Mis cuentos pendientes de 2023
Se
nos ha pasado otro año leyendo y pensando sobre lo leído. Se ha ido rápido
2023. O eso me ha parecido. Comienzo diciendo que no leo en digital, porque ya
trabajo bastante con pantallas como para añadir otra más a mis ojos. No leo en
digital, por decirlo todo, con la excepción de algunas incursiones en el
servicio e – biblio para ver cómo empieza algo y decidir si merece la pena la
excursión a la biblioteca para cogerlo. Y en paralelo, casi siempre escribo
directamente en el ordenador. Esa escritura es más ligera y seguramente más
superficial. Y tiene problemas, claro, como que algo se pierda y no se pueda
recuperar. Algo así me pasó este año con mi cuaderno de lecturas, y perdí las
referencias de los libros leídos durante julio y agosto. Recuperé los que mi
memoria no había desechado, y da miedo ver a qué velocidad nos olvidamos de
algunos libros. También reconforta ver con qué solidez se nos han quedado
algunos, que ya parecen clásicos de nuestra vida, y ahora vemos que leímos hace
solo 8 o 10 meses. Aprovechamos estos últimos días del año para hacer balance y
recomendar algunas cosas.
Con
la posible pérdida de algunos libros poco memorables, durante 2023 he leído 92
libros. Dejo al margen relecturas parciales o lecturas abortadas después de treinta
o cuarenta páginas, algo que cada vez practico con mayor frecuencia. Serán las
cosas de hacerse mayor o de darse cuenta de que hay mucho que leer. Ahora mismo
me siento capaz de retirarle la palabra a quien me diga que cuando empieza un
libro se siente obligado a terminarlo. ¿Por qué? ¿Qué necesidad?
Hay
novela, relato y ensayo entre mis lecturas. Algo haré mal cuando el porcentaje
de malas elecciones es mucho mayor en la novela que en el relato o el ensayo.
Algo haré mal yo como lector o algo harán mal los autores y sus editores
permitiendo que en novela pasen el filtro obras mucho más flojas. Podremos
echarle la culpa a Kundera y su concepto flexible de la novela. O podremos
citar a Levrero cuando decía, en La novela luminosa, que cualquier cosa
entre tapa y tapa es una novela.
He
leído algunos diarios y cómics y después de bastante tiempo he leído poesía.
Voy
a clasificar de manera fácil de comprender los libros que más me han gustado
durante este año y que paso a recomendar a quien quiera tomarlos como tales
recomendaciones. Aún quedan los reyes magos y hay mucha gente esperando buenos
libros. Estos lo son.
Novelas
clásicas, tanto en estructura como en escritura:
Este
año he ido cubriendo algunas de mis lagunas lectoras. Y de esas lagunas que he
ido cubriendo salen las novelas más sólidas que he leído. Aunque son novelas
bastante modernas y contemporáneas en muchos de los aspectos de su escritura. Lo
es Madame Bovary, de Gustave Flaubert, y lo es aún más Cumbres
borrascosas, de Emily Brönte. Del libro de Flaubert se puede hacer un
tratado (y varios se han hecho) sobre el uso del punto de vista y el lenguaje.
Pero vale la pena olvidarse de los aspectos técnicos y no leer esta novela como
si fuera un libro frío, porque no lo es. Vale la pena meterse en sus páginas y
dejarse llevar por las pasiones de Emma Bovary y quienes la acompañan. Pasiones
hay también, aunque extrañas, entre Catherine y Heathcliff, protagonistas de Cumbres
borrascosas, y ese micromundo rural en el que viven está retratado con
viveza. Es, como decíamos, un libro con una estructura curiosa, muy innovadora
para su época y francamente precisa.
Terminando
el año leí otra novela clásica, decadente, muy americana y con evidentes aires a
lo Scott Fitzgerald. Pero, ¿a quién no le gusta un buen imitador de Scott
Fitzgerald? Lo difícil es imitarlo bien, como es difícil imitar bien a Bolaño o
a Kafka. El libro se llama El desencantado y su autor Budd
Schulberg. No conocía de nada ni al autor ni su obra, aunque las tenga en su
catálogo Acantilado. Escuché su nombre en uno de esos programas de radio en los
que colabora José Luis Garci. Y después vi que el prólogo lo escribía Anthony
Burgess. Soy devoto de las memorias de Burgess y de su inteligencia como lector,
no tanto de sus novelas. Pero me gustó encontrarlo como introductor de esta
novela, que decía releer cada dos años o menos. La historia es sencilla,
Hollywood, años cuarenta, un joven aspirante a escritor, recién licenciado, con
dudas sobre su talento y mucha ilusión, es contratado para ayudar con la
construcción del guión de una frívola comedia de chicos que conocen a chicas a
un novelista legendario, el autor al que toda su generación leyó deslumbrado y
al que ahora apenas se reconoce bajo las ruinas de un hombre alcoholizado
incapaz de sentarse a trabajar. Aventuras, desventuras, desilusiones, muchas, y
más de quinientas páginas que saben en todo momento a dónde quieren ir y
regalan alguna perlita en todas y cada una de ellas. Una novela sólida, llena
de literatura y vida.
Memorias,
diarios y similares:
Comienzo
otra vez con Budd Schulberg. Deslumbrado con su novela, acudí raudo a la
biblioteca a ver qué más tenían suyo. Y tenían sus memorias, tituladas De
cine. Memorias de un príncipe de Hollywood. Que yo no conociera
previamente a Budd Schulberg solo habla de mis lagunas y carencias. Fue un
guionista que ganó un Oscar en su trabajo por La ley del silencio, con Marlon
Brando. Fue el guionista de esa estupenda película que se llama Más dura
será la caída, con Humphrey Bogart. ¿Y por qué un príncipe de Hollywood?
Porque en sus memorias, que se detienen quizá más de lo deseable en su infancia
y primerísima juventud (pero así es la memoria, y así nos almacena y construye)
nos cuenta que su familia fue una de las pioneras de Hollywood tal y como se
construyó en los años 20 y 30. No es un libro, pero este año me impactó y
disfruté muchísimo con la película Babylon, de Damien Chazelle,
con una Margot Robbie que se come la peli y no estuvo ni entre las candidatas a
todos esos importantes premios que este año es posible que gane por hacer de
muñeca. El caso es que reconstruye ese mismo mundo de pioneros y excesos. Y nos
va enseñando cómo Hollywood pudo llegar a ser lo que fue. Y cómo fue crecer
entre estrellas y el desierto. Y lo difícil que siempre resulta destacar en el
mismo medio en el que tu familia lo ha hecho.
Una
de las estanterías temáticas más pobladas de mi biblioteca es sin duda la de adicciones
y crónicas sobre caídas y recaídas. Este año leí y añadí a esa estantería La
huella de los días. La adicción y sus repercusiones, de Leslie Jamison.
No es un libro top sobre el tema. Pero es una reflexión interesante sobre el
alcoholismo. Y sobre cómo esa adicción se cruza con el hecho de ser mujer y con
el tema quizá central del libro, cómo pasarse con la bebida y otras sustancias
no despierta demasiadas alarmas cuando se hace dentro de un entorno artístico o
seudoartístico.
Compré
algunos tomos más de los diarios de Trapiello, a los que dediqué un importante
tiempo de búsqueda. Quienes andamos detrás de ellos podremos decir que hay
precios disparatados en librerías de segunda mano, y particulares que piden
cifras obscenas por sus viejas ediciones de Pre – Textos. Leí Seré duda,
el tomo de 2005. No es el mejor, pero creo que es la clase de lectura por qué
me compré un sillón nuevo, reclinable y muy cómodo, para pasarme dos o tres horas
seguidas por las tardes leyendo, cuando las tardes y las horas permiten ese
dispendio. Compré también el último tomo, Éramos otros, que seguramente
sea el próximo que lea.
Relatos:
Hacía
bastantes años que no leía tantos cuentos. Ni tan buenos. El cuento es el
género en el que más cómodo me siento, y no puedo evitarlo. Así soy como
escritor y así soy como lector. Seguramente sea porque así es como soy como
persona. Han caído, con los meses del año, muchos de los cuentos de Maupassant,
los Cuentos completos de Dylan Thomas y los cuentos casi completos de Raymond
Chandler, titulados como conjunto, en la edición que tengo, Nunca
soñaron con la posteridad. Casi completos son también, aunque mucho
menos numerosos, las compilaciones que la editorial argentina Chai ha hecho de
las escritoras Ann Beattie, La casa en llamas, y Deborah
Eisenberg, Relatos.
Asoman
en el horizonte, como proyectos para 2024, los cuentos completos, o casi, de
William Faulkner, y las historias completas del Padre Brown, que adquirí como
quien compra una propiedad para disfrutar de ella en un futuro lleno de promesas
y tiempo libre.
Me
sorprendió mucho el libro Niña con monstruo dentro, de Rosa
Navarro. Quienes escribimos creo que identificaremos una serie de libros y
relatos que, más allá de sus bondades o debilidades, son libros que nos incitan
a ponernos a escribir. Sea a favor o en contra de lo que hemos leído. Pues esa
clase de libro. No debería estar descubriendo nada citándolo, puesto que fue
finalista del premio Setenil y ganó el Premio Tigre Juan, pero como nadie de
ningún suplemento literario parece haberlo leído, y han dejado el puesto de
mejor libro de cuentos español del año o bien vacante o bien lleno de clichés,
lo dejo apuntado, por si alguien lo quiere buscar.
Lionel
Shriver:
No
sabía si ponerla en novela o darle su propio lugar. Ha sido la escritora que ha
definido mi año lector. Ya había leído un par de libros suyos con anterioridad.
Propiedad privada, el primero que leí, quizá siga siendo mi
preferido. Después de la pérdida de mis archivos lectores, si hubo un libro que
tenía claro que había leído durante el verano, y cómo, con qué ansia piscinera
y de siestas perdidas, fue Todo esto para qué. También leí Big
Brother y rematé el año shriveriano con Tenemos que hablar de Kevin,
su obra más famosa (y me atrevo a decir que de las más flojitas) y El
movimiento del cuerpo a través del espacio, su última novela. Esta es
sin duda un regalo perfecto para hacerle a ese amigo que ha decidido, después
de años de sedentarismo, correr un maratón. O varios. Y a poder ser en Tokio. Como
se suele decir, si no reconoces el perfil entre tu círculo de amistades,
probablemente seas tú.
Lionel
Shriver busca un tema incómodo y mete el palito y remueve la mierda alrededor.
Y lo hace con una prosa limpia, muy americana, con un enfoque comercial poco
disimulado. Se le pueden hacer algunos reproches estructurales, por la manera
en la que cierra las historias. Pero construye novelas de 600 o 700 páginas
sobre temas que a priori no te dicen nada y las mantiene en pie con nervio y
sin que puedas alejarte de ellas.
Novelas
cortas, de esas que puedes leer en una tarde:
Puedo
repetir que este año decidí cubrir algunas de mis lagunas lectoras y que leí
algunos de esos libritos breves de Tolstói que publica Acantilado. Cayeron Sonata
a Kreutzer y La felicidad conyugal, y en ambos encontré
un alma rusa quizá demasiado fría para mi gusto. Me ha pasado siempre algo
parecido cuando he leído a Chéjov. No encuentro en ellos la fuerza que sí me
llega cuando leo a Dostoievski o a Gógol.
Cuando
yo tenía veinte años había muchos escritores y aspirantes que citaban a
Bukowski como inspiración y referencia. No creo que hoy nadie lo haga. Y quizá
el mundo sea mejor sin ese ejército de bukowskitos. Aunque no tiene la culpa
Bukowski, claro, de sus apóstoles no solicitados. No he estado leyendo a
Bukowski este año, no lo he leído nunca demasiado ni con demasiado interés. Pero
me acuerdo de él porque siempre se ha contado que fue su éxito el que permitió
que se rescatara a John Fante, su antepasado literario. Al que sí he leído este
año ha sido a Fante. Me ha gustado mucho más que Bukowski. Es tierno, feroz,
soñador. Un escritor ágil que retrata mundos pequeños, familias de inmigrantes,
encierros domésticos, aventuras de corto alcance, éxitos de corta duración. Llenos
de vida, Un año pésimo y sobre todo La hermandad de
la uva me gustaron mucho. Son buenos libros y quizá no está mal tenerlos
como referencias de un mundo empobrecido.
Fante
me recordó a un escritor que me gusta aún más y en el que también hay sueños de
grandeza, ternura, pequeños círculos familiares y un mundo de inmigrantes.
William Saroyan, el armenio que vivía en California y tuvo durante un breve
período éxito en lo que escribía. La comedia humana es un libro
menor, cortito, excelente. Precioso.
Un amor cualquiera, de Jane Smiley, no es su obra más redonda ni la más
ambiciosa. La leí hace algo más de dos años, quizá tres, después de quedar
deslumbrado con La edad del desconsuelo. Me pareció un libro
menor. La he releído y no lo es, para nada. Es un libro menor que La edad
del desconsuelo pero para nada una obra menor. El amor y el desamor están
presentes. Los engaños y desengaños. La vida, que pasa. La memoria, que pesa.
Muy buena lectura.
Poesía:
Es
triste llegar así a una autora nueva para ti, pero debo confesar que leí a
Louise Glück porque murió y en la biblioteca prepararon un mostrador especial
con su obra. Es una alegría que aunque sea así lleguemos a buenos libros. Leí
tres poemarios y me gustó su estilo, su lirismo contemplativo, sus poemas más
narrativos, su mirada pequeña. Vida de pueblo es el que más me
gustó. Me gustó mucho.
Ensayo:
Comencé
el año diciendo que notaba que ya estaba leyendo uno de los mejores libros que
leería en todo 2023. Así fue. El artesano, de Richard Sennett. El
autor lo describe como un estudio de la cultura material. Y es una descripción
perfecta. Y dicho así, cultura material, puede sonar demasiado marxista y poco
atractivo. Pero es un libro inteligente, agudo, lleno de valores sociológicos,
filosóficos y literarios. Un libro para regalar, para tener, para leerlo y
releerlo.
En
verano leí un libro que me habían regalado y que me pareció de una absoluta
brillantez. Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman.
Kahneman es Premio Nobel de Economía y presenta aquí la obra de una vida.
Analizó, en el marco del ejército israelí, las maneras de pensar. Detectó y
definió muchos de los sesgos cognitivos que aceleran y condicionan nuestra
manera de pensar y que la hacen, muchas veces, ineficiente. Y otras, nos hacen
peligrosos para nuestros propios intereses y para interpretar el mundo en el
que nos movemos.
El
ensayo que más me impactó durante el otoño fue Tu mente bajo los efectos
de las plantas, de Michael Pollan. Son, realmente, tres pequeños
ensayos, el primero dedicado al opio, el segundo a la cafeína y el tercero al
peyote. Son la clase de artículos desarrollados en profundidad que algunos
periodistas americanos pueden alojar en revistas tipo New Yorker y que después
pueden tomar forma de libro. Tan divulgativo y reflexivo como bien narrado,
vale la pena leerlo.
Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, es un estudio
sobre el desarrollo de la esquizofrenia en la familia Galvin, con seis hijos
afectados por esta enfermedad. El libro es tremendo y a ratos demoledor. La
enfermedad mental siempre se encuentra en la frontera entre lo cultural y lo
genético, y el libro no va a aclarar sus misterios. El libro sí va a valer para
ver cómo se lleva décadas medicando a gente sin tener claro cómo funciona su cerebro
ni qué es lo que provoca sus síntomas.
Relacionado
con los dos últimos, tanto por el tema del opio como por el de las compañías
farmacéuticas y los usos poco reflexionados de muchos medicamentos, El
imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe, investiga a la familia
Sackler, los dueños de Purdue Pharma, creadores del Oxycontin, un
medicamento del que hemos oído hablar mucho como causa inicial de la llamada epidemia
de los opioides y relacionado con el nombre del fentanilo. Patrick Radden Keefe
ya había escrito No digas nada, que es un libro trepidante y
demoledor sobre los peores años de la violencia en Irlanda del Norte. En El
imperio del dolor hay técnica periodística e investigación casi
detectivesca. El mismo Radden Keefe sale en el premiado documental La
belleza y el dolor, como fuente rigurosa a la que acudir buscando
información, y cuenta algunas de sus conversaciones y experiencias con los
Sackler.
No
terminamos precisamente con el ánimo por todo lo alto.
Pero
es hora de ir terminando y dejar que el año 2023 y sus lecturas acaben.
Pronto
más.
Saludos
cuentistas
Felices
lecturas
Sr.
E