domingo, 8 de septiembre de 2019

Vuelta al cole, vuelta al blog (II)


Vuelta al cole, vuelta al blog (II)

Enlazo con la anterior entrada, y continúo con la narrativa, aunque sea en formato gráfico.
Cómic
Los combates cotidianos, de Manu Larcenet: He terminado esta serie de cómics, de la que leí las dos primeras entregas a finales de 2018. Ahora he leído la tercera y la cuarta entrega. La serie de Larcenet es una de estas obras que no cuentan nada en particular, que simplemente nos muestran la vida, que nos dejan asomarnos por una historia costumbrista que comienza en un estado cercano a la depresión y acaba dándonos algo de esperanza. Marco, el protagonista de estos cómics, es un fotógrafo de guerra que desmotivado decide dejar temporalmente su trabajo e irse a vivir al campo. Allí irá asentándose, conociendo a la que será su pareja, tomando conciencia de algunas cuestiones importantes de la vida y de su pasado, comprendiendo mejor a sus padres, teniendo una hija y dándose cuenta de lo difícil que es dar el paso de hijo a padre, y las incoherencias a las que suele llevarnos.

Érase una vez en Francia, de Fabien Nury y Silvain Vallée: No sé cómo esta historia aún no ha llegado a las salas de cine. El mismo dibujo y los encuadres parecen muchas veces un storyboard ya preparado. Me imagino que al menos hasta el despacho de algunos productores ya habrá llegado, y no tardará en ser película, o serie. Lo que no tengo claro es si será una película francesa o americana. La historia de Joseph Joanovici da para seis cómics y daría para un peliculón. En España se ha editado en volúmenes con dos historias en cada uno, y en mi biblioteca solo he podido conseguir de momento los dos primeros volúmenes, así que me queda el tercio final. La historia nos lleva a la Francia ocupada, pero antes nos pasea por las penurias de la Europa de entreguerras, y después va hasta las conciencias limpias de quienes nunca quisieron reconocer ninguna mancha en la Guerra. Nos lleva de unos secretos a otros y nos enseña una importante colección de personajes con doble moral.

También he aprovechado visitas a la sala infantil de la biblioteca con mis hijos (y habría que hablar mucho sobre por qué estos cómics están siempre en la sala infantil) para releer un par de entregas de Tintín (Objetivo: la luna y Aterrizaje en la luna) y empezar la serie Bone, de Jeff Smith.

Ensayos fáciles de identificar como tales

La invención de la naturaleza, El nuevo mundo de Alexander Von Humboldt, de Andrea Wulf: Con estas biografías – ensayos tan completos uno acaba con la sensación de si no se está dando una importancia casi capital a un personaje (Von Humboldt), del que apenas se tenía constancia de su nombre, pero la escritura, tan apasionante, nos convence de que debía ser culpa nuestra, de nuestra inmensa ignorancia, no saber más de este gran personaje, humanista, viajero incansable, curioso impenitente, precursor de Charles Darwin, buen amigo y fuerte influencia en Goethe. Merece la pena dejarse llevar por la pasión de Humboldt por la naturaleza y el saber y el de su biógrafa por contarlo.

La vista desde las últimas filas, de Neil Gaiman: Gaiman me gusta mucho como narrador. Tiene libros muy divertidos (y este verano he visto la serie basada en su novela Buenos presagios, que me ha parecido que capta muy bien ese espíritu lúdico e irreverente del libro) y otros que trascienden el mero entretenimiento. Este libro, que no conocía y encontré por casualidad en la biblioteca, reúne pequeños textos de revistas, ensayos y discursos de Gaiman, en los que habla sobre la lectura, la escritura, escritores a los que conoce y otros a los que admira sin conocerlos (Gaiman es un lector entusiasta, de esos que intenta convencerte de las virtudes de lo que a él le gusta leer), sobre viajar con la imaginación, la libertad, y principalmente, al final, sobre hacer las cosas con pasión.

Biografías, memorias, diarios:
J. D. Salinger: una vida oculta, de Kenneth Slawenski. No soy un loco de Salinger pero sí he leído toda su obra publicada (lo cual no es difícil), y releo con cierta frecuencia algunos de sus cuentos y sobre todo las novelas cortas de Seymour: una introducción y Levantad, carpinteros, la viga del tejado. La figura de Salinger y los muchos rumores sobre su retiro y su silencio han dado para muchos libros y miles de leyendas entre lo urbano y lo esotérico. La biografía de Slawenski me gustó porque apenas da páginas a todas las habladurías y se concentra en la escritura de Salinger, y en el camino que fue recorriendo desde que decidió que sería escritor hasta que The New Yorker lo puso en su lista de escritores fijos y cómo el éxito de El guardián entre el centeno lo cambió todo, llevándolo a una dimensión que nunca llegó a asimilar. Es una biografía relativamente amable del escritor, pero ni mucho menos una hagiografía, y despertó en mí las ganas de releer ciertos textos bajo nuevos ángulos.

Ya viviste lo tuyo, de Anthony Burgess: La segunda parte (la primera es El pequeño Wilson y el gran Dios) de las memorias de Burgess comienza cuando a este le diagnostican un tumor cerebral y le dan menos de un año de vida. Burgess, que no había tenido ningún éxito como escritor hasta entonces (y que solo conocerá el éxito masivo cuando Kubrick haga la adaptación de La naranja mecánica, un éxito lleno de malentendidos), decide que escribirá muchos libros muy deprisa para dejarle como herencia los derechos de autor de esos libros a la que se convertirá en su viuda. De esa premisa un poco absurda nace un libro que muestra una vida que siempre es un poco absurda, la del escritor profesional, que cuanto más triunfa menos tiempo tiene para escribir. El diagnóstico de Burgess estaba equivocado y vivió treinta años más escribiendo a un ritmo tremendo, el que aprendió a llevar cuando pensó que se le acababa el tiempo, y vemos a un autor culto, inteligente, sarcástico, bebedor, que no esconde sus miserias.

Las cosas más extrañas (Salón de los pasos perdidos, 6), de Andrés Trapiello: Trapiello me ha resultado siempre un personaje literario como de otra época, como si fuera (y no lo conozco de nada, y hasta hace unos meses apenas había leído nada suyo, era una imagen formada a partir de verlo en alguna fotografía, haber oído alguna declaración) un escritor un poco antiguo, comprometido con lo suyo y solo con lo suyo, enroscado sobre su escritorio con sus cuadernos, más un contemporáneo de los Torrente Ballester o Delibes que un contemporáneo nuestro. He ido leyendo en los últimos años, en muchos sitios, elogios de sus diarios, de su Salón de los pasos perdidos, por ejemplo a Alberto Olmos, que es un entusiasta de los mismos. Hace unos meses leí El tejado de vidrio, el tercer tomo de esta serie, y me gustó y sorprendió muy favorablemente. Sirven los diarios de Trapiello, lo primero, para darse cuenta de cuánto ha cambiado la sociedad española en los últimos veinticinco años, y a la vez para ver lo poco que ha cambiado. Lo mucho que ha cambiado en lo aparente y circunstancial y lo poco que lo ha hecho en lo esencial, por así decir. Este sexto volumen, el segundo que leo, me ha dado muy buenos ratos de lectura antes de dormir durante el mes de agosto. El trabajo de prosa de Trapiello es muy bueno y desmiente la idea de un diario como una serie de anotaciones al vuelo, se nota que hay escritura, reescritura, pensamiento, sobre todo cuando algún diario ya hace referencia a la recepción de otro pasado, lo que ya sucede en este, dando lugar a una metalectura muy interesante. La figura de Trapiello que se va viendo aquí, con lo que de personaje tiene uno cuando es uno mismo el que escribe sobre sí, confirma parte de las ideas que podía tener uno, como lector, de Trapiello, antes de leerlo, un bibliófilo antiguo, un lector de clásicos, un señor que seguramente lee en un sillón orejero hasta el anochecer, que solo visita librerías de viejo (algo que de hecho confirma continuamente en sus diarios, con sus continuas visitas al Rastro, al que ha dedicado recientemente todo un libro), un tanto redicho y que vive en ese juego de decir que no le importa tener más o menos reconocimiento, lo que es probablemente una manera como otra de estar pendiente de ello. Para algunos de sus devotos lectores uno de los atractivos es reconocer en esas X., Y., P. que pueblan sus páginas a escritores amigos de Trapiello, enemigos de Trapiello, en cada momento lo que corresponda. Liberado como me encuentro de ese juego, siguen siendo una lectura muy entretenida, que como muchas obras nacidas sin mayor ambición quizá dibujan mejor su época que otras que nacieron con la vocación de hacerlo. Y tienen el encanto que tiene muchas veces la vida, un encanto tibio, modesto, en voz baja, pues como repite mucho una idea de estos diarios, si nos pasaran cosas realmente interesantes no estaríamos escribiendo diarios, si escribimos diarios es porque parece que no nos pasa nada destacable.

Lo que sea esto:

La noche de la pistola, de David Carr: Cuando David Carr tenía entre veinte y treinta años trabajaba como periodista, sobre todo de sucesos, iba de un problema en otro y sobre todo bebía y se drogaba con dedicación casi exclusiva. Una noche, después de ser despedido del periódico tras una de esas disyuntivas del tipo: o cambias de hábitos o dejas el trabajo, se recuerda siendo encañonado con una pistola por su mejor amigo (nada menos), para que abandone su casa. Cuando muchos años después, rehabilitado, con éxito profesional y una vida bastante ordenada, se pone a recordar esa noche, los testimonios parecen afirmar que fue él quien amenazó a su amigo con la pistola si no lo dejaba entrar en su casa, y Carr se da cuenta de que ni siquiera sabía que tuviera una pistola, algo que todos los testigos confirman que sí. Reflexionando sobre el gran vacío que tiene en la memoria sobre esos años de exceso, Carr empieza a investigarse a sí mismo y logra un libro estupendo (pero muy duro, claro, con muchas drogas, muchas muertes, muchos disparates, vidas destrozadas, cárcel y niñas pequeñas) que mezcla la autoficción con la no – ficción y la investigación periodística.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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