Philip
Roth (1933 - 2018)
Por
mi escritorio de trabajo rondan siempre 5 o 6 libros que me acompañan
mientras escribo, porque a veces me detengo y me pongo a leer un
rato, o simplemente me dan seguridad, parece que me aconsejan incluso
con las tapas cerradas. Son libros que un día cojo de las
estanterías y traigo para buscar algo en ellos y ahí se quedan
durante meses, inmunes a limpiezas. Se ha muerto Philip Roth hoy y me
he quedado mirando Pastoral
americana
y el volumen de Zuckerman
encadenadado,
que desde enero aproximadamente están sobre esa mesa, en labor
guardiana (junto a Los
detective salvajes,
los Cuentos selectos de John Cheever y Tobias Wolff, El
desierto de los tártaros
y los Diarios
de Kafka). Hace algo más de un año publiqué una entrada sobre mis
novelistas preferidos, y dejando claro entonces (y ahora) que no
sabría ordenarlos exactamente, sé que Philip Roth, junto con Don
DeLillo, son quizá mis dos novelistas (analizados a través del
conjunto de sus novelas, y siendo dos escritores de los que he leído
prácticamente todo lo que han publicado) preferidos. Ni sabía ni sé
cuál en el número 1 y cuál en el 2, y quizá es una cuestión de
días y sensaciones. Roth es más carnal, más sensitivo, realista, y
a cambio es menos mágico con la sintaxis, el lenguaje y el trabajo
específicamente literario. Pero no pensemos que es un escritor que
no poseía herramientas técnicas de primera, pues lo era. Siempre
supo ajustar perfectamente narradores, puntos de vista, jugar a meter
narradores interpuestos, confundir ficción y realidad como nadie,
pasar del párrafo complejo a la oración sencilla, jugar a la
metaliteratura, a la innovación. Ha retratado la cara oculta del
hombre occidental durante más de cincuenta años. Supo retirarse. No
le dieron el Premio Nobel, lo que le iguala por ejemplo a Nabokov,
Borges o el propio DeLillo. Ni falta que le hacía el Nobel. Ganó todos los premios habidos en el mundo anglosajón y a nivel internacional salvo ese, y hace más de veinte años que nadie discutía su lugar en el panteón de los grandes narradores del siglo XX.
Por si a alguien no hubiera leído aún a Roth y le interesara mi opinión sobre por dónde empezar con su obra, recomendaría, en riguroso orden personal:
1. Pastoral americana
2. La mancha humana
3. Me casé con un comunista
4. La contravida
5. Operación Shylock
Aprovecho
aquel texto del año pasado como base, y añado algunos detalles más, simplemente.
Philip
Roth: Los
estadounidenses llevan doscientos años buscando a quien escriba La
Gran Novela Americana.
Tanto que al final el propio Roth tituló así una novela de 1973
sobre el baseball. No es esa, sin embargo, su gran novela. No sabría
decir cuál es la gran novela de Philip Roth, que creo que es, en
general, su obra. Sus novelas van formando un gran mural de los
Estados Unidos en los últimos cincuenta años, y por extensión de
Occidente. Desde su primera novela, que ya era muy buena, Deudas
y dolores,
aunque quizá no esté exactamente en su línea posterior, sino más clásica y aún sin la arrolladora personalidad narradora de Roth. Cuando
ella era buena
es una novela también extraña en su obra, antecesora de Me
casé con un comunista,
aunque bastante menos lograda.
El
lamento de Portnoy escandalizó
al mundo, y sigue divirtiendo hoy a quien se acerque a sus
trescientas páginas de disparates y mala leche. La saga de Zuckerman (particularmente me encanta La visita al maestro, en la que por primera vez aparece el personaje de Nathan Zuckerman, y que muestra el tránsito de escritor académico a fenómeno de masas que se produjo con Roth tras El lamento de Portnoy) es un ejemplo magnífico y extremo de autoficción. Operación
Shylock es
un juego metanarrativo que limita con la novela kafkiana, aunque quizá su texto más kafkiano (o casi gogoliano, por su clara base en La nariz, del autor ruso) sea El pecho, en la que David Kepesh, otro académico, viaja desde la incapacidad para relacionarse de manera profunda con las mujeres hasta una transformación (en principio divertida, pero luego terrible por lo que le supone de aislamiento) en un pecho, una teta enorme que se pasea por Manhattan.
Quizá, si tuviera que elegir una de sus novelas, diría Pastoral americana: dura, profunda, triste, la destrucción de la familia, la vida. Para mí, perfecta. Junto con Me casé con un comunista, La mancha humana (una novela que impugna la mera idea del realismo literario, pues se lee con pasión, se vive, sufre, es quizá mi segunda novela preferida de Roth, y es, sin embargo, si se piensa bien, inverosímil en muchos aspectos) y El teatro de Sabbath demuestran que Roth tuvo unos años noventa (su sesentena) de primera división, quizá su mejor época como autor, escribiendo grandes novelas a un ritmo de una cada dos años. La conjura contra América, de 2004, es para mí su última gran novela, un juego antihistórico que ya hablaba de la América de Donald Trump, y que aparte del sexo, las relaciones destructivas con las mujeres y las bombas contra la familia, toca el que es otro de los temas más repetidos en su obra: la persecución a la que nos pueden someter en las sociedades supuestamente libres.
Quizá, si tuviera que elegir una de sus novelas, diría Pastoral americana: dura, profunda, triste, la destrucción de la familia, la vida. Para mí, perfecta. Junto con Me casé con un comunista, La mancha humana (una novela que impugna la mera idea del realismo literario, pues se lee con pasión, se vive, sufre, es quizá mi segunda novela preferida de Roth, y es, sin embargo, si se piensa bien, inverosímil en muchos aspectos) y El teatro de Sabbath demuestran que Roth tuvo unos años noventa (su sesentena) de primera división, quizá su mejor época como autor, escribiendo grandes novelas a un ritmo de una cada dos años. La conjura contra América, de 2004, es para mí su última gran novela, un juego antihistórico que ya hablaba de la América de Donald Trump, y que aparte del sexo, las relaciones destructivas con las mujeres y las bombas contra la familia, toca el que es otro de los temas más repetidos en su obra: la persecución a la que nos pueden someter en las sociedades supuestamente libres.
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