domingo, 12 de marzo de 2017

Cómo leer literatura, de Terry Eagleton

Cómo leer literatura, de Terry Eagleton (Península)

A veces creo que es necesario que los que leemos por instinto y escribimos por otro instinto igualmente primario, a veces complementario al de la lectura, a veces devorador del anterior, a veces, decía, está bien que esos escritores imprudentes, que hemos aprendido a leer y a escribir únicamente por el método de ensayo y error, veamos cómo leen los que antes de hacerlo, o en paralelo, han recibido una sólida formación humanística para hacerlo.

En este breve libro, Terry Eagleton nos orienta en 5 capítulos, por algunas claves de la lectura reposada y reflexiva, primer paso para poder valorar realmente el libro que tenemos entre las manos. Esos capítulos son: Comienzos, El personaje, Narrativa, Interpretación, Valor.

Disfrutar es más subjetivo que valorar. El hecho de que alguien prefiera los melocotones a las peras es una cuestión de gusto, pero no puede decirse lo mismo de una consideración como que Dostoievski fue mejor novelista que John Grisham. Dostoievski es mejor que Grisham del mismo modo que Tiger Woods es mejor golfista que Lady Gaga. Cualquiera que sepa algo sobre ficción o sobre golf suscribirá estas valoraciones.

Eagleton es un profesor británico que empieza transmitiéndonos una falta de esperanza en la lectura. Una lectura llamemos en una redundancia horrible, literaria. No perdamos de vista que las propias editoriales llevan años hablando de literatura literaria y literatura no – literaria, diferenciando entre la que cuesta esfuerzo y la que se vende bien, esencialmente.

Eagleton parte de una base que comparto, que podríamos decir que es que Moby Dick cuesta un esfuerzo de lectura, pero que da satisfacciones muy superiories al esfuerzo invertido. No solo a nivel intelectual, sino a un nivel de mero entretenimiento. Solo que no se trata de un entretenimiento masticado. ¿Estamos ante la época del entretenimiento masticado? Conozco a 2, 4, 10 personas que han abandonado Cien años de soledad porque se liaban con los nombres, que se van repitiendo de una generación a otra. Los que hemos leído el libro (y personalmente a mí no me entusiasma ese libro) creo que hemos visto que es, dejando al margen su valía e importancia literaria y cultural, un folletín que engancha al lector. No es para nada una novela difícil de leer para quien se concentra un poco en hacerlo.

La idea de la literatura como forma de expresión propia es errónea en varios sentidos bastante obvios, más aún si nos la tomamos demasiado literalmente. Por lo que sabemos, a Shakespeare nunca lo abandonaron en una isla mágica, por mucho que la lectura de La tempestad pueda dar esa impresión. Incluso si hubiera pasado una temporada comiendo cocos y fabricándose una balsa, eso no habría mejorado necesariamente su última obra. El novelista Lawrence Durrell pasó un tiempo en Alejandría, pero algunos lectores de El cuarteto de Alejandría tal vez habrían preferido que no.

Enlazo la lectura de este libro con el prólogo de Los reconocimientos, de William Gaddis, novela con la que aún no me he puesto pero cuyo magnífico prólogo ya he leído varias veces. En él se nos dice a los futuros lectores, dispuestos a cruzar el pórtico, que la novela, ambiciosa, larga, quizá difícil, no necesita ser comprendida en cada uno de sus mínimos detalles para ser disfrutada. Eagleton reivindica esa clase de lectura compleja. Y su libro sirve como ayuda para que esas lecturas complejas sean más accesibles.

Cómo leer literatura empieza con un imaginario diálogo entre estudiantes universitarios sobre Cumbres borrascosas, de Emily Brönte. Para Eagleton, esos estudiantes, que probablemente tiene en sus clases, no han entendido nada. Al menos su lectura no añade valor a la obra. Ninguna clase de valor crítico. Eagleton se lanza a desmontar ese modelo y a ofrecer el suyo, el de una lectura con contexto, con experiencia acumulada, que se fija y valora la forma, el lenguaje, la construcción y las ideas que subyacen al libro.

Las historias intentan imponer algo algún tipo de diseño a este mundo tan enredado, pero en el intento sólo consiguen simplificarlo y empobrecerlo. Narrar es falsificar. De hecho, incluso podría afirmarse que escribir es falsificar. Escribir, al fin y al cabo, es un proceso que se va desarrollando con el tiempo y, en ese sentido, se asemeja a la narrativa. La única obra literaria auténtica, pues, sería la que fuera consciente de esa falsificación e intentara contarnos su relato teniéndola en cuenta.

Qué es leer, cómo se lee la literatura, esa es la idea clave de esta obra. Se analizan el estilo, la forma, se aprende a valorar el estilo y la forma, entender el contexto, valorarlo, sacar ideas implícitas en el texto pero sin propasarse con las ideas implícitas, porque a veces los estudiosos y los teóricos creen que lo que ellos creen haber visto es más importante que lo que el autor realmente estaba diciendo. No todo lo que podría ser es, quizá el propio autor no sabe qué quería decir y transmitir en todo momento, y no pasa nada. Eagleton acompaña sus ideas con ejemplos muy fáciles de seguir por el lector atento, enseña a dudar de lo que el canon dice y a ir formando un criterio propio. El libro tiene humor, desconfía de todo, valora la creación de la prosa por encima de lo que esta cuenta, porque la literatura es un trabajo de forma.

Los tres primeros capítulos (Comienzos, El personaje, Narrativa) dan claves de la construcción básica de una obra de ficción, y desveladas esas claves ayuda a que el lector sepa valorar con criterios técnicos cuándo un personaje es sólido, desde qué perspectiva está construido, qué busca el autor al colocarlo, etc. Los dos últimos (Interpretación, Valor) hablan de qué se puede entender en una obra de ficción, desde lo más disparatado y tendencioso a las lecturas habitualmente aceptadas y que a veces habría que cuestionar un poco. Eagleton aquí es muy pesismista con los críticos y estudiosos, que cree que aportan cada vez menos a la lectura razonable de una obra. Y nos muestra cuáles son los mecanismos que muchas veces ayudan a que una obra quede ubicada en las estanterías de la posteridad, una posteridad que en general está bien merecida, pero que no se debe perder de vista que tiene una parte de azar.

Todas y cada una de las armas letales que se han inventado fueron en su momento el resultado de un acto imaginativo. La imaginación se considera una de las facultades humanas más nobles, pero también resulta inquietante lo cerca que se encuentra de la fantasía, que en general se ubica en el otro extremo, en el fondo del pozo. En cualquier caso, intentar sentir lo que siente otra persona no mejora necesariamente mi naturaleza moral. A un sádico le gusta saber lo que siente su víctima.

Un libro muy recomendable para leer un poco mejor.

Felices lecturas


Sr. E

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