sábado, 30 de diciembre de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023 (II)

Mis cuentos pendientes (II)

¿A quién no le gusta una buena lista con las diez mejores lecturas del año? Estoy seguro que hay muchísima gente a la que no le gusta una lista con las diez mejores lecturas del año. Pero ayuda a terminar de clasificar y reflexionar sobre las lecturas que uno ha ido haciendo. Y por si fuera del interés de alguien, aquí van diez libros, del décimo al primero, en un orden tan firme como el de los continentes y su deriva, un orden que mañana podría ser, perfectamente, otro. Pero mañana no volveré a pensar en ello. Hoy quedará establecido y así se queda. Una lista sin amiguismos ni presiones editoriales ni publicitarias. Que ya es algo. Con novedades y antigüedades. Con narrativa y ensayo e incluso un poco de poesía.

 

10. El movimiento del cuerpo a través del espacio, de Lionel Shriver, Ed. Anagrama.

 

9. Una vida de pueblo, de Louise Glück, Ed. Pre – Textos.

 

8. Relatos, de Deborah Eisenberg / La casa en llamas, de Ann Beattie, Ed. Chai.

 

7. Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, Ed. Sexto Piso.

 

6. Tu mente bajo los efectos de las plantas, de Michael Pollan, Ed. Debate.

 

5. Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman, Ed. Debate.

 

4. Todo esto para qué, de Lionel Shriver, Ed. Anagrama.

 

3. El desencantado, de Budd Schulberg, Ed. Acantilado.

 

2. Cumbres borrascosas, de Emily Brönte, Ed. Alba.

 

1. El artesano, de Richard Sennett, Ed. Anagrama.

 

Ahora sí, a por un 2024 de mejores lecturas.

 

Saludos cuentistas

 

Sr. E


viernes, 29 de diciembre de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023 


Se nos ha pasado otro año leyendo y pensando sobre lo leído. Se ha ido rápido 2023. O eso me ha parecido. Comienzo diciendo que no leo en digital, porque ya trabajo bastante con pantallas como para añadir otra más a mis ojos. No leo en digital, por decirlo todo, con la excepción de algunas incursiones en el servicio e – biblio para ver cómo empieza algo y decidir si merece la pena la excursión a la biblioteca para cogerlo. Y en paralelo, casi siempre escribo directamente en el ordenador. Esa escritura es más ligera y seguramente más superficial. Y tiene problemas, claro, como que algo se pierda y no se pueda recuperar. Algo así me pasó este año con mi cuaderno de lecturas, y perdí las referencias de los libros leídos durante julio y agosto. Recuperé los que mi memoria no había desechado, y da miedo ver a qué velocidad nos olvidamos de algunos libros. También reconforta ver con qué solidez se nos han quedado algunos, que ya parecen clásicos de nuestra vida, y ahora vemos que leímos hace solo 8 o 10 meses. Aprovechamos estos últimos días del año para hacer balance y recomendar algunas cosas.

Con la posible pérdida de algunos libros poco memorables, durante 2023 he leído 92 libros. Dejo al margen relecturas parciales o lecturas abortadas después de treinta o cuarenta páginas, algo que cada vez practico con mayor frecuencia. Serán las cosas de hacerse mayor o de darse cuenta de que hay mucho que leer. Ahora mismo me siento capaz de retirarle la palabra a quien me diga que cuando empieza un libro se siente obligado a terminarlo. ¿Por qué? ¿Qué necesidad?

Hay novela, relato y ensayo entre mis lecturas. Algo haré mal cuando el porcentaje de malas elecciones es mucho mayor en la novela que en el relato o el ensayo. Algo haré mal yo como lector o algo harán mal los autores y sus editores permitiendo que en novela pasen el filtro obras mucho más flojas. Podremos echarle la culpa a Kundera y su concepto flexible de la novela. O podremos citar a Levrero cuando decía, en La novela luminosa, que cualquier cosa entre tapa y tapa es una novela.

He leído algunos diarios y cómics y después de bastante tiempo he leído poesía.

Voy a clasificar de manera fácil de comprender los libros que más me han gustado durante este año y que paso a recomendar a quien quiera tomarlos como tales recomendaciones. Aún quedan los reyes magos y hay mucha gente esperando buenos libros. Estos lo son.

Novelas clásicas, tanto en estructura como en escritura:

Este año he ido cubriendo algunas de mis lagunas lectoras. Y de esas lagunas que he ido cubriendo salen las novelas más sólidas que he leído. Aunque son novelas bastante modernas y contemporáneas en muchos de los aspectos de su escritura. Lo es Madame Bovary, de Gustave Flaubert, y lo es aún más Cumbres borrascosas, de Emily Brönte. Del libro de Flaubert se puede hacer un tratado (y varios se han hecho) sobre el uso del punto de vista y el lenguaje. Pero vale la pena olvidarse de los aspectos técnicos y no leer esta novela como si fuera un libro frío, porque no lo es. Vale la pena meterse en sus páginas y dejarse llevar por las pasiones de Emma Bovary y quienes la acompañan. Pasiones hay también, aunque extrañas, entre Catherine y Heathcliff, protagonistas de Cumbres borrascosas, y ese micromundo rural en el que viven está retratado con viveza. Es, como decíamos, un libro con una estructura curiosa, muy innovadora para su época y francamente precisa.

Terminando el año leí otra novela clásica, decadente, muy americana y con evidentes aires a lo Scott Fitzgerald. Pero, ¿a quién no le gusta un buen imitador de Scott Fitzgerald? Lo difícil es imitarlo bien, como es difícil imitar bien a Bolaño o a Kafka. El libro se llama El desencantado y su autor Budd Schulberg. No conocía de nada ni al autor ni su obra, aunque las tenga en su catálogo Acantilado. Escuché su nombre en uno de esos programas de radio en los que colabora José Luis Garci. Y después vi que el prólogo lo escribía Anthony Burgess. Soy devoto de las memorias de Burgess y de su inteligencia como lector, no tanto de sus novelas. Pero me gustó encontrarlo como introductor de esta novela, que decía releer cada dos años o menos. La historia es sencilla, Hollywood, años cuarenta, un joven aspirante a escritor, recién licenciado, con dudas sobre su talento y mucha ilusión, es contratado para ayudar con la construcción del guión de una frívola comedia de chicos que conocen a chicas a un novelista legendario, el autor al que toda su generación leyó deslumbrado y al que ahora apenas se reconoce bajo las ruinas de un hombre alcoholizado incapaz de sentarse a trabajar. Aventuras, desventuras, desilusiones, muchas, y más de quinientas páginas que saben en todo momento a dónde quieren ir y regalan alguna perlita en todas y cada una de ellas. Una novela sólida, llena de literatura y vida.

 

Memorias, diarios y similares:

Comienzo otra vez con Budd Schulberg. Deslumbrado con su novela, acudí raudo a la biblioteca a ver qué más tenían suyo. Y tenían sus memorias, tituladas De cine. Memorias de un príncipe de Hollywood. Que yo no conociera previamente a Budd Schulberg solo habla de mis lagunas y carencias. Fue un guionista que ganó un Oscar en su trabajo por La ley del silencio, con Marlon Brando. Fue el guionista de esa estupenda película que se llama Más dura será la caída, con Humphrey Bogart. ¿Y por qué un príncipe de Hollywood? Porque en sus memorias, que se detienen quizá más de lo deseable en su infancia y primerísima juventud (pero así es la memoria, y así nos almacena y construye) nos cuenta que su familia fue una de las pioneras de Hollywood tal y como se construyó en los años 20 y 30. No es un libro, pero este año me impactó y disfruté muchísimo con la película Babylon, de Damien Chazelle, con una Margot Robbie que se come la peli y no estuvo ni entre las candidatas a todos esos importantes premios que este año es posible que gane por hacer de muñeca. El caso es que reconstruye ese mismo mundo de pioneros y excesos. Y nos va enseñando cómo Hollywood pudo llegar a ser lo que fue. Y cómo fue crecer entre estrellas y el desierto. Y lo difícil que siempre resulta destacar en el mismo medio en el que tu familia lo ha hecho.

Una de las estanterías temáticas más pobladas de mi biblioteca es sin duda la de adicciones y crónicas sobre caídas y recaídas. Este año leí y añadí a esa estantería La huella de los días. La adicción y sus repercusiones, de Leslie Jamison. No es un libro top sobre el tema. Pero es una reflexión interesante sobre el alcoholismo. Y sobre cómo esa adicción se cruza con el hecho de ser mujer y con el tema quizá central del libro, cómo pasarse con la bebida y otras sustancias no despierta demasiadas alarmas cuando se hace dentro de un entorno artístico o seudoartístico.

Compré algunos tomos más de los diarios de Trapiello, a los que dediqué un importante tiempo de búsqueda. Quienes andamos detrás de ellos podremos decir que hay precios disparatados en librerías de segunda mano, y particulares que piden cifras obscenas por sus viejas ediciones de Pre – Textos. Leí Seré duda, el tomo de 2005. No es el mejor, pero creo que es la clase de lectura por qué me compré un sillón nuevo, reclinable y muy cómodo, para pasarme dos o tres horas seguidas por las tardes leyendo, cuando las tardes y las horas permiten ese dispendio. Compré también el último tomo, Éramos otros, que seguramente sea el próximo que lea.


Relatos:

Hacía bastantes años que no leía tantos cuentos. Ni tan buenos. El cuento es el género en el que más cómodo me siento, y no puedo evitarlo. Así soy como escritor y así soy como lector. Seguramente sea porque así es como soy como persona. Han caído, con los meses del año, muchos de los cuentos de Maupassant, los Cuentos completos de Dylan Thomas y los cuentos casi completos de Raymond Chandler, titulados como conjunto, en la edición que tengo, Nunca soñaron con la posteridad. Casi completos son también, aunque mucho menos numerosos, las compilaciones que la editorial argentina Chai ha hecho de las escritoras Ann Beattie, La casa en llamas, y Deborah Eisenberg, Relatos.

Asoman en el horizonte, como proyectos para 2024, los cuentos completos, o casi, de William Faulkner, y las historias completas del Padre Brown, que adquirí como quien compra una propiedad para disfrutar de ella en un futuro lleno de promesas y tiempo libre.

Me sorprendió mucho el libro Niña con monstruo dentro, de Rosa Navarro. Quienes escribimos creo que identificaremos una serie de libros y relatos que, más allá de sus bondades o debilidades, son libros que nos incitan a ponernos a escribir. Sea a favor o en contra de lo que hemos leído. Pues esa clase de libro. No debería estar descubriendo nada citándolo, puesto que fue finalista del premio Setenil y ganó el Premio Tigre Juan, pero como nadie de ningún suplemento literario parece haberlo leído, y han dejado el puesto de mejor libro de cuentos español del año o bien vacante o bien lleno de clichés, lo dejo apuntado, por si alguien lo quiere buscar.

Lionel Shriver:

No sabía si ponerla en novela o darle su propio lugar. Ha sido la escritora que ha definido mi año lector. Ya había leído un par de libros suyos con anterioridad. Propiedad privada, el primero que leí, quizá siga siendo mi preferido. Después de la pérdida de mis archivos lectores, si hubo un libro que tenía claro que había leído durante el verano, y cómo, con qué ansia piscinera y de siestas perdidas, fue Todo esto para qué. También leí Big Brother y rematé el año shriveriano con Tenemos que hablar de Kevin, su obra más famosa (y me atrevo a decir que de las más flojitas) y El movimiento del cuerpo a través del espacio, su última novela. Esta es sin duda un regalo perfecto para hacerle a ese amigo que ha decidido, después de años de sedentarismo, correr un maratón. O varios. Y a poder ser en Tokio. Como se suele decir, si no reconoces el perfil entre tu círculo de amistades, probablemente seas tú.

Lionel Shriver busca un tema incómodo y mete el palito y remueve la mierda alrededor. Y lo hace con una prosa limpia, muy americana, con un enfoque comercial poco disimulado. Se le pueden hacer algunos reproches estructurales, por la manera en la que cierra las historias. Pero construye novelas de 600 o 700 páginas sobre temas que a priori no te dicen nada y las mantiene en pie con nervio y sin que puedas alejarte de ellas.

Novelas cortas, de esas que puedes leer en una tarde:

Puedo repetir que este año decidí cubrir algunas de mis lagunas lectoras y que leí algunos de esos libritos breves de Tolstói que publica Acantilado. Cayeron Sonata a Kreutzer y La felicidad conyugal, y en ambos encontré un alma rusa quizá demasiado fría para mi gusto. Me ha pasado siempre algo parecido cuando he leído a Chéjov. No encuentro en ellos la fuerza que sí me llega cuando leo a Dostoievski o a Gógol.

Cuando yo tenía veinte años había muchos escritores y aspirantes que citaban a Bukowski como inspiración y referencia. No creo que hoy nadie lo haga. Y quizá el mundo sea mejor sin ese ejército de bukowskitos. Aunque no tiene la culpa Bukowski, claro, de sus apóstoles no solicitados. No he estado leyendo a Bukowski este año, no lo he leído nunca demasiado ni con demasiado interés. Pero me acuerdo de él porque siempre se ha contado que fue su éxito el que permitió que se rescatara a John Fante, su antepasado literario. Al que sí he leído este año ha sido a Fante. Me ha gustado mucho más que Bukowski. Es tierno, feroz, soñador. Un escritor ágil que retrata mundos pequeños, familias de inmigrantes, encierros domésticos, aventuras de corto alcance, éxitos de corta duración. Llenos de vida, Un año pésimo y sobre todo La hermandad de la uva me gustaron mucho. Son buenos libros y quizá no está mal tenerlos como referencias de un mundo empobrecido.

Fante me recordó a un escritor que me gusta aún más y en el que también hay sueños de grandeza, ternura, pequeños círculos familiares y un mundo de inmigrantes. William Saroyan, el armenio que vivía en California y tuvo durante un breve período éxito en lo que escribía. La comedia humana es un libro menor, cortito, excelente. Precioso.

Un amor cualquiera, de Jane Smiley, no es su obra más redonda ni la más ambiciosa. La leí hace algo más de dos años, quizá tres, después de quedar deslumbrado con La edad del desconsuelo. Me pareció un libro menor. La he releído y no lo es, para nada. Es un libro menor que La edad del desconsuelo pero para nada una obra menor. El amor y el desamor están presentes. Los engaños y desengaños. La vida, que pasa. La memoria, que pesa. Muy buena lectura.

Poesía:

Es triste llegar así a una autora nueva para ti, pero debo confesar que leí a Louise Glück porque murió y en la biblioteca prepararon un mostrador especial con su obra. Es una alegría que aunque sea así lleguemos a buenos libros. Leí tres poemarios y me gustó su estilo, su lirismo contemplativo, sus poemas más narrativos, su mirada pequeña. Vida de pueblo es el que más me gustó. Me gustó mucho.

Ensayo:

Comencé el año diciendo que notaba que ya estaba leyendo uno de los mejores libros que leería en todo 2023. Así fue. El artesano, de Richard Sennett. El autor lo describe como un estudio de la cultura material. Y es una descripción perfecta. Y dicho así, cultura material, puede sonar demasiado marxista y poco atractivo. Pero es un libro inteligente, agudo, lleno de valores sociológicos, filosóficos y literarios. Un libro para regalar, para tener, para leerlo y releerlo.

En verano leí un libro que me habían regalado y que me pareció de una absoluta brillantez. Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman. Kahneman es Premio Nobel de Economía y presenta aquí la obra de una vida. Analizó, en el marco del ejército israelí, las maneras de pensar. Detectó y definió muchos de los sesgos cognitivos que aceleran y condicionan nuestra manera de pensar y que la hacen, muchas veces, ineficiente. Y otras, nos hacen peligrosos para nuestros propios intereses y para interpretar el mundo en el que nos movemos.

El ensayo que más me impactó durante el otoño fue Tu mente bajo los efectos de las plantas, de Michael Pollan. Son, realmente, tres pequeños ensayos, el primero dedicado al opio, el segundo a la cafeína y el tercero al peyote. Son la clase de artículos desarrollados en profundidad que algunos periodistas americanos pueden alojar en revistas tipo New Yorker y que después pueden tomar forma de libro. Tan divulgativo y reflexivo como bien narrado, vale la pena leerlo.

Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, es un estudio sobre el desarrollo de la esquizofrenia en la familia Galvin, con seis hijos afectados por esta enfermedad. El libro es tremendo y a ratos demoledor. La enfermedad mental siempre se encuentra en la frontera entre lo cultural y lo genético, y el libro no va a aclarar sus misterios. El libro sí va a valer para ver cómo se lleva décadas medicando a gente sin tener claro cómo funciona su cerebro ni qué es lo que provoca sus síntomas.

Relacionado con los dos últimos, tanto por el tema del opio como por el de las compañías farmacéuticas y los usos poco reflexionados de muchos medicamentos, El imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe, investiga a la familia Sackler, los dueños de Purdue Pharma, creadores del Oxycontin, un medicamento del que hemos oído hablar mucho como causa inicial de la llamada epidemia de los opioides y relacionado con el nombre del fentanilo. Patrick Radden Keefe ya había escrito No digas nada, que es un libro trepidante y demoledor sobre los peores años de la violencia en Irlanda del Norte. En El imperio del dolor hay técnica periodística e investigación casi detectivesca. El mismo Radden Keefe sale en el premiado documental La belleza y el dolor, como fuente rigurosa a la que acudir buscando información, y cuenta algunas de sus conversaciones y experiencias con los Sackler.

No terminamos precisamente con el ánimo por todo lo alto.

Pero es hora de ir terminando y dejar que el año 2023 y sus lecturas acaben.

Pronto más.

Saludos cuentistas

Felices lecturas

Sr. E

martes, 27 de diciembre de 2022

Mis cuentos pendientes de 2022 (II). Los diez elegidos.

 Mis cuentos pendientes de 2022 (II). Los diez elegidos

 

Queda ahora la parte difícil, la de intentar cumplir con esta tradición anual y elegir diez libros e incluso ir más allá y ordenarlos. Sin pensarlo mucho más, vamos con ello.

 

10. Suspense, de Patricia Highsmith. No me gustan los libros que enseñan a escribir y tengo, más allá, serias dudas de que se pueda enseñar a escribir en un sentido parecido en el que se puede enseñar a cocinar o a hacer punto. Lo bueno de este libro es que no pretende ser uno de esos libros que te enseñan a escribir, sino que es una visita guiada al taller de trabajo literario de una buena autora, que tuvo bastante éxito popular y de ventas pero que no dejó de ser nunca una escritora comprometida con su oficio. Aquí nos va contando cómo fue encontrándose ante ciertas dificultades a la hora de escribir sus novelas y relatos y cómo las fue sorteando. No pretende enseñar, y se agradece, pero si te dedicas a escribir, se aprende, como siempre se aprende viendo a alguien que maneja bien el oficio y es original llevándolo a cabo, mientras trabaja. Y aunque el título alude al género en el que Highsmith más se especializó, lo que cuenta es extensible a toda clase de escritura narrativa.

 

9. El legado de Maude Donegal. El hijo superviviente: dos novelas de misterio, de Joyce Carol Oates. Si los escritores fueran tipos de coches, Joyce Carol Oates sería un todoterreno muy completo, capaz de hacer muchos kilómetros y hacerlos por toda clase de carreteras. De su inacabable producción he leído unos diez libros y puedo decir que es una buena escritora costumbrista, una original biógrafa, una cuentista muy acertada, una inmejorable teórica del boxeo y una escritora de misterio de primera categoría. Aquí se dedica a esta última faceta, y lo hace de una manera que convencería a Patricia Highsmith. El legado de Maude Donegal es una novela corta de tipo gótico, clásica, con elementos fantásticos y malsanos, muy bien planteada, sostenida y resuelta. El hijo superviviente se acerca más a la crónica de sucesos morbosa, al mundo contemporáneo y sus terrores familiares, y también te atrapa y mantiene tu atención de la primera a la última página.


8. Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon. Halfon lleva algo más de una década (década y media, más o menos) escribiendo uno de los proyectos más interesantes que se están haciendo dentro de la literatura en español, y más aún, de la literatura, sin apellidos. Halfon no ganará un Nobel dentro de 30 años, estoy casi convencido, como Annie Ernaux este año, por haber novelado su vida con distintas variaciones. Creo que lo único que podría conducir a Halfon al Nobel es que alguna causa más o menos política lo tomara como representante, y eso creo que es poco probable. Aunque hay mucha política (que no ideología, ni politiqueo) en todo lo que escribe. Hay Historia de esa que se infiltra en sus historias. Abuelos de distintos rincones del mundo que acaban en la conflictiva Guatemala de los setenta. Un exilio provocado por la violencia. Una historia nunca aclarada de supervivencia en Auschwitz. Una situación social desahogada en un país muy pobre. Todo eso sigue estando en Un hijo cualquiera, su entrega de este año, un libro muy destacable. Muy destacable pero, me atrevo a decir casi por primera vez con este proyecto en marcha. ¿Se está desgastando la voz, el tono, la idea? No lo sé. Pero me ha dado cierta sensación de que pudiera ir por ahí. La misma sensación que me ha dado de que Halfon se reinventará en otro proyecto después de este libro u otro más, y que todas estas novelas sin ficción que lleva quince años escribiendo en forma de cuentos, acabarán agrupadas en un único volumen enorme que le ganará una gloria no multitudinaria (porque hoy en día eso es impensable), pero sí muy amplia.

 

7. Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra. Creo que Halfon es el heredero de Bolaño que más se acerca a su excelencia y al que menos le importa eso. Cabe recordar que Bolaño no era, ni mucho menos, un autor siempre excelente. Tiene cientos de páginas mediocres. Pero siempre tiene una gran fuerza. Zambra es probablemente el heredero de Bolaño que más empeño pone en que lo identifiquen con él. Es chileno y supongo que eso hace que lo tenga más fácil que un guatemalteco criado en Estados Unidos y que vivió durante un año en una casona abandonada por la Guardia Civil en un pueblo de La Rioja (esa historia la cuenta mejor Halfon). Nunca me interesó demasiado leer a Zambra por esa obsesión por salir en la foto cerca de Bolaño. Pero Formas de volver a casa, que he emparentado rápidamente con el Bolaño menos ambicioso, y con la también chilena María José Ferrada, es una novela corta que me ha ganado. A medio camino entre la literatura juvenil y la novela adulta, cuenta una historia de niños que crecen y sobreviven en el Chile dictatorial. Y lo hace con una fuerza poética envidiable, un tono contenido y poco sobreactuado. Una muy buena novela.

 

6. Ha dejado de llover, de Andrés Barba. Los relatos muy largos de esta colección comparten muchas de las virtudes del Zambra de Formas de volver a casa. ¿Llegamos a crecer alguna vez, o somos tantos los que somos eternos adolescentes? No es que sea importante responder a esa pregunta, pero sí es importante saber reflejar esa manera de moverse por el mundo. Andrés Barba lo logra perfectamente en estos cuatro relatos que se mueven en una longitud que quienes escribimos sabemos que es muy difícil, las más de 40 y menos de 60 páginas. No llegan a ser nouvelles, pero son más amplios (mucho) que los relatos. Empiezan a asomar las tramas secundarias, pero no se las deja crecer. Hay más personajes y más variedad. Pero la forma se contiene y la mirada es la que debe en cada página. Hay trabajo de artesanía y mirada al campo lejano. Muy buen libro.

 

5. Memorias de ultratumba, de René de Chateaubriand. No he leído la obra completa de Chateaubriand, lo confieso, sino que leí el primer volumen que Acantilado tiene publicado. Es esta una obra total, una reflexión sobre la vida, en forma de ensayo al modo clásico y distinto al que hoy le damos a esa palabra. Sobre todo y sobre nada, en forma de autobiografía, es un libro de aire a lo Montaigne y sus Ensayos, que fueron una lectura que descubrí y me enamoró en 2020. Esta es otra de esas lecturas que te impregnan y duran para siempre. Chateaubriand, que siente que lo ha sido todo (dentro de lo que aspiraba a ser), se encuentra viejo y acabado y obligado a poner por escrito sus memorias para obtener algo de dinero. Y lo hace con la condición de que no se publiquen hasta su muerte, como así sucedió. Acabó siendo, sobra decirlo, la obra que recordamos ligada a su nombre, un clásico que hizo olvidar sus libros anteriores, de los que habla aquí con nostalgia.  

 

4. Mueren más por desamor, de Saul Bellow. Cada vez me gusta más Bellow. Cuanto más releo lo ya conocido (sus Cuentos, Las aventuras de Augie March) y cuanto más descubro lo que no conocía, más me encuentro con un autor que maneja infinidad de registros, que mezcla como muy pocos la buena narración con las ideas profundas, con un aire irónico y un mundo judeoamericano propio, cercano aún a la inmigración a los Estados Unidos. Mueren más por desamor es una novela de ideas, de intelectuales que no saben moverse por el mundo real y que naufragan como amantes y como seres humanos. Un tío y un sobrino, un botánico célebre y un diletante, que no saben vivir uno sin el otro y que, en general, no saben vivir, y a través de los cuales aprendemos, por paradójico que sea, nuevos matices sobre la existencia. Por ejemplo, ese que da título a la novela y que nos dice que por peligrosas que sean algunas enfermedades y amenazas, por reales que suenen, muere más gente de soledad y desamor.

 

3. Borges, de Adolfo Bioy Casares. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares son probablemente la pareja de amigos íntimos que más ha aportado a la literatura del siglo XX. Borges, el Sherlock Holmes de esa pareja, Bioy, su fiel doctor Watson. Aficionados a la literatura policíaca, a la narrativa fantástica, a la poesía. Cultísimos. Un eremita y un vividor. Un autor consagrado ya en vida y otro, su escudero, del que a veces olvidamos lo magnífico escritor que fue. La idea del libro es sencilla, recoger y editar todas las entradas de los diarios de Bioy Casares en las que aparece nombrado Borges. Muchas son simples muestras de familiaridad (El famoso y centuplicado Hoy come Borges en casa), en otras los vemos en las pequeñas miserias de pelear con editores mediocres o prepararse un huequecito en la posteridad porteña. Un libro que es una vida que son dos vidas, la del contado y sobre todo la del que cuenta. Un libro que es, en una forma químicamente pura, literatura.

 

2. No digas nada, de Patrick Radden Keefe. Los duros años del terrorismo del IRA y el protestante en Irlanda del Norte. Cielos grises, chimeneas, ladrillos, amenazas, chivatos. Falta de sentido común y una pareja de hermanas legendarias. Tan bellas como desquiciadas. Y la mirada de un libro que nos cuenta la historia y la política pero sobre todo nos habla de aquellos que no eran parte en el conflicto, que no querían saber nada, y que podían verse salpicados. Una madre de familia irlandesa, católica, que atiende a un soldado que ha quedado herido en una reyerta en aquellas colmenas de pisos. Los rumores, los chivatos profesionales, la mala baba de las comunidades pequeñas y envenenadas por la ideología y el odio al de fuera. Y el secuestro y desaparición que deriva de todo ello. Una investigación para tratar de darle respuesta a todo aquello. Muchas más preguntas. Gente con ideas venenosas capaz de salir bien en la foto. Y miles de víctimas a ambos lados de la cuneta. Una paz frágil. Un libro de primera.

 

1. Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Moshfegh. Voy a ser muy breve. Un libro de relatos en la estela de Lorrie Moore y David Foster Wallace. Una mirada lúcida e implacable al mundo contemporáneo y sus gilipolleces. Una colección de historias con tanto humor como mala leche. Una maravilla.

 

Seguiremos leyendo en 2023, y de vez en cuando comentándolo por aquí.

Felices lecturas

Sr. E

lunes, 26 de diciembre de 2022

Mis cuentos pendientes de 2022 (I): Recomendaciones

Mis cuentos pendientes de 2022 (I). Recomendaciones.

Calienta la chimenea, lo mejor que puede, el salón de casa, y en el despacho me echo otra chaqueta por encima y me pongo a pensar en los libros que he leído este año. Los hay que dicen que se escribe mejor con hambre y con frío, con la amenaza de un desahucio. Bajo presión, en definitiva. Lo dijo algún escritor, algo así, pero no recuerdo quién era. Siempre que pienso en esa idea pienso en el agente de Joe Gillis en El crepúsculo de los dioses, cuando el guionista sin fortuna interpretado por William Holden le dice a su agente que está en las últimas y este le contesta que es lo mejor que podía pasarle, porque así se escribieron las grandes obras maestras. Creo que esto, caso de regir, solo tiene sentido en una comedia negra de Billy Wilder y solo lo hace para Dostoievski y demás rusos trascendentes y definitorios, y no para alguien que solo quiere ordenar un poco sus ideas sobre lo que ha leído este año.

Aún puede caer algún libro antes de que el año se acabe en un sentido literal, pero cuando me siento a escribir esta entrada, una tarde fría en la que ya no llueve después de dos semanas de agua sin tregua, son 106 los libros apuntados entre mis notas de lectura. Hay de todo, de cómic a poesía, aunque la mayoría es narrativa y ensayo, con las infinitas formas intermedias en las que la no – ficción, si existe, que es una cuestión muy dudosa, ha ido tomando en las últimas décadas.

Llevo ya demasiados años en este blog, y demasiados de esos años diciendo que cada vez leo más ensayo y menos narrativa. Llevo demasiados años diciendo que cada vez leo más clásicos y menos contemporánea, que hago menos caso de los suplementos y de las voces autorizadas, y que a toda obra maestra súbita (esa que ya nace con la condecoración de libro para la historia) es mejor darle seis meses de cuarentena antes de acercarse como para volver a considerar que ninguno de esos hábitos ya es una novedad.

Soy, y supongo que toca asumirlo, un lector escéptico, que conoce demasiado los trucos de la narrativa convencional y que no se engancha con facilidad a sus giros, por sabidos. Alguien que cuando oye las exageradas alabanzas sobre un libro recién salido tiene la tentación de buscar las relaciones personales y de interés entre quien dispara la salva de consagración y el consagrado. Si uno tuviera un perfil polémico, llevaría cuenta pública de cuántas maravillas de febrero son grandes olvidadas en las listas que los mismos suplementos hacen a final de año, o de la aberración que supone que comencemos el libro con reseñistas bien mandados diciéndonos qué libros leeremos en 2023 y qué nos harán sentir. De la crítica nos hemos olvidado.

Últimamente compro muchos de los libros que compro por wallapop, y una de las herramientas que he desarrollado, para saber cuánto de real hay en la apuesta por la última maravilla, es buscar ese libro maravilloso un mes después. Abundan los ejemplares a la mitad de precio del que cuestan en las librerías. Intuyo que muchos vienen de la promoción de las propias editoriales, y me gusta jugar a adivinar quién, de entre los periodistas que han declarado su admiración por esa obra y se han rendido a su maestría, han pensado sacarse 10 euros extra, que todo suma a final de mes y ese sector, como el editorial, no están para brindar con champán bueno, vendiendo el ejemplar que la editorial les envió como obsequio para su reseña.

Es bonito descubrir clásicos (y entiéndase por clásico cualquier libro suficientemente asentado por el tiempo, a veces dos siglos, a veces treinta o cuarenta años), o releerlos y tener ganas de tirarle algo a la cabeza (ese mismo clásico, si es contudente), a quien eras a los 20 años y lo leyó sin sacarle casi nada del jugo que ahora obtienes. Es interesante comprobar que toda la literatura es ficción, sobre todo la que grita que no lo es (volvemos al tema) y que muchas veces lo más interesante que podemos leer nos llega en esa forma.

Es triste no encontrar libros de entretenimiento que cumplan con ese sencillo objetivo, entretener, y tener que afinar mucho lo que uno elige un par de libros con ese modesto fin porque se va a ir unos días a la playa o tiene un viaje en tren largo con niños y solo aspira a un poco de lectura cuando las condiciones ambientales no son las mejores y la energía no está concentrada en la lectura.

Es descorazonador ver qué libros infantiles y juveniles le quieren colar a nuestros hijos y nuestros alumnos. Y es una aventura ir con el machete desbrozando esa jungla de intereses y ver que al final acaban funcionando, y ya sé que va a sonar viejo y mortecino, Julio Verne o La isla del tesoro. Pero es que lo mortecino acaba siendo lo que las editoriales quieren colarnos, y las fallidas intenciones pedagógicas, casi pretextos, con las que quieren que se pierden.

Acabará teniendo razón aquel Roberto Bolaño que ya veía la muerte cerca y decía que había que alabar a ese lector puro que sale a la calle a buscar una nueva edición del Diccionario filosófico de Voltaire, porque sabe que esa obra no va a fallarle. Estoy por apuntarla a mis lecturas pendientes para 2023.


Pero todo esto no iba a ir de lamentos, sino de celebración de lo bueno leído, que ha sido mucho, pues para eso hago tanta labor de filtrado previo.

Sin demasiado orden ni concierto (es mentira, mi sistema de anotaciones de lecturas tiene sus trucos para rescatar ahora con facilidad esta información, pero no vamos a contarlo todo), celebro haber leído en 2022:



 Ensayo, en sus distintas y variadas formas

Memorias de ultratumba (I – XII), de Chateaubriand

¿Por qué nada funciona?, de Marvin Harris

Ensayos, de George Orwell

Para escribir hay que leer, de Vanni Santoni

Nieve negra: Dioses, héroes y bastardos del ajedrez, de Jorge Benítez

La abolición del trabajo, de Bob Black

El mal dormir, de David Jiménez Torres

Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur

Hay más cuernos en un buenas noches, de Manuel Jabois

Suspense, de Patricia Highsmith

Borges, de Adolfo Bioy Casares

 

Novela de ficción fácilmente identificable como tal

El árbol de la ciencia, de Pío Baroja

Tres, de Dror Mishani

Tokio ya no nos quiere, de Ray Loriga

Debería haberme quedado en casa, de Horace McCoy

El club y Sylvia, de Leonard Michaels

El revés de la trama, de Graham Greene

El aire está lleno de agua, de Juan Miguel Contreras

Prolepsis, de Miguel Ángel González

Amor, de Maayan Eitan

Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Mosfegh

Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra

Mi vida como hombre y Engaño, de Philip Roth

El cuchillo, de Patricia Highsmith

Mueren más por desamor, de Saul Bellow

El legado de Maude Donegal, de Joyce Carol Oates

Heredarás la tierra, de Jane Smiley

Campo de amapolas blancas, de Gonzalo Hidalgo Bayal

No dar de comer al oso, de Rachel Elliot

La leyenda del santo bebedor, de Joseph Roth

 

Relato corto

Fiesta en el jardín y otros cuentos, de Katherine Mansfield

Dime una adivinanza, de Tillie Olsen

Amor + odio, de Hanif Kureishi

Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Mosfegh

Ha dejado de llover, de Andrés Barba

Ventanas y otros relatos, de Stephen Dixon

 

Libros de no – ficción, en su amplia variedad

No digas nada, de Patrick Radden Keefe

Todas nuestras maldiciones se cumplieron, de Tamara Tenenbaum

Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey, de Ander Izagirre

Valle inquietante, de Anna Wiener

Canción y Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon


Cualquiera de esos libros cuenta, si para alguien eso aporta algo, con mi sello particular de recomendación. Pasado el año, todos esos siguen significando algo positivo para mí. Sigo teniendo presentes las razones por las que los disfruté. Sigo sabiendo por qué funcionan y por qué lo hacen tan bien.

Mañana seguimos

Felices lecturas

Sr. E

viernes, 7 de octubre de 2022

Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon

Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon

Leía hace unos días (no recuerdo si en algún diario o en alguna red social) el lamento de una hija que acababa de perder a su padre. Se quejaba esta hija por la frialdad con la que había sentido que las habían tratado, a ella y a toda su familia, en el momento en el que su padre murió en el hospital y durante los días previos. Una enfermera, en el colmo de la inhumanidad, le dijo algo así como que en ese sitio se moría gente todos los días. Y aunque alguien pueda tener razón literal diciendo algo así (tan terrible), nunca se podrá poner por encima de la verdad más importante, que es que morirá gente todos los días, como nace todos los días, pero ni todos los que mueren ni todos los que nacen son nuestros. No hay padres cualesquiera, ni un hijo cualquiera, como el que anuncia el título de la última novela (¿?) de Eduardo Halfon.

Tampoco el hijo del título de Halfon es un hijo cualquiera, por supuesto. Porque ese hijo es su hijo y lo retrata, y lo aprovecha como punto de partida desde el que desplegar su memoria literaria, y no es un hijo cualquiera. Nunca un hijo es un hijo cualquiera. Tampoco lo es cuando lo somos nosotros. Porque en el libro se ve ese cambio profundo que se produce en todos los que somos padres y que tiene que ver con nuestro cambio como hijos. Esa adquisición definitiva, y distinta, de una condición de hijo más compleja.

Hay una tensión, más vital que narrativa, en creer que nuestras andanzas como hijos y como padres son especiales. Y lo son, por supuesto, pero en general son tan especiales como las de cualquier hijo y padre de vecino. Quizá por eso en los últimos años se han multiplicado (llevadas al borde del crecimiento exponencial por ese mundo de espejos deformantes que son las redes sociales y la sensación de inmortalidad que potencian, como cualquier droga, los smartphones) las memorias de hijos que guardan luto por sus infancias y sus recuerdos, y de aquellos que estrenan paternidad y quieren compartir lo fascinante que criar a un niño resulta.

Aunque resulta complicado criticar esa clase de textos, porque se puede confundir el tema con la forma, hay textos que se mueven en esa línea de trabajo y que resultan, como poco, cuestionables.

No, es por supuesto, el caso de Halfon. Como no lo era ese otro ejercicio de paternidad cuarentona y primeriza que hacía Etgar Keret en Los siete años de abundancia, del que hablamos aquí hace muchísimo tiempo.

No es de extrañar que coincidan esos dos nombres en salvarse de la mediocridad y sus tentaciones. Si valiera la pena jugar a eso, podría decir que son dos de los mejores escritores del mundo. Cada uno en lo suyo. Keret escribiendo relatos cortos y Eduardo Halfon escribiendo libros de Eduardo Halfon.

Porque enlazo esto con la interrogación que dejé flotando junto a la palabra novela. El pasado 19 de septiembre pude ir a la presentación que el autor realizó, junto a su editor, de este libro en la librería Alberti de Madrid. Él defendió que lo que escribía eran, al cabo, cuentos, y que le incomodaba que alguien los considerara novela. No por él como autor sino por el lector que buscara novelas más novelas, más canónicas, y pudiera sentirse engañado. Novela en construcción, novela episódica. Qué más da, al cabo.

Qué más da tampoco qué porcentaje de lo que el Halfon narrador tiene del Halfon real. Todo es autobiografía y todo es también ficción, zanjó ese asunto. Y no se refería exclusivamente a sus libros, sino a lo que convenimos en llamar literatura. Literatura literaria, que es como vamos a tener que acabar definiéndola para que se entienda en qué nicho nos movemos, qué nos interesa leer y qué aspiramos a que quede en nuestras cabezas.

Un hijo cualquiera presenta motivos nuevos en comparación con los últimos libros de Halfon. La paternidad el más evidente. Una mayor sensación de hacerse mayor, por ese mismo motivo, una mayor gravedad para juzgar la vida y sus caminos. Y presenta motivos que vienen apareciendo en los libros de Halfon desde El boxeador polaco y Signor Hoffman. Sus orígenes familiares, tan mezclados como enrevesados, las historias múltiples de sus abuelos árabe y judío, el peso de la familia, los silencios, las palabras, la alquimia de combinar ambos. También la extrañeza ante las idas y las venidas, el sentirse y ser extranjero. Y algo que empezó a asomar en Canción, su anterior libro, la cercanía de las guerrillas y la violencia en Guatemala en los años setenta y ochenta.

Todo ajustado siempre a la palabra exacta, con frases llenas de música que repiquetean en tu oído cuando las vas leyendo, una poética digna del mejor Carver y emparentada con el Bolaño más ínimo con la que Halfon sigue construyendo una vida, otra vida de repuesto, que sigue creciendo libro a libro.

Hasta que llegue su siguiente libro, que también querremos leer.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

domingo, 25 de septiembre de 2022

Los diarios de Patricia (Highsmith)

 Los diarios de Patricia (Highsmith)

Esta es, lo aviso y lo reconozco, una entrada tramposa. Porque hace referencia desde su título a un libro que no he leído. Y aún más, a uno que no tengo pensado leer, o al menos no ahora, al menos no en las próximas semanas ni meses. Quizá dentro de algún año, cuando pase el hype (y perdonad el anglicismo, y si podéis, también la idiotez).

Me refiero, claro, a los Diarios y cuadernos de Patricia Highsmith, que Anagrama ha publicado hace poco, aunque haya hecho una broma con aquel viejo programa de la televisión al que iba gente, friki y no tan friki, a contar sus cuitas o a buscar solución a sus problemas. 1400 páginas, he leído, seleccionadas de las más de 8000 de cuadernos en los que Patricia Highsmith fue tomando anotaciones y que se encontraron después de su muerte.

Parece, si uno se asoma a las redes sociales y a las revistas y suplementos de libros, que todo el mundo (ese reducido todo el mundo que lee) está leyéndolo o en fase de compra y prelectura. No me veo, ya lo siento. Y me gustan los diarios, y las memorias, y esos géneros ensayísticos que entran y salen de ellos (pero no esa pesada autoficción con mucho auto, casi con autotune, y con muy poquita ficción, no como los diarios de los buenos diaristas, llenos de ficción, porque están llenos de literatura).

El caso es que esa repetición del nombre de Patricia Highsmith me hizo querer volver a leerla. La había leído hace bastante hace años. Recuerdo sensaciones, esa crueldad de algunos de sus personajes, esas tramas alambicadas, que a veces se mueven cerca de lo rocambolesco pero que acaban resultando verosímiles, que ya sabemos desde hace al menos veinticinco siglos que es más importante que ser reales.

Me quedaba la sensación de que en sus novelas el mal no era sofisticado, aunque Ripley pudiera leerse así a veces, sino era sobre todo un mal banal, propio del hastío de vidas aburridas y monótonas, esa herida que el zapato va haciendo hasta que el pie acaba sangrando, hasta que se gangrena, hasta que hay que cortarlo. Y muchos de sus personajes acaban cortando por lo sano, tomándose la justicia por su mano, gritando que están hartas y que hasta aquí. Y cruzada esa frontera, cualquier cosa puede pasar.

Es fácil encontrar los libros de Patricia Highsmith, decenas de ellos, en las bibliotecas públicas, lo que nos dice que lleva décadas siendo popular y publicada con regularidad. También veo ahora muchas de sus novelas y colecciones de relatos en bolsillo, quizá a rebufo de la popularidad de sus diarios. ¿Cómo se ha definido siempre la prosa de Highsmith? Retorcida y misógina. A veces misántropa.

Con todo, es difícil soltar uno de sus libros cuando empiezas con él.

Y decidí acabar agosto, en unos días de playa, con dos novelas que no había leído antes. El cuchillo fue la primera, y cayó entre una tarde bajo la sombrilla y una noche de lectura que se alargó. Vemos un crimen, un tipo que ha buscado tener una coartada, a la policía que no es capaz de resolver el misterio que para nosotros, lectores, no lo es. Y vemos también a un hombre apocado, harto de su mujer, que lee esa clase de noticias por afición y que cree saber lo que ha pasado, quién ha sido, y decide que sería capaz de imitar al asesino de la noticia y que nadie lo pille tampoco a él. ¿Por qué no probarlo?, parece decirse. Y se anima a hacerlo, pero no llega a llevar a cabo su plan. Lo cual no elimina la posibilidad de que algo ocurra accidentalmente y la policía, la que no ha sido capaz de resolver el crimen original, crea saber que él sí lo ha imitado y se ponga a investigar.

Muy interesante en su juego de espejos y en el trato del peso de la culpa, en el asesino real que teme que lo pillen por culpa del imitador que no llegó a imitarlo.

Pasé después a El diario de Edith, la crónica  -valga la referencia ya tan tópica a la novela de García Márquez- de una muerte anunciada. Edith se muda con toda su familia fuera de la ciudad, a una pequeña localidad en el campo. Allí, ella y su marido, que son periodistas, quieren poner en marcha un semanario de ideas progresistas, y criar a su hijo con más atención. Pronto vendrán las cargas familiares impuestas, que Edith acepta en la forma de un tío de su marido enfermo, no tardará mucho en seguirle la huida del marido con su joven y atractiva secretaria, con la que se va de vuelta a la ciudad, y los fracasos sucesivos de su hijo en todo lo que emprende y deja de emprender. Edith va cargando con cada vez más contando con cada vez menos, y su único consuelo parece ser escribir la vida soñada en su diario. Esa disociación acaba tomando la peor de las formas. Un libro realmente agobiante para quien lo lee.

También podría ser agobiante, si no fuera porque es divertido en su juego cruel, el siguiente que leí, Mar de fondo, una novela que ya había leído. Una novela realmente retorcida, con un matrimonio en descomposición, en el que la mujer va de un amante a otro a la vista de todos, en una comunidad cerrada llena de habladurías. El marido lo lleva y lo sobrelleva, hasta que un día amenaza a uno de los amigos de su mujer y cuando se presenta la ocasión, y sin testigos, lo mata. No por venganza, sino más bien por hastío. Su mujer sabe, o sospecha, que ha sido él. Y lo acusa. Y empieza, junto a un vecino metomentodo, a decirlo por toda la ciudad. Pronto, sin embargo, vendrá un nuevo amante, nuevas tensiones, y una nueva muerte misteriosa. Y ya todo irá en un crescendo sostenido hasta el final de la novela.

Creo que voy a seguir leyendo algunas novelas más de Patricia Highsmith en los próximos meses. Y creo que sacaré más de ahí que de leer sus diarios. Creo, además, que en sus novelas y en sus narraciones se ve bastante bien quién y cómo era ella (con las lógicas distancias entre realidad y ficción, que nunca debemos olvidar y a veces olvidamos).

He leído, para cerrar este último mes de lecturas de la autora, un libro llamado Suspense, subtitulado Cómo escribir novelas de misterio, una vieja edición que encontré rebuscando en la Cuesta de Moyano. Ni tengo pensado pasarme al thriller ni creo demasiado en los libros (ni en los cursos) que prometen enseñarte a escribir. Este no hace tal promesa, lo cual se agradece. Y puesto a que alguien dijera que puede enseñar a escribir, creo que siempre sería más fiable alguien que escribe con solvencia demostrada que cualquier profesor dudoso. En Suspense, más que herramientas, uno encuentra como lector a una autora interesante explicando, dentro de lo que quiere y puede, sus procesos creativos. Algunos trucos, algunas dificultades recurrentes, algunas soluciones a estas, algunos ejemplos prácticos de cómo resolvió ciertos problemas, algunos comentarios sobre sus propias obras.

Seguiremos leyendo. No solo a Highsmith.

Felices lecturas

Sr. E

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Algunos libros para la vuelta al cole

Algunos libros para la vuelta al cole


He estado, lo confieso, tentado en grado sumo, de escribir reentré en el título de esta entrada. Lo he escrito, de hecho, solo que lo he borrado, porque me hacía sentir un poco gilipollas. No estoy llamando, que nadie me malinterprete, gilipollas a quienes lo han escrito continuamente en los suplementos y páginas culturales de los diarios desde hace cosa de un mes. Entiendo que a ellos les va en el sueldo. Yo, como hago esto en mi tiempo libre y sin dinero a cambio, no estoy obligado.

He leído (¿masoquismo?) los mismos diez o doce nombres en decenas de artículos. Quizá podría decir en centenares, pero tampoco quiero pasarme de exagerado. Con algunos autores y sus niveles de ventas previos, me parece muy optimista y arriesgado apostar a que cambiarán el rumbo del mundo literario en los próximos meses. Otros suenan a la apuesta segura de siempre. El problema quizá sea ese, que todo suena a lo de siempre.

Como los libros que en enero (otra reentré) nos asegurarán un año lleno de bienes, o las lecturas imprescindibles para el día del libro.

Podéis consultar cualquiera de esas listas, con sus bestsellers prediseñados, sus resurrecciones (algunas literales) y demás trucos.

No las seguiré con demasiada atención, lo confieso, aunque sí tengo ganas de leer, cuando sea posible, La familia, de Sara Mesa y Montevideo, de Vila – Matas, dos de esos títulos que se han repetido mucho. Confieso que Un amor, de Sara Mesa, no acabó de convencerme, siendo una autora que normalmente me enamora desde el principio hasta el final de sus libros, y quiero ver por dónde va su acercamiento a esa institución tan central. Confieso también que me parece un poco feo que nos quieran vender Montevideo diciéndonos que Enrique Vila – Matas vuelve a su mejor nivel, ese que llevaba años sin alcanzar. Ojalá sea así, lo digo como lector apasionado de su obra que fui. Pero queda feo que quienes dicen eso ahora sean los mismos que han aplaudido sin pausa sus últimos cinco o seis libros, esos que ahora nos dicen que fueron un bache.

Realmente el objetivo (si lo tiene) de esta entrada era recordarle, a quien lo lea, que hay otros libros que también van a salir en estos próximos meses. Libros que deberían, quizá, estar entre esas diez o doce recomendaciones imprescindibles pero que no lo están. Mi relación lectora con Cormac McCarthy es irregular, la verdad, pero creo que si saca novela después de quince años habrá que estar pendiente (de hecho son dos novelas conectadas, que en España creo que saldrán en un único volumen; título: El pasajero).

J. M. Coetzee, uno de los grandes novelistas vivos, y uno de los que siguen dando sentido a que miremos si alguien tiene el Nobel en su currículum, también publica nueva novela, y se llama El polaco.

Personalmente, yo estoy muy pendiente de la reedición de Blonde, de Joyce Carol Oates, una biografía novelada de Marilyn Monroe que lleva algunos años descatalogada y se va a volver a publicar gracias al empuje de una serie de netflix (la lectura que podemos extraer de las prioridades culturales es desoladora, ya lo vemos). Sea como sea, quiero leerla.

También tengo un ojo puesto en el nuevo libro de Shirley Jackson que Minúscula va a sacar. Es una novela de misterio gótico, por lo que parece, y se titula Hangsaman. Hay que estarle agradecidos a la editorial por esta apuesta de rescate de la autora (que supongo que estará funcionando bien a nivel de ventas, pero había que apostar por ella). Me gustaron sus cuentos, me encantó la novela Siempre hemos vivido en el castillo, ella como personaje ha acabado resultando simpática y entrañable (aunque probablemente no fuera ninguna de las dos cosas) y hasta las novelas que menos me han transmitido (La maldición de Hill House) me ha merecido la pena leerlas. 

Y que no se nos pase que Eduardo Halfon, que quizá está construyendo uno de los grandes proyectos literarios de nuestro tiempo en el entorno hispanoamericano, también va a tener libro (novela, memoria, autoficción, lo que sea que escribe Halfon) nuevo, Un hijo cualquiera. Esa es seguramente la novedad a la que más ganas le tengo.

Y aunque en los suplementos culturales se cuidan mucho de decirlo, no está de más acordarse de que en las bibliotecas públicas hay muchos libros que hacen más llevadera la cuesta de septiembre. Hay clásicos, medio clásicos, libros que fueron novedades impactantes hace tres años y que hace dos que nadie se lleva a casa, y también suelen llegar con bastante agilidad las novedades de cada temporada. Quizá con demasiada agilidad y poco sentido crítico, vistos los expurgos que obligan a hacer en otros libros, pero ese es otro tema.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E