Los
peligros de fumar en la cama, de Mariana Enríquez (Anagrama)

Los
peligros de fumar en la cama es una colección de 12 relatos de temas
reconcentrados y que se repiten con cierta ansia cíclica y tonos y
tratamientos muy variados. Hay narradores de todo tipo de voz y
consistencia, y hay unos mundos reconocibles, urbanos, centrados en
Buenos Aires, de donde se sale con frecuencia pero a donde siempre se
vuelve, mundos que son a veces los de la adolescencia, con sus
rarezas, a veces los del final de la adolescencia, otras los de la
adultez precaria en la que se siguen moviendo profesionales de más
de treinta que nunca van a dejar de ser adolescentes. La normalidad
lo define todo, y supongo que eso hace que la referencia a Cortázar
sea acertada.
Uno,
como lector, encuentra en las páginas de Mariana Enríquez rastros
de finura de Cortázar, roturas de lo cotidiano en forma fantástica
que recuerdan al argentino pero también tienen algo de Shirley
Jackson. Aunque en este libro Mariana Enríquez es mucho menos sutil
que Jackson. Y eso no lo digo como algo malo, me parece una marca de
estilo y construcción de la autora, la sutilidad está muy bien
cuando es la marca natural de la historia, pero no hay por qué
forzarla. En su falta de sutilidad, en que la idea potente del relato
aparezca de repente, rompa la escena cuando es necesario y quede bien
expuesta, a la vista, para nuestro horror, he pensado en muchos
cuentos de Stephen King, Richard Matheson y Anna Starobinets.
También, por el tono cruel y desapegado con el que las narradoras
cuentan algún suceso, he pensado en Patricia Highsmith, y el retrato
de la fuerza de los grupos de chicas adolescentes me ha hecho
acordarme en lo que he leído de Mónica Ojeda.
Al
final reconocemos en cada libro nuevo que leemos rastros de los
muchos libros que ya hemos leído antes, pero eso no habla más que
de nuestros sesgos lectores. En cualquier caso, para ir convenciendo
al posible lector de esta entrada de la conveniencia de leer el libro
de Mariana Enríquez, repito: Cortázar, Shirley Jackson, Stephen
King, Richard Matheson, Anna Starobinets, Patricia Highsmith, Mónica
Ojeda. Nada mal.
Agarrándonos
a un horrible tópico, diríamos que los 12 cuentos de Los peligros
de fumar en la cama son 12 puñaladas. 12 historias en las que
aparecen con frecuencia los elementos fantásticos, extraordinarios,
pero en muchos de ellos, cuando lo hace, sirve de escape, llega para
resolver la historia, darle salida al malestar que la autora ha ido
creando en nosotros. Lo inquietante, lo verdaderamente inquietante, y
es la palabra, inquietante, que mejor describe estas historias, no se
construye ni con espíritus ni con comportamientos perturbados, sino
con la llamada normalidad, con la rutina, con las amigas, con la
familia, con las relaciones diarias y con sus grietas y silencios. En
algunos relatos la irrupción del elemento fantástico, que lleva a
la resolución del relato (y en muchas historias lo hace al final, de
repente, apareciendo, y por eso hablo de una cierta anti –
sutilidad, porque la construcción de la atmósfera es suave y
delicada, y su ruptura es un choque rápido y violento).
El
desentierro de la Angelita, el primer cuento, no da miedo, es un
relato de extrañamiento, una familia descubre sin querer los huesos
de una hermana de la abuela, que murió de niña, y ese espíritu,
esa angelita, con la carne podrida, incapaz de comunicarse, empieza a
convivir con la nieta, quien no sabe qué hacer para deshacerse de
ella.
La
virgen de la tosquera, el segundo, ha sido mi primer encuentro
con el verdadero malestar. Un grupo de amigas, celos por un chico,
descubrimientos, humillaciones cruzadas, malas miradas, rencores y un
final crudo en que el elemento sobrenatural no es más que el medio
que encuentra la crueldad de una de las chicas para vengarse de las
humillaciones sufridas. En este relato, como en otros muchos, la
narradora es parte de la acción, está en el grupo, pero no es ni la
víctima directa, o la víctima que se lleva la peor parte, ni la
parte más activa de las castigadoras, porque hay un cierto elemento
de castigo.
Carrito
es uno de los que menos me ha impactado, aunque está muy bien
narrado. Un mendigo es humillado en una calle de la ciudad y la
desgracia se cierne sobre los habitantes del vecindario, que empiezan
por perder trabajos y dinero y acaban desnaturalizados y llegando al
primitivismo. La familia de la única mujer que defendió al mendigo
es la única que se libra de su maldición, pero eso no significa ni
mucho menos que puedan estar tranquilos, pues pueden despertar los
celos de todos los demás.
El
aljibe es una de esas historias de violencia familiar. Deja muy
mal cuerpo. Una familia que parece cargar con la maldición del
miedo, un miedo que tiene casi paralizadas a las mujeres del clan,
decide hacer un viaje a la costa a visitar a una bruja que puede
solucionarlo. Y lo soluciona, pero pasándole la maldición,
concentrada, a la más pequeña de las hijas, que vivirá con ello,
hasta que descubra que su madre y su abuela firmaron ese pacto con el
diablo.
Rambla
triste viaja hasta Barcelona, y más allá de la ambientación
local, cuenta una historia muy bien hecha de barrios que se quedan
atrapados en sus dinámicas locas en medio de ciudades cada vez más
vendidas a los turistas. La identificación que la historia hace
entre las fuerzas que llevan a alguien que se pasa el rato
maldiciendo su entorno a no salir jamás de él y esos típicos
duendes de historias que boicotean a los humanos me ha parecido
brillante.
El
mirador es una historia de fantasmas de la que mejor no contar
mucho. Una chica que está pasando por una mala racha, depresiones y
pastillas, se va de vacaciones a un hotel. Allí siempre se ha
contado que hay un fantasma. La fantasma, porque también es una
chica, se fija en ella.
Dónde
estás, corazón, es un relato raro. Creo que uno de los que más
me ha hecho pensar en la extraña crueldad de Highsmith y la relación
de las narraciones de Anna Starobinets con la enfermedad y los
problemas físicos. Es un relato sobre deseo y fetichismo. Una chica
va descubriendo que le excitan los enfermos graves, aquellos que
están cerca de la muerte, y que su mayor pasión son los enfermos
del corazón, aquellos que tienen soplos, taquicardias, problemas
para recuperar el pulso después del esfuerzo, aquellos que siempre
están expuestos a que la vida les falle.
Carne
es un cuento desagradable. Adolescencia, fanatismo, música rock y
canibalismo. Una mezcla así. Perturba pero quizá es demasiado crudo
para mi gusto.
Ni
cumpleaños ni bautismos vuelve al mundo de los fetichismos. Un
chico con una cámara de cine se ofrece para grabar cosas raras.
Pronto tiene encargos de pedófilos, fetichistas, y el caso que
centra la historia, una familia que quiere demostrarle a su hija que
realmente no la posee ningún demonio. La graba durante sus
posesiones, y no hay nada extraño, más allá de tabúes,
silencios familiares, y mirones. Surgirá un extraño amor. Otra vez
la opción de la narradora es la de la amiga del cámara, una segunda
voz que se implica por momentos en la historia.
Las
tres últimas historias son probablemente las más sutiles, las que
sí insinúan más de lo que cuentan, y nunca explicitan.
Chicos
que faltan es una historia de
adolescentes que se han ido de casa, a los que las familias echan de
menos, a los que buscan, y que un día, sin aviso previo, empiezan a
volver, todos a la vez. Aparecen en lugares aleatorios, con la cara
ausente, y pronto se va descubriendo que muchos de ellos estaban
muertos. Las familias al principio los aceptan, pero pronto,
asustadas, los van devolviendo.
Los
peligros de fumar en la cama
habla de soledad, silencio y camas. Corto y muy bonito.
Cuando
hablábamos con los muertos
recupera la voz colectiva, en primera persona del plural, de un grupo
de adolescentes, las que eran entonces, cuando hacían ouijas
buscando espíritus. Hay una trama leve de desaparecidos de la
dictadura argentina, rebeldía adolescente y encuentros frente a un
tablero de ouija.
Vuelvo a insistir en que esta colección de cuentos me ha parecido
muy buena y muy recomendable.
Seguiremos
leyendo
Felices
lecturas
Sr.
E
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