Cuentos
para la cuarentena (III): Previsiones e imprevistos.
Voy a
seguir aún un poco más comentando las lecturas que llevo adelante en
estas semanas de encierro y recomendando libros que creo que pueden
ser una buena compañía para quien no los haya leído todavía.
El
general del ejército muerto, de Ismail Kadaré:
Siempre hablo bien de su obra y recomiendo a Ismail Kadaré. Me
parece uno de esos autores de los que se puede sospechar que
permanecerá, de entre aquellos que coinciden en una época. Su mundo
literario es grave, oscuro, lleno de soledad, muerte, traición,
resentimiento, odio. Aún así, lírico y bello. No hay un libro suyo
que no valga la pena, pero siempre recomiendo entrar en su obra a
través de esta novela o de El palacio de los sueños. El
general del ejército muerto es una misión melancólica y
condenada al fracaso, porque aunque triunfe será una derrota.
Acompañamos, los lectores, a una misión del ejército italiano que
viaja hasta Albania a rescatar los cadáveres de sus compañeros
muertos durante la Segunda Guerra Mundial. Ha sido una relectura,
después de muchos años, y creo que ha sido la primera novela que he
disfrutado verdaderamente en estos días. Un libro que me fui
administrando por las noches, poco a poco, durante algo más de una
semana, a modo de sedante para antes de dormir.
Ruido
de fondo, de Don DeLillo: Ruido de fondo (1985)
comienza con una ciudad ansiosa, huyendo toda ella, de un modo
desesperado y competitivo (parece que solo se salvarán los primeros
en cruzar los puentes de salida), de un escape nuclear. Se trata de
una historia llena de rumores, malentendidos, conversaciones confusas
que no llevan a ningún sitio, familias que se caen, miedo,
manipulación de los medios de comunicación, poderes económicos y
políticos defendiéndose y atacándose, y como su título anuncia,
de mucho ruido, de todo ese ruido y confusión que es el fondo sobre
el que pasan nuestras existencias contemporáneas, con o sin
epidemia, con o sin redes sociales, con o sin prensa en la mano.
DeLillo te conduce suavemente (con esa prosa musical y llena de
contrapuntos que te hipnotiza) por una novela que te emociona, te da
miedo, te hace reconocerte y te hace desear no ser como los
personajes a los que está describiendo (aunque sabes que sí, si no
peor). Si alguien, en alguna medida, nos había preparado para una
epidemia y el terror globales, había sido (además de Ballard),
DeLillo. Y es una pena que se encuentre retirado (o casi retirado),
porque lo que va a quedar del mundo después de este virus, en
términos sociales, económicos y de todo tipo, le hubiera dado al
escritor que era hace veinte años para explicarnos cómo serán
nuestros próximos diez años, o cómo fueron los últimos cincuenta
sin que nos diéramos cuenta, que es a lo que se ha dedicado DeLillo
durante toda su vida, a explicarnos lo que va a venir a la vez que
nos explica todo lo que ya había pasado sin que nos diéramos
cuenta, porque estábamos mirando hacia dónde no había que estar
mirando, y cómo ese pasado oculto explicaba ese futuro que aún no
era obvio pero lo sería. Y de eso, recuerdo, trataba esencialmente
Submundo (por mucho que aparentemente tratara de temas más
frívolos, de baseball, de canción popular, de cine y televisión
americana, de fontaneros políticos con traje y corbata, …).
El
dilema del prisionero, de William Poundstone: A veces,
cuando leo, también me gusta recordar que estudié la carrera de
Físicas y que me gano la vida enseñando Matemáticas. Este es un
libro que se relaciona con esa doble
condición, pero que creo que podría interesar a cualquiera. El
dilema del prisionero es un problema fundamental en la Teoría de
juegos, y dice (copio un enunciado concreto de internet, hay
variantes):
“La
policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para
condenarlos y, tras haberlos separado, los visita a cada uno y les
ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice
será condenado a la pena total, diez años, y el primero será
liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá
esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan,
ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que
podrán hacer será encerrarlos durante un año por un cargo menor”.
Es un juego de suma no – nula (no vamos a entrar en detalles),
y lo más beneficioso para ambos sería que los dos se callaran
(fijémenos en la suma de las penas, en este caso como mucho se
sumarían dos años de suma total, las otras posibilidades dan
totales de diez o doce años). Pero la experiencia, y en este caso la
policía lo sabe, dice que es muy probable y muy frecuente que alguno
de los dos acabe incriminando al otro, pensando que así se va a
librar (consiguiéndose en muchas ocasiones que los dos, aislados,
echen la culpa al otro, y compartan castigo). Este libro habla de esa
clase de dilemas en nuestra vida diaria, y de cómo la lógica y el
beneficio objetivo no son necesariamente las opciones más populares.
También es una especie de biografía poco sistemática de John Von
Neumann, matemático, pionero de la informática y la aeronáutica,
genio y persona poco recomendable, amigo de Einstein y juerguista,
uno de los principales participantes del Proyecto Manhattan y uno de
los pocos que salieron de allí convencidos de que el mundo
necesitaba apostar por la opción belicista para seguir existiendo
(una lógica, relacionada con la teoría de juegos y el dilema del
prisionero, que llevó a que durante décadas los dos grandes bloques
se apuntaran con armas capaces de destruir la Tierra para así lograr
un equilibrio basado en el miedo), y que una guerra atómica era poco
menos que inevitable y había que seguir armándose para ella.
La
enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag: En este
libro, escrito a finales de los setenta y que leí hace un par de
años, Susan Sontag se asoma, desde su experiencia personal con el
cáncer (enfermedad que se le reprodujo y que tuvo en varias
ocasiones), al análisis del lenguaje que se asocia a esa enfermedad
(batalla, guerra, persona luchadora, el ejército de las células
cancerosas, …) y rastrea sus orígenes en el romanticismo asociado
a la tuberculosis (la gran enfermedad de su época, al nivel al que
el cáncer podía serlo cuando Sontag escribió el libro) durante el
siglo XIX y principios del XX (la tuberculosis era, en el imaginario
popular, una enfermedad que asolaba a las almas sensibles, así que
tenerla debía ser síntoma de una importante sensibilidad). Sontag
reflexiona sobre qué se esconde realmente en esas metáforas, por
qué cree que se asocia el proceso de la enfermedad al de una guerra,
y también habla sobre la culpabilización a la que se somete con
frecuencia al enfermo de cáncer que no lucha lo suficiente por
vencer a la enfermedad, que no se comporta como un héroe, que está
desanimado (por más décadas que pasen y más afianzado que esté
ese tópico, sigue sin estar demostrado que un buen estado de ánimo
y una actitud positiva ayuden a que un cáncer se cure con más
facilidad), por no hablar de la asociación que la enfermedad (sobre
todo ciertas enfermedades, ciertos tipos de cáncer, como el de
pulmón) puede tener con un cierto castigo divino (aunque no se culpe
a Dios de ello), a modo de castigo por los excesos (Sontag amplió el
libro en los años 80 hablando del sida, enfermedad que estuvo muy
ligada originalmente a la homosexualidad y que muchos integristas
vieron como un justo castigo a su comportamiento), y cómo deja fuera
de toda lógica a quienes enferman igualmente sin haberse salido
nunca de lo marcado, todos esos, que también enferman, y que siempre
han cuidado su alimentación, han hecho deporte, no han fumado, han
sido abstemios y sin embargo, como por error, enferman. No tengo en
casa el libro para releerlo, pero me gustaría hacerlo en estos
tiempos de nuevos lenguajes bélicos y nuevas enfermedades, de héroes
que se esfuerzan contra un villano invisible, sin rostro, apenas
identificable, al que cuesta odiar con precisión por eso mismo,
aunque da miedo, mucho, a todos, y nos iguala, nuevamente.
Serie
Charlie Parker, de John Connolly: Supongo que de alguien que lee
mucho, que incluso se atreve a recomendar lecturas, que escribe y
pretende escribir más y mejor, se esperaría que dijera que había
ido acumulando en su casa, para una hecatombe o para llevárselo a la
cárcel si se daba el caso, para un largo verano en soledad o para la
fractura de una pierna, para cualquiera de esas situaciones, los
tomos de En busca del tiempo perdido o al menos El cuarteto
de Alejandría. Me justificaré diciendo que al menos El
cuarteto de Alejandría lo leí hace unos diez veranos (aunque lo
fui leyendo de la biblioteca, así que no lo tengo por aquí ahora).
Y ahora diré que la verdad es que lo más parecido que yo había
hecho era ir acumulando los tomos de la serie de Charlie Parker, de
John Connolly, en bolsillo. Intento, desde que los descubrí, ir
leyéndolos cuando salen en las bibliotecas, y cuando aparecen en
bolsillo, me los compro y los he ido guardando para un largo verano.
Este puede ser un año sin verano, pero con mucho tiempo en casa, así
que quizá sea el momento adecuado. No tengo toda la serie, porque me
falta alguno de los últimos y porque mi hermano y algún amigo se
han ido llevando algunos volúmenes y no han vuelto, pero tengo
bastantes. No todos son igual de buenos, aunque todos dan unas horas
de compañía y entretenimiento (y algo más que el entretenimiento,
tienen algo), pero recomiendo mis preferidos, por si alguien quiere
empezar con Parker y sus amigos (y enemigos): Todo lo que muere,
Más allá del espejo, Los atormentados, Voces que
susurran o La ira de los ángeles.
De un
modo menos premeditado, también me encuentro con que tengo en casa
la serie completa de El cuarteto de Red Riding
(1974, 1977, 1980,
1983), de David Peace, y El cuarteto
de Los Ángeles (La dalia negra, El
gran desierto, L. A. Confidential y
Jazz blanco), de James Ellroy. Me los compré
todos el año pasado, y he releído algunos libros en estos últimos
meses. Me parece que aquellos que no he leído recientemente, pueden
ser también una excelente compañía si esto se sigue alargando, y
serán una alegría (aunque con lo oscuros que son no son exactamente
la palabra, no desde luego una alegría sin más) para quien los coja
por primera vez.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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