sábado, 28 de noviembre de 2015

Cuentos pendientes de noviembre

Se acaba noviembre y ya me apetecía ordenar lecturas e ideas. Ha sido un mes productivo en cuanto a lecturas, bastante variadas y de muy alta calidad. Casi todos los libros a los que me he acercado han resultado interesantes, y en todos he aprendido algo. Raro es el mes (rara es la semana, prácticamente) en el que no empiezo un libro que abandono a las pocas páginas por sentir que no me va a apartar nada. Este mes eso apenas ha sucedido.

Destacando lo mejor del mes, acaban quedándome siete libros, variados: relato, ensayo político, novela clásica, ciencia ficción, españoles, americanos, rusos. Todos ellos recomendables. 


Lecturas destacadas del mes
Crematorio, de Rafael Chirbes, Editorial Anagrama: No había leído nada de Chirbes, aunque miraba de reojo Crematorio y En la orilla. La triste realidad es que sólo me decidí a leerlo este verano, después de su repentino fallecimiento. Me asombró, como a todos, esa cantidad de artículos de colegas que venían a decir cosas como: Chirbes no se dejó engañar. Chirbes hacía lo que quería hacer, no se había vendido. No como nosotros, parecían decir algunos. No sé si Chirbes no se vendió o es que a Chirbes nadie vino a comprarlo. Tampoco creo que se pueda decir sin faltar a la verdad que murió sin haber alcanzado el reconocimiento. Con sus dos últimas novelas había sido muy premiado y alabado por la crítica. Centrándome en la lectura: Crematorio se mete de lleno en los años de la burbuja, de la corrupción. Constructores que son como la mafia de las películas pero más zafios. La costa valenciana. Montañas de pisos de baja calidad para turistas vulgares. Me chirría un poco ese constructor que en realidad quería ser arquitecto y que mantiene unos gustos culturales y musicales que me parecen demasiado elevados. No me imagino a alguien que construya con tal soltura esos monstruos sin haber descuidado un poco más su alma. Me gusta mucho la construcción de los personajes de su familia. Chirbes es implacable con los socialdemócratas de salón que se ríen del constructor, se burlan de lo hortera de sus obras, critican lo que se está haciendo con el medio ambiente, pero todo sin dejar de chupar del bote que todos esos disparates llenaron. La novela es poderosa. Es rítmica. Te mece con su prosa. Los párrafos son densos, prolijos. No sé si es el estilo de todo Chirbes o es el estilo para esta novela. Para esta novela es el adecuado. Algo barroco, fallero. Me acercaré con interés a En la orilla en próximos meses.


Niños en el tiempo, de Ricardo Menéndez Salmón, Editorial Seix Barral: Siempre leo con interés a Menéndez Salmón. A veces me gusta más, a veces menos, pero siempre parece tener algo interesante que decir. No me pasa demasiado con novelistas españoles actuales. Leo siempre lo que sale de Balanzá, de Menéndez Salmón, de A. G. Porta, creo que de nadie más. He leído varias veces con el mismo escalofrío Derrumbe. Me inquietan sus cuentos. El corrector es fallida pero no creo que sea incoherente o innecesaria en su trayectoria. La ofensa no me pareció una novela tan buena como se dijo. La luz es más antigua que el amor me pareció muy interesante. Medusa me hipnotizó, quiero releerla. Llego a Niños en el tiempo pocas semanas después de leer que había ganado algún premio en América. Son 3 relatos largos. Relatos de infancias robadas. Leo el primero, La herida, a las siete de la mañana camino del trabajo. Me revuelve por dentro. Me lo trago del tirón y casi lo vomito. Nunca sé si los escritores con hijos deberíamos asomarnos a historias así. Menéndez Salmón lo ha hecho. Lo releo por la noche en casa, más tranquilo. Sigue doliéndome algo dentro en la segunda lectura. Menéndez Salmón es un autor expresionista. Paso al segundo relato, La cicatriz, al día siguiente. La infancia de Jesucristo. La que se quedó fuera de los evangelios. Con juego metaliterario incluido. Funciona. El juego y el relato, y la manera de acercarse a la infancia de Jesús de alguien que no cree en él. El tercero, La piel, cierra el triángulo. Me parece el más flojo. Bastante más flojo. Más juego metaliterario, sombras de los dos anteriores. No llega tan alto. Coge vuelo pero se cae. El libro, pese a ello, merece la pena de sobra. Leí la primera historia una tercera vez, poseído por ella.


La gallina ciega, de Max Aub. Alba Editorial: Max Aub fue un escritor de la generación del 27. Autor de relatos, dramaturgo, con los años transcurridos ha quedado sobre todo en novelista. Aub se fue al exilio después de la Guerra Civil (lo llevaron a un campo de concentración francés, concretamente, tres años después se fue al fin a México), y no volvió a España hasta 1969. Una breve visita, preparando un trabajo sobre Luis Buñuel. Max Aub vuelve a España para pasar unas pocas semanas y se encuentra con viejos amigos y viejos fantasmas. Durante esa visita escribe este diario. Max Aub se extraña de que nadie le recuerde. Pregunta en librerías, pregunta en universidades, a alguno le suena su nombre, pero nadie lo lee. Así sigue. Max Aub hoy en día es, con suerte, un nombre sobre el que se pasa en los cursos del instituto. Pero nadie lo lee. Es imposible encontrar El laberinto mágico en una edición de bolsillo. Ni La gallina ciega. Me parece injusto. Porque La gallina ciega me ha parecido uno de los mejores libros a los que me he lanzado este año. Lo he ido leyendo poco a poco, saboreándolo. Aub no parece un escritor español de los que salen en los libros de texto. Lo digo yo, que no suelo soportar los libros de esos autores. Es mucho más moderno que los Cela y Delibes y semejantes que yo he probado. Es mucho más moderno que muchos de los autores contemporáneos que dominan el panorama editorial desde la irrupción de la llamada nueva narrativa española. La gallina ciega juzga implacablemente la sociedad del último franquismo. Esa sociedad de la que nacería la transición, hoy en día tan cuestionada. Max Aub ya veía por dónde iban muchos de los movimientos en el mundillo cultural y político. Gente que no había movido un dedo en treinta años, que se había acomodado por ventajismo o cansancio, empezaba a colocarse en la casilla de salida. Habría que leer mucho más este libro para entender los últimos cuarenta años de historia. Y los cuarenta anteriores. Porque algunos que vivieron los primeros veían venir los segundos. Como Max Aub. Tantos años criticando el gusto patrio por las películas y novelas ambientadas en la Guerra Civil, con exceso de sentimentalismo y malos caricaturizables, y ahora estoy pensando en lanzarme a leer los seis libros de El laberinto mágico, porque creo que estarán lejos de ese maniqueísmo cómodo. Tengo que entrenar un poco para poder abarcarlos. Creo que me gustarán.


Chavs, la demonización de la clase obrera, de Owen Jones, Editorial Capitán Swing: La tesis es atractiva. La derecha neoliberal ha acabado con la clase obrera a base de ridiculizarla, hacerla parecer vaga, inculta, despreciable. La clase obrera, según la tesis principal del libro, ha sido presentada como chav (aquí en España serían canis, chonis …). Maleducados, dados a los embarazos adolescentes, vagos, acostumbrados al subsidio, … Nadie quiere ser de una clase obrera así. Una canción como Working class hero de John Lennon queda lejos. Nadie se reconoce como clase obrera desde la silenciosa revolución neoliberal de los ochenta. Lo que Owen Jones plantea es que el sentimiento de clase desapareció cuando dejó de haber industria, obreros y mineros. También dice que esos chavs son ridiculizados, algo que nadie hubiera hecho en los setenta con los punks. Obvia, a mi entender, que los punks eran per se personas politizadas, en lucha contra el sistema, mientras que ese estereotipo que ve telebasura, come mal, bebe y vive del trampeo no está luchando por la revolución precisamente. Owen Jones clama desde el desierto de la izquierda británica y señala todas las batallas que esta ha perdido desde la llegada de Thatcher al poder a finales de los setenta. Las que ha perdido y las que sencillamente no ha dado. Denuncia la complicidad a veces inconscientes de la izquierda denominada moderada, esa a la que la misma derecha aplaude por su responsabilidad, por no oponerse jamás a las reformas que proponen diciendo que son necesarias, los tontos útiles. Señala un plan diseñado cuidadosamente siguiendo las ideas de Milton Friedman. Había que acabar con cualquier pensamiento y sentimiento colectivo. La historia había terminado y no tenían sentido las luchas de clases. Ellos habían ganado y debía quedar claro. Y para que la victoria fuera más eficaz debía ser silenciosa. Se desmontaron los sindicatos británicos, se resistieron las huelgas mineras de la década de los ochenta, se criminalizó a los parados y a los pobres. Se les quitó la manera de ganarse la vida y se les criticó por haberse quedado en paro. Se crearon tópicos sobre la clase obrera que no la dejaban en buen lugar. Se hizo creer a todos que los que salían hacia delante lo hacían únicamente por su esfuerzo, y quienes se quedaban atrás lo hacían por no esforzarse lo suficiente. Como si ser hijo de una familia desestructurada en un barrio pobre en el que abundan las drogas no tuviera ninguna influencia en el fracaso escolar, por ejemplo. Se deshicieron comunidades. Se incitó a lo que los sociólogos acabaron llamando guerra entre pobres. Uno de los puntos clave que Owen Jones señala es que por primera vez en la historia la avaricia empezó a estar bien vista socialmente. Se supuso que si muchos perseguían su bien personal eso de alguna manera traería una mejora para todos. Se dio la vuelta a gran parte del sistema de valores dominante. Para ello se tergiversaron estadísticas. Se hizo categoría de casos particulares. Se persiguió que la clase media desconfiara de cualquier subsidio o subvención, y se azuzó el egoísmo. Seguramente Owen Jones tiene razón en muchas de sus percepciones. Seguramente hay que trazar los paralelismos entre Reino Unido, de un clasismo muy estratificado desde siempre y cualquier otro punto. Pero probablemente su tesis más interesante, aunque no aparezca más que de manera tangencial para apoyar otras ideas, es que esta nueva derecha neoliberal, que se presenta como desideologizada (cuando muy posiblemente son en muchas disputas los únicos que tienen una posición claramente ideológica), como la voz del sentido común, es muchas veces, además de perversa, idiota. Hay un ejemplo brillante, en el que Margaret Thatcher, ante el asombro de periodistas, explica que quiere desmontar unas centrales eléctricas para montar un parque de atracciones porque ese es el futuro. Seguimos oyendo anuncios de esos futuros. Hechos por los mismos que anunciaron otros futuros hace no tanto como para que se haya olvidado. Los que ahora tratan de traer el futuro en forma de plan de reforma para Campamento o Chamartín en Madrid. Hablando siempre de cientos de miles de puestos de trabajo. Jones insiste en que el único trabajo al que puede aspirar mucha gente desde hace un par de décadas es en un supermercado. Se trata de un libro que lleva a pensar en ciertas dinámicas automatizadas de nuestra sociedad. Lleva un par de años siendo una lectura cada vez más visible dentro de eso que se llama economía o sociología crítica. Quizá el reciente programa de Salvados en el que el autor aparece le dé un nuevo empujón. Creo que merece la pena echarle un ojo.



Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick, Editorial Booket: ¿Es un motivo suficiente para llegar hasta un libro su título? En este caso lo fue. Es cierto que K. Dick es un autor que me interesa, al que no he leído en profundidad, pero del que me han interesado hasta el momento todos los libros a los que me he acercado (las dos novelas del au
tor que he leído con más atención han sido Valis (si se puede considerar una novela) y El hombre en el castillo). Supe que quería leerlo desde que leí por primera vez su título, y han pasado al menos tres años hasta que al final he podido llegar a él. Hace cosa de un mes vi que al fin había salido una edición en bolsillo y me hice con ella. Cuando se estrenó Origen, de Christopher Nolan, leí a alguien que comentando la película decía: después de ver esta película no podemos negar que uno de los artistas más influyentes de los últimos cien años es Philip K. Dick. Y probablemente, por ser su influencia indirecta y poco consciente, es mucho más poderosa. Rodrigo Fresán y Roberto Bolaño insistían en que Dick es uno de los mejores autores americanos del siglo XX, géneros aparte. Y realmente tratar de encasillarlo como un autor de género es quedarse muy corto. Aunque se le suela clasificar como autor de ciencia ficción, y obviamente lo es, creo que es también, y quizá por encima de todo, un autor existencialista. No a la manera de Camus o Sábato, sino de una manera mucho más radical. Dick se plantea en todo lo que he leído de él si el mundo en el que habitamos es tal, o simplemente es un mundo en el que creemos habitar, como inocentes seres engañados. En Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, el protagonista, un famoso cantante y presentador de televisión, de repente, se ve expuesto a un mundo que parece idéntico al que conocía pero en el que nadie parece reconocerlo, a él, que hasta ayer era una celebridad. El contexto es de ciencia ficción, con drogas controladas por el poder que permiten llegar a casi cualquier sensación, un estado cuasi policial, algunas de los miedos constantes de Dick. El protagonista es un experimento humano, una evolución de seres artificiales que se cuestionan su existencia, otra de sus constantes. La prosa se despliega en párrafos enrevesados, fruto de una mente torturada por las drogas y la paranoia, la que mejor puede meterse en la mente de personajes como los que maneja. Hay hallazgos poéticos muy potentes y pasajes de acción y reflexión que se van alternando. El protagonista debe esconderse de un policía que a su vez vive lleno de secretos, y que acaba culpándolo de un asesinato. La novela es como todas las obras de Philip K. Dick una epopeya lisérgica. Me apetece volver a sus mundos de pesadilla pronto, pero tampoco demasiado pronto, seguramente aún me dedique a pensar en este libros unos meses antes de leer otro.



El maestro y margarita, de Mijail Bulgakov, Colección de Clásicos del siglo XX del diario El País: Todo el mundo sabe que esta fue una novela prohibida en la URSS. Como otras muchas. No se publicó hasta dos décadas después de ser escrita en pleno stalinismo. Lo que no sé si tanta gente sabe es que es una novela brillante, divertidísima. Yo no lo sabía. La tenía por casa desde hace un par de años y no me había animado a cogerla. Una noche sin nada particular que leer, y sin mucho tiempo para ello, porque ya era tarde, lo cogí de la estantería. Leí más de 100 páginas del tirón. Es una novela satírica. El diablo visita la URSS y se dedica sobre todo a malmeter y crear el caos entre los literatos de la oficialidad. Me he reído leyendo en la cama por la noche. Pocas páginas del siglo XX (soy consciente de lo grandilocuente de esta afirmación, sobre todo viniendo de alguien que no ha leído todavía a Proust, por poner solamente un ejemplo de la incompletitud de mis lecturas) alcanzan el vuelo mágico del pasaje en que Jesucristo se presenta ante Poncio Pilatos y niega tener ningún poder sobrenatural, achacándole todos sus problemas a ese recaudador de impuestos llamado Mateo que ha dado en ir detrás de él e inventarse historias y le está buscando la ruina. Pocas metáforas pueden situarnos tan cerca del borde del abismo de las infinitas posibilidades de la ficción imaginativa como imaginar que al margen de lo que cada uno crea de la naturaleza divina de Jesucristo, ni siquiera fuera un personaje parecido al relatado, sino una invención desmedida de un novelista palestino de su tiempo, que ha pasado a la historia como evangelista. Me ha encantado el retrato despiadado de ese sistema burocratizado de escritores que viven más pendientes de su posición en el escalafón que de ser buenos escritores. Y he pensado que inevitablemente sigue existiendo algo parecido, incluso en 2015, seguramente también en España entre los escritores a los que se les reparten los reconocimientos y las reverencias, como si estuviéramos en la URSS de la década de los 40 o la Albania que retrata Kadaré en los 60. Quizá incluso con el peligro que añade que una situación no sea tan visible y ridiculizable como la de las dictaduras.



Cambios de última hora, de Elena Alonso Frayle, Ediciones Baile del Sol: Elena Alonso Frayle y yo compartimos editorial, Baile del Sol, y desde que me llamaron para anunciarme la concesión del Premio Manuel Llano de Cuentos compartimos también esa muesca en el revólver (ella lo ganó en 2.013). Compartimos, me parece, sobre todo, el amor por los cuentos, y por los cuentos bien hechos. Al margen de la calidad que uno alcance luego como autor, los que nos dedicamos con verdadera entrega a la escritura, y particularmente a la escritura de ese género maravilloso que son los relatos, reconocemos enseguida a los autores que se acercan a ellos desde el máximo respeto y dedicación. Y aquí hay una muy buena autora. Los relatos recogidos en esta selección de Baile del Sol recogen relatos premiados aquí y allá, porque Elena Alonso ha ganado en los últimos años muchos de los premios señeros de relato en España (como el Ignacio Aldecoa o el Juan Martín Sauras, por ejemplo, y según he leído acaba de ganar el Gabriel Aresti de cuentos del ayuntamiento de Bilbao, no sólo eso, sino que también ha ganado el 2º Premio, algo que debe ser un caso casi único). Los relatos saben a elaboración casera, pausada. Todo está muy bien pensado y encaja. Tienen musicalidad y tienen encanto. Tienen todos un toque cercano al fantástico, un corte tradicional que la emparenta con los Bioy Casares, Merino, Fernández Cubas etc. No inventa nada pero todo está construido con gusto. La búsqueda de otros mundos detrás del llamado mundo normal, el misterio de las cosas de diario. Los relatos toman motivos clásicos del fantástico que pueden rastrearse desde Poe, nunca más de cinco o diez temas, y les da una mirada personal. Me han gustado muchos relatos, pero recomiendo especialmente Felice cuenta, que definiría, por si alguien lo necesita, como una aventura metaliteraria entre hermanas.



Relecturas:


Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de DFW, Editorial DeBolsillo: A David Foster Wallace le encargaron que se fuera en uno de esos cruceros de lujo que recuerdan a Vacaciones en el mar. Y allí que se fue a un crucero hortera por el Caribe, con salida en Florida. Con lo que era Foster Wallace y con lo que deben ser esos cruceros, el choque estaba garantizado. Y es un choque brillante. Pocas veces un libro sobre un tema tan poco interesante me ha dicho más. Saca petróleo del tedio (algo que en general hizo en su obra como nadie). El inicio y el planteamiento son sencillamente brillantes. Y leer a Foster Wallace siempre tiene algo de clase de sintaxis avanzada para cualquiera que se dedique al asunto de juntar letras. Merece la pena el libro, que se lee en menos de dos horas, y que para aquellos a quienes pueda intimidar su leyenda depresiva (y hay pasajes angustiosos aquí también, de hombre encerrado, pero DFW intentaba ser un hombre aferrado a la vida, a la suya, con sus subidas y bajadas, pero no era un depresivo en la permanente oscuridad, sino que luchó contra esa oscuridad tanto como pudo) y su fama de autor complicado, puede ser una excelente manera de iniciarse en sus libros.



Abandonos: 

El jilguero, de Donna Tart, Editorial DeBolsillo: Me compré esta novela en la Feria del Libro del último mes de junio. La cogí en agosto con la esperanza de que fuera uno de esos libros gordos especialmente reconfortantes en verano. Un bestseller de calidad o como quisiéramos llamarlo. Lo he cogido y dejado muchas veces, pero me rindo. He llegado a las 500 páginas. Y me ha parecido vacío en todo momento. Las situaciones predecibles, los personajes tópicos. Creo que ganó el Pullitzer. Seguro que hay quien dice que está años luz por encima de los bestsellers al uso. Y seguro que lo está. Pero eso es una cosa y otra que libros así vayan a llevarse los Pullitzer o Booker del futuro.


Seguiré con:

Cuentos completos de J. G. Ballard. Estoy embarcado en ellos desde hace meses. Me gustaría que no se terminaran nunca. El libro tiene 95 relatos. Mundos oscuros que me provocan deliciosas pesadillas. Burlas perfectas del mundo del mañana, ese en el que nos despertamos cada día. Miedos. Parafilias. Aún me quedan unos cuantos.

Servidumbre humana, de William Somerset Maugham. Una novela que funciona bien. Dickensiana. Niño huérfano que va creciendo. La compré porque Levrero habla (y muy bien) de de ella en La novela luminosa. No me pide leerla del tirón pero no me desagrada cogerla de vez en cuando, arbitrariamente, por la mañana, y avanzar unos cuantos capítulos en el metro.

Manhattan Transfer, de John Dos Passos. Hago algo parecido a la anterior. Debe hacer un año que la empecé. Entiendo su importancia histórica, pero a día de hoy creo que cualquier autor contemporáneo (que pretenda sonar a contemporáneo, no de esos que dicen: yo me encierro en casa con Shakespeare, lo más moderno que he leído es Galdós, nunca leo autores contemporáneos, aunque todos sepamos que es mentira) tiene tan interiorizado este fragmentarismo (valga la palabra) que no creo que haya que leerla tratando de aprender nada d ella, sino simplemente como lo que es, una novela muy sólida, muy bien escrita, con ritmo, con una trama al final tan dispersa que puede ir y venir en metro sin que nos perdamos, porque nunca estamos del todo dentro de ella, dicho sea con admiración, porque creo que es el estado natural de esta obra.

Me acercaré a:


Entre los creyentes y Al límite de la fe, de V. S. Naipaul. He leído muy poco de Naipaul, y me apetece leer más. Creo que es sin duda uno de los escasos novelistas realmente importantes de su tiempo (junto a Coetzee y pocos más), y uno de esos Premios Nobel de indiscutible valor literario. Me interesa ver cómo se acerca a países islámicos pero no árabes, desde la mirada del de fuera, o desde el que se acerca alejándose, o se aleja desde cerca, o como sea exactamente lo que he entendido de momento de la mirada de Naipaul sobre el mundo, el conflicto permanente entre estar e irse, ser y aparentar, colonia y capital.

Curzio Malaparte. Me lo han recomendado varias veces. Me lo han vendido como un escritor con una prosa autoritaria y casi fascista. Eso sí, muy brillante. Expresionista. Quiero leerlo. Tratando de obviar sus posiciones políticas. Su fascismo primitivo al lado del mismo Mussolini, quien acabó encarcelándolo. Su fin ideológico en el maoísmo. Porque supongo que hay quien nace para fanático, y quien nace para personaje de sí mismo. Y algunos para las dos cosas juntas. Quiero probar sus páginas. He cogido en la biblioteca los relatos de Sodoma y Gomorra, y compré en un mercadillo La piel por 2 euros.

El hombre rebelde, de Albert Camus. Este verano estuve leyéndolo un poco. Me pareció denso, interesante, brillante. Quiero profundizar más en este libro.

Jacques Abeille. Me han recomendado a este autor francés. Brillante, original, único, todos esos tópicos excesivos. Pero me fío de quien me lo ha recomendado. Y la editorial con la que está en España, Sexto Piso, toca de vez en cuando palos muy brillantes. El último libro de un autor francés que me recomendaron fue Vestido de novia, de Pierre Lemaitre, que me pareció muy decepcionante (por no decir que me pareció una mierda), y no creo que vaya a ser peor. La editorial lo compara con Julien Cracq (al que desconozco) e incluso Tolkien, lo que me da bastante miedo porque siempre me ha parecido el colmo de la erudición aburrida.
 
Espero que el nuevo formato del blog os resulte interesante a los que os acerquéis hasta él. Espero sobre todo llamar vuestra atención sobre algún libro que me ha interesado a mí.

Espero por último que diciembre traiga también buenos libros.

Hasta entonces.

Buenas lecturas

Sr. E

sábado, 21 de noviembre de 2015

Desórdenes, Premio Manuel Llano de Cuentos 2015

Ayer se anunciaron los fallos de las tres modalidades de los Premios Literarios que convoca el Gobierno de Cantabria. Mi colección Desórdenes ha sido la premiada en la modalidad de Cuento (que realmente premia libros de cuentos).



Desórdenes está compuesto por 8 relatos que habían ido quedando fuera de otros proyectos en los últimos años y en los que encontré, releyéndolos, dinámicas y puntos en común. Desubicación, sueños que no llegaron a cumplirse, pasados que no es fácil dejar atrás, futuros inciertos. Secretos y desórdenes. Por eso acabé quedándome con ese título, porque me parecía el que mejor resumía su espíritu.

Srebrenica es el relato más reciente y quizá al único que reconozco en una primera revisión como cercano. También Maratón, que estuvo en una versión primigenia y más destilada de lo que acabó siendo Beber durante el embarazo, mi primer libro. Los demás son relatos que ya tienen algunos años, y me permitirán, una vez publicados, enfrentarme a ese espejo roto que separa al escritor que actualmente somos del que fuimos. El escritor que los escribió hace en algunos casos 5 o 6 años aún comparte rasgos conmigo, y me interesa. Creo que el camino del escritor, al menos durante lo que tópicamente se llaman años de formación (no sé si es posible tomarse en serio la escritura y la lectura y no considerar que siempre estaremos formándonos) incluye la evolución, y esta es necesaria e inevitable, pero esta debe ser siempre desde la coherencia. Creo que el Pablo Escudero Abenza de hoy no escribiría estos 8 relatos, o no todos, o no de la misma manera, pero es el resultado de aquel.

A algunos de los relatos, particularmente a Cultura pop y Una sombra amiga les tengo un gran cariño. Supongo que los que escriben entenderán mejor el concepto de que un autor le tiene a veces un especial aprecio a relatos que quizá no son los más redondos que ha escrito pero con los que mantiene una ligazón más fuerte (por contra a veces otros relatos que todos nos alaban y técnicamente pueden ser mucho más redondos nos dejan más fríos). Son relatos, tanto estos dos como Maratón, que no entraron en mi colección Beber durante el embarazo porque repetían temas en unos casos o porque no encajaban de manera coherente (a mi parecer) en el conjunto, pero no porque pensara que hubieran desmerecido el libro por nivel. Me alegro de que se me dé la posibilidad de verlos publicados.

A la espera de que en los próximos meses se edite el libro (ya iré anunciando fechas), os dejo aquí una breve sinopsis de cada uno de los relatos que lo componen.

Srebrenica: Historia intimista que transita de la memoria personal a la colectiva. Srebrenica es el nombre de una ciudad para siempre ligada a una tremenda matanza. Srebrenica es también el nombre de una solitaria chica bosnia cuya vida se cruza en Canadá durante uno de esos absurdos cursos de inglés con la soledad de un desorientado treintañero, obsesionado desde la adolescencia con la Guerra de los Balcanes.

Hamburgo: Hamburgo es la historia de un novelista frustrado, enamorado de dos hermanas, o de sus sombras, atrapado a su vez por la sombra de su propio hermano mayor, de la que nunca ha sabido apartarse. Hamburgo es la ciudad a la que va a parar, y desde la que escribe sin esperanza, poseído por todos los libros que podía haber escrito y no escribió, recorriendo la sugerente historia de la Física en el siglo XX, yendo y viniendo de aquellos ensayos nucleares en Albuquerque, preguntándose qué quedó de aquellas mentes privilegiadas después del Proyecto Manhattan.

Casas sin libros: Hay dos tipos de personas, suele decirse siempre: Las que escriben y las que no. Las que tienen sus casas llenas de libros y las que contemplan sin dificultad sus paredes vacías. Resacoso y desorientado, un escritor sin éxito se despierta en casa de una chica a la que no recuerda de la noche anterior. Como alguien que llega a un planeta alienígena, mientras admira su belleza y comparte con ella un desayuno, reflexiona sobre la vida que ha elegido, sobre la existencia de otras vidas, para él tan improbables como la vida en Marte, otras vidas en otras casas, como esa, habitadas por el silencio de ideas de las casas sin libros.

Fantasmas: Los fantasmas del título de este relato son particularmente esos seres que salen al fondo de las fotografías, desenfocados, como relleno de los recuerdos de nuestras vidas. ¿Cuántos fantasmas no se habrán cruzado por nuestras vidas sin habernos preocupado? ¿De cuántos amigos del colegio nos hemos olvidado? ¿Estará ya muerto aquel tío que venía a casa a tocar la guitarra y que olía a cadáver hermoso? ¿En cuántas vidas posibles no somos más que modestos fantasmas, seres desdibujados sin ningún relieve? El relato juega con las casualidades, reflexiona sobre las oportunidades que se escaparon, inventa pasados y futuros, y lo relaciona con la necesidad de la ficción y sus trucos de magia.

Maratón: La prueba del maratón como metáfora de lo inútil de la vida. Nadar para morir en la orilla. Reventar como Filípides después de anunciar una victoria, la única que importó. Ser olvidado. Maratón es una historia de desesperación y paternidad. A veces la gente se quiebra. Después de tocar fondo, después de uno de esos acontecimientos que parecen no tener posibilidad de continuación, quedan pocas alternativas. El protagonista de esta historia ha elegido correr después de su caída al abismo. Ha abandonado totalmente su vieja vida y ahora trata de mantener la cabeza vacía mientas corre, día tras día, kilómetro a kilómetro, obsesionándome más y más con las contracciones y elongaciones de sus músculos, mientras prepara su primera maratón, a la vez que su primer hijo, el hijo que ya nunca será suyo, nace en otra ciudad.

Cultura pop: Tratar de revivir algunos momentos de la vida debería estar prohibido. Por más que nos empeñemos en volver a ciertos paisajes, pasajes, cuerpos, libros o canciones, ya nunca volverán a tener su sabor primigenio. ¿Qué queda en un profesor de lengua cuarentón del joven adolescente que soñaba con ser escritor y una vez ganó un concurso que le llevó a pensar que sus sueños podían tener algo de realidad? ¿Poco? ¿Nada? La continua repetición de la tragedia como farsa. Pero decide intentarlo. Volver a la capital. Volver a enfrentarse a los fracasos literarios y vitales. Tratar de recuperar un romance apenas esbozado a los diecisiete. Cerrar los ojos y pedir un deseo. El relato es a la vez un reflejo indirecto y deformado de una de las primeras entregas de premios a las que asistí, con 23 años, en un ambiente lujoso en el que no acabé de encontrarme cómodo, y plantea el tema de la subversión del canon, presentando autores a los que se alaba sólo por su juventud, sin entrar en su calidad, reflejado de manera especial en una escena (de tono onírico - fantástico) en el que unos camareros que son clones de Jorge Luis Borges sirven a diez niñatos a los que tratan como si fueran la gran esperanza del planeta Letras. Una de las escenas de las que sigo estando más orgulloso mucho tiempo después de haberla escrito.

Una sombra amiga: El relato parte de un personaje con el que a priori no deberíamos empatizar: Un hombre que no tiene demasiado que hacer y empieza a colarse en la casa de una chica en la que se ha fijado casualmente en el metro una mañana. La presencia de un desconocido en casa cuando la dejamos sola puede parecer una pesadilla. Saber que hay un desconocido que registra nuestros cajones, toca nuestros libros, se sienta en nuestro sofá, bebe nuestro café y ve nuestra televisión nos remueve por dentro. Pero quizá hay personas para las que esa sombra se convierte en una referencia, en una amiga que esperan que acuda a diario, a cuidarlas en la distancia. Poco a poco vamos descubriendo, con la lectura parcial de la realidad que hace quien se cuela y mira, la historia de un juguete roto, una niña famosa condenada a muerte por el olvido y la enfermedad.

Vértigo: Vértigo es mi homenaje a El silencio de un hombre, de J. P. Melville. El protagonista del relato, aunque se dice detective, no es más que un asesino a sueldo. Pero intenta ser algo más que un vulgar asesino y reflexiona sobre el sentido de la vida y de la muerte. Pocos saben tanto de la vida como quienes administran su muerte. Y tienen mucho que callar. Después de un tiempo alejado de su actividad, tanto que quizá había llegado a creer que lo había dejado, recibe un encargo. Seguir a alguien hasta Nueva York tópico, oscuro y lleno de hamburgueserías tras cuyos cristales llueve, y matarlo en una habitación de hotel. Su única ayuda en la misión se la proporcionará una adolescente de mirada opaca y oscuro pasado, que servirá de cebo para atraer a la víctima. El relato es un relato negro canónico, dentro de lo canónico que me gusta ser. Para complicarlo todo un poco, toma forma de juego metaliterario, ya que el protagonista es un personaje de novela al que los autores recurren cuando quieren un asesinato, que debe salir de las páginas de las historias para llevar a cabo un trabajo real. Y que además descubre, cuando quizá es demasiado tarde, que el autor que lo ha contratado es probablemente la misma persona a la que debe matar.

Espero que os apetezca acercaros a leerlos cuando estén disponibles.

Sr. E

jueves, 12 de noviembre de 2015

El hombre invisible

Aviso dirigido a los potenciales lectores:

He decidido relajar un poco el ritmo del blog. Me explico: se me estaba haciendo muy cuesta arriba cumplir semanalmente con una reseña de la extensión y profundidad de las que estaba realizando. Con los 3 - 4 libros que siempre llevo en danza y cuya lectura simultaneo, empezaba a estar más pendiente de qué quedaría bien en el blog que de la lectura en sí.

Los blogs sirven, me imagino, para obtener cierta visibilidad (tan limitada como el alcance del mismo). Pero creo que los escritores debemos ser, principalmente, seres invisibles. Me apetece encerrarme por las noches en mi despacho y volver a escribir a mano, que es algo a lo que hace años que no vuelvo, con la radio puesta de fondo, un té al lado y algunos libros como guía de la que ir aprendiendo. Por eso el título de la entrada. Por eso, quizá, que lo último que he empezado a escribir, también se llame así. Espero que no acabe siendo una de esas adaptaciones horteras del viejo libro de H. G. Wells, como aquel El hacedor de Borges (remake), de Fernández Mallo, que tantos problemas legales le trajo.

Siempre he creído en la literatura como amante gozosa, como decía Juan Carlos Onetti, y no como en una esposa controladora que fiscalice mis lecturas y mis horarios, y siempre he leído y escrito desde ese planteamiento. El blog, tenga el sentido que tenga, está relacionado con mi manera de leer y escribir, y debo adaptarlo a ese ritmo. Creo que me limitaré (aparte de que puntualmente desee escribir sobre algo) a una entrada mensual, en la que destaque los libros que más me han interesado en ese mes, quizá anuncie mis próximos objetivos, los libros con los que sigo peleando, etc. Todo siempre con el tono y el ánimo que he intentado transmitir desde que empecé con el blog, de pasión por los libros, recomendando, contentándome con pensar que a algún lector casual pueda haberle descubierto una lectura.

A ver si para el 25 - 30 de noviembre llega la primera de estas nuevas entregas (como la nómina).

Seguiremos leyendo. También desde la invisibilidad.

Iremos hablando.

Sr. E.

lunes, 2 de noviembre de 2015

El sentido de un final, de Julian Barnes

El sentido de un final, de Julian Barnes
Ed. Anagrama (2.012)

Julian Barnes es uno de los miembros del club de escritores británicos que empezaron a publicar en los 70 y que llegaron a España sobre todo a través de la editorial Anagrama (y que por lo general siguen editando en ese mismo sello). No es al que más he leído, ni creo que sea el que más me gusta. Situaría a Martin Amis y a Kazuo Ishiguro, de esos escritores, como los mejores prosistas, los más finos estilistas. Ian McEwan es quizá el novelista más narrativo de todos ellos. Salman Rushdie también empezó a la vez, y compartían amistad, pero le han pasado tantas cosas desde entonces que se ha olvidado un poco que venía de allí. Graham Swift se ha ido quedando arrinconado, y parece bastante olvidado. Kureishi y Jonathan Coe son posteriores, y mientras Coe parece haberse especializado como escritor de sátira social que está reescribiendo los años de thatcherismo, Kureishi siempre es un escritor interesante, que indaga en las fronteras entre comunidades en el Londres contemporáneo. Julian Barnes quizá es el que más se ha centrado en las ideas en sus novelas. En los últimos años ha abordado temas graves y profundos, quizá empujado por sus circunstancias personales. Con la sensación de que iba a encontrarme con un libro profundo y grave llegué hasta El sentido de un final.


Me había gustado mucho Inglaterra, Inglaterra (me parece que desde la sátira se acerca a una realidad cada vez más presente en muchas ciudades, convertirlas en grandes parques de atracciones para turistas, llenas de tópicos y esencias, y me extraña que nadie se haya lanzado, que yo sepa al menos, a escribir un España, España). Me habían parecido poca cosa, pese a haber leído muy buenas críticas de ellas en prensa, Arthur & George y La mesa limón. Me gustaron los relatos de Pulso, pero sin llegar a ningún éxtasis. De El sentido de un final conocía la polémica por la concesión del Premio Booker en 2.012, y algunos amigos lectores de los que me fío me lo habían recomendado. Uno de los grandes temas de la vida, es, sin duda, la muerte. Al margen de lo que cada uno crea, y que vea en ella un punto y seguido o el punto y final, a todos nos preocupa. Y cuando alguien, como Barnes, por distintas circunstancias, se acerca a ella en propia persona o por alguien muy cercano, es inevitable mirar hacia atrás y pensar: ¿para qué ha sido todo esto?

Tus ganancias se acumulan. ¿También tus pérdidas? No en el hipódromo; allí, sólo pierdes tu apuesta original. Pero, ¿en la vida? Aquí quizá rigen normas distintas …
La vida no es sólo una suma y una resta. Es también la acumulación, la multiplicación de pérdidas, de fracasos”.

Porque ese sigue siendo uno de los males de nuestro pensamiento, el finalismo heredado de Aristóteles. Centrarnos demasiado en para qué estamos vivos en vez de avanzar lo mejor posible por el cómo, y asumir que lo más probable es que nadie tenga un plan específico para cada uno de nosotros. En El sentido de un final, Tony Webster, el protagonista y narrador, mira hacia atrás desde la sesentena y la jubilación, desde el divorcio y un cierto alejamiento con su hija, desde el acomodamiento de su casa, sus libros, sus tardes tranquilas, sus salidas poco ambiciosas, sus remordimientos, en definitiva desde su soledad. La mirada al pasado, desde allí, lo hace ser más comprensivo, más condescendiente, capaz de ver décadas después la importancia de algunos detalles que en su momento le pasaron desapercibidos. También, la deformada lente temporal, hace que algunos acontecimientos que tampoco le parecen al lector – en este caso espectador externo – tan determinantes, adquieran en la narración del que los vivió la categoría de centrales.

¿Cuántas veces contamos la historia de nuestra vida? ¿Cuántas veces la adaptamos, la embellecemos, introducimos astutos cortes? Y cuanto más se alarga la vida, menos personas nos rodean para rebatir nuestros relatos, para recordarnos que nuestra vida no es nuestra, sino sólo la historia que hemos contado de ella. Contado a otros, pero sobre todo, a nosotros mismos”.

La primera parte del libro nos lleva a un lejano fin de semana, allá por los sesenta, en el que Tony Webster (universitario, educado, con lecturas, un probable trasunto del joven que fue Julian Barnes) va invitado a la casa de la familia de la que por entonces es su novia. Me gusta el retrato que hace de lo que suponía ser joven en los años sesenta, y cómo desmitifica esa imagen colectiva que se ha generado de esa década como un tiempo de libertad y apertura. El viejo Tony Webster recuerda que en las ciudades inglesas que no eran Londres, el sexo para el joven Tony Webster no era algo sustancialmente más fácil de conseguir con las chicas de su edad de lo que lo había sido siempre, y nos sitúa al principio del libro en una línea del tiempo de acercamientos, miradas, tocamientos y caricias que podían valer para cualquier pareja de la época, y para casi cualquier pareja de cualquier época previa. Tony Webster se enfrenta aquel viejo fin de semana, también, al clasismo de la sociedad británica de ayer, hoy y siempre. Siente que el padre y el hermano de su novia lo miran y juzgan con condescendencia, porque son de una clase social superior. El hermano de su novia, precisamente, liga ese romance entre universitarios (que terminará pronto, como la mayoría de los de su especie) con otro de los puntos centrales de esta primera parte, los amigos de Tony, que han sido para él muy importantes, y que querrá que conozcan a su chica, y que todos se gusten a todos, aunque quizá no tanto como al final sucede, pues su novia, Veronica, acabará emparejada con su amigo Adrian, compañero de estudios del  hermano de Veronica.


En el misterioso suicidio de Adrian se centra la reflexión de la segunda parte del libro. No tanto – y no sólo, sobre todo – en los motivos que pueden llevar a alguien de veintipocos años, sano, con una novia, buen estudiante, admirado por sus amigos, a quitarse de en medio de esa manera, sino al sentido de la muerte y su relación con la vida. Adrian y Veronica vuelven a su vida pues la madre de ésta, una señora amable que fue su única aliada durante aquel fin de semana de cuarenta años atrás, le ha dejado unas libras en su herencia al morir. Unos cientos de libras y el diario de su antiguo amigo Adrian. Tony irá durante estas páginas detrás de su antigua novia, comportándose con torpeza, pidiéndole explicaciones, comprendiendo poco y tarde, descubriendo al final de libro, como si se tratara de una novela de misterio (y quizá es una sosegada novela de misterio metafísico) las razones últimas de Adrian, el sentido (o sinsentido) de su final, un punto que en cierto modo supuso para el narrador el fin de su juventud, un oscuro acontecimiento al que no sabía demasiado bien cómo aproximarse.


A mi modo de entender el libro abre algunos caminos muy interesantes pero luego no entra en ellos con el suficiente aplomo. Peca de superficial, y creo que son temas donde la ligereza no es conveniente. El peso que aquel fin de semana tuvo en la vida de Tony Webster se antoja excesivo, y aunque sus palabras tratan de ir en esa línea, tratándolo de acontecimiento lejano, de juventud, poco trascendente, la realidad de la narración es la contraria, pues lo vuelve casi un big bang del resto de sus años. Me parece un buen libro, interesante, que me hizo pensar bastante mientras avanzaba en su lectura, pero del que pasadas un par de semanas me queda la sensación de que no me va a marcar para siempre. No me ha dicho nada que no supiera, y ha profundizado poco en temas que necesitaban, me parece, una mayor carga. Aún así creo que vale la pena pasearse por sus doscientas y pocas páginas, llenas de melancolía, que se leen con facilidad y gusto, que nos dejan algunas frases en el recuerdo.

Decid a la gente que me teníais afecto, que me amabais, que no era un mal tipo. Aun en el caso, quizá, de que no fuese cierto”.

Más reseñas el próximo lunes


Sr. E