viernes, 28 de junio de 2019

Silencio administrativo, de Sara Mesa


Silencio administrativo, de Sara Mesa (Anagrama)

Sara Mesa es una de mis escritoras preferidas, entre las españolas y entre las no españolas. Me fascina la levedad y ligereza solo aparente de su prosa, su uso de una ironía que aparenta inocencia, de la melancolía como palanca sobre la que apoyar el cambio en el presente Me conmueve la belleza sencilla con la que escribe, y cómo nos recuerda, en todos sus textos de ficción, que la crueldad existe, que el mundo es un lugar cruel, duro y feo para muchos de sus habitantes, incluso en la infancia, ese lugar mitificado por tantos autores y donde ella sitúa siempre muchas de sus historias, también las más crueles.

Este cuadernillo de Anagrama (de poco más de 100 páginas, con tamaño pequeño y marginado generoso) sobrevuela la crueldad, pero no lo hace desde los rincones habituales de la escritura de Sara Mesa, porque: a) no se trata de una obra de ficción, sino de un pequeño trabajo casi periodístico, que como utiliza algunos mecanismos habituales de la ficción llamaremos obra de no – ficción, y b) la crueldad que se retrata aquí no es la habitual en su obra, la de los grupos organizados y cerrados frente al individuo que destaca y al que se puede atacar por la diferencia (la niña pobre en Cuatro por cuatro, la niña gorda en Cara de pan, la que sencillamente no es como los demás en muchos de sus relatos en Mala letra).

Todos sabemos que la pobreza existe, y seguramente todos (al menos una mayoría muy amplia) sentimos que eso es malo, que no debería ser así, que el mundo es un lugar injusto. Pero el libro nos demuestra, en sus pocas páginas, que lo que creíamos saber es poco, muy poco, y que ni nos imaginamos lo que de verdad es ser pobre y estar en la calle. Y no nos lo imaginamos porque no lo vivimos, y tampoco nos lo imaginamos porque no queremos pararnos a imaginarlo.

Escuchamos noticias en radio, televisión, leemos la prensa o las redes sociales, y nos creemos lo que nos cuentan cuando hablan de las mejoras en las condiciones vitales de los que no tienen nada, o tienen muy poco. Nos sentimos bien, nos consideramos civilizados, nuestra conciencia queda tranquila, mantenemos nuestra fe en el llamado estado del bienestar. Y lo que este libro viene a enseñarnos es que parece que vivimos en el estado del malestar. Los números, esa supuesta realidad objetiva, deberían rompernos el alma. Hay una gran cantidad de personas pobres, o incluso muy pobres, que viven en la calle, para los que no hay ayudas. Las ayudas están diseñadas para quienes pueden acceder a una plataforma desde la que solicitarla, para quienes tienen unos papeles que respalden su pobreza, su situación de necesidad. Pero excluyen, desde su definición, a quienes no tienen esa mínima estabilidad que se exige para poder hacer los papeles.

Sara Mesa nos va paseando por mostradores que se cierran, por teléfonos que no contestan, por plazos que se agotan antes de que la propia administración que exige los plazos emita los papeles que luego quiere verificar. Nos mete en un laberinto burocrático terrible y psicopático, y nos enseña lo que puede significar el silencio administrativo. Porque quien solicita una ayuda (quien está en la calle, muchas veces mendigando, y pide un salvavidas gritando socorro) tiene que cumplir puntualmente con todos los requisitos que le marca la misma administración que falla, no cumple, retrasa fechas, plazos, pagos, sin que pase nada.

Pero siendo eso terrible, lo que más debería inquietarnos del libro es tomar conciencia de la sociedad que estamos construyendo, de la culpabilización del pobre, de las noticias que oímos y no contrastamos (aunque esto, como bien apunta el libro, debería ser labor del periodismo), de las trampas de pensamiento cómodo en las que nos metemos, de los automatismos sociales, y también, de la frivolidad, la hipocresía y la confusión en las prioridades, porque no nos falta, como sociedad, nada de eso. Hay un pasaje que me parece, sin ser de los más graves, muy ejemplificador. El de muchos colectivos izquierdistas y bienintencionados, comprometidos en contra del maltrato animal, que solicitan año tras año que las ordenanzas municipales impidan que quienes practican la mendicidad puedan hacerlo acompañado de un perro. Porque los perros que viven con una persona pobre no tienen, por supuesto, las mejores condiciones. Pero, ¿y esa persona? ¿No inquieta a nadie? ¿Nadie se preocupará por ella? ¿De verdad le quieren quitar lo poco que tiene? Sara Mesa habla del dedo que señala a la luna y de quienes no ven la luna sino solo el dedo al hablar de ese tema, pero quizá podría usar palabras más feas y directas para describirlo.

Siempre me ha parecido que se regala con alegría el término libros necesarios. No creo que los haya, sinceramente. Pero si los hubiera, esté probablemente fuera uno. Para abrirnos los ojos y espabilarnos un poco.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

jueves, 20 de junio de 2019

Algunos libros de la Feria del Libro 2019, paseos variados, apresurados y con niños


Algunos libros de la Feria del Libro 2019

Este año no he tenido libro nuevo y me he librado de firmar en la Feria, a donde creo que me había tocado acudir durante los últimos tres años. Firmar en la Feria tiene algo de bonito y de incómodo a la vez, así que no ir tiene un punto de alivio importante. En esta Feria 2019 me he podido concentrar en pasear como lector, y ya sabemos lo que es la Feria, ya sabemos que es algo ajeno a la literatura, a veces hasta a la venta de libros con un poco de sentido, muchas veces es un lugar en el que los youtubers o personajes que no logro descifrar quiénes son reúnen a su alrededor grandes colas, de esas que salen del paseo donde están las casetas y dan la vuelta a la esquina, mientras autores serios, buenos, pasan las horas con un botellín de agua y el boli en la mano esperando que llegue la hora de marchar. El domingo 9 estuve por allí y Sara Mesa, una de las mejores escritoras de España, veía cómo se acercaban pocos lectores, sin prisas ni demasiada frecuencia, mientras en otra librería decenas de personas esperaban a que empezara a firmar una tal Charuca. Dejo todo eso al margen, porque ya lo sabemos, y es parte (aunque sea la parte malsana) del encanto de la Feria.
Me centro en los libros. No todos los que voy a comentar me los he comprado, por supuesto, porque los libros alimentan el espíritu, pero también necesitamos el dinero para alimentar el cuerpo, y los libros ocupan mucho sitio y los compro con precaución, y siempre recurro a la biblioteca pública como lugar preferente de suministro de lecturas.
El primer fin de semana me fijé en:
Editorial Hoja de Lata: Illska, La Maldad, ya hice reseña de este libro que leí con prisa y sin pausa y que aún me está produciendo ardor de estómago. Una pasada, una pasada incómoda, añado. Un libro diferente, impactante, que se recuerda.
Libros del Asteroide: A finales del año pasado me impresionó bastante La casa de los lamentos: Crónica de un juicio por asesinato, de Helen Garner (Libros del KO). Me resultó un libro apasionante y que construía, sobre una de esas historias que parecen de las de película de sobremesa de domingo en la televisión, una novela de no – ficción que no incurría (no demasiado, al menos) en amarillismos. Asteroide ha publicado ahora una selección de crónicas de la autora titulada Historias reales, que hablan de toda clase de temas, cercanos a la vida y a la muerte, parece que con inteligencia y buen estilo. Siguiendo con la no – ficción, Nada más real que un cuerpo: Un asesinato y unas memorias, de Alexandria Marzano – Lesnevich, parece un libro terrible pero que puede merecer la pena leer. Y termino con otro cuaderno personal, Maniobras de evasión de Pedro Mairal. No me han gustado especialmente las novelas que Asteroide ha editado de Mairal y que tan buenas críticas han tenido (La uruguaya y Una noche con Sabrina Love), me parecieron libros que sí, estaban bien, pero sin más. Abrí este libro con ejercicios de estilo, que algo así parecen, en la caseta de la editorial, y sí noté que me apetecía seguir leyéndolo. Apuntado lo dejo.
Gallo Nero: El Giro de Italia, de Dino Buzzati. Una joyita, ya lo comenté hace un par de semanas.
No hace falta tener interés ni conocimientos de ciclismo para disfrutarlo. Buzzati no lo tenía cuando lo mandaron a escribir estas crónicas e hizo un libro maravilloso. Algo parecido pasará con Los indómitos de la montaña, del mismo Buzzati, que sí fue toda su vida un apasionado del montañismo. Y cambiando de escritor y deporte, El profesional, de W.C. Heinz, y saltando ahora de editorial, El combate, de Norman Mailer, este de la editorial Contra.
Alianza: Es un lujo el fondo con el que acuden a la Feria estos editores (algo que no hacen otras muchas editoriales, y que creo que es el sentido de un acontecimiento así, poder ir a por libros que normalmente es más difícil encontrar). Los libros (libritos) de Peter Handke valen pocos euros y es verdad que tienen pocas páginas pero dejan huella. Me vale lo mismo con los de Albert Camus o J.D. Salinger. Por poner títulos y que no sean los de siempre: Desgracia impeorable o Ensayo sobre el jukebox de Handke, La caída de Albert Camus, Levantad carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, de Salinger. Celebro también que hayan reeditado La saga / fuga de J.B. de Gonzalo Torrente Ballester, un clásico que releeré este verano (si no se me cruzan otras cien lecturas por delante). Enlanzando con Buzzati, quien no haya leído El desierto de los tártaros que no deje pasar la oportunidad de tenerlo, leerlo y releerlo.
Para niños: El origen de las especies, de Charles Darwin, por Sabina Radeva, en Harper Collins. Mi hijo mayor es un biólogo aficionado de alto nivel y decidimos que era el momento de darle un poco de base teórica a sus conocimientos, y este libro, precioso, muy bien ilustrado y que maneja perfectamente el equilibrio (tan difícil) entre rigor y divulgación para niños, es estupendo. Un acierto.
El segundo fin de semana acudí con menos tiempo y me concentré en buscar:
Svetlana Aleksiévich: Cuando le dieron el Premio Nobel en 2015 todos mis prejuicios se activaron. Pensé, me temo, que habían ido a buscar a la periodista más desconocida del país más exótico que se les había ocurrido, en este caso de Bielorrusia. Pese a esas ideas preconcebidas, cogí de la biblioteca y leí El fin del Homo sovieticus (Acantilado), y me pareció un libro muy interesante, un artefacto narrativo (aunque quizá no sea especialmente narrativo) muy potente, explosivo, en el que la autora jugaba a desaparecer de manera casi total y dar la única voz a los protagonistas, a esos restos del “Homo sovieticus” que añoraban unos tiempos que para el resto de la humanidad no parecían precisamente envidiables. Incluso aquellos que no los añoraban tenían recuerdos de ellos, y los contaban, como si se tratara de un documental en el que iban pasando uno tras otro ante la cámara e iban recordando sus años de juventud. Con el éxito de la serie de televisión Chernobyl (que no he visto, pero de la que he oído contar todas las maravillas imaginables, todas esas maravillas que se repiten mensualmente sobre al menos dos o tres series) me apeteció leer su libro Voces de Chernobyl, en el que parece que se inspira la serie. Fue un deseo compartido por muchos lectores, ya que el libro estaba agotado en la caseta de la editorial y en todas las librerías en las que pregunté. Me quedé con Últimos testigos: los niños de la Segunda Guerra Mundial, que repite el esquema y la operativa de El fin del Homo Sovieticus y me está gustando mucho.
Fulgencio Pimentel: Fascinado como me encuentro con Dovlátov desde el principio de este año, decidí ir engordando mi biblioteca del autor con los que para mí son hasta ahora (de las que yo he leído hasta ahora) sus dos mejores obras: Retiro y La maleta. Pude hablar con el editor (o uno de ellos) y me anunció que la intención es ir editando todas las obras de Dovlátov, que la siguiente sea seguramente Los nuestros y no tardarán mucho en editar ambién La zona. Me alegro. Y vuelvo a recomendarlo. Ya que estaba allí, estuve ojeando otros libros de la editorial y me fijé en El libro del agua, unas memorias de Edvard Limónov, que estuvo firmando todo el fin de semana. Limónov no me interesa como escritor, y en las entrevistas parece un personaje en el peor sentido del término, y creo que todo lo que quería saber sobre él ya lo leí en el libro de Emmanuel Carrère (Limónov, Anagrama).
Astiberri: El invierno del dibujante, de Paco Roca, habla de una época de un gris con un tono bastante oscuro y de un puñado de pioneros, los dibujantes de cómic ligados (en mayor o menor medida) a la editorial Bruguera. Mercenarios a sueldo que escribían sin parar y que crearon a algunos de los personajes más populares del tebeo español de las décadas de los 50, 60 y 70. Hay impagos, trampas, cuestiones personales, creatividad y ternura. Es muy divertido, y descubrí una novela gráfica de aventuras del propio Roca (y Guillermo Corral), que no conocía y que tiene muy buena pinta y me recordó a Tintín por su línea de dibujo y ambientación. Se llama (y el título también suena al personaje de Hergé) El tesoro del cisne negro.
El último fin de semana de la Feria busqué algunos regalos para despedirme por este año:
Shirley Jackson: Es una de esas escritoras rescatadas de décadas de desmemoria (aunque nunca completa, pues algunos de sus cuentos o novelas nunca han dejado de aparecer en antologías y muchos autores muy populares siempre la han reivindicado como una importante influencia). El año pasado me compré y leí Cuentos escogidos (Minúscula), y este año he completado con Deja que te cuente (Minúscula), un libro que reúne más relatos, inéditos o poco conocidos, ensayos y simples notas. Los dos están muy bien, aunque siempre recomendaría empezar a leer a la autora por el volumen de Cuentos escogidos.
Sergio del Molino: No me posee la mitomanía, pero en los últimos años he ido leyendo más o menos todo lo que ha publicado Sergio del Molino, sigo sus columnas en prensa, escucho su Biblioterapia y sigo el programa de La Cultureta en el que es colaborador. Me apetecía acercarme a saludarlo, ya que vi que iba a estar firmando, y aproveché para comprar La memoria de los peces, que ya leí de la biblioteca, que probablemente no es su mejor libro, pero que no tenía, y es, sin duda, una novela con encanto, una de esas obras menores (quizá) que se te quedan en la memoria lectora.
Gadir: Un amor, de Dino Buzzati. Buzzati, aparte de novelista y periodista, fue desarrollando en la década de los sesenta su faceta como dibujante. Gadir tiene editado este libro, que es una rareza, una novela gráfica que recrea, en un prostíbulo y con músicos de rock, el mito de Orfeo y Eurídice.
Para niños: Tenemos en casa y le hemos sacado mucho partido a una vieja edición de los Cuentos por teléfono, de Gianni Rodari. Rodari es una maravilla para los niños, imaginativo, un poco loco, y eterno. Y sus cuentos, muy divertidos, fomentan valores contrarios al materialismo y al consumo desbocado y lo hacen sin caer en lo obvio, sin resultar pedagógicos ni pesados. Simplemente muestran un mundo inocente y lleno de juegos, mejor que el nuestro. Paseando por la Feria nos encontramos con que Blackie Books había recopilado varios de sus libros de cuentos en un único volumen, Libro de la fantasía: los mejores cuentos. Creo que cualquier niño será siempre un poco más feliz con buenos cuentos a mano, y estos son estupendos.
Hoja de Lata: Una historia popular del fútbol, de Mickaël Correia. Hace años que me despegué del fútbol como un interés prioritario. Creo que incluso podría decir que como un interés. Veo, sin embargo, todo lo que mueve, en cuanto a temas materiales (dinero, corrupción) y sentimentales (pasiones). Creo realmente que sirve y se utiliza como narcotizante. Me da rabia que sea así, que mucha gente que debería estar protestando y preocupada por muchas circunstancias de su vida solo lo esté por el resultado de su equipo de fútbol el domingo que viene o por el siguiente galáctico que será fichado. Y me interesa también cómo ha cambiado la relación de la intelectualidad y la izquierda con el fútbol en las últimas tres décadas (más o menos, creo que Vázquez Montalbán tuvo mucho que ver en que ahora no haya escritor que no presuma de equipo de fútbol preferido). Y pensé que este libro trataría, al menos parcialmente, algunos de esos temas, y por eso decidí cerrar con él esta Feria del Libro 2019.

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Felices lecturas

Sr. E



miércoles, 12 de junio de 2019

Illska, La maldad, de Eirikur Örn Norddalh


Illska, La maldad, de Eirikur Örn Norddalh (Hoja de Lata)

La faja que acompañaba esta novela cuando me la compré durante el primer fin de semana de la Feria del Libro de Madrid de este año (una faja que anunciaba que se trataba de la segunda edición, lo cual habla de un muy buen trabajo editorial, y no es el primer muy buen trabajo de Hoja de Lata con el que me encuentro) habla de la gran novela sobre el auge de la extrema derecha en Europa. Y lo es, o no. Lo es, en cierto sentido, pero no lo es en otros muchos. Leyendo algo así esperaba encontrarme con una novela de alto contenido político y violencia, y me he encontrado con un gran contenido político y altas dosis de violencia, pero me he topado también con muy buena literatura, con una novela ambiciosa y construida con gran originalidad (y una maestría a la hora de afrontar la estructura más que evidente a poco que uno haya leído unos cuantos libros y se haya puesto a escribir alguna vez).

Illska, La maldad, es una novela muy difícil de explicar en pocos párrafos. Es, quizá, por agarrarnos al esquema clásico de trama, una historia de amor (pero de amor y violencia, de amor y odio, tengamos en cuenta que Casablanca es una película de amor y nazis y funciona perfectamente, esta también es, quizá, una historia de amor y nazis). Hay un triángulo amoroso en cuyo centro está Agnes, treintañera, obsesionada casi desde siempre con el Holocausto y que escribe su tesis sobre el auge de los movimientos populistas de extrema derecha en la Europa contemporánea. Primera pregunta escalofriante de la novela. ¿Cuán diferentes somos de aquellos europeos de la década de 1930? ¿Tanto como nos gusta pensar para sentirnos bien o quizá menos? Agnes conoce por casualidad a Ómar, se empiezan a ver, se enamoran, se van a vivir juntos, pronto empieza a haber roces, desinterés de ella, inoperancia de él, hasta hay un embarazo y un niño pequeño. Ómar es un representante del precariado internacional, un treintañero con una carrera de filología, mucha actividad en la red y trabajos precarios que lo van llevando de uno al siguiente. No se queja demasiado, y representa, en lo bueno y en lo malo, al sujeto con estudios medio europeo de su generación. Empieza pareciéndonos un personaje un tanto plano y a mí ha acabado cayéndome bastante mal. Se recrea en su patetismo, siempre tiene una excusa para su inmadurez, no es crítico consigo mismo, ¿está perdido? Su generación, para bien y para mal, es la mía, como la de Agnes. Y también la de Arnór. ¿Y quién es Arnór? Pues la tercera pata del triángulo amoroso, un neonazi al que Agnes empieza a frecuentar para que le explique las ideas de esos populistas de extrema derecha. ¿Y con qué se topa? Con un tipo leído, seguro, que habla bien, que no se porta como un payaso, que puede llegar a ser encantador y hasta es atractivo. Tan atractivo como para empezar a acostarse con él. Pero, un gran pero, nunca deja de ser un nazi. Agnes se acuesta con él y nunca deja de pensar que está haciéndolo con un neonazi, de esos a los que siempre ha odiado, de esos de los que llevaron a sus abuelos lituanos a los campos de concentración. El mismo perro y el collar distinto y todo ese juego pero la misma esencia.

Porque no lo hemos dicho pero la novela transcurre en Islandia, en Reikiavik, y como lectores del sur de Europa nos sirve para conocer aquella sociedad, con sus mitos, sus costumbres, sus bondades y sus vicios. Esas sociedades nórdicas aparentemente armónicas, con menores tasas de fracaso escolar, buenos servicios sociales etc. Hasta hemos visto todos Inside job, ese documental que empezaba hablando de la crisis del sistema bancario islandés y sabemos cómo lo resolvieron. No rescataron a sus bancos, algo que los banqueros de aquí (o sus portavoces en la prensa y el gobierno) nos explicaron repetidas veces que fue posible, únicamente, porque era un país pequeño. Aquí hubiera sido impensable. Y no digo que no sea verdad, no tengo mayor idea de economía, solo señalo que quienes lo explicaban eran aquellos a quienes menos les interesaba que se copiara la receta islandesa. Pues hasta eso es un poco mentira, o es verdad pero esconde algunas mentiras, porque la mejor manera muchas veces de ocultar una verdad grande es rodeándola de verdades parciales, iluminarlas, ponerles el foco y hacer que miremos fuera del plano al que deberíamos estar mirando. Eso también nos lo dice Illska. La maldad.

La novela de hecho nos dice miles de cosas, algunas obvias y que estamos acostumbrados a escuchar (los nazis fueron malos, los racistas siempre fueron malos, no te creas demasiado a quien finja que no sabía que a su lado sucedían horrores, los que defienden ideas nazis suelen ser al menos un poco nazis, aquellos que dicen no soy racista pero suelen dar más importancia al pero de la que quieren transmitir …) y que nos decimos que sabemos, las que nos ponen en el lado de los buenos, pero también nos dice al menos otras mil cosas que no se suelen decir, o no se dicen tanto, y que nos hacen abrir los ojos e incluso alarmarnos cuando nos damos cuenta de que todos hemos hecho un recuento de judíos asesinados por el nazismo, pero ¿quién se acuerda de los gitanos?, que el paso del discurso de la extrema derecha a la derecha que se presenta civilizada es sencillo, que basta con no decir ciertas palabras “prohibidas” y el veneno estará igualmente en el sistema, solo que con su naturaleza ya limpia, será presentable y lo adoptarán los partidos legítimos, los clásicos del sistema, y una vez dentro será un punto del debate tan respetable como todos.

¿Hay una industria cultural alrededor del Holocausto? ¿Acaso se puede negar que hay quienes han encontrado un muy buen nicho (y perdón por la palabra para hablar de un tema tan oscuro, pero es la que eligieron los expertos en marketing) de mercado en la explotación de esa memoria? ¿No son las visitas a los campos de concentración de Auschwitz, Dachau o Mauthausen parte de los paquetes vacacionales de quienes se acercan a aquellas zonas? ¿Qué nos están ofreciendo allí, parques temáticos del dolor y la sensibilidad? Son otras de las preguntas que el libro nos va lanzando al paso, como granadas de mano. Esquívalas, lector, si sabes. Si puedes.

La trama de formación de Arnór es quizá la más floja del libro, la que menos me ha interesado. Nos enseña que fue un niño educado por una madre soltera de tendencias izquierdistas, con todos los libros al alcance de la mano y que de ahí salió un neonazi. Nos puede resultar más o menos chocante la confrontación entre alguien lector y alguien que desarrolla unas ideas así, pero sabemos, realmente, que sucede. El libro va alternando esa parte con la de Agnes con Ómar, la de Agnes sin Ómar, la de Ómar cuando era niño y sus padres separados se lo iban pasando de uno al otro como si fuera una pelota de frontón, la parte en la que le hablan al niño recién nacido y le advierten de lo que se le viene encima, y son todas ellas tramas que dan pinceladas que van encajando una sobre otra (porque el libro es eso que habitualmente se llama fragmentario pero el orden es muy importante, más allá de los efectos poéticos, porque se nos va dosificando la información y vamos completando poco a poco la visión de conjunto) y nos dan cierto respiro frente a las verdaderas puñaladas de la novela.

Las que hablan de cifras de niños muertos, de discursos que se cuelan por los televisores, de inmigrantes rechazados, de percepciones sociales, de crisis, de agrupaciones, y de Hitler y sus gobiernos pero también de todos los gobiernos de extrema derecha que han ido acumulando obras y favores desde la década de 1930. Hablan también esas narraciones de anécdotas cercanas a la carne, del pueblo lituano de donde viene la familia de Agnes y de la disputa entre la tradición de los pueblos y las fronteras abiertas. Estamos globalizados, culturalmente, por y para lo que nos conviene, cuando el discurso quiere endurecerse siempre recurre al pasado, uno glorioso, mejor, y casi siempre inventado. En Islandia como en España. Para que todo se vea con claridad, los abuelos de Agnes eran dos judíos y dos delatores. Así de mezclada está la sangre, por más que los puristas pretendan contarnos otra cosa.

¿Pesa más la genética, la tradición, o el condicionamiento social? Los psicólogos llevan un siglo debatiéndolo, y mientras tanto vemos que el condicionamiento social va a su aire, impone ideas donde toca y donde le dejan. Una de las ideas que más expone este libro (de esa manera a veces violenta y otras implícita, es algo que se te ha quedado dentro y que solo desentierras pasadas 48 horas) es que en el capitalismo postindustrial en el que nos estamos moviendo hay mucha miseria para repartir. Hay peores condiciones de trabajo en el primer mundo y mucha gente queriendo llegar al primer mundo aunque sea para obtener esas condiciones. Y las masas de gente precarizada, con malos trabajos, que piensen (o vean directamente) que solo van a poder ofrecerle a sus hijos unas condiciones de vida materiales peores que las que ellos tuvieron cuando eran niños, y que noten que cada vez van más ahogados, que trabajan más horas y cobran menos, que solo se dedican a nadar a lo largo de la semana y siempre se ahogan en la orilla del fin de mes, pueden comprar el discurso de cualquier Mesías que diga que se va a preocupar, él, sí, por ellos. Porque saben que nadie de los que ha estado antes se ha preocupado realmente por ellos. Y eso puede llevarlos a hacer cualquier (literalmente, cualquier) cosa, a aceptar como válido lo monstruoso, a degradar al otro. Y se vio hace 80 años y parece que aún hay algunos que no pillaron la idea.

No me acaba de convencer el modo en que se cierra la historia de amor (o como sea mejor llamarla). Aunque no me importa como lector, no es tan importante, el libro no depende de eso para salir victorioso. Y deja algunas ideas interesantes sobre temas tan actuales (e importantes) como la masculinidad, la deconstrucción de los roles, el lugar de los roles tradicionales en esas circunstancias, la maternidad y las relaciones de pareja. También sobre la incomunicación y los juegos de poder que se dan en mayor o menor medida en toda relación de pareja.

La novela de Eirikur Örn Norddalh es un libro incómodo, que te hace preguntas que no quieres hacerte, que te expone datos que estabas bien sin conocer, que te enseña que todo es susceptible de convertirse en mercancía (bastante al principio ya enseña parte de sus cartas diciendo: aquí se habla del Holocausto únicamente para vender libros), que te enseña que el fascista es ese tío majo con el que juegas a futbito los viernes por la tarde, al que tú solo tenías por un bocazas. No es un libro (y se agradece, porque el tema da pie al discurso biempensante, al sintámonos tranquilos porque no somos como ellos, pero aquí no hay discurso biempensante, hay, por hacer el juego de Curzio Malaparte con su apellido impostado, un discurso malpensante) que nos sermonee ni nos trate de explicar nada. Solo nos tira piedras y a mí al menos me ha dejado alguna ventana de la casa rota. Es jodido de leer no por el libro, que va avanzando magníficamente y que se lee con claridad, es cuestión de no saltarse capítulos, porque no es esa clase de producto, sino por lo que ta hará plantearte. No creo que sea un libro que cambie el pensamiento de nadie, no al menos de un modo simplón. Si un neonazi lo leyera (aunque, ¿para qué iba a querer leerlo, nos preguntamos, no?) no lo cerraría diciendo: joder, qué cosas tan terribles, voy a cambiar de credo. No se trata de eso. Creo que es un libro dirigido a todos nosotros, los normales, para que estemos al acecho y nos hagamos más preguntas sobre qué somos exactamente y qué son los normales, los sujetos medios, y quién dibuja sus preocupaciones y miedos. Y por qué.

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Felices lecturas

Sr. E

jueves, 6 de junio de 2019

El Giro de Italia, de Dino Buzzati


El Giro de Italia, de Dino Buzzati (Gallo Nero)

Hay libros que te esperan para sorprenderte. Este es uno. Coincidiendo con la celebración del Giro de Italia, y coincidiendo sobre todo con la llegada de esta obra a la biblioteca en la que me lo encontré, decidí leer las crónicas sobre el Giro que Dino Buzzati dedicó a la carrera de hace exactamente 70 años. Buzzati es uno de esos poetas (en un sentido amplio, épico) que están por encima de la obra concreta, un escritor que pone alma en todo lo que he leído hasta el momento de él, aunque nunca como en su obra maestra, una de mis novelas preferidas, El desierto de los tártaros.

Me gusta el ciclismo, al menos moderadamente, y hace unos años ya que el Giro de Italia es probablemente la mejor carrera por etapas de toda la temporada, aunque el Tour siga siendo la más conocida y la Vuelta la nuestra. Quiero decir con ello que no llego a un ensayo sobre un tema que desconozca totalmente, o que no me interese. Aunque creo que daría igual, porque me gusta el ciclismo, conozco más o menos a los ciclistas más importantes de los 90 de Induráin, de la época de dominio y dopaje de Armstrong y el US Postal, y los restos que vinieron después, pero no conozco, claro, la historia del ciclismo, no más allá de escasos nombres como Merckx, Anquetil, Hinault. Como los nombres de Coppi y Bartali, los dos corredores que cruzan como líderes heroicos por todo el libro de Buzzati.

Bartali era el campeón que venía bajando su rendimiento y Coppi estaba en un ascenso imparable. Buzzati dibuja un enfrentamiento que también simboliza hasta cierto punto el cruce de la Italia que venía de la Guerra Mundial con la ascendencia de la nueva política.

Buzzati se presenta modestamente como alguien a quien le han encargado que escribas las crónicas (porque el libro es la recopilación de sus crónicas diarias durante todo el Giro para Il Corriere della Sera) y que no ha visto, o apenas, ciclismo antes de ese primer día. Pero da igual, porque sus libros están llenos de héroes, de derrota, de espera y de sinsentidos, y el ciclismo es algo así. Así que encaja perfectamente el encargo con el autor al que se lo encargaron. Y mejor os dejo simplemente algunos de los momentos que van acompañando la larga espera del enemigo en el desierto, el asalto y victoria final de Coppi, un camino en el que se ve que hay cosas que cambian poco en setenta años, como las clases sociales, el papel de los gregarios y los líderes, la extraña justicia de la carretera, el cansancio, hasta el dopaje, y la poesía de los que se quedan en el arcén viendo pasar al único ganador.


Podría ser que incluso esas fantasías le estuvieran prohibidas y que aún en sueños no deje de ser un pobre gregario; podría ser que simplemente duerma con el abandono de un animal, cansado por el largo camino recorrido y aún más por el que le queda por recorrer. Porque sabe que no tiene esperanza. Así pues, mejor que se limite a dormir, a dormir nada más; y que no sueñe nada.


Son varias las cosas, tampoco muchas, que quien escribe ha visto correr, de un modo u otro, sobre la superficie del mar o de la tierra, pero nunca a los grandes ciclistas compitiendo bajo el sol, con el número colgado a la espalda, el tubular sobre los hombros y la cara rebozada de polvo. He visto correr, por ejemplo, a los niños que llegan tarde al colegio, los rayos de la tormenta en el cielo y a la gente en dirección a los refugios antiaéreos cuando aullaban las sirenas.


¿Y las bolsas de avituallamiento? El director deportivo de cada casa las ha dejado listas con celo paterno adecuando el tipo y la cantidad de los alimentos al gusto y al físico de cada corredor: para ese, filete; para el otro, pollo hervido; para todos, azúcar en terrones, pan con mantequilla y mermelada, galletas de arroz y fruta cocida. A punto está también el instrumental del masajista: tiritas, ungüentos, linimentos, purgas de emergencia, reconstituyentes milagrosos. Y por último las “bombas”, potentes brebajes capaces de hacer brincar a un muerto como si fuera un saltimbanqui.


En cambio, en el caso de Coppi y Bartali, y sobre todo en el del segundo, el mito resiste también entre los más íntimos. No es que los consideren genios, pero no dejan de demostrarles cierta reverencia.


¿Cuántas horas habrán pasado desde que han llegado los primeros? ¿Cuántos días? ¿O meses? Es ya noche cerrada y, por detrás de la multitud, se ven brillar las luces de los cafés. Y a cada momento una nueva avalancha de gente, una colada de lava negra que acude a su encuentro, hostil y tumultuosa. ¿Dónde está el estadio?, pregunta. ¿Qué estadio?, le responden. El del Giro de Italia. Ah, el Giro de Italia … ¡qué tiempos aquellos!, y sacuden la cabeza compadeciéndose. Ni horas, ni días, ni meses: años enteros han pasado desde la llegada de los primeros. Y él está solo. Y hace frío. Y su novia ha salido a pasear con otro, o a lo mejor se ha casado ya. ¿Dónde está el estadio?, suplica. ¿El estadio?, le responden. ¿Giro de Italia? ¿Y eso qué significa?


Pero los sabios niegan con la cabeza. Eso es absurdo, dicen. O Coppi o Bartali, en los Dolomitas no hay alternativa.


Mañana, pues, con ocasión del tramo más difícil del Giro, se celebra la vista de apelación por el caso Bartali. En estos días, tras su derrota en los Dolomitas, la pasión por el campeonísimo ha recibido, por extraño que pueda parecer, un impulso enorme.


Pero ¿para qué sirven los llamados estudios clásicos si los fragmentos que de ellos nos quedan no entran a formar parte de nuestra efímera vida? Por supuesto, Fausto Coppi no posee la fría crueldad de Aquiles; es más, de los dos campeones es sin duda el más amable y cordial. No obstante, Bartali lleva en sí, como Héctor, el drama del hombre vencido por los dioses. Contra la propia Atenea tuvo que combatir el héroe troyano, cuya derrota era inevitable. Bartali hoy a un poder sobrehumano contra el que por fuerza debía perder: el poder maléfico de los años.


Por completar la mitomanía, y por reivindicar la casualidad como modo de vida, me sucedió que después de esta lectura, y en mi primera visita a la Feria del Libro de Madrid 2019, pasé por la caseta de la editorial Gallo Nero con la intención de hacerme con el libro para mi biblioteca particular, y más allá de que pudieran engañarme, si hago caso a sus palabras, me hice con el último ejemplar que quedaba a la venta en España de El Giro de Italia, al menos hasta que hagan (si la hacen) una segunda edición.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E