Mis cuentos pendientes de 2022 (II). Los diez elegidos
10. Suspense, de
Patricia Highsmith. No me gustan los libros que enseñan a escribir y tengo,
más allá, serias dudas de que se pueda enseñar a escribir en un sentido
parecido en el que se puede enseñar a cocinar o a hacer punto. Lo bueno de este
libro es que no pretende ser uno de esos libros que te enseñan a escribir, sino
que es una visita guiada al taller de trabajo literario de una buena autora,
que tuvo bastante éxito popular y de ventas pero que no dejó de ser nunca una
escritora comprometida con su oficio. Aquí nos va contando cómo fue encontrándose
ante ciertas dificultades a la hora de escribir sus novelas y relatos y cómo
las fue sorteando. No pretende enseñar, y se agradece, pero si te dedicas a
escribir, se aprende, como siempre se aprende viendo a alguien que maneja bien
el oficio y es original llevándolo a cabo, mientras trabaja. Y aunque el título
alude al género en el que Highsmith más se especializó, lo que cuenta es
extensible a toda clase de escritura narrativa.
9. El legado de Maude
Donegal. El hijo superviviente: dos novelas de misterio, de Joyce Carol
Oates. Si los escritores fueran tipos de coches, Joyce Carol Oates sería un
todoterreno muy completo, capaz de hacer muchos kilómetros y hacerlos por toda
clase de carreteras. De su inacabable producción he leído unos diez libros y
puedo decir que es una buena escritora costumbrista, una original biógrafa, una
cuentista muy acertada, una inmejorable teórica del boxeo y una escritora de
misterio de primera categoría. Aquí se dedica a esta última faceta, y lo hace
de una manera que convencería a Patricia Highsmith. El legado de Maude
Donegal es una novela corta de tipo gótico, clásica, con elementos
fantásticos y malsanos, muy bien planteada, sostenida y resuelta. El hijo
superviviente se acerca más a la crónica de sucesos morbosa, al mundo
contemporáneo y sus terrores familiares, y también te atrapa y mantiene tu
atención de la primera a la última página.
8. Un hijo cualquiera,
de Eduardo Halfon. Halfon lleva algo más de una década (década y media, más
o menos) escribiendo uno de los proyectos más interesantes que se están
haciendo dentro de la literatura en español, y más aún, de la literatura, sin
apellidos. Halfon no ganará un Nobel dentro de 30 años, estoy casi convencido,
como Annie Ernaux este año, por haber novelado su vida con distintas
variaciones. Creo que lo único que podría conducir a Halfon al Nobel es que
alguna causa más o menos política lo tomara como representante, y eso creo que
es poco probable. Aunque hay mucha política (que no ideología, ni politiqueo)
en todo lo que escribe. Hay Historia de esa que se infiltra en sus historias.
Abuelos de distintos rincones del mundo que acaban en la conflictiva Guatemala
de los setenta. Un exilio provocado por la violencia. Una historia nunca
aclarada de supervivencia en Auschwitz. Una situación social desahogada en un
país muy pobre. Todo eso sigue estando en Un hijo cualquiera, su entrega
de este año, un libro muy destacable. Muy destacable pero, me atrevo a decir
casi por primera vez con este proyecto en marcha. ¿Se está desgastando la voz,
el tono, la idea? No lo sé. Pero me ha dado cierta sensación de que pudiera ir
por ahí. La misma sensación que me ha dado de que Halfon se reinventará en otro
proyecto después de este libro u otro más, y que todas estas novelas sin ficción
que lleva quince años escribiendo en forma de cuentos, acabarán agrupadas en un
único volumen enorme que le ganará una gloria no multitudinaria (porque hoy en
día eso es impensable), pero sí muy amplia.
7. Formas de volver a casa,
de Alejandro Zambra. Creo que Halfon es el heredero de Bolaño que más se
acerca a su excelencia y al que menos le importa eso. Cabe recordar que Bolaño
no era, ni mucho menos, un autor siempre excelente. Tiene cientos de páginas
mediocres. Pero siempre tiene una gran fuerza. Zambra es probablemente el
heredero de Bolaño que más empeño pone en que lo identifiquen con él. Es
chileno y supongo que eso hace que lo tenga más fácil que un guatemalteco
criado en Estados Unidos y que vivió durante un año en una casona abandonada
por la Guardia Civil en un pueblo de La Rioja (esa historia la cuenta mejor
Halfon). Nunca me interesó demasiado leer a Zambra por esa obsesión por salir
en la foto cerca de Bolaño. Pero Formas de volver a casa, que he
emparentado rápidamente con el Bolaño menos ambicioso, y con la también chilena
María José Ferrada, es una novela corta que me ha ganado. A medio camino entre
la literatura juvenil y la novela adulta, cuenta una historia de niños que
crecen y sobreviven en el Chile dictatorial. Y lo hace con una fuerza poética
envidiable, un tono contenido y poco sobreactuado. Una muy buena novela.
6. Ha dejado de llover, de
Andrés Barba. Los relatos muy largos de esta colección comparten muchas de
las virtudes del Zambra de Formas de volver a casa. ¿Llegamos a crecer
alguna vez, o somos tantos los que somos eternos adolescentes? No es que sea
importante responder a esa pregunta, pero sí es importante saber reflejar esa
manera de moverse por el mundo. Andrés Barba lo logra perfectamente en estos
cuatro relatos que se mueven en una longitud que quienes escribimos sabemos que
es muy difícil, las más de 40 y menos de 60 páginas. No llegan a ser nouvelles,
pero son más amplios (mucho) que los relatos. Empiezan a asomar las tramas
secundarias, pero no se las deja crecer. Hay más personajes y más variedad.
Pero la forma se contiene y la mirada es la que debe en cada página. Hay
trabajo de artesanía y mirada al campo lejano. Muy buen libro.
5. Memorias de ultratumba,
de René de Chateaubriand. No he leído la obra completa de Chateaubriand, lo
confieso, sino que leí el primer volumen que Acantilado tiene publicado.
Es esta una obra total, una reflexión sobre la vida, en forma de ensayo al modo
clásico y distinto al que hoy le damos a esa palabra. Sobre todo y sobre nada,
en forma de autobiografía, es un libro de aire a lo Montaigne y sus Ensayos,
que fueron una lectura que descubrí y me enamoró en 2020. Esta es otra de esas
lecturas que te impregnan y duran para siempre. Chateaubriand, que siente que
lo ha sido todo (dentro de lo que aspiraba a ser), se encuentra viejo y acabado
y obligado a poner por escrito sus memorias para obtener algo de dinero. Y lo
hace con la condición de que no se publiquen hasta su muerte, como así sucedió.
Acabó siendo, sobra decirlo, la obra que recordamos ligada a su nombre, un
clásico que hizo olvidar sus libros anteriores, de los que habla aquí con
nostalgia.
4. Mueren más por desamor,
de Saul Bellow. Cada vez me gusta más Bellow. Cuanto más releo lo ya
conocido (sus Cuentos, Las aventuras de Augie March) y cuanto más
descubro lo que no conocía, más me encuentro con un autor que maneja infinidad
de registros, que mezcla como muy pocos la buena narración con las ideas
profundas, con un aire irónico y un mundo judeoamericano propio, cercano aún a
la inmigración a los Estados Unidos. Mueren más por desamor es una novela de
ideas, de intelectuales que no saben moverse por el mundo real y que naufragan
como amantes y como seres humanos. Un tío y un sobrino, un botánico célebre y
un diletante, que no saben vivir uno sin el otro y que, en general, no saben
vivir, y a través de los cuales aprendemos, por paradójico que sea, nuevos
matices sobre la existencia. Por ejemplo, ese que da título a la novela y que
nos dice que por peligrosas que sean algunas enfermedades y amenazas, por
reales que suenen, muere más gente de soledad y desamor.
3. Borges, de Adolfo Bioy Casares. Jorge
Luis Borges y Adolfo Bioy Casares son probablemente la pareja de amigos íntimos
que más ha aportado a la literatura del siglo XX. Borges, el Sherlock Holmes de
esa pareja, Bioy, su fiel doctor Watson. Aficionados a la literatura policíaca,
a la narrativa fantástica, a la poesía. Cultísimos. Un eremita y un vividor. Un
autor consagrado ya en vida y otro, su escudero, del que a veces olvidamos lo
magnífico escritor que fue. La idea del libro es sencilla, recoger y editar
todas las entradas de los diarios de Bioy Casares en las que aparece nombrado
Borges. Muchas son simples muestras de familiaridad (El famoso y centuplicado
Hoy come Borges en casa), en otras los vemos en las pequeñas miserias de pelear
con editores mediocres o prepararse un huequecito en la posteridad porteña. Un
libro que es una vida que son dos vidas, la del contado y sobre todo la del que
cuenta. Un libro que es, en una forma químicamente pura, literatura.
2. No digas nada, de
Patrick Radden Keefe. Los duros años del terrorismo del IRA y el
protestante en Irlanda del Norte. Cielos grises, chimeneas, ladrillos,
amenazas, chivatos. Falta de sentido común y una pareja de hermanas
legendarias. Tan bellas como desquiciadas. Y la mirada de un libro que nos
cuenta la historia y la política pero sobre todo nos habla de aquellos que no
eran parte en el conflicto, que no querían saber nada, y que podían verse
salpicados. Una madre de familia irlandesa, católica, que atiende a un soldado
que ha quedado herido en una reyerta en aquellas colmenas de pisos. Los
rumores, los chivatos profesionales, la mala baba de las comunidades pequeñas y
envenenadas por la ideología y el odio al de fuera. Y el secuestro y
desaparición que deriva de todo ello. Una investigación para tratar de darle
respuesta a todo aquello. Muchas más preguntas. Gente con ideas venenosas capaz
de salir bien en la foto. Y miles de víctimas a ambos lados de la cuneta. Una
paz frágil. Un libro de primera.
1. Nostalgia de otro mundo,
de Ottessa Moshfegh. Voy a ser muy breve. Un libro de relatos en la estela
de Lorrie Moore y David Foster Wallace. Una mirada lúcida e implacable al mundo
contemporáneo y sus gilipolleces. Una colección de historias con tanto humor
como mala leche. Una maravilla.
Seguiremos leyendo en 2023, y de
vez en cuando comentándolo por aquí.
Felices lecturas
Sr. E