jueves, 27 de abril de 2017

Europa Central, de William T. Vollmann

Europa Central, de William T. Vollmann (Mondadori)


Ha sido mi segundo acercamiento a Europa Central, de William T. Vollmann, y después de una escaramuza de 200 páginas el pasado mes de octubre, esta vez he cruzado las fronteras del libro (de casi 900 páginas). Asomarse a esta novela es parecido a cruzar alguna fría cordillera y tratar de llegar con las tropas desde Alemania a Stalingrado. La novela es esencialmente eso, un largo movimiento de tropas. Una novela de guerra pero no en el sentido de la acción, sino en el sentido de hombres imprudentes que mueven sus piezas sobre un tablero de ajedrez gigante, jugando insensibles al hecho de que los alfiles que manejan sufren y sangran. Arriesgando en ocasiones en la estrategia por el sencillo motivo de que no les supone coste real.


No creo que podamos decir que William T. Vollmann es una celebridad de la literatura mundial. Parece más bien uno de esos secretos bien escondidos a los que se va entrando como se llega a una secta. Yo debo reconocer que no había oído hablar de él hasta el verano pasado. Y no oí hablar de él, nadie me lo recomendó en realidad, sino que leí sobre él en las entrevistas de David Foster Wallace. Me dio la sensación de que Foster Wallace, que tenía un alto concepto del valor de su obra, solo se medía de igual a igual, entre sus contemporáneos americanos, con William T. Vollmann. Vollmann es un personaje curioso, y un escritor inagotable, capaz de largarse novelas de casi 1.000 páginas con cierta frecuencia, además de relatos, ensayos y crónicas. No está demasiado traducido en España, y basta mirar en internet para ver que no sobran las reseñas sobre sus novelas. Europa central era el único de sus libros que había en la biblioteca. Quizá La familia real, editada hace poco por Pálido fuego aparezca en los próximos meses en las estanterías de novedades (esto es más un deseo que una previsión).

Cuando los generales dirigen se dice que hay movimientos de tropas, y también se habla de los movimientos en el ajedrez, y las sinfonías tienen movimientos. Europa central, esta fastuosa novela de William T. Vollmann, está en el punto en el que se cruzan esos tres planos: el de la estrategia militar, el ajedrez, y las grandes obras musicales. Uno podría pensar que no existe ese punto, pero si lee la novela comprende que sí, y encuentra ese vértice. Y uno comprende que si hablamos de estrategia militar no estamos hablando exclusivamente de soldados y de sus superiores, sino también de enfrentamientos ideológicos. Y claro, al hablar de enfrentamientos ideológicos, tenemos los realmente ideológicos y los que no son más que poses ideológicas distintas con las que esconder el verdadero enfrentamiento, el que se da por el poder. Poder sin más apellidos. En la Unión Soviética sabían bastante de eso.

Europa Central es un territorio que más o menos imaginamos, pero que no sabríamos decir exactamente dónde empieza y dónde termina. Es un territorio sobre el que los países han ido mutando a lo largo de toda la historia, también en la primera mitad del siglo XX. Desapareció el Imperio Austrohúngaro, surgió la Unión Soviética, nació el nazismo. Todos pelearon. Unos invadieron a otros. La novela es una invasión completa de nuestro tiempo y nuestra atención. Son casi 900 páginas y cada frase y cada párrafo son trabajos de orfebrería y hay que ir desentrañando relaciones, entendiendo con cierto retraso algunas referencias, sorteando las minas antipersonales que Vollmann nos ha dejado esperándonos. La novela es un ente enorme y mutante, que se va deformando y transformando, como la propia zona de la que toma el nombre.

Cuanto más ambiciosa y desmesurada es una novela, y Europa central es ambas cosas, resulta más difícil tratar de describirla. Ni su trama, ni su escritura, ni nada que no sea algo tan impreciso como su espíritu. Europa central es una novela que hay que vivir, sin que suene a imperativo pretencioso. No es una novela que mole ni de la que se puedan entresacar situaciones especialmente divertidas ni frases tremendamente ocurrentes. Es un reto para quien lo escribió, pues es una novela de 900 páginas pulida oración a oración. Y es un reto para quien la enfrente como lector. Está Hitler y está la Unión Soviética y están los poetas mediocres vendidos como sicarios intelectuales. Están las mujeres que amaron las ideas y está Shostakovich condenado al purgatorio. Están los lentos avances de las tropas y las reflexiones de algunos iluminados.

El narrador, que va y viene, al que no llegamos a situar exactamente nunca, y que en realidad es un clásico narrador omnisciente en tercera persona que todo lo ve y todo lo sabe y todo pensamiento conoce, pero que toma la forma de un flujo de conciencia que se va adaptando en cada capítulo (la novela tiene infinitos capítulos de 2 – 3 páginas, a veces menos, y la voz va variando de uno a otro) a lo narrado, como una voz narrativa que no se mantiene continua, otro movimiento sinfónico certero.

Está la novela por abrir y caerse dentro. Merece la pena. Yo volveré a vivir un par de semanas en Vollmann cuando encuentre La familia real. Me queda una pregunta por hacer. De esas que prefiero no pensar demasiado. Europa central ganó el National Book Award, uno de los más prestigiosos de Estados Unidos, si no el que más. ¿Por qué no nos importó? ¿Por qué a veces nos taladran las editoriales con que viene el Booker del año pasado, el Pullitzer de este o el National Book Award de hace tres, y otras veces ni nos enteramos? ¿Por qué seguimos haciéndole caso a esas etiquetas si ni ellos mismos se las toman realmente en serio y las usan arbitrariamente?

Felices lecturas

Sr. E

No hay comentarios:

Publicar un comentario