lunes, 6 de enero de 2025

Mis cuentos pendientes de 2024. Una lista con diez títulos.

Mis cuentos pendientes de 2024. Una lista con diez títulos. 



Van del 10 al 1. Hay truquitos y algunas trampas, por supuesto. Espero que las sepáis perdonar.


10. Jugadores de billar, de José Avello
9. Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O´Brien
8. Las hijas de otros hombres, de Richard Stern
7. Tarántula, de Eduardo Halfon / Nada es verdad, de Veronica Raimo
6. Cuentos incompletos, de T. C. Boyle
5. Tiene la sonrisa de su madre: poder, deformación y potencial de la herencia, de Carl Zimmer
4. ¿Cómo perdiste el brazo, Balchowsky?, de Toni Orensanz
3. El cisne negro / Antifrágil, de Nassim Nicholas Taleb
2. Vuelos separados / Adulterio, de André Dubus
1. La llamada / Opus Gelber, de Leila Guerriero


Y hasta aquí. Mi deseo es poder darme un paseo trimestral (qué menos) por aquí. Para que no muera del todo. Espero que quede alguien al otro lado, también.

Os deseo a todos que tengáis un buen año lector.

Saludos cuentistas


Sr. E


domingo, 5 de enero de 2025

Mis cuentos pendientes de 2024. Repaso del año.

 Mis cuentos pendientes de 2024. Consideraciones.


Como no creo que haya nadie a quien le haya podido fastidiar el final de año por no llegar a tiempo con estos escritos sobre las lecturas del año, ni tampoco están las editoriales pendientes de comprar mi voluntad para que sus libros destaquen aquí, me he permitido que se me pase un poco el plazo y mi lista y reflexiones sobre las lecturas del año llegue un poco tarde. Pido disculpas si a alguien le he cambiado el paso con tal decisión. Llega el momento de hacer recuento de lo leído y ver cuánto ha marcado realmente mi memoria.  

Ha sido un año de muy buenas lecturas. De autores nuevos a los que nunca me había acercado y que se van a quedar para siempre conmigo. De libros que no esperaba y que se cruzaron por algún motivo y lo mismo, quedarán.

Han sido muchos los libros leídos este año. Tantos que me ha sorprendido. 118 libros tengo apuntados. Hay de todo. Y todos los años lo digo, pero este es más cierto que nunca, porque aunque siguen destacando la narrativa y el ensayo, hay algo más de poesía, continúa muy presente la escritura memorialística y por primera vez en mi vida adulta he estado leyendo teatro. Además, hay novela gráfica. Y bueno, libros de esos a los que es difícil encajar en ningún sitio.

Los primeros libros sobre los que tengo notas en este 2024 son El estrecho de Bering, de Emmanuele Carrère, Reloj sin manecillas, de Carson McCullers y Perder el equilibrio, de Miguel Ángel González. El año lo cerré con dos novelas negras: El juego del escondite, de Patricia Highsmith y El perro canelo, de Georges Simenon y una obra de teatro: La tortuga de Darwin, de Juan Mayorga.

2025, ya que estamos escribiendo desde el futuro, lo he empezado con una relectura de Javier Marías, Todas las almas, y La novia grulla, de CJ Hauser.


Descubrimientos: 2024 ha sido el año en el que he descubierto a André Dubus, Nassim Nicholas Taleb y Leila Guerriero. No es que yo haya descubierto nada, por supuesto. Pero he empezado a leerlos y en sus distintos niveles los tres me han impactado y he leído todo lo que he podido de cada uno. En el caso de Taleb y Guerriero, incluso venciendo ciertos prejuicios. Hay que confesarlo y hay que apuntar que está bien vencer ciertos prejuicios.

Voy a intentar destacar algunas lecturas agrupando por géneros, a ver si así consigo que todo quede más claro.

Relato breve: En enero descubrí a Dubus. Bellamente editado por Gallo Nero, me encontré en la biblioteca con Vuelos separados. Lo leí en un fin de semana y corrí a comprármelo para poder hacer una relectura anotando, subrayando y doblando hojas. En verano ya hice esa relectura. En febrero leí Adulterio, otro libro de cuentos excelente. Hay otra colección de Dubus, Encontrar una chica en América, que justamente se ha publicado en 2024, y que de momento dejo ahí, a la espera. Para no agotar toda su obra tan pronto. ¿Qué encontrá quien lea a Dubus? Hasta cierto punto a un clásico narrador americano, emparentado, cómo no, con Cheever o con Carver. Pero encontrará un toque muy particular. Un narrador lírico, muy detallista, melancólico, a veces francamente negativo, que sabe sacarle brillo a cada página.

Terminando el año me atreví a meterme con los cuentos completos de T. C. Boyle. Siempre es un poco arriesgado meterse en la narrativa completa de un autor. Sus cuentos, que edita Impedimenta, vienen bajo el título de Cuentos incompletos, pero son una narrativa casi completa. Y los cuentos de T. C. Boyle son únicos. Son el futuro visto desde los años ochenta. Son retos y desafíos técnicos resueltos con maestría. Hablaba con un amigo, también escritor, sobre ellos, y recuerdo que le dije que eso, exactamente eso, es lo que llevo veinte años intentando hacer. Que mis cuentos suenen así. Realistas pero alucinados. Idos pero lúcidos. Son una maravilla.

He anotado como destacados algunos otros libros de cuentos. Demasiada felicidad, de Alice Munro, El jardín, de Ismael Grasa, los libros de Magalí Etchebarne (Los mejores días y La vida por delante, especialmente el segundo), Una manada de ñus, de Juan Bonilla o Las chicas no lloran, de Olivia Gallo. Estas navidades leí con gusto, por si alguien quiere anotarlo para las próximas, Espíritu festivo, de Robertson Davies. Estupendo para leer junto a la chimenea.


Novela: No he leído demasiada novela. Al menos de la que se identifica claramente como tal, de la que pone unas reglas claras y las cumple y se puede identificar como ficción ortodoxa. Aun así, las ha habido buenas y muy buenas. Destaco, repensando lo leído, Perder el equilibrio, de Miguel Ángel González, una historia de venganza y mucho más, Muerte de atlante, de Rafael Balanzá, un claustrofóbico ejercicio de malabarismo narrativo del que se sale muy satisfecho, La conejera, de Tess Gunty, en la frontera entre la narrativa juvenil enloquecida y la reflexión lúcida sobre nuestro mundo, Arthur & George, de Julian Barnes, un novelista que siempre es sólido y siempre da satisfacción a quien lo lee o Las hijas de otros hombres, de Richard Stern, una novela que podría ser, repensada y releída, incluso una obra maestra. De esas que decimos menores, pero obra maestra. Pero necesitaría una relectura para llegar a decir tanto. No diría tanto como obra maestra, pero me sorprendió y me pareció de una gran solidez Jugadores de billar, de José Avello. Lo encontré en verano en una librería de casualidad, sin ninguna referencia, y me pareció una novela muy bien construida, que aguantaba perfectamente el tono durante más de seiscientas páginas. Y que es una gran desconocida de la narrativa española. Esa en la que se celebran con tantos aplausos novelas de seiscientas páginas de tono realista que se caen por todas partes.


Ensayos y divulgación: Decía que llegué a la obra de Nassim Nicholas Taleb con ciertos prejuicios. Conocía el concepto de cisne negro, y lo conocía por habérselo escuchado a alguno de esos periodistas que de todo opinan y devalúan cualquier idea. Eso, la verdad, me hacía desconfiar de la propia idea. Taleb presenta en El cisne negro una idea central. ¿Cuál? Que lo altamente improbable también sucede. Y que lo impredecible, por su naturaleza, impacta de manera definitiva en el mundo. Un cisne negro, para entendernos, es la pandemia del covid. Nadie la tenía en mente un año antes, pero sucedió. Y sucesos de esa magnitud suceden. Y nos pillan desprevenidos y alteran todo. Y quizá, y es la propuesta de Taleb, deberíamos intentar vivir con un marco mental menos gaussiano, siendo conscientes de que no siempre pasan las cosas que se supone que deben pasar. Y lo que viene a proponer en otros de los libros que he leído, Antifrágil y Jugarse la piel, es aprovechar lo improbable a nuestro favor. Esencialmente, siendo conscientes de que existe. Taleb escribe muy bien. Resulta brillante (aunque a veces se emborracha de brillantez y peca de poner un marco ellos (los académicos que no entienden el mundo) – yo (que estoy escribiendo este libro porque sí entiendo el mundo) demasiado simplista) y muy didáctico. Algunas ideas te convencerán, otras te resultarán excesivas. Pero creo que vale la pena leerlo. Sus ideas apuntan a las de Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio, que ya me gustó mucho el año pasado, o yendo a pensadores más clásicos, a las de Karl Popper. Pensando en números y su manejo, también me ha parecido un libro de primera La señal y el ruido, de Nate Silver.

Más orientados hacia la divulgación científica, disfruté mucho, y creo que cualquiera puede hacerlo, con Historia de las especies invasoras, de Ángel Luis León Panal, Tiene la sonrisa de su madre: poder, deformación y potencial de la herencia, de Carl Zimmer, La ciencia: lo bueno, lo malo y lo falso, de Martin Gardner o Genes, chicas y laboratorios, de James D. Watson.

En otro mundo de intereses, he leído dos libros excelentes sobre la moda, la industria de la ropa y sus excesos. Libros que intentan animarte a valorar más lo bien hecho, y a buscar un modelo más sostenible. La moda justa, de Marta D. Riezu (que me ha parecido un libro mucho más redondo que Agua y jabón, la verdad) y Fashionpolis, de Danna Thomas. Merece la pena asomarse y pensar un poco sobre el exceso.


Memoria y no – ficción: Quizá sea esta sección (si lo es) aquella a la que dedico más tiempo desde hace algunos años. Este ha vuelto a pasar. Y quizá es aquí donde encuentro un mayor porcentaje de éxito en mi búsqueda de lecturas. No sé si este es el sitio de Por qué escribo, de Félix Romeo o En presencia de Battiato, de Eduardo Laporte. Lo sea o no, que es lo de menos, son libros que se disfrutan. Textos cortos, textos bonitos, libros que se quedan contigo semanas después de haberlos leído. Nada es verdad, de Veronica Raimo, entra como otro libro bonito y ligero, pero te va haciendo heriditas por dentro. Es una de esas crónicas de vida familiar en las que cualquiera puede verse reflejado, en distintos grados. Y en las que no importa, o no debería, lo reflejado que te veas, sino cómo te arrastra. Un libro para leer en una tarde y releer al cabo de algunos meses. El fin de la inocencia: Willi Münzenberg y la seducción de los intelectuales, de Stephen Koch es un libro que probablemente esté descatalogado o casi. Por suerte tenemos bibliotecas y tenemos iberlibro. Vale mucho la pena leerlo y ver lo profundamente humano que es engañarse por una ideología. Justificar lo que sea porque es lo que toca justificar al paso de la banda militar de una visión del mundo. Cosas que reconocemos a poco que miremos a nuestro alrededor, la verdad, y que Koch nos enseña de dónde vienen. Interesa tanto como da miedo. Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O´Brien es uno de los mejores libros que he leído, no este año, sino en mi vida. Te arrastra. Son memorias de experiencias en Vietnam, no queda claro si del propio O´Brien o de aquellos a quienes conoció, no queda claro cuáles exactamente reales y cuáles más ficcionalizadas. Da igual. Rezuma verdad. Es auténtico. Duele. Mucho. En esa misma línea de duele y duele mucho está La llamada, de Leila Guerriero. De Leila Guerriero me alejaba la banda de música que acompaña celebrando cada una de sus columnas. ¿Son buenas? Seguro, pero no sé si para tanta celebración. El caso es que volví a vencer prejuicios y cogí La llamada. Y no lo sueltas. Es imposible soltarlo. Es horrible y es precioso. Es la historia de Silvia Labayru, montonera, quizá no mucho, quizá no con grandes convicciones. Tal vez una chica frívola. ¿Qué importa? Fue una mujer secuestrada, violada y torturada por los militares argentinos. Y fue (y es) una víctima de la dictadura a quien otras víctimas se sintieron con derecho a cuestionar. Ella es un personaje fascinante. Que no quiere ser, nada más, víctima. Una mala víctima, en muchos aspectos. Y eso la convierte en un personaje complejo, lleno de detalles. Un libro de primera. Quizá mi libro preferido del año, aunque me preocupe poder coincidir con un conocido semanario de libros. Después de este, quise leer más de la autora. Y leí Opus Gelber, un retrato menos truculento pero igualmente glorioso del pianista argentino Bruno Gelber. Y una de mis últimas lecturas del año ha sido, biblioteca mediante, otro de Guerriero. Los suicidas del fin del mundo. Patagonia, epidemia de jóvenes que se suicidan. La testigo que va allí a ver, a escuchar. Muy bueno también. Cierro con un libro que no esperaba. Lo normal es que nunca hubiera dado con él. Pero gracias a un podcast que aprovecho para recomendar, El trastero (solo por la música de blues que pone ya valdría la pena), me enteré de su existencia. Y lo encontré. Y lo devoré. ¿Cómo perdiste el brazo, Balchowsky?, de Toni Orensanz, es un modelo de cómo escribir una biografía sobre alguien fascinante y hacer que el lector, que no sabía que lo necesitaba, tome conciencia de que necesitaba leer un libro sobre ese Edie Balchowsky. ¿Y quién es? Cabría preguntar quién no fue. Un músico americano, de formación clásica y origen judío, que se enroló en las brigadas internacionales y perdió un brazo en Aragón. Volvió a los Estados Unidos con una adicción a las drogas iniciada por aquellos calmantes para el dolor y un brazo de menos. Y siguió siendo pianista. Se dedicó al jazz. Como aquel mago argentino al que le faltaba un brazo y quiso aprender a hacer trucos con el que tenía. Balchowsky decidió que tocaría con una mano. Y lo hizo por clubes. Y aprendió a pintar y sus cuadros llegaron al museo de Chicago. Y fue un drogadicto. Y un mal padre. Y un mal amigo. Pero también fue un buen amigo. Y un buen padre. Y un tipo, como todos, complejo. Y un punto de referencia durante décadas en ciertos ambientes, ciertos clubes, ciertos callejones. El tipo del que se contaban toda clase de historias. El tipo que era una leyenda. Como el personaje de una canción de Tom Waits.


Y esto ha sido todo.


Mañana, eso sí, habrá una lista de las 10 mejores lecturas del año. Ha sido muy difícil elegir y ordenar. Y eso no podía ser mejor síntoma de lo bueno que ha sido el año en cuanto a lectura.


Saludos cuentistas


Sr. E

domingo, 30 de junio de 2024

Declaración trimestral: lecturas de abril a junio de 2024

Declaración trimestral: Lecturas de abril a junio de 2024


He cumplido con el propósito de volver a pasarme por aquí sin dejar pasar demasiado tiempo. Acaba el segundo trimestre del año y aprovecho para repasar lo leído y dejar algunas recomendaciones. Para quien ande buscando lecturas veraniegas le puede servir.

Me hace gracia que pensamos en lecturas veraniegas como mamotretos con poca exigencia. Novelas que se mojan al salir de la piscina o que se llenan de arena bajo la sombrilla en la playa. Pero la lectura y el verano dan para todo. O deberían. Y hay ediciones de bolsillo estupendas de clásicos y novelas ambiciosas que pueden ser igual de todoterreno para entrar y salir de mochilas, bolsas de tela y esconderse bajo toallas mientras nos damos un chapuzón. Tenemos que conseguir que se vea igual de normal estar leyendo Los ensayos de Montaigne, en alguna edición económica (y aunque no sea completa) que la enésima novela de detectives de ese mismo autor norteuropeo del que tanto hemos oído hablar.

Las lecturas de este trimestre han sido en general buenas. Las ha habido excelentes y las ha habido más normalitas. Intento que nunca las haya malas.

Os cuento algunas cosas.

Ensayo, entre lo matemático y lo filosófico: Nassim Nicholas Taleb. Que un libro ha trascendido de su público inicial se sabe cuando un tertuliano de radio cualquiera utiliza uno de sus conceptos como si supiera de qué está hablando. Es el caso de la idea de cisne negro que puso en circulación hace casi veinte años Nassim Nicholas Taleb, matemático americano de origen libanés. Resumiendo mucho, un cisne negro es un suceso altamente improbable, imposible de predecir por esa altísima improbabilidad pero que sin embargo se produce. Y al producirse, altera sustancialmente todo a su alrededor. Por ejemplificar: la pandemia del covid fue un cisne negro. Solo a posteriori vimos a tantos expertos decir cómo hubiera sido posible saber que algo así iba a suceder. En la práctica sabemos que la próxima pandemia nos pillará de nuevo por sorpresa (porque ahora solo visualizamos pandemias de virus aéreos, similares al covid), y si no es una pandemia será cualquier otro fenómeno. Taleb defiende, desde una visión muy personal, que encaja en una corriente del empirismo representada por Locke o Karl Popper, que los cisnes negros existen. No vamos a saber cuáles son, no podemos predecirlos en particular, pero sí sabemos y podemos predecir que cruzan la realidad. Y movernos en un mundo de modelos ideales, como si la humanidad obedeciera exclusivamente a leyes físicas (son muy interesantes sus diatribas contra los modelos económicos y en general toda clase de platonismos) y los cisnes negros no existieran, es simplemente absurdo. Por no decir estúpido. El cisne negro es un libro ágil, para cuya lectura no hacen falta conocimientos matemáticos, y Taleb expone con brillantez lo que quiere decir. Lo cual no implica que nos convenza siempre. Porque no siempre lo logrará. Y está bien que así sea, que podamos discutir con el autor y su libro. Después de El cisne negro leí Antifrágil, que es una continuación espiritual del primero, y aunque las ideas, por repetición, pierden fuerza, la escritura es igual de potente y hay imágenes y conceptos muy aprovechables.


Taleb me llevó a leer algo más de Karl Popper. Como alguien que estudió Físicas y que se interesó por su historia y su metodología y filosofía, había leído algo de él. Había leído un poco de Popper y al menos La historia de las revoluciones científicas de Thomas S. Kuhn, para tomar partido en esa diatriba sobre qué es y qué no es la ciencia y sobre todo la realidad que nos sitúa más cerca de uno o del otro. Estos meses leí Búsqueda sin término. Una autobiografía intelectual, de Karl Popper. Es un libro que nos lleva a la centroeuropa de principios del siglo XX con todo lo que eso significa. Tiene las memorias personales e intelectuales de Popper, quien comenzó trabajando como aprendiz, fue maestro de escuela primaria y desde aquella escuela fue escribiendo sus ideas y primeros libros. Tiene algo de El mundo de ayer, de Stefan Zweig, y tiene mucho de reconstrucción del pensamiento de alguien que se interesó por todas las grandes cuestiones del siglo XX.


Sin alejarnos mucho del antiguo Impero Austrohúngaro, llegué a Maniac, de Benjamín Labatut. Leí hace menos de dos años Un verdor terrible. Aquel me llenó más. Y creo que no soy el único lector al que le ha pasado. Es más poético, más concentrado, más potente. Pero Maniac es una lectura que vale la pena. Sobre todo para los decepcionados (que somos muchos) con la decepcionante película de Oppenheimer. En Maniac el protagonista, en paralelo con esa construcción del conocimiento que podía abrir las puertas del cielo como las del infierno, es John Von Neumann. No es el mejor libro para conocer a Von Neumann (ese quizá sea El dilema del prisionero: John Von Neumann, la teoría de juegos y la bomba, de William Poundstone), pero es un muy buen libro. Y es que Von Neumann es un gran personaje. Es el siglo XX. Un intelecto brillante (de los más brillantes del siglo XX, y esto lo decía Albert Einstein y casi cualquiera que coincidiera con él) y un tipo peligroso, capaz de poner en juego cualquier cosa con tal de experimentar un poco más. Un niño que disfruta destripando camiones de juguete, aunque pueda llevarse por delante a la humanidad.


Experimentos sociales y maltratos salen a montones en La llamada, de Leila Guerriero. No había leído nada de Guerriero (bueno, sí, algunas columnas en prensa, pero nada largo) y empiezo reconociendo mi pereza ante el libro. No ante él sino ante la unanimidad que lo señalaba como uno de los libros del año. Esos libros (vale igual para pelis, obras de teatro etc) que nacen unánimes me echan para atrás. Yo esperaría que fueran los lectores los que fueran señalando lo que les gusta. Sin meterme más en estrategias de marketing, terminé el libro diciéndole a todo el mundo que es uno de los libros del año. Y que difícilmente leeré algo mejor este 2024. Es la crónica de la militancia, tortura, malos tratos y vida posterior de Silvia Labayu. Chica bien, hija de familia de dinero, militante de montoneros, apresada durante más de un año, con unas condiciones particulares que hicieron que muchos de sus antiguos compañeros desconfiaran de ella. Leila Guerriero aprovecha muy bien al personaje de Labayu para construir una historia contraintuitiva. Las víctimas son los personajes principales del mundo que hemos construido. Y ella es víctima, se sabe y reclama ser víctima, pero no quiere ser y casi desprecia a quien es víctima profesional. En el libro aparecen mil temas interesantes. Machismo y la negación de lo que fueron violaciones, para empezar. Las sospechas. Los venenos. La capacidad de algunos para decir nos equivocamos y la incapacidad de otros para decirlo, porque sería reconocer que sus mejores años fueron desperdiciados. Silvia Labayu es un personaje de primera y con ese material Leila Guerriero hizo un libro de primera.


Hablaba de los libros que se van haciendo unánimes poco a poco frente a los que vienen con la unanimidad impuesta. He tardado un año en leer Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado. Y fue llegando la unanimidad a su alrededor. Y por lo que al fin leí, bien merecida. El año pasado quise ir a la presentación en Madrid, pero una combinación de horarios laborales y familiares lo hizo imposible. Y dije, a la próxima. Y al final pues tuve que ir a una librería a comprarlo cuando ya pensé que no quería postergarlo más. Yeguas exhaustas es un artefacto extraño. Muy cansado y bien ajustado. Es una novela, o es al menos una narración, y tiene mucho de memoria (imagino que personal, aunque prestada al personaje de Beatriz) y de reflexiones. De género, muchas, y eso está bien pero lo tenemos en muchos otros libros, y sobre todo de clase, que falta muchas veces en esas reflexiones de género. Si hablamos de feminismo interseccional, aquí lo tenemos. De la terreta, de cercanía, de una huerta valenciana a la universidad, de quien vio a sus padres deslomarse y llegó a tener un doctorado y dijo, aquí hay trampa. Me valen de poco las lecturas de quien nos cuenta lo duro que le resultó ser mujer siendo millonaria. Entre millonarios es más difícil ser mujer que hombre, no lo pongo en duda. Pero vistas en un contexto amplio, no son dificultades reales, compartibles por las lectoras comunes. Aquí hay mucha vida común. Mucho día a día. Mucha toxicidad y muchísimo cansancio. Lenguaje cuidado y perfectamente ajustado, veneno medido. Un libro muy particular y muy interesante. Para club de lectura y debate. Quizá no estaría de más que para club de lectura y debate en institutos (que sé que se ha utilizado en institutos, pero que no está de más pedir que se use en más institutos).


Más familia y más memoria es lo que hay en Nada es verdad, de Veronica Raimo. Nada es verdad es un título intercambiable con Todo es verdad. Todo en este librito suena a honesto y verdadero. Y como sabemos, lo honesto y lo verdadero es, a efectos literarios, mucho más importante que lo cierto y lo verídico. Estas memorias familiares, estas historias de un padre obsesionado con trocear los pisos, una madre angustiada por la desaparición de sus hijos del mundo y dos hijos brillantes pero que acaban siendo escritores (en vez de desarrollar todo ese talento que les ha sido dado, para disgusto de quienes los rodean) son divertidas, tiernas, y a su manera llenas de amor. Un muy buen libro para leer a la orilla del mar. O eso me parece ahora mismo.


Una autora clásica de la que no había leído nada es Marguerite Duras. Y leí Los caballitos de Tarquinia y me pareció un libro perfecto. Precioso, bien medido. Nada más que decir. Seguiré leyendo a la autora.


He estado releyendo cuentos (Todos los besos del mundo) y ensayos y no ficción (Por qué escribo) de Félix Romeo. Félix Romeo se murió joven y dejó poco publicado. Pero siempre vale la pena volver a leerlo. Conseguí y leí el único de sus libros que no tenía y no había leído. Es Amarillo. Se suele decir que es un libro sobre el suicidio de un amigo de Romeo, que se tiró por la ventana del piso que compartían en Barcelona cuando los dos tenían veinticuatro años. Pero es realmente un libro sobre la idea del suicidio y lo desamparados que nos deja saber que existe esa puerta. Es un libro triste, cómo si no. Es un libro bien escrito. Hay fragmentos del amigo y fragmentos de Félix Romeo, que se desarma para intentar entender lo que no se entiende o se entiende de sobra. Está la inmensa sombra de Camus y Sísifo y está la sombra de Handke y aquel libro tan difícil de olvidar cuando se ha leído que es Desgracia impeorable. Y está la inmensa figura de Félix Romeo y está la idea de pérdida.


También he aprovechado estos meses para releer a Eduardo Halfon. Estuve, en paralelo a la Feria del Libro de Madrid, en la presentación de su última novela, Tarántula. Halfon siempre escribe bien y siempre es interesante, pero yo no he leído todavía esa novela. Así que, aunque supongo que será un buen libro, me parece aventurado recomendarla. Sí aprovecho para recomendar casi cualquiera de sus libros. Yo he estado releyendo (algunos completos, otros solo a trozos) Signor Hoffman, El boxeador polaco (¿tal vez su obra magna?), Biblioteca bizarra (su libro menor estupendo) y Clases de chapín. Tal vez Halfon, por temas y miradas, no parezca muy veraniego. Sea contraclimático. Pero tal vez, bien leídos y metabolizados, Biblioteca bizarra o Clases de chapín sean estupendas lecturas para viajes cortos o largos, porque ocupan poco, pesan poco y pueden leerse muchas veces sin que se agoten.


Después de años sin leerlo (no por nada, sino porque me di un atracón hace cinco o seis años) encontré en la biblioteca algo de Georges Perec que no había leído. Pensar / clasificar es otro libro para aprender a mirar el mundo de manera diferente. Perec es un autor para aprender a mirar el mundo de otro modo. Como pequeños sociólogos aficionados, como paseantes observadores. ¿Qué mejor para el verano que aprender a mirar de otro modo?


Nunca había leído a Joan Didion como ensayista. Como novelista, que era lo que había en la biblioteca, nunca ha acabado de convencerme. Pero conseguí, después de mucho tiempo, hacerme con una copia de Los que sueñan el sueño dorado. Y es verdad que tiene algo. Es una recopilación de escritos periodísticos y pequeños ensayos y lógicamente los hay brillantísimos y más normalitos, pero los buenos son muy buenos. Me sorprende, eso sí, que la mirada clasista y siempre juzgadora que tiene Didion no haya sido repensada y recalificada en las últimas décadas. Más bien al revés, parece que siguen llegando legiones de seguidoras a sus textos.


Y voy terminando. Si queríais pensar en libros veraniegos, gordos, narrativos, llenos de giros, algo a lo que pasar páginas desde la orilla del mar, también he leído algunas cosas en este trimestre que os podrían ayudar en ese fin. Van listados, sin más. Todos están bien construidos, con todos se te van las horas de lectura.

¿Puedes oírme?, de Elena Varvello.

El explorador, de Tana French.

El reloj de sol, de Shirley Jackson.

Y ayer mismo, en una silla plegable a la orilla del mar, terminé de leer Después, de Stephen King.

Lo dicho, hay buenos libros recogidos en estos apuntes.

A la vuelta del verano habrá algunos más.

Ha habido libros decepcionantes, pero no vale la pena hacer sangre. Me los guardo, no lea alguien esta entrada en diagonal, los pille y luego me culpe.


Seguiremos leyendo. Y comentándolo de vez en cuando.


Felices lecturas


Sr. E

sábado, 30 de marzo de 2024

Declaración trimestral: lecturas de enero a marzo de 2024

Declaración trimestral: Lecturas de enero a marzo de 2024


Voy a intentar darme un paseo por aquí aunque sea cada tres meses y reflexionar un poco sobre lo que he ido leyendo. Escribir y explicar me ayudan a entender mejor lo que leí, supongo que como a todos.

Han salido buenas lecturas, muy buenas en muchos casos, al pensar en este trimestre. Novela, ensayo, relato, libros de esos que no sabes muy bien dónde poner pero que sin duda son de los más interesantes que uno se puede encontrar.

Como se trata de ordenar mis ideas y de que quien se acerque por aquí apunte algún título recomendado, voy a evitar hacerme mala sangre (ya me la hice en el momento de la decepcionante lectura) y no hablaré mal de algunos libros fenómeno que no justifican ningún tipo de pirotecnia alrededor. Y no hablo de bestsellers con escasa calidad o de subproductos variados. A esos no suelo acercarme. O si me acerco sé lo que son y lo que se puede esperar. Hablo más bien de libros que críticos, reseñistas, comentadores en radios y en podcasts y el habitual largo etcétera recomiendan y que no tienen sustancia alguna. No hablemos de los gustos de cada cual. A mí no me gusta Antonio Lobo Antunes pero veo que es literatura de primera. Y me gustan escritores que no son los mejores prosistas del planeta. Deberíamos saber qué es un buen libro, qué es una buena novela, un relato bien construido o un ensayo que aporta algo. Creo que con cierto bagaje lector encima sabemos de sobra, leyendo un capítulo o un par de páginas cuándo un libro es banal. Decíamos que no veníamos a hacernos mala sangre.

Libros que terminé en enero pero venían casi del año pasado:

Me pasó con dos libros de Carrère. El estrecho de Bering es una buena lectura. No es un Carrère top pero se lee bien, y tiene interés por lo que cuenta, una historia de la ucronía y por lo tanto una historia de lo que no ha sucedido. Y es interesante porque Carrère parece que está tomando notas y escribiendo para sí mismo y nos va preguntando qué hubiera pasado si... enlazándolo con decenas de obras y situaciones históricas. El otro libro de Carrère que cambió conmigo de año fue V13. Son las crónicas del juicio por el atentado de la sala Bataclan de París, en noviembre de 2015. Confieso que llegué a él desde la pereza. Me parecía que sería un refrito de aprovechamiento de la editorial. Ya que Carrère había estado escribiendo para la prensa sobre el juicio, lo empaquetamos, encuadernamos y vendemos. Lo estuve viendo semanas en la biblioteca y me resistía. Y en un momento bajé la guardia y lo cogí y es un libro de primera. Son crónicas periodísticas del juicio pero todas juntas tienen una coherencia y una hondura que te va haciendo un nudo en la garganta. Seguramente fue el primer gran libro que he leído este año.


Algo divulgativo: Disfruté como un enano, algunas semanas después, de Historia de las especies invasoras, de Ángel Luis León. Mi formación académica es científica pero la Biología es una de las disciplinas de las que menos sé en el mundo. Posiblemente mi último curso reglado en Biología fue 3º de la ESO y nunca he sentido mucho interés por leer sobre ella. He leído mucho más, alejado de mi formación, sobre historia, sobre sociología, sobre cine y artes. Me encantan, eso sí, los libros de curiosidades. Y este lo es. Empieza con los hipopótamos del zoológico de Pablo Escobar, convertidos en reyes del entorno desde que se escaparon, y desde ahí va hacia arriba. Noto, cuando leo divulgación y ensayo, en general y con lo que tiene de injusta la generalización, una diferencia evidente entre el ensayo y la divulgación que viene del ámbito anglosajón y una tradición más centroeuropea y francesa, que marca más el molde en España. La diferencia se manifiesta en la calidad narrativa. En la intención de llevarte por el tema con imágenes potentes y un ritmo bien llevado. Cuando leo divulgación espero algo así. Y aquí está. Es un libro estupendo, supongo que poco conocido, y muy disfrutable para cualquiera con curiosidad. Edad de 10 a 99 años, como se suele decir.

En una línea parecida, brillante, entretenido y capaz de conducirme por el mundo de la biología, aquí especializándose en la genética y no en la zoología, Tiene la sonrisa de su madre: poder, deformación y potencial de la herencia, de Carl Zimmer es otro libro estupendo. Divertido, lleno de conocimiento y relacionando la herencia genética con todos los ámbitos en los que la herencia, desde lo más material a lo más espiritual, puede aparecer.

He leído estos meses un libro que no conocía de Carson McCullers, Reloj sin manecillas, y solo puedo decir que todo lo que se lee de Carson McCullers vale la pena. Es una novela delicada, brillante. Fue el último libro que Carson McCullers escribió y el tema central podríamos decir que es la muerte. Un farmacéutico de un pequeño pueblo sureño se enfrenta al diagnóstico de una enfermedad mortal y debe aprender a convivir con ello. Su visión del mundo cambiará (cómo no va a hacerlo) y me recordó a la película (estupenda), Living, de hace un par de años, remake de Vivir de Kurosawa.


Un gran descubrimiento: Llegué a su nombre por una recomendación vista en redes sociales, no recuerdo exactamente dónde. Algo bueno tienen también las redes, no se lo neguemos. Leí y apunté el nombre de André Dubus y viendo que lo editaba Gallo Nero y lo bonitas que eran las portadas fui a la biblioteca a por algo. Leí Vuelos separados, que fue la primera colección de relatos publicada por el autor, en 1975. Y fui a comprarla para poder releerla a no mucho tardar y subrayar y apuntar sobre ella. Hay al menos dos relatos ahí dentro a los que el calificativo de obra maestra no les queda grande. Y después pude leer Adulterio y puedo decir lo mismo. Estoy esperando la creo que inminente publicación de Encontrar una chica en América para volver a entrar en ese mundo de historias de parejas que se rompen, de tristezas íntimas y de decepciones y miedos. La obra de André Dubus, esos relatos tan estupendos, me llevaron a plantearme por qué unos autores americanos nos llegan y nos los venden como los grandes autores de su generación y otros nos acaban llegando casi cincuenta años después y son escritores de primera. Me gusta Carver, o me gustó Carver, pero me pregunto qué tenía Carver para que nos bombardearan con él y para que fuera la entrada a un canon en el que empezamos muchos a leer a finales de los noventa y primeros dosmiles y no tenían Tobias Wolff o Lorrie Moore o André Dubus o Deborah Eisenberg. Y ya sé que Lorrie Moore es muy conocida, pero no como Carver, y Tobias Wolff tuvo unas cuantas obras en España, y hasta sus cuentos completos, pero sin comparación con lo que había alrededor de Carver hace veinticinco años.


Algunos clásicos: He leído algunos clásicos. Y los he disfrutado. He vuelto a leer La casa lúgubre (anteriormente titulada como Casa desolada) y confirmo que me parece el mejor libro de Dickens. He leído, y nunca lo había hecho, Madame Bovary. Me encantó. Es absurdo que yo diga eso, ya lo sé, porque al final los clásicos son los que deben. Disfruté también la breve lectura de la edición con El crimen de la Calle Fuencarral y El crimen del cura Galeote, de Pérez Galdós. Algún día terminaré de leer, que lo cojo y suelto por temporadas, Las ilusiones perdidas, de Balzac.


Disfruté mucho, aunque: De Lake Success, de Gary Stheyngart. Lo leí con ansia. Lo devoré, como se suele decir. Es una novela muy bien armada. Una obra pop nihilista sobre yonquis del éxito y el dinero que descubren que la vida no va siempre cuesta abajo, esencialmente. El aunque, los peros, los tengo por ahí. Creo que no es para cualquiera. Pero creía que no era para mí. Lo cogí en la biblioteca sin tener muy claro por qué y lo disfruté. Pero dejo la advertencia de que no a todo el mundo le convencerá.


Libros anfibios: Tengo apuntados tres libros que me gustaron mucho, cada uno por sus motivos, y que creo que no pueden ser más distintos entre sí. Los últimos días de Roger Federer, de Geoff Dyer, toma a Federer como excusa e hilo conductor y escribe sobre el final. El final por la muerte, el final por el abandono, el final por el olvido, el final por la rendición. Es un libro corto, poético, con capítulos más cortos. Se lee a sorbitos, si puede ser al sol de invierno, con un té cargadito o un buen café en la mano. Buscaré más libros del autor, que parece tener intereses muy variados y obras sobre temas diversos. No creo que vaya a leer algo mejor este año que Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O´Brien. Es novela pero no es ficción pura. Tampoco es memoria ni crónica. Es un poco de todo y es una experiencia de lectura brutal sobre lo que tener 20 años y pasarte dieciocho meses en Vietnam puede suponer. ¿Cómo se vuelve de algo así? ¿Se vuelve? ¿Es posible? ¿Qué pasa con los fantasmas de los que no vuelven? Todo eso está en el libro, y la lectura tira tanto de ti como la sensación de que deberías dejar de mirar, porque resulta una experiencia violenta. En presencia de Battiato, de Eduardo Laporte, es un libro pequeño y muy bonito. Habla, no hay sorpresa, de Franco Battiato. Y habla sobre todo de lo importante que el arte puede ser en la vida de una persona. El arte, aquí la música de Battiato, acompaña, consuela, enseña, nos lleva a pensar en nuevos caminos. Soy battiatiano tardío. Llegué a él después de su muerte. Por un amigo que representa lo mismo que gente como Laporte, que se vio tan afectado y ante un vacío tan grande que tuvo que sentarse y escribir un libro. Olé por el editor que decidió ir adelante con la idea, añado.


Los viejos amigos: Quienes paseáis de vez en cuando por el blog sabéis que no me gusta decir que este es el mejor libro del mundo y callarme que es de mi amigo. Me parece poco honrado. No soy objetivo con mis amigos porque son mis amigos. Cualquiera lo entiende. Tengo la suerte, con todo, de tener pocos amigos escritores (eso ya es una suerte, cualquier escritor con muchos amigos escritores os lo podría confirmar) y de que sean muy buenos. Baste decir que no tendré más de cuatro escritores en mi agenda del móvil y dos de ellos han sido ganadores del Premio Café Gijón. Hablamos de escritores de primera, miembros de ese selecto club. Los dos han sacado libro en este trimestre.

Miguel Ángel González llegó a finales de enero con Perder el equilibrio. No es su primera novela, pero es quizá la primera de sus novelas que va a llegar a un público más grande. De momento ya está nominada al premio a la mejor novela negra del Festival Valencia Negra de este año. Perder el equilibrio es una historia de venganza. Jonás ha perdido mucho más que una pierna. Ha perdido una vida y quiere que alguien pague por ello. Y urde un plan que iremos descubriendo capítulo a capítulo, entre viajes a otros lugares y vueltas al pasado y el futuro. Seca y poética, se adapta perfectamente al molde de la novela negra pero lo enriquece. Chandler también escribía novela negra. James M. Cain. Este libro de Miguel Ángel se acerca más a Cain que a Chandler. Por si os suena menos, aprovecho para recordar que Cain es un autor enorme. La novela tiene poesía y bajeza. Vuelos transatlánticos y un plan que se va acercando a su resolución. Humor negro. Un muy buen libro.

Rafael Balanzá eligió el 29 de febrero, y apuesto a que no fue casual, para que saliera su nueva novela después de seis años. Muerte de atlante es un libro que a primera vista podría parecer también una novela negra. Pero creo que le encaja mejor la etiqueta de thriller. Balanzá se resiste siempre a los moldes y los subvierte desde dentro. Hay narración pura y thriller. Hay de hecho una historia super concentrada, doce tensas horas en el interior de un buque dedicado a la investigación en el que aparece el cadáver de una de sus tripulantes. No será, e intento no destripar demasiado, el único. No hay que averiguar quién ha sido. Lo sabemos. Hay que asistir a lo mejor y a lo peor, sobre todo a lo peor, de la condición humana. Los libros de Rafael Balanzá suelen ser profundamente humanos, y sirven para recordarnos lo peor de la especie. Algo que puede considerarse accidental pone en marcha la trama. Y hay que sobrevivir.


Lo que me dejo: apuntes sobre una serie de ensayos que estoy leyendo y que están modificando algunas de mis ideas sobre el mundo y la manera de estar en él, por grandilocuente que suene. Intentaré dedicarles un post cuando los acabe de pensar. Y la mala sangre que quería evitar al pensar en algunas lecturas fallidas, no por fallidas sino por celebradas en su insustancialidad. Hay un título, ahora vuelvo a verlo, que quizá necesite un ajuste de cuentas, pese a todo.

Seguiremos leyendo. Y comentándolo de vez en cuando.

Felices lecturas

Sr. E


sábado, 30 de diciembre de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023 (II)

Mis cuentos pendientes (II)

¿A quién no le gusta una buena lista con las diez mejores lecturas del año? Estoy seguro que hay muchísima gente a la que no le gusta una lista con las diez mejores lecturas del año. Pero ayuda a terminar de clasificar y reflexionar sobre las lecturas que uno ha ido haciendo. Y por si fuera del interés de alguien, aquí van diez libros, del décimo al primero, en un orden tan firme como el de los continentes y su deriva, un orden que mañana podría ser, perfectamente, otro. Pero mañana no volveré a pensar en ello. Hoy quedará establecido y así se queda. Una lista sin amiguismos ni presiones editoriales ni publicitarias. Que ya es algo. Con novedades y antigüedades. Con narrativa y ensayo e incluso un poco de poesía.

 

10. El movimiento del cuerpo a través del espacio, de Lionel Shriver, Ed. Anagrama.

 

9. Una vida de pueblo, de Louise Glück, Ed. Pre – Textos.

 

8. Relatos, de Deborah Eisenberg / La casa en llamas, de Ann Beattie, Ed. Chai.

 

7. Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, Ed. Sexto Piso.

 

6. Tu mente bajo los efectos de las plantas, de Michael Pollan, Ed. Debate.

 

5. Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman, Ed. Debate.

 

4. Todo esto para qué, de Lionel Shriver, Ed. Anagrama.

 

3. El desencantado, de Budd Schulberg, Ed. Acantilado.

 

2. Cumbres borrascosas, de Emily Brönte, Ed. Alba.

 

1. El artesano, de Richard Sennett, Ed. Anagrama.

 

Ahora sí, a por un 2024 de mejores lecturas.

 

Saludos cuentistas

 

Sr. E


viernes, 29 de diciembre de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023 


Se nos ha pasado otro año leyendo y pensando sobre lo leído. Se ha ido rápido 2023. O eso me ha parecido. Comienzo diciendo que no leo en digital, porque ya trabajo bastante con pantallas como para añadir otra más a mis ojos. No leo en digital, por decirlo todo, con la excepción de algunas incursiones en el servicio e – biblio para ver cómo empieza algo y decidir si merece la pena la excursión a la biblioteca para cogerlo. Y en paralelo, casi siempre escribo directamente en el ordenador. Esa escritura es más ligera y seguramente más superficial. Y tiene problemas, claro, como que algo se pierda y no se pueda recuperar. Algo así me pasó este año con mi cuaderno de lecturas, y perdí las referencias de los libros leídos durante julio y agosto. Recuperé los que mi memoria no había desechado, y da miedo ver a qué velocidad nos olvidamos de algunos libros. También reconforta ver con qué solidez se nos han quedado algunos, que ya parecen clásicos de nuestra vida, y ahora vemos que leímos hace solo 8 o 10 meses. Aprovechamos estos últimos días del año para hacer balance y recomendar algunas cosas.

Con la posible pérdida de algunos libros poco memorables, durante 2023 he leído 92 libros. Dejo al margen relecturas parciales o lecturas abortadas después de treinta o cuarenta páginas, algo que cada vez practico con mayor frecuencia. Serán las cosas de hacerse mayor o de darse cuenta de que hay mucho que leer. Ahora mismo me siento capaz de retirarle la palabra a quien me diga que cuando empieza un libro se siente obligado a terminarlo. ¿Por qué? ¿Qué necesidad?

Hay novela, relato y ensayo entre mis lecturas. Algo haré mal cuando el porcentaje de malas elecciones es mucho mayor en la novela que en el relato o el ensayo. Algo haré mal yo como lector o algo harán mal los autores y sus editores permitiendo que en novela pasen el filtro obras mucho más flojas. Podremos echarle la culpa a Kundera y su concepto flexible de la novela. O podremos citar a Levrero cuando decía, en La novela luminosa, que cualquier cosa entre tapa y tapa es una novela.

He leído algunos diarios y cómics y después de bastante tiempo he leído poesía.

Voy a clasificar de manera fácil de comprender los libros que más me han gustado durante este año y que paso a recomendar a quien quiera tomarlos como tales recomendaciones. Aún quedan los reyes magos y hay mucha gente esperando buenos libros. Estos lo son.

Novelas clásicas, tanto en estructura como en escritura:

Este año he ido cubriendo algunas de mis lagunas lectoras. Y de esas lagunas que he ido cubriendo salen las novelas más sólidas que he leído. Aunque son novelas bastante modernas y contemporáneas en muchos de los aspectos de su escritura. Lo es Madame Bovary, de Gustave Flaubert, y lo es aún más Cumbres borrascosas, de Emily Brönte. Del libro de Flaubert se puede hacer un tratado (y varios se han hecho) sobre el uso del punto de vista y el lenguaje. Pero vale la pena olvidarse de los aspectos técnicos y no leer esta novela como si fuera un libro frío, porque no lo es. Vale la pena meterse en sus páginas y dejarse llevar por las pasiones de Emma Bovary y quienes la acompañan. Pasiones hay también, aunque extrañas, entre Catherine y Heathcliff, protagonistas de Cumbres borrascosas, y ese micromundo rural en el que viven está retratado con viveza. Es, como decíamos, un libro con una estructura curiosa, muy innovadora para su época y francamente precisa.

Terminando el año leí otra novela clásica, decadente, muy americana y con evidentes aires a lo Scott Fitzgerald. Pero, ¿a quién no le gusta un buen imitador de Scott Fitzgerald? Lo difícil es imitarlo bien, como es difícil imitar bien a Bolaño o a Kafka. El libro se llama El desencantado y su autor Budd Schulberg. No conocía de nada ni al autor ni su obra, aunque las tenga en su catálogo Acantilado. Escuché su nombre en uno de esos programas de radio en los que colabora José Luis Garci. Y después vi que el prólogo lo escribía Anthony Burgess. Soy devoto de las memorias de Burgess y de su inteligencia como lector, no tanto de sus novelas. Pero me gustó encontrarlo como introductor de esta novela, que decía releer cada dos años o menos. La historia es sencilla, Hollywood, años cuarenta, un joven aspirante a escritor, recién licenciado, con dudas sobre su talento y mucha ilusión, es contratado para ayudar con la construcción del guión de una frívola comedia de chicos que conocen a chicas a un novelista legendario, el autor al que toda su generación leyó deslumbrado y al que ahora apenas se reconoce bajo las ruinas de un hombre alcoholizado incapaz de sentarse a trabajar. Aventuras, desventuras, desilusiones, muchas, y más de quinientas páginas que saben en todo momento a dónde quieren ir y regalan alguna perlita en todas y cada una de ellas. Una novela sólida, llena de literatura y vida.

 

Memorias, diarios y similares:

Comienzo otra vez con Budd Schulberg. Deslumbrado con su novela, acudí raudo a la biblioteca a ver qué más tenían suyo. Y tenían sus memorias, tituladas De cine. Memorias de un príncipe de Hollywood. Que yo no conociera previamente a Budd Schulberg solo habla de mis lagunas y carencias. Fue un guionista que ganó un Oscar en su trabajo por La ley del silencio, con Marlon Brando. Fue el guionista de esa estupenda película que se llama Más dura será la caída, con Humphrey Bogart. ¿Y por qué un príncipe de Hollywood? Porque en sus memorias, que se detienen quizá más de lo deseable en su infancia y primerísima juventud (pero así es la memoria, y así nos almacena y construye) nos cuenta que su familia fue una de las pioneras de Hollywood tal y como se construyó en los años 20 y 30. No es un libro, pero este año me impactó y disfruté muchísimo con la película Babylon, de Damien Chazelle, con una Margot Robbie que se come la peli y no estuvo ni entre las candidatas a todos esos importantes premios que este año es posible que gane por hacer de muñeca. El caso es que reconstruye ese mismo mundo de pioneros y excesos. Y nos va enseñando cómo Hollywood pudo llegar a ser lo que fue. Y cómo fue crecer entre estrellas y el desierto. Y lo difícil que siempre resulta destacar en el mismo medio en el que tu familia lo ha hecho.

Una de las estanterías temáticas más pobladas de mi biblioteca es sin duda la de adicciones y crónicas sobre caídas y recaídas. Este año leí y añadí a esa estantería La huella de los días. La adicción y sus repercusiones, de Leslie Jamison. No es un libro top sobre el tema. Pero es una reflexión interesante sobre el alcoholismo. Y sobre cómo esa adicción se cruza con el hecho de ser mujer y con el tema quizá central del libro, cómo pasarse con la bebida y otras sustancias no despierta demasiadas alarmas cuando se hace dentro de un entorno artístico o seudoartístico.

Compré algunos tomos más de los diarios de Trapiello, a los que dediqué un importante tiempo de búsqueda. Quienes andamos detrás de ellos podremos decir que hay precios disparatados en librerías de segunda mano, y particulares que piden cifras obscenas por sus viejas ediciones de Pre – Textos. Leí Seré duda, el tomo de 2005. No es el mejor, pero creo que es la clase de lectura por qué me compré un sillón nuevo, reclinable y muy cómodo, para pasarme dos o tres horas seguidas por las tardes leyendo, cuando las tardes y las horas permiten ese dispendio. Compré también el último tomo, Éramos otros, que seguramente sea el próximo que lea.


Relatos:

Hacía bastantes años que no leía tantos cuentos. Ni tan buenos. El cuento es el género en el que más cómodo me siento, y no puedo evitarlo. Así soy como escritor y así soy como lector. Seguramente sea porque así es como soy como persona. Han caído, con los meses del año, muchos de los cuentos de Maupassant, los Cuentos completos de Dylan Thomas y los cuentos casi completos de Raymond Chandler, titulados como conjunto, en la edición que tengo, Nunca soñaron con la posteridad. Casi completos son también, aunque mucho menos numerosos, las compilaciones que la editorial argentina Chai ha hecho de las escritoras Ann Beattie, La casa en llamas, y Deborah Eisenberg, Relatos.

Asoman en el horizonte, como proyectos para 2024, los cuentos completos, o casi, de William Faulkner, y las historias completas del Padre Brown, que adquirí como quien compra una propiedad para disfrutar de ella en un futuro lleno de promesas y tiempo libre.

Me sorprendió mucho el libro Niña con monstruo dentro, de Rosa Navarro. Quienes escribimos creo que identificaremos una serie de libros y relatos que, más allá de sus bondades o debilidades, son libros que nos incitan a ponernos a escribir. Sea a favor o en contra de lo que hemos leído. Pues esa clase de libro. No debería estar descubriendo nada citándolo, puesto que fue finalista del premio Setenil y ganó el Premio Tigre Juan, pero como nadie de ningún suplemento literario parece haberlo leído, y han dejado el puesto de mejor libro de cuentos español del año o bien vacante o bien lleno de clichés, lo dejo apuntado, por si alguien lo quiere buscar.

Lionel Shriver:

No sabía si ponerla en novela o darle su propio lugar. Ha sido la escritora que ha definido mi año lector. Ya había leído un par de libros suyos con anterioridad. Propiedad privada, el primero que leí, quizá siga siendo mi preferido. Después de la pérdida de mis archivos lectores, si hubo un libro que tenía claro que había leído durante el verano, y cómo, con qué ansia piscinera y de siestas perdidas, fue Todo esto para qué. También leí Big Brother y rematé el año shriveriano con Tenemos que hablar de Kevin, su obra más famosa (y me atrevo a decir que de las más flojitas) y El movimiento del cuerpo a través del espacio, su última novela. Esta es sin duda un regalo perfecto para hacerle a ese amigo que ha decidido, después de años de sedentarismo, correr un maratón. O varios. Y a poder ser en Tokio. Como se suele decir, si no reconoces el perfil entre tu círculo de amistades, probablemente seas tú.

Lionel Shriver busca un tema incómodo y mete el palito y remueve la mierda alrededor. Y lo hace con una prosa limpia, muy americana, con un enfoque comercial poco disimulado. Se le pueden hacer algunos reproches estructurales, por la manera en la que cierra las historias. Pero construye novelas de 600 o 700 páginas sobre temas que a priori no te dicen nada y las mantiene en pie con nervio y sin que puedas alejarte de ellas.

Novelas cortas, de esas que puedes leer en una tarde:

Puedo repetir que este año decidí cubrir algunas de mis lagunas lectoras y que leí algunos de esos libritos breves de Tolstói que publica Acantilado. Cayeron Sonata a Kreutzer y La felicidad conyugal, y en ambos encontré un alma rusa quizá demasiado fría para mi gusto. Me ha pasado siempre algo parecido cuando he leído a Chéjov. No encuentro en ellos la fuerza que sí me llega cuando leo a Dostoievski o a Gógol.

Cuando yo tenía veinte años había muchos escritores y aspirantes que citaban a Bukowski como inspiración y referencia. No creo que hoy nadie lo haga. Y quizá el mundo sea mejor sin ese ejército de bukowskitos. Aunque no tiene la culpa Bukowski, claro, de sus apóstoles no solicitados. No he estado leyendo a Bukowski este año, no lo he leído nunca demasiado ni con demasiado interés. Pero me acuerdo de él porque siempre se ha contado que fue su éxito el que permitió que se rescatara a John Fante, su antepasado literario. Al que sí he leído este año ha sido a Fante. Me ha gustado mucho más que Bukowski. Es tierno, feroz, soñador. Un escritor ágil que retrata mundos pequeños, familias de inmigrantes, encierros domésticos, aventuras de corto alcance, éxitos de corta duración. Llenos de vida, Un año pésimo y sobre todo La hermandad de la uva me gustaron mucho. Son buenos libros y quizá no está mal tenerlos como referencias de un mundo empobrecido.

Fante me recordó a un escritor que me gusta aún más y en el que también hay sueños de grandeza, ternura, pequeños círculos familiares y un mundo de inmigrantes. William Saroyan, el armenio que vivía en California y tuvo durante un breve período éxito en lo que escribía. La comedia humana es un libro menor, cortito, excelente. Precioso.

Un amor cualquiera, de Jane Smiley, no es su obra más redonda ni la más ambiciosa. La leí hace algo más de dos años, quizá tres, después de quedar deslumbrado con La edad del desconsuelo. Me pareció un libro menor. La he releído y no lo es, para nada. Es un libro menor que La edad del desconsuelo pero para nada una obra menor. El amor y el desamor están presentes. Los engaños y desengaños. La vida, que pasa. La memoria, que pesa. Muy buena lectura.

Poesía:

Es triste llegar así a una autora nueva para ti, pero debo confesar que leí a Louise Glück porque murió y en la biblioteca prepararon un mostrador especial con su obra. Es una alegría que aunque sea así lleguemos a buenos libros. Leí tres poemarios y me gustó su estilo, su lirismo contemplativo, sus poemas más narrativos, su mirada pequeña. Vida de pueblo es el que más me gustó. Me gustó mucho.

Ensayo:

Comencé el año diciendo que notaba que ya estaba leyendo uno de los mejores libros que leería en todo 2023. Así fue. El artesano, de Richard Sennett. El autor lo describe como un estudio de la cultura material. Y es una descripción perfecta. Y dicho así, cultura material, puede sonar demasiado marxista y poco atractivo. Pero es un libro inteligente, agudo, lleno de valores sociológicos, filosóficos y literarios. Un libro para regalar, para tener, para leerlo y releerlo.

En verano leí un libro que me habían regalado y que me pareció de una absoluta brillantez. Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman. Kahneman es Premio Nobel de Economía y presenta aquí la obra de una vida. Analizó, en el marco del ejército israelí, las maneras de pensar. Detectó y definió muchos de los sesgos cognitivos que aceleran y condicionan nuestra manera de pensar y que la hacen, muchas veces, ineficiente. Y otras, nos hacen peligrosos para nuestros propios intereses y para interpretar el mundo en el que nos movemos.

El ensayo que más me impactó durante el otoño fue Tu mente bajo los efectos de las plantas, de Michael Pollan. Son, realmente, tres pequeños ensayos, el primero dedicado al opio, el segundo a la cafeína y el tercero al peyote. Son la clase de artículos desarrollados en profundidad que algunos periodistas americanos pueden alojar en revistas tipo New Yorker y que después pueden tomar forma de libro. Tan divulgativo y reflexivo como bien narrado, vale la pena leerlo.

Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, es un estudio sobre el desarrollo de la esquizofrenia en la familia Galvin, con seis hijos afectados por esta enfermedad. El libro es tremendo y a ratos demoledor. La enfermedad mental siempre se encuentra en la frontera entre lo cultural y lo genético, y el libro no va a aclarar sus misterios. El libro sí va a valer para ver cómo se lleva décadas medicando a gente sin tener claro cómo funciona su cerebro ni qué es lo que provoca sus síntomas.

Relacionado con los dos últimos, tanto por el tema del opio como por el de las compañías farmacéuticas y los usos poco reflexionados de muchos medicamentos, El imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe, investiga a la familia Sackler, los dueños de Purdue Pharma, creadores del Oxycontin, un medicamento del que hemos oído hablar mucho como causa inicial de la llamada epidemia de los opioides y relacionado con el nombre del fentanilo. Patrick Radden Keefe ya había escrito No digas nada, que es un libro trepidante y demoledor sobre los peores años de la violencia en Irlanda del Norte. En El imperio del dolor hay técnica periodística e investigación casi detectivesca. El mismo Radden Keefe sale en el premiado documental La belleza y el dolor, como fuente rigurosa a la que acudir buscando información, y cuenta algunas de sus conversaciones y experiencias con los Sackler.

No terminamos precisamente con el ánimo por todo lo alto.

Pero es hora de ir terminando y dejar que el año 2023 y sus lecturas acaben.

Pronto más.

Saludos cuentistas

Felices lecturas

Sr. E