miércoles, 24 de julio de 2019

Los peligros de fumar en la cama, de Mariana Enríquez


Los peligros de fumar en la cama, de Mariana Enríquez (Anagrama)

Hace dos o tres años sonó mucho el nombre de Mariana Enríquez, con el primer libro que Anagrama editaba en España, Las cosas que perdimos en el fuego. Debo reconocer que lo cogí de la biblioteca cuando lo pude pillar libre y no conecté con él. Tras mi nueva experiencia con la autora es algo que me extraña mucho, y creo que pudo ser una cuestión de que no me interesaran sus dos primeros cuentos, después de los cuales dejé el libro. Aunque a mí el libro no me transmitiera demasiado, funcionó bien y la editorial hizo una de las jugadas clásicas cuando esto sucede con una autora extranjera, reeditar un libro anterior, en este caso otro de relatos, el primero de la autora, de 2009, titulado Los peligros de fumar en la cama.

Los peligros de fumar en la cama es una colección de 12 relatos de temas reconcentrados y que se repiten con cierta ansia cíclica y tonos y tratamientos muy variados. Hay narradores de todo tipo de voz y consistencia, y hay unos mundos reconocibles, urbanos, centrados en Buenos Aires, de donde se sale con frecuencia pero a donde siempre se vuelve, mundos que son a veces los de la adolescencia, con sus rarezas, a veces los del final de la adolescencia, otras los de la adultez precaria en la que se siguen moviendo profesionales de más de treinta que nunca van a dejar de ser adolescentes. La normalidad lo define todo, y supongo que eso hace que la referencia a Cortázar sea acertada.

Uno, como lector, encuentra en las páginas de Mariana Enríquez rastros de finura de Cortázar, roturas de lo cotidiano en forma fantástica que recuerdan al argentino pero también tienen algo de Shirley Jackson. Aunque en este libro Mariana Enríquez es mucho menos sutil que Jackson. Y eso no lo digo como algo malo, me parece una marca de estilo y construcción de la autora, la sutilidad está muy bien cuando es la marca natural de la historia, pero no hay por qué forzarla. En su falta de sutilidad, en que la idea potente del relato aparezca de repente, rompa la escena cuando es necesario y quede bien expuesta, a la vista, para nuestro horror, he pensado en muchos cuentos de Stephen King, Richard Matheson y Anna Starobinets. También, por el tono cruel y desapegado con el que las narradoras cuentan algún suceso, he pensado en Patricia Highsmith, y el retrato de la fuerza de los grupos de chicas adolescentes me ha hecho acordarme en lo que he leído de Mónica Ojeda.

Al final reconocemos en cada libro nuevo que leemos rastros de los muchos libros que ya hemos leído antes, pero eso no habla más que de nuestros sesgos lectores. En cualquier caso, para ir convenciendo al posible lector de esta entrada de la conveniencia de leer el libro de Mariana Enríquez, repito: Cortázar, Shirley Jackson, Stephen King, Richard Matheson, Anna Starobinets, Patricia Highsmith, Mónica Ojeda. Nada mal.

Agarrándonos a un horrible tópico, diríamos que los 12 cuentos de Los peligros de fumar en la cama son 12 puñaladas. 12 historias en las que aparecen con frecuencia los elementos fantásticos, extraordinarios, pero en muchos de ellos, cuando lo hace, sirve de escape, llega para resolver la historia, darle salida al malestar que la autora ha ido creando en nosotros. Lo inquietante, lo verdaderamente inquietante, y es la palabra, inquietante, que mejor describe estas historias, no se construye ni con espíritus ni con comportamientos perturbados, sino con la llamada normalidad, con la rutina, con las amigas, con la familia, con las relaciones diarias y con sus grietas y silencios. En algunos relatos la irrupción del elemento fantástico, que lleva a la resolución del relato (y en muchas historias lo hace al final, de repente, apareciendo, y por eso hablo de una cierta anti – sutilidad, porque la construcción de la atmósfera es suave y delicada, y su ruptura es un choque rápido y violento).

El desentierro de la Angelita, el primer cuento, no da miedo, es un relato de extrañamiento, una familia descubre sin querer los huesos de una hermana de la abuela, que murió de niña, y ese espíritu, esa angelita, con la carne podrida, incapaz de comunicarse, empieza a convivir con la nieta, quien no sabe qué hacer para deshacerse de ella.

La virgen de la tosquera, el segundo, ha sido mi primer encuentro con el verdadero malestar. Un grupo de amigas, celos por un chico, descubrimientos, humillaciones cruzadas, malas miradas, rencores y un final crudo en que el elemento sobrenatural no es más que el medio que encuentra la crueldad de una de las chicas para vengarse de las humillaciones sufridas. En este relato, como en otros muchos, la narradora es parte de la acción, está en el grupo, pero no es ni la víctima directa, o la víctima que se lleva la peor parte, ni la parte más activa de las castigadoras, porque hay un cierto elemento de castigo.

Carrito es uno de los que menos me ha impactado, aunque está muy bien narrado. Un mendigo es humillado en una calle de la ciudad y la desgracia se cierne sobre los habitantes del vecindario, que empiezan por perder trabajos y dinero y acaban desnaturalizados y llegando al primitivismo. La familia de la única mujer que defendió al mendigo es la única que se libra de su maldición, pero eso no significa ni mucho menos que puedan estar tranquilos, pues pueden despertar los celos de todos los demás.

El aljibe es una de esas historias de violencia familiar. Deja muy mal cuerpo. Una familia que parece cargar con la maldición del miedo, un miedo que tiene casi paralizadas a las mujeres del clan, decide hacer un viaje a la costa a visitar a una bruja que puede solucionarlo. Y lo soluciona, pero pasándole la maldición, concentrada, a la más pequeña de las hijas, que vivirá con ello, hasta que descubra que su madre y su abuela firmaron ese pacto con el diablo.

Rambla triste viaja hasta Barcelona, y más allá de la ambientación local, cuenta una historia muy bien hecha de barrios que se quedan atrapados en sus dinámicas locas en medio de ciudades cada vez más vendidas a los turistas. La identificación que la historia hace entre las fuerzas que llevan a alguien que se pasa el rato maldiciendo su entorno a no salir jamás de él y esos típicos duendes de historias que boicotean a los humanos me ha parecido brillante.

El mirador es una historia de fantasmas de la que mejor no contar mucho. Una chica que está pasando por una mala racha, depresiones y pastillas, se va de vacaciones a un hotel. Allí siempre se ha contado que hay un fantasma. La fantasma, porque también es una chica, se fija en ella.

Dónde estás, corazón, es un relato raro. Creo que uno de los que más me ha hecho pensar en la extraña crueldad de Highsmith y la relación de las narraciones de Anna Starobinets con la enfermedad y los problemas físicos. Es un relato sobre deseo y fetichismo. Una chica va descubriendo que le excitan los enfermos graves, aquellos que están cerca de la muerte, y que su mayor pasión son los enfermos del corazón, aquellos que tienen soplos, taquicardias, problemas para recuperar el pulso después del esfuerzo, aquellos que siempre están expuestos a que la vida les falle.

Carne es un cuento desagradable. Adolescencia, fanatismo, música rock y canibalismo. Una mezcla así. Perturba pero quizá es demasiado crudo para mi gusto.

Ni cumpleaños ni bautismos vuelve al mundo de los fetichismos. Un chico con una cámara de cine se ofrece para grabar cosas raras. Pronto tiene encargos de pedófilos, fetichistas, y el caso que centra la historia, una familia que quiere demostrarle a su hija que realmente no la posee ningún demonio. La graba durante sus posesiones, y no hay nada extraño, más allá de tabúes, silencios familiares, y mirones. Surgirá un extraño amor. Otra vez la opción de la narradora es la de la amiga del cámara, una segunda voz que se implica por momentos en la historia.

Las tres últimas historias son probablemente las más sutiles, las que sí insinúan más de lo que cuentan, y nunca explicitan.
Chicos que faltan es una historia de adolescentes que se han ido de casa, a los que las familias echan de menos, a los que buscan, y que un día, sin aviso previo, empiezan a volver, todos a la vez. Aparecen en lugares aleatorios, con la cara ausente, y pronto se va descubriendo que muchos de ellos estaban muertos. Las familias al principio los aceptan, pero pronto, asustadas, los van devolviendo.

Los peligros de fumar en la cama habla de soledad, silencio y camas. Corto y muy bonito.

Cuando hablábamos con los muertos recupera la voz colectiva, en primera persona del plural, de un grupo de adolescentes, las que eran entonces, cuando hacían ouijas buscando espíritus. Hay una trama leve de desaparecidos de la dictadura argentina, rebeldía adolescente y encuentros frente a un tablero de ouija.

Vuelvo a insistir en que esta colección de cuentos me ha parecido muy buena y muy recomendable.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E


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