viernes, 28 de junio de 2019

Silencio administrativo, de Sara Mesa


Silencio administrativo, de Sara Mesa (Anagrama)

Sara Mesa es una de mis escritoras preferidas, entre las españolas y entre las no españolas. Me fascina la levedad y ligereza solo aparente de su prosa, su uso de una ironía que aparenta inocencia, de la melancolía como palanca sobre la que apoyar el cambio en el presente Me conmueve la belleza sencilla con la que escribe, y cómo nos recuerda, en todos sus textos de ficción, que la crueldad existe, que el mundo es un lugar cruel, duro y feo para muchos de sus habitantes, incluso en la infancia, ese lugar mitificado por tantos autores y donde ella sitúa siempre muchas de sus historias, también las más crueles.

Este cuadernillo de Anagrama (de poco más de 100 páginas, con tamaño pequeño y marginado generoso) sobrevuela la crueldad, pero no lo hace desde los rincones habituales de la escritura de Sara Mesa, porque: a) no se trata de una obra de ficción, sino de un pequeño trabajo casi periodístico, que como utiliza algunos mecanismos habituales de la ficción llamaremos obra de no – ficción, y b) la crueldad que se retrata aquí no es la habitual en su obra, la de los grupos organizados y cerrados frente al individuo que destaca y al que se puede atacar por la diferencia (la niña pobre en Cuatro por cuatro, la niña gorda en Cara de pan, la que sencillamente no es como los demás en muchos de sus relatos en Mala letra).

Todos sabemos que la pobreza existe, y seguramente todos (al menos una mayoría muy amplia) sentimos que eso es malo, que no debería ser así, que el mundo es un lugar injusto. Pero el libro nos demuestra, en sus pocas páginas, que lo que creíamos saber es poco, muy poco, y que ni nos imaginamos lo que de verdad es ser pobre y estar en la calle. Y no nos lo imaginamos porque no lo vivimos, y tampoco nos lo imaginamos porque no queremos pararnos a imaginarlo.

Escuchamos noticias en radio, televisión, leemos la prensa o las redes sociales, y nos creemos lo que nos cuentan cuando hablan de las mejoras en las condiciones vitales de los que no tienen nada, o tienen muy poco. Nos sentimos bien, nos consideramos civilizados, nuestra conciencia queda tranquila, mantenemos nuestra fe en el llamado estado del bienestar. Y lo que este libro viene a enseñarnos es que parece que vivimos en el estado del malestar. Los números, esa supuesta realidad objetiva, deberían rompernos el alma. Hay una gran cantidad de personas pobres, o incluso muy pobres, que viven en la calle, para los que no hay ayudas. Las ayudas están diseñadas para quienes pueden acceder a una plataforma desde la que solicitarla, para quienes tienen unos papeles que respalden su pobreza, su situación de necesidad. Pero excluyen, desde su definición, a quienes no tienen esa mínima estabilidad que se exige para poder hacer los papeles.

Sara Mesa nos va paseando por mostradores que se cierran, por teléfonos que no contestan, por plazos que se agotan antes de que la propia administración que exige los plazos emita los papeles que luego quiere verificar. Nos mete en un laberinto burocrático terrible y psicopático, y nos enseña lo que puede significar el silencio administrativo. Porque quien solicita una ayuda (quien está en la calle, muchas veces mendigando, y pide un salvavidas gritando socorro) tiene que cumplir puntualmente con todos los requisitos que le marca la misma administración que falla, no cumple, retrasa fechas, plazos, pagos, sin que pase nada.

Pero siendo eso terrible, lo que más debería inquietarnos del libro es tomar conciencia de la sociedad que estamos construyendo, de la culpabilización del pobre, de las noticias que oímos y no contrastamos (aunque esto, como bien apunta el libro, debería ser labor del periodismo), de las trampas de pensamiento cómodo en las que nos metemos, de los automatismos sociales, y también, de la frivolidad, la hipocresía y la confusión en las prioridades, porque no nos falta, como sociedad, nada de eso. Hay un pasaje que me parece, sin ser de los más graves, muy ejemplificador. El de muchos colectivos izquierdistas y bienintencionados, comprometidos en contra del maltrato animal, que solicitan año tras año que las ordenanzas municipales impidan que quienes practican la mendicidad puedan hacerlo acompañado de un perro. Porque los perros que viven con una persona pobre no tienen, por supuesto, las mejores condiciones. Pero, ¿y esa persona? ¿No inquieta a nadie? ¿Nadie se preocupará por ella? ¿De verdad le quieren quitar lo poco que tiene? Sara Mesa habla del dedo que señala a la luna y de quienes no ven la luna sino solo el dedo al hablar de ese tema, pero quizá podría usar palabras más feas y directas para describirlo.

Siempre me ha parecido que se regala con alegría el término libros necesarios. No creo que los haya, sinceramente. Pero si los hubiera, esté probablemente fuera uno. Para abrirnos los ojos y espabilarnos un poco.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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