sábado, 30 de diciembre de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023 (II)

Mis cuentos pendientes (II)

¿A quién no le gusta una buena lista con las diez mejores lecturas del año? Estoy seguro que hay muchísima gente a la que no le gusta una lista con las diez mejores lecturas del año. Pero ayuda a terminar de clasificar y reflexionar sobre las lecturas que uno ha ido haciendo. Y por si fuera del interés de alguien, aquí van diez libros, del décimo al primero, en un orden tan firme como el de los continentes y su deriva, un orden que mañana podría ser, perfectamente, otro. Pero mañana no volveré a pensar en ello. Hoy quedará establecido y así se queda. Una lista sin amiguismos ni presiones editoriales ni publicitarias. Que ya es algo. Con novedades y antigüedades. Con narrativa y ensayo e incluso un poco de poesía.

 

10. El movimiento del cuerpo a través del espacio, de Lionel Shriver, Ed. Anagrama.

 

9. Una vida de pueblo, de Louise Glück, Ed. Pre – Textos.

 

8. Relatos, de Deborah Eisenberg / La casa en llamas, de Ann Beattie, Ed. Chai.

 

7. Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, Ed. Sexto Piso.

 

6. Tu mente bajo los efectos de las plantas, de Michael Pollan, Ed. Debate.

 

5. Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman, Ed. Debate.

 

4. Todo esto para qué, de Lionel Shriver, Ed. Anagrama.

 

3. El desencantado, de Budd Schulberg, Ed. Acantilado.

 

2. Cumbres borrascosas, de Emily Brönte, Ed. Alba.

 

1. El artesano, de Richard Sennett, Ed. Anagrama.

 

Ahora sí, a por un 2024 de mejores lecturas.

 

Saludos cuentistas

 

Sr. E


viernes, 29 de diciembre de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023

Mis cuentos pendientes de 2023 


Se nos ha pasado otro año leyendo y pensando sobre lo leído. Se ha ido rápido 2023. O eso me ha parecido. Comienzo diciendo que no leo en digital, porque ya trabajo bastante con pantallas como para añadir otra más a mis ojos. No leo en digital, por decirlo todo, con la excepción de algunas incursiones en el servicio e – biblio para ver cómo empieza algo y decidir si merece la pena la excursión a la biblioteca para cogerlo. Y en paralelo, casi siempre escribo directamente en el ordenador. Esa escritura es más ligera y seguramente más superficial. Y tiene problemas, claro, como que algo se pierda y no se pueda recuperar. Algo así me pasó este año con mi cuaderno de lecturas, y perdí las referencias de los libros leídos durante julio y agosto. Recuperé los que mi memoria no había desechado, y da miedo ver a qué velocidad nos olvidamos de algunos libros. También reconforta ver con qué solidez se nos han quedado algunos, que ya parecen clásicos de nuestra vida, y ahora vemos que leímos hace solo 8 o 10 meses. Aprovechamos estos últimos días del año para hacer balance y recomendar algunas cosas.

Con la posible pérdida de algunos libros poco memorables, durante 2023 he leído 92 libros. Dejo al margen relecturas parciales o lecturas abortadas después de treinta o cuarenta páginas, algo que cada vez practico con mayor frecuencia. Serán las cosas de hacerse mayor o de darse cuenta de que hay mucho que leer. Ahora mismo me siento capaz de retirarle la palabra a quien me diga que cuando empieza un libro se siente obligado a terminarlo. ¿Por qué? ¿Qué necesidad?

Hay novela, relato y ensayo entre mis lecturas. Algo haré mal cuando el porcentaje de malas elecciones es mucho mayor en la novela que en el relato o el ensayo. Algo haré mal yo como lector o algo harán mal los autores y sus editores permitiendo que en novela pasen el filtro obras mucho más flojas. Podremos echarle la culpa a Kundera y su concepto flexible de la novela. O podremos citar a Levrero cuando decía, en La novela luminosa, que cualquier cosa entre tapa y tapa es una novela.

He leído algunos diarios y cómics y después de bastante tiempo he leído poesía.

Voy a clasificar de manera fácil de comprender los libros que más me han gustado durante este año y que paso a recomendar a quien quiera tomarlos como tales recomendaciones. Aún quedan los reyes magos y hay mucha gente esperando buenos libros. Estos lo son.

Novelas clásicas, tanto en estructura como en escritura:

Este año he ido cubriendo algunas de mis lagunas lectoras. Y de esas lagunas que he ido cubriendo salen las novelas más sólidas que he leído. Aunque son novelas bastante modernas y contemporáneas en muchos de los aspectos de su escritura. Lo es Madame Bovary, de Gustave Flaubert, y lo es aún más Cumbres borrascosas, de Emily Brönte. Del libro de Flaubert se puede hacer un tratado (y varios se han hecho) sobre el uso del punto de vista y el lenguaje. Pero vale la pena olvidarse de los aspectos técnicos y no leer esta novela como si fuera un libro frío, porque no lo es. Vale la pena meterse en sus páginas y dejarse llevar por las pasiones de Emma Bovary y quienes la acompañan. Pasiones hay también, aunque extrañas, entre Catherine y Heathcliff, protagonistas de Cumbres borrascosas, y ese micromundo rural en el que viven está retratado con viveza. Es, como decíamos, un libro con una estructura curiosa, muy innovadora para su época y francamente precisa.

Terminando el año leí otra novela clásica, decadente, muy americana y con evidentes aires a lo Scott Fitzgerald. Pero, ¿a quién no le gusta un buen imitador de Scott Fitzgerald? Lo difícil es imitarlo bien, como es difícil imitar bien a Bolaño o a Kafka. El libro se llama El desencantado y su autor Budd Schulberg. No conocía de nada ni al autor ni su obra, aunque las tenga en su catálogo Acantilado. Escuché su nombre en uno de esos programas de radio en los que colabora José Luis Garci. Y después vi que el prólogo lo escribía Anthony Burgess. Soy devoto de las memorias de Burgess y de su inteligencia como lector, no tanto de sus novelas. Pero me gustó encontrarlo como introductor de esta novela, que decía releer cada dos años o menos. La historia es sencilla, Hollywood, años cuarenta, un joven aspirante a escritor, recién licenciado, con dudas sobre su talento y mucha ilusión, es contratado para ayudar con la construcción del guión de una frívola comedia de chicos que conocen a chicas a un novelista legendario, el autor al que toda su generación leyó deslumbrado y al que ahora apenas se reconoce bajo las ruinas de un hombre alcoholizado incapaz de sentarse a trabajar. Aventuras, desventuras, desilusiones, muchas, y más de quinientas páginas que saben en todo momento a dónde quieren ir y regalan alguna perlita en todas y cada una de ellas. Una novela sólida, llena de literatura y vida.

 

Memorias, diarios y similares:

Comienzo otra vez con Budd Schulberg. Deslumbrado con su novela, acudí raudo a la biblioteca a ver qué más tenían suyo. Y tenían sus memorias, tituladas De cine. Memorias de un príncipe de Hollywood. Que yo no conociera previamente a Budd Schulberg solo habla de mis lagunas y carencias. Fue un guionista que ganó un Oscar en su trabajo por La ley del silencio, con Marlon Brando. Fue el guionista de esa estupenda película que se llama Más dura será la caída, con Humphrey Bogart. ¿Y por qué un príncipe de Hollywood? Porque en sus memorias, que se detienen quizá más de lo deseable en su infancia y primerísima juventud (pero así es la memoria, y así nos almacena y construye) nos cuenta que su familia fue una de las pioneras de Hollywood tal y como se construyó en los años 20 y 30. No es un libro, pero este año me impactó y disfruté muchísimo con la película Babylon, de Damien Chazelle, con una Margot Robbie que se come la peli y no estuvo ni entre las candidatas a todos esos importantes premios que este año es posible que gane por hacer de muñeca. El caso es que reconstruye ese mismo mundo de pioneros y excesos. Y nos va enseñando cómo Hollywood pudo llegar a ser lo que fue. Y cómo fue crecer entre estrellas y el desierto. Y lo difícil que siempre resulta destacar en el mismo medio en el que tu familia lo ha hecho.

Una de las estanterías temáticas más pobladas de mi biblioteca es sin duda la de adicciones y crónicas sobre caídas y recaídas. Este año leí y añadí a esa estantería La huella de los días. La adicción y sus repercusiones, de Leslie Jamison. No es un libro top sobre el tema. Pero es una reflexión interesante sobre el alcoholismo. Y sobre cómo esa adicción se cruza con el hecho de ser mujer y con el tema quizá central del libro, cómo pasarse con la bebida y otras sustancias no despierta demasiadas alarmas cuando se hace dentro de un entorno artístico o seudoartístico.

Compré algunos tomos más de los diarios de Trapiello, a los que dediqué un importante tiempo de búsqueda. Quienes andamos detrás de ellos podremos decir que hay precios disparatados en librerías de segunda mano, y particulares que piden cifras obscenas por sus viejas ediciones de Pre – Textos. Leí Seré duda, el tomo de 2005. No es el mejor, pero creo que es la clase de lectura por qué me compré un sillón nuevo, reclinable y muy cómodo, para pasarme dos o tres horas seguidas por las tardes leyendo, cuando las tardes y las horas permiten ese dispendio. Compré también el último tomo, Éramos otros, que seguramente sea el próximo que lea.


Relatos:

Hacía bastantes años que no leía tantos cuentos. Ni tan buenos. El cuento es el género en el que más cómodo me siento, y no puedo evitarlo. Así soy como escritor y así soy como lector. Seguramente sea porque así es como soy como persona. Han caído, con los meses del año, muchos de los cuentos de Maupassant, los Cuentos completos de Dylan Thomas y los cuentos casi completos de Raymond Chandler, titulados como conjunto, en la edición que tengo, Nunca soñaron con la posteridad. Casi completos son también, aunque mucho menos numerosos, las compilaciones que la editorial argentina Chai ha hecho de las escritoras Ann Beattie, La casa en llamas, y Deborah Eisenberg, Relatos.

Asoman en el horizonte, como proyectos para 2024, los cuentos completos, o casi, de William Faulkner, y las historias completas del Padre Brown, que adquirí como quien compra una propiedad para disfrutar de ella en un futuro lleno de promesas y tiempo libre.

Me sorprendió mucho el libro Niña con monstruo dentro, de Rosa Navarro. Quienes escribimos creo que identificaremos una serie de libros y relatos que, más allá de sus bondades o debilidades, son libros que nos incitan a ponernos a escribir. Sea a favor o en contra de lo que hemos leído. Pues esa clase de libro. No debería estar descubriendo nada citándolo, puesto que fue finalista del premio Setenil y ganó el Premio Tigre Juan, pero como nadie de ningún suplemento literario parece haberlo leído, y han dejado el puesto de mejor libro de cuentos español del año o bien vacante o bien lleno de clichés, lo dejo apuntado, por si alguien lo quiere buscar.

Lionel Shriver:

No sabía si ponerla en novela o darle su propio lugar. Ha sido la escritora que ha definido mi año lector. Ya había leído un par de libros suyos con anterioridad. Propiedad privada, el primero que leí, quizá siga siendo mi preferido. Después de la pérdida de mis archivos lectores, si hubo un libro que tenía claro que había leído durante el verano, y cómo, con qué ansia piscinera y de siestas perdidas, fue Todo esto para qué. También leí Big Brother y rematé el año shriveriano con Tenemos que hablar de Kevin, su obra más famosa (y me atrevo a decir que de las más flojitas) y El movimiento del cuerpo a través del espacio, su última novela. Esta es sin duda un regalo perfecto para hacerle a ese amigo que ha decidido, después de años de sedentarismo, correr un maratón. O varios. Y a poder ser en Tokio. Como se suele decir, si no reconoces el perfil entre tu círculo de amistades, probablemente seas tú.

Lionel Shriver busca un tema incómodo y mete el palito y remueve la mierda alrededor. Y lo hace con una prosa limpia, muy americana, con un enfoque comercial poco disimulado. Se le pueden hacer algunos reproches estructurales, por la manera en la que cierra las historias. Pero construye novelas de 600 o 700 páginas sobre temas que a priori no te dicen nada y las mantiene en pie con nervio y sin que puedas alejarte de ellas.

Novelas cortas, de esas que puedes leer en una tarde:

Puedo repetir que este año decidí cubrir algunas de mis lagunas lectoras y que leí algunos de esos libritos breves de Tolstói que publica Acantilado. Cayeron Sonata a Kreutzer y La felicidad conyugal, y en ambos encontré un alma rusa quizá demasiado fría para mi gusto. Me ha pasado siempre algo parecido cuando he leído a Chéjov. No encuentro en ellos la fuerza que sí me llega cuando leo a Dostoievski o a Gógol.

Cuando yo tenía veinte años había muchos escritores y aspirantes que citaban a Bukowski como inspiración y referencia. No creo que hoy nadie lo haga. Y quizá el mundo sea mejor sin ese ejército de bukowskitos. Aunque no tiene la culpa Bukowski, claro, de sus apóstoles no solicitados. No he estado leyendo a Bukowski este año, no lo he leído nunca demasiado ni con demasiado interés. Pero me acuerdo de él porque siempre se ha contado que fue su éxito el que permitió que se rescatara a John Fante, su antepasado literario. Al que sí he leído este año ha sido a Fante. Me ha gustado mucho más que Bukowski. Es tierno, feroz, soñador. Un escritor ágil que retrata mundos pequeños, familias de inmigrantes, encierros domésticos, aventuras de corto alcance, éxitos de corta duración. Llenos de vida, Un año pésimo y sobre todo La hermandad de la uva me gustaron mucho. Son buenos libros y quizá no está mal tenerlos como referencias de un mundo empobrecido.

Fante me recordó a un escritor que me gusta aún más y en el que también hay sueños de grandeza, ternura, pequeños círculos familiares y un mundo de inmigrantes. William Saroyan, el armenio que vivía en California y tuvo durante un breve período éxito en lo que escribía. La comedia humana es un libro menor, cortito, excelente. Precioso.

Un amor cualquiera, de Jane Smiley, no es su obra más redonda ni la más ambiciosa. La leí hace algo más de dos años, quizá tres, después de quedar deslumbrado con La edad del desconsuelo. Me pareció un libro menor. La he releído y no lo es, para nada. Es un libro menor que La edad del desconsuelo pero para nada una obra menor. El amor y el desamor están presentes. Los engaños y desengaños. La vida, que pasa. La memoria, que pesa. Muy buena lectura.

Poesía:

Es triste llegar así a una autora nueva para ti, pero debo confesar que leí a Louise Glück porque murió y en la biblioteca prepararon un mostrador especial con su obra. Es una alegría que aunque sea así lleguemos a buenos libros. Leí tres poemarios y me gustó su estilo, su lirismo contemplativo, sus poemas más narrativos, su mirada pequeña. Vida de pueblo es el que más me gustó. Me gustó mucho.

Ensayo:

Comencé el año diciendo que notaba que ya estaba leyendo uno de los mejores libros que leería en todo 2023. Así fue. El artesano, de Richard Sennett. El autor lo describe como un estudio de la cultura material. Y es una descripción perfecta. Y dicho así, cultura material, puede sonar demasiado marxista y poco atractivo. Pero es un libro inteligente, agudo, lleno de valores sociológicos, filosóficos y literarios. Un libro para regalar, para tener, para leerlo y releerlo.

En verano leí un libro que me habían regalado y que me pareció de una absoluta brillantez. Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman. Kahneman es Premio Nobel de Economía y presenta aquí la obra de una vida. Analizó, en el marco del ejército israelí, las maneras de pensar. Detectó y definió muchos de los sesgos cognitivos que aceleran y condicionan nuestra manera de pensar y que la hacen, muchas veces, ineficiente. Y otras, nos hacen peligrosos para nuestros propios intereses y para interpretar el mundo en el que nos movemos.

El ensayo que más me impactó durante el otoño fue Tu mente bajo los efectos de las plantas, de Michael Pollan. Son, realmente, tres pequeños ensayos, el primero dedicado al opio, el segundo a la cafeína y el tercero al peyote. Son la clase de artículos desarrollados en profundidad que algunos periodistas americanos pueden alojar en revistas tipo New Yorker y que después pueden tomar forma de libro. Tan divulgativo y reflexivo como bien narrado, vale la pena leerlo.

Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, es un estudio sobre el desarrollo de la esquizofrenia en la familia Galvin, con seis hijos afectados por esta enfermedad. El libro es tremendo y a ratos demoledor. La enfermedad mental siempre se encuentra en la frontera entre lo cultural y lo genético, y el libro no va a aclarar sus misterios. El libro sí va a valer para ver cómo se lleva décadas medicando a gente sin tener claro cómo funciona su cerebro ni qué es lo que provoca sus síntomas.

Relacionado con los dos últimos, tanto por el tema del opio como por el de las compañías farmacéuticas y los usos poco reflexionados de muchos medicamentos, El imperio del dolor, de Patrick Radden Keefe, investiga a la familia Sackler, los dueños de Purdue Pharma, creadores del Oxycontin, un medicamento del que hemos oído hablar mucho como causa inicial de la llamada epidemia de los opioides y relacionado con el nombre del fentanilo. Patrick Radden Keefe ya había escrito No digas nada, que es un libro trepidante y demoledor sobre los peores años de la violencia en Irlanda del Norte. En El imperio del dolor hay técnica periodística e investigación casi detectivesca. El mismo Radden Keefe sale en el premiado documental La belleza y el dolor, como fuente rigurosa a la que acudir buscando información, y cuenta algunas de sus conversaciones y experiencias con los Sackler.

No terminamos precisamente con el ánimo por todo lo alto.

Pero es hora de ir terminando y dejar que el año 2023 y sus lecturas acaben.

Pronto más.

Saludos cuentistas

Felices lecturas

Sr. E