Illska, La
maldad, de Eirikur Örn Norddalh (Hoja de Lata)
La
faja que acompañaba esta novela cuando me la compré durante el
primer fin de semana de la Feria del Libro de Madrid de este año
(una faja que anunciaba que se trataba de la segunda edición, lo
cual habla de un muy buen trabajo editorial, y no es el primer muy
buen trabajo de Hoja de Lata con el que me encuentro) habla de la
gran novela sobre el auge de la extrema derecha en Europa. Y lo es, o
no. Lo es, en cierto sentido, pero no lo es en otros muchos. Leyendo
algo así esperaba encontrarme con una novela de alto contenido
político y violencia, y me he encontrado con un gran contenido
político y altas dosis de violencia, pero me he topado también con
muy buena literatura, con una novela ambiciosa y construida con gran
originalidad (y una maestría a la hora de afrontar la estructura más
que evidente a poco que uno haya leído unos cuantos libros y se haya
puesto a escribir alguna vez).
Illska,
La maldad, es una novela muy difícil de explicar en pocos párrafos.
Es, quizá, por agarrarnos al esquema clásico de trama, una historia
de amor (pero de amor y violencia, de amor y odio, tengamos en cuenta
que Casablanca es una película de amor y nazis y funciona
perfectamente, esta también es, quizá, una historia de amor y
nazis). Hay un triángulo amoroso en cuyo centro está Agnes,
treintañera, obsesionada casi desde siempre con el Holocausto y que
escribe su tesis sobre el auge de los movimientos populistas de
extrema derecha en la Europa contemporánea. Primera pregunta
escalofriante de la novela. ¿Cuán diferentes somos de aquellos
europeos de la década de 1930? ¿Tanto como nos gusta pensar para
sentirnos bien o quizá menos? Agnes conoce por casualidad a Ómar,
se empiezan a ver, se enamoran, se van a vivir juntos, pronto empieza
a haber roces, desinterés de ella, inoperancia de él, hasta hay un
embarazo y un niño pequeño. Ómar es un representante del
precariado internacional, un treintañero con una carrera de
filología, mucha actividad en la red y trabajos precarios que lo van
llevando de uno al siguiente. No se queja demasiado, y representa, en
lo bueno y en lo malo, al sujeto con estudios medio europeo de su
generación. Empieza pareciéndonos un personaje un tanto plano y a
mí ha acabado cayéndome bastante mal. Se recrea en su patetismo,
siempre tiene una excusa para su inmadurez, no es crítico consigo
mismo, ¿está perdido? Su generación, para bien y para mal, es la
mía, como la de Agnes. Y también la de Arnór. ¿Y quién es Arnór?
Pues la tercera pata del triángulo amoroso, un neonazi al que Agnes
empieza a frecuentar para que le explique las ideas de esos
populistas de extrema derecha. ¿Y con qué se topa? Con un tipo
leído, seguro, que habla bien, que no se porta como un payaso, que
puede llegar a ser encantador y hasta es atractivo. Tan atractivo
como para empezar a acostarse con él. Pero, un gran pero, nunca deja
de ser un nazi. Agnes se acuesta con él y nunca deja de pensar que
está haciéndolo con un neonazi, de esos a los que siempre ha
odiado, de esos de los que llevaron a sus abuelos lituanos a los
campos de concentración. El mismo perro y el collar distinto y todo
ese juego pero la misma esencia.
Porque
no lo hemos dicho pero la novela transcurre en Islandia, en
Reikiavik, y como lectores del sur de Europa nos sirve para conocer
aquella sociedad, con sus mitos, sus costumbres, sus bondades y sus
vicios. Esas sociedades nórdicas aparentemente armónicas, con
menores tasas de fracaso escolar, buenos servicios sociales etc.
Hasta hemos visto todos Inside job, ese documental que empezaba
hablando de la crisis del sistema bancario islandés y sabemos cómo
lo resolvieron. No rescataron a sus bancos, algo que los banqueros de
aquí (o sus portavoces en la prensa y el gobierno) nos explicaron
repetidas veces que fue posible, únicamente, porque era un país
pequeño. Aquí hubiera sido impensable. Y no digo que no sea verdad,
no tengo mayor idea de economía, solo señalo que quienes lo
explicaban eran aquellos a quienes menos les interesaba que se
copiara la receta islandesa. Pues hasta eso es un poco mentira, o es
verdad pero esconde algunas mentiras, porque la mejor manera muchas
veces de ocultar una verdad grande es rodeándola de verdades
parciales, iluminarlas, ponerles el foco y hacer que miremos fuera
del plano al que deberíamos estar mirando. Eso también nos lo dice
Illska. La maldad.
La
novela de hecho nos dice miles de cosas, algunas obvias y que estamos
acostumbrados a escuchar (los nazis fueron malos, los racistas
siempre fueron malos, no te creas demasiado a quien finja que no
sabía que a su lado sucedían horrores, los que defienden ideas
nazis suelen ser al menos un poco nazis, aquellos que dicen no soy
racista pero suelen dar más importancia al pero de la que quieren
transmitir …) y que nos decimos que sabemos, las que nos ponen en
el lado de los buenos, pero también nos dice al menos otras mil
cosas que no se suelen decir, o no se dicen tanto, y que nos hacen
abrir los ojos e incluso alarmarnos cuando nos damos cuenta de que
todos hemos hecho un recuento de judíos asesinados por el nazismo,
pero ¿quién se acuerda de los gitanos?, que el paso del discurso de
la extrema derecha a la derecha que se presenta civilizada es
sencillo, que basta con no decir ciertas palabras “prohibidas” y
el veneno estará igualmente en el sistema, solo que con su
naturaleza ya limpia, será presentable y lo adoptarán los partidos
legítimos, los clásicos del sistema, y una vez dentro será un
punto del debate tan respetable como todos.
¿Hay
una industria cultural alrededor del Holocausto? ¿Acaso se puede
negar que hay quienes han encontrado un muy buen nicho (y perdón por
la palabra para hablar de un tema tan oscuro, pero es la que
eligieron los expertos en marketing) de mercado en la explotación de
esa memoria? ¿No son las visitas a los campos de concentración de
Auschwitz, Dachau o Mauthausen parte de los paquetes vacacionales de
quienes se acercan a aquellas zonas? ¿Qué nos están ofreciendo
allí, parques temáticos del dolor y la sensibilidad? Son otras de
las preguntas que el libro nos va lanzando al paso, como granadas de
mano. Esquívalas, lector, si sabes. Si puedes.
La
trama de formación de Arnór es quizá la más floja del libro, la
que menos me ha interesado. Nos enseña que fue un niño educado por
una madre soltera de tendencias izquierdistas, con todos los libros
al alcance de la mano y que de ahí salió un neonazi. Nos puede
resultar más o menos chocante la confrontación entre alguien lector
y alguien que desarrolla unas ideas así, pero sabemos, realmente,
que sucede. El libro va alternando esa parte con la de Agnes con
Ómar, la de Agnes sin Ómar, la de Ómar cuando era niño y sus
padres separados se lo iban pasando de uno al otro como si fuera una
pelota de frontón, la parte en la que le hablan al niño recién
nacido y le advierten de lo que se le viene encima, y son todas ellas
tramas que dan pinceladas que van encajando una sobre otra (porque el
libro es eso que habitualmente se llama fragmentario pero el orden es
muy importante, más allá de los efectos poéticos, porque se nos va
dosificando la información y vamos completando poco a poco la visión
de conjunto) y nos dan cierto respiro frente a las verdaderas
puñaladas de la novela.
Las
que hablan de cifras de niños muertos, de discursos que se cuelan
por los televisores, de inmigrantes rechazados, de percepciones
sociales, de crisis, de agrupaciones, y de Hitler y sus gobiernos
pero también de todos los gobiernos de extrema derecha que han ido
acumulando obras y favores desde la década de 1930. Hablan también
esas narraciones de anécdotas cercanas a la carne, del pueblo
lituano de donde viene la familia de Agnes y de la disputa entre la
tradición de los pueblos y las fronteras abiertas. Estamos
globalizados, culturalmente, por y para lo que nos conviene, cuando
el discurso quiere endurecerse siempre recurre al pasado, uno
glorioso, mejor, y casi siempre inventado. En Islandia como en
España. Para que todo se vea con claridad, los abuelos de Agnes eran
dos judíos y dos delatores. Así de mezclada está la sangre, por
más que los puristas pretendan contarnos otra cosa.
¿Pesa
más la genética, la tradición, o el condicionamiento social? Los
psicólogos llevan un siglo debatiéndolo, y mientras tanto vemos que
el condicionamiento social va a su aire, impone ideas donde toca y
donde le dejan. Una de las ideas que más expone este libro (de esa
manera a veces violenta y otras implícita, es algo que se te ha
quedado dentro y que solo desentierras pasadas 48 horas) es que en el
capitalismo postindustrial en el que nos estamos moviendo hay mucha
miseria para repartir. Hay peores condiciones de trabajo en el primer
mundo y mucha gente queriendo llegar al primer mundo aunque sea para
obtener esas condiciones. Y las masas de gente precarizada, con malos
trabajos, que piensen (o vean directamente) que solo van a poder
ofrecerle a sus hijos unas condiciones de vida materiales peores que
las que ellos tuvieron cuando eran niños, y que noten que cada vez
van más ahogados, que trabajan más horas y cobran menos, que solo
se dedican a nadar a lo largo de la semana y siempre se ahogan en la
orilla del fin de mes, pueden comprar el discurso de cualquier Mesías
que diga que se va a preocupar, él, sí, por ellos. Porque saben que
nadie de los que ha estado antes se ha preocupado realmente por
ellos. Y eso puede llevarlos a hacer cualquier (literalmente,
cualquier) cosa, a aceptar como válido lo monstruoso, a degradar al
otro. Y se vio hace 80 años y parece que aún hay algunos que no
pillaron la idea.
No me
acaba de convencer el modo en que se cierra la historia de amor (o
como sea mejor llamarla). Aunque no me importa como lector, no es tan
importante, el libro no depende de eso para salir victorioso. Y deja
algunas ideas interesantes sobre temas tan actuales (e importantes)
como la masculinidad, la deconstrucción de los roles, el lugar de
los roles tradicionales en esas circunstancias, la maternidad y las
relaciones de pareja. También sobre la incomunicación y los juegos
de poder que se dan en mayor o menor medida en toda relación de
pareja.
La
novela de Eirikur Örn Norddalh es
un libro incómodo, que te hace preguntas que no quieres hacerte, que
te expone datos que estabas bien sin conocer, que te enseña que todo
es susceptible de convertirse en mercancía (bastante al principio ya
enseña parte de sus cartas diciendo: aquí
se habla del Holocausto únicamente para vender libros),
que te enseña que el fascista es ese tío majo con el que juegas a
futbito los viernes por la tarde, al que tú solo tenías por un
bocazas. No es un libro (y se agradece, porque el tema da pie al
discurso biempensante, al sintámonos tranquilos porque no somos como
ellos, pero aquí no hay discurso biempensante, hay, por hacer el
juego de Curzio Malaparte con su apellido impostado, un discurso
malpensante) que nos sermonee ni nos trate de explicar nada. Solo nos
tira piedras y a mí al menos me ha dejado alguna ventana de la casa
rota. Es jodido de leer no por el libro, que va avanzando
magníficamente y que se lee con claridad, es cuestión de no
saltarse capítulos, porque no es esa clase de producto, sino por lo
que ta hará plantearte. No creo que sea un libro que cambie el
pensamiento de nadie, no al menos de un modo simplón. Si un neonazi
lo leyera (aunque, ¿para qué iba a querer leerlo, nos preguntamos,
no?) no lo cerraría diciendo: joder, qué cosas tan terribles, voy a
cambiar de credo. No se trata de eso. Creo que es un libro dirigido a
todos nosotros, los normales, para que estemos al acecho y nos
hagamos más preguntas sobre qué somos exactamente y qué son los
normales, los sujetos medios, y quién dibuja sus preocupaciones y
miedos. Y por qué.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
Felicidades por la reseña. Sintetiza muy bien lo que nos encontramos en esta novela.
ResponderEliminarCoincidimos en varios aspectos que destacamos y coincido también contigo en que los libros no cambian a nadie ni tampoco deberían aspirar a explicar ni resolver nada. Con que nos hagan plantearnos buenas preguntas e incluso replantearnos cosas acerca de nosotros mismos ya van por el buen camino. Illska sin duda es una senda por la que merece la pena transitar.
Un saludo
Gracias por tu visita, Lorena.
EliminarEs un libro que merece la pena, desde luego.
En esta pequeña editorial ya he encontrado alguna otra joyita, por seguir en algo político que no olvida el arte literario, te recomiendo
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2018/11/gb84-de-david-peace.html
De hecho, fue mi gran lectura de 2018
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2018/12/mis-cuentos-pendientes-2018.html
Saludos cuentistas
La he leído hace unos meses pero gracias igualmente por la recomendación. Hoja de Lata tiene un catálogo de lo más apetecible.
EliminarVengo desde el blog de Lorena. Por ahí arriba la veo. Si su reseña me convenció, le tuya me ha reafirmado en mis ganas de leer el libro.
ResponderEliminarMe gustan los libros incómodos, los que me remueven y me hieren. Los que me hacen plantarme las diferencias entre cómo soy y cómo creo que soy (o me gustaría ser).
Muy buena reseña.
Un abrazo.
Hola Rosa,
Eliminarbienvenida. Gracias por tu visita.
Busca y rebusca libremente por el blog, seguro que encuentras más libros de tu interés.
Saludos cuentistas