Cuentos completos, de E. L. Doctorow, Ed. Malpaso
(2.015)
Acercarse a los cuentos
completos de un autor siempre es una experiencia muy parecida a ver sus álbumes
de fotos. Vemos al pequeño autor colegial garabateando sus primeros relatos, y
muchas veces vemos al escritor consagrado en el que se ha convertido, logrando
ese reconocimiento muchas veces a través de la novela, aunque sin renunciar a
su faceta de escritor de relatos. Creo que ya he usado esta imagen otras veces,
pero me parece que ayuda a visualizar los cambios en el estilo y la escritura
que se pueden rastrear a lo largo de treinta o cuarenta años de actividad
cuentística.
E. L. Doctorow es uno
de esos novelistas que llegan a España con la vitola de gran novelista
americano pero que me da la sensación de que no llegaron nunca a cuajar aquí.
Según los críticos es un autor central de las últimas décadas pero no me parece
que tenga una gran presencia aquí. Doctorow ha ido narrando, en sus grandes
novelas, por ejemplo en la famosa Ragtime,
llevada al cine, o en La gran marcha,
acontecimientos de la historia americana reciente. En sus cuentos no se acerca
tanto a esa gran historia de la nación, sino a esas historias personales que al
final, al modo en que el Universo está formado por partículas que en sí no
dicen mucho, acaban siendo los motores de la vida colectiva.
Los editores aclaran en
el prólogo que esta edición en español de sus Cuentos completos es la primera
de estas características que ha aparecido en ninguna lengua, y que Doctorow
estuvo colaborando activamente con ellos hasta el mismo momento de su muerte,
ocurrida durante el verano pasado, pocos meses antes de la publicación de este
volumen. Me parece un acierto de la editorial haber apostado por este libro, y
habla bien de ellos que Doctorow, uno de esos autores americanos que alguna vez
recibieron la etiqueta de eterno candidato al Nobel, decidiera colaborar con
ellos.
Doctorow se muestra
como un narrador de gusto clásico, sobrio, pero que no rehuye cierto
experimentalismo. Doctorow, en esta primera lectura de su obra, me ha llevado a
pensar en esa estirpe de sólidos narradores americanos que miran el mundo desde
un gran bagaje cultural y una distancia irónica. Me ha gustado no encontrar en
este libro a un cuentista lacónico, de esos que han malinterpretado a Chéjov, o
a Hemingway o en las últimas décadas a Carver. En Doctorow, pensando en mis
lecturas, he encontrado ecos de Saul Bellow y de Bernard Malamud, a quien leí
no hace demasiado. El Doctorow cuentista se preocupa de retratar, sin grandes
aspavientos, vidas bastante normales. Gustándome esos cuentos, me han gustado
más los cuentos (que son los menos) en los que escapa más de la realidad y se
atreve a vivir en la cabeza de sus personajes. Uno de los primeros cuentos, y
seguramente el que más me ha atraído de todo el volumen, El escritor de la
familia, está en esa línea. A través de una mentira familiar, en la que todos
deben participar como en un complot, vemos cómo un adolescente va volviéndose
un escritor, y aquí con escritor debemos entender un mentiroso, que es uno de
los conceptos a los que quienes escribimos acabamos por sentirnos cercanos (a
la hora de narrar, en lo personal cada uno será un mundo). Este cuento me ha
remitido de manera bastante directa a esos cuentos de Tobias Wolff y de John
Cheever en los que un personaje, con aspiraciones de grandeza, acaba teniendo
dificultades para distinguir la realidad de lo que sucede en su cabeza. La prosa de Doctorow es práctica, ágil y sin embargo plástica. Tiene una poética sin adornos en la línea de un Francis Scott Fitzgerald.
Hacia la mitad del
libro está el nivel medio más alto de toda la colección. Glosas a las canciones de Billy Bathgate, Jolene: una vida, Bebé Wilson
o Walter John Harmon son cuatro
cuentos que no desentonarían en ninguna buena antología de relato breve
norteamericano. Todos ellos nos enfrentan a lados oscuros (unos más y otros
menos, por supuesto) del llamado sueño americano. Glosas a las canciones de Billy Bathgate me ha recordado el relato
El ángel esmeralda de Don DeLillo. Tanto Doctorow como DeLillo se criaron en
barrios que no eran precisamente los más elegantes y sofisticados de Nueva
York, en años parecidos, pues ambos nacieron en mitad de la Gran Depresión, y
esa infancia que no debió ser regalada, asoma en estos cuentos. Jolene: una vida, podría titulares Jolene: una huida, pues en sus páginas
vamos viendo a la protagonista, esa Jolene del título, ir de un lado a otro,
persiguiendo un futuro que ni ella misma tiene claro dónde puede estar. El
fragmentarismo con el que está construido el relato realza esa falta de
seguridad que transmite.
Bebé
Wilson es una especie de historia de amor esquizoide, en
la que el narrador se ve atrapado en un mundo desquiciado, creado por su novia
o amante, que está totalmente desequilibrada y decide robar un bebé del
hospital y se convence de que es suyo. Convertidos en perseguidos, acabarán
formando una familia. Una vez entrado en ese mundo, no deja de ser un relato a
su manera bonito, de una familia que trata de encontrar su lugar en el mundo.
Pero de primeras es un cuento duro, por momentos desagradable. Walter John Harmon se mete en el mundo
de las sectas, otra de las ideas que conecta al autor con DeLillo. Y nos
muestra al líder de una de ellas, el que le da título, que no es más que un
alcohólico, ludópata y protodelincuente que vio la luz y tuvo la suficiente
fuerza como para convencer a otros seres débiles de la necesidad de seguirlo.
Vidas
de los poetas, la narración que cierra el libro, está
más cerca, por extensión y estructura, de la novela corta que del relato
clásico. Aquí, Doctorow se deja llevar más al mundo de la autoficción y los
recursos metaliterarios. En cierto modo pretende llevarnos a conocer la vida de
un autor de cierto prestigio, neoyorquino, un claro trasunto de él mismo, y de
las personas con las que se relaciona en universidades, lecturas, manifiestos,
acontecimientos políticos y literarios a los que muchas veces no sabe decir que
no, aunque sea lo que le apetezca. Este texto me parece otro de los más
interesantes, pues aunque le falta un poco de intensidad, muestra otra cara más
del escritor que ha recogido aquí sus textos breves, y sabe ponernos del lado
de su mirada irónica y descreída.
No todos los cuentos de
Doctorow son obras de un gran cuentista. Pero un libro que recoge una muy buena
novela corta y al menos media docena de buenos cuentos, y probablemente una
obra maestra como es El escritor de la
familia, es un libro que merece la pena leer. En él encontramos a un
narrador muy sólido, con variedad de recursos, que trata a la narrativa breve
con respeto, y que consigue muy buenos resultados. Nunca he leído sus novelas y
no sé si serán más o menos accesibles, pero este libro debe ser,
definitivamente, una buena puerta de entrada a su obra.
Felices lecturas
Sr.E
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