Mis cuentos
pendientes de 2017
2017
ha sido otro año con buenas lecturas (para eso me esfuerzo en pensar
antes de ir a las bibliotecas o librerías lo que quiero leer, para
que el porcentaje de desengaños sea el menor posible; trato de leer
siempre libros que pienso que van a gustarme por uno u otro motivo,
nunca totalmente a ciegas). Por empezar con las frías cifras, he
consignado 102 libros en mis apuntes durante este 2017. Esos son
libros empezados y terminados, y de los que luego me he acordado de
tomar nota, que no son todos. Hay libros que empiezo y descarto a las
30 páginas como un cruel lector editorial y no creo que merezca la
pena contabilizar. El primero apuntado fue La escoba del sistema,
de David Foster Wallace, y el último ha sido el segundo volumen de
la Antología de cuentos de terror de Rafael Llopis para
Alianza.
Buscando
con afán estadístico los autores más repetidos, descubro que he
leído 5 libros de Sergio del Molino, al que he comenzado a leer este
año y con el que si no he cumplido sus obras completas debe faltarme
ya poco, 4 de William T. Vollmann, 3 de Stephen King, Mircea
Cartarescu, Eduardo Halfon y Joyce Carol Oates.
Cada vez leo más
ensayo (literario y de otros temas), y me alegra ver que este año he
retomado la lectura de libros de cuentos, que tenía un poco
abandonada, aunque no me he metido en tantos proyectos de Cuentos
completos como pretendía, y los de Nabokov esperan que algún
día continúe con ellos. He descubierto al enorme cuentista que es
Gógol, por ejemplo, y he confirmado al que fue Onetti. Algunos
autores me siguen sorprendiendo por lo magníficos que resultan
aunque cada vez que llego a ellos sea como por casualidad y sin
ninguna continuidad, y esto me ha pasado volviendo a leer a Stanislaw
Lem (Astronautas y
Máscara), Ismail Kadaré (La cena equivocada,
aunque bueno, con Kadaré sí soy más continuo, pero es que tiene
una obra bastante extensa) o Torrente Ballester (Off –
side). Siempre salgo contento de mis reencuentros narrativos con
Rafael Balanzá (Los dioses carnívoros), Antonio Orejudo (Los
cinco y yo) o Ismael Grasa (El jardín), aunque en ninguno
de los tres casos creo que haya sido este el año de su mejor libro.
Espero haber aprendido algo de los Cursos de Literatura Rusa y
Europea de Nabokov.
En
épocas de estrés, y 2017 las ha tenido, siempre me va bien leer
novela negra o de terror. Entre las
autoras más destacadas de este año, Gillian Flynn y Joyce Carol
Oates (especialmente los excelentes relatos de El señor de
las muñecas y otros cuentos de terror),
frías y crueles en sus planteamientos y ejecuciones, y una muy buena
novela para descubrir a Tana French (Silencio en el bosque)
y otra más endeble para desconfiar de ella (En piel
ajena). No había leído hasta
ahora Misery, que me
pareció sin duda una de las novelas top de Stephen King, y su ensayo
Danza macabra me
parece un libro a tener en cuenta para cualquier aficionado al
género, y quizá para cualquier lector serio, y más si escribe,
géneros aparte.
He
leído bastantes libros que por uno u otro motivo podrían entrar en
la categoría de raros, que parece ser viendo mi trayectoria una de
las que más me interesa como lector. Lou Reed era español,
de Manuel Vilas, Cómo dejar de escribir,
de Esther García Llovet o incluso Clavícula,
de Marta Sanz y La sangre del cordero,
de Peter DeVries son libros extraños, pero al lado de otros como
Teoría del ascensor,
de Sergio Chejfec, Mi amistad con Jesucristo,
de Lars Husum o Continuación de ideas diversas,
de César Aira, parecen casi novelas clásicas.
De
esas recomendaciones que te llegan por muchos sitios a la vez
(amigos, otros lectores, la unanimidad de la prensa), me han
decepcionado, o al menos no han llegado a decirme nada que perdure
ahora en mi memoria: La vegetariana,
de Han Kang, Las cosas que perdimos en el fuego,
de Mariana Enríquez, El motel del voyeur,
de Gay Talese, Manual para mujeres de la limpieza,
de Lucia Berlin, Capitalismo canalla, una historia personal
de la literatura, de César
Renduelles o un par de libros de David Vann que empecé y no acabé.
De
entre ese mismo maremagnum de unanimidades sí me han parecido justos
merecedores de esos elogios Canción dulce,
de Leila Slimani (Premio Goncourt), Solenoide,
de Mircea Cartarescu, La hora violeta
y La españa vacía,
ambos de Sergio del Molino y La mujer que confundió a su
mujer con un sombrero, de Oliver
Sacks.
Acabo reconociendo que pese a que la lectura de William Gaddis
despierta en mí la sensación de estar leyendo algo realmente
grande, aún no he podido pasar de la mitad de Los
reconocimientos, aunque hay pasajes que ya han pasado a formar
parte de mi pensamiento y que he ido leyendo y releyendo con
frecuencia desde que empecé con el libro allá por abril. Será
quizá un libro a terminar en 2018.
Para terminar de confundir mis ideas, más que de aclararlas, haré
una lista de 10 libros que resumen mis preferencias del año. Hago un
breve comentario de los que no he reseñado en el blog, con los ya
reseñados me remito a lo dicho.
1. Solenoide, de Mircea Cartarescu (Impedimenta)
2. Cuentos completos, de Nikolái Gógol (Nevsky)
3. Los pobres, de William T. Vollmann (Debate)
4. Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé (Anagrama)
5. La hora violeta, de Sergio del Molino (Mondadori)
6. Cuentos completos, de Juan Carlos Onetti (DeBolsillo):
Entre Vargas Llosa y García Márquez se escapa a veces reivindicar a
Onetti como quizá el autor mayor de aquella generación (aunque en
realidad en aquel movimiento del Boom no había exactamente una
generación ni dos, sino varias). Onetti es un escritor poderosísimo,
con una respiración única, del que leí varias novelas hace años,
novelas de esas que se te quedan muy dentro y contra las que durante
un tiempo tienes que luchar, cuando escribes, para no imitar. Había
leído algunos cuentos sueltos pero nunca sus relatos completos. Son
poco más de doscientas páginas, y para qué más, si es una de esas
lecturas en las que cada página requiere a veces horas de reflexión.
Los temas son los de las novelas de Onetti,. Y el tono, entre
melancólico y ahogado, también. Los perdedores, los fantasmas, las
mujeres que dejan a un hombre destrozado, la tentación más cercana
a la que es más fácil abandonarse.
7. Clavícula, de Marta Sanz (Anagrama)
8. Danza macabra, de Stephen King (Valdemar): Siempre digo que
creo que lo que más perdurará de la obra de Stephen King serán los
relatos, más que las novelas (dicho así en general, sabiendo que
tiene novelas que probablemente sí resistirán lecturas del futuro,
como El Resplandor, Misery o Cementerio de animales,
pero su porcentaje de acierto en la novela es considerablemente
inferior al de sus relatos). Lo pienso y creo también que no es
exagerado (no demasiado, al menos) situarlo a la altura como
cuentista de Edgar Allan Poe. Y ya sé que la importancia de Poe
radica más en su lugar en la historia que en sus cualidades de
escritor artesanal. Pero en esa artesanía escribiendo relatos, que
es en la que pretendo centrar el comentario, King no es un cuentista
inferior. No sé si igual que Poe fue el primero en teorizar acerca
del artefacto que tenía entre las manos, el relato corto moderno,
King no quedará también como ensayista. Hace un par de años leí
el imprescindible (para juntaletras) Mientras escribo (y la
introducción que hace a su propia colección de cuentos El umbral
de la noche también tiene algo de curso de escritura), y este
año ha sido el de mi primer encuentro con Danza macabra, un
ensayo que partía originalmente de la intención de recoger los 30
años que iban de 1950 a 1980 en cuanto al terror como arte se
refiere (cine y novelas, principalmente). Pero es bastante más, pues
King desvela sus lecturas, sus filias, fobias, algunas cuestiones
sobre criarse en un hogar complicado y sin muchos recursos, el
refugio que un niño o un adolescente pueden encontrar en la ficción
más poderosa, donde el miedo es de mentira, por mucho miedo que dé.
Lecturas originales de clásicos y de productos de baja calidad en lo
literario pero de los que también se pueden sacar aprendizajes
interesantes. Es otra ocasión de entrar al taller de un artesano que
como él mismo dice, es bueno saber de dónde viene lo que uno hace,
porque no viajará igual en el metro de Nueva York si sabe que su
abuelo fue un inmigrante que llegó a la ciudad para construirlo.
Hace una de las lecturas más profundas y menos académicas sobre las
tres patas que cimentan el terror literario en el XIX y plantean tres
de los temas más repetidos en la literatura y el cine desde entonces
(los herederos de Frankenstein de Mary Shelley, Drácula
de Bram Stoker y El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde,
de R.L. Stevenson, respectivamente) y uno termina el libro con una
inagotable lista de títulos que consultar, leer o buscar para ver en
televisión. Un libro de esos para tener en casa y ojear de vez en
cuando.
9. Las sillitas rojas, de Edna O´Brien (Errata Naturae)
10. La trilogía inacabada de Toronto (Un hombre astuto y
Asesinato y ánimas en pena), de Robertson Davies (Libros del
Asteroide)
El año pasado di un segundo listado (del 11 al 20) de libros que
perfectamente podrían haber estado en ese top 10. Por variar, haré
algunas reflexiones sobre géneros o autores.
Un autor en general que no está en la lista: Eduardo Halfon
es muy recomendable en general (he leído este año títulos de Pre
– Textos y de Libros del Asteroide). Creo que sus libros
son capítulos de un solo libro, su obra general, y es uno de esos
autores casi silenciosos que están haciendo algo realmente
interesante, un híbrido entre el relato, las memorias, la novela y
la conversación de bar con algunas ramificaciones ensayísticas.
Otros libros de los mismos autores: Hay 2 autores de los que
podría haber incluido perfectamente un libro distinto, o más de uno
de cada uno, pero pensaba que sería más razonable un libro por
autor como máximo (mi estupidez – mis normas). La españa
vacía, de Sergio del Molino y Gloria o Historias del
arcoiris, de William T. Vollmann son de lo mejor que he leído en
todo el año.
Otro libro de cuentos: Máscara, de Stanislaw Lem
(Impedimenta). Creo (casi seguro por el tipo de pensamiento que
describe) que era Philip K. Dick quien decía que Stanislaw Lem no
podía ser una persona, sino que debía tratarse de alguna clase de
inteligencia colectiva escondida tras el Telón de acero. Hay que
reconocer que a Lem no lo trataban con demasiado cariño tras ese
Telón, y hay que darle la razón a Dick en que a veces parece un
escritor tan bueno en tantos sentidos (filosófico, discursivo, en lo
imaginativo, en lo meramente literario, en lo profético) que resulta
atractiva la idea de que no fuera un único autor. Máscara es
una colección de relatos preparada para el mercado español por
Impedimenta con relatos de Lem que no habían ido apareciendo
en su momento en las traducciones de sus colecciones. En unos casos
por censuras, en otro por descartes de los editores del momento o del
propio Lem. En cualquier caso son relatos de primer nivel, que me han
devuelto al mundo de los Diarios de las estrellas, un libro
que ya me enamoró.
Uno de género negro: Pánico al amanecer, de Kenneth
Cook (Seix Barral). Parece ser que es un clásico de la literatura
australiana. Es una historia negra en el campo australiano con una
clara influencia de Kafka y por momentos de Beckett, por lo vacío y
absurdo que es todo. Es una de esas misiones aparentemente sencillas
(dejar el pueblo de mala muerte en el que el protagonista ha estado
trabajando ese curso como profesor y volver a Sidney para las
vacaciones) que se va volviendo algo casi imposible de cumplir. Leí
el libro tras encontrar las recomendaciones de J.M. Coetzee y Nick
Cave, nada menos. Muy agobiante.
Otro de género negro: Rey de picas: una historia de
suspense, de Joyce Carol Oates (DeBolsillo). Porque no es más
que una historia de detectives bastante clásica y tópica pero tiene
un juego metaliterario muy potente que se va adueñando de ella y
retorciéndolo todo hasta conventirlo en un libro que destaca.
Uno de terror: El señor de las muñecas y otros cuentos de
terror, de Joyce Carol Oates (Alba Contemporánea). Qué
retorcida sabe ser esta autora. Y qué eficaz resulta como narradora
en todo lo que he leído bajo su firma.
Otro de terror: Canción dulce, de Leila Slimani
(Cabaret Voltaire). Hace poco leí el título de esta novela en una
lista de recomendaciones de novela negra. Y creo que no manejamos los
mismos códigos para evaluar las novelas quien firmara aquella lista
y yo. Canción dulce es una historia que da tanto miedo como
Cementerio de animales de Stephen King porque te enfrenta a
los mil peligros que puede correr tu hijo y lo relativamente fácil
que sería que muriera. Aquí además no se le ofrece a los padres la
posibilidad de recuperarlo en forma de zombi, como sí sucede en la
historia de King. Es un libro que te hiela la sangre y te hace aún
más desconfiado, y lo hace desde las convenciones del género de
terror, porque el crimen está resuelto desde la primera página y
todo lo que nos tienen que contar es cómo ha ido oscureciéndose el
alma de la asesina, hay incluso momentos y escenas tópicas de una
historia de terror. Y es, además, una crítica bastante feroz de la
clase media acomodada con aires de superioridad, de la hipocresía,
de los prejuicios apenas ocultos, de todo eso que normalmente no se
nombra en el discurso público y que muy rara vez aparece en las
novelas.
Ensayo:
Podría decir La utilidad de lo inútil,
de Nuccio Ordine (Acantilado), porque es un libro que expresa
perfectamente algunos pensamientos que tengo muy claros e
interiorizados, y por así decirlo, me da la razón.
Podría decir quizá Vindicación del arte en la era del
artificio, de J. F. Martel (Atalanta), por los motivos
contrarios, porque me ha hecho ver algunos aspectos que no se me
habían ocurrido a mí solo y me ha dejado pensando.
Podría decir también Anatomía de una epidemia, de Robert
Whitaker (Capitán Swing), porque habla de la enfermedad mental y la
sobremedicación y el sobrediagnóstico y me dejó muy preocupado, y
ya sé que tiene un punto amarillista, pero aún así.
Una novela más o menos clásica: Off – side, de
Gonzalo Torrente Ballester (Punto de Lectura).
Una novela rara: Mi amistad con Jesucristo, de Lars
Husum (Alba Contemporánea). Un tipo que es una especie de ni – ni
danés con mucho dinero (porque es el hijo de una estrella del pop
femenino que acabó muerta prematuramente), y que es, además, por
decirlo suavemente un hijoputa al que todo parece importarle muy
poco, que trata mal a las pocas personas que se acercan a él con
cariño, y eso es así desde sus novias a su hermana, que lo adora, y
a las que va destrozando completamente. Vemos a ese tío siendo un
capullo durante la primera parte de la novela, y cuando ha tocado
fondo, aparece Jesucristo en su casa y lo guía hacia el pueblo del
que huyó su madre, la futura estrella del pop que se ahogaba en ese
provincianismo y conservadurismo, y allí va formando una especie de
grupo de apóstoles que le siguen en su camino de purificación.
Decir que se le aparece Jesucristo es mucho decir, claro, pero como
el mismo Jesucristo del libro le dice: tú y yo sabemos que
seguramente yo no soy Jesucristo, pero no tienes nada mejor a lo que
agarrarte ahora mismo.
La mejor relectura del año: La parte inventada, de
Rodrigo Fresán.
Autoficción o similar: Lou Reed era español, de
Manuel Vilas (Malpaso). Esencialmente Vilas siempre escribe sobre su
propio personaje, pero aquí se marca un juego que por un lado
homenajea a Lou Reed, un cantante que a mí también me encanta y
dibuja muy bien la evolución de España durante 40 años. No sé si
a los que no conozcan o sean oyentes habituales de Lou Reed les dirá
tanto el libro o es un requisito de entrada, me genera esa duda.
Libro raro que no sea novela: Continuación de ideas
diversas, de César Aira (Jus Ediciones).
El libro con el que acabo 2017 y que terminaré en los primeros
días de 2018 y me está haciendo pensar ya si no será uno de esos
libros realmente importantes como lector: La ópera flotante /
El final del camino, de John Barth (Sexto Piso), una edición de
las dos primeras novelas de este precursor del posmodernismo
americano, al que hasta ahora había oído en esas listas que
incluyen a todos los antepasados de David Foster Wallace pero al que
aún no había leído.
Y ya sí que lo dejamos aquí.
Feliz
2018 lleno de buenos libros para tod@s l@s
lector@s que este blog haya podido
tener a lo largo de estos 12 meses que estamos cerrando.
Seguiremos leyendo
Sr. E
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