Declaración trimestral: Lecturas de abril a junio de 2024
Me hace gracia que pensamos en lecturas veraniegas como mamotretos con poca exigencia. Novelas que se mojan al salir de la piscina o que se llenan de arena bajo la sombrilla en la playa. Pero la lectura y el verano dan para todo. O deberían. Y hay ediciones de bolsillo estupendas de clásicos y novelas ambiciosas que pueden ser igual de todoterreno para entrar y salir de mochilas, bolsas de tela y esconderse bajo toallas mientras nos damos un chapuzón. Tenemos que conseguir que se vea igual de normal estar leyendo Los ensayos de Montaigne, en alguna edición económica (y aunque no sea completa) que la enésima novela de detectives de ese mismo autor norteuropeo del que tanto hemos oído hablar.
Las lecturas de este trimestre han sido en general buenas. Las ha habido excelentes y las ha habido más normalitas. Intento que nunca las haya malas.
Os cuento algunas cosas.
Ensayo, entre lo matemático y lo filosófico: Nassim Nicholas Taleb. Que un libro ha trascendido de su público inicial se sabe cuando un tertuliano de radio cualquiera utiliza uno de sus conceptos como si supiera de qué está hablando. Es el caso de la idea de cisne negro que puso en circulación hace casi veinte años Nassim Nicholas Taleb, matemático americano de origen libanés. Resumiendo mucho, un cisne negro es un suceso altamente improbable, imposible de predecir por esa altísima improbabilidad pero que sin embargo se produce. Y al producirse, altera sustancialmente todo a su alrededor. Por ejemplificar: la pandemia del covid fue un cisne negro. Solo a posteriori vimos a tantos expertos decir cómo hubiera sido posible saber que algo así iba a suceder. En la práctica sabemos que la próxima pandemia nos pillará de nuevo por sorpresa (porque ahora solo visualizamos pandemias de virus aéreos, similares al covid), y si no es una pandemia será cualquier otro fenómeno. Taleb defiende, desde una visión muy personal, que encaja en una corriente del empirismo representada por Locke o Karl Popper, que los cisnes negros existen. No vamos a saber cuáles son, no podemos predecirlos en particular, pero sí sabemos y podemos predecir que cruzan la realidad. Y movernos en un mundo de modelos ideales, como si la humanidad obedeciera exclusivamente a leyes físicas (son muy interesantes sus diatribas contra los modelos económicos y en general toda clase de platonismos) y los cisnes negros no existieran, es simplemente absurdo. Por no decir estúpido. El cisne negro es un libro ágil, para cuya lectura no hacen falta conocimientos matemáticos, y Taleb expone con brillantez lo que quiere decir. Lo cual no implica que nos convenza siempre. Porque no siempre lo logrará. Y está bien que así sea, que podamos discutir con el autor y su libro. Después de El cisne negro leí Antifrágil, que es una continuación espiritual del primero, y aunque las ideas, por repetición, pierden fuerza, la escritura es igual de potente y hay imágenes y conceptos muy aprovechables.
Taleb me llevó a leer algo más de Karl Popper. Como alguien que estudió Físicas y que se interesó por su historia y su metodología y filosofía, había leído algo de él. Había leído un poco de Popper y al menos La historia de las revoluciones científicas de Thomas S. Kuhn, para tomar partido en esa diatriba sobre qué es y qué no es la ciencia y sobre todo la realidad que nos sitúa más cerca de uno o del otro. Estos meses leí Búsqueda sin término. Una autobiografía intelectual, de Karl Popper. Es un libro que nos lleva a la centroeuropa de principios del siglo XX con todo lo que eso significa. Tiene las memorias personales e intelectuales de Popper, quien comenzó trabajando como aprendiz, fue maestro de escuela primaria y desde aquella escuela fue escribiendo sus ideas y primeros libros. Tiene algo de El mundo de ayer, de Stefan Zweig, y tiene mucho de reconstrucción del pensamiento de alguien que se interesó por todas las grandes cuestiones del siglo XX.
Sin alejarnos mucho del antiguo Impero Austrohúngaro, llegué a Maniac, de Benjamín Labatut. Leí hace menos de dos años Un verdor terrible. Aquel me llenó más. Y creo que no soy el único lector al que le ha pasado. Es más poético, más concentrado, más potente. Pero Maniac es una lectura que vale la pena. Sobre todo para los decepcionados (que somos muchos) con la decepcionante película de Oppenheimer. En Maniac el protagonista, en paralelo con esa construcción del conocimiento que podía abrir las puertas del cielo como las del infierno, es John Von Neumann. No es el mejor libro para conocer a Von Neumann (ese quizá sea El dilema del prisionero: John Von Neumann, la teoría de juegos y la bomba, de William Poundstone), pero es un muy buen libro. Y es que Von Neumann es un gran personaje. Es el siglo XX. Un intelecto brillante (de los más brillantes del siglo XX, y esto lo decía Albert Einstein y casi cualquiera que coincidiera con él) y un tipo peligroso, capaz de poner en juego cualquier cosa con tal de experimentar un poco más. Un niño que disfruta destripando camiones de juguete, aunque pueda llevarse por delante a la humanidad.
Hablaba de los libros que se van haciendo unánimes poco a poco frente a los que vienen con la unanimidad impuesta. He tardado un año en leer Yeguas exhaustas, de Bibiana Collado. Y fue llegando la unanimidad a su alrededor. Y por lo que al fin leí, bien merecida. El año pasado quise ir a la presentación en Madrid, pero una combinación de horarios laborales y familiares lo hizo imposible. Y dije, a la próxima. Y al final pues tuve que ir a una librería a comprarlo cuando ya pensé que no quería postergarlo más. Yeguas exhaustas es un artefacto extraño. Muy cansado y bien ajustado. Es una novela, o es al menos una narración, y tiene mucho de memoria (imagino que personal, aunque prestada al personaje de Beatriz) y de reflexiones. De género, muchas, y eso está bien pero lo tenemos en muchos otros libros, y sobre todo de clase, que falta muchas veces en esas reflexiones de género. Si hablamos de feminismo interseccional, aquí lo tenemos. De la terreta, de cercanía, de una huerta valenciana a la universidad, de quien vio a sus padres deslomarse y llegó a tener un doctorado y dijo, aquí hay trampa. Me valen de poco las lecturas de quien nos cuenta lo duro que le resultó ser mujer siendo millonaria. Entre millonarios es más difícil ser mujer que hombre, no lo pongo en duda. Pero vistas en un contexto amplio, no son dificultades reales, compartibles por las lectoras comunes. Aquí hay mucha vida común. Mucho día a día. Mucha toxicidad y muchísimo cansancio. Lenguaje cuidado y perfectamente ajustado, veneno medido. Un libro muy particular y muy interesante. Para club de lectura y debate. Quizá no estaría de más que para club de lectura y debate en institutos (que sé que se ha utilizado en institutos, pero que no está de más pedir que se use en más institutos).
Más familia y más memoria es lo que hay en Nada es verdad, de Veronica Raimo. Nada es verdad es un título intercambiable con Todo es verdad. Todo en este librito suena a honesto y verdadero. Y como sabemos, lo honesto y lo verdadero es, a efectos literarios, mucho más importante que lo cierto y lo verídico. Estas memorias familiares, estas historias de un padre obsesionado con trocear los pisos, una madre angustiada por la desaparición de sus hijos del mundo y dos hijos brillantes pero que acaban siendo escritores (en vez de desarrollar todo ese talento que les ha sido dado, para disgusto de quienes los rodean) son divertidas, tiernas, y a su manera llenas de amor. Un muy buen libro para leer a la orilla del mar. O eso me parece ahora mismo.
Una autora clásica de la que no había leído nada es Marguerite Duras. Y leí Los caballitos de Tarquinia y me pareció un libro perfecto. Precioso, bien medido. Nada más que decir. Seguiré leyendo a la autora.
He estado releyendo cuentos (Todos los besos del mundo) y ensayos y no ficción (Por qué escribo) de Félix Romeo. Félix Romeo se murió joven y dejó poco publicado. Pero siempre vale la pena volver a leerlo. Conseguí y leí el único de sus libros que no tenía y no había leído. Es Amarillo. Se suele decir que es un libro sobre el suicidio de un amigo de Romeo, que se tiró por la ventana del piso que compartían en Barcelona cuando los dos tenían veinticuatro años. Pero es realmente un libro sobre la idea del suicidio y lo desamparados que nos deja saber que existe esa puerta. Es un libro triste, cómo si no. Es un libro bien escrito. Hay fragmentos del amigo y fragmentos de Félix Romeo, que se desarma para intentar entender lo que no se entiende o se entiende de sobra. Está la inmensa sombra de Camus y Sísifo y está la sombra de Handke y aquel libro tan difícil de olvidar cuando se ha leído que es Desgracia impeorable. Y está la inmensa figura de Félix Romeo y está la idea de pérdida.
También he aprovechado estos meses para releer a Eduardo Halfon. Estuve, en paralelo a la Feria del Libro de Madrid, en la presentación de su última novela, Tarántula. Halfon siempre escribe bien y siempre es interesante, pero yo no he leído todavía esa novela. Así que, aunque supongo que será un buen libro, me parece aventurado recomendarla. Sí aprovecho para recomendar casi cualquiera de sus libros. Yo he estado releyendo (algunos completos, otros solo a trozos) Signor Hoffman, El boxeador polaco (¿tal vez su obra magna?), Biblioteca bizarra (su libro menor estupendo) y Clases de chapín. Tal vez Halfon, por temas y miradas, no parezca muy veraniego. Sea contraclimático. Pero tal vez, bien leídos y metabolizados, Biblioteca bizarra o Clases de chapín sean estupendas lecturas para viajes cortos o largos, porque ocupan poco, pesan poco y pueden leerse muchas veces sin que se agoten.
Después de años sin leerlo (no por nada, sino porque me di un atracón hace cinco o seis años) encontré en la biblioteca algo de Georges Perec que no había leído. Pensar / clasificar es otro libro para aprender a mirar el mundo de manera diferente. Perec es un autor para aprender a mirar el mundo de otro modo. Como pequeños sociólogos aficionados, como paseantes observadores. ¿Qué mejor para el verano que aprender a mirar de otro modo?
Nunca había leído a Joan Didion como ensayista. Como novelista, que era lo que había en la biblioteca, nunca ha acabado de convencerme. Pero conseguí, después de mucho tiempo, hacerme con una copia de Los que sueñan el sueño dorado. Y es verdad que tiene algo. Es una recopilación de escritos periodísticos y pequeños ensayos y lógicamente los hay brillantísimos y más normalitos, pero los buenos son muy buenos. Me sorprende, eso sí, que la mirada clasista y siempre juzgadora que tiene Didion no haya sido repensada y recalificada en las últimas décadas. Más bien al revés, parece que siguen llegando legiones de seguidoras a sus textos.
¿Puedes oírme?, de Elena Varvello.
El explorador, de Tana French.
El reloj de sol, de Shirley Jackson.
Y ayer mismo, en una silla plegable a la orilla del mar, terminé de leer Después, de Stephen King.
Lo dicho, hay buenos libros recogidos en estos apuntes.
A la vuelta del verano habrá algunos más.
Ha habido libros decepcionantes, pero no vale la pena hacer sangre. Me los guardo, no lea alguien esta entrada en diagonal, los pille y luego me culpe.
Seguiremos leyendo. Y comentándolo de vez en cuando.
Felices lecturas
Sr. E