viernes, 22 de febrero de 2019

Amor a primeras líneas: Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow


Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow (DeBolsillo) o cómo mudarse al interior de un libro

No soy uno de esos lectores exagerados, de esos que pierden el contacto con la realidad mientras leen, no me creo un personaje. No soy Madame Bovary, para resumir, y por muy abstraído que esté en la lectura de un libro, si llaman al timbre, me entero. Si suena el teléfono me entero, y por eso lo silencio cuando lo que quiero es leer sin que me interrumpan. Cuando llega la noche y tengo mucho sueño y cojo un libro, el libro no llega a despabilarme hasta tal punto que me quite el sueño. Nunca me ha pasado lo de: “cogí el libro a las once de la noche y me dio el amanecer leyéndolo, ya terminándolo”. Por eso me ha hecho pensar especialmente lo que me ha pasado esta mañana, de camino al trabajo. El metro (o bus o cercanías) es un buen lugar para leer, siempre, claro, que uno no se tenga que meter uno en una de esas líneas a una de esas horas en las que bien parecen los vagones latas de conservas y es imposible hasta pasar la página. Por suerte yo entro a las ocho menos cuarto en una línea de metro bastante vacía y puedo disponer de tiempo de lectura sentado hasta que llego.

Esta mañana me llevé para los viajes de ida y vuelta al trabajo Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow. Ya lo leí hace muchos años y me apetecía darle una segunda vuelta. No es una de las consideradas obras maestras de Bellow (que quizá suelen ser siempre Herzog y El legado de Humboldt), aunque sí un libro bastante reconocido (Bellow es en general siempre un buen novelista, y pasa como con Philip Roth o Don DeLillo, no es tan fácil señalar las cimas). Es, por resumirlo fácil, una novela de formación.

Pero no quería hablar del libro en su conjunto, porque solo acabo de volver a comenzarlo, sino de su inicio, de esas primeras páginas en las que los libros de teoría y los cursos de escritura dicen que se marca el tono y el punto de vista. Todos hemos sentido la diferencia entre un libro que sabe atraerte hacia su interior y uno que no lo hace tan bien. He leído recientemente Lecturas de mí mismo, de Philip Roth, en uno de cuyos artículos se habla de las novelas de Bellow y otros novelistas americanos contemporáneos a los inicios de Roth. Y Roth se preguntaba de dónde venía tanta exuberancia en la prosa, tanta potencia narrativa. Y es verdad que las páginas de Bellow son densas y están llenas de materia, a veces un tanto gratuita exhibición de músculo.

No sé si el resto del libro me seguirá teniendo así de absorbido, pero el caso es que esta mañana, de camino al trabajo, me he pasado de parada, y creo que en más de diez años de uso diario o casi diario del Metro de Madrid es la primera vez que me pasa algo así, tal cual, darme cuenta dos paradas después de que se había pasado mi parada. Menos mal que voy con margen suficiente.

Y el libro empieza así, e invito a todo el mundo a unirse a él:
Soy norteamericano, de Chicago, sombría ciudad, Chicago, y encaro las dificultades como he aprendido a hacerlo, sin rodeos. Así será esta crónica, pues: de estilo libre; quien antes llama, antes es atendido, ya fuera inocente o no tan inocente su llamado. Dice Heráclito que carácter es destino. A fin de cuentas, no hay cómo disfrazar el jaez de tal llamado, ni almohadillando la puerta ni enguantándose la mano.
Sabido es que toda supresión es burda: suprimes una cosa y en el acto estás suprimiendo la de al lado.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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