Europa Central, de William T. Vollmann
(Mondadori)
Ha
sido mi segundo acercamiento a Europa
Central, de William T. Vollmann, y después de una escaramuza de 200 páginas
el pasado mes de octubre, esta vez he cruzado las fronteras del libro (de casi
900 páginas). Asomarse a esta novela es parecido a cruzar alguna fría
cordillera y tratar de llegar con las tropas desde Alemania a Stalingrado. La
novela es esencialmente eso, un largo movimiento de tropas. Una novela de
guerra pero no en el sentido de la acción, sino en el sentido de hombres
imprudentes que mueven sus piezas sobre un tablero de ajedrez gigante, jugando
insensibles al hecho de que los alfiles que manejan sufren y sangran.
Arriesgando en ocasiones en la estrategia por el sencillo motivo de que no les
supone coste real.

Cuando
los generales dirigen se dice que hay movimientos de tropas, y también se habla
de los movimientos en el ajedrez, y las sinfonías tienen movimientos. Europa central, esta fastuosa novela de
William T. Vollmann, está en el punto en el que se cruzan esos tres planos: el
de la estrategia militar, el ajedrez, y las grandes obras musicales. Uno podría
pensar que no existe ese punto, pero si lee la novela comprende que sí, y
encuentra ese vértice. Y uno comprende que si hablamos de estrategia militar no
estamos hablando exclusivamente de soldados y de sus superiores, sino también
de enfrentamientos ideológicos. Y claro, al hablar de enfrentamientos
ideológicos, tenemos los realmente ideológicos y los que no son más que poses
ideológicas distintas con las que esconder el verdadero enfrentamiento, el que
se da por el poder. Poder sin más apellidos. En la Unión Soviética sabían
bastante de eso.
Europa
Central es un territorio que más o menos imaginamos, pero que no sabríamos
decir exactamente dónde empieza y dónde termina. Es un territorio sobre el que
los países han ido mutando a lo largo de toda la historia, también en la
primera mitad del siglo XX. Desapareció el Imperio Austrohúngaro, surgió la
Unión Soviética, nació el nazismo. Todos pelearon. Unos invadieron a otros. La
novela es una invasión completa de nuestro tiempo y nuestra atención. Son casi
900 páginas y cada frase y cada párrafo son trabajos de orfebrería y hay que ir
desentrañando relaciones, entendiendo con cierto retraso algunas referencias, sorteando
las minas antipersonales que Vollmann nos ha dejado esperándonos. La novela es
un ente enorme y mutante, que se va deformando y transformando, como la propia
zona de la que toma el nombre.
Cuanto
más ambiciosa y desmesurada es una novela, y Europa central es ambas cosas, resulta más difícil tratar de
describirla. Ni su trama, ni su escritura, ni nada que no sea algo tan
impreciso como su espíritu. Europa
central es una novela que hay que vivir, sin que suene a imperativo
pretencioso. No es una novela que mole ni de la que se puedan entresacar
situaciones especialmente divertidas ni frases tremendamente ocurrentes. Es un
reto para quien lo escribió, pues es una novela de 900 páginas pulida oración a
oración. Y es un reto para quien la enfrente como lector. Está Hitler y está la
Unión Soviética y están los poetas mediocres vendidos como sicarios
intelectuales. Están las mujeres que amaron las ideas y está Shostakovich
condenado al purgatorio. Están los lentos avances de las tropas y las
reflexiones de algunos iluminados.
El
narrador, que va y viene, al que no llegamos a situar exactamente nunca, y que
en realidad es un clásico narrador omnisciente en tercera persona que todo lo
ve y todo lo sabe y todo pensamiento conoce, pero que toma la forma de un flujo
de conciencia que se va adaptando en cada capítulo (la novela tiene infinitos
capítulos de 2 – 3 páginas, a veces menos, y la voz va variando de uno a otro)
a lo narrado, como una voz narrativa que no se mantiene continua, otro
movimiento sinfónico certero.
Está
la novela por abrir y caerse dentro. Merece la pena. Yo volveré a vivir un par
de semanas en Vollmann cuando encuentre La
familia real. Me queda una pregunta por hacer. De esas que prefiero no
pensar demasiado. Europa central ganó el National Book Award, uno de los más
prestigiosos de Estados Unidos, si no el que más. ¿Por qué no nos importó? ¿Por
qué a veces nos taladran las editoriales con que viene el Booker del año
pasado, el Pullitzer de este o el National Book Award de hace tres, y otras
veces ni nos enteramos? ¿Por qué seguimos haciéndole caso a esas etiquetas si
ni ellos mismos se las toman realmente en serio y las usan arbitrariamente?
Felices
lecturas
Sr.
E
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