Los
nuestros, de Serguéi Dovlátov (Fulgencio Pimentel)
En la
editorial Fulgencio Pimentel han seguido este otoño publicando las
obras de Dovlátov. Podría decir sin exagerar demasiado que este
autor ruso ha sido mi gran descubrimiento de 2019, aunque ya había
leído antes algo suyo. Y sin ninguna exageración también puedo
decir que la labor editorial de este sello está siendo impecable con
la obra del ruso. Espero cada nueva entrega ya con la devoción del
fan entregado, y me gustaría (por si alguien de la editorial lee
estas palabras y quiere tomar nota) que el siguiente libro fuese La
zona.
La
peripecia editorial de Dovlátov había sido hasta estas nuevas
reediciones inconstante y variada. Si uno busca viejos ejemplares en
bibliotecas, se da cuenta de que aparecieron, cuando lo hicieron, en
editoriales pequeñas, que sacaron uno o dos libros y al no obtener
con ellos ni ventas ni prestigio, renunciaron. Ya lo he contado, pero
el primer libro de Dovlátov que leí, La extranjera, lo
rescaté de un expurgo en una biblioteca municipal. Estaba ahí ya
descatalogado, dejando pasar las horas hasta que un monstruo
triturador se lo llevara por delante, o hasta que alguien lo
rescatara.
El año
pasado ya leí Retiro, en las ediciones de Fulgencio Pimentel,
y confirmé que Dovlátov iba a ser alguien importante en esta etapa
lectora de mi vida. Las lecturas a principios de año de Oficio
y La maleta lo confirmaron y como contaba, me convirtieron en
uno de esos fans irredentos que esperan cualquier novedad relacionada
con su obsesión, su nueva obsesión. Y tampoco es que me pase el día
pendiente de si salen nuevas traducciones de Dovlátov, pero este
otoño, de paseo por librerías, vi que había llegado Los nuestros y
rápidamente lo cogí y lo traje a casa.
Los
nuestros, como La maleta, como tantas páginas de
Dovlátov, es autoficción, de esa que ahora se cuestiona y critica
tanto. Pero claro, no critiquemos lo colectivo y leamos a los
autores. Y Dovlátov es un escritor de primera. Y como en La
maleta, lo que Dovlátov hace en Los nuestros es escribir
su autobiografía, o parte de la misma, de modo indirecto. En La
maleta recurría a los objetos que definían su vida, los que le
acompañarían en una modesta maleta de exiliado que abandonaba
finalmente Leningrado y se marchaba a los Estados Unidos, y a través
de esos objetos nos contaba lo que realmente le interesaba contarnos,
su vida. Aquí recurre a parientes, amigos y seres cercanos, y a
través de sus andanzas (o pensamientos, porque algunos se mueven más
bien poco, hay algún aventurero en este libro de Dovlátov, pero hay
más imprudentes sedentarios que aventureros, abundan en la estirpe
de Dovlátov los bocazas capaces de buscarse la ruina sin apenas
poner el pie en el portal, un rasgo que comparte con orgullo el
escritor) dibuja su vida, su personalidad y hace un retrato colectivo
de un momento concreto de la URSS.
El
libro, aunque no alcanza el nivel (aunque lo releeré, porque no sé
si la culpa será de que no estaba yo tan predispuesto al nirvana
lector como con Oficio o La maleta) de otras obras que
he ido leyendo de Dovlátov, es estupendo. Y Dovlátov brilla entre
la mediocridad de novedades que se acumulan. Es un oasis para un
lector como yo. Un lector que ya espera nuevas entregas (y vuelve a
recomendar a la editorial que pase por La zona, los cuadernos
de la época que Dovlátov pasó como guardia en un campo de
concentración soviético) y seguirá atento a los nuevos rescates
del autor ruso. Mientras tanto, releeré pronto este, y quizá
también Oficio y La maleta.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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