue un personaje dudoso (como poco): soldado raso en la primera, ideólogo del primer fascismo italiano, creador de revistas, eso que hoy en día se llama agitador cultural (un término bastante más descafeinado, por suerte en muchos aspectos), oficial en la segunda guerra mundial, encarcelado, su camino ideológico lo llevó hacia el maoísmo. Pero es sobre todo un escritor con dos obras que hablan del horror y lo humano, Kaputt, y este. Es un libro de una densidad increíble, en el que cada línea transmite una gran cantidad de información y matices. Uno de esos a los que uno se traslada a vivir mientras lo está leyendo.

4. Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo, Tusquets: Es un libro muy divertido, que siempre es algo difícil de conseguir que un libro sea. Me gustó mucho esta novela escrita en 1.996 por su falta de ubicación dentro del canon de los principales caminos de la literatura española. Leí este libro y pensé eso que no deberíamos pensar pero que no puedo evitar pensar muchas veces cuando alguna obra me está gustando así: no parece española. Orejudo es un autor ambicioso, un lector potente que ha decidido revolver cánones y convenciones, dispuesto a provocar con su primera novela (que fue esta), siendo un desconocido. Todos los lectores de esta novela con los que me he encontrado coinciden en que es un libro que no deja indiferente. Y en general gusta bastante. Fabulosas narraciones por historias nos acerca a aquello que se llama la edad de plata de la cultura española. En un paisaje por el que transitan como personajes Lorca, Buñuel, Juan Ramón Jiménez y tantos otros, sigue las aventuras de tres aspirantes a literatos en la famosa Residencia de Estudiantes. Es un libro divertido, ácido, crítico con lo que era, es y será, me temo, el mundillo literario. La literatura desemboca en el terrorismo menos veces de las que cabría esperar, viendo libros como éste. Le aplaudo a esta obra por ser atrevida, faltona, por meterse con santones de la literatura española a los que los novelistas actuales siguen citando en sus oraciones cada vez que presentan una nueva novela. Echo de menos esa mala leche en mucha de la literatura contemporánea española. Echo de menos que los profesores de instituto dejen de citar todos ellos las mismas novelas del siglo XIX como las cimas insuperables de la literatura española. El ritmo es muy ágil, el lenguaje está muy pulido, la estructura encaja perfectamente, y durante toda su lectura no nos abandonará la sonrisa.

5. Todos los miedos, de Miguel Ángel González (Siruela): Todos tenemos miedo en estos días, ¿no? Por nosotros, pero creo que más por los que nos rodean y aquellos a quienes queremos. Este libro habla de ese miedo a que todo se joda. Que algunos tenemos, de manera inevitable, casi siempre, no solo cuando nos toca estar rodeados por el terror (lo cual no sé si es una ventaja para una situación así, o al contrario, la desventaja que nos faltaba). Miguel Ángel es mi amigo y eso hace (en mi manera de entender las cosas) que quede feo que recomiende este libro. Pero cuando leí este libro no era tan amigo, y cuando escribí la reseña tampoco, así que supongo que algo que puedo llamar honestidad intelectual me permite recomendarlo. Recupero un poco del texto que en 2016 presentaba el libro a los lectores del blog. ¿Tenemos más miedos de los que podemos permitirnos? ¿Tememos por encima de nuestras posibilidades? Si fuéramos a lo esencial, tenemos miedo, por encima de todo, a la idea de la muerte y a que le hagan daño a nuestros seres queridos. Todos los miedos se compone de dos novelas cortas en apariencia independientes que se suman y complementan. La primera de ellas, ¿Quién teme al lobo feroz?, nos lleva a la violencia arbitraria contra una familia que no podrá recuperarse nunca. La segunda, Lo que sé del olvido, nos mete en la cabeza de un hombre desahuciado. El estilo está hecho de breves pinceladas que nos van envolviendo entre el malestar y la crudeza sin perder la intención estética.
Yo ya la he releído en estos primeros días de cuarentena, aunque no es para agarrarla cualquier noche.

6. Sombras sobre el Hudson, de Isaac Bashevis Singer (Zeta Bolsillo, ahora está en DeBolsillo): Sombras sobre el Hudson es una novela del siglo XIX escrita en la década de los 50. Narrativa tradicional rusa mezclada con la tradición oral judía para dar como resultado una novela absorbente, larga, compleja, llena de subtramas, llena de vida. Si has pensado que en estos días te apetecería coger uno de esos novelones clásicos que es difícil soltar, Drácula, El Conde de Montecristo, Los miserables, algo así, esta puede ser muy buena opción.
Tampoco serían nunca una mala opción los Cuentos (Lumen) del mismo autor.

7. Los pobres, de William T. Vollmann (Debate): Es este un libro poderoso y que también he recordado intensamente en estos días. Siempre hay alguien que está peor de lo que podamos estar nosotros, y siempre hay alguien que queda más lejos de ninguna protección y tenemos que tener previsto que muchos dramas que ya existían antes del virus no mejoran por eso, solamente han perdido (aún más) el interés de los medios. Y no perdamos de vista que cuando se salga de esta (porque se saldrá, por supuesto), mucha gente lo hará en peores condiciones materiales de las que entró. Una idea recurrente en Los pobres es el momento en que Vollmann mira hacia dentro y dice que al lado de todos esos pobres a los que está conociendo él es, qué duda cabe, un rico. Y el lector, casi seguro, también. Hay otros mucho más ricos, claro, y ni los muy ricos ni los simplemente más ricos que los pobres hacen demasiado. Vollmann no es un ensayista al uso, aquí no hay una tesis, aunque subyace, está centrado en narrar, su mirada y su prosa marcan el ritmo. No lo hace nunca pensando que está contando la realidad completa, compleja e inabarcable. Lo hace reduciendo su mirada a casos concretos. Les pregunta a los pobres por qué creen que son pobres, qué les hizo ser pobres, qué diferencia a los pobres de los ricos y qué solución hay al tema de la pobreza. Se detiene mucho en la autopercepción que tienen de su pobreza o no, que es un asunto fundamental. Los pobres con los que habla son en muchos casos fatalistas. Las cosas, para ellos, son así, y no tienen perspectivas de cambiar.
Esperemos que se equivoquen.

8. Solenoide, de Mircea Cartarescu (Impedimenta): ¿Por qué no protegernos con un libro ensoñador, con fantasía fantásticamente escrita? Para Cartarescu, y en este libro más aún, lo principal es el peso del mundo y el lugar y la labor del creador. Cómo tratar de hacer algo creativo con ese mundo esencialmente hostil, gris, feo en contra. Desde la relativamente segura perdurabilidad (con todo lo relativa y segura que esta pueda ser) de la obra escrita de Mircea Cartarescu, este transmite al lector un mensaje esencial: el creador lo es si está suficientemente convencido de lo necesario (y esto puede ser algo únicamente personal) de su obra. Quedan fuera por lo tanto las novelas asépticas escritas con el único fin de entretener. Cartarescu aquí juega a suplantar su posibilidad y escribir desde el negativo de lo que realmente ha sido su única novela. Es por lo tanto una novela que debería valer para juzgar la valía (o no valía) de Mircea Cartarescu, escritor. Tenemos aquí, casi mil páginas de una prosa potente y poética (dos puntos que son muy difíciles de equilibrar) y que trata de meter el mundo entero entre sus líneas. Tenemos insectos, colegialas, profesores arrepentidos, frustraciones, luchas de poder, el cambio político en Rumanía al fondo, el absurdo de la creación artística, sueños, más insectos, alucinaciones, una casa en forma de barco y un misterioso inventor, la noche, los madrugones, el cielo sucio de Bucarest, el paso del tiempo y el peso de la muerte amenazando. Tenemos una historia de amor que se va afianzando. Tenemos muchas preguntas que empiezan con Por qué y muy pocas respuestas. Tenemos el enfrentamiento de alguien ante el espejo de lo que podía haber pasado. Todo eso (y más).

9. Némesis, de Philip Roth (DeBolsillo): Siempre es un buen momento para leer a Philip Roth. Siempre se disfruta y aprende leyéndolo. Incluso cuando no sea su mejor novela (y esta no lo es). Pero es la última que escribió, la que leí cuando murió, porque era la última que me quedaba por leer de su obra, y es una novela que habla de la expansión de la polio por el mundo suburbial de la ciudad de Newark, en la que Roth se crió, cuando él era un preadolescente, en el verano de 1944. Podremos reconocer, en esta novela, la ansiedad, el temor a ser el próximo contagiado, los rumores, el sentimiento de culpabilidad de quien cree haber expandido el brote, el señalamiento social. Y podremos ver cómo se sale de algo así. Seguro que alguien que ahora tiene esos 10 o 12 años estará sintiendo tantas cosas tan rápido que no es capaz de comprenderlas. Aquel Roth asustado acabó tardando seis décadas en cribar los sentimientos de la epidemia de polio y escribiéndolo en la que fue su última novela.

10. Cuentos, de John Cheever (Mondadori): Podría ponerme un poco cursi y decir que ningún sentimiento humano es ajeno a John Cheever. Lo dejo dicho. También, copiando lo que escribí hace unos meses sobre esta colección (de sus falsos completos), diré que: En un mundo triste y en gran medida en derrumbe, con trabajos precarios, relaciones que se rompen continuamente, calles agresivas, muchos gritos y discursos que promueven el odio desde la política y muchos medios de comunicación, los cuentos de John Cheever nunca pasarán de moda. Mientras exista la soledad, mientras la conozcamos, mientras mantengamos la mínima empatía para detectar los problemas y las dificultades por las que están pasando otras personas, los cuentos de Cheever serán a la vez diagnóstico y medicina. Los pequeños dramas, los secretos, la melancolía, serán siempre su territorio. Esa mirada acuosa es ideal para mecernos en una lectura en un buen sillón, junto al calor del hogar, mientras ahí fuera hace mucho frío y el viento y la lluvia rugen y nos recuerdan que todo es tan endeble que no deberíamos darlo nunca por seguro.

Por si alguien quiere pasar por encima de mi criterio de selección (o simplemente completarlo), pongo aquí las selecciones completas de cada año en que el blog ha estado en marcha:

Tal vez la semana que viene haya alguna selección de libros para encierros. No lo sé aún. Veremos.

Seguiremos leyendo, eso sí.

Felices lecturas

Sr. E