lunes, 12 de junio de 2017

La carrera por el segundo lugar, de William Gaddis

La carrera por el segundo lugar, de William Gaddis (Sexto Piso)

Me acerco a la realidad en círculos, dice en alguno de los libros de su serie el detective Charlie Parker de John Connolly. Algo así me está pasando a la hora de leer Los reconocimientos, de William Gaddis, al que desde abril me acerco y alejo. Y busco lecturas que de alguna manera dialoguen con él. Otros textos de Gaddis, textos de otros autores en los que aparece Gaddis, reflexiones sobre arte. Casi cualquier cosa menos un atracón de Los reconocimientos. Sencillamente porque es un libro que se me está haciendo de digestión lenta. Es denso y sus bocados empachan, y aunque apetece pasar al siguiente, hay que pensárselo bien, pues es un texto que si no se lee en un momento de agilidad y lucidez mental, obliga a volver atrás. El propio Gaddis, en este La carrera por el segundo lugar, mi último desvío por el momento en el camino hacia el meollo de Los reconocimientos, bromea con la crítica que hicieron de una de sus novelas, diciendo que el futuro de la novela quizá estaba en la inteligibilidad, y que si se trataba de hacer libros ilegibles pero que consiguieran mantener el interés durante 700 páginas ilegibles, William Gaddis había demostrado un gran talento.

¿Está de moda William Gaddis? Deberíamos plantearnos antes qué es estar de moda. Yo nunca me creí la moda de Foster Wallace después de su suicidio. Quiero decir, mucha gente se aprendió su nombre y lo usaba en Twitter para molar, pero nunca me creí que una novela como La broma infinita pudiera tener decenas de miles de lectores. Tampoco me creo demasiado esa moda patria con El día del Watusi que de vez en cuando aparece en los periódicos. Seguramente Karl Ove Knausgard está hoy en día más de moda que Gaddis y cuando mañana pregunte por él y por Gaddis en el bar en el que suelo tomar café a media mañana recibiré la misma cara de asombro ante el nombre de los dos. Y eso que Knausgard suena creíble como delantero centro escandinavo. Digamos que Gaddis está relativamente de moda desde hace 3 o 4 años, causa y a la vez consecuencia de que Sexto Piso esté abordando la publicación de sus obras completas. Está todo lo de moda que puede llegar a estar un escritor de su complejidad. Y podemos decir también que se acabaron sus obras completas. Sexto Piso ya tenía sus cinco novelas en el catálogo y este libro, una selección de ensayos y textos, es lo último que quedaba por ahí. ¿Podría aparecer en el futuro una edición con páginas escogidas de William Gaddis? Todo podría ser, Mondadori lo ha hecho con Foster Wallace, cerrando una mitomanía que no he visto ni con Bolaño.

Estos libros póstumos parecen hechos con retales en muchas ocasiones. Eso no hace necesariamente que salgan libros malos. Yo al menos no lo creo, por eso los leo si el autor me interesa. En La carrera por el segundo lugar encontramos escritos, discursos y notas. Anotaciones de trabajo sobre sus novelas, escritos sobre su propia labor creadora para revistas, reflexiones sobre la labor creadora en general y sobre libros de otros autores. Por último, algunos pequeños ensayos, quizá los más interesantes, sobre la sociedad americana. Sobre los mecanismos de la ficción en la política (muy recomendable el texto ¿Cómo imagina el Estado? La suspensión voluntaria de la incredulidad, donde define la labor del Estado y las construcciones políticas como las ficciones más intragables que la sociedad acepta) y el mundo, sobre la religión y sobre cómo es vivir en una sociedad en la que lo más importante es triunfar, todo se define a partir del éxito, y la falta de éxito ha acabado asociada a la del fracaso.

Las propias obras de ficción de William Gaddis se mezclan muchas veces con la forma del ensayo, o de la prosa no – narrativa. Así que este libro, sin ser de ficción, que no lo es, incluye pasajes parecidos a los que en ocasiones se encuentran en sus novelas. Incluye incluso algunos pasajes entresacados de sus obras de ficción, y al final, para los mitómanos, notas de trabajo sobre su inacabado proyecto de estudio sobre la pianola. El ensayo que le da título a la colección, que originalmente se titulaba El fracaso, es una reflexión llena de referencias literarias y políticas sobre los que no llegan en primer lugar, la posibilidad legítima de no hacerlo, y lo que la sociedad puede aprender tomando como modelos a aquellos que no necesariamente querían ser, siempre, los primeros.

Gaddis es un escritor con muchas lecturas y un extraño erudito de cuestiones minoritarias. Por ejemplo su gran proyecto inacabado fue una novela – historia de la pianola. También es un autor muy rápido a la hora de ligar informaciones aparentemente dispares de manera original, anticipando algunas de las formas de las narraciones de David Foster Wallace. Gaddis es de esos autores que escriben sobre sus lecturas y de eso, un hombre de 70 años sentado en el sillón de su casa, bajo una buena luz, con un libro abierto en el regazo, hace una aventura intelectual de ello. Lo vemos leer, analizar y digerir las reflexiones de Carl Gustav Jung sobre el protestantismo y el catolicismo en los Estados Unidos de América y nos quedamos con datos (porque Gaddis lo llena todo de datos, tantos y tan curiosos que lo propio sería que fueran inventados) como que la vida sexual de los católicos americanos es más imaginativa y rica que la de los protestantes, cosa que el autor atribuye, como otras muchas cuestiones de la vida, a la narrativa. El catolicismo, con sus liturgias y jerarquías, ofrece una narrativa mucho más interesante, lo que por un lado hace que sea mucho más atractivo abjurar de ella, y por otro, que quienes se han criado en esa tradición tengan más tendencia a los juegos, o eso nos dice Gaddis.

Son escasos en sus textos los homenajes a otros autores, y destaca una reseña elogiosa (aunque sin dejar de ser crítica) de una de las últimas novelas de Saul Bellow, Son más los que mueren de desamor. Gaddis disfruta del texto pero parece estar echando de menos al Bellow más potente de novelas anteriores, aunque reconoce las garras del león, como diría Leibniz de Newton. El gran homenaje a un novelista que Gaddis brinda en estos textos es a F. M. Dostoievski, a quien considera el mayor novelista entre los rusos, y por qué no, el mayor de los novelistas de la historia, sin más. Destaca, en la lectura que Gaddis hace de Dostoievski (es un texto que estaba en trabajo, se nota que no está completo ni revisado), que resalte su condición de humorista. No como escritor humorístico en general, claro, sino como un autor capaz de buscar un respiro de humor en medio de la desgracia y la tragedia. Me llama la atención que tanto en Hablemos de langostas de David Foster Wallace como en este libro de Gaddis, Dostoievski aparezca como el gran autor al que ambos miraban como modelo.

Una de las partes más interesantes del libro es la de discursos. Gaddis es un autor que escribió 5 novelas en unos cuarenta años y que recibió dos National Book Awards por ellas. Era un autor que huía de la prensa, de la fama, y que pensaba sinceramente que el papel del escritor estaba muy lejos del de los artistas como cantantes y actores; para Gaddis, un escritor era alguien que quedaba alejado de un famoso. Los dos discursos de aceptación y agradecimiento de los premios incluidos en este libro lo dejan claro. Son palabras en las que se agradece que se esté reconociendo su obra y no deja de insistir en que todo eso, ese circo, ese premio, es un absurdo. Aunque, metidos en el circo, por qué no aplaudir y dejar que a uno le aplaudan.

Debo decir que formo parte de esa estirpe en vías de extinción que piensa que los escritores deben leerse y no escucharse, y mucho menos verse. Creo que esto es porque en la actualidad parece haber una tendencia a colocar a la persona en el lugar de su obra, a convertir al artista creativo en un artista escénico, a considerar que lo que un escritor dice sobre la escritura es, en cierto modo, más válido, o más real, que su propia escritura.


¿Merece la pena leer La carrera por el segundo lugar? Sin duda. Tiene el interés de conocer cómo funciona una mente preclara y superdotada para la literatura, ver cómo recibía los homenajes y su lugar en el canon un escritor de primera división. Tiene un par de ensayos dignos de ser leídos por cualquiera, y quizá algunos textos de relleno. Los textos de relleno son para fans, y esos serán quienes los agradezcan, aquellos que ya hayan acabado con todas sus novelas y busquen algo más, lo que sea. Pero los que aún no hemos pasado por todas ellas, que apenas estamos comenzando a escalar la montaña Gaddis, los vemos aún como eso, relleno, una satisfacción menor y momentánea que quizá nos está alejando del gozo verdadero.

Los demás están muy implicados en la creación, con sus personalidades, con la celebridad, con todo lo transitorio que llena nuestra vida. Me gusta pensar que uno no debería escribir eso que se llama literatura – una palabra peligrosa –, sino algo duradero. A eso intento dedicar mi esfuerzo. Y todo parece ir en contra. Ahora todo lo que nos rodea parece ser actuación, actuación, e incluso los escritores tienen que actuar. Bueno, no debería morder la mano que me da de comer aquí esta noche. Debería concluir diciendo también que tal vez logremos que algún libro sea libro del mes, yo llevo cuarenta años intentándolo, y aquí estamos esta noche, de modo que agradezco su colaboración. Con eso ya basta, ¿no?

Seguiremos leyendo

Felices lecturas


Sr. E

domingo, 4 de junio de 2017

Cuentos completos, de Nikolái Gógol

Cuentos completos, de Nikolái Gógol (Nevsky Ediciones)

Antecedentes lectores: Me interesé por leer los Cuentos de Gógol a partir de mis lecturas invernales de los Cursos de Literatura Europea y Rusa de Vladimir Nabokov. Nabokov llegaba a afirmar, en alguno de esos textos, que los únicos textos inatacables, verdaderamente perfectos, de la literatura universal, eran La metamorfosis de Kafka y El capote de Gógol. Las opiniones de Nabokov eran opiniones, y ya sabemos lo que decía Harry el sucio de ellas. Las opiniones de Nabokov sobre literatura rusa pecan de tajantes, pero muestran un criterio personal que no se deja influir por los criterios dominantes (considera, por ejemplo, que la obra de Dostoievski no es para tanto). En cualquier caso, me entró la curiosidad por leer el relato El capote. La editorial también tira de Nabokov en la contraportada, donde afirma que: Cuando Gógol se dejó llevar y se asomó al borde de su abismo personal, fue el más grande artista salido de Rusia hasta ahora.

De Gógol leí hace un par de años su novela más importante, con la que prácticamente aparece en cualquier manual de Literatura Universal: Almas muertas. La recuerdo como una lectura interesante, satisfactoria, pero debo reconocer que no me impresionó ni marcó especialmente. Me gustan más algunas novelas de Dostoievski (que Nabokov me perdone), y en cuanto a clásicos y rusos, leí según mi registro en las mismas fechas El rojo y el negro de Stendahl y El maestro y Margarita de Bulgákov y ambos me gustaron más. Algo que sí llamó mi atención es que Almas muertas, de 1842, está bastante más cerca en lo narrativo, en la concepción del mundo y su forma, de El maestro y Margarita (de los años 30 del siglo XX) que de El rojo y el negro (de los años 30 del siglo XIX). Otra cosa llamativa es que muchos novelistas de 2017 parecen todavía imitadores del modelo de El rojo y el negro, pero ese es otro tema.

Por terminar con los precedentes, es famosa la afirmación de Dostoievski: Todos hemos salido de debajo del capote de Gógol. Y, el año pasado, en La noche de los libros, asistí a una conferencia de una profesora de literaturas eslavas que daba un carácter central en la literatura rusa a Gógol y Pushkin, por encima quizá de esa separación entre Tolstoi o Dostoievski en la que caemos en España, como si fuéramos el libro de George Steiner.

La edición de los Cuentos completos de Gógol de Nevsky pasa de las 800 páginas, y recoge libros originales de cuentos de Gógol y relatos que aparecieron en su momento dentro de publicaciones periódicas. Entre los más famosos está el propio Avenida Nevski, del que la editorial toma su nombre, aunque sea cambiando la grafía entre el título y el nombre de la editorial (pero ya se sabe que la escritura en caracteres latinos de los nombres rusos pasa por distintos modos). La avenida Nevski es la arteria principal de San Petersburgo, por lo tanto una de las calles más famosas de Rusia, y en el siglo XIX de Gógol era una calle en la que bullía la vida, se intercambiaba el oxígeno, la mercancía, la conversación. La aportación más original de Gógol en este caso es que la propia avenida es un personaje, habla, siente, sufre, y eso, visto hoy, en un relato contemporáneo, podría recibir aún el calificativo de moderno o incluso posmoderno.

Los relatos de la colección van evolucionando con el autor, y lo acompañan desde sus orígenes de burgués rural en Ucrania hasta la gran ciudad, con sus aires, libertades e ideas, en este caso San Petersburgo. Los primeros cuentos, siendo estos aproximadamente un 60% de la edición, me han sonado a cuentos rusos, a historias como las que luego compondrían, unas décadas después, Chéjov o Isaak Bábel. Hay costumbrismo, campesinos, retratos de terratenientes que enlazan con Almas muertas, también la misma mirada irónica de esa novela, quizá la búsqueda de la descripción de eso que se ha llamado, durante siglos, el alma rusa. Una noche de mayo o La ahogada, Una terrible venganza, Terratenientes del viejo mundo o Tarás Bulba son esa clase de relatos. La mirada compasiva a la vez que irónica y crítica son la marca de escritura de Gógol en estos relatos.

A partir de La avenida Nevski (página 498 de la colección), la escritura de Gógol da un paso adelante, quizá hacia le abismo del que hablaba Nabokov, o eso me parece, y nos enseña algunas de las herramientas, técnicas y miradas de los siguientes 100 años. Además del propio relato Avenida Nevski, encontramos La nariz, El retrato, El capote, La calesa, Diario de un loco y Roma. Hay ahí cuatro cuentos que son dignos de cualquier antología universal del relato corto. Avenida Nevski, La nariz, El retrato y El capote. La historia de La nariz es más o menos conocida (yo conocía la versión infantil de Gianni Rodari): un barbero se encuentra con una nariz que cree haber cortado esa mañana, al afeitar a un militar. El militar se despierta sin nariz y la vergüenza se superpone al asombro en su nueva existencia sin nariz. Tanto La nariz como El capote, que son probablemente los dos relatos más conocidos y reconocibles, anticipan a Kafka. El propio Kafka habla en sus diarios de la influencia de Gógol en su obra. La nariz dialoga con La metamorfosis, y El capote es una de esas desventuras de funcionarios a las que hoy en día se sigue llamando kafkianas. Un funcionario gris de nivel medio necesita un capote nuevo para presentarse en público y seguir en su trabajo. Su trabajo es su medio de vida y para él necesita el nuevo abrigo, y necesita el trabajo y su dinero para comprarse el nuevo abrigo. Es una situación parecida a la del personaje de Plácido con su motocarro y las letras del mismo en la película de Berlanga. ¿Es un cuento tan perfecto como anunciaba Nabokov? Es un cuento bastante perfecto, si se me permite la incongruencia en el uso de un adjetivo absoluto por definición. Pero creo que no lo calificaría como el mejor de su autor, opinión que reservaría para Avenida Nevski o incluso para El retrato.

El retrato es un relato que hoy en día calificaríamos de metanarrativo. Un pintor, que podemos entender que comparte sus dudas y aspiraciones con el autor literario, pinta o trata de pintar y se pregunta dónde estará esperándolo el reconocimiento, y cómo será. Cuando este llega, le agobia, ya que como suele suceder, le alcanza por una obra que considera menor. Las opiniones vacías, los lugares comunes, las esclavitudes de la fama y las dudas del arte, se van entrelazando perfectamente en una historia que ha coincidido en mis lecturas con Los reconocimientos, de William Gaddis, una novela de 1.400 páginas que a modo de caleidoscopio repite esos mismos temas.

A poco que uno haya leído, reconoce en estos cuentos de Gógol antecedentes claros de Dostoievski, Chéjov, Kafka o el propio Gaddis. Me da la sensación de que no tiene el reconocimiento en la genealogía de la literatura universal de la que sí disfrutan Chéjov o Dostoievski. Estamos hartos de oír adjetivos como chejoviano y dostoyevskiano pero no oímos que tal historia es gogoliana, cuando probablemente fuera lo justo reconocer esa deuda. La edición de Nevski está muy cuidada, es ideal para una lectura cómoda, los cuentos parecen bien traducidos (nada más lejos de mí que saber ruso, pero la escritura es fluida en todo momento), aunque en ocasiones ha faltado una buena labor de revisión, ya que se han colado erratas e inconcordancias que no deberían estar en una edición de esta presencia. Es un libro a leer, a tener a mano y repasar con frecuencia. Otro clásico a tener en cuenta por todos aquellos que aún no lo hayan hecho.

Seguiremos leyendo y comentando.

Felices lecturas


Sr. E