Las
sillitas rojas,
de Edna O´Brien (Errata naturae)
¿Hay
lugar para las obras maestras en el siglo XXI? ¿Tienen derecho los escritores a
intentar escribirlas o están condenados a hacer el ridículo? ¿Y los lectores a
esperarlas? ¿O debemos dar el panteón de las obras maestras por cerrado? ¿Qué
es exactamente una obra maestra? ¿Se reconocen al instante? La historia parece
sugerir que no, que los lectores y los entendidos no caen de rodillas de
inmediato ante los libros que generaciones después se presentarán como obras
maestras.
¿A
qué vienen todas estas preguntas sobre obras maestras? ¿Quiero decir que Las sillitas rojas es una? No me
atrevería a decir tanto. Empezando porque necesitan el poso del tiempo para
acabar siéndolo. Me atrevo a decir que es un libro que no te suelta una semana
después de terminarlo y que te perturba y golpea. Philip Roth, en la portada de
la edición de Errata Naturae, afirma
que: “La gran Edna O´Brien ha escrito su obra maestra”. ¿Ha escrito Philip
Rorth alguna obra maestra, así sin más? Probablemente no si con ese nombre
apuntamos a las verdaderas cumbres de la creación literaria. Roth sí ha escrito
una obra importante, que define su tiempo, y que se leerá dentro de décadas.
Este libro de Edna O´Brien apunta a esa categoría.
No
he leído otras novelas de la autora, aunque parece que es bastante conocida su
trilogía de Las chicas del campo, que
en España ha publicado con cierto éxito la misma editorial. Y que añado que
apunto en mis próximas lecturas. Por la sinopsis que encuentro me hace pensar
en la tetralogía de Elena Ferrante, aunque esa relación puede no existir fuera
de mi cabeza.
Al
libro: Edna O´Brien ha escrito un libro de una ambición admirable. El libro
llegará o no a la categoría de obra maestra, probablemente no. No obstante, es
un libro escrito con la ambición con la que me imagino que se escriben esas
obras maestras. Edna O´Brien parece haberse lanzado a su aventura literaria
magna con más de ochenta años, una lucidez implacable y una prosa magistral. ¿De
qué tratan las obras maestras? Independientemente de que la trama se sitúe
aparentemente en un ballenero, en el dormitorio de un agente de seguros o en
los círculos socialistas de San Petersburgo, las obras maestras hablan de los
grandes temas universales: el amor, la muerte, el miedo, las traiciones, el
horror. Las obras maestras, además, se escriben con la forma.
Las sillitas rojas
es una novela que habla de todo eso. Es una historia de amor entre una mujer y
un hombre. Es la historia de la traición de esa mujer a su marido. Es la
historia de repudio de su comunidad hacia esa mujer. Es la historia de una
mujer embarazada que no quiere ese ser que crece en su interior. Es una
historia de violencia. Contra las mujeres. Contra todos los perseguidos y refugiados.
Es una historia de horror y nacionalismo, que parte de la Guerra de los
Balcanes. Alguien que allí ha encendido la mecha del horror a base de discursos
poéticos y compromiso con la tierra en la que uno nace, a la que amará por
encima de todo, se esconde de quienes lo persiguen. Acaba llegando a una
pequeña localidad de Irlanda, donde monta un pequeño consultorio que está entre
la medicina y la curandería. Ese curandero místico es también un poeta y un
hombre con una voz profunda que convence a quien lo escucha. Ese hombre, que se
esconde bajo el nombre de Vlad, recuerda inevitablemente a Radovan Karadzic,
que se hace aún más explícito (aunque poco más explícito puede hacerse que
cogiendo a un criminal de guerra serbobosnio con amor por la poesía que se
escondió bajo la personalidad de un apacible médico alternativo) con un juego
entre el alias de Karadzic durante sus años de huida: Dr. Dragan David Dabi, y
el del criminal de guerra de O´Brien: Vladimir Dragan.
Las sillitas rojas
toma su título de la conmemoración que se hizo en 2012 en Sarajevo, donde se
colocaron 11.541 sillas rojas en recuerdo de las personas muertas durante los
más de cuatro años de asedio de la ciudad. Esa cifra y esas imágenes son parte
del motor de la historia. Los generales e ideólogos serbobosnios, con Karadzic
a la cabeza, nunca admitieron haber cometido un genocidio. La novela está
cruzada de excusas, de comentarios que afirman que las autoridades de Sarajevo
manipulaban al espectador occidental, que allí no estaba muriendo tanta gente. Nunca
se bajaron de ahí. Vlad tampoco admite las sillitas rojas. Son una exageración,
una mentira.
La
novela está escrita con un bello tono violento. A veces el lector queda
confundido y no sabe si lo que está leyendo le impacta más por lo horrible que
es o por lo fascinantemente bien escrito que está. Me ha recordado Lolita, de Nabokov, un libro que cuenta
una historia horrorosa con un lenguaje y una construcción casi perfectos, quizá
el máximo ejemplo de contradicción entre forma y fondo (consiguiendo así un
efecto brutal en la conciencia del lector) que yo he leído. Aquí, a veces, cuesta
trabajo no dejarse seducir, cuando el narrador entra en estilo indirecto libre
y nos asoma a la cabeza de Vlad, por su discurso incendiario.
El
tono es el ideal porque la Guerra de Yugoslavia de la década de los 90 fue una
guerra de intelectuales y de poetas. De soldados también, claro, pero fueron
los intelectuales enardecidos por el amor a la patria los que hicieron hervir
la sangre que luego los soldados derramaron. Karadzic era un psiquiatra de
prestigio y era un poeta laureado. Esos intelectuales convencieron a las masas
de que su tierra estaba por encima de la vida de la gente. Autorizaron la
matanza de inocentes, crearon el régimen del terror. Vlad habla enardecido por
sus lecturas e interpretaciones de Shakespeare. Declama más que declara, parece
tener la razón profética que poseen los poetas e iluminados.
La
estructura encaja perfectamente con lo que se está contando. La novela tiene
tres partes. En la primera vemos la llegada a la Irlanda rural (creo que no es
casual la elección de Irlanda, aparte de por ser la tierra de la autora y donde
parece haberse centrado su mundo narrativo, porque es un país también muy
corroído por el nacionalismo y la religión y las creencias) de un misterioso
curandero de barba y melena blanca, llegado de algún país del Este. Lo vemos
asentarse y perturbar la comunidad a la que ha llegado. Vemos cómo el cerco
policial se va ciñendo sobre él y cómo es su amor por la poesía el que lo hace
caer, pues después de haber huido del pueblo regresa para una lectura poética y
es en el autobús cuando lo detienen. La tentación es a veces deshumanizar al
monstruo, hacerlo malo en todos y cada uno de los aspectos de su vida, hacerlo
además de malo feo, guarro, desagradable, con voz de pito, pero es en estos
detalles que lo acercan al ser humano sensible donde realmente descubrimos al
monstruo, al monstruo mayor, el que se parece a nosotros en algunos aspectos,
sin maniqueísmos.
La
segunda parte nos cuenta la peripecia de Fidelma, la mujer que se quedó
embarazada del monstruo (hay una larga historia en el pasado de Fidelma, la
chica guapa del pueblo, que no ha podido tener hijos con su marido por más que
lo ha intentado) y que al final de la primera parte es brutalmente atacada por
sicarios de acento balcánico. Llega a Londres y se odia a sí misma. Odia al
bebé y conoce a otras mujeres que huyeron de guerras y también odian sus
cuerpos después de ser violados. Es la parte más descorazonadora de la novela.
Terrible en algunas confesiones. Parece que sin lugar para la esperanza. Quizá porque
hay veces en que no hay lugar para la esperanza.
La
tercera parte nos lleva al tribunal de La Haya, donde van a juzgar a Vlad igual
que juzgaron a Karadzic. Volvemos a encontrarnos con el pasado y lo enfrentamos
en forma de trámites judiciales y burocráticos, quizá la parte narrada de forma
más desapegada y otra vez un acierto, porque nos abofetea con más fuerza. Los
que conocieron personalmente a Vlad entonces, los que lo conocieron en su
disimulada forma de curandero místico, los que sufrieron los crímenes que la
mecha de sus palabras encendieron, esperan lo que tenga que pasar.
Volvemos
al principio. ¿Hay obras maestras en el siglo XXI? ¿En 2136 se hablará de la
narrativa de las primeras décadas del siglo XXI como ahora se habla de Kafka,
Proust o Joyce? Parece difícil, pero si es así, quizá quede un huequecito en
los libros de texto del futuro para hablar de este libro lleno de horror y
poesía. Por si acaso lo fuera, y por si acaso no, deberíamos leerlo ahora que
lo tenemos a mano.
Seguiremos
leyendo
Sr.
E
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