viernes, 27 de marzo de 2020

Cuentos para la cuarentena (II): Libros encerrados


Cuentos para una cuarentena (II): Libros encerrados

¿Hay libros mejores que otros para leer cuando estás encerrado? No lo tengo nada claro. Creo, eso sí, que hay libros que son absolutamente inadecuados para leerlos en confinamiento. Creo que a los que nos mantenemos como lectores en base a los catálogos de las bibliotecas públicas, estos días nos pillan con las defensas bajas. Aunque siempre hay libros en casa, muchos por leer, porque los fuiste comprando para cuando juntaras varios meses en casa (circunstancia que improvisada y lamentablemente coincide con esta), clásicos que has acumulado para ponerte al día, libros que tienes para releer, e incluso algunos que te preguntas quién trajo (te parece imposible que fueras tú), cuándo y por qué.

Me ha costado mucho concentrarme en la lectura durante estas dos primeras semanas de encierro. Tardé en descubrir que estaba cerrando un libro que me había llevado muy lejos de las circunstancias, la preocupación, el miedo y las miradas casi constantes al móvil durante una hora. Después de ese primer momento de lectura plena, momentos parecidos se han ido sucediendo con mayor frecuencia, así que supongo que mis primeras recomendaciones deben ser para los libros que me está dando un rato de paz y descanso (que con todo lo que estamos teniendo que improvisar y aprender para seguir improvisando los profesores, más dos niños activos en casa, no están siendo demasiados).

Empezando por los clásicos, estoy leyendo, cogido de esa estantería de clásicos que algún día debería leer para tener una verdadera cultura libresca pero aún no lo había hecho, Las ilusiones perdidas, de Honoré de Balzac. Ya he leído la primera parte (son tres novelas cortas relacionadas por la figura de su protagonista), Los dos poetas, en la que se reconocen los recelos, ilusiones, subidas y caídas de la vida literaria (aunque sea provinciana y casi íntima). De Balzac hasta ahora solo había leído La piel de zapa, que es un libro del que guardo muy buen recuerdo, que también podría ser una gran lectura en estos días, pero que creo que es poco representativo de su obra (realismo por encima de todo, dibujo de la vida, La comedia humana), pues es una novela con un fuerte elemento fantástico.

El siguiente clásico que descolgaré de esa estantería es Mujercitas, de Louisa May Alcott, una historia que de tan vista y oída damos por sabida, pero que tengo la esperanza de que pueda sorprenderme.

Otro libro que llevo entre manos es también un clásico, aunque nadie lo sabía en España hace dos años. Aquí no son tres novelas cortas enlazadas, como en el caso de Balzac, sino tres libros independientes que los editores españoles han agrupado bajo el título conjunto de Casos de pruebas circunstanciales. Son tres historias que desarrollan el medio de la novela de no – ficción cuando aún no se hablaba de ella y que transitan entre la investigación histórica y lo inverosímil. Todas son historias de impostores. Ya he leído el primer libro, La mujer de Martin Guerre, una extraña historia de la Francia medieval en la que unos adolescentes son casados por sus padres, se acostumbran a vivir juntos (como buenamente pueden), conviven con la familia de él (el tal Martin Guerre), trabajan, tienen un hijo, él desaparece y vuelve años después, todos lo reconocen, salvo ella, que cada vez está más convencida de que se trata de un impostor. Y considerada loca por el entorno familiar, intenta encontrar la verdad. La autora es Janet Lewis.

En la sección de mis autores clásicos, el libro que me está acompañando por las noches es El visitante, de Stephen King. No es una de sus mejores obras, y quizá no es un libro para perder la cabeza si se dispone de todos los libros del mundo para elegir, pero en condiciones de encierro y con solo unos cuantos libros para elegir, está siendo una lectura reconfortante. Empieza lento, eso sí lo advierto, la parte del primer crimen (monstruoso), va acompañada de una descripción costumbrista bien narrada (me inquieta pensar que si al King costumbrista se le quitan sus repetitivas referencias a marcas populares, hamburguesas y guiños a las clases populares que interpreta como sus lectores más numerosos, y se le dan unas cuantas horas de corrección de estilo, quedaría un libro de Jonathan Franzen, un autor al que se celebra por el hecho de ser tan costumbrista que leerlo resulta tan apasionante como hablar con el compañero más aburrido del trabajo), pero que nos apetece que acelere para llegar al conflicto, a la verdad que se va revelando y que es el enfrentamiento con un ser sobrenatural, el visitante, a quien rastrean en viejas leyendas mexicanas, un ser capaz de mutar y aparecer con distintas formas humanas, que se alimenta del miedo y sufrimiento ajenos.

Propuestas de Lecturas encerradas: Las primeras lecturas para encierros que me vienen a la cabeza están unidas por el hecho de ser, en forma y fondo, historias de terror. Así que hay cierto sesgo en esta selección.

El Resplandor, de Stephen King: Empiezo aquí con el mismo Stephen King con el que terminaba la sección anterior. Su gran novela, El resplandor, es la historia de un escritor que decide aceptar la oportunidad de aislarse durante todo un invierno en un hotel de montaña. Allí, con las carreteras cortadas por la nieve, solo tendrá que escribir y ocuparse de la manutención del hotel. Como saben todos los que ya han leído la novela, o han visto la película (en El visitante, King hace una referencia poco amable a la película de Kubrick, una adaptación que siempre ha dicho que le disgustó), la cosa no es precisamente plácida, y King consigue algo muy difícil, mezclar estupendamente dos géneros: el de la casa encantada (hotel poseído, en este caso) con el del escritor fracasado que busca a quién echarle las culpas (a su familia, que no le deja la paz suficiente para escribir.

Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson: Por motivos que no deben revelarse antes de comenzar la lectura, las hermanas Merricat y Constance Blackwood viven junto a su anciano tío Julian en la vieja casa familiar, aisladas del pueblo, al que solo acuden cuando no hay más remedio a comprar provisiones (¿nos va sonando la situación?). Los motivos que es mejor no revelar en principio, explican el aislamiento de las hermanas, y el desprecio y burla (sin olvidar un elemento de miedo) de las que son víctimas. El libro se va componiendo con un intimismo que a ratos resulta casi lírico, y va formando un terror doméstico muy bien construido, que nos atrapa página tras página y nos llevará a su final con un sobrecogimiento creciente.
http://cuentospendientessre.blogspot.com/2019/10/siempre-hemos-vivido-en-el-castillo-de.html

Pesadilla a veinte mil pies y otros relatos espeluznantes, de Richard Matheson (Valdemar): Me imagino que alguien ha hablado ya en estas últimas semanas de la novela Soy leyenda, de Matheson (de ella o de sus películas, de la entrañablemente antigua de Vincent Price a la insoportable de Will Smith). Es una buena novela, desde luego, pero no es la mejor obra de Matheson. Su obra cumbre, diría, está en su narrativa breve. Quien lea estos cuentos sentirá ese abrazo escalofriante de las mejores historias de terror, y descubrirá, en los modos y mundos, y en las versiones reconocidas y bastardas que de estas historias se han hecho, la gran influencia que Matheson ha tenido en una gran parte de la narrativa de terror posterior.

Drácula, de Bram Stoker: Hace cosa de un mes, vi la nueva serie de Netflix sobre Drácula. Me gustó mucho, la he recomendado y la recomiendo. Es ágil, divertida, juega contra el mito, se ve muy bien y no se convierte en un largo culebrón, que es uno de los principales problemas que tengo con las series de televisión. No soy un aburrido purista de las Dicho todo eso, me pareció que estaría genial volver a leer la novela. Que se convirtiera en un libro popular. Uno que todo el mundo leyera. Es un libro que he leído unas diez o doce veces en mi vida, quizá mi primer gran amor bibliófilo adulto (yo no era demasiado adulto, pero digamos que fue la primera lectura adulta que me marcó). Y puesto que la primera parte transcurre con el pobre Jonathan Harker encerrado en el castillo del conde, puede ser una lectura muy adecuada.

Agujero negro, de Charles Burns: Nunca diría que este cómic es bueno. No es especialmente atractivo en su diseño y dibujo, el guión no es una maravilla. Tiene más defectos de los que me habían prometido al llegar a su lectura, lo aviso. Como también aviso de que lo cogí una noche en la que no tenía otro libro al que echarle mano (o ganas de echarle mano a otro libro), estaba en casa porque lo había estado leyendo mi mujer, y me lo leí en esa misma noche. Era un cliché que no buscaba elevarse por encima de todos los lugares comunes de la plaga terrorífica que la paga con los adolescentes. Y no podía soltarlo. Algo tiene.

Vivir abajo, de Gustavo Faverón: Por circunstancias de salud y familiares, el encierro en mi casa comenzó un mes antes que en el mundo. Yo era la persona destinada a salir a trabajar unas cuantas horas fuera, pero era mi única distracción de eso que los políticos llaman tareas de cuidados. Y los ratos que podía leer en el metro de camino al trabajo y por la noche, antes de caer dormido, eran mis treguas. Me había comprado justo antes de empezar esa época (que hemos enlazado con el estado de alarma) Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, y este. Tenía grandes esperanzas en el de Enríquez después de que le dieran el Herralde y en base a lo mucho que me gustaron el verano pasado los cuentos (oscuros, viscosos, también relatos perfectos para un tiempo encerrado) de Los peligros de fumar en la cama. Después de 200 páginas que no me engancharon lo más mínimo, creo que puedo decir que no es un gran libro, es un producto que usa los moldes de la literatura comercial pero no promueve ninguna subversión de los mismos. Es Ojos de fuego, de Stephen King, por la historia que presenta, pero con la autoconciencia de una autora que cree estar escribiendo algo más valioso, y sin los momentos emotivos atrapalectores de aquella novela. Decepcionado con Nuestra parte de la noche, caer en las páginas de Vivir abajo fue una experiencia maravillosa. No sé si leeré en todo 2020 una novela mejor. Y se trata de una novela que transcurre, en la trama escrita y en lo que nos deja imaginar a los lectores, por túneles y sótanos en los que se encierran desde secretos íntimos hasta seres humanos a los que se piensa torturar. Vivir abajo está escrita con el ritmazo de Los detectives salvajes, y es una novela que no esconde su relación con aquella, pues aparte de escenas que son homenajes directos a la obra bolañesca (no había leído nada de Faverón, pero sabía que era el editor del volumen Bolaño salvaje, de Candaya), hay un aire general de presentación épica de la vida poética y literaria, viajes por toda Latinoamérica (y los Estados Unidos), búsqueda de extraños e inquietantes personajes que desaparecieron dejando tras de sí vacío y silencio, y a los que alguien siente que debe buscar como dedicación central de la vida (una búsqueda que tiene algo de vocacional, como la escritura y la poesía).

El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati: No sé cuántas veces, ni con cuántas excusas, habré recomendado aquí El desierto de los tártaros. Fue uno de los primeros libros que reseñé en este blog http://cuentospendientessre.blogspot.com/2015/08/el-desierto-de-los-tartaros-de-dino.html
Lo he leído cuatro veces completo, y lo he leído parcialmente, a trozos, buscando algo concreto o simplemente dejándome perder, otras tantas. Es uno de mis libros preferidos, y es una de las grandes novelas del siglo XX (esto no lo digo yo, esto lo decía por ejemplo Borges). Se trata de un libro tan bien escrito, tan emocionante, y tan centrado en las ideas del vacío, de la espera, de la soledad, de aprender a tener paciencia y a obtener nada a cambio, que no sé cómo no voy a volver a usarlo para estos días, para recomendarlo y quizá para hacer otra relectura.

Lo dejamos aquí. Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

viernes, 20 de marzo de 2020

Cuentos para una cuarentena (Los cuentos pendientes de mis cuentos pendientes)

Lecturas para una cuarentena (Los cuentos pendientes de mis cuentos pendientes)



No había escrito en el blog en todo lo que llevamos de 2020. La verdad es que no he encontrado el momento. Algunos lectores (increíble, pero así ha sido) me han escrito a la dirección de correo asociada al blog para preguntar si pasaba algo.

No pasaba nada en particular, pasaba la vida. Al final tienes demasiados compromisos, con el trabajo, la familia, tus ganas de escribir y la búsqueda de tiempo, y la propia lectura, además de otros intereses y aficiones.

El blog ha estado en marcha de forma regular durante casi cinco años, y me alegra pensar que habrá ayudado a contagiar mi entusiasmo por algún libro (por tantos libros, pues casi siempre se ha escrito aquí para celebrar, y hasta los comentarios más críticos han sido siempre debidamente contextualizados y ofrecidos bajo la milenaria tradición del palo y la zanahoria, y con mucha más zanahoria que palo; mis verdaderas fobias me las guardo) a un cierto número de lectores.

Leer para explicar un libro a otros es enriquecedor, porque te ayuda a profundizar, te obliga a ello, y seguramente no sea hoy mejor explicador y reseñador de libros que en 2015, pero sí soy mejor lector.
Por esas dos cuestiones, me alegro de lo que en el blog queda.
Por las cuestiones prácticas, era el momento de dejar de hacerlo. No deja de ser una forma de condicionar tu selección de lecturas, y lo que es enriquecedor como lector también te esclaviza, pues lees ciertos libros (los que reseñarás) pendiente de con qué detalle llamar la atención o cómo contarlo.
Ni entramos en el número de lectores del blog. Algunos fieles, otros anónimos, pero nunca demasiados. No se justifica mi trabajo leyendo con cuidado un cierto número de libros al mes, y las horas escribiendo las reseñas (que siempre he intentado que se leyeran bien, lo que exige un tiempo de escritura y corrección, y que he alejado de la versión exprés de la reseña, de igual manera que siempre, consciente de mis manías y limitaciones como lector, he tratado de huir del me gusta / no me gusta, explicando qué me gusta y qué no me gusta en base a razones de escritura, un reseñismo tranquilo, digamos, con filias personales, claro, pero con razones detrás, para que otros lectores puedan sumarse a esas filias, o discutírmelas, quizá en línea con el modelo de blogs que sigo con atención y de los que siempre aprendo, como el de David Pérez Vega, http://desdelaciudadsincines.blogspot.com/ ) si ese tiempo me puede venir mejor en otros menesteres.

Y ahí queda la explicación de por qué este silencio.

Y un sentimiento de melancolía por el abandono del blog y complicaciones personales me habían llevado a no tener ni el tiempo ni el ánimo para escribir esta despedida.

Había pensado cerrar el blog con una recopilación de recopilaciones, de los libros que ya había elegido como destacados en estos años. Y como estos días, con el encierro, he recibido mensajes de muchos amigos y conocidos pidiéndome recomendaciones de lecturas (igual que yo les he pedido a otros amigos series que puedan hacernos más llevadera la situación), he pensado (sí, como otro miembro de la cultura que decide poner su granito de arena) que tal vez no estaba de más hacer esa selección (la selección de selecciones) de lecturas que a alguien le puedan servir. A mí mismo me han entrado ganas de relecturas.

Dejo aquí 10 lecturas con una breve explicación de por qué pueden ser buenas lecturas en estos tiempos extraños. No hay un orden jerárquico, los he ido seleccionando en orden cronológico de lectura.

1. Cuentos completos, de J. G. Ballard, RBA (creo que ahora la edición la tiene Alianza): Me pasé 2015 leyendo este libro, cuento a cuento desde que me lo compré en el Día del Libro de aquel año. Si este momento tan extraño, que creo que ninguno preveíamos (y no digo hace dos semanas, quiero decir que no creo que ninguno de nosotros pensáramos hace un año que viviríamos una situación así) merece un adjetivo, es ballardiano. Todas las contradicciones y miedos del mundo globalizado, competitivo y capitalista, sus monstruos y sus guerras posmodernas. El pánico. Todo eso está en estos 95 cuentos.

2. Diarios de las estrellas, de Stanislaw Lem, Alianza Editorial: Copio lo que ya dije en 2015: Diarios de las estrellas relata los distintos viajes de Ijon Tichy en el tiempo y el espacio. Lem se sitúa en la gran tradición de la sátira desde la fantasía. Llevando a Tichy a otros mundos, aprovecha para criticar todo lo criticable de ese ser humano que habita y destroza la Tierra. Los textos del libro son relatos, se ajustan razonablemente a los parámetros de la ciencia ficción, pero sobre todo son reflexiones culturales y filosóficas de altísimo nivel. Lem disecciona el alma humana con un fino bisturí, y completa un libro divertidísimo, brillante, imposible de olvidar, adictivo.
Tal vez no es una mala idea viajar a la vez que se reflexiona sobre la vida, la muerte, la trascendencia, y el sentido (si lo tiene) de todo ello.

3. La piel, de Curzio Malaparte, Edición de Círculo de Lectores (está en Galaxia Gutenberg): La piel habla del fin de la 2ª Guerra Mundial y la reconstrucción (física, económica, moral) de un país, Italia, y lo hace desde la idiosincrasia de una ciudad tan particular como Nápoles, milenaria, indomable, siempre derrotada pero siempre buscando maneras de resucitar. Malaparte fue un personaje dudoso (como poco): soldado raso en la primera, ideólogo del primer fascismo italiano, creador de revistas, eso que hoy en día se llama agitador cultural (un término bastante más descafeinado, por suerte en muchos aspectos), oficial en la segunda guerra mundial, encarcelado, su camino ideológico lo llevó hacia el maoísmo. Pero es sobre todo un escritor con dos obras que hablan del horror y lo humano, Kaputt, y este. Es un libro de una densidad increíble, en el que cada línea transmite una gran cantidad de información y matices. Uno de esos a los que uno se traslada a vivir mientras lo está leyendo.

4. Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo, Tusquets: Es un libro muy divertido, que siempre es algo difícil de conseguir que un libro sea. Me gustó mucho esta novela escrita en 1.996 por su falta de ubicación dentro del canon de los principales caminos de la literatura española. Leí este libro y pensé eso que no deberíamos pensar pero que no puedo evitar pensar muchas veces cuando alguna obra me está gustando así: no parece española. Orejudo es un autor ambicioso, un lector potente que ha decidido revolver cánones y convenciones, dispuesto a provocar con su primera novela (que fue esta), siendo un desconocido. Todos los lectores de esta novela con los que me he encontrado coinciden en que es un libro que no deja indiferente. Y en general gusta bastante. Fabulosas narraciones por historias nos acerca a aquello que se llama la edad de plata de la cultura española. En un paisaje por el que transitan como personajes Lorca, Buñuel, Juan Ramón Jiménez y tantos otros, sigue las aventuras de tres aspirantes a literatos en la famosa Residencia de Estudiantes. Es un libro divertido, ácido, crítico con lo que era, es y será, me temo, el mundillo literario. La literatura desemboca en el terrorismo menos veces de las que cabría esperar, viendo libros como éste. Le aplaudo a esta obra por ser atrevida, faltona, por meterse con santones de la literatura española a los que los novelistas actuales siguen citando en sus oraciones cada vez que presentan una nueva novela. Echo de menos esa mala leche en mucha de la literatura contemporánea española. Echo de menos que los profesores de instituto dejen de citar todos ellos las mismas novelas del siglo XIX como las cimas insuperables de la literatura española. El ritmo es muy ágil, el lenguaje está muy pulido, la estructura encaja perfectamente, y durante toda su lectura no nos abandonará la sonrisa.

5. Todos los miedos, de Miguel Ángel González (Siruela): Todos tenemos miedo en estos días, ¿no? Por nosotros, pero creo que más por los que nos rodean y aquellos a quienes queremos. Este libro habla de ese miedo a que todo se joda. Que algunos tenemos, de manera inevitable, casi siempre, no solo cuando nos toca estar rodeados por el terror (lo cual no sé si es una ventaja para una situación así, o al contrario, la desventaja que nos faltaba). Miguel Ángel es mi amigo y eso hace (en mi manera de entender las cosas) que quede feo que recomiende este libro. Pero cuando leí este libro no era tan amigo, y cuando escribí la reseña tampoco, así que supongo que algo que puedo llamar honestidad intelectual me permite recomendarlo. Recupero un poco del texto que en 2016 presentaba el libro a los lectores del blog. ¿Tenemos más miedos de los que podemos permitirnos? ¿Tememos por encima de nuestras posibilidades? Si fuéramos a lo esencial, tenemos miedo, por encima de todo, a la idea de la muerte y a que le hagan daño a nuestros seres queridos. Todos los miedos se compone de dos novelas cortas en apariencia independientes que se suman y complementan. La primera de ellas, ¿Quién teme al lobo feroz?, nos lleva a la violencia arbitraria contra una familia que no podrá recuperarse nunca. La segunda, Lo que sé del olvido, nos mete en la cabeza de un hombre desahuciado. El estilo está hecho de breves pinceladas que nos van envolviendo entre el malestar y la crudeza sin perder la intención estética.
Yo ya la he releído en estos primeros días de cuarentena, aunque no es para agarrarla cualquier noche.

6. Sombras sobre el Hudson, de Isaac Bashevis Singer (Zeta Bolsillo, ahora está en DeBolsillo): Sombras sobre el Hudson es una novela del siglo XIX escrita en la década de los 50. Narrativa tradicional rusa mezclada con la tradición oral judía para dar como resultado una novela absorbente, larga, compleja, llena de subtramas, llena de vida. Si has pensado que en estos días te apetecería coger uno de esos novelones clásicos que es difícil soltar, Drácula, El Conde de Montecristo, Los miserables, algo así, esta puede ser muy buena opción.
Tampoco serían nunca una mala opción los Cuentos (Lumen) del mismo autor.

7. Los pobres, de William T. Vollmann (Debate): Es este un libro poderoso y que también he recordado intensamente en estos días. Siempre hay alguien que está peor de lo que podamos estar nosotros, y siempre hay alguien que queda más lejos de ninguna protección y tenemos que tener previsto que muchos dramas que ya existían antes del virus no mejoran por eso, solamente han perdido (aún más) el interés de los medios. Y no perdamos de vista que cuando se salga de esta (porque se saldrá, por supuesto), mucha gente lo hará en peores condiciones materiales de las que entró. Una idea recurrente en Los pobres es el momento en que Vollmann mira hacia dentro y dice que al lado de todos esos pobres a los que está conociendo él es, qué duda cabe, un rico. Y el lector, casi seguro, también. Hay otros mucho más ricos, claro, y ni los muy ricos ni los simplemente más ricos que los pobres hacen demasiado. Vollmann no es un ensayista al uso, aquí no hay una tesis, aunque subyace, está centrado en narrar, su mirada y su prosa marcan el ritmo. No lo hace nunca pensando que está contando la realidad completa, compleja e inabarcable. Lo hace reduciendo su mirada a casos concretos. Les pregunta a los pobres por qué creen que son pobres, qué les hizo ser pobres, qué diferencia a los pobres de los ricos y qué solución hay al tema de la pobreza. Se detiene mucho en la autopercepción que tienen de su pobreza o no, que es un asunto fundamental. Los pobres con los que habla son en muchos casos fatalistas. Las cosas, para ellos, son así, y no tienen perspectivas de cambiar.
Esperemos que se equivoquen.

8. Solenoide, de Mircea Cartarescu (Impedimenta): ¿Por qué no protegernos con un libro ensoñador, con fantasía fantásticamente escrita? Para Cartarescu, y en este libro más aún, lo principal es el peso del mundo y el lugar y la labor del creador. Cómo tratar de hacer algo creativo con ese mundo esencialmente hostil, gris, feo en contra. Desde la relativamente segura perdurabilidad (con todo lo relativa y segura que esta pueda ser) de la obra escrita de Mircea Cartarescu, este transmite al lector un mensaje esencial: el creador lo es si está suficientemente convencido de lo necesario (y esto puede ser algo únicamente personal) de su obra. Quedan fuera por lo tanto las novelas asépticas escritas con el único fin de entretener. Cartarescu aquí juega a suplantar su posibilidad y escribir desde el negativo de lo que realmente ha sido su única novela. Es por lo tanto una novela que debería valer para juzgar la valía (o no valía) de Mircea Cartarescu, escritor. Tenemos aquí, casi mil páginas de una prosa potente y poética (dos puntos que son muy difíciles de equilibrar) y que trata de meter el mundo entero entre sus líneas. Tenemos insectos, colegialas, profesores arrepentidos, frustraciones, luchas de poder, el cambio político en Rumanía al fondo, el absurdo de la creación artística, sueños, más insectos, alucinaciones, una casa en forma de barco y un misterioso inventor, la noche, los madrugones, el cielo sucio de Bucarest, el paso del tiempo y el peso de la muerte amenazando. Tenemos una historia de amor que se va afianzando. Tenemos muchas preguntas que empiezan con Por qué y muy pocas respuestas. Tenemos el enfrentamiento de alguien ante el espejo de lo que podía haber pasado. Todo eso (y más).

9. Némesis, de Philip Roth (DeBolsillo): Siempre es un buen momento para leer a Philip Roth. Siempre se disfruta y aprende leyéndolo. Incluso cuando no sea su mejor novela (y esta no lo es). Pero es la última que escribió, la que leí cuando murió, porque era la última que me quedaba por leer de su obra, y es una novela que habla de la expansión de la polio por el mundo suburbial de la ciudad de Newark, en la que Roth se crió, cuando él era un preadolescente, en el verano de 1944. Podremos reconocer, en esta novela, la ansiedad, el temor a ser el próximo contagiado, los rumores, el sentimiento de culpabilidad de quien cree haber expandido el brote, el señalamiento social. Y podremos ver cómo se sale de algo así. Seguro que alguien que ahora tiene esos 10 o 12 años estará sintiendo tantas cosas tan rápido que no es capaz de comprenderlas. Aquel Roth asustado acabó tardando seis décadas en cribar los sentimientos de la epidemia de polio y escribiéndolo en la que fue su última novela.

10. Cuentos, de John Cheever (Mondadori): Podría ponerme un poco cursi y decir que ningún sentimiento humano es ajeno a John Cheever. Lo dejo dicho. También, copiando lo que escribí hace unos meses sobre esta colección (de sus falsos completos), diré que: En un mundo triste y en gran medida en derrumbe, con trabajos precarios, relaciones que se rompen continuamente, calles agresivas, muchos gritos y discursos que promueven el odio desde la política y muchos medios de comunicación, los cuentos de John Cheever nunca pasarán de moda. Mientras exista la soledad, mientras la conozcamos, mientras mantengamos la mínima empatía para detectar los problemas y las dificultades por las que están pasando otras personas, los cuentos de Cheever serán a la vez diagnóstico y medicina. Los pequeños dramas, los secretos, la melancolía, serán siempre su territorio. Esa mirada acuosa es ideal para mecernos en una lectura en un buen sillón, junto al calor del hogar, mientras ahí fuera hace mucho frío y el viento y la lluvia rugen y nos recuerdan que todo es tan endeble que no deberíamos darlo nunca por seguro.

Por si alguien quiere pasar por encima de mi criterio de selección (o simplemente completarlo), pongo aquí las selecciones completas de cada año en que el blog ha estado en marcha:

Tal vez la semana que viene haya alguna selección de libros para encierros. No lo sé aún. Veremos.

Seguiremos leyendo, eso sí.

Felices lecturas

Sr. E