lunes, 26 de diciembre de 2022

Mis cuentos pendientes de 2022 (I): Recomendaciones

Mis cuentos pendientes de 2022 (I). Recomendaciones.

Calienta la chimenea, lo mejor que puede, el salón de casa, y en el despacho me echo otra chaqueta por encima y me pongo a pensar en los libros que he leído este año. Los hay que dicen que se escribe mejor con hambre y con frío, con la amenaza de un desahucio. Bajo presión, en definitiva. Lo dijo algún escritor, algo así, pero no recuerdo quién era. Siempre que pienso en esa idea pienso en el agente de Joe Gillis en El crepúsculo de los dioses, cuando el guionista sin fortuna interpretado por William Holden le dice a su agente que está en las últimas y este le contesta que es lo mejor que podía pasarle, porque así se escribieron las grandes obras maestras. Creo que esto, caso de regir, solo tiene sentido en una comedia negra de Billy Wilder y solo lo hace para Dostoievski y demás rusos trascendentes y definitorios, y no para alguien que solo quiere ordenar un poco sus ideas sobre lo que ha leído este año.

Aún puede caer algún libro antes de que el año se acabe en un sentido literal, pero cuando me siento a escribir esta entrada, una tarde fría en la que ya no llueve después de dos semanas de agua sin tregua, son 106 los libros apuntados entre mis notas de lectura. Hay de todo, de cómic a poesía, aunque la mayoría es narrativa y ensayo, con las infinitas formas intermedias en las que la no – ficción, si existe, que es una cuestión muy dudosa, ha ido tomando en las últimas décadas.

Llevo ya demasiados años en este blog, y demasiados de esos años diciendo que cada vez leo más ensayo y menos narrativa. Llevo demasiados años diciendo que cada vez leo más clásicos y menos contemporánea, que hago menos caso de los suplementos y de las voces autorizadas, y que a toda obra maestra súbita (esa que ya nace con la condecoración de libro para la historia) es mejor darle seis meses de cuarentena antes de acercarse como para volver a considerar que ninguno de esos hábitos ya es una novedad.

Soy, y supongo que toca asumirlo, un lector escéptico, que conoce demasiado los trucos de la narrativa convencional y que no se engancha con facilidad a sus giros, por sabidos. Alguien que cuando oye las exageradas alabanzas sobre un libro recién salido tiene la tentación de buscar las relaciones personales y de interés entre quien dispara la salva de consagración y el consagrado. Si uno tuviera un perfil polémico, llevaría cuenta pública de cuántas maravillas de febrero son grandes olvidadas en las listas que los mismos suplementos hacen a final de año, o de la aberración que supone que comencemos el libro con reseñistas bien mandados diciéndonos qué libros leeremos en 2023 y qué nos harán sentir. De la crítica nos hemos olvidado.

Últimamente compro muchos de los libros que compro por wallapop, y una de las herramientas que he desarrollado, para saber cuánto de real hay en la apuesta por la última maravilla, es buscar ese libro maravilloso un mes después. Abundan los ejemplares a la mitad de precio del que cuestan en las librerías. Intuyo que muchos vienen de la promoción de las propias editoriales, y me gusta jugar a adivinar quién, de entre los periodistas que han declarado su admiración por esa obra y se han rendido a su maestría, han pensado sacarse 10 euros extra, que todo suma a final de mes y ese sector, como el editorial, no están para brindar con champán bueno, vendiendo el ejemplar que la editorial les envió como obsequio para su reseña.

Es bonito descubrir clásicos (y entiéndase por clásico cualquier libro suficientemente asentado por el tiempo, a veces dos siglos, a veces treinta o cuarenta años), o releerlos y tener ganas de tirarle algo a la cabeza (ese mismo clásico, si es contudente), a quien eras a los 20 años y lo leyó sin sacarle casi nada del jugo que ahora obtienes. Es interesante comprobar que toda la literatura es ficción, sobre todo la que grita que no lo es (volvemos al tema) y que muchas veces lo más interesante que podemos leer nos llega en esa forma.

Es triste no encontrar libros de entretenimiento que cumplan con ese sencillo objetivo, entretener, y tener que afinar mucho lo que uno elige un par de libros con ese modesto fin porque se va a ir unos días a la playa o tiene un viaje en tren largo con niños y solo aspira a un poco de lectura cuando las condiciones ambientales no son las mejores y la energía no está concentrada en la lectura.

Es descorazonador ver qué libros infantiles y juveniles le quieren colar a nuestros hijos y nuestros alumnos. Y es una aventura ir con el machete desbrozando esa jungla de intereses y ver que al final acaban funcionando, y ya sé que va a sonar viejo y mortecino, Julio Verne o La isla del tesoro. Pero es que lo mortecino acaba siendo lo que las editoriales quieren colarnos, y las fallidas intenciones pedagógicas, casi pretextos, con las que quieren que se pierden.

Acabará teniendo razón aquel Roberto Bolaño que ya veía la muerte cerca y decía que había que alabar a ese lector puro que sale a la calle a buscar una nueva edición del Diccionario filosófico de Voltaire, porque sabe que esa obra no va a fallarle. Estoy por apuntarla a mis lecturas pendientes para 2023.


Pero todo esto no iba a ir de lamentos, sino de celebración de lo bueno leído, que ha sido mucho, pues para eso hago tanta labor de filtrado previo.

Sin demasiado orden ni concierto (es mentira, mi sistema de anotaciones de lecturas tiene sus trucos para rescatar ahora con facilidad esta información, pero no vamos a contarlo todo), celebro haber leído en 2022:



 Ensayo, en sus distintas y variadas formas

Memorias de ultratumba (I – XII), de Chateaubriand

¿Por qué nada funciona?, de Marvin Harris

Ensayos, de George Orwell

Para escribir hay que leer, de Vanni Santoni

Nieve negra: Dioses, héroes y bastardos del ajedrez, de Jorge Benítez

La abolición del trabajo, de Bob Black

El mal dormir, de David Jiménez Torres

Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur

Hay más cuernos en un buenas noches, de Manuel Jabois

Suspense, de Patricia Highsmith

Borges, de Adolfo Bioy Casares

 

Novela de ficción fácilmente identificable como tal

El árbol de la ciencia, de Pío Baroja

Tres, de Dror Mishani

Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga

Debería haberme quedado en casa, de Horace McCoy

El club y Sylvia, de Leonard Michaels

El revés de la trama, de Graham Greene

El aire está lleno de agua, de Juan Miguel Contreras

Prolepsis, de Miguel Ángel González

Amor, de Maayan Eitan

Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Mosfegh

Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra

Mi vida como hombre y Engaño, de Philip Roth

El cuchillo, de Patricia Highsmith

Mueren más por desamor, de Saul Bellow

El legado de Maude Donegal, de Joyce Carol Oates

Heredarás la tierra, de Jane Smiley

Campo de amapolas blancas, de Gonzalo Hidalgo Bayal

No dar de comer al oso, de Rachel Elliot

La leyenda del santo bebedor, de Joseph Roth

 

Relato corto

Fiesta en el jardín y otros cuentos, de Katherine Mansfield

Dime una adivinanza, de Tillie Olsen

Amor + odio, de Hanif Kureishi

Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Mosfegh

Ha dejado de llover, de Andrés Barba

Ventanas y otros relatos, de Stephen Dixon

 

Libros de no – ficción, en su amplia variedad

No digas nada, de Patrick Radden Keefe

Todas nuestras maldiciones se cumplieron, de Tamara Tenenbaum

Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey, de Ander Izagirre

Valle inquietante, de Anna Wiener

Canción y Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon


Cualquiera de esos libros cuenta, si para alguien eso aporta algo, con mi sello particular de recomendación. Pasado el año, todos esos siguen significando algo positivo para mí. Sigo teniendo presentes las razones por las que los disfruté. Sigo sabiendo por qué funcionan y por qué lo hacen tan bien.

Mañana seguimos

Felices lecturas

Sr. E

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