Piscinas vacías, de Laura Ferrero (Ed. Alfaguara)
Piscinas vacías
es el primer libro publicado de Laura Ferrero. Es, concretamente, el primer
libro de Laura Ferrero, que se ha publicado por segunda vez. Algo así. Yo he
llegado a la edición de Alfaguara por recomendaciones personales y tras ver
algunas buenas opiniones en periódicos y blogs, pero parece ser que hubo una
primera edición del libro, que no sé si es exactamente la misma, que la autora
autopublicó y que se vendió bastante bien en amazon (reconozco mi total desconocimiento sobre qué volumen de
descargas tiene un libro que se ha vendido bien en amazon). Entiendo, por lo
que cuenta la solapa, que alguien en Alfaguara debió fijarse en el libro por
ese éxito, lo leyó y decidió contratarlo. Hay un debate por hacer sobre la
autoedición, me figuro. Y varios sobre la labor de las editoriales
tradicionales, pero este blog no va de eso.
Piscinas vacías
es una colección de 26 relatos. 26 relatos en unas 190 páginas dan una longitud
media de unas 7 páginas y poco. Ese es un dato absolutamente inútil, lo sé. Me
gusta el título. Me decidí a leerlo porque el título me gusta. Me hizo pensar
en aquella frase de Raymond Chandler, esa de que: “No hay nada más vacío que
una piscina vacía”. Como un macguffin
de los de Hitchcock, he ido leyendo el libro esperando encontrar la referencia
a Chandler en algún momento (principalmente en el relato que da título a la
colección), y no he dado con ella. Pero ese no es un problema del libro, sino
mío como lector.
Los
relatos de Piscinas vacías nos suenan
un poco a música jazz y whisky en un sillón de escay. Son narrativa breve
influida de manera muy directa por la narrativa americana breve de las últimas
décadas. Richard Ford,
Raymond Carver, Richard Yates, John Cheever. Algunas novelas de Paul Auster. Los
relatos buscan situarse en esa línea, y en ella se sitúan. Familias que se
comunican poco o mal. Parejas que han acabado aunque parece que no se han dado
cuenta. Jóvenes enamoradas de chicos a los que no se atreven a decírselo.
Matrimonios separados con hijos, sin ellos, complicadas relaciones entre padres
e hijos, madres e hijas, viejas fotos, recuerdos.
Si
hay una palabra que define estos relatos es fluidez. Los relatos van variando
de primera a segunda y a tercera persona y los protagonistas y los narradores
son a veces más internos y a veces más externos a la historia. A veces son
mujeres y a veces hombres. Todo es un poco desesperanzado, pero es esa
desesperanza que se detecta después de la primera copa en el jardín en los
relatos de Cheever. Una especie de incomodidad anestesiada. “Si me disculpan,
me serviré otro whisky”, dice un personaje de Cheever. Hay poca esperanza pero
parece que hay resignación, nadie protesta ni lucha demasiado. Mirando un poco
en la web se habla de retrato generacional, pero creo que esa es la etiqueta
que le va a caer encima a cualquier libro de una autora de treinta y pocos años
que hable de gente de treinta y pocos años. A mí no me lo parece. Ni me hace
falta como lector de esa generación. Ni creo que sea la intención de la autora.
¿Es la nueva novela de Luis Landero un retrato de su generación? Nadie se lo plantea.
Pues en este caso creo que es una pregunta igual de estúpida.
La
prosa es correcta, pero quizá se echa en falta algo más de riesgo en el estilo.
Todos los relatos están bien escritos, están equilibrados estructuralmente, quizá
demasiado armados siguiendo los modelos, pero apetece un poco más de invención
formal. La ambientación de los relatos es más o menos parecida en todos ellos,
familias de clase media y media – alta, con casas de veraneo en la Costa Brava,
con viajes a países exóticos, seguidores de tendencias. Podríamos decir que el
tono medio es el de estudiantes de humanidades con Erasmus hecho y algún máster
en los Estados Unidos. Uno de los cuentos que más me han gustado en su
construcción y sutileza, Prostitución,
me distancia un poco por su ambientación en una casa con jardinero, hijos que
van al tenis y dejan a su madre sola en casa, sin mucho que hacer, con un
marido que imaginamos muy ocupado, un triunfador distante. Quizá demasiado
cercano a Cheever. 26 relatos tal vez son demasiados para un libro y algunas
historias acaban pareciéndose a otras.
La
narración nace del conflicto y creo que los mejores relatos son aquellos en los
que los conflictos son más serios, más profundos, algunos terriblemente serios
y profundos. La tostadora nos lleva a
las parejas quemadas de los cuentos de Carver (y no sé si la relación entre el
electrodoméstico elegido y las relaciones quemadas solo se me ocurre a mí o es
la que encendió el relato para la autora). Un conflicto muy bien dibujado y
resuelto que prende en una cocina. Polen
nos habla de manera acertada de quienes no se resignan a hacerse viejos,
apagarse, morir.
Laura
Ferrero tiene buena pluma para recordar infancias y desde ahí traernos la
historia que va a contarnos. Lo hace en El
rastro de los caracoles y lo hace en Piscinas
vacías. Piscinas vacías es un relato desolado, como una piscina vacía. Es
un relato terrorífico en el que pronto se adivina que ha pasado algo muy malo,
como es la muerte de un hijo ahogado. Pero el relato redobla la apuesta y
demuestra que hay algo peor que una piscina vacía, y son las vidas vacías que
quedan después de algo así. Vidas vacías que se complementan con una piscina
vacía en la que todos van dejando sus trastos, mientras la tristeza los sigue
consumiendo. Es probablemente el relato más redondo y el adecuado para dar
título al conjunto. Quizá, con lo terrible que es, no es el más terrible, pues Sofía también resulta ser, en su formato
de carta a la hija que nunca llegó a tener la narradora, sobrecogedor. Ausencias,
vacíos, silencios.
Actualmente,
Laura Ferrero trabaja en su primera novela, que aparecerá en Alfaguara, dice la
solapa del libro.
Seguiremos
leyendo.
Felices
lecturas
Sr.
E
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