Una
cuestión personal,
de Kenzaburo Oé (Ed. Anagrama)
Los
grandes libros sobre la paternidad son libros de miedo. Son novelas llenas de
terror a lo que está por venir, a lo que puede venir y cómo puede venir. Miedo
a que algo falle, o a que todo vaya bien y la vida cambie demasiado. Los
novelistas que se enfrentan por escrito a la paternidad temen también, muchas
veces, tener que verse desplazado de su papel de grandes bebés, inútiles para
la vida que escriben y lloran y se apoyan en las mujeres para la subsistencia.
Hay
grandes novelas que afrontan la figura del padre – habitualmente ausente,
distante, autoritario, lejano – desde la perspectiva del hijo. Pensemos en
Kafka. Pensemos en Dostoievski. Pensemos en Paul Auster. Hay grandes novelas
que hablan de la maternidad. De la maternidad como realidad, antes y durante la
misma. Del recuerdo que deja. Hay menos libros que se centren en cómo se
prepara el padre para serlo. Hay excelentes novelas sobre la pérdida y el duelo
de esos padres que perdieron un hijo: Mortal
y rosa, de Francisco Umbral, La hora
violeta, de Sergio del Molino. Hay novelas sobre padres sobreprotectores,
como El mundo según Garp, de John
Irving. Y novelas que toman directamente la forma de historias de terror para
hablar, esencialmente, de la paternidad. Pienso en El Resplandor y especialmente en Cementerio de animales, de Stephen King. Personalmente, la
paternidad, su preparación, está muy presente en varios de los relatos de mi
libro Beber durante el embarazo, y es
uno de los temas que lo cruzan en diagonal.
Una
cuestión personal es un libro que es una confesión abierta en canal, que es una
historia de terror, que es el viaje alucinante al fondo del alma de alguien
perdido, que como siempre hacen los que están perdidos en los libros y en la
vida, recurre a la bebida, a mucha bebida, y al amor que pueda encontrar en el
cuerpo de otra mujer. Me ha recordado a
El jugador, de Dostoievski, por su manera de mirar dentro de lo peor del
propio personaje y escupirle. A Las
noches blancas del mismo Dostoievski, por la estructura. También a Crimen y castigo, y dejemos ya quieto al
ruso, por el modo en que la culpa condiciona la vida. Me ha hecho pensar en Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, por la
pérdida total de conciencia hacia la que el protagonista, Bird, se va viendo abocado.
Me ha recordado La metamorfosis de
Kafka por el extrañamiento ante los cambios físicos, por la sensación de
repugnancia, por el vacío al que nos enfrenta la vida.
Si
hablo de Dostoievski, de Lowry y de Kafka, creo que estoy dando a entender que Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé,
puede jugar en la gran liga de las mejores novelas. Sin duda juega en ella. Es
un libro de los que abren una puerta que luego no se puede cerrar durante toda
la lectura, ni durante los días siguientes a terminarlo. Es un libro que leí
hipnotizado y releí a la semana siguiente, para seguir en la borrachera
intelectual que logra. Una sensación muy parecida a sumergirse con Lowry en la
locura alcohólica de México en Bajo el
volcán.
Bird,
el protagonista, es un hombre desorientado, aún joven, metido en un matrimonio
demasiado convencional, un tanto forzado, fruto del cual su mujer está
embarazada. Fruto de ese matrimonio, Bird también tiene su trabajo, conseguido
por su suegro. Es profesor en una academia preuniversitaria. Parecía que apuntaba
más alto. Todos lo pensaban; él también. Pero se ha conformado. Bird tiene
además una mancha en su pasado. Según vamos descubriendo son muchas manchas,
pero desde el principio está marcado por la mancha con la que dio inicio a su
matrimonio, varias semanas de borrachera continua que dejaron asombrados a su
nueva esposa y a sus suegros. Una mancha que hace que ya siempre sea sospechoso
para ellos. Y también para él, que no se fía de sí mismo. Sabe que es débil y
no tiene voluntad. Sabe que le gusta dejarse caer.
La
novela comienza con Bird caminando entre bares y borrachos pensando en que va a
ser padre. Espera la llamada del hospital y la espera bebiendo y recordando
aquella borrachera continua, de la que él mismo reconoce que pretendía salir
con un trago más. Mientras la llamada no llega, unos jóvenes pandilleros le dan
una paliza y lo dejan tirado. Magullado y con mal aspecto, asiste resacoso a clase
al día siguiente. Uno de los alumnos lo denunciará y él reconocerá que sí, que
acudió a clase aún casi borracho, más que resacoso, y renunciará a su trabajo.
La
llamada del hospital llega. Todo es tétrico al llegar. Su suegra, los médicos,
unas noticias difíciles sobre el bebé. Ha pasado algo. Ha nacido con una hernia
cerebral, le anuncian. Morirá en los próximos días o tendrá una existencia casi
vegetal. Bird apoya la decisión de los médicos de llevarlo al hospital
universitario, donde al menos su caso servirá para que la ciencia siga
aprendiendo. Esperan que muera en los próximos días. A Bird le repugna la
presencia de ese niño. Quiere, por duro que suene, que muera pronto. Quiere
evadir el problema.
Bird
sueña con ir a África. Colecciona mapas y libros sobre África. Desde que se
casó y desde que supo que iban a tener un hijo, ha renunciado prácticamente a
aspirar a una vida aventurera. Se ha resignado a eso también. Si ese hijo que
se le antoja monstruoso sale adelante, tendrán que cuidarlo. Invertirán toda su
existencia en él. El compromiso no podrá romperse jamás. Cuando los médicos le
preguntan, Bird contesta que cree que es mejor que lo dejen morir. Pero el niño
se va fortaleciendo y parece que será posible operarlo. Una operación muy
complicada, muy arriesgada, pero posible.
Bird
bebe. Bebe y deambula hasta llegar a casa de una vieja amiga de la universidad,
Himiko. Una chica a la que prácticamente violó, según nos enteramos, una lejana
noche de estudiantes borrachos, sobre un abrigo, en un lugar húmedo y mojado. Él
prácticamente lo había olvidado. Ella no. Himiko bebe y conduce su llamativo
coche deportivo por las noches. Desde que eran amigos ha ido coleccionando
hombres. Cualquier clase de hombre. Pasado un cierto límite, le dice, dejas de
tener ningún miramiento. Su marido, bajo el peso de la vergüenza, se suicidó.
Hay otras vidas en este mundo, defiende ella, y Bird la escucha. Será
prácticamente su única compañía en los próximos días. Beberán, se acostarán,
conducirán, reirán, mirarán mapas de África, llorarán. Excavarán muy adentro del
otro y de ellos mismos.
El
niño se va poniendo fuerte y los médicos acometen la operación. Bird reconoce
que no quiere que vaya bien. No quiere que ese niño monstruoso venga con su
existencia vegetal a condicionar el resto de su vida. La hernia cerebral no era
tal finalmente, sino un par de tumores benignos que abultaban en su frente de
bebé. El niño vivirá. Probablemente, dicen los padres, tendrá un coeficiente
intelectual muy bajo, pero podrá llevar una vida normal. Bird llega al final de
esta odisea transformado, convertido prácticamente en otra persona. Himiko se
lo dice. Su suegro también. Parece que por fin dejará de ser Bird. Ha dejado la
docencia. Ya que nunca podrá ir a África, ha decidido ser guía en Tokio para
extranjeros. De alguna manera, con eso, completa el giro total que su vida ha
dado.
Tienes
razón. Es una cuestión personal. Cuando estás solo dentro de una cueva privada,
al final llegas a una salida lateral que conduce a una verdad que te concierne
a ti y a todo el mundo. Eso recompensa los sufrimientos padecidos. ¿No le
ocurrió así a Tom Sawyer? Tuvo que sufrir en una cueva oscura, pero al mismo
tiempo encontró el camino hacia la luz y un saco de oro. Sin embargo, lo que
experimento ahora es como cavar en solitario el pozo vertical de una mina,
recta hacia abajo, hacia una profundidad sin esperanzas y que nunca se abrirá
al mundo de nadie más. pg.
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He
dejado para el final comentar algunos aspectos del autor. Porque creo que en
este libro en particular puede distraer un poco. Kenzaburo Oé, que ganó el
Premio Nobel en 1994, escribió Una
cuestión personal en 1964, a los 29 años, un año después de que naciera su
hijo Hikari, con una problemática y unas perspectivas de supervivencia muy
parecidas a las descritas en la novela. Una
cuestión personal es probablemente, junto a Arrancad las semillas, fusilad a los niños (de 1958) su novela más
conocida. Y es, desde luego, una gran novela, cruda, terrorífica, para nada
reconfortante, puntiaguda, que recomiendo leer sin tener en cuenta los
paralelismos entre el autor y su personaje, entre su vida y su obra.
Un
libro de los que dejan cicatriz.
Seguiremos
leyendo y dejándonos marcar.
Sr.
E
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