martes, 21 de marzo de 2017

Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé

Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé (Ed. Anagrama)

Los grandes libros sobre la paternidad son libros de miedo. Son novelas llenas de terror a lo que está por venir, a lo que puede venir y cómo puede venir. Miedo a que algo falle, o a que todo vaya bien y la vida cambie demasiado. Los novelistas que se enfrentan por escrito a la paternidad temen también, muchas veces, tener que verse desplazado de su papel de grandes bebés, inútiles para la vida que escriben y lloran y se apoyan en las mujeres para la subsistencia.

Hay grandes novelas que afrontan la figura del padre – habitualmente ausente, distante, autoritario, lejano – desde la perspectiva del hijo. Pensemos en Kafka. Pensemos en Dostoievski. Pensemos en Paul Auster. Hay grandes novelas que hablan de la maternidad. De la maternidad como realidad, antes y durante la misma. Del recuerdo que deja. Hay menos libros que se centren en cómo se prepara el padre para serlo. Hay excelentes novelas sobre la pérdida y el duelo de esos padres que perdieron un hijo: Mortal y rosa, de Francisco Umbral, La hora violeta, de Sergio del Molino. Hay novelas sobre padres sobreprotectores, como El mundo según Garp, de John Irving. Y novelas que toman directamente la forma de historias de terror para hablar, esencialmente, de la paternidad. Pienso en El Resplandor y especialmente en Cementerio de animales, de Stephen King. Personalmente, la paternidad, su preparación, está muy presente en varios de los relatos de mi libro Beber durante el embarazo, y es uno de los temas que lo cruzan en diagonal.

Una cuestión personal es un libro que es una confesión abierta en canal, que es una historia de terror, que es el viaje alucinante al fondo del alma de alguien perdido, que como siempre hacen los que están perdidos en los libros y en la vida, recurre a la bebida, a mucha bebida, y al amor que pueda encontrar en el cuerpo de otra mujer. Me ha recordado a El jugador, de Dostoievski, por su manera de mirar dentro de lo peor del propio personaje y escupirle. A Las noches blancas del mismo Dostoievski, por la estructura. También a Crimen y castigo, y dejemos ya quieto al ruso, por el modo en que la culpa condiciona la vida. Me ha hecho pensar en Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, por la pérdida total de conciencia hacia la que el protagonista, Bird, se va viendo abocado. Me ha recordado La metamorfosis de Kafka por el extrañamiento ante los cambios físicos, por la sensación de repugnancia, por el vacío al que nos enfrenta la vida.

Si hablo de Dostoievski, de Lowry y de Kafka, creo que estoy dando a entender que Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé, puede jugar en la gran liga de las mejores novelas. Sin duda juega en ella. Es un libro de los que abren una puerta que luego no se puede cerrar durante toda la lectura, ni durante los días siguientes a terminarlo. Es un libro que leí hipnotizado y releí a la semana siguiente, para seguir en la borrachera intelectual que logra. Una sensación muy parecida a sumergirse con Lowry en la locura alcohólica de México en Bajo el volcán.

Bird, el protagonista, es un hombre desorientado, aún joven, metido en un matrimonio demasiado convencional, un tanto forzado, fruto del cual su mujer está embarazada. Fruto de ese matrimonio, Bird también tiene su trabajo, conseguido por su suegro. Es profesor en una academia preuniversitaria. Parecía que apuntaba más alto. Todos lo pensaban; él también. Pero se ha conformado. Bird tiene además una mancha en su pasado. Según vamos descubriendo son muchas manchas, pero desde el principio está marcado por la mancha con la que dio inicio a su matrimonio, varias semanas de borrachera continua que dejaron asombrados a su nueva esposa y a sus suegros. Una mancha que hace que ya siempre sea sospechoso para ellos. Y también para él, que no se fía de sí mismo. Sabe que es débil y no tiene voluntad. Sabe que le gusta dejarse caer.

La novela comienza con Bird caminando entre bares y borrachos pensando en que va a ser padre. Espera la llamada del hospital y la espera bebiendo y recordando aquella borrachera continua, de la que él mismo reconoce que pretendía salir con un trago más. Mientras la llamada no llega, unos jóvenes pandilleros le dan una paliza y lo dejan tirado. Magullado y con mal aspecto, asiste resacoso a clase al día siguiente. Uno de los alumnos lo denunciará y él reconocerá que sí, que acudió a clase aún casi borracho, más que resacoso, y renunciará a su trabajo.

La llamada del hospital llega. Todo es tétrico al llegar. Su suegra, los médicos, unas noticias difíciles sobre el bebé. Ha pasado algo. Ha nacido con una hernia cerebral, le anuncian. Morirá en los próximos días o tendrá una existencia casi vegetal. Bird apoya la decisión de los médicos de llevarlo al hospital universitario, donde al menos su caso servirá para que la ciencia siga aprendiendo. Esperan que muera en los próximos días. A Bird le repugna la presencia de ese niño. Quiere, por duro que suene, que muera pronto. Quiere evadir el problema.

Bird sueña con ir a África. Colecciona mapas y libros sobre África. Desde que se casó y desde que supo que iban a tener un hijo, ha renunciado prácticamente a aspirar a una vida aventurera. Se ha resignado a eso también. Si ese hijo que se le antoja monstruoso sale adelante, tendrán que cuidarlo. Invertirán toda su existencia en él. El compromiso no podrá romperse jamás. Cuando los médicos le preguntan, Bird contesta que cree que es mejor que lo dejen morir. Pero el niño se va fortaleciendo y parece que será posible operarlo. Una operación muy complicada, muy arriesgada, pero posible.

Bird bebe. Bebe y deambula hasta llegar a casa de una vieja amiga de la universidad, Himiko. Una chica a la que prácticamente violó, según nos enteramos, una lejana noche de estudiantes borrachos, sobre un abrigo, en un lugar húmedo y mojado. Él prácticamente lo había olvidado. Ella no. Himiko bebe y conduce su llamativo coche deportivo por las noches. Desde que eran amigos ha ido coleccionando hombres. Cualquier clase de hombre. Pasado un cierto límite, le dice, dejas de tener ningún miramiento. Su marido, bajo el peso de la vergüenza, se suicidó. Hay otras vidas en este mundo, defiende ella, y Bird la escucha. Será prácticamente su única compañía en los próximos días. Beberán, se acostarán, conducirán, reirán, mirarán mapas de África, llorarán. Excavarán muy adentro del otro y de ellos mismos.

El niño se va poniendo fuerte y los médicos acometen la operación. Bird reconoce que no quiere que vaya bien. No quiere que ese niño monstruoso venga con su existencia vegetal a condicionar el resto de su vida. La hernia cerebral no era tal finalmente, sino un par de tumores benignos que abultaban en su frente de bebé. El niño vivirá. Probablemente, dicen los padres, tendrá un coeficiente intelectual muy bajo, pero podrá llevar una vida normal. Bird llega al final de esta odisea transformado, convertido prácticamente en otra persona. Himiko se lo dice. Su suegro también. Parece que por fin dejará de ser Bird. Ha dejado la docencia. Ya que nunca podrá ir a África, ha decidido ser guía en Tokio para extranjeros. De alguna manera, con eso, completa el giro total que su vida ha dado.

Tienes razón. Es una cuestión personal. Cuando estás solo dentro de una cueva privada, al final llegas a una salida lateral que conduce a una verdad que te concierne a ti y a todo el mundo. Eso recompensa los sufrimientos padecidos. ¿No le ocurrió así a Tom Sawyer? Tuvo que sufrir en una cueva oscura, pero al mismo tiempo encontró el camino hacia la luz y un saco de oro. Sin embargo, lo que experimento ahora es como cavar en solitario el pozo vertical de una mina, recta hacia abajo, hacia una profundidad sin esperanzas y que nunca se abrirá al mundo de nadie más. pg. 144

He dejado para el final comentar algunos aspectos del autor. Porque creo que en este libro en particular puede distraer un poco. Kenzaburo Oé, que ganó el Premio Nobel en 1994, escribió Una cuestión personal en 1964, a los 29 años, un año después de que naciera su hijo Hikari, con una problemática y unas perspectivas de supervivencia muy parecidas a las descritas en la novela. Una cuestión personal es probablemente, junto a Arrancad las semillas, fusilad a los niños (de 1958) su novela más conocida. Y es, desde luego, una gran novela, cruda, terrorífica, para nada reconfortante, puntiaguda, que recomiendo leer sin tener en cuenta los paralelismos entre el autor y su personaje, entre su vida y su obra.

Un libro de los que dejan cicatriz.

Seguiremos leyendo y dejándonos marcar.


Sr. E

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