Pedigrí,
de Georges Simenon (Acatilado) vs. Un pedigrí, de Patrick Modiano (Anagrama),
acompañados ambos por Las mañanas del Café Rostand, de
Ismail Kadaré (Alianza)
Hay un
tipo de autor que gana los Premios Nobel (Modiano), uno que siempre
aspirará aunque probablemente muera sin ganarlo (Kadaré) y otro
tipo de escritor al que nadie se ha planteado nunca en serio (quizá
como boutade) dárselo (Simenon). Esa diferencia no habla a
favor ni en contra de la obra de ninguno de ellos, ni tiene por qué
hablar a favor o en contra de los Premios Nobel, añadiría. Es algo
que sencillamente es así. Los lectores lo sabemos, y puede
importarnos más o menos (o nada) a la hora de leer. No creo, y
empiezo provocador, que quien haya leído un número suficiente de
libros de Kadaré, Modiano y Simenon sitúe a Modiano en el primer
lugar de sus afectos. Según días, yo no tengo del todo claro si
Kadaré estaría por encima de Simenon o sería al revés, pero sé
que Modiano vendría después de los dos, a cierta distancia.
Y eso
queda dicho antes de añadir que Modiano tiene claras virtudes como
narrador, el manejo de la memoria, la sutilidad escribiendo, y el
dominio absoluto de una época, un lugar y sus recursos. Hasta se
podría decir que Modiano es el dueño de un cierto tipo de libros
parisinos, de posguerra y con una fuerte carga autobiográfica. Y
siempre es un mérito haber sido el creador de algo. Suponiendo que
realmente hubiera dos tipos de escritores, los que viajan de libro en
libro moviéndose con las mismas formas y obsesiones, y quienes
cambian de tema y adaptan la forma entre una obra y la siguiente, sin
duda Modiano estaría en el primero de los grupos. En el fondo, como
Kadaré y Simenon, aunque estos pueda parecer, en una primera fase de
lectura, o desde una cierta distancia, que se mueven más.
Un
pedigrí, de Modiano, son unas memorias de infancia y juventud en
las que el autor se coloca aún más en el papel de narrador de lo
que hace en los otros libros suyos que he leído (Una juventud,
Los bulevares periféricos, El café de la juventud
perdida). Modiano explica y se explica a través de la historia
de sus padres, personajes extraños, que nunca acabaron de encontrar
su hueco en el mundo y con ello hicieron que Modiano nunca tuviera
una referencia fuerte en la que apoyarse (ni contra la que rebelarse,
llegado el momento). Y lo hace en unos años en los que cada pequeña
historia se entremezclaba aún con la Guerra Mundial recién
terminada, con historias de la ocupación y con míticas valentías y
miserables cobardías. Un pedigrí trabaja desde la idea
(siempre un tanto afectada, aunque en muchos casos tenga algo de
cierto) de que la literatura salvó al autor y protagonista. Un
pedigrí, que ni mucho menos es un mal libro, se me queda corto
si lo comparo con la impresión que guardo de la lectura de W o el
recuerdo de la infancia, de Georges Pèrec, un autor al que
Modiano creo que imita tomando formas casi opuestas (por incoherente
que parezca), ya que también sentí que Los bulevares periféricos
era como una versión reducida (y menor, y bastante peor) de Las
cosas: una historia de los años sesenta y La vida:
instrucciones de uso. Pero está claro que en Un pedigrí,
Modiano, con el título elegido, más que con Pèrec, está
dialogando con las memorias de Georges Simenon, tituladas,
precisamente Pedigrí.
Pedigrí
es un libro extraño en la narrativa de Simenon. Simenon, conocido en
gran medida por su serie de novelas del inspector Maigret, uno de los
grandes investigadores del alma humana del siglo XX, y más allá,
por sus novelas negras – grises, en las que disecciona con
habilidad de entomólogo las miserias y problemas de la clase media
de provincias, y en las que no faltan referencias notables a los
males del siglo XX (como por ejemplo en El tren, una novela
sobre los campos de concentración) ni los experimentos casi
existencialistas (La huida, un libro escrito a la sombra de
Kafka y Camus y al que remite directamente El bigote, de
Carrère). Pedigrí, de 1939, es una novela que Simenon
aprovecha para escribir sus memorias de infancia y juventud bajo el
nombre de otro niño y otro adolescente, al que trasvasa sus
vivencias, las de su familia, sus inseguridades y heridas. Simenon le
da al libro un tono íntimo que no es el habitual en sus novelas, en
las que el dibujo psicológico de los personajes, siempre muy
acertado, se hace desde fuera e incluso diría que con cierta
frialdad. Tiene páginas magistrales y se cierra dejando paso a la
continuación de esas memorias, una continuación que nunca escribió
de manera directa, aunque Simenon sí escribió otros dos libros
íntimos, tomando en esos casos la primera persona y su nombre
propio, fue en Carta a mi madre y Memorias íntimas,
libros que ahora mismo son imposibles de encontrar y que espero que
en algún momento Acantilado (que ha decidido asumir a Simenon
como lo que es, un autor de primera, un novelista fundamental del
siglo XX, y ha ido reeditando algunos de sus libros) edite.
Pedigrí,
desde el título, nos lleva a la idea de los antecesores como seres
determinantes, la posición de los padres como precursores de la
personalidad de un niño y a largo plazo del adulto en el que se
convertirá. Los problemas de la infancia siempre son difíciles de
superar, y muchos se quedan ahí, marcándonos. En este libro
podríamos decir que los principales son el sentimiento de soledad,
la incomprensión entre el niño y sus padres, y la inseguridad que
ello le va provocando.
Con
las inseguridades, aislamientos e incomprensiones ha trabajado
siempre mucho (y bien) Ismail Kadaré, tanto con las inseguridades e
incomprensiones propias del artista y el escritor como con las
históricas, comunitarias y nacionales de su Albania natal. Kadaré
es en sí mismo una literatura nacional, la albanesa, en una medida
mucho mayor que la que se me ocurre para ningún otro autor – país.
Tanto es así que en este libro, el último que de momento se ha
publicado en España, Las mañanas del café Rostand, incluso
lo llevan como parte de una pequeña comitiva al Vaticano a reunirse
con cardenales para hablar de los problemas de su país. Las
mañanas del café Rostand es un conjunto de textos
memorialísticos, vivenciales, relacionados en mayor o menor medida
con París, ciudad en la que Kadaré vive, yendo y viniendo a Tirana
(en función de las circunstancias del país, sobre todo) desde hace
décadas.
El
primero de esos textos es el que le da título al libro, y nos habla
de ese café, uno de esos clásicos cafés de París para escritores
y periodistas, del que Kadaré se hace habitual desde que llega
(después de múltiples peripecias literario – burocráticas) a
París. Nos va mostrando las miserias y excentricidades habituales de
esta clase de establecimientos.
Las
mañanas del café Rostand, en general, es un libro de recuerdos
de un escritor ya mayor, que recuerda los grupos de jóvenes poetas
albaneses a los que frecuentaba en su juventud, que habla de su
experiencia en el Instituto Gorki de Moscú (experiencia iniciática
en su vida, a la que dedicó el estupendo libro El ocaso de los
dioses de la estepa). Es un libro de paseos, en el que el autor,
desde una edad avanzada, mira con ironía las cuestiones referentes
al éxito (o al fracaso) literario, a la perdurabilidad de la obra de
uno, a la trascendencia, y que se lee también con un ritmo reposado,
de mesa de café de aires intelectuales y paseos por bulevares y
jardines.
Fue en
uno de esos paseos leídos cuando se me ocurrió volver a leer a
Modiano. Kadaré cuenta que se cruzaba con él por los Jardines de
Luxemburgo con frecuencia, y que los dos se reconocían pero fingían
no conocerse, y que él, Kadaré, alguna vez pensó en saludarlo, y
estaba decidido a hacerlo cuando apareció la noticia de que Modiano
era por primera vez candidato al Nobel, condición en la que Kadaré
llevaba ya décadas. Pensó que estaría bien felicitarlo y hacerle
ver, por otra parte, que lo normal era no pasar nunca de esa
condición. Esa conversación no llega, pero empiezan a saludarse con
un gesto. Y unos meses después Modiano gana el Nobel y cuando Kadaré
quiere encontrárselo para felicitarlo, se da cuenta de que ha
desaparecido, y no regresa a sus paseos hasta meses después, cuando
todo ha quedado atrás. Es un momento de narración muy bonito, muy
representativo de este libro y de la siempre detallista escritura de
Kadaré, que te transporta a donde quiere en cada página. Y es a la
vez un ejemplo perfecto de una relación entre dos escritores en la
que “el perdedor” no se muestra envidioso ante la suerte del
vencedor, y una muestra de literatura en la que se nota que Kadaré
sabe, como quien le lee, que él es mejor escritor, y que esa estirpe
de grandes escritores que nunca ganaron el Nobel quizá sea la suya.
Seguiremos
leyendo
Felices
lecturas
Sr. E
No hay comentarios:
Publicar un comentario