jueves, 29 de octubre de 2015

Reseña exprés: Signor Hoffman, de Eduardo Halfon

Signor Hoffman, de Eduardo Halfon
Ed. Libros del asteroide (2.015)


He leído Signor Hoffman, de Eduardo Halfon con gula. Y a la vez lo he leído con la parsimonia que su poética requiere. Lo cogí en la Biblioteca pública y lo abrí al día siguiente en un autobús. Y lamenté no seguir en el trayecto unas cuantas paradas más. Signor Hoffman tiene algo que tienen ciertos libros. Algo que no sé definir bien pero que emparenta la sencillez con la profundidad, la lúcida reflexión con la amargura.

Signor Hoffman es una novedad editorial de las que escasean en las bibliotecas desde que entramos en crisis. Tenía el nombre de Eduardo Halfon en algún rincón de mi memoria desde hacía años, después de leer algo o a alguien que hablaba sobre él. Halfon estaba en mi cabeza en una carpeta archivada de escritores que seguro que son interesantes pero hay tanto que leer que seguramente nunca llegaremos a ellos. Modestos autores a los que seguir la pista pero de los que difícilmente me haré con un libro. Y ahora me lo encuentro en un libro recién editado por Libros del Asteroide. Libros del Asteroide es una editorial en la que confío (¿cómo no confiar en quienes me descubrieron a Robertson Davies y en quienes tradujeron por primera vez al castellano Postales de invierno de Ann Beattie?; por cierto, ¿no hay nada más de Beattie? ¿Y sus relatos? ¿Y la inconclusa Trilogía de Toronto de Robertson Davies?). Y me alegra comprobar que está empezando a publicar a autores contemporáneos en español. Estaré atento.

Y Halfon es mucho más que un escritor cuyo nombre uno debe conocer. Es un gran escritor. Es la alegría de encontrar un autor que me habla directamente, que me explica cosas que antes no comprendía, aunque de alguna manera sabía que estaban ahí fuera, o aquí dentro, esperándome.

Signor Hoffman es un libro de relatos con un hilo conductor que es el propio autor, convertido en personaje y testigo. Testigo de un mundo interconectado por el que se mueve del presente al pasado. Y con la esperanza de que le quede futuro. Polonia, Israel, España, Guatemala. Halfon es un guatemalteco con nacionalidad española, que vive en los EEUU, de ascendencia árabe y familia judía. Creo que lo he dicho bien. Sus abuelos estuvieron en Auschwitz. Su abuelo salió vivo de allí pero no quería hablar demasiado de ello. Lógico. Auschwitz sigue siendo el horror en mayúsculas.

Halfon no se recrea en el pasado pero no lo deja del todo atrás. Como tantos escritores con una familia complicada, no sabe muy bien cómo sentirse respecto a ellos. Llega al aeropuerto de Tel Aviv y casi se queda descolocado por el calor y la humedad. Pero si realmente algo lo descoloca es qué hace su hermana casándose con un ortodoxo, en Israel. Pero Halfon intenta no juzgar. Se deja confundir. Reflexiona sobre cuántas confusiones se dan en cada instante. Respiramos con él en cada momento de extrañeza.  


Signor Hoffman es un libro viajero, y quizá por eso su lectura me ha pedido autobuses, metros, trenes. Es un libro que da pena que se termine, y quizá por ello lo mejor es empezar a releerlo de inmediato. Como todo libro viajero, ha vuelto a su hogar en la biblioteca. Lo echo de menos. No sé qué leeré esta noche. Ya estoy intentando localizar otras obras de Halfon para que me lleven de viaje por el interior. Espero encontrarlas pronto.

Hasta el lunes

Sr. E

lunes, 26 de octubre de 2015

El planeta DeLillo (III)

El planeta DeLillo, mi aproximación (III)

“No me conoce ni Dios – dijo –, pero tengo dos nominaciones al Premio de Novela de Misterio y Crimen Laszlo Piatakoff. Mis obras de un solo acto se estrenan sin excepción en una universidad agrícola muy a la última de Arkansas. Estoy en la mediana edad pero voy más fuerte que nunca. He participado en antologías de tapa dura, de bolsillo y hasta de papel de vitela, joder.
Conozco el mercado de la literatura como pocos. El mercado es algo extraño, casi un organismo vivo. Cambia, palpita, crece y excreta. Absorbe cosas y luego las escupe. Es una rueda viva que gira y crepita. El mercado acepta y rechaza. Ama y mata”. pg. 37 de La calle Great Jones.

“Todo el mundo se sabe lo de la cantidad infinita de monos. Se pone a trabajar a una cantidad infinita de monos con una cantidad infinita de máquinas de escribir y al final uno de ellos reproduce una gran obra literaria. No sé en qué idioma. Pero ¿qué me dices de una cantidad infinita de escritores metidos en una cantidad infinita de jaulas? ¿Acaso emitirían un ruido de mono? ¿Un ruido auténtico de chimpancé? ¿Acaso terminarían colgados por los dedos de los pies de una cantidad infinita de trapecios? ¿Acaso cagarían mierda de mono? Es una cosa académica, dirás tú. Y puede que tengas razón. Yo no lo sé. Pero una cosa sí sé. Todo se basa en estar en el sitio correcto y en el momento adecuado”. pg. 39 de La calle Great Jones.

“Te diré cómo ha corrido ese rumor. Ese rumor lo he hecho correr yo. Hay que tener a la gente desorientada. Si dejas que la gente se oriente, te arriesgas a que pasen muchas cosas, y la más probable es que pierdas la ventaja”. pg. 196 de La calle Great Jones.
  
Fue en el verano de 2.014 cuando empecé a sumergirme en Submundo. No sé si es mi novela favorita de DeLillo (esa quizá es Ruido de fondo) pero sí creo que es el artefacto más fascinante que DeLillo ha creado. Todo en esta novela de casi 1.000 páginas es desmesurado. La leí durante un mes de julio sucio y caluroso en el que montaba sin parar en metro con ese tocho en la mochila. Estaba sin trabajo y fui a muchas entrevistas con ella colgada de la espalda. Quizá por eso no me contrataron, porque llegaba a esas entrevistas aún demasiado inmerso en sus páginas. Tuve que terminarla, asimilarla, esperar a septiembre y entonces sí me dieron un trabajo (en el que de momento sigo). Submundo recoge una de las tesis centrales de DeLillo, que los que mandan no nos lo cuentan todo, que de hecho no nos cuentan casi nada, y a partir de esa idea construye una catedral narrativa. Los vencedores han escrito la historia y han sido ellos los que han dotado de orden a la narración de los tiempos. Pero hay otra historia (siempre hay otra) subterránea, escrita por perdedores y secundarios, que también dibuja el desarrollo de una nación y una sociedad. Esa historia puede partir de un legendario partido de béisbol, como hace en Submundo, y aprovechándose de ese mundo legendario, narrar el devenir de un país siguiendo la trayectoria de una pelota decisiva. Como género Submundo pertenece sin duda al de la búsqueda de la Gran Novela Americana. DeLillo también ha sucumbido, como casi todos sus compatriotas, de esta y otras generaciones de novelistas, a intentar cazar a Moby Dick. Submundo es una de esas novelas desmesuradas, apabullantes, a ratos laberíntica, que intentan captar en sus páginas lo que realmente significa Estados Unidos. Y no sé si alcanza a ser la gran novela americana, pero es una gran novela, y sin duda es americana. En Submundo nos encontramos con voces que se entrecruzan de un punto a otro del país. Voces que van construyendo una poesía coral que nos envuelve y no nos deja pensar en nada más. Nos interesa el béisbol mientras leemos Submundo. Sentimos la épica de un juego que de normal nos parece ajeno. Vamos a la caza de los secretos de los cantantes y actores de moda, de los políticos que se daban abrazos con mafiosos. Vivimos en ese otro mundo, paralelo, a ratos irreal, a ratos aterradoramente real, durante todas las horas que nos lleve la lectura de la novela. Dicen algunos críticos que la estructura de Submundo no está del todo equilibrada. Creo que es cierto pero no creo que sea porque DeLillo buscara una novela perfectamente equilibrada y errara el tiro. Los que siempre dicen que a una novela le sobran páginas o que Moby Dick está sobrevalorada, esos mismos que en el terreno del sexo deben despreciar a las mujeres con redondeces, no estarán interesados en Submundo. Pero es que por la propia historia que cuenta, Submundo está obligada a padecer de gigantismo en algunos puntos, y hasta a aburrirnos durante algunas páginas con digresiones que estrictamente hablando no eran necesarias. Y debe hacerlo porque la vida es así, llena de intermedios de baja intensidad que se suceden con picos donde apenas podemos respirar.


Antes de que acabara 2.014 leí Los nombres, recién traducida del inglés (es de 1.982). En esta novela Don DeLillo convierte en trama otra de las ideas que siempre están debajo de sus historias: que las palabras cambian la realidad que nombran. Una especie de principio de indeterminación lingüístico sobre el que siempre ha reflexionado. Ambientada en Grecia, donde DeLillo vivió en los setenta, habla de un grupo de lingüistas obsesionados con unos nuevos códices encontrados en Asia Menor, y también de un grupo de terroristas (en las novelas de DeLillo siempre hay grupos que tratan de cambiar la percepción de la realidad de la gente: a veces son políticos, a veces son una secta religiosa, o agentes de inteligencia dobles o triples, a veces publicistas, a veces, como aquí, directamente son terroristas, otros son un poco de todo éso) obsesionados con el lenguaje. Los diálogos que giran sobre las palabras se convierten aquí en el principal motor de avance de la trama. Las reflexiones sobre las infinitas posibilidades de manipulación del lenguaje sustentan la novela. Los nombres precede a Ruido de fondo y al póker de obras clave de la producción de DeLillo, y sin alcanzar sus cotas de excelencia, prefigura temas que reaparecerán en Ruido de fondo con un enfoque ya muy parecido. No llega a la categoría de 10 de las siguientes novelas de DeLillo (quizá siendo generosos es un 9) pero creo que es su primera novela plenamente consciente y en la que eleva su ambición hasta los niveles a los que luego se acostumbraría, siendo un autor que normalmente ajusta muy bien el resultado a la ambición que se detecta detrás. En Los nombres están presentes los miedos organizados por el sistema, los terroristas, las digresiones, las conversaciones que suenan teatrales en una primera lectura pero que luego se convierten en uno de los elementos básicos del estilo de sus novelas, la manipulación del lenguaje como arma de dominación. Y todo en una novela cuya trama gira precisamente alrededor del lenguaje. DeLillo es un escritor obsesivo y que obsesiona a los lectores que entran en su mundo, y aquí ya está todo, aunque aún le faltara un poco para pulirlo.


Mi primer DeLillo de 2.015 fue La estrella de Ratner, recién traducido (es de 1.976). Es un libro que es la cara de la misma moneda de la que Los nombres es la cruz (o viceversa). Son dos novelas que creo que se refuerzan la una a la otra y que establecen diálogos entre ellas. Un equipo de científicos recibe una comunicación desde un sistema solar situado alrededor de esa estrella de Ratner del título. Y recurren a toda la artillería de que disponen para descifrar las comunicaciones y esa artillería incluye un centro secreto en el que los mejores científicos y matemáticos deberán probar todas las opciones. Y una de las principales esperanzas de ese centro es un niño prodigio, genio precoz de las Matemáticas. Un niño hijo de una familia con problemas de comunicación (las familias disfuncionales, y más allá, las familias en las que se ponen en cuestión las estructuras de poder habituales, son muy habituales en sus libros, son centrales en Ruido de fondo, en Mao II y también en esta novela). Es otro más de los niños adultos de las novelas de DeLillo, pequeños viejos atrapados en cuerpos pequeños, obsesionados por los males de la sociedad, dotados de dones para el análisis (en este caso matemático) superiores a los adultos, torpes y lentos a su alrededor. Son niños mutantes que dan miedo. Pero aunque DeLillo los caricaturiza, no olvidemos que vivimos rodeados de esos niños a los que se obliga a comportarse como adolescentes (sobre todo en su concepción de consumidores) desde los seis años y adolescentes a los que se les prolonga el estado larvario hasta pasados los treinta (para que sigan comprando despreocupadamente). Si el lenguaje general es un arma de manipulación, fácil de retorcer en algunas manos, el lenguaje científico y matemático ya es críptico de por sí y necesita unas claves de entrada para ser descifrado. Las vueltas del lenguaje y los secretos que se pueden esconder del ojo humano poco entrenado detrás de las palabras y la jerga son aquí, una vez más, la preocupación dominante. Y nuevamente DeLillo insiste en la idea de que los partidos clave de la sociedad no se juegan en la cancha, donde todos podríamos verlos, sino en despachos secretos y centros aislados. DeLillo tiene un don para recoger temas de la cultura más baja, como era en los setenta la comunicación con los extraterrestres, en una década llena de avistamientos y sensacionalismo alrededor de ese tema, y a partir de esas anécdotas centrales de serie B o menos construir literatura seria y ambiciosa.


En la primavera de 2.015 me he acercado al último de los cuatro libros principales que me faltaba de DeLillo, Libra. Libra es una novela sobre la conspiración para asesinar a John Fitzgerald Kennedy. Y también es una reconstrucción de la vida de Lee Harvey Oswald. Libra es esas dos cosas y es también una denuncia de los sistemas de seguridad que se mueven por debajo de los sistemas de derecho, ajenos a tal derecho, manejando a veces cuestiones tan capitales como quiénes deben dirigir países. Pero Libra es sobre todo el primer intento de DeLillo de cazar esa gran ballena blanca que es la gran novela americana. Para mí Submundo es superior a Libra porque no se centra tanto en un caso concreto y trata de abordar toda la sociedad en su conjunto, pero Libra también está retratando, a partir de esa investigación central, la sociedad americana, y desde ella, no nos engañemos, el mundo. Libra es sobre todo una de las grandes novelas contemporáneas sobre la mentira, sobre la construcción de relatos paralelos que encajan y permiten, por su coherencia, esconder la verdad tras una mentira. La eterna indicación de Aristóteles, el relato no debe ser verdadero sino verosímil, ha sido trasladada, nos dice DeLillo, de la creación de ficción (pura y en principio inocente pues sólo está orientada a satisfacer al lector) a la narrativa de la historia oficial. DeLillo se adelantó casi veinte años (Libra es de 1.988) a todos esos que empezaron a mediados de los 2.000 a analizar el storytelling subyacente a las construcciones políticas dominantes y empezaron a encontrar puntos comunes, nodos del engaño en todos ellos. Lee Harvey Oswald es un paria que se ha criado solo con una madre que no ha sido ni mucho menos ejemplar, que ha ido rebotando de escuela en escuela, y no se sabe muy bien si es un pequeño genio o un chaval de capacidades intelectuales tirando a muy escasas, al que los servicios de inteligencia infiltran para que genere el caos. Vemos cómo lo intoxican de ideología y cómo lo entrenan militarmente. Parece que nadie sabe para qué emplearlo pero parece claro que todos quieren emplearlo. Oswald acaba creyéndose un ángel de la historia y acaba dando el gran golpe. Un golpe del que los servicios de inteligencia en parte sabían algo y en parte no sabían nada. Porque el lenguaje vuelve a servir para cubrir de humo la realidad y no dejarnos ver nada, y en ese estado no hay blancos y negros tan definidos, y la conspiración de la que habla DeLillo no es una conspiración fácil, no es una conspiración de unos señores malos reunidos en una sala oscura decidiendo matar a Kennedy, el héroe. La pequeña y la gran mafia están por ahí. Los intoxicadores que nunca faltan en las historias de DeLillo. Cuba y Castro. Los anticastristas. Los que escriben la realidad y al hacerlo ya la están deformando. Los parias que creen que ha llegado su momento. La comisión Warren. Libra es una novela que suma más caos al caos. Es una novela de primera que tiene un argumento de novela de serie B para leer en un viaje en tren. Del trastorno mental y la distorsión de la realidad que están detrás de toda teoría conspiratoria DeLillo hace literatura de primera. De Libra, como artefacto literario, salen directamente la película JFK de Oliver Stone, David Foster Wallace y toda la última producción de James Ellroy. También han bebido en sus fuentes Martin Amis e incluso Stephen King en su novela sobre el magnicidio de Dallas. Y esos sólo son los que reconocen haberse sentido inspirados por ella. Hay que leer Libra como la novela de ficción enloquecida que es pero también hay que leerla con la intención de localizar todas las líneas intermedias que quedan en el aire, y por último hay que leerla como documento histórico, no tanto de lo que pasó en Dallas cuando mataron a Kennedy como del cambio social en aquella época y de la psicosis colectiva posterior al asesinato. Hay que leerla en todas sus variantes y no volver a confiar en lo que nos cuenten.


Ya vamos terminando. Se dice que DeLillo es frío. Y lo es, pero pretendidamente. Quienes hablan de su frialdad lo hacen comparándolo con otros grandes novelistas que retrataron su tiempo, queriendo decir que DeLillo ambiciona retratar su tiempo pero no lo hace con la pasión de un Tolstoi o un Dostoeivski. Pero los tiempos son otros y las palabras deben ser otras. La pasión con la que un Dostoievski se mete en las vidas de sus personajes resulta exagerada para el lector cínico de la sociedad postmoderna. Ese lector puede admirarlo pero el suyo no es el tono de nuestros tiempos (DeLillo de hecho admira a Dostoievski, como muestra de modo indirecto en el relato Medianoche en Dostoievski, pero sabe que sería ridículo intentar ser como él). DeLillo es un escritor profundamente humano, y quienes quieran comprender mejor las interioridades de la época que les ha tocado vivir deberían acercarse a su obra: rica, viva, llena de matices. Yo seguiré haciéndolo. Me alegra saber que aún no he leído Americana, su primera novela, situada en el mundo de la publicidad en el que se ganó (y parece que bien, que era un profesional cotizado) la vida durante años, ni Fascinación, en la que aparecen Hitler y su interés por el arte pornográfico como mcguffin de la trama, ni los ensayos de En las ruinas del futuro ni Contrapunto, todos ellos libros que irán acompañando mi 2.016. Me hace salivar pensar en su próxima novela. Y que no les engañen diciéndoles que DeLillo es un escritor difícil o críptico. Vayan a una biblioteca y juzguen por ustedes mismos. O aprovechen que la mayoría de su obra traducida ya está disponible en ediciones de bolsillo en Austral. Por menos de 10 euros pueden conocer un nuevo amor.

La semana que viene volveremos a las reseñas en formato tradicional

Sr. E

jueves, 22 de octubre de 2015

Mi reseña de Magical girl, en dequevalapeli.com

Los amigos de dequevalapeli.com han colgado esta semana la reseña que grabamos en verano de la película Magical girl.

Es una película española que me sorprendió mucho cuando la vi, y cuando me pidieron que relatara y recomendara una película española para su web, me decidí por ella (dudé entre ella y Cría Cuervos, que había visto en la televisión una o dos noches antes).

Os dejo enlace al vídeo y a la web

http://dequevalapeli.com/peliculas/ver/MjI1MA==

Y aquí os copio el texto que había preparado para la ocasión, al que más o menos traté de atenerme.

Quiero recomendar Magical girl, que es una película española de 2014 que ganó el Premio del festival de San Sebastián y ganó el Goya de mejor actriz para Bárbara Lennie. Si hay algo que se ha destacado por encima de todo en la película es la actuación de Bárbara Lennie, y me sumo.
Magical girl es una película extraña y perturbadora. La narración está bastante deslavazada, y creo que eso ha llevado a que algunos espectadores critiquen que el guión no se cierra totalmente. Pero no creo que sea una película en la que el guión falla o el director no sabe cerrar todos los detalles de la historia, sino que es una opción y para esta historia me parece la adecuada, no contarlo todo. Quiero aprovechar para reivindicar las historias, sean películas o novelas, que tienen la fuerza suficiente como para contárnoslo todo sin tener una estructura perfecta.
La película nos enfrenta a algunos desafíos como: ¿qué harías, o qué no harías, quizá, por un ser querido que se está muriendo, y más aún por tu hija? Como espectador ves desde el principio que Luis se va a meter en un terreno que no domina y no conoce y del que puede salir trasquilado pero te queda la sensación en todo momento de que en esas circunstancias tú harías lo mismo. Damián vive consumido por una obsesión por Bárbara desde hace años, y recae. Y también sabemos, como espectadores, que es sencillo recaer en adicciones y obsesiones. Bárbara, a su vez, aunque a veces parece vivir fuera de la realidad, o en otra clase de realidad, es consciente del poder que tiene para obsesionar a ciertos hombres y se dedica a crear confusión. Es una mujer a la que como espectador sabes que no te conviene acercarte pero sabes por otro lado que no sería tan fácil quedarte lejos de ella. Por eso creo que la película, aunque cuenta una historia que la primera vez que la ves parece un tanto inverosímil, no deja de tener los pies bien anclados en la realidad por la que pasamos todos y eso la hace más perturbadora.
Básicamente hay cuatro personajes, Luis, Lucía, que es su hija, Bárbara y Damián. Me llamó mucho la atención la elección de la profesión de los personajes, Luis es un profesor de Lengua y Literatura en paro y Damián un profesor de Matemáticas retirado, seguramente porque yo también soy profesor.
La hija de Luis, Lucía, está muriéndose y le pide a su padre el traje de una serie manga que a ella le encanta, que se llama Magical girl Yukiko. Él hace todo lo que se le ocurre para para juntar el dinero para ese traje, y acaba metido en chantajes. Es un mal chantajista y acaba chantajeando a Bárbara, que es una chica perturbada, frágil pero también muy manipuladora y que según se va viendo con la película ya ha llevado a un hombre, Damián, a la perdición, cuando era una adolescente. La historia de chantajes, mentiras y dominación, se va enredando cada vez más, y el final, por supuesto, no es feliz.

Hasta el lunes
Sr. E

lunes, 19 de octubre de 2015

El planeta DeLillo (II)



El planeta DeLillo, mi aproximación (II)

“La familia representa la cuna de la desinformación universal. Algo hay en la vida familia que desencadena la generación de errores factuales. La proximidad excesiva, el ruido y el calor de la existencia. Acaso algo aún más profundo, como la necesidad de supervivencia”. pg. 113 de Ruido de fondo


“Los datos escalofriantes se han convertido en una industria propia – me limité a decir –. Las diferentes firmas del sector compiten entre sí para ver cuál logra asustarnos más”. pg. 233 de Ruido de fondo.
  
En 2.013 empecé con un pequeño DeLillo: Punto Omega. Una novelita de poco más de 100 páginas. Posmoderna en su más pura acepción. Una perfecta reflexión sobre el mundo del arte contemporáneo. Relecturas de los clásicos (la novela empieza en una proyección de Psicosis de Hitchcock a muy baja velocidad, para que dure 24 horas), charlas sobre el destino del arte, gente que trabaja en lo más inmundo del sistema político y militar (porque para DeLillo toda forma de gobierno tiene siempre algo intimidatorio, y aunque sea democrática en la forma se le antojará autoritaria en el fondo), eso que llamaríamos las cloacas del estado. Y todo en mitad del desierto. Mujeres amables. Artistas que se resisten a salir a la luz pública (como el propio DeLillo) y al que un joven seguidor acude como quien peregrina a un santuario. Punto Omega está escrita con conciencia de obra menor, y seguramente lo es, pero es un librito hipnótico, que de tan depurado acaba siendo inevitablemente poético, con algunas ideas clave, con un cierto tono testamentario y crepuscular, no en vano es de momento la última novela de DeLillo, y es de 2.010, un libro que he releído al menos dos veces completo y a cuyos fragmentos me he acercado muchas más.


También en 2.013 leí una de las novelas más premiadas de DeLillo: Mao II. La novela es de 1.992. La leí con fascinación y con la incómoda sensación de estar ante una de esas manifestaciones artísticas que no llegas a comprender en todas sus posibles lecturas. No tanto por incapacidad lectora sino porque cada nueva lectura me permitiría acercarme desde nuevos puntos de vista. Es una novela muy densa, en la que vuelve a aparecer la fascinación por el poder de las palabras y la manipulación. Escritores, líderes religiosos y terroristas. También el submundo (palabra clave en su producción, no en vano el título de su novela más ambiciosa) de los poderes del Estado. Teniendo en cuenta la poca información que hay sobre DeLillo me llama la atención que en las solapas de sus editoriales se destaca muchas veces que se crió en el Bonx y que fue educado en colegios católicos. Como si fueran hechos tan destacables. Que quizá lo son, porque el mundo de un novelista muchas veces bebe de su infancia (aunque en el caso de DeLillo no lo parece demasiado, quizá sólo en Submundo aparecen fascinaciones propias de la infancia, como el béisbol, aunque quizá sí su infancia pueda haber sido importante en el sentido de que su manera de ver el mundo puede estar marcada por esa infancia en un barrio duro). Sabemos que el pequeño Donald era descendiente de italianos y que se crió en un barrio difícil. He leído por ahí alguna entrevista en la que habla de su admiración por los jesuitas por su combinación de tradición religiosa e intelectual. Mao II es, de sus novelas, en la que aparece más clara la idea de Dios. No parece que DeLillo sea un creyente ortodoxo pero sí parece que DeLillo es un hombre con una idea de la trascendencia. Es consciente de que un novelista que aborda la creación de un mundo como el de sus novelas está ocupando el lugar de un Dios. Su tono es a veces bíblico y algunas de sus historias interpelan a poderes superiores. Pero DeLillo desconfía de la religión organizada como posible origen de manipulaciones. En general creo que Don DeLillo no se siente cómodo en ningún punto desde el que sea posible un pensamiento colectivo. Le parece peligroso quitarle al hombre su individualidad, sea con el fin que sea. Mao II es una novela que contrapone lo colectivo a lo individual, y sigue profundizando en la idea de que la realidad es manipulable y que la palabra es un arma de gran alcance. Mao II se mete a fondo en el barro de la megalomanía y nos hace pensar que todos nos creemos especiales y dotados de talentos inigualables. Y DeLillo nunca pierde de vista su propia persona ni su gremio, y pocos más megalómanos que los escritores. Esta novela nos lleva desde la lucidez a la locura, de la religión al terrorismo, y reflexiona, a través de uno de los personajes principales, sobre cómo dedicarse a escribir sobre algo así.


Uno de los últimos libros que leí ese año volvió a ser de Don DeLillo. Una colección de cuentos: El ángel esmeralda. Sus cuentos completos (o al menos muy seleccionados, la editorial los presentaba como completos pero otra información en internet parecía contradecir ese hecho). Desconfío, en general, de los relatos de autores que son grandes novelistas, y además novelistas desmedidos y torrenciales como DeLillo. No porque vea incompatibilidad entre las grandes novelas y los buenos relatos. Pero digamos que una dedicación de 11 cuentos en más de 40 años de narrativa no me parecía una gran dedicación. No esperaba relatos que fueran obras maestras del género. Y las hay. Me esperaba una cierta decepción. Y al revés, me encontré con un muy buen libro de cuentos. Quizá otra buena puerta de acceso a DeLillo, porque en esas historias están muchos de sus motivos al modo de las miniaturas de algunos pintores, reducidas pero con una gran intensidad. Precisamente El ángel esmeralda fue uno de los relatos que menos me gustaron de esa recopilación. Quizá como cuento funciona bien, y es muy emotivo, y se acerca a ese universo católico del Bronx en el que pasó su infancia, pero al lector enfermo de DeLillo le resulta un objeto extraño, que no encaja demasiado bien en su obra. La mayoría sí están poblados de sus obsesiones, que parten de existencias anodinas para elevarse a categoría de sentimientos generales de la humanidad. Y siempre están presentes los miedos, y la posibilidad de que nos estén engañando. El libro es muy compacto, son apenas doscientas páginas, permite ver una cierta evolución del autor y tiene al menos tres o cuatro relatos excepcionales (destacan especialmente en mi memoria lectora Momentos humanos de la Tercera Guerra Mundial, la historia de un poético futuro post – catástrofe narrada desde el espacio exterior, Baader – Meinhof, que se interesa por las porosas fronteras entre arte y propaganda, entre terrorismo y política, Medianoche en Dostoievski, una historia de juventuda, amistad y literatura, La hoz y el martillo, una narración condensada y acelerada de la crisis económica griega, y La hambrienta, un relato sobre el amor por el cine, el acomodamiento de la pareja y la difícil convivencia entre la vida y los sueños), algo que como ya he dicho no esperaba al empezar a leerlo.


La calle Great Jones es una novela del 73 traducida por primera vez en 2.014. La calle Great Jones podría ser cualquier calle de Nueva York en la que habitan artistas y aspirantes a artistas. DeLillo articula la historia alrededor de una joven estrella del rock. Uno de esos que llegó a la cima (a la cima que su talento le permitía, una cima modesta, en realidad, vista al lado de otras cimas) antes de cumplir los 30 y que ante el paso del tiempo no sabe qué hacer. Una vez que no se ha suicidado ni muerto por sobredosis accidental a los 27 como Jimi Hendrix o Brian Jones, ¿tiene sentido que siga intentando ser una estrella del rock? ¿O sería mejor que viviera, sin más? Como en tantas historias de Don DeLillo hay gente que se esconde y gente que trata de violar su voluntad y encontrarlos (el juego es bastante parecido al de Punto Omega). El rockero desaparecido se queda en casa deprimido y reflexiona sobre la vida, sobre la fama, burla a los que lo persiguen, habla con un vecino novelista que está dispuesto a cualquier cosa por alcanzar la fama y no lo consigue. Es una novela que no alcanza cotas de excelencia (DeLillo es casi siempre un escritor de 10, a veces de 10++, y aquí se queda en un 8,5) pero que presenta algunas ideas muy interesantes sobre el papel de lo que los demás piensan tiene sobre la obra de uno. El DeLillo que escribió esta novela pasaba de largo de los treinta (estaba de hecho más cerca de los cuarenta que de los treinta) y no era conocido. Seguía trabajando en publicidad mientras escribía sus novelas. Él, al contrario que ese novelista dispuesto a cualquier cosa (y que hace propuestas que leídas suenan muy divertidas, del tipo escribir porno filosófico para niños, pero que no dejan de reflejar que hay autores capaces de hacer virar su barco ante los vaivenes del mercado para subirse a la próxima ola; DeLillo, pese a lo generalmente oscuro de sus ideas es un escritor no sólo entretenido como narrador sino hasta bastante divertido, desde luego muy ingenioso e irónico) se mostraba dispuesto a insistir con su literatura hasta que esta se hiciera un hueco debido a su propia calidad. Aún le faltaban diez años para empezar su sucesión de obras maestras (todos los críticos coinciden en que DeLillo tiene 4 novelas fundamentales, las que van de Ruido de fondo en 1985 a Submundo en 1997, escritas de manera consecutiva, una cima de la novelística contemporánea), pero todo iría llegando.

Seguiremos el próximo lunes
Sr. E

lunes, 12 de octubre de 2015

El planeta DeLillo (I)

El planeta DeLillo, mi aproximación (I)

Gente que se ama, Bill; es la misma historia estúpida de siempre, y ya la hemos oído mil veces”. pg. 105 de Mao II.

El Estado debería intentar eliminar a todos los escritores. Cada gobierno, cada grupo de poder o aspirante al poder debería sentirse tan amenazado por los escritores como para verse obligado a perseguirlos allá donde se encontraran”. pg. 136 de Mao II.

¿Te acuerdas de la literatura, Charlie? Tenía que ver con emborracharse y follar”. pg. 166 de Mao II.


Ahora que le han dado el Premio Nobel a una periodista bielorrusa, creo que es el momento de hablar un poco de Don DeLillo. De sus libros y de mi relación con ellos. Los que me conocen y aún me prestan algo de atención cuando me pongo a hablar de libros conocen mi fascinación por este autor norteamericano. En los últimos tres años, sin abandonar a mis referencias literarias anteriores, claro, he llegado hasta tres de los autores que más han influido en mi manera de ver el mundo y la escritura: Mario Levrero, que me descolocó y me sigue descolocando con La novela luminosa (de la que ya hablé en el blog) y El discurso vacío, y luego volvió a abrirme nuevas puertas con sus relatos (que siguen sin tener un editor en España, yo tengo un libro argentino con 10 cuentos que me costó un potosí por aquello de la importación). Al encontrarme con Levrero comprendí que también se podía escribir así. ¿Cómo así? Como se quiera. Dejando que las ideas fluyan. Sin estar tan pendiente de si lo que se está construyendo es una novela en sentido estricto o no, reflexionando sobre la propia labor mientras se lleva a cabo, jugando con lo fantástico en mitad de la realidad más aburrida, deformando eso que llamamos realidad según su famosa metáfora de los zapatos desgastados y los zapatos del escaparate (Levrero venía a decir que para él son igual de reales unos que otros, pero que en Literatura se suele entender que el realismo es la corriente que habla de los zapatos sin estrenar, perfectos, y que él hablaba de zapatos deformados por el uso, y que esos son igual de reales, pero mucho más llenos de matices). Levrero me enseñó a escribir sin freno y a después, con lo escrito, separar el grano de la paja y construir cualquiera de las historias posibles que se han dibujado ahí. Los otros dos escritores son J. G. Ballard y Don DeLillo. De Ballard, en el que profundizaré en futuras entradas del blog, creo que he encontrado la confirmación de que los peores miedos que la literatura de anticipación puede proponernos están en el interior de nuestra mente, y que el futuro no es mejor sólo por estar más adelante, sino que el verdadero progreso hay que conseguirlo. Y como autor he aprendido, sobre todo, a buscar poesía en momentos sórdidos y a encontrar sordidez en escenas poéticas. La estrecha relación que todo jardinero conoce entre la mierda y las rosas. Y de DeLillo, a ser poético a partir de la realidad banal, entendiendo siempre además que detrás de toda verdad obvia hay varias mentiras. Y sobre todo a no tenerle miedo a la desmesura estructural de un relato. DeLillo no mide lo que está escribiendo en función de si desequilibra su relato hacia uno u otro lado. Le da la anchura que en cada momento necesita, y eso lo hace más vivo. Y creo que es una decisión que un escritor debe tomar en algún momento en cada relato, ajustar la historia a una estructura prefijada o dejar que sea la historia la que la vaya marcando (obviamente, DeLillo, como cualquier escritor, le pone límites a lo que está contando, y acaba dándole una arquitectura que facilite su legibilidad, pero no es un enfermo de la perfección, lo que algunos autores practican y puede acabar resultando demasiado artificial y hasta irritante).


Suelo registrar los libros que voy leyendo por meses, con una breve anotación sobre lo que me han parecido, y a final de año me gusta hacer un top 10 de mis lecturas de ese año (este año que tengo el blog en marcha lo haré público, supongo). Desde 2.012, cuando empecé a ser más regular en ese registro de lecturas, hay dos autores de los que siempre he seleccionado un libro entre lo mejor que he leído durante ese año (y este año también tendrán su parte): J. G. Ballard y Don DeLillo. Hablaba la semana pasada de Foster Wallace y Houellebecq como los profetas de la narrativa de los últimos veinte años. Me parece que Ballard y DeLillo son los dos escritores (su labor va más a los últimos cuarenta años que a los últimos veinte) que mejor han entendido el espíritu de los tiempos. Se les ha calificado a ambos, en estas décadas, reiteradamente, de visionarios. DeLillo ya había escrito sobre la psicosis terrorista post 11 – S muchos años antes del 2.001. Ya había jugado con las infinitas posibilidades de manipulación que el miedo le da al sistema. En 2.003 ya nos había contado la historia de un joven ejecutivo que huía de la realidad del derrumbe del sistema económico en un coche de lujo. Cinco años antes de Lehman Brothers. Ballard nos ha enseñado la violencia sin contenido a la que una existencia acomodada y tediosa puede llevarnos. Nos ha advertido de la alienación a la que se está conduciendo a la clase media. Una alienación que desembocará en estallidos violentos. Ambos son escritores violentos. Tanto en las formas como en el fondo. No creo que sea casual que el único director que se ha atrevido a adaptar sus novelas (aparte de El imperio del sol de Spielberg, pero ese es otro Ballard) haya sido David Cronenberg (con dos películas discutibles pero con mucha fuerza como son Crash y Cosmópolis). Ambos autores miran la realidad y tratan de ver lo que iba a venir después. Siempre han estado contando el mañana. Técnicamente son dos escritores muy distintos, y en sus historias hay una clara presencia de las sociedades en las que vivían en cada momento, DeLillo en los Estados Unidos y Ballard en Gran Bretaña, lo que los separa. No digo que sean escritores demasiado parecidos. Pero creo que se complementan muy bien como lecturas y acaban formando un paisaje desolador de lo que nos espera. Sin querer sonar pedante y sabiendo que es una terminología desprestigiada, creo que ambos hacen un análisis marxista de la realidad y en unas últimas décadas, sobre todo tras la caída del Muro, en la que se nos trataba de vender el fin de la historia, sus obras siguen señalando las luchas latentes y que esa luchas nunca dejarían de estar presentes ni de impulsar los conflictos. Y donde hay conflicto hay una posibilidad de narración, debería decir cualquier primera clase de un curso de escritura creativa.


A Ballard me dedicaré con más detalle en unas semanas, cuando acabe de sacarle todo el jugo (aunque creo que es un libro al que volveré y volveré durante años y nunca se agotará) a sus Cuentos completos. Hoy toca DeLillo. De Don DeLillo dijo Harold Bloom que era uno de los cuatro autores fundamentales de la novela americana contemporánea. DeLillo está a punto de cumplir los ochenta años y sigue escribiendo con la fuerza de ningún otro. Está metido (aunque con DeLillo nunca se sabe, porque al igual que sucede en sus novelas es un intoxicador de primera y es muy difícil determinar si la información que circula sobre él es de fiar) en la escritura de una nueva novela larga. Dicen que a DeLillo no le gusta aparecer en público pero que no llega a los extremos de un Salinger. DeLillo es bastante experimental en sus narraciones pero no llega a la ilegibilidad de un Pynchon. Y creo que es sobre todo porque DeLillo no deja de entender la escritura como un acto de comunicación. Pynchon me parece un autor que se dedica a los frívolos juegos técnicos. Alguien que dice constantemente: “mira lo que soy capaz de hacer”. DeLillo es capaz de hacerlo igualmente pero no está continuamente reclamando nuestra atención sobre ese detalle técnico. No quiere distraernos de la lectura.


DeLillo es discípulo de Joyce en la construcción de la voz. Y no lo esconde. Las voces de los narradores de DeLillo son extrañamente poéticas. Resultan inevitablemente hipnóticas. Los diálogos de las novelas de DeLillo son habitualmente artificiosos. Al principio te hacen levantar la ceja y pensar que los personajes parecen estar hablando con un lenguaje prestado, inflacionado y ampuloso. Pero es el efecto buscado. Los personajes de DeLillo hablan como hablan los que están sobresaturados de información externa, tanta que les impide asimilarla toda y parte de ella simplemente sale rebotada, tal cual ha sido escuchada fuera, sin llegar nunca a sonar como propia. Suenan falsos pero porque pretenden recordarnos que un alto porcentaje de la gente suena así, utilizando el lenguaje prestado de los políticos y los publicistas. DeLillo fue publicista y sabe de lo que va la cosa, y retuerce el lenguaje en sus novelas y nos recuerda constantemente que las palabras dotan de significado a la realidad y quien manipula el discurso puede acabar manipulando la realidad.


La primera novela de DeLillo que leí fue El hombre del salto. Es una novela sobre el shock de una ciudad, Nueva York, tras el 11 – S. No es una de las grandes novelas de DeLillo pero no es una mala novela. Fue una novela que no me entusiasmó pero que me hizo interesarme por su autor. Noté que ahí había una voz poderosa con unas poderosas ideas. Presenta estampas de lo que queda de la vida después de una catástrofe como ésa. Personas que se quedan reducidas a fragmentos, conversaciones silenciadas, terapias que no funcionan, recuerdos. Es una novela de varias voces, que se mueve por NY en la piel de varios personajes sobre los que cayó la desgracia y tratan de seguir adelante. Con la pregunta siempre presente de: ¿es posible seguir adelante?


Leí El hombre del salto en 2.012 y también en 2.012 leí Ruido de fondo. Si alguien de los que todavía me escuchan cuando me pongo a hablar de libros y llego a DeLillo me ha preguntado por un libro con el que acercarse a su obra, le he recomendado este. Es una de sus obras maestras. Está escrita con conciencia de obra maestra (la autoconciencia en la escritura de DeLillo es muy importante y se nota cuáles de sus libros están escritos con la absoluta seguridad de estar escribiendo una obra maestra) y lo es de principio a fin. Ruido de fondo está escrita en 1.985 (tenemos casi la misma edad) y habla de un escape nuclear en una pequeña ciudad americana. La clásica ciudad coqueta con una pequeña universidad. Una universidad en la que enseña el padre de la familia sobre la que se centra la narración. Es la historia de una familia disfuncional que tiene que escapar de un accidente nuclear. Una familia disfuncional con dos hijos adolescentes, repelentes, sobreinformados, que cuestionan continuamente cualquier información que llega desde la supuesta autoridad, sean sus padres o sean las autoridades públicas. Una mujer desencantada con su vida que ve en el accidente nuclear una posibilidad de empezar de nuevo. Y un padre profesor universitario en una de esas crisis de la mediana edad. La novela trata sobre la manipulación de los sentimientos y presenta la infomación como una de las materias primas con las que jugar a dominar el mundo. El título, ese ruido de fondo (white noise en el título original) describe perfectamente cómo al final, saturados de informes por uno y otro lado, dejamos de escuchar y la supuesta riqueza de poder acercarnos a tantas fuentes de información acaba reduciéndonos a la pobreza de fuentes, sobre todo cuando nunca tenemos claro quién lanza los mensajes ni con qué fines. Uno de los epígrafes de mi libro Beber durante el embarazo viene de esta novela y va en esa línea:
Parecen tenerlo todo bajo control – dije.
¿Quiénes?
Los que estén a cargo de esto.
¿Quiénes son?
Da lo mismo. (pg. 197)
Creo que Ruido de fondo ya recoge todo lo que DeLillo es como escritor, técnicamente y en cuanto a ideas. Están sus miedos y sus obsesiones al completo. Es un punto central desde el que se irá expandiendo en el tiempo su obra narrativa. Enriqueciendo las nuevas lecturas de sus novelas pasadas y preparando las futuras.

Seguiremos el próximo lunes
Sr. E

lunes, 5 de octubre de 2015

Las partículas elementales, de Michel Houellebecq



Las partículas elementales, de Michel Houellebecq
Ed. Anagrama (1.999)


Michel Houellebecq es conocido principalmente como provocador, por lo que trasciende del personaje Michel Houellebecq. Ese personaje Houellebecq, desagradable, ofensivo, sociopático, bebedor, sospechoso de misógino y de islamófobo, radical, que parece moverse en la búsqueda del siguiente conflicto, impide ver a veces al Houellebecq escritor. Ese bufón que señala los males de Occidente se come a uno de los mejores novelistas contemporáneos, y acaba llamando a la muchas veces inevitable confusión entre autor y obra, llevando a gente que normalmente no se preocupa por la literatura a conocerlo y tener una opinión formada sobre él y haciendo que otros lectores no se adentren en sus páginas.

“Arrastrados por la evolución histórica de su época y, a la vez, habiendo decidido formar parte de ella, los individuos sintomáticos lleva, por lo general, una vida simple y feliz; el relato clásico de sus vidas puede ocupar una o dos páginas”. pg. 27

Creo que los dos grandes profetas de la narrativa de los últimos 20 años han sido David Foster Wallace y Michel Houellebecq. Lo digo al margen de quiénes me parecen los mejores escritores de este período, o quiénes pienso que han comprendido mejor el espíritu de los tiempos, que son ideas a las que volveré en las próximas semanas y meses. Adelanto, sin embargo, que ni uno ni otro me parecen los merecedores de ninguno de esos dos títulos, pero sí creo que han sido elegidos por la masa crítica de lectores literarios, y de aspirantes a escritores, como los dos principales representantes de su tiempo. Y como representantes de su tiempo, creo que han movido a muchos nuevos escritores a imitarlos (en el caso de Foster Wallace) hasta que el modelo acaba desgastado de tanto uso, como pasó con García Márquez y sus mil aprendices de realismo mágico, o por el contrario, a actuar (en el caso de Houellebecq) como si no estuviera ahí. Nadie pretende escribir como Michel Houellebecq. Nadie está en su línea. Su línea empieza y acaba en él. Pero sería estúpido tratar de ignorar su peso y su impacto en los últimos veinte años, desde la publicación de Ampliación del campo de batalla en 1.995. Aunque le den los Premios Nobel a Le Clezio y a Modiano, y aunque ahora parezca que el título de escritor nacional francés lo ostenta Emmanuel Carrère, sospecho que dentro de cien años, si de alguno de los cuatro se habla, será de Houellebecq. Quizá se hable de él como un hereje de la corrección política, alguien que nunca aspiró a ser escritor nacional francés ni Premio Nobel (y que por aquellas vueltas de estos galardones igual acaba siéndolo), pero se hablará. Houellebecq viene de Camus y de Dostoievski, ve el mundo igual de negro que ellos dos, pero no ofrece ninguna luz ni consuelo. El mundo es oscuro y así seguirá siendo en la cosmovisión de Houellebecq, que se limita a señalarlo. Hablaba de Foster Wallace y de él como profetas, y tengo claro que el francés es el profeta catastrofista del Antiguo Testamento, aquel que espera que su dios castigue a los pecadores. Foster Wallace es un profeta del Nuevo Testamento, alguien que señala los males pero ofrece redención. A su pesar, fue el Jesucristo de la narrativa posmoderna. Houellebecq ni siquiera ofrece un consolador arrepentíos, el fin está cerca. Se limita a gritarnos que el fin está cerca. En esta novela, escrita desde un futuro cercano, el tono profético es el dominante, la voz de quien ya nos lo estaba diciendo en 1.999.

“Más tarde, la globalización económica dio paso a una competencia mucho más dura, que hizo añicos los sueños de integrar al conjunto de la población en una clase media generalizada con capacidad adquisitiva en constante aumento; capas sociales cada vez más amplias se hundieron en la precariedad y el desempleo. Sin embargo, la aspereza de la competencia sexual no disminuyó; todo lo contrario”. pg. 66

Las partículas elementales es una novela de 1.999. Es la obra que sigue en la producción de Houellebecq a Ampliación del campo de batalla. Respecto a esta, repite motivos y preocupaciones, profundizando más en todos ellos. Creo que es una novela más redonda, que en el caso de este autor se corresponde bastante con ser una novela aún más amarga y sin posibilidad de redención. La trama se articula alrededor de dos hermanastros llegados a los cuarenta años. Un científico que ha renunciado a la que parecía una cómoda carrera, con razonable éxito, y un profesor de Literatura atormentado, que va escribiendo casi en secreto, unos textos que con los años se van volviendo más misántropos y que no es posible leer sin pensar en el propio Houellebecq, corroído por un deseo insatisfecho desde la adolescencia (porque una de las ideas clave de Houellebecq es que en la sociedad del hiperconsumo es imposible satisfacer nunca el deseo porque el deseo se reproduce y cambia de forma más rápido que nunca). La novela habla desde un futuro cercano (cada vez más cercano, porque el libro ha cumplido 16 años), en el que el trabajo que hizo en soledad el hermano biólogo, como un monje, después de dejar la institución científica en la que trabajaba, se ha revelado como una de las mayores aportaciones de la historia de la ciencia y abrió las puertas a duplicaciones del código genético que desembocaron en una nueva raza humana, creada a imagen y semejanza del hombre y que está acabando con los antiguos humanos. Básicamente el libro va presentando momentos de las vidas de ambos en los que estuvieron más cerca para volver a separarse, y desde dos vidas tan distintas, retrata lo más enfermizo de la sociedad occidental contemporánea.

“Le habló de su infancia, de la muerte de su abuela y de las humillaciones en el internado masculino. Le habló de su adolescencia, de las masturbaciones en el tren, a unos metros de las chicas, le habló de los veranos en casa de su padre. Christiane escuchaba acariciándole el pelo”. pg. 148.

No hay lugar para la esperanza, ese parece el lema principal de Houellebecq. No es recomendable afrontar su lectura si no se tiene una razonable fe en el ser humano, al menos en algunos seres humanos. Para Houellebecq estamos solos en el mundo, hemos venido a sufrir, y lo que parece transmitirnos es que muchos de esos sufrimientos son culpa de la sociedad que hemos creado. Houellebecq entiende que todo se ha convertido en una lucha, y que ese darwinismo social en el que sólo importa ser el más fuerte y así sobrevivir ha invadido las relaciones de pareja, las relaciones familiares, el mundo laboral, la escritura, absolutamente todo. Disponemos de sexo vacío, adicciones, insomnio, terapias que no funcionan y relaciones enfermas para ir pasando la vida. No hay lazos verdaderos. Nos estamos muriendo un poco a cada segundo, y la salida a todo aspecto esperanzador en la novela de Houellebecq es otra desgracia y más enfermedad.

“Es bueno que sea usted reaccionario. Todos los grandes escritores son reaccionarios: Balzac, Flaubert, Baudelaire, Dostoievski, todos reaccionarios. Pero también hay que follar, ¿eh?”. pg. 185

El estilo es limpio y a pesar de su crudeza se encuentran en él destellos de poesía. Es muy eficaz convirtiendo ideas muy densas en frases que podrían funcionar como lemas. Houellebecq odia a sus personajes porque odia al mundo en el que vive y seguramente se odia a sí mismo. Cada párrafo parece estar muy depurado, y no sobra ni una palabra. Houellebecq no es un estilista pero no es lo que busca. Es un autor de línea limpia (se nota que sus orígenes son poéticos), que encuentra la palabra que busca en cada momento y ha decidido no adornarla. La novela está magníficamente construida. Creo que el personaje Houellebecq no deja ver a veces al brillante escritor Houellebecq. Dicho sea sin olvidar que él es el primero que ha decidido llamar a la confusión y sacar beneficio de ella. He leído Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales, que forman un díptico inicial en el que Houellebecq presenta sus ideas, sus obsesiones y su estilo. También leí El mapa y el territorio, que me pareció una novela que funcionaba perfectamente, pero más aséptica. Seguramente una de las mejores novelas que se publicaron ese año, pero que no parecía escrita por Houellebecq. Otra vez la confusión entre autor y obra. Me da por imaginar que fue él mismo quien hizo rodar aquella polémica sobre los fragmentos de wikipedia que aparecían en la novela, para despertar alguna y sentirse cómodo. Tengo en casa La posibilidad de una isla, que cogeré en los próximos meses.

“La tradicional lucidez de los depresivos, descrita a menudo como un desinterés radical por las preocupaciones humanas, se manifiesta ante todo como una falta de implicación en los asuntos que realmente son poco interesantes. De hecho, es posible imaginar a un depresivo enamorado, pero un depresivo patriota resulta inconcebible”. pg. 227

Houellebecq puede gustarnos a ratos y hacernos sentir mal a otros. Nos incomoda. Ya dije que la opción que muchos han tomado es mirar hacia otro lado y hacer como si no siguiera escribiendo, como si nunca hubiera escrito. Nos enseña lo peor de nuestro mundo. Lo señala y nos obliga a mirarlo. Discute verdades que han sido aceptadas a veces sin cuestionamiento previo. Como a todo loco que grita en el desierto, lo más cómodo es mirarlo quedándose solo y reírse de él. Es muy caricaturizable Michel Houellebecq, ciertamente. Pero no olvidemos que también es uno de los pocos escritores que realmente está dibujando una época, la nuestra, con todos sus rincones oscuros.

“El humor no nos salva; no sirve prácticamente para nada. Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte”. pg. 296

Más reseñas el próximo lunes
Sr. E