Cuentos
completos, de Graham Greene
Ed. Edhasa
(2.011)
Las colecciones de
cuentos completos y de cuentos escogidos permiten acceder a un amplio
período de tiempo de producción de un mismo autor. Podemos ver cómo
su estilo se va definiendo, cómo va manejando cada vez mejor sus
herramientas narrativas, cómo hay temas que aparecen constantemente
mientras otros se difuminan, o cómo las influencias de otros autores
tienden a ser mayores en los primeros momentos de esa carrera que más
adelante, donde el estilo del autor se acaba de afianzar.
Leer los cuentos
completos de un autor me parece como acceder a un álbum de fotos en
el que podemos ver lo guapo que era de niño y en qué ha ido
degenerando. Además muchas colecciones de cuentos completos, como
ésta, vienen presentadas por el propio autor, que la valora, explica
el contexto en el que fueron escritos esos relatos y explica
dificultades compositivas en algunos de ellos y lo que aprendió de dichas dificultades.
Para muchos
escritores, los cuentos son una especie de entrenamiento hacia la
novela. Esta clase de escritores escribe uno o dos libros de relatos
cuando son jóvenes. Suelen ser relatos a los que les falta
intensidad y aire, y esos autores escasamente vuelven al género, si
acaso cuando algún periódico les pide algo con lo que llenar las
páginas del verano. Hay quien opina que esta clase de escritores y
esa clase de cuentos son los que hacen que el cuenta tenga un escaso
aprecio como género entre los lectores. Es un hecho repetido por
muchos escritores (y algunos no particularmente conocidos por su
producción cuentística, como Haruki Murakami o Stephen King) que el
del relato corto, si no se ejercita, es un arte que se pierde. Luego
hay escritores que son eminentemente cuentistas y que fracasan cuando
intentan saltar a la novela por sugerencia de alguna editorial. Lo
brillante de su estilo en la distancia corta se vuelve repetitivo por
la acumulación de páginas, en ocasiones caen en la repetición de
trucos, intentan escribir toda la novela en ese máximo de intensidad
que el cuento requiere, y eso agota al lector. Lo más difícil es
encontrar buenos novelistas que durante toda su trayectoria escriban también cuentos de manera regular y que estos cuentos tengan un nivel estimable.
“Sigo
siendo un novelista que ha escrito relatos por casualidad, del mismo
modo que determinados cuentistas han escrito novelas por puro azar.
No se trata de una distinción superficial, ni siquiera de una
distinción técnica como la que existe entre el artista que pinta al
óleo o a la acuarela y, por descontado, no es una distinción
valorativa. Es una distinción entre dos estilos de vida”.
Los Cuentos
completos de Graham Greene recogen 4 libros de relatos: Veintiún
cuentos, Un cierto sentido de la realidad, ¿Puede prestarnos a su
marido? y La última
palabra y otros relatos, además de otros cuatro relatos finales
que aparecen como no compilados. Parece ser que Greene solía
reordenar, corregir, poner y quitar cuentos de sus colecciones cada
vez que eran editadas, por lo que existen viejas traducciones en las
que esos cuentos nunca compilados sí lo estaban.
A los veinte años
leí unas cuentas novelas de Graham Greene en pocos meses. Las más
conocidas, supongo: El factor humano, El tercer hombre, El
americano tranquilo, Nuestro hombre en la Habana, El poder y la
gloria. Que recuerde, al menos esas. ¿Qué me queda de esas
lecturas diez años después? Mentiría si dijera que recuerdo sus
tramas y sus detalles. Sí recuerdo una solidez narrativa, una buena
construcción de tramas, novelas más o menos de suspense en las que
importaba muchas veces más lo que sucedía en el interior de los
personajes que lo sucedido en el mundo exterior. Siempre se destaca
de Graham Greene su conversión al catolicismo a los 23 años. Esto,
sin ser un elemento central, está presente en muchos de sus relatos
en forma de un sentimiento de culpa bastante persistente en sus
personajes. Los relatos donde el autor cae en un cierto proselitismo
de su nueva fe no son demasiado numerosos, lo que se agradece. Es
algo que sucede, y da lugar a un relato bastante flojo, por ejemplo,
en La sugerencia de una explicación. Quizá es en los cuentos
de Un cierto sentido de la realidad donde está más explícita
la visión del hombre, la culpa y el pecado del autor.
Cronológicamente,
podemos encontrar cuentos (todos fechados) que van desde finales de
la década de los 20 hasta principios de los 80. ¿Cómo son estos
cuentos? Es bien conocida la afirmación de que el cuento, para ser
eficiente, debe respetar la unidad de acción, de lugar y de tiempo.
Hay muy buenos cuentistas que no lo hacen, no creo que haya que
tomárselo demasiado en serio. Greene sí es bastante respetuoso con
ese principio. Sus cuentos son muy narrativos y suelen ser sólidos,
unitarios. Dan la sensación de haber sido escritos del tirón y le
piden al lector que los lea de una. Pierden bastante efecto cuando se
interrumpe su lectura a medias y se retoma luego. Greene, como
narrador, prima la eficacia sobre el efectismo. Algunos de sus
cuentos podrían estar entre los clásicos del género del s. XX,
pero en ninguno de ellos escribe como un escritor que necesita
transmitir a los lectores la importancia que su obra cuentística
tiene. Como autor, no se da más importancia que la historia ni los
personajes, y no se interpone entre el narrador y el lector.
¿Cómo son los
cuentos? Es difícil buscar una definición global de un total de 53
cuentos. En base a lo que recordaba de las novelas de Greene que
había leído esperaba relatos de suspense, de espías, reflexiones
profundas sobre la culpa y la responsabilidad. Y los hay, pero hay
mucho más. Greene es un cuentista bastante variado. Hay relatos que
parecen juegos de inteligencia al modo de Borges. Hay relatos que
rozan el fantástico clásico. De hecho, el relato Un lugar junto
a Edgware Road está incluido en la antología del relato
fantástico Aguas negras de Alberto Manguel, donde aparece
junto a autores como Kafka, García Márquez o Poe, con los que en
principio no asociaríamos a Greene. Se trata de un clásico relato
de sueños que se introducen en la realidad haciendo que el personaje
se cuestione si sigue estando cuerdo o se ha vuelto loco. No es el
único que se acerca a esa vertiente fantástica, todos bastante
clásicos y logrados. Pero sin duda los relatos que más me han
sorprendido y creo que más atraparán a cualquier lector son
aquellos en los que se evocan pasajes de la infancia. Cuando aparecen
los niños en escena Greene se siente más cómodo que nunca, y desde
esa infancia recordada toca todos los temas, con un estilo y una
profundidad que no distan de las narraciones de la infancia de Juan
Marsé o Salinger, por poner dos ejemplos muy distintos pero
igualmente sugerentes.
Una oportunidad,
Más barato en agosto o
Debajo del jardín, son tres relatos que cualquier escritor de
cuentos que se precie debe envidiar. El propio Greene reconoce en la
presentación que esos, junto a otros pocos más, son quizá lo mejor
que nunca escribió, por encima de sus novelas. Pero si sólo pudiera
elegir un relato, si alguien me pidiera que le dijera con qué relato
entrar en este mundo, le recomendaría Los destructores. Unos
niños fascinados por una casa de su barrio, no en este caso la
típica casa encantada sino la casa del tópico vecino gruñón,
deciden gastarle una broma. Hasta ahí lo que todos hemos hecho o
pensado de niños. Hasta ahí la conexión con la realidad más
común. Pero llega la magia de los cuentos. Esa pandilla de chicos
deciden gastarle una broma realmente pesada. Aprovechando un fin de
semana que el propietario va a pasar fuera van a deshacer la
estructura de su casa para que ésta se derrumbe a su vuelta.
“El
nuevo formaba parte de la pandilla desde principios de las vacaciones
de verano, y en su caviloso silencio había posibilidades que todos
reconocían. Jamás decía una palabra que no fuera necesaria; ni
siquiera dijo su nombre hasta que las reglas se lo exigieron. Cuando
dijo Trevor, lo hizo como declarando un hecho, no como lo hubieran
hecho los otros, con vergüenza o como un desafío”.
Más reseñas el próximo lunes.
Sr.
E.
Como siempre, las apreciaciones de las obras que se leen son muy personales. El cuento "The Hint of an Explanation" me pareció tan maravilloso que lo traduje al castellano ya que en la época que lo leí no encontré ninguna traducción. Yo lo traduje como El indicio de una explicación. Es, para mí, el mejor cuento de Twenty One Stories.
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