lunes, 27 de marzo de 2017

Vampiros, VV. AA.

Vampiros, Antología, VV.AA. (Editorial Atalanta)

Hay editoriales que se vuelven reconocibles con los títulos que van editando. Por sus temas, por su pequeña familia de autores, por la época en la que se mueven sus novelas, por un diseño propio y una manera de editar reconocible. Anagrama fue un sello muy reconocible en los años 80 y 90, que tal vez se ha desdibujado un poco. Hoy en día creo que Sexto Piso y su apuesta por los autores posmodernos lo es, la pequeña Pálido Fuego también, y también lo son, sin querer dar una lista cerrada, Valdemar y sus cuidadas ediciones de clásicos góticos, la pasión de Acantilado por la narrativa centroeuropea, el buen ojo de Libros del Asteroide para rescatar autores anglosajones, Capitán Swing con sus obras críticas, Malpaso y sus juegos de colores. Atalanta, en muchos aspectos heredera de los libros más personales de su editor (Jacobo Fitz – James Stewart) en Siruela, también lo es.

Los libros de Atalanta son grandes, bonitos (y por lo tanto caros), recogen en su catálogo libros olvidados, autores secundarios, temas que son literarios pero se cruzan en muchas ocasiones con la antropología y la filosofía, no en vano tienen tratados específicos de temas. Van un poco más allá de los libros, en general. Vampiros, actualiza la edición de los años 90 de la antología que apareció en Siruela, y recoge 19 relatos (algunos son prácticamente novelas) de vampiros, todos ellos clásicos en su tratamiento del mito (algo que entre tanto mito descafeinado que se ha ido imponiendo visualmente en los últimos años se agradece), y escritos entre las primeras décadas del siglo XIX y la segunda mitad del XX.

Vampiros es un libro de ficción pero es casi una obra de consulta sobre el mito vampírico. El prólogo del editor es una lectura obligada, y las ilustraciones, recreaciones históricas del mito del no – muerto, muy valiosas. Atalanta tiene en su catálogo una también mítica antología de relato fantástico en general, esta de vampiros, y una dedicada especialmente a las historias de dobles, otro de los temas más recurrentes en la literatura fantástica universal.

Vampiros nos enseña, casi en orden cronológico, la construcción del mundo literario del vampiro. Desde el prólogo, Jacobo Fitz – James ya nos dice que se pueden rastrear las primeras apariciones de los vampiros, no con ese nombre, en la historia del arte y la literatura, pero el libro nace en el mundo romántico, alemán, anglosajón, francés, en el mito gótico. Los primeros relatos, si uno los lee, parecen hoy en día demasiado artificiales, pero no olvidemos que son los autores que están construyendo lo que no existía. Está naciendo una figura central de la literatura y arte popular de los siguientes doscientos años ante nuestros ojos. Con sus tópicos, pero esos tópicos no eran tales cuando los primeros, E.T.A. Hoffman, Polidori, Tieck y Poe. Esos primeros vampiros no son nada glamourosos, son seres malditos, condenados, enfermos y que vagan transmitiendo su maldición.

No soy un experto en literatura fantástica en general ni en la vampírica en particular, y de esos relatos iniciales conocía el de Hoffmann y Berenice, de Poe, que releí el año pasado con muchos de sus relatos. Las primeras historias de vampiros se caracterizan porque no hablan específicamente de vampiros, al revés: son muy sutiles, porque hacen eso que Piglia y Hemingway avisaban que ocurre en los mejores cuentos, que hay una historia que se cuenta de manera explícita, a plena vista, y otra oculta, que se va desarrollando por detrás del telón.

Nos encontramos con un texto de Baudelaire: Las metamorfosis del vampiro, y con uno de los relatos más famosos de Horacio Quiroga: El almohadón de plumas. Y dos novelas cortas fantásticas (en todos los sentidos, que aquí se acaban confundiendo). La primera, muy recomendable, y editada aparte por Alianza (un libro de bolsillo que leí hace años): La familia del vurdalak, de Alexéi Tolstói, primo lejano de León, lo que debió hacerle sombra toda su vida. La otra, Carmilla, de Joseph Sheridan Le Fanu (que también tiene edición de bolsillo en Alianza). Esta novela fue en su momento un libro publicado por entregas en diarios, con gran éxito. Los textos de Le Fanu y el de M. R. James (El conde Magnus) son de los más redondos del libro, lo que los convierte en algunos de los mejores textos de vampiros de la historia. No en vano son dos autores, que pese a tener una obra relativamente breve, están en cualquier relación de autores fundamentales del género fantástico, auténticos maestros del gótico.

Quizá la primera novela adulta que leí y me fascinó fue Drácula, que es el referente principal en la cultura popular de la figura del vampiro (aunque mil veces deformada en el cine y la televisión). La antología incorpora un relato de Bram Stoker, El invitado de Drácula, que es un capítulo inicial de la novela que finalmente Stoker descartó y reescribió. Una delicia.

Los tres últimos relatos nos llevan a la parte más contemporánea de la antología. El de Robert Aickman, Páginas del diario de una joven, que es el que cierra el libro, siendo el más reciente (de mediados de los 70), camina sin embargo hacia atrás y está escrito en un estilo muy clásico, de doncellas vampirizadas que no comprenden qué les está sucediendo exactamente. Aickman es un escritor muy interesante, del que la propia Atalanta tiene colecciones de relatos publicadas, que querría leer detenidamente. Los tratamientos más duros y crudos están quizá en el los relatos de August Derleth y Richard Matheson. Son, respectivamente, La nieve que arrastra el viento, de Derleth, y Bebe mi sangre, un retorcido juego de metanarrativa, infancias perturbadas y vamprios, de Matheson. No he leído aún demasiados relatos de Matheson, pero me parece un buen escritor, cuyos cuentos se caracterizan por no acercarse nunca de frente a los temas, sino siempre desde un lugar tangente.

Un libro para tener en casa y leer a sorbitos, o para estudiar con profundidad en una biblioteca pública. Un mito a revisar, el de los vampiros.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas

Sr. E

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