lunes, 23 de diciembre de 2019

Pedigrí, de Georges Simenon vs. Un pedigrí, de Patrick Modiano, junto con Las mañanas del café Rostand, de Ismail Kadaré


Pedigrí, de Georges Simenon (Acatilado) vs. Un pedigrí, de Patrick Modiano (Anagrama), acompañados ambos por Las mañanas del Café Rostand, de Ismail Kadaré (Alianza)

Hay un tipo de autor que gana los Premios Nobel (Modiano), uno que siempre aspirará aunque probablemente muera sin ganarlo (Kadaré) y otro tipo de escritor al que nadie se ha planteado nunca en serio (quizá como boutade) dárselo (Simenon). Esa diferencia no habla a favor ni en contra de la obra de ninguno de ellos, ni tiene por qué hablar a favor o en contra de los Premios Nobel, añadiría. Es algo que sencillamente es así. Los lectores lo sabemos, y puede importarnos más o menos (o nada) a la hora de leer. No creo, y empiezo provocador, que quien haya leído un número suficiente de libros de Kadaré, Modiano y Simenon sitúe a Modiano en el primer lugar de sus afectos. Según días, yo no tengo del todo claro si Kadaré estaría por encima de Simenon o sería al revés, pero sé que Modiano vendría después de los dos, a cierta distancia.

Y eso queda dicho antes de añadir que Modiano tiene claras virtudes como narrador, el manejo de la memoria, la sutilidad escribiendo, y el dominio absoluto de una época, un lugar y sus recursos. Hasta se podría decir que Modiano es el dueño de un cierto tipo de libros parisinos, de posguerra y con una fuerte carga autobiográfica. Y siempre es un mérito haber sido el creador de algo. Suponiendo que realmente hubiera dos tipos de escritores, los que viajan de libro en libro moviéndose con las mismas formas y obsesiones, y quienes cambian de tema y adaptan la forma entre una obra y la siguiente, sin duda Modiano estaría en el primero de los grupos. En el fondo, como Kadaré y Simenon, aunque estos pueda parecer, en una primera fase de lectura, o desde una cierta distancia, que se mueven más.

Un pedigrí, de Modiano, son unas memorias de infancia y juventud en las que el autor se coloca aún más en el papel de narrador de lo que hace en los otros libros suyos que he leído (Una juventud, Los bulevares periféricos, El café de la juventud perdida). Modiano explica y se explica a través de la historia de sus padres, personajes extraños, que nunca acabaron de encontrar su hueco en el mundo y con ello hicieron que Modiano nunca tuviera una referencia fuerte en la que apoyarse (ni contra la que rebelarse, llegado el momento). Y lo hace en unos años en los que cada pequeña historia se entremezclaba aún con la Guerra Mundial recién terminada, con historias de la ocupación y con míticas valentías y miserables cobardías. Un pedigrí trabaja desde la idea (siempre un tanto afectada, aunque en muchos casos tenga algo de cierto) de que la literatura salvó al autor y protagonista. Un pedigrí, que ni mucho menos es un mal libro, se me queda corto si lo comparo con la impresión que guardo de la lectura de W o el recuerdo de la infancia, de Georges Pèrec, un autor al que Modiano creo que imita tomando formas casi opuestas (por incoherente que parezca), ya que también sentí que Los bulevares periféricos era como una versión reducida (y menor, y bastante peor) de Las cosas: una historia de los años sesenta y La vida: instrucciones de uso. Pero está claro que en Un pedigrí, Modiano, con el título elegido, más que con Pèrec, está dialogando con las memorias de Georges Simenon, tituladas, precisamente Pedigrí.

Pedigrí es un libro extraño en la narrativa de Simenon. Simenon, conocido en gran medida por su serie de novelas del inspector Maigret, uno de los grandes investigadores del alma humana del siglo XX, y más allá, por sus novelas negras – grises, en las que disecciona con habilidad de entomólogo las miserias y problemas de la clase media de provincias, y en las que no faltan referencias notables a los males del siglo XX (como por ejemplo en El tren, una novela sobre los campos de concentración) ni los experimentos casi existencialistas (La huida, un libro escrito a la sombra de Kafka y Camus y al que remite directamente El bigote, de Carrère). Pedigrí, de 1939, es una novela que Simenon aprovecha para escribir sus memorias de infancia y juventud bajo el nombre de otro niño y otro adolescente, al que trasvasa sus vivencias, las de su familia, sus inseguridades y heridas. Simenon le da al libro un tono íntimo que no es el habitual en sus novelas, en las que el dibujo psicológico de los personajes, siempre muy acertado, se hace desde fuera e incluso diría que con cierta frialdad. Tiene páginas magistrales y se cierra dejando paso a la continuación de esas memorias, una continuación que nunca escribió de manera directa, aunque Simenon sí escribió otros dos libros íntimos, tomando en esos casos la primera persona y su nombre propio, fue en Carta a mi madre y Memorias íntimas, libros que ahora mismo son imposibles de encontrar y que espero que en algún momento Acantilado (que ha decidido asumir a Simenon como lo que es, un autor de primera, un novelista fundamental del siglo XX, y ha ido reeditando algunos de sus libros) edite.

Pedigrí, desde el título, nos lleva a la idea de los antecesores como seres determinantes, la posición de los padres como precursores de la personalidad de un niño y a largo plazo del adulto en el que se convertirá. Los problemas de la infancia siempre son difíciles de superar, y muchos se quedan ahí, marcándonos. En este libro podríamos decir que los principales son el sentimiento de soledad, la incomprensión entre el niño y sus padres, y la inseguridad que ello le va provocando.

Con las inseguridades, aislamientos e incomprensiones ha trabajado siempre mucho (y bien) Ismail Kadaré, tanto con las inseguridades e incomprensiones propias del artista y el escritor como con las históricas, comunitarias y nacionales de su Albania natal. Kadaré es en sí mismo una literatura nacional, la albanesa, en una medida mucho mayor que la que se me ocurre para ningún otro autor – país. Tanto es así que en este libro, el último que de momento se ha publicado en España, Las mañanas del café Rostand, incluso lo llevan como parte de una pequeña comitiva al Vaticano a reunirse con cardenales para hablar de los problemas de su país. Las mañanas del café Rostand es un conjunto de textos memorialísticos, vivenciales, relacionados en mayor o menor medida con París, ciudad en la que Kadaré vive, yendo y viniendo a Tirana (en función de las circunstancias del país, sobre todo) desde hace décadas.

El primero de esos textos es el que le da título al libro, y nos habla de ese café, uno de esos clásicos cafés de París para escritores y periodistas, del que Kadaré se hace habitual desde que llega (después de múltiples peripecias literario – burocráticas) a París. Nos va mostrando las miserias y excentricidades habituales de esta clase de establecimientos.

Las mañanas del café Rostand, en general, es un libro de recuerdos de un escritor ya mayor, que recuerda los grupos de jóvenes poetas albaneses a los que frecuentaba en su juventud, que habla de su experiencia en el Instituto Gorki de Moscú (experiencia iniciática en su vida, a la que dedicó el estupendo libro El ocaso de los dioses de la estepa). Es un libro de paseos, en el que el autor, desde una edad avanzada, mira con ironía las cuestiones referentes al éxito (o al fracaso) literario, a la perdurabilidad de la obra de uno, a la trascendencia, y que se lee también con un ritmo reposado, de mesa de café de aires intelectuales y paseos por bulevares y jardines.

Fue en uno de esos paseos leídos cuando se me ocurrió volver a leer a Modiano. Kadaré cuenta que se cruzaba con él por los Jardines de Luxemburgo con frecuencia, y que los dos se reconocían pero fingían no conocerse, y que él, Kadaré, alguna vez pensó en saludarlo, y estaba decidido a hacerlo cuando apareció la noticia de que Modiano era por primera vez candidato al Nobel, condición en la que Kadaré llevaba ya décadas. Pensó que estaría bien felicitarlo y hacerle ver, por otra parte, que lo normal era no pasar nunca de esa condición. Esa conversación no llega, pero empiezan a saludarse con un gesto. Y unos meses después Modiano gana el Nobel y cuando Kadaré quiere encontrárselo para felicitarlo, se da cuenta de que ha desaparecido, y no regresa a sus paseos hasta meses después, cuando todo ha quedado atrás. Es un momento de narración muy bonito, muy representativo de este libro y de la siempre detallista escritura de Kadaré, que te transporta a donde quiere en cada página. Y es a la vez un ejemplo perfecto de una relación entre dos escritores en la que “el perdedor” no se muestra envidioso ante la suerte del vencedor, y una muestra de literatura en la que se nota que Kadaré sabe, como quien le lee, que él es mejor escritor, y que esa estirpe de grandes escritores que nunca ganaron el Nobel quizá sea la suya.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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