jueves, 30 de diciembre de 2021

Mis cuentos pendientes de 2021 (II)

Mis cuentos pendientes de 2021 (II)

Vamos directamente a ello, que hay ganas de la cuenta atrás y el fin de año lector. Sin campanadas pero puede que con algún brindis.

Por motivos variados, recomiendo, de entre mis lecturas de este año:

Magia para lectores, de Kelly Link. Este libro lo escojo porque es una absoluta locura. Una maravilla sin límites narrativos. Quienes disfruten con las historias más locas de Neil Gaiman disfrutarán con esta autora. Está sonando mucho últimamente una novela de Laura Fernández, que no he leído, pero cuyos resúmenes y exégesis me han llevado a pensar en este. Y a sospechar que este debe superarlo. Estupendo.

Creadores de hits: Cómo triunfar en la era de la distracción, de Derek Thompson. No es un libro redondo, le falla la forma, a veces hay que esforzarse para no abandonarlo. Pero la idea central es muy potente y me tiene muy preocupado, qué está pasando con nuestra atención, qué están (y estamos) haciendo con ella, cómo se compra y se vende. Y relacionarlo con la incapacidad de que lo que llamamos viral sea realmente universal y duradero, como sí lo era la creación de hace apenas unas décadas.


La ola que lee, de César Aira. Apuntes de lectura de César Aira. Críticas y reseñas publicadas por aquí y allá, reunidas. Una joyita. Y un libro para pensar en por qué Aira es Aira y qué narrativa se hace en Argentina y por qué en España no hay un Aira ni se hacen demasiados libros realmente notables. Este es uno de esos libros que se celebran en España, pero que aquí serían imposibles. Porque un autor bien instalado, premiado (incluso aspirante al Nobel) le atiza a popes de la narrativa argentina cuando juzga que sus libros fallan (y lo hace razonadamente; Aira es histriónico, sí, pero también justo). Y sigue escribiendo sus extraños libritos. Aquí seguimos entretenidos con que Chirbes (muerto hace seis años) dijo algo malo de Pérez Reverte en un cuaderno personal, y dejando crípticos mensajes en redes sociales para que quien pueda entienda qué autor con novela muy esperada ha publicado un verdadero truño. Por si acaso, para no tener que ser el que pise la mierda y tenga que limpiarse la suela del zapato, yo ya no las leo.

Interesantes, recomendados, y a tener en cuenta: El ritmo perdido, de Santiago Auserón. Así se hacen las películas, de Sidney Lumet. Ensayos: Interpretaciones y pronósticos, de Lewis Mumford. Vacas, cerdos, guerras y brujas, de Marvin Harris. Montaigne y Castellio contra Calvino, de Stefan Zweig. Los terranautas, de T. C. Boyle. El colgajo, de Philippe Lançon.


Llegamos, que va tocando, a los diez libros del año (que como pasa últimamente vienen con alguno más escondido a modo de huevo de pascua). Sin dar demasiados detalles, y del 10 al 1 (un orden bastante arbitrario y que podría cambiar si rehiciera la lista en unos días, pero para eso hacemos las listas, para no volver a mirarlas y extrañarnos si lo hacemos):

10. Todos los besos del mundo, de Félix Romeo. Qué pena que no tengamos en nuestras letras a otro Félix Romeo. Que se muriera tan joven y se rompiera el molde. Este año he podido leer estos cuentos, una colección publicada por Xordica con detalle y amor donde se reúnen los cuentos que fue publicando por aquí y por allá. Me he encontrado con un libro precioso, lleno de hallazgos y puñaladas imprevistas (quienes lo conocían dicen que era muy besucón, de ahí el título, callan que también debía ser amigo de puñales), que es la marca de escritura de Romeo en Dibujos animados y en sus mejores textos, algunos de los cuales están en este volumen. Y también he visto cuentos que se salen del canon y apuntan hacia el observador / ensayista que fue y al que leímos en Por qué escribo (también disponible en Xordica).

9. Propiedad privada, de Lionel Shriver y Esto es placer, de Mary Gaitskill. Cada vez resulta más complicado que un libro pueda sorprenderme por su calidad como artefacto, por sus juegos técnicos o estructurales. Es uno de los problemas de leer mucho, que acabas por saberte todos los trucos. Estos dos libros me han sorprendido. Propiedad privada es probablemente, en esos aspectos técnicos, el mejor libro de cuentos que he leído este año. Me parecía muy complicado hacer una colección de cuentos con cohesión y sentido como conjunto y en el que los cuentos sean, a nivel individual, valiosos, y hacerlo con referencia a un mismo concepto, y uno en principio tan poco atractivo como el de la propiedad privada. Pero sale muy bien del desafío que ella misma se ha puesto. Solo la novela corta inicial justifica la existencia y lectura del libro. Esto es placer, de Mary Gaitskill, es un libro atrevidísimo, a nivel literario y político. Gaitskill huye de los malos que son muy malos y de los dibujos con lápices blancos y negros y traza la historia de un editor ya maduro al que un día, después de muchos años, alguien acusa de acoso. Una vieja amiga, que ha trabajado con él y lo conoce, querrá entender qué ha pasado. Y se dará cuenta de que a veces corremos demasiado a la hora de quemar a alguien, aunque lo conozcamos bien, en la hoguera. El libro es una trepidante sucesión de capítulos escritos por él y por ella, y salvando las muchas distancias me recordó a la película Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach, por su desarrollo y peso. Merece la pena buscarlo, leerlo, y pensarlo durante días.

8. Sale el espectro, de Philip Roth. Creo que ya no me queda ningún libro de Roth que pueda entrar en mi canon personal de sus obras. Este faltaba entre mis lecturas y fue un reencuentro feliz. Con lo mejor de Roth. Aquí en una versión si se quiere modesta de su potencial, pero llena de sus virtudes clásicas. Una capacidad de análisis portentosa. Un gran sentido narrativo. Unos personajes que ni son perfectos ni se acercan, y hacia los que no siente la obligación de tener piedad. Una gran novela.

7. Poeta chileno, de Alejandro Zambra. Tenía, sin tener muy claro por qué, serias reservas con Alejandro Zambra. Creo que alguna vez intenté leer uno de esos pequeños artefactos que le fue publicando Anagrama y salí de allí, si no espantado, en un ánimo cercano al espanto. Este año leí No leer, que me pareció ingenioso. Y después de más de un año de acercarme a la estantería de la Z en la biblioteca y volver sin el libro, acabé por coger Poeta chileno. Y me alegro de haberlo hecho. Es un libro divertido, lleno de literatura y de vida, y de esos personajes que circulan perdidos por ambos. Los poetas chilenos de Zambra son evidentes homenajes a esos personajes de Bolaño que eran poetas y eran chilenos, pero ni son tan románticos ni están tan desesperados. Son poetas chilenos menores, síntoma de unos tiempos menores, con menos ideales y más cinismo. El libro de Zambra quizá sea, a su vez, una obra menor de Bolaño. Un apunte al pie de página de las grandes obras de este. Lo cual es lógico porque no todos podemos ser Bolaño, solo Bolaño podía, y porque Bolaño hablaba de poetas en una dictadura donde se jugaban la vida y Zambra habla de poetas en la post – dictadura y en la post – post – dictadura donde solo se juegan, y no siempre, la dignidad. A veces nada más que el amor propio. Pero cómo duele el amor propio. Qué buen libro. Y qué preocupante que vayan dos años que entre las mejores lecturas haya homenajes evidentes a Bolaño que no alcanzan su mejor nivel pero que nos lo recuerdan claramente. No sé si hablará de mi degeneración como lector quedarme prendado del Vivir debajo de Gustavo Faverón el año pasado y de Zambra y su Poeta chileno en este.

6. El llano en llamas, de Juan Rulfo. Hay relecturas que he dejado aparte, porque eran relecturas conscientes, de libros que conozco a fondo y en los que siempre encuentro sorpresas, sí, pero tampoco grandes sorpresas. Al menos no de las que te cambian como lector. Lo de El llano en llamas, de Rulfo, ha sido otro tema. Leí a Rulfo en el pasado, sí, porque a Rulfo hay que leerlo, pero me he dado cuenta de que no había leído de verdad a Juan Rulfo. El llano en llamas es un mundo en miniatura, desolado y en el que parece que falta el aire a cada rato. Cada uno de los relatos es una piececita delicada y precisa, pero no son para nada juegos. No hay comodidad aquí. Hay dolor. Hay literatura que mancha. Mierda. Dolor. Miedo. Poco margen para el cariño. Y una escritura muy particular, que he visto esta vez muy emparentada con Kafka y con Salinger. Nada menos.

5. Contemplaciones, de Zadie Smith y Diario del año de la peste, de Daniel Defoe. Seguimos (aunque los efectos sean, y crucemos los dedos para que todo vaya a mejor, menos graves y urgentes) en medio de una pandemia. La peste de nuestro tiempo. Y eso ha condicionado, como a tanta gente se lo habrá condicionado, mis ánimos lectores. Y mis intereses en algunas épocas. Diario del año de la peste, de Defoe, es un referente clásico sobre este tema (y el referente, por ejemplo, de La peste de Camus). Pese a su apariencia de relato testimonial y a que la distancia histórica nos haga pensar que es tal testimonio, la verdad es que es una novela. Y una de las buenas. Que me hizo retorcerme de angustia y valorar lo poco que hemos avanzado cuando se trata de combatir ciertos males, que nos superan por peligrosos y desconocidos, y a la hora de buscar culpables y pensar que la virtud, cómo no, está de nuestro lado. Contemplaciones, de Zadie Smith, sí es un testimonio en directo. Son unos ensayitos breves, escritos a vuelapluma durante el confinamiento. Smith estaba en Nueva York, donde da clases, y va comentando temas que todos reconocemos, la falta de intimidad en una casa siempre llena de gente, cómo la falta de rutina nos puede afectar, lo agradecidos y asustados que estábamos al volver a la calle, la incomprensión ante la situación, el miedo que todo genera. Y lo hace viendo un poco más de lo que podíamos ver cuando el mundo eran esos metros cuadrados en los que vivimos habitualmente y en los que nos vimos forzados a pasar muchas más horas seguidas de lo que nunca nos hubiéramos imaginado.

4. El largo adiós, de Raymond Chandler. Todos, para bien y para mal, somos un poco hijos de Billy Wilder y de Raymond Chandler. No sé si esto es cierto, pero me gustaría creer que sí. Ya había leído, claro, esta novela. Leí todo lo de Chandler como a los dieciocho años, y no saboreé, ni mucho menos, todos los matices (ahumados, complejos, amaderados) de esta obra maestra. No de la novela negra, no del género policíaco. Sino simplemente una obra maestra, sin más apellidos.

3. Macarras interseculares: Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros, de Iñaki Domínguez. Este es un libro realmente sorprendente. Iñaki Domínguez logra aquí una historia apasionante sobre los macarras madrileños, a lo largo de sus décadas y barrios, de su esplendor y su gloria. Y sale de ese tema, que por limitado hubiera podido interesarme muy poco, y dibuja con gracia y precisión una sociedad que ha cambiado al compás de sus macarras, o en paralelo a ellos. Y cuesta mucho no verse reflejado en la decadencia callejera. Y cuesta mucho no pasear durante semanas, después de leer el libro, fijándose en detalles que pasaban antes inadvertidos, y que ahora hablan. 

2. Clics contra la humanidad, de James Williams. Williams, que trabajó en Google, y que es un hombre de una inteligencia superior, se dio cuenta en algún momento de que estaba convirtiéndose en un mutante. O quizá en un ciborg. Notó cómo su atención se dispersaba, pero no se trataba de que se dejara llevar por los estímulos inmediatos y se distrajera, se trataba de que todo a su alrededor era distracción y ese ruido continuo estaba cambiando su manera de estar en el mundo. De sentirlo y de relacionarse con él. Creo que a muchos nos resultará familiar la sensación. Él se mudó a Oxford, estudió filosofía, se doctoró y pensó mucho sobre el tema. Y la lectura de los ejemplos e imágenes que da James Williams, siempre muy finos, puede hacerte plantearte qué estamos haciendo con nuestro tiempo y nuestro cerebro. Muy recomendado. Muy importante. Tanto como silenciar las notificaciones de las aplicaciones, al menos.

1. La edad del desconsuelo, de Jane Smiley y Personajes desesperados, de Paula Fox. No sé con cuál de las dos quedarme, así que lo dejamos en un ex – aequo. Son dos novelas perfectas, concentradas, que tratan de momentos en la vida en los que parece que no sucede nada y lo que sucede es realmente importante. Puede, en algunos casos, que todo a tu alrededor se esté rompiendo y no te estés dando ni cuenta. Puede que tengas que replantearte qué estás haciendo con tu vida y qué vas a hacer con lo que queda de ella (que esperemos que sea mucho). Escrituras depuradas, poéticas, salingerianas. Historias que se desdoblan en subtramas que siempre suman. Libros perfectos. Lecturas de esas que se pueden repetir muchas veces.

 

Al modo de las tomas falsas al final de una película, hablaré de algunas decepciones: Yoga, de Emmanuel Carrère. Esta me la esperaba y podría decir que casi me merezco que no me gustara. El Carrère más ensimismado y con menos que contar de toda su producción. Ese. Para compensar, debo decir que leí con gusto a mediados de año la novela Fuera de juego, una de las que escribió al principio de su carrera. Siempre he dicho, y mantengo, que el Carrère novelista de ficción no era para nada un mal novelista. El bigote me parece un libro excelente. Y esta novela, que no inventa nada, es realmente sólida y me dio buenos momentos de lectura.

Me decepcionó también Segunda casa, de Rachel Cusk. Nunca ha llegado a enamorarme la trilogía anterior de Cusk, aunque le reconozco importantes valores literarios. Despojos sí fue un libro que me afectó y cuya lectura es de las que te hacen sangre. En esta novela, que continúa algunas de las líneas de la trilogía (no a nivel de trama ni de personajes, pero sí de mundo), no ha conseguido un libro redondo.

Este me ha dolido particularmente. Llegué a Parte de mí, de Marta Sanz, con muchas ganas. Esperaba algo parecido a Clavícula, que me gustó mucho. Pensaba que me encontraría con otro libro entre crudo, difícil y con el efecto fresco de la escritura en directo. Novela o no, que es lo de menos, Clavícula me gustó cuando lo leí y me gustó cuando lo releí, precisamente durante el confinamiento del que nos habla este Parte de mí, que recoge las anotaciones que la autora hizo durante el año 2020 en sus redes sociales. Con esa materia no debía esperar mucho, me dijo alguien a quien le comenté que el libro me había decepcionado. No es eso que solemos llamar obra menor, pues las hay muy valiosas. Es algo con escaso interés y poco que mostrar. Y creo que ni la autora ni la editorial necesitaban algo así. 

Y cierro estas decepciones con Lo que quiero decir, de Joan Didion. No pude leer El año del pensamiento mágico, ya lo siento, porque era incapaz de entrar en esa historia. Todo me parecía melodramático y un poco sobreactuado, y a la vez de una frivolidad inadecuada. Pero sigo escuchando hablar de las maravillas de la prosa de Didion. Y este volumen venía a ser (así nos lo ofrecieron) una selección de sus mejores páginas. Y hay buenas páginas, sí, buenas observaciones, alguna ocurrencia y dosis de intimismo pop. Pero no creo ni que estas sean las mejores páginas de una autora ni que si lo fueran justificaran el altar en el que está subida.

Y ya sí terminamos, que va tocando.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas

Sr. E


2 comentarios:

  1. Acabo de leer La edad del desconsuelo, y no la habría leído de no ser por tu recomendación. Me ha gustado mucho. ¡Gracias!

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  2. Es un libro magnífico.
    Si te animas, haz la parejita con Personajes desesperados, de Paula Fox.
    Me alegro de que se saquen buenas ideas de aquí, para eso se escriben estas líneas (además de para aclarar yo mismo mis ideas lectoras).
    Saludos cuentistas

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