Cómo
leer literatura,
de Terry Eagleton (Península)
A
veces creo que es necesario que los que leemos por instinto y escribimos por
otro instinto igualmente primario, a veces complementario al de la lectura, a
veces devorador del anterior, a veces, decía, está bien que esos escritores
imprudentes, que hemos aprendido a leer y a escribir únicamente por el método
de ensayo y error, veamos cómo leen los que antes de hacerlo, o en paralelo,
han recibido una sólida formación humanística para hacerlo.
En
este breve libro, Terry Eagleton nos orienta en 5 capítulos, por algunas claves
de la lectura reposada y reflexiva, primer paso para poder valorar realmente el
libro que tenemos entre las manos. Esos capítulos son: Comienzos, El personaje,
Narrativa, Interpretación, Valor.
Disfrutar
es más subjetivo que valorar. El hecho de que alguien prefiera los melocotones
a las peras es una cuestión de gusto, pero no puede decirse lo mismo de una
consideración como que Dostoievski fue mejor novelista que John Grisham.
Dostoievski es mejor que Grisham del mismo modo que Tiger Woods es mejor
golfista que Lady Gaga. Cualquiera que sepa algo sobre ficción o sobre golf
suscribirá estas valoraciones.
Eagleton
es un profesor británico que empieza transmitiéndonos una falta de esperanza en
la lectura. Una lectura llamemos en una redundancia horrible, literaria. No
perdamos de vista que las propias editoriales llevan años hablando de
literatura literaria y literatura no – literaria, diferenciando entre la que
cuesta esfuerzo y la que se vende bien, esencialmente.
Eagleton
parte de una base que comparto, que podríamos decir que es que Moby Dick cuesta un esfuerzo de lectura,
pero que da satisfacciones muy superiories al esfuerzo invertido. No solo a
nivel intelectual, sino a un nivel de mero entretenimiento. Solo que no se
trata de un entretenimiento masticado. ¿Estamos ante la época del
entretenimiento masticado? Conozco a 2, 4, 10 personas que han abandonado Cien años de soledad porque se liaban
con los nombres, que se van repitiendo de una generación a otra. Los que hemos
leído el libro (y personalmente a mí no me entusiasma ese libro) creo que hemos
visto que es, dejando al margen su valía e importancia literaria y cultural, un
folletín que engancha al lector. No es para nada una novela difícil de leer
para quien se concentra un poco en hacerlo.
La
idea de la literatura como forma de expresión propia es errónea en varios
sentidos bastante obvios, más aún si nos la tomamos demasiado literalmente. Por
lo que sabemos, a Shakespeare nunca lo abandonaron en una isla mágica, por
mucho que la lectura de La tempestad pueda dar esa impresión. Incluso si
hubiera pasado una temporada comiendo cocos y fabricándose una balsa, eso no
habría mejorado necesariamente su última obra. El novelista Lawrence Durrell
pasó un tiempo en Alejandría, pero algunos lectores de El cuarteto de
Alejandría tal vez habrían preferido que no.
Enlazo
la lectura de este libro con el prólogo de
Los reconocimientos, de William Gaddis, novela con la que aún no me he
puesto pero cuyo magnífico prólogo ya he leído varias veces. En él se nos dice a
los futuros lectores, dispuestos a cruzar el pórtico, que la novela, ambiciosa,
larga, quizá difícil, no necesita ser comprendida en cada uno de sus mínimos
detalles para ser disfrutada. Eagleton reivindica esa clase de lectura
compleja. Y su libro sirve como ayuda para que esas lecturas complejas sean más
accesibles.
Cómo leer literatura
empieza con un imaginario diálogo entre estudiantes universitarios sobre Cumbres borrascosas, de Emily Brönte.
Para Eagleton, esos estudiantes, que probablemente tiene en sus clases, no han
entendido nada. Al menos su lectura no añade valor a la obra. Ninguna clase de
valor crítico. Eagleton se lanza a desmontar ese modelo y a ofrecer el suyo, el
de una lectura con contexto, con experiencia acumulada, que se fija y valora la
forma, el lenguaje, la construcción y las ideas que subyacen al libro.
Las
historias intentan imponer algo algún tipo de diseño a este mundo tan enredado,
pero en el intento sólo consiguen simplificarlo y empobrecerlo. Narrar es
falsificar. De hecho, incluso podría afirmarse que escribir es falsificar.
Escribir, al fin y al cabo, es un proceso que se va desarrollando con el tiempo
y, en ese sentido, se asemeja a la narrativa. La única obra literaria
auténtica, pues, sería la que fuera consciente de esa falsificación e intentara
contarnos su relato teniéndola en cuenta.
Qué
es leer, cómo se lee la literatura, esa es la idea clave de esta obra. Se
analizan el estilo, la forma, se aprende a valorar el estilo y la forma,
entender el contexto, valorarlo, sacar ideas implícitas en el texto pero sin
propasarse con las ideas implícitas, porque a veces los estudiosos y los
teóricos creen que lo que ellos creen haber visto es más importante que lo que
el autor realmente estaba diciendo. No todo lo que podría ser es, quizá el
propio autor no sabe qué quería decir y transmitir en todo momento, y no pasa
nada. Eagleton acompaña sus ideas con ejemplos muy fáciles de seguir por el
lector atento, enseña a dudar de lo que el canon dice y a ir formando un
criterio propio. El libro tiene humor, desconfía de todo, valora la creación de
la prosa por encima de lo que esta cuenta, porque la literatura es un trabajo
de forma.
Los
tres primeros capítulos (Comienzos, El personaje, Narrativa) dan claves de la
construcción básica de una obra de ficción, y desveladas esas claves ayuda a
que el lector sepa valorar con criterios técnicos cuándo un personaje es
sólido, desde qué perspectiva está construido, qué busca el autor al colocarlo,
etc. Los dos últimos (Interpretación, Valor) hablan de qué se puede entender en
una obra de ficción, desde lo más disparatado y tendencioso a las lecturas
habitualmente aceptadas y que a veces habría que cuestionar un poco. Eagleton aquí
es muy pesismista con los críticos y estudiosos, que cree que aportan cada vez
menos a la lectura razonable de una obra. Y nos muestra cuáles son los
mecanismos que muchas veces ayudan a que una obra quede ubicada en las
estanterías de la posteridad, una posteridad que en general está bien merecida,
pero que no se debe perder de vista que tiene una parte de azar.
Todas
y cada una de las armas letales que se han inventado fueron en su momento el
resultado de un acto imaginativo. La imaginación se considera una de las
facultades humanas más nobles, pero también resulta inquietante lo cerca que se
encuentra de la fantasía, que en general se ubica en el otro extremo, en el
fondo del pozo. En cualquier caso, intentar sentir lo que siente otra persona
no mejora necesariamente mi naturaleza moral. A un sádico le gusta saber lo que
siente su víctima.
Un libro muy
recomendable para leer un poco mejor.
Felices lecturas
Sr. E
No hay comentarios:
Publicar un comentario