martes, 27 de diciembre de 2022

Mis cuentos pendientes de 2022 (II). Los diez elegidos.

 Mis cuentos pendientes de 2022 (II). Los diez elegidos

 

Queda ahora la parte difícil, la de intentar cumplir con esta tradición anual y elegir diez libros e incluso ir más allá y ordenarlos. Sin pensarlo mucho más, vamos con ello.

 

10. Suspense, de Patricia Highsmith. No me gustan los libros que enseñan a escribir y tengo, más allá, serias dudas de que se pueda enseñar a escribir en un sentido parecido en el que se puede enseñar a cocinar o a hacer punto. Lo bueno de este libro es que no pretende ser uno de esos libros que te enseñan a escribir, sino que es una visita guiada al taller de trabajo literario de una buena autora, que tuvo bastante éxito popular y de ventas pero que no dejó de ser nunca una escritora comprometida con su oficio. Aquí nos va contando cómo fue encontrándose ante ciertas dificultades a la hora de escribir sus novelas y relatos y cómo las fue sorteando. No pretende enseñar, y se agradece, pero si te dedicas a escribir, se aprende, como siempre se aprende viendo a alguien que maneja bien el oficio y es original llevándolo a cabo, mientras trabaja. Y aunque el título alude al género en el que Highsmith más se especializó, lo que cuenta es extensible a toda clase de escritura narrativa.

 

9. El legado de Maude Donegal. El hijo superviviente: dos novelas de misterio, de Joyce Carol Oates. Si los escritores fueran tipos de coches, Joyce Carol Oates sería un todoterreno muy completo, capaz de hacer muchos kilómetros y hacerlos por toda clase de carreteras. De su inacabable producción he leído unos diez libros y puedo decir que es una buena escritora costumbrista, una original biógrafa, una cuentista muy acertada, una inmejorable teórica del boxeo y una escritora de misterio de primera categoría. Aquí se dedica a esta última faceta, y lo hace de una manera que convencería a Patricia Highsmith. El legado de Maude Donegal es una novela corta de tipo gótico, clásica, con elementos fantásticos y malsanos, muy bien planteada, sostenida y resuelta. El hijo superviviente se acerca más a la crónica de sucesos morbosa, al mundo contemporáneo y sus terrores familiares, y también te atrapa y mantiene tu atención de la primera a la última página.


8. Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon. Halfon lleva algo más de una década (década y media, más o menos) escribiendo uno de los proyectos más interesantes que se están haciendo dentro de la literatura en español, y más aún, de la literatura, sin apellidos. Halfon no ganará un Nobel dentro de 30 años, estoy casi convencido, como Annie Ernaux este año, por haber novelado su vida con distintas variaciones. Creo que lo único que podría conducir a Halfon al Nobel es que alguna causa más o menos política lo tomara como representante, y eso creo que es poco probable. Aunque hay mucha política (que no ideología, ni politiqueo) en todo lo que escribe. Hay Historia de esa que se infiltra en sus historias. Abuelos de distintos rincones del mundo que acaban en la conflictiva Guatemala de los setenta. Un exilio provocado por la violencia. Una historia nunca aclarada de supervivencia en Auschwitz. Una situación social desahogada en un país muy pobre. Todo eso sigue estando en Un hijo cualquiera, su entrega de este año, un libro muy destacable. Muy destacable pero, me atrevo a decir casi por primera vez con este proyecto en marcha. ¿Se está desgastando la voz, el tono, la idea? No lo sé. Pero me ha dado cierta sensación de que pudiera ir por ahí. La misma sensación que me ha dado de que Halfon se reinventará en otro proyecto después de este libro u otro más, y que todas estas novelas sin ficción que lleva quince años escribiendo en forma de cuentos, acabarán agrupadas en un único volumen enorme que le ganará una gloria no multitudinaria (porque hoy en día eso es impensable), pero sí muy amplia.

 

7. Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra. Creo que Halfon es el heredero de Bolaño que más se acerca a su excelencia y al que menos le importa eso. Cabe recordar que Bolaño no era, ni mucho menos, un autor siempre excelente. Tiene cientos de páginas mediocres. Pero siempre tiene una gran fuerza. Zambra es probablemente el heredero de Bolaño que más empeño pone en que lo identifiquen con él. Es chileno y supongo que eso hace que lo tenga más fácil que un guatemalteco criado en Estados Unidos y que vivió durante un año en una casona abandonada por la Guardia Civil en un pueblo de La Rioja (esa historia la cuenta mejor Halfon). Nunca me interesó demasiado leer a Zambra por esa obsesión por salir en la foto cerca de Bolaño. Pero Formas de volver a casa, que he emparentado rápidamente con el Bolaño menos ambicioso, y con la también chilena María José Ferrada, es una novela corta que me ha ganado. A medio camino entre la literatura juvenil y la novela adulta, cuenta una historia de niños que crecen y sobreviven en el Chile dictatorial. Y lo hace con una fuerza poética envidiable, un tono contenido y poco sobreactuado. Una muy buena novela.

 

6. Ha dejado de llover, de Andrés Barba. Los relatos muy largos de esta colección comparten muchas de las virtudes del Zambra de Formas de volver a casa. ¿Llegamos a crecer alguna vez, o somos tantos los que somos eternos adolescentes? No es que sea importante responder a esa pregunta, pero sí es importante saber reflejar esa manera de moverse por el mundo. Andrés Barba lo logra perfectamente en estos cuatro relatos que se mueven en una longitud que quienes escribimos sabemos que es muy difícil, las más de 40 y menos de 60 páginas. No llegan a ser nouvelles, pero son más amplios (mucho) que los relatos. Empiezan a asomar las tramas secundarias, pero no se las deja crecer. Hay más personajes y más variedad. Pero la forma se contiene y la mirada es la que debe en cada página. Hay trabajo de artesanía y mirada al campo lejano. Muy buen libro.

 

5. Memorias de ultratumba, de René de Chateaubriand. No he leído la obra completa de Chateaubriand, lo confieso, sino que leí el primer volumen que Acantilado tiene publicado. Es esta una obra total, una reflexión sobre la vida, en forma de ensayo al modo clásico y distinto al que hoy le damos a esa palabra. Sobre todo y sobre nada, en forma de autobiografía, es un libro de aire a lo Montaigne y sus Ensayos, que fueron una lectura que descubrí y me enamoró en 2020. Esta es otra de esas lecturas que te impregnan y duran para siempre. Chateaubriand, que siente que lo ha sido todo (dentro de lo que aspiraba a ser), se encuentra viejo y acabado y obligado a poner por escrito sus memorias para obtener algo de dinero. Y lo hace con la condición de que no se publiquen hasta su muerte, como así sucedió. Acabó siendo, sobra decirlo, la obra que recordamos ligada a su nombre, un clásico que hizo olvidar sus libros anteriores, de los que habla aquí con nostalgia.  

 

4. Mueren más por desamor, de Saul Bellow. Cada vez me gusta más Bellow. Cuanto más releo lo ya conocido (sus Cuentos, Las aventuras de Augie March) y cuanto más descubro lo que no conocía, más me encuentro con un autor que maneja infinidad de registros, que mezcla como muy pocos la buena narración con las ideas profundas, con un aire irónico y un mundo judeoamericano propio, cercano aún a la inmigración a los Estados Unidos. Mueren más por desamor es una novela de ideas, de intelectuales que no saben moverse por el mundo real y que naufragan como amantes y como seres humanos. Un tío y un sobrino, un botánico célebre y un diletante, que no saben vivir uno sin el otro y que, en general, no saben vivir, y a través de los cuales aprendemos, por paradójico que sea, nuevos matices sobre la existencia. Por ejemplo, ese que da título a la novela y que nos dice que por peligrosas que sean algunas enfermedades y amenazas, por reales que suenen, muere más gente de soledad y desamor.

 

3. Borges, de Adolfo Bioy Casares. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares son probablemente la pareja de amigos íntimos que más ha aportado a la literatura del siglo XX. Borges, el Sherlock Holmes de esa pareja, Bioy, su fiel doctor Watson. Aficionados a la literatura policíaca, a la narrativa fantástica, a la poesía. Cultísimos. Un eremita y un vividor. Un autor consagrado ya en vida y otro, su escudero, del que a veces olvidamos lo magnífico escritor que fue. La idea del libro es sencilla, recoger y editar todas las entradas de los diarios de Bioy Casares en las que aparece nombrado Borges. Muchas son simples muestras de familiaridad (El famoso y centuplicado Hoy come Borges en casa), en otras los vemos en las pequeñas miserias de pelear con editores mediocres o prepararse un huequecito en la posteridad porteña. Un libro que es una vida que son dos vidas, la del contado y sobre todo la del que cuenta. Un libro que es, en una forma químicamente pura, literatura.

 

2. No digas nada, de Patrick Radden Keefe. Los duros años del terrorismo del IRA y el protestante en Irlanda del Norte. Cielos grises, chimeneas, ladrillos, amenazas, chivatos. Falta de sentido común y una pareja de hermanas legendarias. Tan bellas como desquiciadas. Y la mirada de un libro que nos cuenta la historia y la política pero sobre todo nos habla de aquellos que no eran parte en el conflicto, que no querían saber nada, y que podían verse salpicados. Una madre de familia irlandesa, católica, que atiende a un soldado que ha quedado herido en una reyerta en aquellas colmenas de pisos. Los rumores, los chivatos profesionales, la mala baba de las comunidades pequeñas y envenenadas por la ideología y el odio al de fuera. Y el secuestro y desaparición que deriva de todo ello. Una investigación para tratar de darle respuesta a todo aquello. Muchas más preguntas. Gente con ideas venenosas capaz de salir bien en la foto. Y miles de víctimas a ambos lados de la cuneta. Una paz frágil. Un libro de primera.

 

1. Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Moshfegh. Voy a ser muy breve. Un libro de relatos en la estela de Lorrie Moore y David Foster Wallace. Una mirada lúcida e implacable al mundo contemporáneo y sus gilipolleces. Una colección de historias con tanto humor como mala leche. Una maravilla.

 

Seguiremos leyendo en 2023, y de vez en cuando comentándolo por aquí.

Felices lecturas

Sr. E

lunes, 26 de diciembre de 2022

Mis cuentos pendientes de 2022 (I): Recomendaciones

Mis cuentos pendientes de 2022 (I). Recomendaciones.

Calienta la chimenea, lo mejor que puede, el salón de casa, y en el despacho me echo otra chaqueta por encima y me pongo a pensar en los libros que he leído este año. Los hay que dicen que se escribe mejor con hambre y con frío, con la amenaza de un desahucio. Bajo presión, en definitiva. Lo dijo algún escritor, algo así, pero no recuerdo quién era. Siempre que pienso en esa idea pienso en el agente de Joe Gillis en El crepúsculo de los dioses, cuando el guionista sin fortuna interpretado por William Holden le dice a su agente que está en las últimas y este le contesta que es lo mejor que podía pasarle, porque así se escribieron las grandes obras maestras. Creo que esto, caso de regir, solo tiene sentido en una comedia negra de Billy Wilder y solo lo hace para Dostoievski y demás rusos trascendentes y definitorios, y no para alguien que solo quiere ordenar un poco sus ideas sobre lo que ha leído este año.

Aún puede caer algún libro antes de que el año se acabe en un sentido literal, pero cuando me siento a escribir esta entrada, una tarde fría en la que ya no llueve después de dos semanas de agua sin tregua, son 106 los libros apuntados entre mis notas de lectura. Hay de todo, de cómic a poesía, aunque la mayoría es narrativa y ensayo, con las infinitas formas intermedias en las que la no – ficción, si existe, que es una cuestión muy dudosa, ha ido tomando en las últimas décadas.

Llevo ya demasiados años en este blog, y demasiados de esos años diciendo que cada vez leo más ensayo y menos narrativa. Llevo demasiados años diciendo que cada vez leo más clásicos y menos contemporánea, que hago menos caso de los suplementos y de las voces autorizadas, y que a toda obra maestra súbita (esa que ya nace con la condecoración de libro para la historia) es mejor darle seis meses de cuarentena antes de acercarse como para volver a considerar que ninguno de esos hábitos ya es una novedad.

Soy, y supongo que toca asumirlo, un lector escéptico, que conoce demasiado los trucos de la narrativa convencional y que no se engancha con facilidad a sus giros, por sabidos. Alguien que cuando oye las exageradas alabanzas sobre un libro recién salido tiene la tentación de buscar las relaciones personales y de interés entre quien dispara la salva de consagración y el consagrado. Si uno tuviera un perfil polémico, llevaría cuenta pública de cuántas maravillas de febrero son grandes olvidadas en las listas que los mismos suplementos hacen a final de año, o de la aberración que supone que comencemos el libro con reseñistas bien mandados diciéndonos qué libros leeremos en 2023 y qué nos harán sentir. De la crítica nos hemos olvidado.

Últimamente compro muchos de los libros que compro por wallapop, y una de las herramientas que he desarrollado, para saber cuánto de real hay en la apuesta por la última maravilla, es buscar ese libro maravilloso un mes después. Abundan los ejemplares a la mitad de precio del que cuestan en las librerías. Intuyo que muchos vienen de la promoción de las propias editoriales, y me gusta jugar a adivinar quién, de entre los periodistas que han declarado su admiración por esa obra y se han rendido a su maestría, han pensado sacarse 10 euros extra, que todo suma a final de mes y ese sector, como el editorial, no están para brindar con champán bueno, vendiendo el ejemplar que la editorial les envió como obsequio para su reseña.

Es bonito descubrir clásicos (y entiéndase por clásico cualquier libro suficientemente asentado por el tiempo, a veces dos siglos, a veces treinta o cuarenta años), o releerlos y tener ganas de tirarle algo a la cabeza (ese mismo clásico, si es contudente), a quien eras a los 20 años y lo leyó sin sacarle casi nada del jugo que ahora obtienes. Es interesante comprobar que toda la literatura es ficción, sobre todo la que grita que no lo es (volvemos al tema) y que muchas veces lo más interesante que podemos leer nos llega en esa forma.

Es triste no encontrar libros de entretenimiento que cumplan con ese sencillo objetivo, entretener, y tener que afinar mucho lo que uno elige un par de libros con ese modesto fin porque se va a ir unos días a la playa o tiene un viaje en tren largo con niños y solo aspira a un poco de lectura cuando las condiciones ambientales no son las mejores y la energía no está concentrada en la lectura.

Es descorazonador ver qué libros infantiles y juveniles le quieren colar a nuestros hijos y nuestros alumnos. Y es una aventura ir con el machete desbrozando esa jungla de intereses y ver que al final acaban funcionando, y ya sé que va a sonar viejo y mortecino, Julio Verne o La isla del tesoro. Pero es que lo mortecino acaba siendo lo que las editoriales quieren colarnos, y las fallidas intenciones pedagógicas, casi pretextos, con las que quieren que se pierden.

Acabará teniendo razón aquel Roberto Bolaño que ya veía la muerte cerca y decía que había que alabar a ese lector puro que sale a la calle a buscar una nueva edición del Diccionario filosófico de Voltaire, porque sabe que esa obra no va a fallarle. Estoy por apuntarla a mis lecturas pendientes para 2023.


Pero todo esto no iba a ir de lamentos, sino de celebración de lo bueno leído, que ha sido mucho, pues para eso hago tanta labor de filtrado previo.

Sin demasiado orden ni concierto (es mentira, mi sistema de anotaciones de lecturas tiene sus trucos para rescatar ahora con facilidad esta información, pero no vamos a contarlo todo), celebro haber leído en 2022:



 Ensayo, en sus distintas y variadas formas

Memorias de ultratumba (I – XII), de Chateaubriand

¿Por qué nada funciona?, de Marvin Harris

Ensayos, de George Orwell

Para escribir hay que leer, de Vanni Santoni

Nieve negra: Dioses, héroes y bastardos del ajedrez, de Jorge Benítez

La abolición del trabajo, de Bob Black

El mal dormir, de David Jiménez Torres

Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur

Hay más cuernos en un buenas noches, de Manuel Jabois

Suspense, de Patricia Highsmith

Borges, de Adolfo Bioy Casares

 

Novela de ficción fácilmente identificable como tal

El árbol de la ciencia, de Pío Baroja

Tres, de Dror Mishani

Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga

Debería haberme quedado en casa, de Horace McCoy

El club y Sylvia, de Leonard Michaels

El revés de la trama, de Graham Greene

El aire está lleno de agua, de Juan Miguel Contreras

Prolepsis, de Miguel Ángel González

Amor, de Maayan Eitan

Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Mosfegh

Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra

Mi vida como hombre y Engaño, de Philip Roth

El cuchillo, de Patricia Highsmith

Mueren más por desamor, de Saul Bellow

El legado de Maude Donegal, de Joyce Carol Oates

Heredarás la tierra, de Jane Smiley

Campo de amapolas blancas, de Gonzalo Hidalgo Bayal

No dar de comer al oso, de Rachel Elliot

La leyenda del santo bebedor, de Joseph Roth

 

Relato corto

Fiesta en el jardín y otros cuentos, de Katherine Mansfield

Dime una adivinanza, de Tillie Olsen

Amor + odio, de Hanif Kureishi

Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Mosfegh

Ha dejado de llover, de Andrés Barba

Ventanas y otros relatos, de Stephen Dixon

 

Libros de no – ficción, en su amplia variedad

No digas nada, de Patrick Radden Keefe

Todas nuestras maldiciones se cumplieron, de Tamara Tenenbaum

Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey, de Ander Izagirre

Valle inquietante, de Anna Wiener

Canción y Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon


Cualquiera de esos libros cuenta, si para alguien eso aporta algo, con mi sello particular de recomendación. Pasado el año, todos esos siguen significando algo positivo para mí. Sigo teniendo presentes las razones por las que los disfruté. Sigo sabiendo por qué funcionan y por qué lo hacen tan bien.

Mañana seguimos

Felices lecturas

Sr. E