lunes, 3 de agosto de 2015

El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati

El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati
Ed. Gadir y Alianza (bolsillo) 1940

Leí por primera vez El desierto de los tártaros en 2.006, cuando Gadir la reeditó por el centenario del nacimiento de su autor. Después lo había comprado en la edición de bolsillo de Alianza en dos ocasiones, pero esos libros habían salido de mis estanterías para ir a las de otro antes de que lo releyera. No suelo prestar libros, pero este es uno que creo que invita al apostolado, que cuando has leído te invita a buscarle nuevos lectores, aunque sea a costa de tu bolsillo. La semana pasada volví a comprarlo en una visita a la librería Diego Marín de Murcia y lo empecé según me monté en el cercanías, supongo que para que nadie pudiera pedírmelo prestado antes de volver a leerlo.


Desde que fue publicada por primera vez, El desierto de los tártaros se sitúa en la línea de las novelas kafkianas. Pero es bastante más que solo eso. El desierto de los tártaros es la obra más conocida de Dino Buzzati. Fue publicada por primera vez en 1940, en los principios de la segunda guerra mundial, en la que Buzzati, que fue durante toda su vida periodista, estuvo como corresponsal en la campaña de Addis Abeba. La influencia de Kafka, como tantas veces se ha dicho, es innegable. En El desierto de los tártaros, como en El proceso o El castillo, el protagonista espera. Tiene que esperar que pase el tiempo, que llegue su momento, que los tártaros lleguen, que haya cambios. Pero además de Kafka no puede obviarse la influencia que la situación política y militar del momento tuvo sobre la obra de Buzzati.

La verdad era el cansancio del viaje, la opresión de los tétricos muros, el sentirse completamente solo”. pg. 54

Giovanni Drogo es un joven teniente recién salido de la academia al que envían a un puesto fronterizo para que cumpla su primer destino. Llega fascinado a la fortaleza, y su primera impresión es de desilusión. Se encuentra con mandos, militares y empleados que han perdido las ganas. Todos, además, siempre le hablan de un futuro que inevitablemente llegará, en el que también él, Drogo, habrá perdido los sueños, si no se ha ido antes, lo que al principio parece su destino. Porque aquel es un mundo antiguo en el que los jóvenes no quieren quedarse. Giovanni Drogo está cerca de volverse al principio. Pero no lo hace, y el tiempo le va cayendo encima.

usted se calla y piensa que son todo cuentos – agregó casi suplicante –: Tenga cuidado, le digo, se dejará usted sugestionar, también usted acabará quedándose, basta con mirarle a los ojos”. pg. 66

La vida en la fortaleza está llena de normas sin demasiado sentido. Hay una amenaza difusa, la de los tártaros, que nadie recuerda que hayan estado allí nunca, pero nunca se sabe, parece transmitir todo ese sistema de seguridad y precauciones. Un puesto de frontera siempre es un puesto de frontera, le dicen a Drogo al principio. Será mejor no tentar a la suerte y continuar con las mismas costumbres. Los que fueron llegando a la fortaleza fueron resignándose a su suerte, y renunciaron a sus familias, sus ascensos en el escalafón militar, la gloria, sus ciudades. Poco a poco, de manera que parece inevitable, Giovanni Drogo se va contagiando de ese mismo espíritu y los años también pasan para él. Alejado de todos y de todo lo que había soñado en su juventud, cuando vuelve de visita a la ciudad no se siente entre los suyos. El sentimiento de alienación que transmite la obra está muy logrado. De tanto vivir entre normas absurdas, tan comunes en las dictaduras y en instituciones como el ejército, uno puede acabar inutilizado para llevar una vida normal. Drogo acaba volviendo a la fortaleza porque se ha convertido en la única realidad que puede dominar. El paso del tiempo es lento. No hay mucho que hacer, y el narrador parece estar viendo el sueño de cada uno de los personajes.

Era la hora de las esperanzas y él meditaba en heroicas historias que probablemente no se producirían nunca, pero que de todos modos servían para animar su vida. A veces se conformaba con mucho menos, renunciaba a ser él solo el héroe, renunciaba a la herida, renunciaba incluso al rey que le llamaba valiente”. pg. 102

El estilo es sencillo pero muy poético. Transmite una dejadez onírica. Dos relatos breves de Buzzati, Los siete mensajeros y Siete plantas, presentan una realidad similar, aunque quizá más ligero, menos amargo. Ambos fueron escritos con anterioridad a la novela, aunque aparecieran en libro (Los siete mensajeros y otros relatos) algunos años más tarde. Buzzati nos enfrenta a algunos fantasmas existenciales. La alienación o la necesidad de tomar decisiones, por ejemplo. Aunque melancólica y a ratos amarga, la obra de Buzzati es menos desesperada que la de Kafka. Drogo es un héroe que parece estar eligiendo, al contrario que un Josef K. al que todo le viene impuesto sin que pueda comprenderlo. En muchos momentos del libro parece que Drogo toma la opción más absurda entre las posibles, y que bajo la apariencia de libre elección está condicionado por el entorno, pero así es muchas veces la vida.

Unos alimentan esa esperanza con nueva fe cada mañana, otros la conservan oculta en lo más hondo, otros ni siquiera saben que la poseen, creyendo haberla perdido”. pg. 118

Suele citarse El desierto de los tártaros como un clásico menor. Marcando quizá la diferencia con novelas como El proceso, Moby Dick o Crimen y castigo, quitándole importancia, midiendo la valía de una obra muchas veces por su número de páginas. Se elija el nombre que se elija, es un libro que lleva más de setenta años fascinando a quienes lo leen. Una obra maestra que nos habla del paso del tiempo y de lo extraño de la realidad. Si algunos prefieren llamarlo clásico menor, supongo que habrá que dejar claro que lo es, signifique lo que signifique, en el mismo sentido en que lo son El gran Gatsby, La metamorfosis, La invención de MorelEl extranjero o Crónica de una muerte anunciada, por citar otros de esos llamados clásicos menores

Para todos los que aquel día estaban con él las probabilidades eran idénticas, él no tenía la menor ventaja, salvo quizá, la de poder morir fácilmente. Pero, en el fondo, los otros, ¿qué hicieron? Para los otros fue un día más o menos como todos los demás”. pg. 162

Más reseñas el próximo lunes.

Sr. E

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