domingo, 25 de septiembre de 2022

Los diarios de Patricia (Highsmith)

 Los diarios de Patricia (Highsmith)

Esta es, lo aviso y lo reconozco, una entrada tramposa. Porque hace referencia desde su título a un libro que no he leído. Y aún más, a uno que no tengo pensado leer, o al menos no ahora, al menos no en las próximas semanas ni meses. Quizá dentro de algún año, cuando pase el hype (y perdonad el anglicismo, y si podéis, también la idiotez).

Me refiero, claro, a los Diarios y cuadernos de Patricia Highsmith, que Anagrama ha publicado hace poco, aunque haya hecho una broma con aquel viejo programa de la televisión al que iba gente, friki y no tan friki, a contar sus cuitas o a buscar solución a sus problemas. 1400 páginas, he leído, seleccionadas de las más de 8000 de cuadernos en los que Patricia Highsmith fue tomando anotaciones y que se encontraron después de su muerte.

Parece, si uno se asoma a las redes sociales y a las revistas y suplementos de libros, que todo el mundo (ese reducido todo el mundo que lee) está leyéndolo o en fase de compra y prelectura. No me veo, ya lo siento. Y me gustan los diarios, y las memorias, y esos géneros ensayísticos que entran y salen de ellos (pero no esa pesada autoficción con mucho auto, casi con autotune, y con muy poquita ficción, no como los diarios de los buenos diaristas, llenos de ficción, porque están llenos de literatura).

El caso es que esa repetición del nombre de Patricia Highsmith me hizo querer volver a leerla. La había leído hace bastante hace años. Recuerdo sensaciones, esa crueldad de algunos de sus personajes, esas tramas alambicadas, que a veces se mueven cerca de lo rocambolesco pero que acaban resultando verosímiles, que ya sabemos desde hace al menos veinticinco siglos que es más importante que ser reales.

Me quedaba la sensación de que en sus novelas el mal no era sofisticado, aunque Ripley pudiera leerse así a veces, sino era sobre todo un mal banal, propio del hastío de vidas aburridas y monótonas, esa herida que el zapato va haciendo hasta que el pie acaba sangrando, hasta que se gangrena, hasta que hay que cortarlo. Y muchos de sus personajes acaban cortando por lo sano, tomándose la justicia por su mano, gritando que están hartas y que hasta aquí. Y cruzada esa frontera, cualquier cosa puede pasar.

Es fácil encontrar los libros de Patricia Highsmith, decenas de ellos, en las bibliotecas públicas, lo que nos dice que lleva décadas siendo popular y publicada con regularidad. También veo ahora muchas de sus novelas y colecciones de relatos en bolsillo, quizá a rebufo de la popularidad de sus diarios. ¿Cómo se ha definido siempre la prosa de Highsmith? Retorcida y misógina. A veces misántropa.

Con todo, es difícil soltar uno de sus libros cuando empiezas con él.

Y decidí acabar agosto, en unos días de playa, con dos novelas que no había leído antes. El cuchillo fue la primera, y cayó entre una tarde bajo la sombrilla y una noche de lectura que se alargó. Vemos un crimen, un tipo que ha buscado tener una coartada, a la policía que no es capaz de resolver el misterio que para nosotros, lectores, no lo es. Y vemos también a un hombre apocado, harto de su mujer, que lee esa clase de noticias por afición y que cree saber lo que ha pasado, quién ha sido, y decide que sería capaz de imitar al asesino de la noticia y que nadie lo pille tampoco a él. ¿Por qué no probarlo?, parece decirse. Y se anima a hacerlo, pero no llega a llevar a cabo su plan. Lo cual no elimina la posibilidad de que algo ocurra accidentalmente y la policía, la que no ha sido capaz de resolver el crimen original, crea saber que él sí lo ha imitado y se ponga a investigar.

Muy interesante en su juego de espejos y en el trato del peso de la culpa, en el asesino real que teme que lo pillen por culpa del imitador que no llegó a imitarlo.

Pasé después a El diario de Edith, la crónica  -valga la referencia ya tan tópica a la novela de García Márquez- de una muerte anunciada. Edith se muda con toda su familia fuera de la ciudad, a una pequeña localidad en el campo. Allí, ella y su marido, que son periodistas, quieren poner en marcha un semanario de ideas progresistas, y criar a su hijo con más atención. Pronto vendrán las cargas familiares impuestas, que Edith acepta en la forma de un tío de su marido enfermo, no tardará mucho en seguirle la huida del marido con su joven y atractiva secretaria, con la que se va de vuelta a la ciudad, y los fracasos sucesivos de su hijo en todo lo que emprende y deja de emprender. Edith va cargando con cada vez más contando con cada vez menos, y su único consuelo parece ser escribir la vida soñada en su diario. Esa disociación acaba tomando la peor de las formas. Un libro realmente agobiante para quien lo lee.

También podría ser agobiante, si no fuera porque es divertido en su juego cruel, el siguiente que leí, Mar de fondo, una novela que ya había leído. Una novela realmente retorcida, con un matrimonio en descomposición, en el que la mujer va de un amante a otro a la vista de todos, en una comunidad cerrada llena de habladurías. El marido lo lleva y lo sobrelleva, hasta que un día amenaza a uno de los amigos de su mujer y cuando se presenta la ocasión, y sin testigos, lo mata. No por venganza, sino más bien por hastío. Su mujer sabe, o sospecha, que ha sido él. Y lo acusa. Y empieza, junto a un vecino metomentodo, a decirlo por toda la ciudad. Pronto, sin embargo, vendrá un nuevo amante, nuevas tensiones, y una nueva muerte misteriosa. Y ya todo irá en un crescendo sostenido hasta el final de la novela.

Creo que voy a seguir leyendo algunas novelas más de Patricia Highsmith en los próximos meses. Y creo que sacaré más de ahí que de leer sus diarios. Creo, además, que en sus novelas y en sus narraciones se ve bastante bien quién y cómo era ella (con las lógicas distancias entre realidad y ficción, que nunca debemos olvidar y a veces olvidamos).

He leído, para cerrar este último mes de lecturas de la autora, un libro llamado Suspense, subtitulado Cómo escribir novelas de misterio, una vieja edición que encontré rebuscando en la Cuesta de Moyano. Ni tengo pensado pasarme al thriller ni creo demasiado en los libros (ni en los cursos) que prometen enseñarte a escribir. Este no hace tal promesa, lo cual se agradece. Y puesto a que alguien dijera que puede enseñar a escribir, creo que siempre sería más fiable alguien que escribe con solvencia demostrada que cualquier profesor dudoso. En Suspense, más que herramientas, uno encuentra como lector a una autora interesante explicando, dentro de lo que quiere y puede, sus procesos creativos. Algunos trucos, algunas dificultades recurrentes, algunas soluciones a estas, algunos ejemplos prácticos de cómo resolvió ciertos problemas, algunos comentarios sobre sus propias obras.

Seguiremos leyendo. No solo a Highsmith.

Felices lecturas

Sr. E

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Algunos libros para la vuelta al cole

Algunos libros para la vuelta al cole


He estado, lo confieso, tentado en grado sumo, de escribir reentré en el título de esta entrada. Lo he escrito, de hecho, solo que lo he borrado, porque me hacía sentir un poco gilipollas. No estoy llamando, que nadie me malinterprete, gilipollas a quienes lo han escrito continuamente en los suplementos y páginas culturales de los diarios desde hace cosa de un mes. Entiendo que a ellos les va en el sueldo. Yo, como hago esto en mi tiempo libre y sin dinero a cambio, no estoy obligado.

He leído (¿masoquismo?) los mismos diez o doce nombres en decenas de artículos. Quizá podría decir en centenares, pero tampoco quiero pasarme de exagerado. Con algunos autores y sus niveles de ventas previos, me parece muy optimista y arriesgado apostar a que cambiarán el rumbo del mundo literario en los próximos meses. Otros suenan a la apuesta segura de siempre. El problema quizá sea ese, que todo suena a lo de siempre.

Como los libros que en enero (otra reentré) nos asegurarán un año lleno de bienes, o las lecturas imprescindibles para el día del libro.

Podéis consultar cualquiera de esas listas, con sus bestsellers prediseñados, sus resurrecciones (algunas literales) y demás trucos.

No las seguiré con demasiada atención, lo confieso, aunque sí tengo ganas de leer, cuando sea posible, La familia, de Sara Mesa y Montevideo, de Vila – Matas, dos de esos títulos que se han repetido mucho. Confieso que Un amor, de Sara Mesa, no acabó de convencerme, siendo una autora que normalmente me enamora desde el principio hasta el final de sus libros, y quiero ver por dónde va su acercamiento a esa institución tan central. Confieso también que me parece un poco feo que nos quieran vender Montevideo diciéndonos que Enrique Vila – Matas vuelve a su mejor nivel, ese que llevaba años sin alcanzar. Ojalá sea así, lo digo como lector apasionado de su obra que fui. Pero queda feo que quienes dicen eso ahora sean los mismos que han aplaudido sin pausa sus últimos cinco o seis libros, esos que ahora nos dicen que fueron un bache.

Realmente el objetivo (si lo tiene) de esta entrada era recordarle, a quien lo lea, que hay otros libros que también van a salir en estos próximos meses. Libros que deberían, quizá, estar entre esas diez o doce recomendaciones imprescindibles pero que no lo están. Mi relación lectora con Cormac McCarthy es irregular, la verdad, pero creo que si saca novela después de quince años habrá que estar pendiente (de hecho son dos novelas conectadas, que en España creo que saldrán en un único volumen; título: El pasajero).

J. M. Coetzee, uno de los grandes novelistas vivos, y uno de los que siguen dando sentido a que miremos si alguien tiene el Nobel en su currículum, también publica nueva novela, y se llama El polaco.

Personalmente, yo estoy muy pendiente de la reedición de Blonde, de Joyce Carol Oates, una biografía novelada de Marilyn Monroe que lleva algunos años descatalogada y se va a volver a publicar gracias al empuje de una serie de netflix (la lectura que podemos extraer de las prioridades culturales es desoladora, ya lo vemos). Sea como sea, quiero leerla.

También tengo un ojo puesto en el nuevo libro de Shirley Jackson que Minúscula va a sacar. Es una novela de misterio gótico, por lo que parece, y se titula Hangsaman. Hay que estarle agradecidos a la editorial por esta apuesta de rescate de la autora (que supongo que estará funcionando bien a nivel de ventas, pero había que apostar por ella). Me gustaron sus cuentos, me encantó la novela Siempre hemos vivido en el castillo, ella como personaje ha acabado resultando simpática y entrañable (aunque probablemente no fuera ninguna de las dos cosas) y hasta las novelas que menos me han transmitido (La maldición de Hill House) me ha merecido la pena leerlas. 

Y que no se nos pase que Eduardo Halfon, que quizá está construyendo uno de los grandes proyectos literarios de nuestro tiempo en el entorno hispanoamericano, también va a tener libro (novela, memoria, autoficción, lo que sea que escribe Halfon) nuevo, Un hijo cualquiera. Esa es seguramente la novedad a la que más ganas le tengo.

Y aunque en los suplementos culturales se cuidan mucho de decirlo, no está de más acordarse de que en las bibliotecas públicas hay muchos libros que hacen más llevadera la cuesta de septiembre. Hay clásicos, medio clásicos, libros que fueron novedades impactantes hace tres años y que hace dos que nadie se lleva a casa, y también suelen llegar con bastante agilidad las novedades de cada temporada. Quizá con demasiada agilidad y poco sentido crítico, vistos los expurgos que obligan a hacer en otros libros, pero ese es otro tema.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

domingo, 11 de septiembre de 2022

Volver a Philip Roth: Engaño y Mi vida como hombre

 Volver a Philip Roth: Engaño y Mi vida como hombre

 

Otra de las cosas que he hecho en verano ha sido volver a leer a Philip Roth. Leo tanto sus libros que no es novedad que diga que en verano he vuelto a él. Pero es que me sienta muy bien volver a leer a Roth.

En primer lugar porque el tiempo ya ha dejado un margen suficiente para que podamos identificar cuáles son sus mejores obras, cuáles sus intentos fallidos, cuáles son obras menores pero llenas de encanto (literario), en cuáles podemos ver el modelo previo e imperfecto de una obra que aparecería una década después.

Roth tiene una obra lo suficientemente amplia como para ir haciendo relecturas de tanto en cuanto y como para que aún me queden algunos libros a los que acercarme (aunque cada vez tengo más dudas de si me queda pendiente alguno de los importantes).

Ya escribimos sobre él y su trayectoria.

http://cuentospendientessre.blogspot.com/2018/05/philip-roth-novelista.html  

Cuando Roth murió en mayo de 2018 leí Némesis, que tenía sin leer porque me había desconectado de sus últimos libros, y me pareció un libro estupendo, una novela corta llena de nostalgia por un mundo que debía haber sido seguro y se estaba volviendo inseguro. Creo que no por casualidad decidí volver a leerlo cuando llegó el COVID y nos encerraron en casa durante algunos meses. En aquel confinamiento también releí la trilogía de Zuckerman encadenado, encontrando nuevos matices y recordando que La visita al maestro ya me había parecido un juego estupendo y muy arriesgado cuando la leí por primera vez (un juego de autores reales y espejos fantasmales que tendría muchos problemas para ser publicada hoy, por irrespetuosa).

El verano pasado compré, sin tenerlo previsto (había ido buscando otros libros a la librería, quiero decir) Sale el espectro, otra de sus novelas de los últimos años. Y sin ser una gran novela de Roth, sí era una gran novela. Esa es una de las ventajas de leer y releer a Philip Roth (una de las ventajas de leer y releer a los escritores grandes), que siempre nos asegura una buena calidad de prosa y una gran narrativa, y aunque algunos de sus libros no sean grandes libros, están muy por encima de la mayoría de obras maestras que nos cambiarán la vida en los próximos meses, según las promesas de sus editoriales y voceros.

También consulto, con frecuencia, su libro ¿Por qué escribir?, ensayos y reflexiones sobre el oficio y su manera (muy personal) de verlo y afrontarlo.

Este verano traje de la biblioteca uno de los libros menos conocidos de Roth (desconozco si porque él renegara de esta novela o por misteriosos mecanismos editoriales), una novela que de hecho no se ha reeditado con la mayoría de su obra ni ha salido en bolsillo. Engaño es una novela dialógica sobre el adulterio. Aunque en realidad es una novela sobre el adulterio de una pareja, un escritor judeoamericano radicado temporalmente en Londres y su amante. La parte más interesante de la novela nos presenta, sin contexto ni explicaciones, diálogos entre estos dos personajes en la habitación de hotel donde se encuentran. Mucho más que deseo, vemos la soledad de cada uno, el aburrimiento de la vida, las crisis creativas, el miedo a hacerse mayor y dejar de sentir, y sobre todo de producir, deseo. Muy buen libro (encajable, probablemente, en la categoría de obras menores del autor).

Mi vida como hombre, que es la otra novela de Roth que leí este verano, encaja más bien en la categoría de ajuste de cuentas que el autor también practicó con cierta frecuencia. Es una novela amarga, llena de reflexiones sobre el deseo y de decisiones insensatas provocadas por ese mismo deseo, llena de espejos entre el narrador, el autor del libro que está escribiendo el narrador, y los distintos planos de la realidad y la literatura en los que se van situando. Cómo refleja un escritor sus heridas en lo que escribe, y a quién hiere al hacerlo, es uno de los temas centrales de la novela. Los dos cuentos que abren la novela están firmados por Nathan Zuckerman, y uno de ellos es una obra maestra. Lo que la novela hace luego es salir del plano de Zuckerman y convertirlo en un personaje al que ha creado otro escritor, Peter Tarnopol, de quien se nos cuenta su verdadera vida, y cómo su tortuoso (por no decir algo peor) matrimonio con Maureen lo llevó hasta crear esos relatos.

Para quienes hemos leído bastante a Roth, tiene además el aliciente de que lo que se cuenta atribuyéndolo aquí a Tarnopol es algo que Roth contó después en la novela (biográfica) Los hechos. También releí, ahora que lo recuerdo, Los hechos, en aquellos meses de confinamiento, y apunté en mi cuaderno de lecturas que ese libro valdría para reivindicar la palabra autoficción, tan denostada gracias a los tristes experimentos de mesa de café de gente contando que está en la mesa de su cocina, tomándose un café, e intentando ver cómo lo cuenta.

Para finales de mes (tengo que racionarme las adquisiciones) tengo pensado acercarme a alguna librería de las que frecuento a por El profesor del deseo, que no tengo claro si he leído, pero sé en cualquier caso que quiero leer con calma y profundidad. Me vale como propósito de inicio de curso.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

 

 

jueves, 8 de septiembre de 2022

Vuelta al cole: Algunas lecturas del verano

 Algunas lecturas del verano

 

Tiene el verano algo de canto de sirenas. Nos promete mucho, y nos imaginamos las horas de lectura de las que dispondremos, si no como infinitas, al menos como una fila muy larga en la que las horas disponibles para leer se presentan para que les pasemos revista y la vista se nos pierde antes de ver el final.

Después, la realidad es otra y las horas de lectura, aunque sean muchas, siempre son menos. Pero es que la realidad siempre es otra y las promesas nunca acaban de cumplir todo lo que nos imaginamos que nos darían.

Llegué al verano, como llego a los veranos, pero especialmente a este, con una lista enorme de libros pendientes para ir leyendo. Había novedades del invierno a las que decidí dejar al menos medio año de margen, clásicos pendientes, libros especialmente gordos o especialmente exigentes y libros de los que esperaba tanto, pero tanto, que quise guardarlos para un momento especial.

Quizá la lección a aprender (y que difícilmente aprenderemos) es que el momento especial debe ser siempre el más cercano y que haga posible esa lectura. Carpe diem, que decían los clásicos, también para la lectura.

El caso es que no he leído durante el verano muchos de los libros que había señalado para estas fechas, pero no hemos venido aquí a llorar. Algunos los empecé pero los dejé pronto. A veces notas que no es el momento, y no me da ningún miedo dejar los libros sin terminar de leer, ni me hace sentir mal darme cuenta de que no es su momento. Apunto en estas obras que serán para otra verano (que es posible que también nos decepcione respecto a las expectativas creadas) El cuarteto de Alejandría, que lleva probablemente una década entre los clásicos que esperarán al verano.

A cambio de esos libros previstos y finalmente no leídos, han aparecido otros que no esperaba. Las circunstancias, o un regalo, o cualquier lectura que te lleva a otra, va torciéndote los planes. Y bien está que así sea. Es famosa la fórmula de Javier Marías según la cual hay escritores que se mueven siguiendo una brújula y otros siguiendo un mapa. Como lectores creo que somos algo parecidos, y en mi caso, aunque me empeño en dedicar horas a trazar mapas, acabo echando mano de la brújula con mucha más frecuencia.

Terminé junio con dos libros que creo que están entre los más particulares que he leído en lo que va de año, y ya estamos empezando septiembre.

Uno es Amor, de Maayan Eitan. Una novela corta, muy directa, que juega a subvertir la idea de amor y a convertirla, como tantas otras, en negocio. Y que lo hace a través de las vivencias de una deslenguada prostituta israelí que analiza su llegada a ese negocio y la trayectoria que va siguiendo en él.

El otro es Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Mosfegh. La autora sonó bastante hace un par de años con una novela que debía ser bastante diferente (Mi año de descanso y relajación). Esta es una colección de relatos, irregular, si se quiere (toda colección de relatos, con las conocidas y canonizadas excepciones, siempre nos lo va a aparecer) pero llena de viveza, mirada propia, narradoras con un voces muy bien caracterizadas, y variedad de tonos en relatos en los que siempre hay algo incómodo, que en ocasiones cruza hasta la sórdido. Hacía mucho que no leía un libro de cuentos que me descolocara tanto, y hacía más tiempo aún que un libro de relatos no me diera tanta envidia y me diera tantas ganas de sentarme a escribir cuentos para poder compararlos con lo que acababa de leer (y darme cuenta, pero esa es otra historia, de lo vergonzoso de la comparación).

He leído bastante relato este verano, y he aprovechado para hacer relecturas de Las armas secretas, de Cortázar, y una relectura casi completa (salvo por su último libro) de los cuentos editados en España de Etgar Keret. Aunque me da la sensación de que se está tendiendo en los últimos años a una cierta caricaturización de Cortázar, creo que cuando se leen sus cuentos sus páginas nos recuerdan lo que es un autor de primerísimo nivel. Keret es diferente, más directo y extraño, pero otro genio. Y uno con el que es fácil reír, para que después se te quede la sonrisa congelada y te des cuenta de cómo trabaja, con qué maestría, ideas como la de la soledad del ser humano.

No es lo mejor que he leído de Zadie Smith, pero sus relatos de Grand Union me parecen recomendables, y quizá una buena primera lectura de esta autora. Tal y como comentábamos sobre las colecciones, irregular, pero los que son buenos (en algunos se nota demasiado que fueron encargos de revistas y se le pidió ceñirse a ciertos temas, cierto número de palabras, o que debió pensar en la clase de lectores que iba a tener) son realmente buenos.

No he tenido tanta suerte con los cuentos de Francamente, Frank, de Richard Ford. Y el caso es que Ford, como cuentista, me ha gustado mucho otras veces (De mujeres con hombres es un libro al que vuelvo frecuentemente, recuerdo con gusto Pecados sin cuento). Pero su personaje Bascombe y yo no acabamos de entendernos. La lectura interrumpida de su novela El periodista deportivo suma más puntos a esa tesis.

He leído novelas de las que guardo una impresión positiva (Leña menuda, de Marta Barrio, La edad del alambre, de Bárbara Blasco) y otras que ya he olvidado. He leído novelitas de autores de los que en otras ocasiones (otros veranos, mismamente) había leído obras de más enjundia. Brighton Rock, de Graham Greene, quizá represente mejor que ninguna esa categoría. Como novela de misterio no deja de ser pasable (cualquier libro de Simenon funciona mejor en ese sentido), y no tiene mayores valores literarios, aunque intenta aparentarlo (que quizá es lo peor).


En los días de playa leí junto al mar, bajo la sombrilla, Hay más cuernos en un buenas noches, una selección de artículos de Manuel Jabois. Fue una lectura muy agradable. Ligera, divertida. Ni soy especialmente seguidor de Jabois ni suelo (quizá haya sido mi primera vez) leer selecciones de artículos. El caso es que disfruté con estas columnas.

Viajé hasta Irlanda y me compré un ejemplar de bolsillo (ediciones de clásicos, bien cuidados, con buena letra, a 3 euros, lo digo por si tenemos que replantearnos algo en España) de Dublineses. Lo había leído, traducido, hace quince (si no veinte) años. Y no recordaba que me hubiera dicho mucho. Esta segunda lectura me ha hecho pensar en que estaba ante una obra maestra. No habiendo sido capaz de leer completo el Ulises hasta ahora, esto al menos me acerca un poco más a la figura de Joyce (de quien sí había leído con gusto el Retrato de un artista adolescente). No creo que la diferencia esté en haberlo leído en inglés. Es posible que estas historias, tan contenidas, tan chejovianas, necesitaran un poco más de edad y bagaje lector por mi parte.

Releí, después del atentado que sufrió, Joseph Anton, de Salman Rushdie. Es un libro de memorias en el que habla de sus años perseguido y escondido. Y es un libro que creo que nos enseña por qué puede molestarle un autor como él a los fanáticos. Entre otras cosas porque no se toma nada (ni siquiera las amenazas de muerte recibidas) con especial solemnidad. Y los fanáticos se pierden ante la ironía y la inteligencia. Y esto no es algo que solo le pase a los fanáticos que utilizan cuchillos o pistolas, sino a todos.

Terminé el verano con un amigo de Rushdie, Hanif Kureishi. Hace unos años leí seguidos varios de sus libros, y me gustaron mucho. Subió mucho en la escala de mi consideración. Este verano he releído, desde esa nueva posición, El buda de los suburbios, la única de sus novelas que había leído antes de aquel atracón. Tiene mucho ritmo, retrata muy bien lo que es criarse en una familia desclasada y llena de contradicciones de origen y destino, y se ríe mucho tanto de los viejos ingleses como de los nuevos ingleses. Y todo sucede en unos confusos años setenta, con buen rock de fondo y muchos padres desorientados buscando nuevos rumbos amorosos y espirituales. Un muy buen libro.

Como también lo han sido las dos últimas novelas de las vacaciones. Mientras el mundo espera la publicación de la traducción de los diarios de Patricia Highsmith, yo decidí echar en la última maleta del verano dos de sus novelas. El cuchillo es una historia de suspense malsano muy propia de la autora. Con matrimonios envenenados, movimientos psicopáticos, y un punto de culpa dostoievskiana. Recuerda a algunos de los personajes de Extraños en un tren y me ha llevado a pensar en que Gillian Flynn la había leído cuando se puso a escribir Perdida (detecto una cierta familiaridad en el aire enrarecido de esas casas, sin más, igual que digo que Highsmith había leído Crimen y castigo). Y el segundo de estos libros fue El diario de Edith. Mucho menos de suspense y mucho más costumbrista. Perturbador y bastante enfermizo. He visto que es una novela escrita en 1977 y leída desde hoy tiene muchas lecturas posibles sobre el papel de la mujer en la sociedad, los cuidados y otros temas importantes para el feminismo. Un libro que te deja con muy mal cuerpo, eso seguro.

Voy a cruzar la frontera entre las vacaciones y la rutina del trabajo con Principiantes, de Raymond Carver. Hasta ahora me había resistido a leerlo. Para quien no lo sepa, son las versiones iniciales de los cuentos que acabarían formando parte del libro que conocemos como De qué hablamos cuando hablamos de amor. Releí esos cuentos, precisamente, hace un par de años, durante aquella época de confinamiento. Y volvieron a enamorarme de la prosa de Carver. Y al final me he decidido a leer esta versión. Para quienes no conozcan demasiado la historia, el editor Gordon Lish trabajó mucho en la labor de poda y recorte de los cuentos de Carver, dándole lo que los lectores hemos identificado durante años como el estilo de Carver, que quizá sea un estilo más de Lish que de Carver en algunos aspectos. Supongo que iré leyendo algunos cuentos con su hermano más breve en paralelo. De momento me estoy encontrando con buenos relatos, pero con relatos que no parecen de Carver en muchos momentos, quizá cuando son realmente más de Carver que otros muchos. Las contradicciones del sistema editorial y los caminos torcidos que llevan a la fama.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E