domingo, 19 de abril de 2020

Cuentos para la cuarentena (V): Últimos libros, despedida y cierre.


Cuentos para la cuarentena (V): Últimos libros, despedida y cierre.

Cuentos completos, de Flannery O´Connor: Leí los Cuentos completos de Flannery O´Connor hace no menos de quince años. No he vuelto a releerlos, apenas algún texto suelto en alguna antología. Y como me pasa con los relatos de Carson McCullers (El aliento del cielo), aunque a esta la he releído más, mantengo cierta sensación de haber cerrado el libro no hace tanto. No recuerdo las tramas concretas de los relatos, pero guardo bastante vívido en el recuerdo el retrato piadoso de los parias, las desventuras de la enfermedad y el señalamiento, la claridad estética de sus historias bastante oscuras, el habla marcada de los poblados del Sur americano, la violencia latente de esa sociedad. Y ya que tengo el viejo libro de bolsillo que leí entonces en casa, quizá sea una buena idea volver a ellos.


Muerte a crédito, de Louis – Ferdinand Céline: Siempre me ha intrigado Céline. Gran esteta, nazi, son las dos cuestiones que uno identifica con él. A veces en el orden contrario, un nazi que era un escritor extraordinariamente dotado. Hace unos meses compré la edición de bolsillo de Muerte a crédito, prologada por Constatinto Bértolo, y he aprovechado para descubrirla. Céline fue médico y tenía complejas relaciones con sus orígenes familiares, y esos dos mundos aparecen volcados aquí, en las peripecias de médico de consultas, un tal Ferdinand que puede tomarse por alter ego del autor, y que cuenta aquí su infancia y su adolescencia, aunque sin dejar de echar viajes y miradas a la adultez. Realmente leer el libro ha sido una experiencia. En general una experiencia positiva. La prosa es brutal, te lleva, te hace bailar, te marea, insulta, escupe, falta a todo, pero en general con sentido, casi nunca pierde las riendas. Hay cuestiones estilísticas que se me hacen difíciles (la manía de dejar las frases en puntos suspensivos, entiendo que con la intención de que se lea como se escucha una conversación que te arrolla, que se para y vuelve, que no cesa), y temas donde asoma lo peor del escritor. Pero porque asoma lo peor del ser humano. Y conocer lo peor del ser humano, como conocer lo mejor, no dejar de ser uno de los motivos por los que (muchos) leemos. Céline era probablemente un mal bicho, y aquí hay una voz narrativa nihilista, en la que he encontrado, pese a ello, cierto asomo de esperanza. Un poco un vamos a morir todos, y somos odiosos, pero mientras tanto, bailemos.

Después de leer a Céline me dio por coger de la estantería Ampliación del campo de batalla, de Houellebecq, que me sigue pareciendo su mejor libro (tal vez el que más se le acerca en mi canon es El mapa y el territorio, pero es otra clase de libro). Es un librito fino, cortante, lleno de una prosa precisa y afilada, dolorosa. Ciento cincuenta páginas de derrota y soledad. Houellebecq es muy lúcido retratando los males del mundo en el cuerpo de un hombre cualquiera (creo que es lo más duro de Houellebecq, cómo retrata al cualquiera, al don nadie, el médico de Céline es un egomaníaco, se cree algo, hincha el pecho al andar, el personaje de Houellebecq se encoge de hombros y agacha la cabeza, aligera el paso nervioso y mira al suelo) derrotado una y otra vez por la maquinaria, ese sistema que todo lo mide en términos competitivos y que no le da un respiro. Comparando con la sensación que decía haber sacado del libro de Céline, la idea que saco de este libro de Houellebecq cada vez que me acerco es que no hay ninguna esperanza. No tiene sentido la celebración. Vamos a morir todos, y somos odiosos, y mientras tanto, ya que no servimos ni para celebrar, no nos merecemos ni follar ni bailar, bebamos y dejémonos caer.

Espía y traidor y Un espía entre amigos, de Ben Macintyre: No me encantan las historias de espías, aunque algunas (sobre todo películas) sí me han gustado mucho. Y no me interesan, desde luego, el tipo de libro que anuncian encuadernaciones y portadas como las que estos tienen. Podrían parecer, en una fila de libros, novelas de Frederick Forsyth, ni siquiera de John Le Carré. Pero me han sorprendido bastante por encima de esas expectativas (por eso fui a por el segundo). He leído los dos, y valen la pena. El verano pasado, durante un viaje a Londres, me compré el de Espía y traidor, y leyéndolo en inglés he tardado más de medio año en terminarlo. Cuenta la historia de un doble agente, un soviético (Gordievsky), aparentemente modélico, que fue reclutado por los británicos y ayudó a conocer desde dentro el sistema del KGB. La portada dice algo así como que fue el hombre que acabó con la Guerra fría, y no sería para tanto, pero el libro está muy bien. La psicología de los espías es muy compleja (aquí se explica muy bien en quiénes se fijan los reclutadores), la psicología de quienes deciden llevar una doble vida también, y con la historia terminada, sabiendo desde el principio lo que nos vamos a encontrar y no teniendo que sorprendernos con giros de guión, Macintyre se dedica a profundizar en la mente de Gordievsky y en general del espía, como arquetipo. Y esas personas con vidas personales vacías, o dispuestas a vaciarlas a la menor orden, que buscan el reconocimiento (cualquiera) de sus superiores, y lo buscan como sea, podrían encajar perfectamente en uno de esos fríos retratos que Carrére hace de sus personajes de no – ficción, esos a los que en ocasiones convierte en fascinantes personajes y otras en peleles que él, como autor, maneja a su antojo (valga Limónov, valga J. C. Romand). La finura de Macintyre es la que separa estas novelas de meras novelas de espías, y acerca su escritura más al modelo de la narrativa de no – ficción más potente. Un espía entre amigos narra una historia más conocida, quizá la más conocida dentro de las historias de agentes dobles, la de Kim Philby, el más famoso de los llamados Cinco de Cambridge, un agente británico de alto nivel, que trabajaba para los soviéticos, y cuya sombra recorre El topo, de Le Carré (con estupenda película de hace unos años).

Maniobras de evasión, de Pedro Mairal: A falta de bibliotecas a las que acudir, he descubierto el catálogo digital de las bibliotecas de Madrid. No dispongo de artefacto específico para su lectura, así que solo puedo leer los libros que cojo allí en el ordenador, y no tengo paciencia para leer ficción y textos largos en el ordenador. Asocio la lectura en pantalla con el trabajo, e inevitablemente trazo diagonales, me pierdo detalles, no pretendo hacer uno de esos babosos textos de cómo me gusta el papel porque me transmite sensaciones. Me gusta leer en papel porque es lo que mi cerebro entiende, y quizá si tuviera un kindle leería de otra manera porque podría irme al sofá, al sillón o a la cama, pero el ordenador se me aparece como lugar de trabajo. Dentro de esa limitación, sí he podido disfrutar de algunos textos más episódicos, que sí llego a paladear al completo, repartiéndomelos como caramelos antes o después de un rato de trabajo. Releí así El boxeador polaco, de Eduardo Halfon, un escritor que siempre es estupendo
Y encontré este Maniobras de evasión, que tenía apuntado para leer desde hace meses y no encontraba en ninguna biblioteca. De Pedro Mairal había leído La uruguaya sin entender el éxito que logró. Aquí me he encontrado con una serie de artículos, entre el ensayo corto y el texto periodístico o de revista de entretenimiento. El tono es ligero, el narrador es divertido, Mairal logra no resultar nunca demasiado literario (lo que sería la muerte del tipo de texto que presenta), y nos va contando cómo se fue convirtiendo en escritor, con altibajos, aceptando cualquier cosa que le ofrecieran, trabajando como profesor de redacción para equipos de abogados, leyendo libros para concursos literarios, escribiendo guiones que casi nunca lograba colocar, dejándolo al final todo por la escritura creativa y convirtiéndose, antes que en novelista de cierto éxito, en una especie de especialista argentino en textos de tono erótico. Lo acompañamos como escritor atareado, como adicto a las redes, como padre divorciado, adulto que nunca ha abandonado la adolescencia, lector torpe, lector muy lúcido, extraviado contemporáneo, especialista en el cuerpo femenino. Algunos textos son excelentes, como El sobrino de Bioy, Tocar a Gimena, El extranjero, El anatomista, La entrega o Quiero escribir pero me sale espuma. También hay textos de difícil concepción hoy, al menos en España (si pensamos en que aparecieran, como aparece este, en una edición de una editorial respetada, como Libros del Asteroide, y no viniera del otro lado del océano, y de otro tiempo, son textos de hace 10 o 15 años, según cuáles), que más que instructivos (un género, el instructivo, que parodian) resultan divertidos, propios de un tierno gañán, y tienen nombres como El culo de una arquitecta o Ensayo sobre las tetas. Otros textos no tienen ni demasiada personalidad ni demasiado encanto, pero en general el libro resulta una lectura amena y muy agradable.

Para terminar, me atrevo a recomendar (creo que es la primera vez que en el blog abro la ventanita musical) también el disco Apocalypse, de Bill Callahan, que reconocerán quienes hayan visto esa serie documental llamada Wild wild country, y en cuya compañía he ido dando forma a esta entrada.

Entrada esta, que creo que ya sí es, aún no superado el estado de alarma y la obligación de mantenernos confinados, pero sí superado lo que buenamente tenía que recomendar, la última entrada de este blog, que esta vez sí queda despedido como debe hacerse. Con un Hasta siempre. Espero que alguna de las lecturas que he propuesto en las últimas semanas haya ayudado a hacérselas más llevaderas a alguien.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas

Sr. E


viernes, 10 de abril de 2020

Cuentos para la cuarentena (IV): Libros para niños y para mayores. Hambre de lecturas.


Cuentos para la cuarentena (IV): Libros para niños y para mayores. Hambre de lecturas.

Sé que los servicios de compra online de todo tipo siguen funcionando, y que se pueden conseguir libros igual que se puede seguir comprando casi de todo. Pero he decidido no utilizar esos medios, y no contribuir a que esos repartidores tengan que estar paseando por las calles con la que tenemos encima (si nos surge alguna emergencia, tendremos que recurrir a esas compras, pero de momento no pensamos que los libros sean una). Eso no quita que siga pensando, como cuando se podía salir a casa, en nuevos libros que me gustaría leer. Y que eche así aún más de menos las bibliotecas públicas, de las que mentalmente me he despedido hasta dentro de bastantes meses (porque creo que por la clase de establecimiento que son, y el intercambio de libros tocados por lectores y bibliotecarios, no serán de los lugares que primero se abran cuando se pueda empezar a salir). Habitualmente, según voy leyendo libros, voy pensando en nuevas lecturas, buscando información sobre esos libros, no de un modo consciente, sino de ese modo en que las lecturas te van apareciendo, por referencias en otros libros, en webs, en conversaciones con amigos, …

Mantengo mentalmente la rutina, y aunque no puedo salir a buscarlos, he ido anotando en estos últimos días algunos libros, para que sean mis próximas lecturas. ¿Cuándo? Cuando pueda ser.

Memoria:
Por el pasado llorarás, de Chester Himes: Hubo una época en mi vida en la que casi todo lo que leía era relato breve o novela negra. Duró algunos años. Y además de los escritores más conocidos y reconocidos, di con otros, también reconocidos, aunque menos conocidos, pero de los que me enamoré y leí todo lo que encontré. Uno fue Chester Himes. Aunque Himes, hay que decirlo, tiene una obra muy irregular, llena de novelas en las que se nota que fueron escritas de manera rápida, siguiendo un molde y abusando de la violencia y del sexo (también violento). Pero algunos libros son estupendos. Tal vez este sea el mejor, una rememoración de sus años en la cárcel (a donde fue por robo a mano armada). Una experiencia que quienes nunca hemos pasado no podemos ni imaginar (por más que nos encante que nos digan que estamos siendo unos héroes quienes únicamente estamos en casa, sin salir más que a tirar la basura cuando se acumula o a hacer la compra una vez a la semana, y creamos que lo hemos aprendido todo sobre encierros). La cárcel (y más en los años 30, y más para un negro en Estados Unidos), era un sitio que llevaba al límite el aguante mental de una persona. Recuerdo que era un libro desolador. Terrible en lo que contaba, pero capaz de contarlo con cierta belleza casi lírica.

Salón de pasos perdidos, Diarios de Andrés Trapiello: Hablé en algún momento del año pasado de que estos diarios de Trapiello llegaron a mi mesita de lecturas casi contra mi voluntad. Había oído hablar de ellos, había leído grandes elogios, pero nunca pensé que fueran a atraparme. Y el caso es que me atraparon. Leí seis o siete volúmenes durante 2019. Y si las bibliotecas siguieran abiertas, tengo claro que uno de los libros que me traería sería alguno de los que aún no he leído. No es que Trapiello sea un hombre excepcionalmente sabio (no lo es), ni muchas veces tampoco se trata de que sea especialmente lúcido (en muchas partes de estos escritos vive demasiado ensimismado en sus propios folios, en la recepción de los diarios, en menudencias, qué dice X sobre lo que escribí hace 7 años, …). Tal y como lo voy a decir sé que va a sonar frívolo, y algo de frívolo tiene, pero ya tengo curiosidad por saber qué dirán en 2026, 2027 o 2028, cuando toque, los diarios de este 2020 tan particular.

Experiencia, de Martin Amis: Me han entrado ganas de releer este libro, de volver a sumergirme en sus páginas de memoria, desmemoria, ajuste de cuentas y vivencias literarias. No lo tengo en casa, y además sé que la edición en bolsillo está descatalogada, porque la he buscado alguna vez ya. Así que esperaré a las bibliotecas para ir a por él y recrearme en su lento paso. De este libro, de su recuerdo, y de su difícil manera de relacionarse con otros escritores (empezando por su padre, Kingsley Amis), me nacen las ganas de leer por primera vez Hitch – 22, de Christopher Hitchens: Las memorias de este periodista y ensayista, muy amigo de Amis durante gran parte de su vida, un tanto distanciados por algunas polémicas hacia el final de los años de Hitchens, a quien no he leído como memorialista, pero sí como ensayista (alguno de sus tratados ateístas: Dios no existe y Dios no es bueno, y el libro que escribió cuando ya tenía claro que iba a morir por su cáncer, Mortalidad).

De los enfados que Amis tiene con amigos a lo largo de Experiencia, recuerdo y saco ganas de leer a Hitchens, y me acuerdo de su distanciamiento con Julian Barnes, amigo y compañero generacional, quien nunca le perdonaría que Amis dejara a su mujer (la de Barnes) como representante, para pasar a la nómina de Andrew Wyles, alias el chacal (en uno de esos escasos giros de la justicia poética, Amis dejó de ser un gran escritor poco después de ese cambio, quizá Experiencia es la coda de sus mejores escritos). También me encantaría poder leer ahora al melancólico Barnes de los últimos años, releer El sentido de un final o El ruido del tiempo, o acercarme por primera vez a La única historia.

Entre las admiraciones inquebrantables de Amis, personaje cambiante, sobreviven Nabokov y Saul Bellow. Me entero de que existen una colección con las Cartas, de Saul Bellow, un autor que siempre me ha gustado (que quizá no está en mi lista de 10 escritores preferidos, pero sí en una segunda lista, o en una lista en la que entraran mis 20 escritores preferidos). Y del que sí voy a releer, ya que están en casa, algunos de sus Cuentos completos, al menos El contacto Bella Rosa, El robo, Memorias de Mosby y Algo por lo que recordarme.

El arte de volar, de Antonio Altarriba: Esta novela gráfica, una de las más reconocidas en España durante la última década, sirve a Altarriba para ponerse al día con su padre, quien se suicidó tirándose por la ventana (de ahí el título) de la residencia de ancianos en la que residía. Altarriba aprovecha el duelo para recorrer la vida de su padre, una vida española que fue desde la Guerra Civil hasta el principio de la década de los 2000, de causa perdida en causa perdida, de derrota en derrota, hasta que decidió saltar. Altarriba cuenta que el impulso inicial de rabia que puso en marcha el libro fue recibir, a los pocos días de la muerte, una llamada de la residencia en la que su padre había estado, recordándole que debía abonar los 4 primeros días de ese mes en el que su padre saltó.

Entre la memoria y la ficción:
Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz: No sé por qué he pensado en este libro. No he leído hasta el momento nada de Amos Oz, pero he leído sobre este libro y he pensado que me gustaría saberlo todo sobre su niñez y adolescencia en un kibbutz, su padre que nunca consiguió plaza como profesor, su madre frustrada que acabó suicidándose, el mundo cerrado al que ponían paredes (literalmente) los miles de libros que esos dos padres incapacitados para la vida funcional atesoraban. Y cómo Amos Oz cuenta que antes que escritor quería ser libro, porque sentía que eran reverenciados. Y la sensación, finalmente, de que debía salir de aquel lugar para desarrollar su vida.

Ficción:

Caminaré entre las ratas, de David Pérez Vega: Hará 3 o 4 años que leí los cuentos del libro Koundara, de David Pérez Vega. Eran relatos escritos con mucha solvencia, y en la línea del relato breve estadounidense de los Carver y asociados, aunque con más desarrollo muscular que los relatos de Carver (eran relatos cortos más parecidos a Tobias Wolff y Richard Ford, para que me entiendan quienes manejan esos referentes). Ahora ha sacado una novela en la que ha invertido esos años que han pasado desde los cuentos, y por lo que ha contado en su blog, debe ser un libro sólido, que me remite más a referentes latinoamericanos (Bolaño, Rey Rosa) y a un mundo urbano y contemporáneo. Se llama Caminaré entre las ratas y habla de un teleoperador en crisis vital (su objetivo era ser profesor, no teleoperador), al que la muerte de un amigo pilla de sorpresa, que escribe sin éxito y al que preocupan cada vez más, en sus paseos por un angustioso Madrid, las consecuencias de la crisis económica, el auge de la ultraderecha, y una simbólica invasión de ratas de la que nadie parece estar dándose cuenta. La salida del libro ha coincidido de pleno con el encierro, así que la ansiedad habitual cuando un libro aparece en una editorial modesta (a cuántas librerías llegará, cuánto lo aguantarán en ellas) se habrá acentuado por la situación. El libro está ambientado en aquellos años 2009 – 2010 y alrededores, de penurias económicas para mucho. Pero puede ser una lectura muy adecuada para lo que nos viene. Me lo dejo apuntado para cuando sea posible celebrar el día del libro este año.
Por si alguien quiere un adelanto, él mismo grabó unos fragmentos de lectura para su blog la semana pasada

La vida entera, de David Grossman: De Grossman leí un par de novelas hace algunos años. Libros muy bien escritos, que se situaban entre la realidad y la irrealidad (no la fantasía), y que en general me gustaron (Delirio, sobre los celos dentro de un matrimonio, y Llévame contigo, una novela sobre un adolescente tímido que trabaja buscando perros desaparecidos en el ayuntamiento de Jerusalén y un día conoce a una chica y le pide que lo lleve con ella). Sé que David Grossman perdió a un hijo de 20 años en una de tantas guerras que el gobierno de Israel ha puesto en marcha en las últimas décadas. Y sé que, aunque no se trata de un libro sobre ese suceso, La vida entera trata del miedo a la muerte de un hijo soldado, y del duelo, y entre muchas historias sentimentales, cruzadas con guerras y muertos, la historia de una madre que cuando su hijo es reclutado, decide salir a caminar sin rumbo por Israel, para asegurarse de que así nadie podrá ir a su casa a comunicarle que su hijo ha muerto.

Ensayo:
Escribir en la oscuridad, de David Grossman: Desde la búsqueda de información sobre la última novela que comentaba, llegué a este ensayo. Que realmente es una recopilación de ensayos (6) sobre la labor de escribir en un mundo oscuro y violento, continuamente interrumpido en su normalidad (hasta el punto de que esa es su normalidad, como decía Etgar Keret) por explosiones, ataques y guerras.
Jared Diamond: Encontré que este profesor universitario es el maestro del famoso Yuvel Noah Harari (el autor de Sapiens, un libro que me pareció interesante, pero no estupendo; original en algunos planteamientos, eso sí, y muy bien contado). He buscado información sobre sus estudios y sus obras, y en un momento de incertidumbre como este, he pensado que algún día intentaré leer Armas, gérmenes y acero (1997), Colapso (2005) y Crisis (2019).
El mundo y sus demonios, de Carl Sagan: Tal vez estemos entrando, con el coronavirus, en una época en la que será adecuado revisar este clásico, que leí hace años, pero que creo que ahora miraría con otros ojos.
Y en una línea parecida, me ha parecido interesante (desconocía su existencia hasta que lo vi relacionado con el de Sagan): Conocimiento inventado: falacias históricas, ciencia amañada y pseudo – religiones, de Ronald H. Fritze, un libro que se centra más en cómo esos pseudoconocimientos se asentan y hacen fuertes y por qué el ser humano tiene una cierta tendencia a caer, siglo tras siglo, en las mismas trampas para el pensamiento.

No le he prestado nunca demasiada atención a los libros infantiles en el blog. Y eso que desde que tengo niños he pasado cientos de horas en las bibliotecas municipales (desde las bebetecas hasta las salas de lectura infantiles) con ellos, y leyendo después esos cuentos en casa, cada tarde un rato en el sofá (o suelo) y cada noche antes de que se acuesten en la cama.

Tenemos muchos cuentos en casa, por supuesto, pero llega el punto en el que los tienen demasiado vistos (aunque suele funcionar dejar de verlos durante un tiempo, en diez días vuelven a retomarlos con ilusión). Mis hijos echan de menos las bibliotecas, el acto de poder cambiar de libros una vez a la semana (que es más o menos la frecuencia con la que acudimos), y los ratos que pasan allí explorando, seleccionando, catando lecturas. Hasta ahí, nada muy distinto a lo que nos pasa a los mayores, la verdad.

Pensando en ellos, he pensado seleccionar algunos cuentos y autores que me parecen especialmente recomendables, de los que ellos han disfrutado mucho, y que a mí también me gustan:

Cuentos por teléfono, de Gianni Rodari: Es una colección de cuentos estupendos. Todas las historias son breves (lo que permite leer varias antes de ir a la cama), llenas de imaginación, sin moralina pero con enseñanza. En ellas se mezclan la realidad con la fantasía más pura, se reinterpreta la historia, se anima a pensar. Maravillosos. Creo que empiezan a funcionar (depende de la madurez verbal, claro) a partir de los 3 o 4 años. Y sirven hasta mi edad, al menos. Para un poco antes, los Cuentos al revés.

El grúfalo, de Julia Donaldson: Un clásico de la literatura infantil. La historia de la creación de un ser mitológico (el grúfalo) por parte de un ratoncito que pretende con ello darle miedo a sus cazadores. La prueba de que la astucia vale muchas veces más que la fuerza. A partir de los 2 años gusta, por lo que tengo visto, y a los 6 sigue siendo atractivo. Hay una película muy bonita sobre el cuento (y también sobre otros cuentos de la autora, La hija del grúfalo, y Cómo mola tu escoba).

Todo Babar, de Jean de Brunhoff: Los cuentos de Babar el elefante son, en primer lugar, preciosos por su estética y sus dibujos. Después, por sus historias, perfectamente infantiles, narradas desde la mirada egocéntrica del niño, pero despertando el sentimiento de pertenecer a una comunidad que debe cuidarlo y de la que debe empezar a preocuparse. Sé (perfectamente) que vistos con la lupa deformada del tiempo, estos cuentos infantiles, de la década de los 20 del siglo XX, están escritos dentro de un sistema que era racista, clasista y machista. Si uno quiere, puede rastrearlo perfectamente. Pero creo que no dejan de ser rastros subliminales, que pueden explicarse a los niños cuando resulten demasiado obvios. Y no dejar de disfrutar por ello de unos cuentos tan estupendos. Desde los 2 – 3 años les prestan atención y se identifican con los personajes. La colección que tenemos en casa (de Blackie Books) tiene además una cosa muy interesante para quienes empiezan a leer, y es que está toda escrita con letra ligada, y facilita mucho la conexión con lo que aprenden en el colegio, y los niños se animan leyendo ellos mismos a Babar porque ven que cada vez lo hacen mejor.

De qué color es un beso, de Rocío Bonilla: Mini Moni, la protagonista de este cuento, es un personaje muy popular en casa desde hace años. Es un cuento estupendo, con una protagonista arrebatadora, y muy bien dibujado (todos los libros de la autora lo están). Hace años que los libros infantiles se escriben con intenciones pedagógicas. Y no tengo nada en contra, faltaba. Pero hay productos muy populares (en las bibliotecas, las librerías, las guarderías y las aulas de infantil de colegio) a los que se les ha olvidado añadir una historia atractiva, se han quedado en lo pedagógico. Los libros de Rocío Bonilla contienen ese elemento de enseñanza, pero no pierden nunca de vista que lo principal es contar un cuento, que los niños quieran saber qué va a pasar después. También nos gustan mucho La montaña de libros más alta del mundo o Mi amigo el extraterrestre.

De vuelta a casa, de Oliver Jeffers: En casa, este cuento se llama, desde que se leyó por primera vez, Rotomotor y singasolina, porque cuenta la historia de un marciano al que se le rompe la nave y un niño imaginativo, perdido en su mundo, que vuela con su avión hasta la Luna, donde se queda sin combustible. Y habla, con ironía, el lenguaje y la manera de pensar de un niño de 4 años (aunque en algunos gestos sirve igual decir que es la manera de pensar de cualquier ser humano), de cómo dos desconocidos tienen que colaborar para encontrar la solución más adecuada y original al problema. Las rupturas de la realidad son constantes y divertidísimas. Ese mismo niño aparece en otras historias, como Cómo atrapar una estrella (preciosa) o un par de aventuras junto a un pingüino: Perdido y encontrado y Arriba y abajo. El dibujo es muy sencillo, casi imitando el trazo infantil, y los guiones estupendos. También es del mismo autor, y muy divertido, Los Huguis y el jersey nuevo.

Mitología griega: A mi hijo mayor (6 años) le encantan desde hace tiempo las leyendas de los héroes griegos, las grandes historias épicas de aquella civilización, y los cuentos de su mitología. Hay muchas ediciones, hemos visto muchas, leído bastantes, y estuve estudiando características antes de comprarle la que más nos gusta: Las historias más bellas de la Mitología Griega, de Luisa Mattia.

Charlie y la fábrica de chocolate y El superzorro, de Roald Dahl: Aún no leemos estos cuentos, pero a mi hijo mayor ya le han gustado las dos versiones cinematográficas (acompañado en su visionado, explicándole algunas cuestiones), las de Tim Burton y Wes Anderson, respectivamente. Lo que más me gusta de Roald Dahl, aparte de su gran sentido narrativo, es que no le esconde a los niños que la infancia puede tener momentos difíciles, o ser directamente desagradable, como topes con gente mala. Pero en sus historias, los que se mantienen buenos acaban saliendo bien, y además sus historias están llenas de mala leche para que los malos se lleven su merecido.

Astérix, de René Goscinny y Albert Uderzo: No hay demasiado que explicar ni que aportar. Hay que ser un poquito mayor (un poco mayor que mis hijos quiero decir, aunque hablo en general, porque a mi hijo mayor le apasionan ya sus tebeos), pero nunca está de más recomendar algunas de sus aventuras. Para niños de 4 – 5 años, propiamente, es una iniciación estupenda Cómo Obélix se cayó en la marmita del druida cuando era pequeño, un cuento precioso que desvela uno de los grandes misterios de la serie. Yo nunca he sabido cuál era mi preferido entre los 24 cómics de la serie original (propiamente la de Goscinny y Uderzo). Quizá Astérix y Cleopatra, o Astérix en Bretaña, aunque también me han gustado mucho desde siempre Astérix legionario o Astérix en los Juegos Olímpicos. Desde mi visión adulta (no eran de los que más me gustaban de niño, pero ahora me encantan) La residencia de los dioses y Obélix y Compañía son maravillosos. Incluso tengo muchas ganas de dar en la biblioteca con el nuevo, Astérix y la hija de Vercingetórix. Me gustó bastante Astérix y los pictos, también de los mismos autores que están llevando ahora la serie, con un guión bastante más sólido que la mayoría de álbumes que Uderzo hizo en solitario. Aunque ninguno ha alcanzado el encanto que tenían aquellas historias concebidas por Goscinny.

Qué ganas de volver a las bibliotecas, de verdad.

Y de salir a celebrar los descuentos del día del libro.

Habrá que seguir esperando.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas

Sr. E

viernes, 3 de abril de 2020

Cuentos para la cuarentena (III): Previsiones e imprevistos


Cuentos para la cuarentena (III): Previsiones e imprevistos.

Voy a seguir aún un poco más comentando las lecturas que llevo adelante en estas semanas de encierro y recomendando libros que creo que pueden ser una buena compañía para quien no los haya leído todavía.

El general del ejército muerto, de Ismail Kadaré: Siempre hablo bien de su obra y recomiendo a Ismail Kadaré. Me parece uno de esos autores de los que se puede sospechar que permanecerá, de entre aquellos que coinciden en una época. Su mundo literario es grave, oscuro, lleno de soledad, muerte, traición, resentimiento, odio. Aún así, lírico y bello. No hay un libro suyo que no valga la pena, pero siempre recomiendo entrar en su obra a través de esta novela o de El palacio de los sueños. El general del ejército muerto es una misión melancólica y condenada al fracaso, porque aunque triunfe será una derrota. Acompañamos, los lectores, a una misión del ejército italiano que viaja hasta Albania a rescatar los cadáveres de sus compañeros muertos durante la Segunda Guerra Mundial. Ha sido una relectura, después de muchos años, y creo que ha sido la primera novela que he disfrutado verdaderamente en estos días. Un libro que me fui administrando por las noches, poco a poco, durante algo más de una semana, a modo de sedante para antes de dormir.


Ruido de fondo, de Don DeLillo: Ruido de fondo (1985) comienza con una ciudad ansiosa, huyendo toda ella, de un modo desesperado y competitivo (parece que solo se salvarán los primeros en cruzar los puentes de salida), de un escape nuclear. Se trata de una historia llena de rumores, malentendidos, conversaciones confusas que no llevan a ningún sitio, familias que se caen, miedo, manipulación de los medios de comunicación, poderes económicos y políticos defendiéndose y atacándose, y como su título anuncia, de mucho ruido, de todo ese ruido y confusión que es el fondo sobre el que pasan nuestras existencias contemporáneas, con o sin epidemia, con o sin redes sociales, con o sin prensa en la mano. DeLillo te conduce suavemente (con esa prosa musical y llena de contrapuntos que te hipnotiza) por una novela que te emociona, te da miedo, te hace reconocerte y te hace desear no ser como los personajes a los que está describiendo (aunque sabes que sí, si no peor). Si alguien, en alguna medida, nos había preparado para una epidemia y el terror globales, había sido (además de Ballard), DeLillo. Y es una pena que se encuentre retirado (o casi retirado), porque lo que va a quedar del mundo después de este virus, en términos sociales, económicos y de todo tipo, le hubiera dado al escritor que era hace veinte años para explicarnos cómo serán nuestros próximos diez años, o cómo fueron los últimos cincuenta sin que nos diéramos cuenta, que es a lo que se ha dedicado DeLillo durante toda su vida, a explicarnos lo que va a venir a la vez que nos explica todo lo que ya había pasado sin que nos diéramos cuenta, porque estábamos mirando hacia dónde no había que estar mirando, y cómo ese pasado oculto explicaba ese futuro que aún no era obvio pero lo sería. Y de eso, recuerdo, trataba esencialmente Submundo (por mucho que aparentemente tratara de temas más frívolos, de baseball, de canción popular, de cine y televisión americana, de fontaneros políticos con traje y corbata, …).


El dilema del prisionero, de William Poundstone: A veces, cuando leo, también me gusta recordar que estudié la carrera de Físicas y que me gano la vida enseñando Matemáticas. Este es un libro que se relaciona con esa doble condición, pero que creo que podría interesar a cualquiera. El dilema del prisionero es un problema fundamental en la Teoría de juegos, y dice (copio un enunciado concreto de internet, hay variantes): “La policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos y, tras haberlos separado, los visita a cada uno y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante un año por un cargo menor”. Es un juego de suma no – nula (no vamos a entrar en detalles), y lo más beneficioso para ambos sería que los dos se callaran (fijémenos en la suma de las penas, en este caso como mucho se sumarían dos años de suma total, las otras posibilidades dan totales de diez o doce años). Pero la experiencia, y en este caso la policía lo sabe, dice que es muy probable y muy frecuente que alguno de los dos acabe incriminando al otro, pensando que así se va a librar (consiguiéndose en muchas ocasiones que los dos, aislados, echen la culpa al otro, y compartan castigo). Este libro habla de esa clase de dilemas en nuestra vida diaria, y de cómo la lógica y el beneficio objetivo no son necesariamente las opciones más populares. También es una especie de biografía poco sistemática de John Von Neumann, matemático, pionero de la informática y la aeronáutica, genio y persona poco recomendable, amigo de Einstein y juerguista, uno de los principales participantes del Proyecto Manhattan y uno de los pocos que salieron de allí convencidos de que el mundo necesitaba apostar por la opción belicista para seguir existiendo (una lógica, relacionada con la teoría de juegos y el dilema del prisionero, que llevó a que durante décadas los dos grandes bloques se apuntaran con armas capaces de destruir la Tierra para así lograr un equilibrio basado en el miedo), y que una guerra atómica era poco menos que inevitable y había que seguir armándose para ella.


La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag: En este libro, escrito a finales de los setenta y que leí hace un par de años, Susan Sontag se asoma, desde su experiencia personal con el cáncer (enfermedad que se le reprodujo y que tuvo en varias ocasiones), al análisis del lenguaje que se asocia a esa enfermedad (batalla, guerra, persona luchadora, el ejército de las células cancerosas, …) y rastrea sus orígenes en el romanticismo asociado a la tuberculosis (la gran enfermedad de su época, al nivel al que el cáncer podía serlo cuando Sontag escribió el libro) durante el siglo XIX y principios del XX (la tuberculosis era, en el imaginario popular, una enfermedad que asolaba a las almas sensibles, así que tenerla debía ser síntoma de una importante sensibilidad). Sontag reflexiona sobre qué se esconde realmente en esas metáforas, por qué cree que se asocia el proceso de la enfermedad al de una guerra, y también habla sobre la culpabilización a la que se somete con frecuencia al enfermo de cáncer que no lucha lo suficiente por vencer a la enfermedad, que no se comporta como un héroe, que está desanimado (por más décadas que pasen y más afianzado que esté ese tópico, sigue sin estar demostrado que un buen estado de ánimo y una actitud positiva ayuden a que un cáncer se cure con más facilidad), por no hablar de la asociación que la enfermedad (sobre todo ciertas enfermedades, ciertos tipos de cáncer, como el de pulmón) puede tener con un cierto castigo divino (aunque no se culpe a Dios de ello), a modo de castigo por los excesos (Sontag amplió el libro en los años 80 hablando del sida, enfermedad que estuvo muy ligada originalmente a la homosexualidad y que muchos integristas vieron como un justo castigo a su comportamiento), y cómo deja fuera de toda lógica a quienes enferman igualmente sin haberse salido nunca de lo marcado, todos esos, que también enferman, y que siempre han cuidado su alimentación, han hecho deporte, no han fumado, han sido abstemios y sin embargo, como por error, enferman. No tengo en casa el libro para releerlo, pero me gustaría hacerlo en estos tiempos de nuevos lenguajes bélicos y nuevas enfermedades, de héroes que se esfuerzan contra un villano invisible, sin rostro, apenas identificable, al que cuesta odiar con precisión por eso mismo, aunque da miedo, mucho, a todos, y nos iguala, nuevamente.


Serie Charlie Parker, de John Connolly: Supongo que de alguien que lee mucho, que incluso se atreve a recomendar lecturas, que escribe y pretende escribir más y mejor, se esperaría que dijera que había ido acumulando en su casa, para una hecatombe o para llevárselo a la cárcel si se daba el caso, para un largo verano en soledad o para la fractura de una pierna, para cualquiera de esas situaciones, los tomos de En busca del tiempo perdido o al menos El cuarteto de Alejandría. Me justificaré diciendo que al menos El cuarteto de Alejandría lo leí hace unos diez veranos (aunque lo fui leyendo de la biblioteca, así que no lo tengo por aquí ahora). Y ahora diré que la verdad es que lo más parecido que yo había hecho era ir acumulando los tomos de la serie de Charlie Parker, de John Connolly, en bolsillo. Intento, desde que los descubrí, ir leyéndolos cuando salen en las bibliotecas, y cuando aparecen en bolsillo, me los compro y los he ido guardando para un largo verano. Este puede ser un año sin verano, pero con mucho tiempo en casa, así que quizá sea el momento adecuado. No tengo toda la serie, porque me falta alguno de los últimos y porque mi hermano y algún amigo se han ido llevando algunos volúmenes y no han vuelto, pero tengo bastantes. No todos son igual de buenos, aunque todos dan unas horas de compañía y entretenimiento (y algo más que el entretenimiento, tienen algo), pero recomiendo mis preferidos, por si alguien quiere empezar con Parker y sus amigos (y enemigos): Todo lo que muere, Más allá del espejo, Los atormentados, Voces que susurran o La ira de los ángeles.

De un modo menos premeditado, también me encuentro con que tengo en casa la serie completa de El cuarteto de Red Riding (1974, 1977, 1980, 1983), de David Peace, y El cuarteto de Los Ángeles (La dalia negra, El gran desierto, L. A. Confidential y Jazz blanco), de James Ellroy. Me los compré todos el año pasado, y he releído algunos libros en estos últimos meses. Me parece que aquellos que no he leído recientemente, pueden ser también una excelente compañía si esto se sigue alargando, y serán una alegría (aunque con lo oscuros que son no son exactamente la palabra, no desde luego una alegría sin más) para quien los coja por primera vez.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E