Yo
estoy vivo y vosotros estáis muertos, Philip K. Dick 1928 – 1982,
de Emmanuel Carrère (Ed. Minotauro).
“Yo
estoy vivo y vosotros estáis muertos” es una frase entresacada de
la novela Ubik, de Philip K. Dick. En esta novela, como en
muchas de Dick, uno de los personajes sufre una epifanía en cierto
momento de la trama. Encuentra, de hecho, un hilo suelto que le lleva
a pensar que el tapiz en el que creía estar viviendo no es inocente.
No sólo no es inocente sino que todo, o gran parte de todo, es
mentira. Y cuando los personajes de Dick que han visto que algo está
fallando se pongan a tirar del hilo suelto, irán viendo cada vez más
peligros, más mentiras, y en muchos casos serán tomados por
trastornados que gritan insensateces.
Esa,
con las particularidades de cada trama, podría ser la sinopsis
básica de muchas de las obras de Dick que he leído (El hombre en
el castillo, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, la
propia Ubik), y por lo que fui capaz de entender de esa locura
de libro que es Valis, y ahora de esta biografía de Carrère,
fue también una constante de la propia vida de Philip K. Dick.
Se
ha calificado a Dick en muchas ocasiones de autor paranoide o
esquizoide. Quizá se ha abusado tanto de esas palabras que se le ha
acabado por quitar toda la carga a ambos adjetivos, cuando la verdad
es que los dos se adaptan bastante bien a su vida y a su escritura,
pero el hecho de que seamos unos paranoicos, como decía Cortázar en
aquel cuento de Charlie Parker, no quiere decir que no nos estén
siguiendo.
La
hermana melliza de Philip K. Dick murió al poco de nacer, y sus
padres, que tenían poca esperanza en que él sobreviviera, le
prepararon una lápida a su lado. Dick vivió el resto de su vida
agobiado por la idea de esa lápida. Agobiado por la idea de la
muerte, y también agobiado por vivir.
Carrère
nos lleva de viaje por la vida de Dick, que es tanto como decir por
la escritura de Philip K. Dick, que es tanto como decir que nos lleva
de viaje por su locura.
El
entorno social en el que se cría, la presencia de la caza de brujas,
acentúan algunos rasgos de la personalidad del autor. La locura de
Dick va a más con los años, pero la relación de su escritura con
la paranoia viene desde el principio. Dick, inicialmente, quiere ser
un escritor al que consideren serio, un novelista importante. Pero
parece que lo que mejor se le da es escribir cuentos de ciencia –
ficción. Dick se niega a ser considerado un simple autor pulp y
va buscando pasar a otro tipo de narrativa. Su primera mujer lo frena
en ese sentido, pues lo que quiere es que produzca y gane dinero. La
segunda, en un principio, lo apoya a escribir y no preocuparse más
que por escribir, pero Dick se va sintiendo atrapado en la relación
que mantienen y que pronto se deteriorará.
Carrère,
como escritor, empatiza con los problemas a los que se enfrenta Dick.
Le aporta también al lector el valor, como intérprete de la obra de
otro, de encontrar esquemas de las tramas que se repiten, ideas que
traslada de una novela a otra, temas que le obsesionan. No da la
sensación en ningún caso que Carrère sea un fan de Philip K. Dick,
pero sí un escritor francés de escaso renombre que ha comprendido
que la figura del americano está en continua expansión y que su
mundo hace mucho que dejó atrás al de los seguidores de los géneros
de la fantasía y la ciencia ficción y ha extendido los tentáculos
de su influencia por toda la literatura. Roberto Bolaño, sin ir más
lejos, consideraba a Dick uno de los 10 mejores novelistas americanos
del siglo XX, y ahí hubo competencia, y Dr. Bloodmoney una de
las mejores novelas del siglo XX. Carrère cuenta la vida y la obra
de Philip K. Dick desde un discreto segundo plano, sin inmiscuirse
demasiado en la narración. Y no trata de buscar conexiones
psicoanalíticas forzadas entre la vida y la obra del autor
californiano. Sí busca dar respuesta a si algunos tópicos sobre la
vida y obra de Dick (paranoia, drogas, religiosidad, …) tenían una
base real o no.
Me
ha gustado mucho el lío en el que se mete con Stanislaw Lem, de
quién decía que era un agente de la KGB, mientras el polaco decía
que Dick era el único escritor del mundo de la ciencia – ficción
que valía la pena, o cómo, me imagino que por dirigirse a su público local, Carrère habla de un viaje de Dick a Francia en los setenta
en el que llega para ser agasajado por la contracultura local, que
acaba sorprendentemente decepcionada con un hombre que se pone a
hablar de San Pablo.
Dick
nunca deja de ser, en toda su vida, un niño grande, obsesionado con
algunas ideas, con pocas aficiones, con escasa habilidad para las
relaciones sociales, y lleno de miedos. Llegando a los años sesenta,
Dick empieza a ser considerado por un reducido grupo de seguidores
como una especie de profeta iluminado. Dick coincide en un espacio
como California y un tiempo como los sesenta con el auge del LSD, y
muchos empiezan a leer sus obras a la luz de esta droga. Pero la
verdad es que según la biografía Philip K. Dick llegó al LSD y las
drogas recreativas mucho después de que lo hicieran sus obras.
También
en los sesenta Dick obtiene algunos premios, aunque siempre en el
ámbito de la ciencia ficción y la fantasía, unos límites que él
sentía que sobrepasaba. Igual que lo entendían muchos de sus
seguidores, que lo tenían como un pope de la contracultura, un tipo
con cara de trastornado, con tendencia a engordar, barba de oso cana,
que se perdía en sus divagaciones hablando, que tenía una gran
cultura sobre temas de los que sólo él parecía saber algo, como
los gnósticos y los evangelios apócrifos, temas que le fascinaban y
hacia los que se fueron orientando sus últimos libros. Es en esta
década, antes de desorientarse del todo, cuando da algunas de sus
mejores novelas, particularmente El hombre en el castillo y a
principios de los setenta Fluyan mis lágrimas, dijo el policía.
Lo
que sí fue siempre Dick fue un gran consumidor de drogas de
farmacia. Era un entendido y se bastaba para recetarse pastillas que
lo mantuvieran despierto y aumentaran su concentración, ayudándole
a mantener su alto ritmo de producción literaria. Y también sabía
qué pastillas tomar para conseguir calmarse y acallar sus demonios
interiores durante un rato.
A
mediados de los setenta se metió de lleno en libros cuasi
religiosos, en los que cuesta distinguir la realidad no de la
ficción, sino de la locura. Valis, a la que Carrère dedica más de
un capítulo, es una obra en la que Dick narra momentos en los que su
existencia se ha cruzado con otras existencias pasadas, en las que de
alguna manera ha visto, si no a Dios, a algo divino. Mario Levrero,
en La novela luminosa, tenía en cierto modo la intención de
hacer algo parecido tomando ese libro como modelo.
Cuando
se estrenó Origen, de Christopher Nolan, leí en alguna
crítica la continua referencia al mundo narrativo de Philip K. Dick,
a sus confusiones entre distintos mundos que se cruzan, a las
realidades falsas. Y leí también que alguien afirmaba que quizá
sin que los demás fuéramos muy conscientes, Dick se había situado
como uno de los artistas (en el sentido amplio) más influyentes de
finales del siglo XX y principios del XXI, lo que iba de Blade
runner, basada en su relato ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? a esa Origen. Cuesta mucho encontrar a otro escritor o
cineasta en el que tengan importancia las visiones del futuro, la tendencia a la
distopía maníaca o cómo un mundo soñado puede colarse en el que
se creía real, volviéndose pesadilla, y no estén muy claramente
marcadas por la obra de Dick. En cierto modo es verdad, Dick ha marcado el
modo en que tenemos pesadillas con el futuro, y da miedo pensar en
todo lo que hubiera podido fabular con las redes sociales y el
control al que nos someten a través de ellas e Internet.
Interpreto,
finalmente, que el título de Carrère, aunque él no lo diga, va
también por la línea el enorme peso de Philip K. Dick en la
literatura posterior. Él, que murió sin un gran reconocimiento,
sigue marcando el rumbo de muchos aspectos del mundo cultural,
mientras otros muchos, que se creen vivos, que recogen críticas
positivas y premios, serán pronto olvidados, y sin saberlo, están
muertos mientras Dick permanece.
Buenas
lecturas
Sr.
E
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