Mis cuentos pendientes de 2022 (I). Recomendaciones.
Calienta la chimenea, lo mejor
que puede, el salón de casa, y en el despacho me echo otra chaqueta por encima
y me pongo a pensar en los libros que he leído este año. Los hay que dicen que
se escribe mejor con hambre y con frío, con la amenaza de un desahucio. Bajo
presión, en definitiva. Lo dijo algún escritor, algo así, pero no recuerdo
quién era. Siempre que pienso en esa idea pienso en el agente de Joe Gillis en El
crepúsculo de los dioses, cuando el guionista sin fortuna interpretado por William
Holden le dice a su agente que está en las últimas y este le contesta que es lo
mejor que podía pasarle, porque así se escribieron las grandes obras maestras.
Creo que esto, caso de regir, solo tiene sentido en una comedia negra de Billy
Wilder y solo lo hace para Dostoievski y demás rusos trascendentes y
definitorios, y no para alguien que solo quiere ordenar un poco sus ideas sobre
lo que ha leído este año.
Aún puede caer algún libro antes
de que el año se acabe en un sentido literal, pero cuando me siento a escribir
esta entrada, una tarde fría en la que ya no llueve después de dos semanas de
agua sin tregua, son 106 los libros apuntados entre mis notas de lectura. Hay
de todo, de cómic a poesía, aunque la mayoría es narrativa y ensayo, con las
infinitas formas intermedias en las que la no – ficción, si existe, que es una
cuestión muy dudosa, ha ido tomando en las últimas décadas.
Llevo ya demasiados años en este
blog, y demasiados de esos años diciendo que cada vez leo más ensayo y menos
narrativa. Llevo demasiados años diciendo que cada vez leo más clásicos y menos
contemporánea, que hago menos caso de los suplementos y de las voces
autorizadas, y que a toda obra maestra súbita (esa que ya nace con la
condecoración de libro para la historia) es mejor darle seis meses de
cuarentena antes de acercarse como para volver a considerar que ninguno de esos
hábitos ya es una novedad.
Soy, y supongo que toca asumirlo,
un lector escéptico, que conoce demasiado los trucos de la narrativa
convencional y que no se engancha con facilidad a sus giros, por sabidos. Alguien
que cuando oye las exageradas alabanzas sobre un libro recién salido tiene la
tentación de buscar las relaciones personales y de interés entre quien dispara
la salva de consagración y el consagrado. Si uno tuviera un perfil polémico,
llevaría cuenta pública de cuántas maravillas de febrero son grandes olvidadas
en las listas que los mismos suplementos hacen a final de año, o de la
aberración que supone que comencemos el libro con reseñistas bien mandados
diciéndonos qué libros leeremos en 2023 y qué nos harán sentir. De la crítica
nos hemos olvidado.
Últimamente compro muchos de los
libros que compro por wallapop, y una de las herramientas que he desarrollado,
para saber cuánto de real hay en la apuesta por la última maravilla, es buscar
ese libro maravilloso un mes después. Abundan los ejemplares a la mitad de
precio del que cuestan en las librerías. Intuyo que muchos vienen de la
promoción de las propias editoriales, y me gusta jugar a adivinar quién, de
entre los periodistas que han declarado su admiración por esa obra y se han
rendido a su maestría, han pensado sacarse 10 euros extra, que todo suma a
final de mes y ese sector, como el editorial, no están para brindar con champán
bueno, vendiendo el ejemplar que la editorial les envió como obsequio para su
reseña.
Es bonito descubrir clásicos (y
entiéndase por clásico cualquier libro suficientemente asentado por el tiempo,
a veces dos siglos, a veces treinta o cuarenta años), o releerlos y tener ganas
de tirarle algo a la cabeza (ese mismo clásico, si es contudente), a quien eras
a los 20 años y lo leyó sin sacarle casi nada del jugo que ahora obtienes. Es
interesante comprobar que toda la literatura es ficción, sobre todo la que
grita que no lo es (volvemos al tema) y que muchas veces lo más interesante que
podemos leer nos llega en esa forma.
Es triste no encontrar libros de
entretenimiento que cumplan con ese sencillo objetivo, entretener, y tener que
afinar mucho lo que uno elige un par de libros con ese modesto fin porque se va
a ir unos días a la playa o tiene un viaje en tren largo con niños y solo
aspira a un poco de lectura cuando las condiciones ambientales no son las
mejores y la energía no está concentrada en la lectura.
Es descorazonador ver qué libros
infantiles y juveniles le quieren colar a nuestros hijos y nuestros alumnos. Y
es una aventura ir con el machete desbrozando esa jungla de intereses y ver que
al final acaban funcionando, y ya sé que va a sonar viejo y mortecino, Julio
Verne o La isla del tesoro. Pero es
que lo mortecino acaba siendo lo que las editoriales quieren colarnos, y las
fallidas intenciones pedagógicas, casi pretextos, con las que quieren que se
pierden.
Acabará teniendo razón aquel
Roberto Bolaño que ya veía la muerte cerca y decía que había que alabar a ese
lector puro que sale a la calle a buscar una nueva edición del Diccionario
filosófico de Voltaire, porque sabe que esa obra no va a fallarle. Estoy
por apuntarla a mis lecturas pendientes para 2023.
Pero todo esto no iba a ir de lamentos, sino de celebración de lo bueno leído, que ha sido mucho, pues para eso hago tanta labor de filtrado previo.
Sin demasiado orden ni concierto (es mentira, mi sistema de anotaciones de lecturas tiene sus trucos para rescatar ahora con facilidad esta información, pero no vamos a contarlo todo), celebro haber leído en 2022:
Memorias de ultratumba (I – XII),
de Chateaubriand
¿Por qué nada funciona?, de
Marvin Harris
Ensayos, de George Orwell
Para escribir hay que leer, de
Vanni Santoni
Nieve negra: Dioses, héroes y
bastardos del ajedrez, de Jorge Benítez
La abolición del trabajo, de Bob
Black
El mal dormir, de David Jiménez
Torres
Vivir con nuestros muertos, de
Delphine Horvilleur
Hay más cuernos en un buenas
noches, de Manuel Jabois
Suspense, de Patricia Highsmith
Borges, de Adolfo Bioy Casares
Novela de ficción fácilmente
identificable como tal
El árbol de la ciencia, de Pío
Baroja
Tres, de Dror Mishani
Tokio ya no nos quiere, de Ray
Loriga
Debería haberme quedado en casa,
de Horace McCoy
El club y Sylvia, de Leonard
Michaels
El revés de la trama, de Graham
Greene
El aire está lleno de agua, de
Juan Miguel Contreras
Prolepsis, de Miguel Ángel
González
Amor, de Maayan Eitan
Mi año de descanso y relajación,
de Ottessa Mosfegh
Formas de volver a casa, de
Alejandro Zambra
Mi vida como hombre y Engaño, de
Philip Roth
El cuchillo, de Patricia
Highsmith
Mueren más por desamor, de Saul
Bellow
El legado de Maude Donegal, de
Joyce Carol Oates
Heredarás la tierra, de Jane
Smiley
Campo de amapolas blancas, de
Gonzalo Hidalgo Bayal
No dar de comer al oso, de Rachel
Elliot
La leyenda del santo bebedor, de
Joseph Roth
Relato corto
Fiesta en el jardín y otros
cuentos, de Katherine Mansfield
Dime una adivinanza, de Tillie
Olsen
Amor + odio, de Hanif Kureishi
Nostalgia de otro mundo, de
Ottessa Mosfegh
Ha dejado de llover, de Andrés
Barba
Ventanas y otros relatos, de
Stephen Dixon
Libros de no – ficción, en su amplia variedad
No digas nada, de Patrick Radden
Keefe
Todas nuestras maldiciones se
cumplieron, de Tamara Tenenbaum
Cómo ganar el Giro bebiendo
sangre de buey, de Ander Izagirre
Valle inquietante, de Anna Wiener
Canción y Un hijo cualquiera, de
Eduardo Halfon
Cualquiera de esos libros cuenta, si para alguien eso aporta algo, con mi sello particular de recomendación. Pasado el año, todos esos siguen significando algo positivo para mí. Sigo teniendo presentes las razones por las que los disfruté. Sigo sabiendo por qué funcionan y por qué lo hacen tan bien.
Mañana seguimos
Felices lecturas
Sr. E
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