martes, 7 de marzo de 2017

Piscinas vacías, de Laura Ferrero

Piscinas vacías, de Laura Ferrero (Ed. Alfaguara)

Piscinas vacías es el primer libro publicado de Laura Ferrero. Es, concretamente, el primer libro de Laura Ferrero, que se ha publicado por segunda vez. Algo así. Yo he llegado a la edición de Alfaguara por recomendaciones personales y tras ver algunas buenas opiniones en periódicos y blogs, pero parece ser que hubo una primera edición del libro, que no sé si es exactamente la misma, que la autora autopublicó y que se vendió bastante bien en amazon (reconozco mi total desconocimiento sobre qué volumen de descargas tiene un libro que se ha vendido bien en amazon). Entiendo, por lo que cuenta la solapa, que alguien en Alfaguara debió fijarse en el libro por ese éxito, lo leyó y decidió contratarlo. Hay un debate por hacer sobre la autoedición, me figuro. Y varios sobre la labor de las editoriales tradicionales, pero este blog no va de eso.

Piscinas vacías es una colección de 26 relatos. 26 relatos en unas 190 páginas dan una longitud media de unas 7 páginas y poco. Ese es un dato absolutamente inútil, lo sé. Me gusta el título. Me decidí a leerlo porque el título me gusta. Me hizo pensar en aquella frase de Raymond Chandler, esa de que: “No hay nada más vacío que una piscina vacía”. Como un macguffin de los de Hitchcock, he ido leyendo el libro esperando encontrar la referencia a Chandler en algún momento (principalmente en el relato que da título a la colección), y no he dado con ella. Pero ese no es un problema del libro, sino mío como lector.

Los relatos de Piscinas vacías nos suenan un poco a música jazz y whisky en un sillón de escay. Son narrativa breve influida de manera muy directa por la narrativa americana breve de las últimas décadas. Richard Ford, Raymond Carver, Richard Yates, John Cheever. Algunas novelas de Paul Auster. Los relatos buscan situarse en esa línea, y en ella se sitúan. Familias que se comunican poco o mal. Parejas que han acabado aunque parece que no se han dado cuenta. Jóvenes enamoradas de chicos a los que no se atreven a decírselo. Matrimonios separados con hijos, sin ellos, complicadas relaciones entre padres e hijos, madres e hijas, viejas fotos, recuerdos.

Si hay una palabra que define estos relatos es fluidez. Los relatos van variando de primera a segunda y a tercera persona y los protagonistas y los narradores son a veces más internos y a veces más externos a la historia. A veces son mujeres y a veces hombres. Todo es un poco desesperanzado, pero es esa desesperanza que se detecta después de la primera copa en el jardín en los relatos de Cheever. Una especie de incomodidad anestesiada. “Si me disculpan, me serviré otro whisky”, dice un personaje de Cheever. Hay poca esperanza pero parece que hay resignación, nadie protesta ni lucha demasiado. Mirando un poco en la web se habla de retrato generacional, pero creo que esa es la etiqueta que le va a caer encima a cualquier libro de una autora de treinta y pocos años que hable de gente de treinta y pocos años. A mí no me lo parece. Ni me hace falta como lector de esa generación. Ni creo que sea la intención de la autora. ¿Es la nueva novela de Luis Landero un retrato de su generación? Nadie se lo plantea. Pues en este caso creo que es una pregunta igual de estúpida.

La prosa es correcta, pero quizá se echa en falta algo más de riesgo en el estilo. Todos los relatos están bien escritos, están equilibrados estructuralmente, quizá demasiado armados siguiendo los modelos, pero apetece un poco más de invención formal. La ambientación de los relatos es más o menos parecida en todos ellos, familias de clase media y media – alta, con casas de veraneo en la Costa Brava, con viajes a países exóticos, seguidores de tendencias. Podríamos decir que el tono medio es el de estudiantes de humanidades con Erasmus hecho y algún máster en los Estados Unidos. Uno de los cuentos que más me han gustado en su construcción y sutileza, Prostitución, me distancia un poco por su ambientación en una casa con jardinero, hijos que van al tenis y dejan a su madre sola en casa, sin mucho que hacer, con un marido que imaginamos muy ocupado, un triunfador distante. Quizá demasiado cercano a Cheever. 26 relatos tal vez son demasiados para un libro y algunas historias acaban pareciéndose a otras.

La narración nace del conflicto y creo que los mejores relatos son aquellos en los que los conflictos son más serios, más profundos, algunos terriblemente serios y profundos. La tostadora nos lleva a las parejas quemadas de los cuentos de Carver (y no sé si la relación entre el electrodoméstico elegido y las relaciones quemadas solo se me ocurre a mí o es la que encendió el relato para la autora). Un conflicto muy bien dibujado y resuelto que prende en una cocina. Polen nos habla de manera acertada de quienes no se resignan a hacerse viejos, apagarse, morir.

Laura Ferrero tiene buena pluma para recordar infancias y desde ahí traernos la historia que va a contarnos. Lo hace en El rastro de los caracoles y lo hace en Piscinas vacías. Piscinas vacías es un relato desolado, como una piscina vacía. Es un relato terrorífico en el que pronto se adivina que ha pasado algo muy malo, como es la muerte de un hijo ahogado. Pero el relato redobla la apuesta y demuestra que hay algo peor que una piscina vacía, y son las vidas vacías que quedan después de algo así. Vidas vacías que se complementan con una piscina vacía en la que todos van dejando sus trastos, mientras la tristeza los sigue consumiendo. Es probablemente el relato más redondo y el adecuado para dar título al conjunto. Quizá, con lo terrible que es, no es el más terrible, pues Sofía también resulta ser, en su formato de carta a la hija que nunca llegó a tener la narradora, sobrecogedor. Ausencias, vacíos, silencios.

Actualmente, Laura Ferrero trabaja en su primera novela, que aparecerá en Alfaguara, dice la solapa del libro.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas


Sr. E

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