jueves, 31 de diciembre de 2015

Mis libros de 2015


Mis cuentos pendientes de 2.015.

Terminada la temporada 2.015 de lectura, creo que debo calificarla de muy buena. Debo reconocer, también, que por suerte, no recuerdo ningún año lector que no me haya descubierto nuevas voces ni me haya dejado indiferente con sus historias. Supongo que por eso leemos, esperando que el próximo año nos traiga lecturas tan buenas como el que se cierra (o incluso mejores). Y por eso es importante y siempre recomiendo abandonar pronto los libros que no nos estén aportando nada.

El esfuerzo de reducir un año de experiencias lectoras a una lista de títulos puede ser un poco fútil, no lo niego, pero creo que nos aporta lo que siempre nos aporta elegir, filtrar, jerarquizar. Hacemos una reflexión final sobre lo vivido en el año, recordamos buenas sensaciones y deslumbramientos; también decepciones, claro. Agradezco, llegados a este momento, haber ido tomando breves notas de lectura durante todos los meses del año, al ir acabando cada lectura.

Elegir siempre es difícil, y elegir siempre resulta injusto, pues siempre se quedan fuera libros que nos han gustado, pero creo que merece la pena hacerlo y tratar de limitar el número de libros a destacar. Hay libros a los que he vuelto en 2.015 que siempre estarían entre mis 10 mejores lecturas de cualquier año, por lo que no los considero de cara a esta lista, que formo únicamente con libros que he leído (o que he leído completamente en algunos casos) por primera vez. Este año he releído con gusto y provecho mi edición de Cuentos completos de Kafka, La novela luminosa de Mario Levrero, La velocidad de las cosas de Rodrigo Fresán, la Trilogía antiejemplar de Rafael Balanzá, American Gods de Neil Gaiman, algunos textos breves de Foster Wallace, un par de novelas de Houellebecq o El desierto de los tártaros, de Dino Buzzatti, por ejemplo.

Según termino mis lecturas, tomo unas anotaciones sobre el libro, y dejo marcados según un código de colores aquellos que me han parecido especialmente destacables. Llegados a estas alturas del año, esos títulos destacados (los que se habían adueñado totalmente de mi cabeza durante su lectura) eran un total de 16. Para mi lista – resumen he elegido sólo 10 libros, como la más tópica de las listas de final de año. En mis lecturas de este año veo algunas tendencias y novedades en mis lecturas. He leído mucho relato, como siempre. Aparte de algunas colecciones que me han interesado especialmente (La habitación de Nona, de Cristina Fernández Cubas, Frente al espejo de una mujer, de Ismail Kadaré, El umbral de la noche, de Stephen King, Canción muda, de David Albahari, Los siete mensajeros y otros relatos, de Dino Buzzati), he leído algunas selecciones temáticas de relatos (Aguas negras: antología del relato fantástico, de Alberto Manguel, en Alianza, o Felices pesadillas, selección de terror de Valdemar) de un muy buen nivel medio, y capaces de encontrarle nuevos ángulos a géneros que consideramos ya conocidos, y también he leído los Cuentos completos de algunos autores (Graham Greene, J. G. Ballard), que me han parecido una manera muy interesante de abarcar la evolución narrativa de un mismo escritor, y una forma de lectura que repetiré en 2.016 (tal vez volver a leer los Cuentos completos de Borges, o leer todos los libros de relatos de Bolaño otra vez, o las selecciones de Fogwill o Tobias Wolff de Alfaguara, todos ellos libros de los que nunca me despego demasiado, tal vez releer a Poe, a quien creo que no leo desde los 15 años, de momento ya me compré los Cuentos completos de Bernard Malamud, debería ser el primero, para evitar ir acumulando libros de manera innecesaria en casa).

Entre mis lecturas preferidas hay dos autores de los que he elegido un libro suyo entre mis mejores lecturas desde 2.012, cuando los probé por primera vez (Don DeLillo y J. G. Ballard), y a los que seguiré leyendo. Después de algunos intentos, he llegado a disfrutar realmente de dos autores llamemos difíciles pero muy valorables una vez he entrado en su mundo: En el culo del mundo de Antonio Lobo Antunes y Señales que precederán el fin del mundo, de Yuri Herrera. Hay más autores españoles de lo que esperaba, y teniendo en cuenta que leo bastante más literatura anglosajona y en general extranjera que española, me sorprende ver tantos libros españoles entre los mejores que he leído, lo que supongo que significa que precisamente por no acercarme demasiado a ella, selecciono mucho más lo que voy a leer. Destaco especialmente como descubrimiento a dos autores a los que he llegado supongo que venciendo prejuicios y a los que quiero seguir leyendo: Gonzalo Torrente Ballester y Max Aub, quienes creo que están bastante olvidados de una forma bastante injusta.

No suelo leer demasiado ensayo, pero este año sí lo he hecho, tanto de temática sociológico – económica (Indies, hipsters, gafapastas, historia de una dominación cultural, de Víctor Lenore, La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo, de Gilles Lipovetsky, Chavs, la demonización de la clase obrera, de Owen Jones) como más cercana a la literatura y su práctica (Presencias reales, de George Steiner, Los mecanismos de la ficción, de James Woods, Sobre literatura, de Umberto Eco, Mientras escribo, de Stephen King, El escritor y sus fantasmas, de Ernesto Sábato).

Veo libros que no acaban de estar en géneros definidos, una literatura que siempre me ha interesado y por dónde creo que crecerá el futuro, por las difusas fronteras entre la narrativa, las formas memorialísticas y el ensayo, y dentro de la literatura de género negro a la que soy bastante aficionado, el descubrimiento más destacado fue Cold cold ground, de Adrian McKinty, un libro ambientado en el Ulster en la época del IRA. Este año no he leído ningún Ellroy ni a ningún peso pesado. Un par de Connollys, algún Simenon, autores que siempre me gustan. En ciencia ficción, dos buenos libros de Philip K. Dick (El hombre en el castillo y Fluyan mis lágrimas, dijo el policía), de quien hablé hace poco. He leído más clásicos y más rusos (Almas muertas, de Nicolai Gógol, El maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov) que en otras ocasiones, y quiero seguir con la tendencia.

1. El día del Watusi, de Francisco Casavella, Ediciones Destino: Leí El día del Watusi en marzo. Mi mes de marzo sólo tiene apuntadas dos novelas, y seguro que leí más cosas, pero El día del Watusi es una de esas lecturas que absorbe toda la luz a su alrededor. Estoy por decir algo así como que es la mejor novela española de las dos últimas décadas. O de las tres últimas. No sé. No lo he leído todo en esos años, obviamente. Pero tampoco los que sí han elegido las mejores novelas de esa época. ¿Por qué me gustó? Porque tiene fuerza, autenticidad, chulería, potencia literaria, buen oído con el lenguaje, estilo, ambición. El día del Watusi es una novela de mil páginas de la que han dicho que resulta desequilibrada. Y muy probablemente lo sea, pero ese no puede ser su defecto. Su principal defecto es que no tenga otras doscientas o trescientas maravillosas páginas de desequilibrios. Porque retrata un mundo desequilibrado y la novela no puede estar perfectamente medida para hacerlo. El día del Watusi se publicó originalmente a partir de 2.002 como una trilogía. Tres novelas que giran principalmente, a mi entender, alrededor de la creación del mito. La novela está poblada de vividores que se creen sus mentiras y que venden motos sin parar. Y Casavella lee en las entrañas de Barcelona toda esas mentiras del pasado que construyeron su presente. Y quien dice Barcelona dice también España. Y quien dice mentiras dice política, y podríamos hablar de la cultura oficial, y puede leerse el trasfondo de todo eso que se llama la transición. La novela no tiene ni una página de desperdicio. Todo el mundo debería leerla. Dicen que quienes la leen se convierten al casavellismo. No me extraña que con un libro así escrito, así de ambicioso y así de crítico, Casavella no fuera el más popular de ninguna fiesta. Porque estuvo cerca de los del Kronen pero no fue de ellos. Ni por supuesto hubo un rincón para él en la oficialidad de la narrativa española. Sólo tuvo algo de reconocimiento cuando ganó el Nadal con Lo que sé de los vampiros (otra excelente novela, por cierto, aunque no tanto, mucho más medida, pero una de las pocas novelas históricas, si lo es, que me han gustado), poco antes de morir demasiado joven. Lo peor de este libro es pensar que Casavella no vaya a poder escribir nunca otra obra así. Cómo destaca un libro así entre el conformismo dominante en la narrativa española.


2. Diarios de las estrellas, de Stanislaw Lem, Alianza Editorial: Lem es uno de los principales escritores de ciencia ficción del siglo XX. Con la particularidad de haberlo sido desde detrás del telón de acero. Un autor del que Philip K. Dick llegó a decir que no existía, con todo lo que eso supone. Diarios de las estrellas relata los distintos viajes de Ijon Tichy en el tiempo y el espacio. Lem se sitúa en la gran tradición de la sátira desde la fantasía. Llevando a Tichy a otros mundos, aprovecha para criticar todo lo criticable de ese ser humano que habita y destroza la Tierra. Los textos del libro son relatos, se ajustan razonablemente a los parámetros de la ciencia ficción, pero sobre todo son reflexiones culturales y filosóficas de altísimo nivel. Lem disecciona el alma humana con un fino bisturí, y completa un libro divertidísimo, brillante, imposible de olvidar, adictivo.

3. La gallina ciega, de Max Aub, Alba Editorial: No hace demasiado que reseñé La gallina ciega.
Destaco especialmente su modernidad, su frescura, su visión crítica del postfranquismo que se estaba forjando en 1969 en España. Destaco que sea un libro de un importante autor español del siglo XX que ofrece una visión de la literatura mucho más contemporánea (mucho más en la línea de lo que se hace en el mundo) que lo que sigue considerando la literatura española a seguir, conformista, complaciente, que toma sus referencias en ella misma y así nos va.


4. Cuentos completos, de J. G. Ballard, RBA: Me lo compré el Día del Libro y me ha acompañado como lectura espaciada y continua prácticamente desde aquel día hasta el final del año.
En Ballard, y se ve perfectamente en sus relatos, tenemos la combinación de un profeta crítico con un prosista magnífico. La mayoría de escritores que me interesan son autores que siempre dan vueltas alrededor de unos pocos temas que se repiten. A lo largo de estos 95 relatos podemos ver la evolución y las circunvoluciones de un autor que siempre tenía algo importante de lo que advertirnos y una manera interesante de decírnoslo.

5. La piel, de Curzio Malaparte, Edición de Círculo de Lectores: Malaparte pertenecía a ese mundo intelectual que se generó entreguerras. Soldado raso en la primera, ideólogo del primer fascismo italiano, creador de revistas, eso que hoy en día se llama agitador cultural (un término bastante más descafeinado, por suerte en muchos aspectos), oficial en la segunda guerra mundial, encarcelado, cayó en una deriva ideológica que lo llevó hacia el maoísmo. Y entre medias escribió algunos libros magníficos por lo que cuentan. Desde luego éste lo es. Un libro de una densidad increíble, en el que cada línea transmite una gran cantidad de información y matices. Uno de esos a los que uno se traslada a vivir mientras lo está leyendo. http://cuentospendientessre.blogspot.com.es/2015/12/cuentos-pendientes-de-diciembre.html

6. Experiencia, de Martin Amis, Anagrama: Martin Amis escribió la que me parece una de las mejores novelas contemporáneas, La información. He leído otras novelas suyas muy buenas (Dinero, por ejemplo) aunque no de tanto nivel. Y he leído otros libros suyos que me han parecido insuficientes, siempre medidos desde el patrón de La información. Desde el mes de junio mediré sus libros (me han hablado muy bien de Campos de Londres, y está pendiente) en comparación con La información y también con este magnífico libro, Experiencia. Experiencia es un libro de memorias, o algo así. Amis no es seguramente el mejor escritor de su generación, aunque parece que él lo cree (no sé muy bien quién es el mejor escritor de su generación, la verdad, pero tengo claro que la anterior, la de los Roth o DeLillo les gana en fuerza y profundidad), pero sin duda es un gran prosista. Una página cualquiera de uno cualquiera de los libros de Amis que he leído tiene una calidad prosística muy alta. Amis es un estilista, y lo sabe, y reivindica a los estilistas, sitúandose en la estela de los Bellow (aunque considero que Bellow es un autor menos brillante pero mucho más fluido narrativamente que él) o Nabokov. Experiencia, las memorias de un hombre que apenas pasaba de los cincuenta años en el momento de escribirlas, nos regala imágenes y escenas dotadas de una gran viveza gracias a esa excelente prosa. Amis va repasando su experiencia vital, y la literaria, muy difícilmente desligables, desde su juventud de estudiante, hijo del novelista Kingsley Amis, casado en segundas nupcias con otra escritora. Habla de sus maestros, y de su padre. Habla de cómo escribió su primera novela, y de cómo se casó, de cómo tuvo hijos y su dentadura se fue pudriendo. Habla de muertes y reconstrucciones mandibulares. Habla de libros que triunfaron y amigos con los que se peleó. Habla de escritores a los que siempre admiró. De malentendidos y penas. De más libros. De Londres y Nueva York. De la relación con su padre. Del alcohol y la marihuana. De las modas. De las vacaciones en España. De los viajes. Del oscuro mundo de los agentes literarios. De la envidia. De la camaradería. De las ganas de seguir escribiendo. De la presión que supone creerse el mejor escritor del mundo. De lo que pasa cuando posiblemente, siendo un excelente escritor, no se es Bellow o Nabokov, como uno querría.

7. Libra, de Don DeLillo, Ediciones Austral: Este ha sido mi principal DeLillo del año. Una de sus cuatro grandes novelas. La gran novela sobre la mentira y la teoría de la conspiración por excelencia, la del asesinato de JFK. Igual que decía de El día del Watusi (quizá no sea casual que las dos únicas novelas sobre las que tengo anotaciones en el mes de marzo sean aquella y esta), creo que es una novela que se construye sobre la propia idea de la creación del mito. Y que no nos permite olvidar que al principio del mito, de cualquiera, con connotaciones religiosas o no, estuvo la mentira. No me extrañaría nada que Casavella hubiera sido un atento lector de Libra y de Submundo, quizá las dos novelas en las que el universo de DeLillo se deja fascinar más (y fascina más a sus lectores) por todo lo que no nos cuentan, por la penumbra, ya que DeLillo trabaja mucho más con la sombra que con la luz. Como ya dije en su momento, todo DeLillo es recomendable, es un autor al que cualquier lector dispuesto a dejarse deslumbrar por la gran literatura debería acercarse, aunque quizá Libra, como Submundo, no sean las más adecuadas como primer acercamiento. http://cuentospendientessre.blogspot.com.es/2015/10/el-planeta-delillo-iii.html
8. Felices pesadillas, relatos de terror de la Editorial Valdemar: Felices pesadillas es uno de los libros más conocidos de la que probablemente sea la editorial de referencia del género de terror y fantástico en España, Valdemar. El lector que se acerca a colecciones como El club Diógenes o Gótica sabe qué puede esperar, casi siempre libros de calidad. Felices pesadillas, publicado por primera vez en 2.003, recoge en casi mil páginas 40 relatos de 40 autores diferentes, la mayoría anglosajones, elegidos entre lo mejor del catálogo de los primeros 15 años de la editorial. La mayoría de los relatos se encuadran en la línea del relato gótico del siglo XIX, estén escritos en ese momento o después. Están los autores clásicos esperables. Y he leído con gusto a autores cuyos relatos no conocía, aunque sí sus novelas más populares (R. L. Stevenson, Bram Stoker, la editorial Valdemar tiene también algunas colecciones de relatos completas muy interesantes, estén más o menos cercanos al género). He leído autores de relatos clásicos a los que no había leído desde hacía mucho tiempo (E.T.A. Hoffman, Maupassant; aunque su cuento creo que es de los que menos se acerca al concepto de terror; Poe, de quien no recordaba lo bueno que me ha parecido en esta lectura Los hechos en el caso del Señor Valdemar). He leído un conocido cuento de fantasmas de Dickens (El guardavías) y uno de Wilkie Collins que es sobre todo un relato de misterio. Hay un relato clásico muy famoso: La pata de mono, de W.W. Jacobs, de quien muchas veces he oído decir que era un mal autor al que le salió una vez una historia redonda, ésta, que sin duda lo es. Uno de los cuentos que más extrañan en la selección es Ante la ley, de Kafka. Yo personalmente siento terror ante la burocracia y sus errores y sinsentidos, y supongo que por ahí va la idea. Están, aparte de los relatos que se salen más de lo canónico, todos los temas esperables en una selección de relatos de terror. De ellos, como bloque temático, quizá los que más me han gustado son los que se acercan al mundo vampírico. Pero lo mejor de estas antologías es que también nos dejan a los lectores una puerta abierta a autores que no conocíamos, en mi caso M. R. James o Le Fanu, aunque según parece son autores que los buenos conocedores del gótico del XIX tienen entre los básicos. Sigo sin verle la gracia a Lovecraft, con perdón de su legión de adoradores. Me gustó mucho el relato de género de Balzac, escritor realista donde los haya, y de los autores más recientes el más interesante sin duda es el relato de Richard Matheson, Grillos, que me decidió a buscar una selección de sus cuentos, también en Valdemar.

9. Mientras escribo, de Stephen King, Editorial DeBolsillo: Dentro de la serie de libros sobre literatura y el ejercicio de la escritura, tanto teóricos como centrados en el oficio y vida del escritor que he leído este año, puesto a elegir uno, elijo éste. Porque me parece el más sincero y el más accesible. Porque es divertido y podrían leerlo los alumnos de secundaria. Porque de él podrían aprender muchos escritores que miran a Stephen King por encima del hombro. King nos muestra lo que sabe del oficio, sin dejarse nada escondido. Y lo hace con buen oficio, sin tratar de impresionar a nadie, como sus obras de ficción, repitiendo mil veces que lo principal es leer y escribir. Tiene consejos útiles y tiene posibles relecturas. Es una lectura ágil y con interés para escritores, para aspirantes a escritores y en general para lectores, sean seguidores del autor o no.
10. Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo, Tusquets: Me gustó mucho esta novela escrita en 1.996 por su falta de ubicación dentro del canon de los principales caminos de la literatura española. Leí este libro y pensé eso que no deberíamos pensar pero que no puedo evitar pensar muchas veces cuando alguna obra me está gustando así: no parece española. Antonio Orejudo se parece a Rafael Reig, sus Fabulosas narraciones me recuerdan al Manual de literatura caníbal, y ahí acaban las referencias que encuentro entre sus contemporáneos. Orejudo se muestra aquí como un autor ambicioso, un lector potente que ha decidido revolver cánones y convenciones, dispuesto a provocar con su primera novela, siendo un desconocido. El hecho de que una novela se reedite más de una década después de su primera edición es síntoma suficiente del interés de quienes la leyeron en su momento. Muchos de los cuales dejaron rastros y recomendaciones que llevaron a otros a buscarla, para encontrar durante un tiempo muchas dificultades para dar con ella. Ahora incluso está en bolsillo. Todos los lectores de esta novela con los que me he encontrado coinciden en que es un libro que no deja indiferente. Y en general gusta bastante. Fabulosas narraciones por historias nos acerca a aquello que se llama la edad de plata de la cultura española. En un paisaje por el que transitan como personajes Lorca, Buñuel, Juan Ramón Jiménez y tantos otros, sigue las aventuras de tres aspirantes a literatos en la famosa Residencia de Estudiantes. Es un libro divertido, ácido, crítico con lo que era, es y será, me temo, el mundillo literario. Vemos cómo se limosnan recomendaciones, cómo se alaban medianías, cómo se asiste a conferencias de unos para fastidiar a otros, cómo el artista debe vencer la incomprensión social. Y vemos cómo algunos enloquecen ante la falta de reconocimiento. La literatura desemboca en el terrorismo menos veces de las que cabría esperar, viendo libros como éste. Le aplaudo a esta obra por ser atrevida, faltona, por meterse con santones de la literatura española a los que los novelistas actuales siguen citando en sus oraciones cada vez que presentan una nueva novela. Echo de menos esa mala leche en mucha de la literatura contemporánea española. Echo de menos que los profesores de instituto dejen de citar todos las mismas novelas del siglo XIX como las cimas insuperables de la literatura española. El ritmo es muy ágil, el lenguaje está muy pulido, la estructura encaja perfectamente, y durante toda su lectura no nos abandonará una sonrisa. Muy recomendable.

Espero que os animéis a leer alguno de estos libros durante el próximo año.

Os deseo un feliz 2016 lleno de buenas lecturas.

Volveremos a encontrarnos en enero.

Sr. E

domingo, 20 de diciembre de 2015

Cuentos pendientes de diciembre

Lecturas de diciembre:

En diciembre he leído dos novelas que no puedo calificar de menos que excelentes (Almas muertas y La piel), he terminado al fin con los Cuentos completos de Ballard, creo que una de las lecturas que más han marcado mi 2.015, he disfrutado con una muy buena entrega de John Connolly, El invierno del lobo, y otros libros interesantes. También he releído uno de mis libros preferidos de uno de mis autores de referencia, La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán. Después de votar y antes de dedicarme a seguir desde las ocho los resultados, quería dejar cerradas las reflexiones sobre lo leído en diciembre, consciente de que con este día y esta semana que vendrá de hipótesis sobre pactos de gobierno, seguramente nadie vaya a acercarse por aquí.
Para la próxima semana, seguramente el fin de semana, quiero publicar una reflexión sobre las lecturas de 2.015 y una lista con los diez mejores libros que leí este año (he dejado que se adelanten los suplementos habituales con sus previsibles listas habituales), algo que vengo haciendo de manera más o menos informal desde algo así como 2.007 y que por primera vez pondré en público.



La piel, de Curzio Malaparte, Edición de Círculo de Lectores: Mi primer Malaparte ha sido una de sus obras más conocidas. La piel es una novela dura. Es una novela que se cruza literariamente con la forma de las memorias. Un narrador que es el propio Malaparte nos cuenta los meses posteriores a la derrota de la Italia fascista en la ciudad de Nápoles. Malaparte habla de la peste que se ha apropiado de una de las ciudades más antiguas del Mediterráneo desde que la ocupan americanos vencedores. Una peste que corrompe el alma y los ha dejado dispuestos a hacer cualquier cosa por tal de sobrevivir. Claro que como se deja ver a lo largo del libro, ese es el estado natural de los napolitanos y de muchos europeos, el de sobrevivir a cualquier precio, a costa de quien sea necesario. Malaparte se otorga el papel de personaje literario y dota a ese personaje de las cualidades de un refinado miserable. El Malaparte que se pasea por las páginas de La piel es culto, habla idiomas, conoce la literatura y la filosofía, entiende el mundo, sabe moverse por él, pero también sabe ser zafio y cruel. Y hasta un traidor. Aunque incluso en la piel de un traidor o un bellaco mantiene un cierto código de honor. Hasta los malos de las novelas y las películas de los años 40 seguían un código de honor. Eso lo sabemos todos los que hayamos visto películas en blanco y negro de la época. La prosa de Malaparte es muy potente, y es, por seguir el símil con el cine, una prosa que se expresa en un blanco y negro lleno de matices. Una prosa que se devora aún a sabiendas de que en algunos momentos duele y apesta. Malaparte tiene escasa fe en el ser humano. Sobre todo en el ser humano que no ha sido derrotado. Ese está dispuesto a cualquier cosa por tal de salvar la piel. Con una filosofía tan negativa, pero tan aplicable en algunos análisis todavía hoy, en una situación que no es de guerra pero en la que se generan perdedores constantemente en tantos órdenes de la vida, el libro de Malaparte acaba despertando al lector crítico que tenemos dentro y que se siente atraído y a ratos cercano a ese Malaparte que no se acerca a los comportamientos de la masa y está dispuesto a mantenerse, en los momentos en que la mayoría corre a sumarse a las victorias, del otro lado, el de los que pierden. Los que pierden porque no pueden hacer otra cosa, porque no saben hacer otra cosa, quizá, poniéndonos fatalistas, porque nacieron para perder una y otra vez, aunque a veces traten de engañarse y engañar a unos cuantos oficiales americanos convenciéndose de que han elegido volver a caer.


Cuentos completos, de J. G. Ballard, RBA Ediciones: Ha sido uno de mis proyectos de lectura principales a lo largo de 2.015. He llegado hasta el final de sus páginas satisfactoriamente extenuado. Con la sensación de haberle sacado mucho a la obra de Ballard. Y con la sensación de que es uno de los autores fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Los cuentos completos siempre dan la oportunidad de ver a un autor evolucionando, dejando etapas atrás y afianzándose en obsesiones. Las obsesiones de Ballard son fronterizas con lo más enfermizo de la sociedad en lo que respecta a las relaciones de poder, al sexo, a la enajenación del individuo en ambientes hostiles, sean estos abiertamente hostiles o de indiferencia hacia la realidad personal, o sencillamente entornos automatizados en los que la relación humana se desdibuja. Ballard es considerado todavía por muchos un autor de ciencia ficción cuando lo cierto es que si lo podemos considerar todavía algo así, como autor de relatos (como autor de novelas creo que el calificativo es aún menos acertado), es de manera secundaria. Casi circunstancial. Algunos relatos de Ballard, es cierto, sobre todo al principio, pueden considerarse de ciencia ficción. Porque transcurren en el futuro, o en otros planetas, o en el espacio. Pero como Ballard mismo decía, la mayoría de sus escritos se desarrollaban en el espacio interior. Y ese es exactamente el lugar en el que se desarrolla también gran parte de la gran literatura, y nadie diría que Crimen y Castigo es ciencia – ficción. Y no debería decirlo aunque Dostoievski la hubiera situado en una futurista ciudad rusa del año 2114. Ballard habla de celos enfermizos, del crecimiento de los problemas, de las fantasías de control, del miedo a ser controlado, de la sociedad armada, de la hiperviolencia. Esa hiperviolencia se hace a veces más indigesta porque Ballard es un gran prosista, y ciertas verdades contadas con cierto estilo duelen más. Para Ballard no hay tema sobre el que no se pueda escribir. No hay nada sagrado para él. Hasta hace un relato humorístico (básicamente) sobre el asesinato de uno de los santos laicos del siglo XX, Kennedy, en el famoso El asesinato de John Fitzgerald Kennedy cosiderado como una carrera de automóviles cuesta abajo. Pero no lo hace, ni mucho menos, desde la frivolidad. Ballard es un escritor político en el mismo sentido en que lo es DeLillo o lo es Houellebecq. Porque algunos de sus textos hacen frontera con el terrorismo literario, el que cuestiona las verdades políticas del momento (Reagan por ejemplo aparece explícitamente en dos relatos: Por qué quiero joder a Ronald Reagan y La historia secreta de la Tercera Guerra Mundial; me imagino que a Thatcher tampoco le tendría un gran aprecio). Porque miraba a su alrededor y señalaba charcas. Y veía que en esas charcas inmundas podían crearse, más bien antes que después, nuevas formas de vida que no serían particularmente deseables. Cuando vi por primera vez la serie Black Mirror pensé: joder, es como un relato de Ballard. Y cuantos más capítulos veía más se acentuaba esa sensación. Ballard es un escritor profundamente perturbador que se iba adelantando a su tiempo. Pero no es sólo un escritor de ideas incómodas que no perdonaba una sociedad bienpensante convencida de que el progreso técnico, sin más, traerá el progreso social, como por contagio. Ballard cuestiona esa verdad, cuestiona la globalización y cuestiona el capitalismo neoliberal. Y lo hace de la manera más eficiente. Evitando ser panfletario, sino construyendo historias sólidas que van mostrando los claroscuros. Como Cuentos completos que son, muestran que algunas de las colecciones de Ballard de los que vienen eran mejores que otras. Yo destacaría especialmente los relatos que vienen de Vermilion sands, Exhibición de atrocidades y Mitos del futuro próximo. Eso ya debe dar del orden de 40 relatos recomendados. Y en total son 95. No hay ninguno malo o que resulte insustancial. Los relatos no vienen ordenados por colecciones, pero pueden consultarse fácilmente en Wikipedia a qué colecciones pertenecían originalmente. Destaco el hecho de que Ballard fuera durante toda su vida autor de relatos, que no los abandonara para lanzarse a la novela en exclusiva, sino que complementara ambas facetas. Y que fuera autor de colecciones de relatos, no exclusivamente de piezas sueltas destinadas a revistas. Son dos detalles que suelen dotar de coherencia interna un libro de relatos completos. Lo recomiendo vivamente. Por si cabe hacerlo aún más atractivo, el prólogo, del propio Ballard, también merece sin duda una atenta lectura (pese a comparar, a mi juicio desafortunadamente, a los buenos cuentos con la calderilla del tesoro de la ficción, lo que dice como algo positivo, pero no deja de colocar a los cuentos al nivel de la calderilla, querida y necesaria pero de escaso valor), pues descubre algunas claves de su escritura y obsesiones, sus cuentistas preferidos (Borges, Bradbury, Poe) y que su escritura primera fue la mayor de las partes en forma de relato, pues muchas de sus novelas surgieron de relatos primigenios.


Los años indecisos, de Gonzalo Torrente Ballester, Editorial Planeta: No voy a definirme como un profundo conocedor de la obra de Gonzalo Torrente Ballester, porque ciertamente no lo soy. Dicho lo cual, es un autor del que todo lo que he leído me ha interesado. Desde que leí sin entenderla demasiado La saga/fuga de J.B., hace muchos años (quiero releerla en algún momento), me he acercado a algunos de sus libros, mayores o menores. Lo mínimo que he sacado de sus libros es un agradable rato de lectura, y eso es lo que también he obtenido con éste. Los años indecisos describe los años de formación de un periodista con aspiraciones literarios de provincias, el cual va conociendo la vida nocturna, las cantantes de los cafés, las prostitutas, las rencillas provincianas, las pequeñas miserias, los noviazgos sojuzgados, las aspiraciones literarias que no se cumplen, o nunca se cumplen lo suficiente. Por edad y situación cronológica ese personaje tiene mucho que ver, probablemente, con el joven Torrente Ballester, y supongo que hay mucha memoria de juventud volcada en la construcción de ese personaje. La novela también es interesante pues muestra la realidad del viejo periodismo, un oficio sin más, sin una formación específica, rodeado de humo y nocturnidad. Torrente Ballester escribió esta novela con más de ochenta y cinco años, ya lejos de sus obras principales, pero todavía con un dominio técnico envidiable. La historia fluye, no vamos a decir que deslumbra o sorprende, porque no lo hace, pero sí acompaña. Siempre he visto a Torrente Ballester, en sus fotos de mayor, como un Saul Bellow patrio, dicho esto desde la admiración que en general me despierta Bellow. Esta novela vale para recordarnos que hace veinte años un señor de más de ochenta y cinco escribía como un Saul Bellow gallego, un escritor verdaderamente de su tiempo, no como todos los autores dedicados al costumbrismo de mesa camilla en el que la corriente principal de la literatura español parece encharcada, y tan contenta de haberse conocida. Un libro fácil de leer, sólido, que da algunas pinceladas interesantes sobre la pequeña intelectualidad provinciana de los años 30. Un libro que da para pensar que a muchos autores a los que se apunta con los premios oficiales desde hace casi 30 años, opositores a la gloria chica, se les hubiera alabado insistentemente por poco más que esto, que no deja de ser una novela muy menor de un verdadero autor con poso al que me parece que los años han ido olvidando más de lo que sería justo.


El invierno del lobo, de John Connolly, Editorial Tusquets: El invierno del lobo es de momento la última entrega traducida de la serie de novelas del detective Charlie Parker. Después de unas novelas bastante irregulares (en mi opinión, desde Los amantes el nivel estaba un poco bajo, en comparación con la obra del propio Connolly, no con esos engendros que a veces tratan de colocarnos en los suplementos de libros como novela negra de calidad; a la mayoría de esos Connolly les sigue dando cien vueltas en sus libros malos), El invierno del lobo es definitivamente un buen Parker. Dos desapariciones de personas que viven en la calle llevan a Parker a husmear a un pequeño pueblo aislado en Maine, Prosperous. Estos pueblos idílicos a primera vista pero tan desasosegantes a partir de la segunda mirada se parecen cada vez más a algunas comunidades ideadas por Stephen King, no en vano también vecino de Maine, como Connolly durante gran parte del año y su personaje Parker. Parker es experto en merodear y despertar los recelos de quienes desean mantenerse ocultos. Esta vez el intento casi le cuesta la vida, todo quede dicho. Prosperous es un viejo pueblo de costumbres muy cerradas fundado por una pequeña secta anglicana que se trajo su propia iglesia desde Inglaterra. Fanáticos religiosos, seres oscuros cuya naturaleza nunca parece exclusivamente humana, vengadores que van tras Parker y sus amigos desde hace libros, los seres a los que estos también persiguen desde hace muchas entregas, en definitiva, los ingredientes clásicos de sus libros. Pero tratados con intensidad, enfrentando a Parker a las fauces de la bestia otra vez, de dónde recibe esta vez alguna dentellada seria. Los cabos siguen sin cerrarse pero dibujan cada vez un cuadro general más turbio, en el que las conexiones entre todos los enemigos de Parker, y esos que no son enemigos pero desde luego no son aliados, van dibujando un camino nada definido todavía hacia un centro común al que parece que unos obeden y que parece que otros pretenden dominar. No sé cuántas entregas de la serie quedan, ni si Connolly lo sabe o va a estirar la historia mientras le resulte rentable, pero elija lo que elija, mientras el nivel sea el de último libro, pese a que sienta que juega conmigo y que a veces fuerza la verosimilitud (en el sentido narrativo, en el otro ya sabemos el universo por el que camina Parker, lleno de demonios, ángeles caídos y fuerzas ocultas) más de lo recomendable, pese a ciertos manierismos en los que cae, seguiré atento a las andanzas de quien ya es un viejo amigo.



Almas muertas, de Nikolai Gogol, Alianza Editorial: Almas muertas es considerada la primera gran novela rusa. La precursora de todo lo que entendemos que conlleva el concepto de novela rusa del siglo XIX. Almas muertas es previa a Tolstoi y Dostoyevski, y no alcanza la profundidad de las grandes novelas que llegarían hacia la segunda mitad del siglo, pero ya anuncia algunas de sus claves. Almas muertas fue escrita publicada con una gran polémica, pues era un libro muy crítico con la sociedad rusa de su época. Critica las diferencias sociales entre las clases, los privilegios de algunos estamentos, y las costumbres del hombre ruso y su Estado. Parece que Almas muertas iba a ser una novela mucho más larga, ya que la edición que hoy en día conocemos es básicamente la primera parte de lo que iban a ser tres, pero Gogol, al final de sus días quemó la segunda y tercera parte, y sólo quedaron restos y notas. La edición que he leído, de Alianza, presenta esas segundas y terceras partes parciales como una segunda parte que sigue la primera parte, la que cuenta la historia principal. En esta historia principal, Chichikov, el protagonista, va por una región rusa negociando con terratenientes dispuestos a vender la compra de siervos. Esta es una de las primeras realidades históricas que refleja la novela, ya que los siervos no abandonarían su esclavitud hasta algunas décadas después, y se ve cómo se negocia abiertamente su compra y venta. Lo que hace particular a Chichikov es que no pregunta por siervos que puedan serle útiles para trabajar las tierras, porque básicamente no tiene tierras. No es tanto alguien que necesite mano de obra como alguien que quiere dárselas de importante en la capital, llegando allí presumiendo de su gran número de siervos, para impresionar a los funcionarios del gobierno y conseguir ayudas y prebendas. ¿Y cómo ha pensado hacerlo? Poniendo a su nombre a siervos que ya han fallecido, pero cuyo fallecimiento todavía no ha sido registrado en el censo. Chichikov compra así siervos de nombre, a precio de saldo, y le hace un favor a sus dueños, pues ya no deben pagar cuotas por ellos. Ventajas para todos. Las llamadas almas muertas. Como siempre que aparece un sinvergüenza en una ciudad, presumiendo de dinero y de traer nuevas oportunidades de negocio, muchos le abren las puertas esperando sacar provecho. Sin sospechar, al principio, que es Chichikov el que pretende aprovecharse de ellos. Y lo hace, claro, pero algunos empezarán a sospechar de él y de sus intenciones.



Cómo no escribir una novela, de Howard Mittelmark y Sandra Newman, Editorial Seix Barral: Un libro divertido. Con falsos consejos para un escritor que pretenda escribir una novela que nadie quiera publicar ni leer. Consejos sobre construcción de tramas, personajes y estilo. Fallos y modos que tirarían para atrás al lector más imperturbable, profesional de la edición como lo han sido durante años los autores o aficionado al noble arte de abrir un libro. Si el lector del libro escribe, debe someter con ojo crítico sus textos al patrón de Mittelmark y Newman, y en cuanto encuentre la mínima similitud en alguna de sus páginas, eliminarla del archivo de su ordenador sin piedad. Aparte de la exageración, y admitiendo que toda regla está ahí esperando a ser violada, tampoco hay que olvidar que la transgresión de una norma no tiene sentido si no forma parte de un plan más general, y no es simplemente una acumulación de errores al tuntún. Da miedo, yéndonos a la realidad impresa, pensar en la cantidad de pasajes de famosas trilogías a los que nos remite la lectura de algunos de los párrafos inflados de errores de los autores.



Abandonos:

Los jardines estatuarios, de Jacques Abeille, Editorial Sexto Piso: Decía el mes pasado que me daba cierto miedo la comparación de este autor con Tolkien. No lo he visto especialmente relacionado con el viejo creador de la Comarca. Pero sí me ha acabado aburriendo como acabó aburriéndome la famosa trilogía. Los jardines estatuarios (las 100 páginas que he leído) me ha parecido demasiado consciente de sí misma. El autor maneja un simbolismo fácil de seguir en una zona extraña en la que hay jardineros que plantan y cuidan estatuas, y en la que se presenta una organización social bastante peculiar. Los paralelismos con la sociedad contemporánea me ha parecido que estaban demasiado subrayados, que más que escribir de un modo que pueda invitar al lector a leer de una manera fantástica o mágica y que él saque luego las conclusiones se le preparan trampas de pensamiento para que al leer ciertas cosas de aquella extraña región se diga: ah, esto es como … Que no digo que el autor lo hiciera de modo intencionado, y si lo hizo estaba en su derecho. Sólo digo que no entré en él.


Sociofobia, de César Renduelles, Editorial Capitán Swing: Este fue el ensayo estrella del año 2.013 en España. Y Renduelles ha saltado este año a una editorial con mayor difusión y ha escrito un ensayo creo que sobre construcción ideológica a través de la historia de la Literatura (me imagino que a través de algunas obras concretas). Me acercaré a ese libro porque me parece un autor con ideas interesantes. Sociofobia nos plantea que la sociedad actual nos lleva a desconfiar más que nunca de lo comunitario, lo social, y nos lanza en manos de lo individualista. Comparto la tesis. Comparto la tesis de que muchas veces las redes sociales crean en algunas personas la idea de estar formando parte de algo socialmente activo y útil pero que no es así. Conocemos a muchos que se sienten activistas por darle a un me gusta en facebook o retwitear una noticia. Pero me parece que el libro no acaba de plasmarlo con la suficiente claridad. Algunas ideas secundarias se embrollan y no dejan ver con claridad las principales. Algunas tesis no me parece que estén lo suficientemente razonadas, sino que se limitan a ser afirmaciones acopañadas de citas de filósofos un poco traídas por los pelos que tratan de darle fuerza a lo dicho. La fuerza que quizá por sí mismo no tiene. El libro no profundiza en las causas de este estado, ni la crítica construye otra alternativa. He leído el libro prácticamente al completo, pero me ha dejado la sensación de que podía haber sido mucho más redondo. Veo zonas que podrían haber sido mucho más ágiles y se hacen más confusas que complejas. Entiendo por qué mucha gente ha hablado de él estos últimos dos años, pero no sé si todos los que lo hacen lo han leído al completo. Creo que es un libro con una buena sinopsis. Tiene una sinopsis genial, que todos querríamos leer y que asumiríamos, pero esas ideas no tienen luego toda la fuerza que yo esperaba.


Relecturas: 

La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán, Editorial DeBolsillo: En la contraportada de este libro Vila – Matas presume de ser quien más veces ha leído este libro. Creo no pecar de exageración diciendo que lo he superado con esta última visita. Es uno de los pocos libros firmados que tengo, desde que en 2.009 coincidí con Fresán en el primer festival Eñe del Círculo de Bellas Artes (para el que había conseguido invitaciones ganando un trivial literario). Tuve que reducir mi frecuencia de visita a los libros de Fresán porque es uno de esos autores cuya manera de frasear y de hacer fluir las ideas se te meten en la cabeza y en la mano a la hora de escribir y contamina lo que estabas haciendo y lo deja al nivel de un mediocre imitador de. La velocidad de las cosas, como Vidas de santos, es un libro de relatos infinito. Principalmente porque las tramas no son claras, y saltan de relato en relato, y porque muchas veces no están siendo cuentos narrativos sino que se limitan a describir con maestría trozos de vidas exageradas e improbables. Ahora que he leído en El Cultural que parece que están preparando otro movimiento al que adherirse (el postcuento) y con el que tratar de empaquetar una serie de libros, los buenos y los malos, todos revueltos, y del que espero pronto un manifiesto altamente reivindicativo e inoperante, en contra de la dictadura de la unidad de acción que promulgaba Poe, de los esclavizantes conceptos de introducción, nudo y desenlace. Ahora, decía, que algunos se caen del caballo y dicen: “no vale escribir relato como en el siglo XIX porque resulta que estamos en el siglo XXI”, convendría que leyeran más a Fresán. Fresán ya hablaba de La velocidad de las cosas como de un libro mutante en 1.998, cuando se publicó por primera vez. Porque no está nada claro qué tiene de novela y qué tiene de relato. Y la verdad es que no sé por qué hay que imponerle a nadie cómo escribir, si le apetece a alguien escribir como Poe, adelante. Si quiere matar a Poe, adelante también. Pero ya está bien de sermonear y de oponerse a convenciones derribadas hace décadas. Porque basta leer a Fresán. Y a Foster Wallace. Y antes a Vonnegut. Y si a eso vamos, muchos textos de Borges o de Cortázar. Que lean La memoria de la especie, de Manuel Moyano, que es generalmente sin embargo un autor bastante narrativo en el sentido clásico, y digan que ha seguido recetas que le vienen impuestas (con lo que eso conlleva de idea ajena que uno nunca va a manejar con soltura). Que lean los relatos de Ricardo Piglia, de César Aira, de Mario Levrero o de Fogwill. De Samuel Beckett. E incluso de Kafka. Y hasta de Chéjov, en realidad, que muchas veces se acerca más al concepto pictórico de apunte al natural que al de relato con inicio y fin claramente definido. Que lean sobre todo, que no quería perderme en enfados inútiles, este magnífico libro de Fresán. Y cuando lo acaben que lo empiecen otra vez, por otro punto, otro punto cualquiera. Y así hasta que le hayan sacado la última gota de jugo. De Fresán aprenderán a irse por las ramas como modo natural de ser. Como yo, me temo, que como dice el argentino, he elegido para ir de A a B, de la presentación del libro a su recomendación, por la circunvalación de la Z. Sé que volveré a leer este libro y otros de Fresán pronto, a la espera de que publique nueva obra.



American gods, de Neil Gaiman, Editorial Roca Bolsillo: Gaiman es un narrador muy ágil. Cuenta lo que pretende sin que el lector se desvíe de la narración. Es un escritor muy ameno. Y para ser un escritor ameno, al menos de los que a mí me resultan amenos, hay que ser en primer lugar un buen escritor. No un buen juntaletras o un redactor decente, sino un buen escritor. Gaiman lo es de sobra. Y esta es probablemente su novela más ambiciosa. Es la más claramente adulta, y la más oscura. También es la más trabajada literariamente, y la más larga. Seguramente es el único de sus libros que no se puede encontrar entre la narrativa juvenil en las librerías (y tiene otros libros cuyo lugar natural creo que no es ése). En American gods se cruzan decenas de subtramas y personajes secundarios que van acompañando el periplo de Sombra por una América profunda que ha renunciado a sus viejos dioses paganos, los que se fueron al nuevo mundo para ser adorados allí, para ahora ser olvidados y reemplazados por nuevos dioses, básicamente el éxito y el dinero, que exigen prisas y competitividad. Pero algunos de esos viejos dioses han decidido luchar para seguir siendo lo que llevan siglos siendo, porque alguien ha decidido matarlos y que sean olvidados pero no quieren que sea así. Y han escogido a Sombra, recién salido de prisión, viudo reciente, traicionado, para que sea quien los ayude. Habrá serie de TV, que parece que es hoy en día la garantía de calidad de cualquier producto cultural. Espero que sirva para que muchos más lean este libro.


Me acercaré a:
Sombras sobre el Hudson, de Isaac Bashevis Singer: Premio Nobel de 1978. Único autor yiddish premiado. Una historia post holocausto. La vida que le queda a un grupo de supervivientes. Un tema que quizá se ha tratado muchas veces pero pocas desde ese punto temporal. Narrativa americana judía, una tradición que en general siempre me ha dado grandes alegrías como lector (Bellow, Roth, Salinger, Auster). Tenemos un tema y tenemos una tradición en la que insertarlo que creo que me interesarán. He leído que la novela no se publicó como tal hasta después de la muerte de Singer, que antes había sido una novela publicada por entregas en un diarios. Creo que si fue capaz de mantener la atención de los lectores durante seguramente un tiempo largo (en versión libro pasa de las 600 páginas) la construcción de la trama será atractiva. Confío en que sea una buena lectura navideña.

Sodoma y Gomorra, de Curzio Malaparte: Después de quedar fascinado con La piel quiero seguir leyendo a Malaparte. En la biblioteca encontré este libro de relatos. 8 relatos. En el que da título al conjunto parece que Malaparte pasea con Voltaire por encima de las ruinas de la Europa post – bélica. Me lo imagino como un paseo denso y que sin duda quiero espiar, para ver hacia dónde fueron y de qué hablaron.

El retorno del profesor de baile, de Henning Mankell: Hace siete u ocho años leí si no todas las novelas de Wallander sí la gran mayoría. Me acabaron cansando, pero en aquel momento me dieron buenos momentos de lectura. Quiero leer alguna otra novela de Mankell, algo que no sea de Wallander. Estuve curioseando por alguna librería y esta fue la que más me interesó. Creo que puede funcionar bien para vacaciones.

El geco, de Rafael Sánchez Ferlosio: El crítico Ignacio Echeverría (pero no sólo) insiste en la idea de que Ferlosio es el mejor prosista español contemporáneo. Creo que alguna vez en el colegio leímos Alfanhuí o algún fragmento de El jarama. No me dijo nada. Estoy seguro. Pero he leído últimamente un reportaje relacionado con la publicación de textos que Ferlosio compuso en los años setenta. Textos que se explica que fueron saliendo del retiro del mundo literario en el que parecía condenado a triunfar y alcanzar una posición preponderante. Pero se fue, se explica, a su casa, a estudiar gramática y profundidad y a tomar anfetaminas. Y a escribir tranquilamente bajo el influjo de las anfetaminas y el estudio obsesivo de la gramática. Claro, los periodistas describen la prosa de aquellos años como anfetamínica. ¿Para qué pensar algo más? Me interesa leer a alguien que un día decidió no coger el camino fácil y escoger otro cuando menos particular. El geco tengo entendido que recoge prosas y relatos de toda su producción, que funciona a modo de mejores páginas seleccionadas por el propio autor. Se me antoja la mejor manera de empezar con él.

Relatos de Alberto Laiseca: He visto recientemente una extraña película argentina: Cariño, voy a comprar cigarrillos y vuelvo. Está basada en un relato del tal Laiseca, que no sólo es el autor de la trama sino que aparece en varios momentos de la película cual deus ex machina explicando sus intenciones al escribir ciertas escenas. Me seduce la idea de un tío que se cuela en la película y va contando por qué el protagonista hace lo que hace (a menudo nos cuenta por qué el protagonista es tan idiota), y lo hace tranquilamente desde su despacho. Creo que en el fondo, todo escritor aspira a ser Dios. Y no se puede expresar de manera más clara que interrumpiendo la historia para decir: “yo pretendía … pero el idiota del protagonista …” No sé si será posible acercarme a sus relatos en las bibliotecas de la comunidad de Madrid, pero lo buscaré, me gustaría leerlo.

Hasta la próxima semana, cuando hagamos revisión y cierre del año.
Sr. E

sábado, 28 de noviembre de 2015

Cuentos pendientes de noviembre

Se acaba noviembre y ya me apetecía ordenar lecturas e ideas. Ha sido un mes productivo en cuanto a lecturas, bastante variadas y de muy alta calidad. Casi todos los libros a los que me he acercado han resultado interesantes, y en todos he aprendido algo. Raro es el mes (rara es la semana, prácticamente) en el que no empiezo un libro que abandono a las pocas páginas por sentir que no me va a apartar nada. Este mes eso apenas ha sucedido.

Destacando lo mejor del mes, acaban quedándome siete libros, variados: relato, ensayo político, novela clásica, ciencia ficción, españoles, americanos, rusos. Todos ellos recomendables. 


Lecturas destacadas del mes
Crematorio, de Rafael Chirbes, Editorial Anagrama: No había leído nada de Chirbes, aunque miraba de reojo Crematorio y En la orilla. La triste realidad es que sólo me decidí a leerlo este verano, después de su repentino fallecimiento. Me asombró, como a todos, esa cantidad de artículos de colegas que venían a decir cosas como: Chirbes no se dejó engañar. Chirbes hacía lo que quería hacer, no se había vendido. No como nosotros, parecían decir algunos. No sé si Chirbes no se vendió o es que a Chirbes nadie vino a comprarlo. Tampoco creo que se pueda decir sin faltar a la verdad que murió sin haber alcanzado el reconocimiento. Con sus dos últimas novelas había sido muy premiado y alabado por la crítica. Centrándome en la lectura: Crematorio se mete de lleno en los años de la burbuja, de la corrupción. Constructores que son como la mafia de las películas pero más zafios. La costa valenciana. Montañas de pisos de baja calidad para turistas vulgares. Me chirría un poco ese constructor que en realidad quería ser arquitecto y que mantiene unos gustos culturales y musicales que me parecen demasiado elevados. No me imagino a alguien que construya con tal soltura esos monstruos sin haber descuidado un poco más su alma. Me gusta mucho la construcción de los personajes de su familia. Chirbes es implacable con los socialdemócratas de salón que se ríen del constructor, se burlan de lo hortera de sus obras, critican lo que se está haciendo con el medio ambiente, pero todo sin dejar de chupar del bote que todos esos disparates llenaron. La novela es poderosa. Es rítmica. Te mece con su prosa. Los párrafos son densos, prolijos. No sé si es el estilo de todo Chirbes o es el estilo para esta novela. Para esta novela es el adecuado. Algo barroco, fallero. Me acercaré con interés a En la orilla en próximos meses.


Niños en el tiempo, de Ricardo Menéndez Salmón, Editorial Seix Barral: Siempre leo con interés a Menéndez Salmón. A veces me gusta más, a veces menos, pero siempre parece tener algo interesante que decir. No me pasa demasiado con novelistas españoles actuales. Leo siempre lo que sale de Balanzá, de Menéndez Salmón, de A. G. Porta, creo que de nadie más. He leído varias veces con el mismo escalofrío Derrumbe. Me inquietan sus cuentos. El corrector es fallida pero no creo que sea incoherente o innecesaria en su trayectoria. La ofensa no me pareció una novela tan buena como se dijo. La luz es más antigua que el amor me pareció muy interesante. Medusa me hipnotizó, quiero releerla. Llego a Niños en el tiempo pocas semanas después de leer que había ganado algún premio en América. Son 3 relatos largos. Relatos de infancias robadas. Leo el primero, La herida, a las siete de la mañana camino del trabajo. Me revuelve por dentro. Me lo trago del tirón y casi lo vomito. Nunca sé si los escritores con hijos deberíamos asomarnos a historias así. Menéndez Salmón lo ha hecho. Lo releo por la noche en casa, más tranquilo. Sigue doliéndome algo dentro en la segunda lectura. Menéndez Salmón es un autor expresionista. Paso al segundo relato, La cicatriz, al día siguiente. La infancia de Jesucristo. La que se quedó fuera de los evangelios. Con juego metaliterario incluido. Funciona. El juego y el relato, y la manera de acercarse a la infancia de Jesús de alguien que no cree en él. El tercero, La piel, cierra el triángulo. Me parece el más flojo. Bastante más flojo. Más juego metaliterario, sombras de los dos anteriores. No llega tan alto. Coge vuelo pero se cae. El libro, pese a ello, merece la pena de sobra. Leí la primera historia una tercera vez, poseído por ella.


La gallina ciega, de Max Aub. Alba Editorial: Max Aub fue un escritor de la generación del 27. Autor de relatos, dramaturgo, con los años transcurridos ha quedado sobre todo en novelista. Aub se fue al exilio después de la Guerra Civil (lo llevaron a un campo de concentración francés, concretamente, tres años después se fue al fin a México), y no volvió a España hasta 1969. Una breve visita, preparando un trabajo sobre Luis Buñuel. Max Aub vuelve a España para pasar unas pocas semanas y se encuentra con viejos amigos y viejos fantasmas. Durante esa visita escribe este diario. Max Aub se extraña de que nadie le recuerde. Pregunta en librerías, pregunta en universidades, a alguno le suena su nombre, pero nadie lo lee. Así sigue. Max Aub hoy en día es, con suerte, un nombre sobre el que se pasa en los cursos del instituto. Pero nadie lo lee. Es imposible encontrar El laberinto mágico en una edición de bolsillo. Ni La gallina ciega. Me parece injusto. Porque La gallina ciega me ha parecido uno de los mejores libros a los que me he lanzado este año. Lo he ido leyendo poco a poco, saboreándolo. Aub no parece un escritor español de los que salen en los libros de texto. Lo digo yo, que no suelo soportar los libros de esos autores. Es mucho más moderno que los Cela y Delibes y semejantes que yo he probado. Es mucho más moderno que muchos de los autores contemporáneos que dominan el panorama editorial desde la irrupción de la llamada nueva narrativa española. La gallina ciega juzga implacablemente la sociedad del último franquismo. Esa sociedad de la que nacería la transición, hoy en día tan cuestionada. Max Aub ya veía por dónde iban muchos de los movimientos en el mundillo cultural y político. Gente que no había movido un dedo en treinta años, que se había acomodado por ventajismo o cansancio, empezaba a colocarse en la casilla de salida. Habría que leer mucho más este libro para entender los últimos cuarenta años de historia. Y los cuarenta anteriores. Porque algunos que vivieron los primeros veían venir los segundos. Como Max Aub. Tantos años criticando el gusto patrio por las películas y novelas ambientadas en la Guerra Civil, con exceso de sentimentalismo y malos caricaturizables, y ahora estoy pensando en lanzarme a leer los seis libros de El laberinto mágico, porque creo que estarán lejos de ese maniqueísmo cómodo. Tengo que entrenar un poco para poder abarcarlos. Creo que me gustarán.


Chavs, la demonización de la clase obrera, de Owen Jones, Editorial Capitán Swing: La tesis es atractiva. La derecha neoliberal ha acabado con la clase obrera a base de ridiculizarla, hacerla parecer vaga, inculta, despreciable. La clase obrera, según la tesis principal del libro, ha sido presentada como chav (aquí en España serían canis, chonis …). Maleducados, dados a los embarazos adolescentes, vagos, acostumbrados al subsidio, … Nadie quiere ser de una clase obrera así. Una canción como Working class hero de John Lennon queda lejos. Nadie se reconoce como clase obrera desde la silenciosa revolución neoliberal de los ochenta. Lo que Owen Jones plantea es que el sentimiento de clase desapareció cuando dejó de haber industria, obreros y mineros. También dice que esos chavs son ridiculizados, algo que nadie hubiera hecho en los setenta con los punks. Obvia, a mi entender, que los punks eran per se personas politizadas, en lucha contra el sistema, mientras que ese estereotipo que ve telebasura, come mal, bebe y vive del trampeo no está luchando por la revolución precisamente. Owen Jones clama desde el desierto de la izquierda británica y señala todas las batallas que esta ha perdido desde la llegada de Thatcher al poder a finales de los setenta. Las que ha perdido y las que sencillamente no ha dado. Denuncia la complicidad a veces inconscientes de la izquierda denominada moderada, esa a la que la misma derecha aplaude por su responsabilidad, por no oponerse jamás a las reformas que proponen diciendo que son necesarias, los tontos útiles. Señala un plan diseñado cuidadosamente siguiendo las ideas de Milton Friedman. Había que acabar con cualquier pensamiento y sentimiento colectivo. La historia había terminado y no tenían sentido las luchas de clases. Ellos habían ganado y debía quedar claro. Y para que la victoria fuera más eficaz debía ser silenciosa. Se desmontaron los sindicatos británicos, se resistieron las huelgas mineras de la década de los ochenta, se criminalizó a los parados y a los pobres. Se les quitó la manera de ganarse la vida y se les criticó por haberse quedado en paro. Se crearon tópicos sobre la clase obrera que no la dejaban en buen lugar. Se hizo creer a todos que los que salían hacia delante lo hacían únicamente por su esfuerzo, y quienes se quedaban atrás lo hacían por no esforzarse lo suficiente. Como si ser hijo de una familia desestructurada en un barrio pobre en el que abundan las drogas no tuviera ninguna influencia en el fracaso escolar, por ejemplo. Se deshicieron comunidades. Se incitó a lo que los sociólogos acabaron llamando guerra entre pobres. Uno de los puntos clave que Owen Jones señala es que por primera vez en la historia la avaricia empezó a estar bien vista socialmente. Se supuso que si muchos perseguían su bien personal eso de alguna manera traería una mejora para todos. Se dio la vuelta a gran parte del sistema de valores dominante. Para ello se tergiversaron estadísticas. Se hizo categoría de casos particulares. Se persiguió que la clase media desconfiara de cualquier subsidio o subvención, y se azuzó el egoísmo. Seguramente Owen Jones tiene razón en muchas de sus percepciones. Seguramente hay que trazar los paralelismos entre Reino Unido, de un clasismo muy estratificado desde siempre y cualquier otro punto. Pero probablemente su tesis más interesante, aunque no aparezca más que de manera tangencial para apoyar otras ideas, es que esta nueva derecha neoliberal, que se presenta como desideologizada (cuando muy posiblemente son en muchas disputas los únicos que tienen una posición claramente ideológica), como la voz del sentido común, es muchas veces, además de perversa, idiota. Hay un ejemplo brillante, en el que Margaret Thatcher, ante el asombro de periodistas, explica que quiere desmontar unas centrales eléctricas para montar un parque de atracciones porque ese es el futuro. Seguimos oyendo anuncios de esos futuros. Hechos por los mismos que anunciaron otros futuros hace no tanto como para que se haya olvidado. Los que ahora tratan de traer el futuro en forma de plan de reforma para Campamento o Chamartín en Madrid. Hablando siempre de cientos de miles de puestos de trabajo. Jones insiste en que el único trabajo al que puede aspirar mucha gente desde hace un par de décadas es en un supermercado. Se trata de un libro que lleva a pensar en ciertas dinámicas automatizadas de nuestra sociedad. Lleva un par de años siendo una lectura cada vez más visible dentro de eso que se llama economía o sociología crítica. Quizá el reciente programa de Salvados en el que el autor aparece le dé un nuevo empujón. Creo que merece la pena echarle un ojo.



Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick, Editorial Booket: ¿Es un motivo suficiente para llegar hasta un libro su título? En este caso lo fue. Es cierto que K. Dick es un autor que me interesa, al que no he leído en profundidad, pero del que me han interesado hasta el momento todos los libros a los que me he acercado (las dos novelas del au
tor que he leído con más atención han sido Valis (si se puede considerar una novela) y El hombre en el castillo). Supe que quería leerlo desde que leí por primera vez su título, y han pasado al menos tres años hasta que al final he podido llegar a él. Hace cosa de un mes vi que al fin había salido una edición en bolsillo y me hice con ella. Cuando se estrenó Origen, de Christopher Nolan, leí a alguien que comentando la película decía: después de ver esta película no podemos negar que uno de los artistas más influyentes de los últimos cien años es Philip K. Dick. Y probablemente, por ser su influencia indirecta y poco consciente, es mucho más poderosa. Rodrigo Fresán y Roberto Bolaño insistían en que Dick es uno de los mejores autores americanos del siglo XX, géneros aparte. Y realmente tratar de encasillarlo como un autor de género es quedarse muy corto. Aunque se le suela clasificar como autor de ciencia ficción, y obviamente lo es, creo que es también, y quizá por encima de todo, un autor existencialista. No a la manera de Camus o Sábato, sino de una manera mucho más radical. Dick se plantea en todo lo que he leído de él si el mundo en el que habitamos es tal, o simplemente es un mundo en el que creemos habitar, como inocentes seres engañados. En Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, el protagonista, un famoso cantante y presentador de televisión, de repente, se ve expuesto a un mundo que parece idéntico al que conocía pero en el que nadie parece reconocerlo, a él, que hasta ayer era una celebridad. El contexto es de ciencia ficción, con drogas controladas por el poder que permiten llegar a casi cualquier sensación, un estado cuasi policial, algunas de los miedos constantes de Dick. El protagonista es un experimento humano, una evolución de seres artificiales que se cuestionan su existencia, otra de sus constantes. La prosa se despliega en párrafos enrevesados, fruto de una mente torturada por las drogas y la paranoia, la que mejor puede meterse en la mente de personajes como los que maneja. Hay hallazgos poéticos muy potentes y pasajes de acción y reflexión que se van alternando. El protagonista debe esconderse de un policía que a su vez vive lleno de secretos, y que acaba culpándolo de un asesinato. La novela es como todas las obras de Philip K. Dick una epopeya lisérgica. Me apetece volver a sus mundos de pesadilla pronto, pero tampoco demasiado pronto, seguramente aún me dedique a pensar en este libros unos meses antes de leer otro.



El maestro y margarita, de Mijail Bulgakov, Colección de Clásicos del siglo XX del diario El País: Todo el mundo sabe que esta fue una novela prohibida en la URSS. Como otras muchas. No se publicó hasta dos décadas después de ser escrita en pleno stalinismo. Lo que no sé si tanta gente sabe es que es una novela brillante, divertidísima. Yo no lo sabía. La tenía por casa desde hace un par de años y no me había animado a cogerla. Una noche sin nada particular que leer, y sin mucho tiempo para ello, porque ya era tarde, lo cogí de la estantería. Leí más de 100 páginas del tirón. Es una novela satírica. El diablo visita la URSS y se dedica sobre todo a malmeter y crear el caos entre los literatos de la oficialidad. Me he reído leyendo en la cama por la noche. Pocas páginas del siglo XX (soy consciente de lo grandilocuente de esta afirmación, sobre todo viniendo de alguien que no ha leído todavía a Proust, por poner solamente un ejemplo de la incompletitud de mis lecturas) alcanzan el vuelo mágico del pasaje en que Jesucristo se presenta ante Poncio Pilatos y niega tener ningún poder sobrenatural, achacándole todos sus problemas a ese recaudador de impuestos llamado Mateo que ha dado en ir detrás de él e inventarse historias y le está buscando la ruina. Pocas metáforas pueden situarnos tan cerca del borde del abismo de las infinitas posibilidades de la ficción imaginativa como imaginar que al margen de lo que cada uno crea de la naturaleza divina de Jesucristo, ni siquiera fuera un personaje parecido al relatado, sino una invención desmedida de un novelista palestino de su tiempo, que ha pasado a la historia como evangelista. Me ha encantado el retrato despiadado de ese sistema burocratizado de escritores que viven más pendientes de su posición en el escalafón que de ser buenos escritores. Y he pensado que inevitablemente sigue existiendo algo parecido, incluso en 2015, seguramente también en España entre los escritores a los que se les reparten los reconocimientos y las reverencias, como si estuviéramos en la URSS de la década de los 40 o la Albania que retrata Kadaré en los 60. Quizá incluso con el peligro que añade que una situación no sea tan visible y ridiculizable como la de las dictaduras.



Cambios de última hora, de Elena Alonso Frayle, Ediciones Baile del Sol: Elena Alonso Frayle y yo compartimos editorial, Baile del Sol, y desde que me llamaron para anunciarme la concesión del Premio Manuel Llano de Cuentos compartimos también esa muesca en el revólver (ella lo ganó en 2.013). Compartimos, me parece, sobre todo, el amor por los cuentos, y por los cuentos bien hechos. Al margen de la calidad que uno alcance luego como autor, los que nos dedicamos con verdadera entrega a la escritura, y particularmente a la escritura de ese género maravilloso que son los relatos, reconocemos enseguida a los autores que se acercan a ellos desde el máximo respeto y dedicación. Y aquí hay una muy buena autora. Los relatos recogidos en esta selección de Baile del Sol recogen relatos premiados aquí y allá, porque Elena Alonso ha ganado en los últimos años muchos de los premios señeros de relato en España (como el Ignacio Aldecoa o el Juan Martín Sauras, por ejemplo, y según he leído acaba de ganar el Gabriel Aresti de cuentos del ayuntamiento de Bilbao, no sólo eso, sino que también ha ganado el 2º Premio, algo que debe ser un caso casi único). Los relatos saben a elaboración casera, pausada. Todo está muy bien pensado y encaja. Tienen musicalidad y tienen encanto. Tienen todos un toque cercano al fantástico, un corte tradicional que la emparenta con los Bioy Casares, Merino, Fernández Cubas etc. No inventa nada pero todo está construido con gusto. La búsqueda de otros mundos detrás del llamado mundo normal, el misterio de las cosas de diario. Los relatos toman motivos clásicos del fantástico que pueden rastrearse desde Poe, nunca más de cinco o diez temas, y les da una mirada personal. Me han gustado muchos relatos, pero recomiendo especialmente Felice cuenta, que definiría, por si alguien lo necesita, como una aventura metaliteraria entre hermanas.



Relecturas:


Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de DFW, Editorial DeBolsillo: A David Foster Wallace le encargaron que se fuera en uno de esos cruceros de lujo que recuerdan a Vacaciones en el mar. Y allí que se fue a un crucero hortera por el Caribe, con salida en Florida. Con lo que era Foster Wallace y con lo que deben ser esos cruceros, el choque estaba garantizado. Y es un choque brillante. Pocas veces un libro sobre un tema tan poco interesante me ha dicho más. Saca petróleo del tedio (algo que en general hizo en su obra como nadie). El inicio y el planteamiento son sencillamente brillantes. Y leer a Foster Wallace siempre tiene algo de clase de sintaxis avanzada para cualquiera que se dedique al asunto de juntar letras. Merece la pena el libro, que se lee en menos de dos horas, y que para aquellos a quienes pueda intimidar su leyenda depresiva (y hay pasajes angustiosos aquí también, de hombre encerrado, pero DFW intentaba ser un hombre aferrado a la vida, a la suya, con sus subidas y bajadas, pero no era un depresivo en la permanente oscuridad, sino que luchó contra esa oscuridad tanto como pudo) y su fama de autor complicado, puede ser una excelente manera de iniciarse en sus libros.



Abandonos: 

El jilguero, de Donna Tart, Editorial DeBolsillo: Me compré esta novela en la Feria del Libro del último mes de junio. La cogí en agosto con la esperanza de que fuera uno de esos libros gordos especialmente reconfortantes en verano. Un bestseller de calidad o como quisiéramos llamarlo. Lo he cogido y dejado muchas veces, pero me rindo. He llegado a las 500 páginas. Y me ha parecido vacío en todo momento. Las situaciones predecibles, los personajes tópicos. Creo que ganó el Pullitzer. Seguro que hay quien dice que está años luz por encima de los bestsellers al uso. Y seguro que lo está. Pero eso es una cosa y otra que libros así vayan a llevarse los Pullitzer o Booker del futuro.


Seguiré con:

Cuentos completos de J. G. Ballard. Estoy embarcado en ellos desde hace meses. Me gustaría que no se terminaran nunca. El libro tiene 95 relatos. Mundos oscuros que me provocan deliciosas pesadillas. Burlas perfectas del mundo del mañana, ese en el que nos despertamos cada día. Miedos. Parafilias. Aún me quedan unos cuantos.

Servidumbre humana, de William Somerset Maugham. Una novela que funciona bien. Dickensiana. Niño huérfano que va creciendo. La compré porque Levrero habla (y muy bien) de de ella en La novela luminosa. No me pide leerla del tirón pero no me desagrada cogerla de vez en cuando, arbitrariamente, por la mañana, y avanzar unos cuantos capítulos en el metro.

Manhattan Transfer, de John Dos Passos. Hago algo parecido a la anterior. Debe hacer un año que la empecé. Entiendo su importancia histórica, pero a día de hoy creo que cualquier autor contemporáneo (que pretenda sonar a contemporáneo, no de esos que dicen: yo me encierro en casa con Shakespeare, lo más moderno que he leído es Galdós, nunca leo autores contemporáneos, aunque todos sepamos que es mentira) tiene tan interiorizado este fragmentarismo (valga la palabra) que no creo que haya que leerla tratando de aprender nada d ella, sino simplemente como lo que es, una novela muy sólida, muy bien escrita, con ritmo, con una trama al final tan dispersa que puede ir y venir en metro sin que nos perdamos, porque nunca estamos del todo dentro de ella, dicho sea con admiración, porque creo que es el estado natural de esta obra.

Me acercaré a:


Entre los creyentes y Al límite de la fe, de V. S. Naipaul. He leído muy poco de Naipaul, y me apetece leer más. Creo que es sin duda uno de los escasos novelistas realmente importantes de su tiempo (junto a Coetzee y pocos más), y uno de esos Premios Nobel de indiscutible valor literario. Me interesa ver cómo se acerca a países islámicos pero no árabes, desde la mirada del de fuera, o desde el que se acerca alejándose, o se aleja desde cerca, o como sea exactamente lo que he entendido de momento de la mirada de Naipaul sobre el mundo, el conflicto permanente entre estar e irse, ser y aparentar, colonia y capital.

Curzio Malaparte. Me lo han recomendado varias veces. Me lo han vendido como un escritor con una prosa autoritaria y casi fascista. Eso sí, muy brillante. Expresionista. Quiero leerlo. Tratando de obviar sus posiciones políticas. Su fascismo primitivo al lado del mismo Mussolini, quien acabó encarcelándolo. Su fin ideológico en el maoísmo. Porque supongo que hay quien nace para fanático, y quien nace para personaje de sí mismo. Y algunos para las dos cosas juntas. Quiero probar sus páginas. He cogido en la biblioteca los relatos de Sodoma y Gomorra, y compré en un mercadillo La piel por 2 euros.

El hombre rebelde, de Albert Camus. Este verano estuve leyéndolo un poco. Me pareció denso, interesante, brillante. Quiero profundizar más en este libro.

Jacques Abeille. Me han recomendado a este autor francés. Brillante, original, único, todos esos tópicos excesivos. Pero me fío de quien me lo ha recomendado. Y la editorial con la que está en España, Sexto Piso, toca de vez en cuando palos muy brillantes. El último libro de un autor francés que me recomendaron fue Vestido de novia, de Pierre Lemaitre, que me pareció muy decepcionante (por no decir que me pareció una mierda), y no creo que vaya a ser peor. La editorial lo compara con Julien Cracq (al que desconozco) e incluso Tolkien, lo que me da bastante miedo porque siempre me ha parecido el colmo de la erudición aburrida.
 
Espero que el nuevo formato del blog os resulte interesante a los que os acerquéis hasta él. Espero sobre todo llamar vuestra atención sobre algún libro que me ha interesado a mí.

Espero por último que diciembre traiga también buenos libros.

Hasta entonces.

Buenas lecturas

Sr. E