jueves, 7 de septiembre de 2017

El boxeador polaco y Clases de chapin, de Eduardo Halfon

Mi verano con Eduardo Halfon: El boxeador polaco (Pre – Textos) y Clases de chapin (Fulgencio Pimentel)

Hace un par de años me encontré con Eduardo Halfon, fue con el libro Signor Hoffmann (Libros del Asteroide), una colección de relatos (por ponerle un nombre convencional) de la que hablé en el blog.
Algunos meses después leí Monasterio (Libros del Asteroide), un libro en el que el autor hacía un ejercicio de memoria literaria, entre la familia y el mundo. Fueron dos libros que me resultaron muy sugerentes.

A la espera de leer la nueva obra de Halfon en Libros del Asteroide (Duelo, que acaba de salir o estará a punto de hacerlo), este verano he aprovechado para leer antiguas publicaciones suyas. Se ha tratado, concretamente, de El boxeador polaco, editado en 2008 en Pre – Textos, y Clases de chapin, un libro editado este 2017 en Fulgencio Pimentel pero que recoge viejos libros a los que se han añadido otros textos.

Consultando la información que sobre Halfon está en Wikipedia vemos que ha ido saltando de editoriales a lo largo de su trayectoria. Casi al principio de la misma tuvo un libro en Anagrama (fue uno de los finalistas del Premio Herralde de aquel año), lo que debería ser un buen trampolín. Sus siguientes obras fueron sin embargo apareciendo en sellos casi mínimos, y me imagino que es uno de los motivos por los que ha querido reeditar algunos de ellos en Clases de chapin. Luego saltó a Pre – Textos, y ha acabado, de momento, en Libros del Asteroide. Estos dos últimos sellos me hablan, como lector conocedor (más o menos, claro) de sus catálogos, de un autor literario, minoritario pero con algo importante que decir. Y Eduardo Halfon es un escritor quizá para minorías pero para minorías que lo disfrutarán mucho. El ejército de los Halfonianos, al que me sumo, quizá no sea numeroso, pero sin duda será de fieles. Benditas minorías gozosas.

Eduardo Halfon es guatemalteco y estudió y vivió durante años en Estados Unidos. Su formación universitaria fue en ingeniería. Es descendiente de árabes y de judíos y ahí juega gran parte de su territorio literario, entre la memoria y la identidad. ¿Quién soy?, ¿quiénes son todos ellos?, como preguntas desde las que ir repartiendo las ideas y las páginas a su alrededor.

Signor Hoffman era un libro con cinco relatos sobre alguien tan parecido a Eduardo Halfon que perfectamente podría ser él y que en cierto modo se iba desdibujando ante la vida y viajaba para reordenarse. Monasterio (que es un libro previo) era aún más esencial. El viaje era aquí el motivo principal de la trama. Su hermana se casa en Israel y él asiste a esa boda. Pero no hablamos de esos libros, sino de El boxeador polaco y Clases de chapin.

Halfon explica al principio de El boxeador polaco (o quizá es en la contraportada), que Andrés Trapiello, oída la historia que da título al libro, le dijo que si no la escribía el propio Halfon, la escribiría él, pero que esa historia había que contarla. Dice Halfon, que leído siempre resulta inteligente y un tanto distante, bordeando la ironía, que ojalá la hubiera escrito Trapiello. ¿Por qué dice eso? ¿Le duelen a Eduardo Halfon los textos que escribe? Es posible que en gran medida. Los escritores escriben sobre lo que les duele con mucha frecuencia, y casi nunca con afán curativo, sino más bien con el ansia de quien escarba en una herida y no suele encontrar más que nuevo dolor.

La historia de El boxeador polaco, ese relato concreto, es de esas que se deberían leer en cualquier clase de Literatura de instituto y en cualquier clase de Ética, si la asignatura sigue existiendo después de la Lomce. El abuelo de Halfon (y eso es historia), estuvo preso en el campo de concentración de Auschwitz. Y fue uno de aquellos que milagrosamente salió vivo para contarlo. Y lo hizo, entre otras cosas, gracias a la ayuda de otro preso, este boxeador polaco, que desde su experiencia de preso más antiguo, lo preparó para conseguir que los nazis le perdonaran la vida un día más. El relato, sobra decirlo, estremece. Y no es solo por lo tremendo del tema, que lógicamente pesa, sino por la escritura de Halfon, que siempre toca algo. Se trata de un autor que siempre consigue conectar con las emociones del lector y lo logra sin recurrir a los sentimentalismos, sin cargar la prosa con excesos que nos obliguen a sentir lástima.

Los relatos incluidos en El boxeador polaco me han llevado a pensar casi siempre en los de Signor Hoffman. No hay una evolución aparente en la escritura de Eduardo Halfon, sus relatos son igual de sólidos y navegables en un libro de 2008 que en uno de 2015. Si algo transmite Halfon es la sensación de haber tenido siempre muy claro, como autor, qué quería ser y qué era. Y se ha agarrado a ello. Hay mucha extrañeza. Es extraño estar vivos, para empezar, y son extrañas las circunstancias vitales de cada uno de nosotros, siempre. Pero por mucho que digamos que siempre son extrañas, las hay más extrañas de vivir. No sabía que había judíos en Guatemala, le dice una israelí embarcada en una vuelta al mundo con la que se encuentra en un bar. No era la única que no lo sabía. La trayectoria vital de Eduardo Halfon está rodeada por la desubicación: judío en Guatemala, centroamericano en Estados Unidos, luego estadounidense en España, un autor que dice sentir como lengua más propia el inglés que el español pero que escribe en castellano, probablemente buscando sus propios límites, algo que hicieron como elección muchos autores antes (Beckett, por ejemplo, que se forzaba a escribir en francés). Eso son sus relatos, retratos desubicados.

No tiene demasiado sentido, por su naturaleza, dar demasiados detalles sobre las tramas concretas de los relatos de Eduardo Halfon. O tiene, por decirlo de otra manera, tanto sentido como desentrañar la trama de un documental de animales marinos. ¿De qué tratan esos documentales? De la vida de los peces. Hay equipos de vídeo y sonido localizándolos y grabándolos, y una voz en off monótona y que nunca parece encontrar nada de encanto en los animales marinos a los que describe que relata la escena. Eduardo Halfon retrata la vida de los seres humanos con los que se cruza con una mezcla de ironía, compasión y desapego de la que muchas veces se hace la mejor literatura. Uno se imagina a Halfon con los ojos muy abiertos en cualquier rincón del mundo por el que esté en este instante. Esa es su cámara. Y su mirada inquieta irá convirtiéndose en su escritura aplicada y afilada a modo de voz en off que narra con cierto hastío las mediocres aventuras vitales de la mayoría.

Clases de chapin recoge dos libritos editados en 2007 y 2009 con escasa distribución: Clases de hebreo y Clases de dibujo, aquí completados a modo de trilogía con Clases de machete, hasta ahora inédito. Chapin es como se llama a los guatemaltecos en muchos lugares de Hispanoamérica, un nombre empleado a veces como meramente descriptivo, otras casi como un insulto. Y desde esa doble vertiente entiendo que lo recoge el libro, que se complace otra vez más en viajar de la infancia al futuro, retratando lo íntimo de un modo modesto y fragmentario, sin darse aires de verdad y solemnidad, que son dos tentaciones del relato autobiográfico. La memoria, la identidad, el yo y el otro y los inevitables conflictos. La editorial (Fulgencio Pimentel) habla de Eduardo Halfon, al respecto de este libro, como de un maestro de la omisión. No debería uno nunca fiarse de las editoriales y sus llamadas de atención sobre la maestría de sus autores, esos de los que esperan vender libros, pero en este caso compro totalmente la descripción y la hago mía. Eduardo Halfon es uno de esos que relata perfectamente en dos realidades complementarias, la de lo que está presente y la de lo que está ausente, que es algo muy diferente a lo no – presente, pues pesa en su ausencia.

Desde ese uso de la elipsis tan bien administrada Eduardo Halfon se acerca a los canones del cuento contemporáneo. Es un narrador realista con mirada obtusa, al modo de Kafka o el propio Beckett. He leído una referencia bastante continua a Bolaño entre los reseñistas de Halfon. Y bueno, hay Bolaño, como en mayor o menor medida lo hay en cualquier escritor en español menor de 50 años, pero más que en la escritura creo que hay Bolaño en el sentido de que Eduardo Halfon parece haber convertido su proyecto de escritura en un proyecto vital, y viceversa, y eso es algo que nos lleva a pensar en los relatos del chileno.

Hay autoficción en la literatura de Halfon, como creo que ha quedado claro en lo comentado hasta ahora, pues ni siquiera se esconde tras alter egos más o menos reconocibles. Es Eduardo Halfon quien viaja, narra y escribe y al final firma la obra. Quien muestra y juzga cuando considera que debe, aunque es poco. Si queremos entrar en el delicado y algo aburrido tema de las etiquetas, la de autoficción estará presente. Y la de relato habrá puristas que la discutan. Pero yo he leído estos dos libros como relatos, igual que hice con Signor Hoffman, y me alegro de que el cuento vaya ampliando sus fronteras y dé cabida a estos proyectos de biografía literaria que recoge fragmentos por todas partes, los procesa y los sirve en fragmentos que a veces tienen continuidad en otros y a veces no, a veces nos deja en suspenso a los lectores, quizá hasta otro libro. Me gusta ese relato que es mutante y se escapa de sus formas acartonadas. Me gusta en definitiva la escritura de Halfon: precisa, certera, sugerente (esto es mucho decir, pero creo que es verdad, en las 400 – 500 páginas que debo sumar leídas de Halfon en los 4 libros que hasta ahora llevo, no he encontrado una mala línea) y seguiré cayendo en sus redes siempre que un libro se me ponga a mano. Supongo que Duelo será el siguiente.

Seguiremos hablando de libros.

Felices lecturas


Sr. E

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