jueves, 30 de junio de 2016

El Reino, de Emmanuel Carrère

El Reino, de Emmanuel Carrère (Ed. Anagrama)

Como bien sé gracias a mis abuelas, que ayer me llamaron como si siguiera siendo un niño pequeño, el 29 de junio es la festividad de San Pablo. San Pablo y el evangelista Lucas son los dos personajes principales sobre los que escribe y reflexiona Emmanuel Carrère en su último libro, El Reino.

He leído en los últimos meses bastantes libros de Emmanuel Carrère. Siempre escribe, me parece, lo que quiere. Siempre lo hace a su manera. Solamente eso ya lo hace un autor admirable. Nadie podrá acusarlo de lanzarse a escribir 600 páginas relacionadas con el nacimiento del cristianismo para colarse en las listas de bestsellers. A veces creo que su narración se centra demasiado en él, sin valorar si ahí hay algo de verdadero valor. He encontrado páginas de gran nivel en su obra, y al menos un libro de primerísima división, El adversario. En El Reino usa algunas estrategias que ya usó hace veinte años en su libro sobre Philip K. Dick. Quizá en aquel libro Carrère era menos autoconsciente como narrador. Aquel libro aparece aquí, en El Reino, pues el momento creyente en la vida de su autor coincide con el momento en que estaba trabajando en el libro de Dick.

El Reino al que se refiere el título es, por supuesto el de los Cielos. Carrère nos promete al principio tratar de acercarnos a cómo el cristianismo se fue desarrollando como idea dominante, y cómo algo en apariencia increíble y contrario a toda intuición, que un hombre ha resucitado, ha llegado a ser una de las ideas más extendidas del mundo.

El principio del libro me parece en ese sentido lo mejor, pues traza las líneas de una obra que va a tratar de entender y explicarnos a los lectores qué mecanismos han llevado a hacer una idea increíble el centro de la existencia de millones de seres humanos desde hace siglos. Carrère empieza el libro desde la serie Les revenants, de la que fue el guionista original, en la que unas personas, esas y no otras, después de muertas, regresan a sus casas, dando lugar a una situación incomprensible para todos, para ellos los primeros. ¿Por qué resucitan? ¿Por qué ellos y no otros? Nada puede fascinar tanto como lo que no se entiende. Ningún ser racional creería en que los muertos pueden resucitar, dice Carrère, y sin embargo él creyó. Carrère nos cuenta en las primeras ciento cincuenta páginas cómo a principios de los noventa pasó de ser un intelectual descreído a un creyente modesto y modélico, alguien que abrazó una fe que sus padres le habían regalado de pequeño pero a la que realmente nunca se había dedicado. Durante apenas dos años, Carrère fue un ferviente cristiano que iba a misa, se recreaba pensando en los misterios de la fe, leía cada día los Evangelios y tomaba notas sobre lo que creía aprender de ellos. Llegó a escribir, según nos cuenta, dieciocho cuadernos enteros sobre sus lecturas del Evangelio y sus pensamientos religiosos en el primer año de su conversión. Carrère, unos veinte años después, de nuevo sin fe, se enfrenta a ellos y nos comenta, entre extrañado y avergonzado, lo que ve en ellos.

Esta primera parte, tan personal, es quizá la que menos me ha interesado. Carrère nos cuenta que lo bautizaron al nacer, y que tenía una madrina. Nos cuenta que nunca tuvo una fe especial, pero que alrededor de sus treinta y cinco años, en un momento de crisis personal, abrazó esa fe. Luego la dejó. Sigue sin tenerla. De aquellos años de fe le han quedado algunas lecturas y la amistad con el otro ahijado de su madrina, Hervé. No veo que sea una historia particularmente interesante, ni que me enfrente a grandes desafíos existenciales. Me parece la historia de alguien más entre millones que no creía y empezó a creer, y otra historia entre millones de alguien que creía y dejó de hacerlo. Quizá ahí radica su valor, esencialmente, en ser una historia como la de tantos.

Carrère nos lleva a la peripecia de Pablo, que se cayó del caballo camino de Damasco y se convirtió. Pasó de lapidador a principal apóstol del nuevo credo. Pablo quedó más fascinado por la resurrección de Cristo que por sus enseñanzas. Para él, lo importante, tal y como lo retrata Carrère, es el momento posterior a la muerte, en el que se muestra como alguien que no es un simple mortal. Eso es lo que le diferencia de cualquier otro. Eso es lo que hace que Pablo decida seguirlo y hablar a todos de él.

Carrère analiza las cartas de Pablo. Esas cartas, como nos explica, no son más que eso, cartas. No estaban escritas con la idea de sentar una doctrina, sino que eran noticias e indicaciones que Pablo iba escribiendo a las comunidades de seguidores que había ido fundando por el Mediterráneo.

Pablo, para Carrère, es el primer moralista de la Iglesia Católica. Según lo entiende Carrère, no fue Jesús de Nazaret el que puso las bases de muchas de las indicaciones morales de la misma, sino Pablo, que interpretaba, o malinterpretaba en algunos casos, sus enseñanzas. Pablo es, a la vez que ese primer moralista, un cristiano incómodo, uno de esos versos libres de los que se habla en los partidos políticos. Pablo se pone a predicar y no encuentra el apoyo de los primeros cristianos institucionalizados, los propios discípulos de Jesús, sobre los que fundó su Iglesia. Pedro y Santiago se entrevistan con Pablo y no acaban de entender exactamente de qué va ni si está a favor o en contra de ellos.

Las peripecias vitales y de fe de San Pablo pueden interesarme más o menos, más bien poco, pero Carrère logra sacarle algunos ángulos muy interesantes al situarlo en contexto con los otros cristianos, o al analizar algunos de sus escritos. De esa parte me ha gustado especialmente que Carrère compare el cristianismo con otras religiones que en aquellos momentos estaban afianzadas o empezando a nacer, y analiza sus puntos fuertes y débiles comparadas con ellas.

Uno de los seguidores que Pablo consigue para el cristianismo es Lucas. Lucas, que acabará escribiendo uno de los evangelios canónicos, llega a saber de Jesús de Nazaret a través de San Pablo. Lucas, como insiste Carrère, no es un judío. Es un médico romano, culto, que se siente atraído por el cristianismo por motivos parecidos a los que llevan hoy en día a algunas personas a acercarse al budismo, como una forma de espiritualidad amable, comprensiva y abierta, sin demasiadas restricciones. Lucas se va dejando fascinar por la figura de Jesús y por las palabras de Pablo y va investigando más, conociendo a quienes lo conocieron, y escribiendo su propia versión.

Como escritor, y como lector de Carrère, me ha interesado especialmente, de la segunda parte del libro, entre nuevas entradas y salidas de Carrère y su relación con su propia fe, el análisis y la reconstrucción que hace de la investigación y escritura de Lucas. Me ha gustado mucho cómo Carrère se fija en escenas y pasajes de los Evangelios que sólo aparecen en uno de ellos, o que en uno tienen más detalles, y cómo trata de explicar por qué puede ser. Carrère también busca y analiza en la historia que Lucas cuenta trucos de novelista. Trucos de buen novelista y trucos de mal novelista.

En resumen, El Reino es un libro interesante que no ha acabado de satisfacerme. Seguramente por un problema de expectativas mal satisfechas. Durante los días en que estuve leyéndolo tenía la necesidad de leer más y más, pero en ningún momento llegó a gustarme realmente. Fui esperando que acabara de centrarse y diera algo más en las siguientes páginas y al final acabé sus aproximadamente seiscientas páginas sin llegar al núcleo que pensaba que el libro me explicaría. Carrère al principio me prometió explicarme qué mecanismos llevan a que millones de personas crean en lo increíble. En algunos momentos se acerca a los mecanismos de construcción de ficción que subyacen al cristianismo, y los compara con otras mitologías que hoy en día no son más que eso, mitologías. Pero no llega a explicarme en ningún momento por qué la gente que cree puede creer. Quizá porque al final Carrère se dio cuenta de que no tiene explicación y lo único que podíamos hacer como lectores era acompañarlo en su camino. Y ese camino vale la pena, aunque no tenga la recompensa prometida.

Felices lecturas


Sr. E

sábado, 25 de junio de 2016

Breve historia de siete asesinatos, de Marlon James

Breve historia de siete asesinatos, de Marlon James (Ed. Malpaso)

Breve historia de siete asesinatos no es la primera novela del autor jamaicano Marlon James, aunque para el mercado español lo es, desde luego. Y menuda novela. Creo que podemos decir sin exagerar demasiado que es uno de los libros que ha marcado lo que llevamos de 2.016. Y no es para menos. No he oído ni leído a nadie que la haya leído y no se haya mostrado entusiasmado. Breve historia de siete asesinatos es la novela que ganó el último Premio Booker, el de 2.015, y es una ambiciosa obra que trata de explicar un país, Jamaica. Mi opinión es que sin duda será uno de los libros más importantes de los que se publiquen este año en España. Y ya sé que será una de esas lecturas que marcarán mi año lector. Y hay que felicitar a la editorial, primero porque ha sido un gran acierto llegar hasta él antes que otras editoriales más potentes, lo que me imagino que se habrá traducido en una importante inversión económica, que también se ve en una cuidada edición y una muy buena traducción.

Jamaica: marihuana, reggae, problemas coloniales y postcoloniales, violencia, comida con un toque dulzón, velocistas que ganan oros olímpicos, músicos que critican a otros músicos de mayor éxito, políticos corruptos, políticos que juegan a brujos y alimentan ciertas conspiraciones, conciertos por la paz, rastafarismo, prostitución, policía corrupta, músicos célebres en todo el mundo que ven en Jamaica un lugar del moda al que acercarse para volver a parecer auténticos, la CIA, cómo no la CIA, mil voces que se van entrelazando, el gueto, el Cantante, que claro, quién si no, es Bob Marley. Y muchas cosas más.

Breve historia de siete asesinatos podría haberse titulado Siete historias largas de un asesinato que no salió bien. Pero el título no sería tan potente, no tendría el mismo ritmo. ¿Cuál es ese asesinato? El de Bob Marley en 1.976. Un asesinato que no acabó con su vida pero estuvo muy cerca. Siete tipos del gueto aparecieron armados y se pusieron a disparar. La mayoría, según la construcción de la novela, no sabían ni por qué iban a matarlo, pero sentían que debían matar a Marley. Marley, el Cantante, estaba empezando a volverse alguien muy incómodo. Era amigo de unos y de otros, y los otros y los unos sospechaban que en realidad sólo era amigo de sí mismo y sólo miraba por la construcción de su personaje. Estaba situándose en medio de algo, quería la paz, promovía ideales que realmente no interesaban a nadie, le daba la espalda al gueto. Mejor cargárselo y dejar claro quiénes mandaban, quiénes habían mandado siempre y quiénes seguirían mandando en el futuro.

¿Es una novela sobre Bob Marley? Recuerdo que cuando presentó El fondo del cielo, Rodrigo Fresán dijo que no era una novela de ciencia – ficción sino una novela con ciencia – ficción. Diría que Breve historia de siete asesinatos es una novela con Bob Marley. La figura del Cantante sirve como uno de los esqueletos sobre los que colgar la estructura de la novela. Es, y eso es indudable, uno de los personajes más conocidos internacionalmente, por no decir el que más, de aquel país, y en ese sentido es un gancho narrativo que facilita el acercarse a la novela. Supongo que dependiendo del grado de familiaridad de cada lector con sus canciones, se verán más o menos matices. Yo, personalmente, tengo una educación sentimental próxima a sus canciones. Aquel recopilatorio llamado Legend sonaba con mucha frecuencia en mi casa cuando yo era un niño. Y cuando era un adolescente de quince o dieciséis años me enamoré de una chica que lo idolatraba y volví a caer en su música. Esta novela también habla de música, de la idea de reggae que Bob Marley llevó por el mundo, de lo que otros músicos como Jimmy Cliff y sobre todo Peter Tosh pensaban de Marley, al que veían demasiado dulcificado. La verdadera música jamaicana, dicen y piensan muchos de los personajes de la novela, es música del gueto, y en el gueto uno no se preocupa tanto de Babilonia o de las grandes cuestiones filosóficas. Y desde luego en el gueto hay armas y hay violencia y eso se tiene que ver en las canciones. Los personajes más duros ven a los rastafaris como una especie de pijos que han cogido esas ideas y se han convertido en los payasos tolerados por el primer mundo, los inofensivos jamaicanos que cantan una nueva música agradable que celebra la paz y el amor.

¿De qué va la novela? Creo que la novela, esencialmente, trata de la violencia y el destino. Las decenas de capítulos, cada uno escrito por una voz distinta, por un personaje que aporta su punto de vista y su granito de arena, trazan al final una moraleja nada moralizante, que viene a ser que, como decía Rubén Blades en Pedro Navaja, “cuando lo marca el destino no lo cambia ni el más bravo, si naciste pá martillo, del cielo te caen los clavos”, es decir, que alguien que nació en la violencia del gueto da igual cómo y para dónde se mueve, será esencialmente un tipo violento al que la violencia, como una maldición, perseguirá. Ese es el tema constante, el que fluye bajo tierra como una corriente subterránea que se filtra en determinados puntos hacia la superficie. En la superficie la novela trata del Cantante, de la situación política y social en la Jamaica de los setenta, y en la Jamaica de antes y después, del rastafarismo, de los cambios sociales del mundo postcolonial, de las potencias que siempre quieren estar metiendo mano en todos los conflictos, de la droga, de la música, del gueto, de las peleas entre bandos. La novela trata todos esos temas y trata también el tema de la construcción de los mitos colectivos. Poco a poco va deconstruyendo cómo se ha forjado el mito del Cantante, sus pequeñas mentiras y sus pequeñas verdades, mezcladas hasta que se ha podido hacer de él un apóstol que sirva lo mismo para una causa que para la contraria, y que si en algún momento estorba, puede eliminarse. Aunque claro, no es tan fácil.

¿Por qué destaca la novela? Diría que por su discurso más que por su trama. Y la trama es interesante, sin duda, nos lleva de viaje por un país exótico en una época decisiva para la conformación de su futuro tras la independencia de 1.962. Pero creo que el libro se vuelve por momentos adictivos por la combinación de voces que van apareciendo y desapareciendo, mostrando un pequeño trozo del mosaico general y volviendo a sus asuntos, normalmente turbios, después de aportarnos su parte. Ese discurso serpenteante que se va construyendo con tantas aportaciones se revela como indispensable para el tipo de historia que nos está contando. He leído a algunas personas diciendo que la novela es difícil de seguir porque los personajes hablan a veces en dialectos del gueto que cuesta seguir. Al revés, creo que es uno de los puntos que más enriquece la novela. Y ahí se nota la labor de dos buenos traductores, Wendy Guerra y Javier Calvo, que han tratado de mantener las diferencias idiomáticas que todos entendemos que va a haber entre un capo del gueto de Kingston y un periodista musical de Nueva York. Diferencias lógicas que en muchas novelas se dejan de lado en nombre de un castellano neutro, que se entienda bien, cuando lo que se está haciendo es en muchos casos quitarle valor a la narración.

¿Es o no es una novela negra? Supongo que lo es, en el sentido de esa novela negra, que es la que a mí me interesa, que quiere reflejar una realidad violenta e incómoda. Pero no es una novela en la cual haya un gran misterio que se irá mostrando. Ni casi un pequeño misterio que ir mostrando. Las cartas están sobre la mesa casi desde el principio y es cuestión de cómo se van barajando una y otra vez. Es una novela que no huye del conflicto político. Ni de la crítica contra los Estados Unidos que no dudan en tener Kingston lleno de agentes de inteligencia que no se sabe muy bien a favor de quién se mueven, generalmente porque nunca saben a favor de qué se mueven, sino que se dedican a crear el caos, igual que durante toda la década lo habían hecho en Argentina, en Uruguay y en tantos sitios. Agitan el espantajo del peligro comunista y dejan que el caos corra. Y piensan que en el río revuelto siempre ganan los mismos pescadores, ellos. Y es verdad que a veces se les va de las manos, pero entonces se van del país y lo dejan que todo acabe a su aire.

¿A qué se parece Breve historia de siete asesinatos? La novela a la que más la he oído comparar es Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. Entiendo que por la gran cantidad de voces que entran, salen, aportan un poquito y desaparecen. Tiene algo de eso, pero creo que la comparación con Los detectives salvajes le queda un poco grande. Lo digo desde el punto de vista de alguien que diría lo mismo de prácticamente cualquier novela de los últimos treinta años a la que se comparara con Los detectives salvajes. A mí me ha recordado, por la trama y el dibujo del submundo político que hace, a El poder del perro, de Don Winslow. Y aclaro que para mí esa es una gran novela. No sé cómo Winslow consiguió escribir esa novela viendo otras de sus obras, pero esa sin duda es una gran novela a reivindicar, en la que además de seguir una trama muy bien urdida y adictiva, vamos viendo cómo eran y siguen siendo los jueguecitos de la CIA en Centroamérica, cómo la droga influye en lo más feo de la política y viceversa. También he pensado, leyendo este libro de Marlon James, en David Peace y su Cuarteto del Red Riding, y también en su novela Tokyo, año cero. Por el uso poético de la violencia. Aunque creo que Peace es mucho mejor novelista. Peace, aunque sea un autor poco conocido y aunque en teoría se dedique a la narrativa de género (aunque por lo que he podido leer hasta ahora de él me atrevería a decir que es un género en sí mismo) es uno de los mejores novelistas el mundo. Hablando de poesía y violencia, la referencia a Ellroy es obligada. Claro que Ellroy está mucho más loco y es más extremo. James creo que puede tenerlo como referente pero construye una novela mucho más fácil de digerir. Lo cual no apunto, ni mucho menos, como algo criticable.

¿Es recomendable? Sin duda. Cuando dentro de diez años se mire a 2.015 y 2.016, creo que Breve historia de siete asesinatos, de Marlon James, será uno de esos escasos 5 – 6 libros que se siguen viendo con nitidez después de ese plazo de tiempo y reposo. Muy recomendable. También como novelón de verano, de esos que uno coge en la siesta y no suelta hasta la hora de salir de cañas al anochecer.

Felices lecturas

Sr. E

domingo, 19 de junio de 2016

Filtraciones, de Marta Caparrós

Filtraciones, de Marta Caparrós (Ed. Caballo de Troya)

Filtraciones es el primer libro de la escritora madrileña Marta Caparrós. Iba a añadir un tópico joven a escritora y madrileña y convertirla en la joven escritora madrileña Marta Caparrós, pero prefiero no hacerlo. Me explico: seguramente el 95% de las reseñas sobre el libro empiecen por ahí. Marta Caparrós tiene mi edad, ambos pasamos ya de los treinta, y no sé si será su caso, pero por si lo fuera y en previsora solidaridad, yo no soporto que se hable de mí como un joven autor, porque me da la sensación de que lo que venga detrás ya viene devaluado, que todo va a ser un: “bueno, para ser joven no está mal”. Y creo que un joven autor, o una joven autora como se habrá dicho mucho de Marta Caparrós, tiene que ser sólido aparte de su edad. Si quisiéramos tener motivos suficientes para dejar de escribir, o casi para suicidarnos, podríamos recordar que Albert Camus escribió El extranjero, Vargas Llosa La ciudad y los perros, o Rodrigo Fresán Historia argentina antes de los treinta. Perdón por la digresión, sólo quería dejar claro que un libro debe ser juzgado por su consistencia, lo que logra transmitir y lo bien escrito que está, nunca por la edad de quien lo ha escrito. También, en esa línea, sobraría quizá la referencia al sexo de la autora o su ciudad de procedencia, pero sí creo que el hecho de que sea mujer y madrileña son datos que aportan una información de valor. Creo que es un libro inequívocamente escrito por una mujer, y no voy a entrar en esa estupidez de la narrativa femenina, pero está claro que aquí sí hay una mirada femenina, y un libro cuyo mundo es muy madrileño.

¿Qué es Filtraciones? Filtraciones es un libro que reúne cuatro novelas cortas. La más larga se va casi a las cien páginas, y la más breve apenas pasa de las treinta. Es un libro original en España, por su extensión, ya que apenas se publican eso que los franceses llaman nouvelles y para lo que nosotros no tenemos una palabra propia, y deben ser muy pocas las colecciones de varias de ellas. En ese sentido creo que el hecho de que Caballo de Troya, en aquel momento bajo la dirección de Elvira Navarro, se decidiera por un libro de un formato tan poco común indica que a su editora creía firmemente en él. Continúa en ese sentido esta editorial con la labor por la que viene apostando desde su fundación, la búsqueda de nuevas voces. Las cuatro novelas cortas aquí recogidas se titulan, respectivamente: Vacaciones, Atrevimiento, Filtraciones y Los mejores deseos. Ya digo que la que más me ha gustado ha sido Vacaciones, la que menos Atrevimiento, y la que me parece que tenía más potencial aunque creo que no ha acabado de explotarlo es Filtraciones. Por darle una medalla a todas, Los mejores deseos ha sido la que me ha dejado más frío.

¿Qué nos enseña Marta Caparrós como escritora en este libro? Creo que tiene buenas intenciones, literarias y políticas. Y esto es un arma de doble filo. Es necesario tener buenas intenciones, por lo que es, sin duda, una virtud. Pero no es suficiente con esas buenas intenciones, y me queda la sensación de que en ocasiones no pasa de ahí. Marta Caparrós tiene una escritura que en algunas páginas consigue ser muy sutil, y tiene un muy buen ojo para fijarse en el detalle. Los decorados y ambientes de sus historias están vivos porque la autora sabe en qué fijarse y qué contarnos para conseguir que resulten realistas y vívidos. Creo que no ha hecho un trabajo tan bueno con los personajes, que a veces pecan de moverse en un único plano, de ser demasiado esquemáticos tópicos. A veces los personajes representan a determinados sectores, y eso les resta profundidad y hasta credibilidad.

¿Dónde está la política en este libro? Si uno lee la contraportada de este libro, uno lee algo sobre el 15 – M y que aún estaba por narrar y que ese cambio social está llegando a la narrativa española. Y el libro tiene sin duda una intención de narrar estos últimos años, y de narrar a una generación. Pero en el esfuerzo de retratar a la gente de la edad de Marta, que es la gente de mi edad, creo que acierta en algunos rasgos y creo que yerra en otros. Retrata la preocupación de una generación por hacerse mayor sin alcanzar la estabilidad laboral ni sentimental, pero creo que no acaba de atreverse a cuestionar que quizá hay un error en estar buscando una estabilidad muy parecida a la que tenían sus padres cuando probablemente el propio mundo ha cambiado demasiado como para que ciertas instituciones laborales y de pareja puedan ser iguales. Atrevimiento es el relato más claramente político según lo plantea la editorial, y lo es, pero se le descubren demasiado pronto las cartas. Y quiero dejar claro que no se trata de que yo quiera una literatura que huya de la realidad, que sea de evasión, que evite la política, porque creo que la política se da cuando hay conflicto, y como todo escritor sabe, la narración surge cuando al personaje de la historia le surge un conflicto. Es sólo que creo que cuando alguien se esfuerza demasiado por colar un cierto elemento en una historia cuyo principal camino quizá es otro, acaba sonando forzado. Y me parece que en esa historia se trata de magnificar algo que supone un conflicto entre el personaje femenino y el masculino, que hace que los dos acaben sonando tópicos y un poco huecos, a cámaras de eco. Yo creo en la literatura política, y en el arte político, desde el punto de vista de que todo es político, pero creo que el arte y la literatura son esencialmente literatura o arte. Yo escucho Dirty Boulevard de Lou Reed, Rockin´in the free world de Neil Young o Pedro Navaja de Rubén Blades, y sé que hay una visión política y crítica del mundo debajo, pero sé, sobre todo, que son grandes canciones, y que fueron compuestas para ser grandes canciones, no manifiestos.

En lo literario: El primer relato, Vacaciones, es el que más me ha gustado. ¿Por qué? Creo que la palabra es sutileza. La historia se dibuja suavemente, nunca sale de lo personal, va del pasado de las niñas que veraneaban en Conil al presente de una hermana con una vida estable y aburrida y la hermana sin estabilidad que en lo moral se sabe mirada por encima del hombro pero que a su vez también mira ella por encima del hombro, porque ve a su hermana mojigata y conservadora. Se ha quedado embarazada y vuelven a aquellas mismas playas a pasar el verano. El relato es el que más se acerca a un tratamiento personal, y el que menos impone una dialéctica, sino que permite que la historia fluya y se filtre en la cabeza del lector. Y por supuesto, sugiere en esa cabeza las mismas ideas y cuestionamientos que los que tocan un modo más político, pero lo hace de una manera mucho más acertada, más literaria. Me ha dado la sensación de que Vacaciones, o un primer borrador de Vacaciones, era una historia escrita en un momento distinto a las otras tres, y que seguramente fuese el texto que antes escribió la autora. La historia es una historia, no trata de recoger las ideas del mundo en su interior, y funciona. Es un poco tramposa en lo emocional, por ponerle alguna pega, pero se lee muy bien. 

Decía que Filtraciones me parecía el relato con mayor potencial porque la historia empieza y el mundo ya está en marcha a su alrededor. Hay españoles que emigraron fuera, están sus hijos, está la gente de Madrid y están los barrios. Hay una sensación de que todo se repite y de que aunque nos habíamos creído un país rico en realidad nunca dejamos de ser un país de pobres y ahora sencillamente somos pobres con estudios que se plantean otra vez irse fuera a ser mano de obra barata pero cualificada. Y ahí es donde esta historia toca con la última, Los mejores deseos, que habla de españoles que se han ido a Berlín a buscarse una vida mejor, y de alguna manera no saben si acabar de dar el paso de integrarse del todo allí o dejar que la melancolía y el pasado pesen más. Filtraciones está vivo, y como en todo relato vivo hay un pequeño detalle que pone en riesgo una frágil estabilidad. Porque la precariedad no está tanto en cobrar un poco más o un poco menos o en que los contratos caduquen o se renueven como en la sensación de inseguridad permanente, en saber positivamente que el pequeño aleteo de una mariposa en la habitación de al lado puede hacernos saltar por la ventana en medio de un huracán. Me parece que Marta Caparrós construye un inicio del relato muy prometedor, con un pequeño contratiempo casero por el que puede filtrarse, y el verbo es el que debe ser, y está muy bien elegido como título ese sustantivo Filtraciones, la desgracia en un pequeño mundo que parecía sólido. El relato se va poniendo más discursivo y categorizante según avanza, como pasaba en Atrevimiento, y acaba desaprovechando su gran potencial, resultando, pese a ello, una buena historia.

Referencias: En la contraportada del libro se habla del modelo de Belén Gopegui, a la que debo reconocer que apenas he leído, por lo que no puedo establecer una comparación. Pero también he oído comparar a Marta Caparrós con Elvira Navarro, que sí es una escritora a la que he leído con atención y además fue la editora de esta obra. Si comparo Filtraciones con La ciudad en invierno, que fue el primer libro de Navarro y que también estaba formado por una serie de novelas cortas o relatos largos, veo una diferencia esencial que funciona a favor de Navarro. Marta Caparrós trata de hablarnos desde un yo colectivo, generacional, que suena por lo general impostado, mientras que Navarro presentaba historias pequeñas y sutiles, con un nombre y un apellido, con el rostro y la mirada de un personaje en particular, y que desde esa individualidad podían estar dibujando algunos temas similares, como el desarraigo en la ciudad, o adolescentes haciéndose mayores en esas ciudades. Creo que la literatura debe ir claramente hacia lo universal desde lo individual, y que casi nunca funciona en el sentido contrario.

Para ir terminando: Una de estas nouvelles fue finalista del Premio Encina de Plata, aunque en el libro no se cita cuál es. Por la pequeña biografía que se aporta de la autora y en la que se cita este dato, no parece que Marta Caparrós haya llegado a este libro después de años de pulir el libro y pelearse en esos concursos que son una de las canteras a las que los aspirantes a escritores pueden asomarse en busca de experiencia y alguna pequeña rendija por la que asomar. La lectura de Filtraciones me lleva a pensar que es la primera obra que la autora aborda. Lo digo por algunas frases, esas frases que el autor primerizo no sacrificaría nunca, porque resultan brillantes, porque quieren llamar nuestra atención de lectores diciéndonos: ¡eh, que soy la mejor frase de esta página!, pero que un autor un poco más experimentado estaría dispuesto a arrojar a la hoguera en la fase de revisión, porque como frase funciona pero entorpece el párrafo y la página en la que está. Y no quiero resultar más tópico aún, pero he olido en algunos momentos el paso por los talleres de escritura. Que por supuesto son muy respetables, y seguramente son un buen lugar en el que coger oficio, hacer hábito de escritura y conocer gente interesante. Pero me parece que uniformizan el estilo, aplanándolo. Leo a Marta Caparrós y veo sus lecturas de Raymond Carver y esa generación y veo muy pocas más, y seguro que tiene mucho más leído y asimilado. Me da la sensación de que la mayoría de los escritores que pasan por los talleres de relato acaban saliendo con un excesivo tufo a Raymond Carver. No digo que sea ni bueno ni malo, sino que suena a algo ya escuchado. Y haciendo mías unas palabras que le leí a Manuel Vilas, eso acaba sonando a narrativa socialdemócrata (que es un adjetivo que estos días se escucha mucho pero que hace unos pocos años hubiera sido utilizado como sinónimo de timorato y biempensante por algunos de los que se reivindican como tales, y es en ese sentido en el que se lo cojo prestado a Manuel Vilas). Este primer libro de Marta Caparrós me ha interesado, me ha gustado por momentos, me ha aburrido en otros, me ha sonado a un discurso que escucho en la calle pero que ya traigo escuchado antes de ponerme a leer y que por tanto no me aporta demasiado como lectura, me ha mostrado a una narradora que sabe ser eficaz y que tiene un buen oído para las inquietudes sociales y una buena mano para componer sobre todo ambientes y momentos, pero que quizá tiene que darle una vida más propia a sus personajes. El libro le ha quedado a Marta Caparrós, entrando al trapo de la narrativa política post 15 – M en la que veo que la encuadran, un poco socialdemócrata, demasiado pactista. La literatura debe arriesgar en lo formal, en la escritura. Debe intentar, aunque sea una aspiración fútil, a ser novedosa, a ser única. Leí hace meses El agua que falta, de Noelia Pena, también de esta misma editorial, también de una autora joven, también etiquetada como literatura política hecha por alguien joven. Y encontré en ese libro, me gustara más o menos en general, una apuesta más fuerte por hacer algo distinto. Animo a Marta Caparrós, como si yo fuera alguien para dar consejos, desde este rinconcito que probablemente nunca visitará, a arriesgarse un poco más en sus siguientes aventuras narrativas, y le digo que estaré pendiente de esas nuevas aventuras, porque en este libro he visto más motivos para la esperanza que para la crítica, y la seguiré leyendo.

Felices lecturas
Sr. E

domingo, 12 de junio de 2016

Se acabó la Feria 2016.

Feria del Libro 2016. Fin. Balance. Firmas. Contradicciones. Lecturas.

Este domingo se ha acabado la Feria del Libro 2016. La Feria del Libro es uno de esos lugares que de alguna manera me repugnan y de otra manera complementaria me atraen irremediablemente. Me repugna la mercantilización que supone, y sobre todo lo que siento al encontrarme con colas sin fin que no están esperando a recibir el autógrafo de autores sino de famosetes de turno, ahora también de youtubers. Casi nunca hay una gran cola tras la que aguarde un buen escritor, y ya no entro a valorarlo en función de mis gustos o intereses, sino que me refiero simplemente a alguien cuyo motivo principal para escribir un libro sea escribir el libro, no una oportunidad de sacar algo más de dinero a otras famas paralelas.

Me atrae, por el contrario, la oportunidad de acercarme a las casetas de las editoriales y preguntar por algunos libros de sus fondos que son difíciles de encontrar en librerías normalmente. Me encanta poder acercarme a algunos autores y charlar cinco minutos con ellos mientras me firman el libro. Me inquieta que los autores literarios que más firman sean los mismos desde hace veinte años, y que autores de los que se habla mucho y bien en la poca prensa especializada en literatura que queda, tengan sin embargo firmas por las que apenas pasamos 10 personas a lo largo de más de dos horas.

Me atrae y me incomoda por igual el momento de firmar, al que me he enfrentado por segundo año, con mi segundo libro, Mil dolores pequeños. Me invitó la librería Punto y coma, y fue un rato agradable, en el que me sentí más suelto que en mi primer año, y en el que vendimos en una sola tarde casi todo lo que el librero había pedido. Gracias, por cierto, a los que se acercaron. Estuve firmando el jueves 2 de junio por la tarde, junto a otros autores de Baile del Sol, la editorial que ha publicado Mil dolores pequeños, y que ya publicó Beber durante el embarazo.

El jueves siguiente, 9 de junio, la editorial organizó en el bar – librería Vergüenza ajena un pequeño acto de presentación de novedades de esta primavera – verano, y que ha servido también de pequeña presentación de mi libro en Madrid. El libro, por cierto, ya se puede comprar en la web de la editorial
La distribución más general en librerías empezará, por lo que me han contado, a principios de julio.

He pasado otras tres veces por la Feria del Libro en estos algo más de quince días, y he gastado más de lo que quiero reconocer, pero menos de lo que temía haber podido llegar a gastar. Mi primera visita tuvo como principal objetivo conseguir Mala letra, el nuevo libro de relatos de Sara Mesa, que pude traerme firmado por la autora, tras compartir cinco minutos de conversación con ella. Ya que había ido, compré un ejemplar de La novela luminosa de Mario Levrero en bolsillo, pues es un libro que prácticamente ha desaparecido de las librerías, y mi ejemplar está bastante deteriorado y no querría enfrentarme al momento de quedarme sin él, siendo un libro al que vuelvo con la frecuencia con la que otros recurren a sus textos sagrados, aunque sé que suena a histerismo de fan obsesivo – compulsivo.

El mismo día en que fui a firmar me traje como recuerdo El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cartarescu, del que aún tengo sin acabar de leer Nostalgia desde que fui al encuentro con el autor en la librería Alberti. El ojo castaño de nuestro amor es una recopilación de textos breves, unos relatos propiamente dichos y otros más cercanos a la reflexión o al pequeño ensayo memorialístico, en una edición especialmente preparada para el mercado español por el autor y sus editores de Impedimenta.

En la fiesta de presentación de Baile del Sol aproveché para comprar y me traje firmadas dos de las novedades que más llamaron mi atención. Fueron la novela La muñeca rusa, de Juan Miguel Contreras, que me llamó mucho la atención porque la trama que el autor explicó me resultó muy parecida a la imagen que puso en marcha mi relato Rescate, incluido en Beber durante el embarazo, la de un cosmonauta soviético en una misión fracasada, solo y perdido, y el libro de relatos Koundara, de David Pérez Vega, del que me gustó mucho la descripción inicial del primer relato, y hojeándolo me interesaron un par de relatos que parecían de corte realista del tipo escuela americana, y de hecho el autor me confirmó que uno de ellos, Cazadores, era un homenaje a Cazadores en la nieve, de Tobias Wolff, que es un relato que siempre me ha impresionado. También compré la colección de relatos Lo que nos detiene, de Blanca Bettschen, aunque la autora había huido para cuando quise que me lo firmara.

Suerte de cazador la mía, en uno de mis paseos por la Feria en este último fin de semana, mi vista fue a dar casualmente con un libro, El trepanador de cerebros, la primera novela de Sara Mesa, prácticamente inencontrable. No me fijé en el nombre de la librería, lo cual fue un error, pues hubiera sido una buena apuesta para futuras visitas. Ese mismo día, en el stand de Debolsillo, compré Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt. Vi hace un par de meses la película biográfica sobre la filósofa, que está articulada alrededor de este libro y su experiencia escribiéndolo, y me interesó mucho. En esta obra es donde presenta la noción de banalidad del mal, que es una de sus ideas más célebres, y de la que estuve hablando no hace muchos días, a lo largo de una charla de borrachos ilustrados.

El último sábado fui a acompañar a unos amigos que estaban de visita en Madrid y querían ir a la Feria. Ellos adquirieron un ejemplar de Mil dolores pequeños y yo me pasé por la editorial Impedimenta. Estaba firmando Jon Bilbao, sobre quien he leído muy buenas críticas aunque aún no lo he podido leer a él, y compré y me traje firmado su último libro de relatos, Estrómboli. Sólo le he echado una mirada de aproximación al inicio del primer relato, pero promete mucho. Le pedí al editor que me orientara por dónde seguir leyendo a Stanislaw Lem, después de la fascinación que me produjo Diarios de las estrellas, y me dijo que por lo que le expliqué que más me había gustado de aquel libro, el que más podría interesarme era Máscara, una colección de relatos que Lem había ido dejando al margen de sus colecciones por ser demasiado largos, o demasiado fáciles de censurar, y que compartían con Diarios de las estrellas el gusto por el relato filosófico, la fábula sin moraleja obvia y los juegos que van de lo moral a lo humorístico.

Además de estos libros, he comprado ejemplares de Todos los miedos, de Miguel Ángel González, La novela luminosa de Mario Levrero y Los asesinos lentos de Rafael Balanzá para regalar a amigos y familiares.

Resumiendo, se acaban estos quince días y prefiero no echar cuentas. Sé, eso sí, que a otras muchas lecturas por abordar, he sumado, dejando al margen regalos y ejemplares de Levrero para cubrir posibles pérdidas:
Mala letra, de Sara Mesa (Ed. Anagrama)
El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cartarescu (Ed. Impedimenta)
El trepanador de cerebros, de Sara Mesa (Ed. Tropo)
Koundara, de David Pérez Vega (Ed. Baile del Sol)
La muñeca rusa, de Juan Miguel Contreras (Ed. Baile del Sol)
Lo que nos detiene, de Blanca Bettschen (Ed. Baile del Sol)
Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt (Ed. Debolsillo)
Estrómboli, de Jon Bilbao (Ed. Impedimenta)
Máscara, de Stanislaw Lem (Ed. Impedimenta)

Los iré leyendo en estos próximos meses (como los camellos que se guardan el agua para las travesías del desierto, así algunos reservamos libros para el verano, como si en verano no se pudiera ir también a la biblioteca, o a una librería, o releer), y de algunos seguro que me apetece hablar un poco aquí.

La Feria volverá el año que viene. De momento no parece que me vaya a tocar volver a firmar en ella, pues aunque tengo algunos proyectos de escritura, e incluso dos más o menos cerrados, de momento no hay nuevas publicaciones a la vista. Quizá conviene respirar hondo antes de dar el siguiente paso, o esperar señales del destino. Dos años seguidos han sido de momento una experiencia que debo asimilar. Tocará volver como lector atento que pregunta y hace colas para pedir firmas.

Iremos hablando
Buenas lecturas
Sr. E

miércoles, 8 de junio de 2016

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, Philip K. Dick, 1928 - 1982, de Emmanuel Carrère

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, Philip K. Dick 1928 – 1982, de Emmanuel Carrère (Ed. Minotauro).


Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos” es una frase entresacada de la novela Ubik, de Philip K. Dick. En esta novela, como en muchas de Dick, uno de los personajes sufre una epifanía en cierto momento de la trama. Encuentra, de hecho, un hilo suelto que le lleva a pensar que el tapiz en el que creía estar viviendo no es inocente. No sólo no es inocente sino que todo, o gran parte de todo, es mentira. Y cuando los personajes de Dick que han visto que algo está fallando se pongan a tirar del hilo suelto, irán viendo cada vez más peligros, más mentiras, y en muchos casos serán tomados por trastornados que gritan insensateces.

Esa, con las particularidades de cada trama, podría ser la sinopsis básica de muchas de las obras de Dick que he leído (El hombre en el castillo, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, la propia Ubik), y por lo que fui capaz de entender de esa locura de libro que es Valis, y ahora de esta biografía de Carrère, fue también una constante de la propia vida de Philip K. Dick.

Se ha calificado a Dick en muchas ocasiones de autor paranoide o esquizoide. Quizá se ha abusado tanto de esas palabras que se le ha acabado por quitar toda la carga a ambos adjetivos, cuando la verdad es que los dos se adaptan bastante bien a su vida y a su escritura, pero el hecho de que seamos unos paranoicos, como decía Cortázar en aquel cuento de Charlie Parker, no quiere decir que no nos estén siguiendo.

La hermana melliza de Philip K. Dick murió al poco de nacer, y sus padres, que tenían poca esperanza en que él sobreviviera, le prepararon una lápida a su lado. Dick vivió el resto de su vida agobiado por la idea de esa lápida. Agobiado por la idea de la muerte, y también agobiado por vivir.

Carrère nos lleva de viaje por la vida de Dick, que es tanto como decir por la escritura de Philip K. Dick, que es tanto como decir que nos lleva de viaje por su locura.

El entorno social en el que se cría, la presencia de la caza de brujas, acentúan algunos rasgos de la personalidad del autor. La locura de Dick va a más con los años, pero la relación de su escritura con la paranoia viene desde el principio. Dick, inicialmente, quiere ser un escritor al que consideren serio, un novelista importante. Pero parece que lo que mejor se le da es escribir cuentos de ciencia – ficción. Dick se niega a ser considerado un simple autor pulp y va buscando pasar a otro tipo de narrativa. Su primera mujer lo frena en ese sentido, pues lo que quiere es que produzca y gane dinero. La segunda, en un principio, lo apoya a escribir y no preocuparse más que por escribir, pero Dick se va sintiendo atrapado en la relación que mantienen y que pronto se deteriorará.

Carrère, como escritor, empatiza con los problemas a los que se enfrenta Dick. Le aporta también al lector el valor, como intérprete de la obra de otro, de encontrar esquemas de las tramas que se repiten, ideas que traslada de una novela a otra, temas que le obsesionan. No da la sensación en ningún caso que Carrère sea un fan de Philip K. Dick, pero sí un escritor francés de escaso renombre que ha comprendido que la figura del americano está en continua expansión y que su mundo hace mucho que dejó atrás al de los seguidores de los géneros de la fantasía y la ciencia ficción y ha extendido los tentáculos de su influencia por toda la literatura. Roberto Bolaño, sin ir más lejos, consideraba a Dick uno de los 10 mejores novelistas americanos del siglo XX, y ahí hubo competencia, y Dr. Bloodmoney una de las mejores novelas del siglo XX. Carrère cuenta la vida y la obra de Philip K. Dick desde un discreto segundo plano, sin inmiscuirse demasiado en la narración. Y no trata de buscar conexiones psicoanalíticas forzadas entre la vida y la obra del autor californiano. Sí busca dar respuesta a si algunos tópicos sobre la vida y obra de Dick (paranoia, drogas, religiosidad, …) tenían una base real o no.

Me ha gustado mucho el lío en el que se mete con Stanislaw Lem, de quién decía que era un agente de la KGB, mientras el polaco decía que Dick era el único escritor del mundo de la ciencia – ficción que valía la pena, o cómo, me imagino que por dirigirse a su público local, Carrère habla de un viaje de Dick a Francia en los setenta en el que llega para ser agasajado por la contracultura local, que acaba sorprendentemente decepcionada con un hombre que se pone a hablar de San Pablo.

Dick nunca deja de ser, en toda su vida, un niño grande, obsesionado con algunas ideas, con pocas aficiones, con escasa habilidad para las relaciones sociales, y lleno de miedos. Llegando a los años sesenta, Dick empieza a ser considerado por un reducido grupo de seguidores como una especie de profeta iluminado. Dick coincide en un espacio como California y un tiempo como los sesenta con el auge del LSD, y muchos empiezan a leer sus obras a la luz de esta droga. Pero la verdad es que según la biografía Philip K. Dick llegó al LSD y las drogas recreativas mucho después de que lo hicieran sus obras.

También en los sesenta Dick obtiene algunos premios, aunque siempre en el ámbito de la ciencia ficción y la fantasía, unos límites que él sentía que sobrepasaba. Igual que lo entendían muchos de sus seguidores, que lo tenían como un pope de la contracultura, un tipo con cara de trastornado, con tendencia a engordar, barba de oso cana, que se perdía en sus divagaciones hablando, que tenía una gran cultura sobre temas de los que sólo él parecía saber algo, como los gnósticos y los evangelios apócrifos, temas que le fascinaban y hacia los que se fueron orientando sus últimos libros. Es en esta década, antes de desorientarse del todo, cuando da algunas de sus mejores novelas, particularmente El hombre en el castillo y a principios de los setenta Fluyan mis lágrimas, dijo el policía.

Lo que sí fue siempre Dick fue un gran consumidor de drogas de farmacia. Era un entendido y se bastaba para recetarse pastillas que lo mantuvieran despierto y aumentaran su concentración, ayudándole a mantener su alto ritmo de producción literaria. Y también sabía qué pastillas tomar para conseguir calmarse y acallar sus demonios interiores durante un rato.

A mediados de los setenta se metió de lleno en libros cuasi religiosos, en los que cuesta distinguir la realidad no de la ficción, sino de la locura. Valis, a la que Carrère dedica más de un capítulo, es una obra en la que Dick narra momentos en los que su existencia se ha cruzado con otras existencias pasadas, en las que de alguna manera ha visto, si no a Dios, a algo divino. Mario Levrero, en La novela luminosa, tenía en cierto modo la intención de hacer algo parecido tomando ese libro como modelo.

Cuando se estrenó Origen, de Christopher Nolan, leí en alguna crítica la continua referencia al mundo narrativo de Philip K. Dick, a sus confusiones entre distintos mundos que se cruzan, a las realidades falsas. Y leí también que alguien afirmaba que quizá sin que los demás fuéramos muy conscientes, Dick se había situado como uno de los artistas (en el sentido amplio) más influyentes de finales del siglo XX y principios del XXI, lo que iba de Blade runner, basada en su relato ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? a esa Origen. Cuesta mucho encontrar a otro escritor o cineasta en el que tengan importancia las visiones del futuro, la tendencia a la distopía maníaca o cómo un mundo soñado puede colarse en el que se creía real, volviéndose pesadilla, y no estén muy claramente marcadas por la obra de Dick. En cierto modo es verdad, Dick ha marcado el modo en que tenemos pesadillas con el futuro, y da miedo pensar en todo lo que hubiera podido fabular con las redes sociales y el control al que nos someten a través de ellas e Internet. 
 
Interpreto, finalmente, que el título de Carrère, aunque él no lo diga, va también por la línea el enorme peso de Philip K. Dick en la literatura posterior. Él, que murió sin un gran reconocimiento, sigue marcando el rumbo de muchos aspectos del mundo cultural, mientras otros muchos, que se creen vivos, que recogen críticas positivas y premios, serán pronto olvidados, y sin saberlo, están muertos mientras Dick permanece.

Buenas lecturas
Sr. E

viernes, 3 de junio de 2016

Cuentos completos, de E. L. Doctorow



Cuentos completos, de E. L. Doctorow, Ed. Malpaso (2.015)

Acercarse a los cuentos completos de un autor siempre es una experiencia muy parecida a ver sus álbumes de fotos. Vemos al pequeño autor colegial garabateando sus primeros relatos, y muchas veces vemos al escritor consagrado en el que se ha convertido, logrando ese reconocimiento muchas veces a través de la novela, aunque sin renunciar a su faceta de escritor de relatos. Creo que ya he usado esta imagen otras veces, pero me parece que ayuda a visualizar los cambios en el estilo y la escritura que se pueden rastrear a lo largo de treinta o cuarenta años de actividad cuentística.

E. L. Doctorow es uno de esos novelistas que llegan a España con la vitola de gran novelista americano pero que me da la sensación de que no llegaron nunca a cuajar aquí. Según los críticos es un autor central de las últimas décadas pero no me parece que tenga una gran presencia aquí. Doctorow ha ido narrando, en sus grandes novelas, por ejemplo en la famosa Ragtime, llevada al cine, o en La gran marcha, acontecimientos de la historia americana reciente. En sus cuentos no se acerca tanto a esa gran historia de la nación, sino a esas historias personales que al final, al modo en que el Universo está formado por partículas que en sí no dicen mucho, acaban siendo los motores de la vida colectiva.

Los editores aclaran en el prólogo que esta edición en español de sus Cuentos completos es la primera de estas características que ha aparecido en ninguna lengua, y que Doctorow estuvo colaborando activamente con ellos hasta el mismo momento de su muerte, ocurrida durante el verano pasado, pocos meses antes de la publicación de este volumen. Me parece un acierto de la editorial haber apostado por este libro, y habla bien de ellos que Doctorow, uno de esos autores americanos que alguna vez recibieron la etiqueta de eterno candidato al Nobel, decidiera colaborar con ellos.

Doctorow se muestra como un narrador de gusto clásico, sobrio, pero que no rehuye cierto experimentalismo. Doctorow, en esta primera lectura de su obra, me ha llevado a pensar en esa estirpe de sólidos narradores americanos que miran el mundo desde un gran bagaje cultural y una distancia irónica. Me ha gustado no encontrar en este libro a un cuentista lacónico, de esos que han malinterpretado a Chéjov, o a Hemingway o en las últimas décadas a Carver. En Doctorow, pensando en mis lecturas, he encontrado ecos de Saul Bellow y de Bernard Malamud, a quien leí no hace demasiado. El Doctorow cuentista se preocupa de retratar, sin grandes aspavientos, vidas bastante normales. Gustándome esos cuentos, me han gustado más los cuentos (que son los menos) en los que escapa más de la realidad y se atreve a vivir en la cabeza de sus personajes. Uno de los primeros cuentos, y seguramente el que más me ha atraído de todo el volumen, El escritor de la familia, está en esa línea. A través de una mentira familiar, en la que todos deben participar como en un complot, vemos cómo un adolescente va volviéndose un escritor, y aquí con escritor debemos entender un mentiroso, que es uno de los conceptos a los que quienes escribimos acabamos por sentirnos cercanos (a la hora de narrar, en lo personal cada uno será un mundo). Este cuento me ha remitido de manera bastante directa a esos cuentos de Tobias Wolff y de John Cheever en los que un personaje, con aspiraciones de grandeza, acaba teniendo dificultades para distinguir la realidad de lo que sucede en su cabeza. La prosa de Doctorow es práctica, ágil y sin embargo plástica. Tiene una poética sin adornos en la línea de un Francis Scott Fitzgerald.

Hacia la mitad del libro está el nivel medio más alto de toda la colección. Glosas a las canciones de Billy Bathgate, Jolene: una vida, Bebé Wilson o Walter John Harmon son cuatro cuentos que no desentonarían en ninguna buena antología de relato breve norteamericano. Todos ellos nos enfrentan a lados oscuros (unos más y otros menos, por supuesto) del llamado sueño americano. Glosas a las canciones de Billy Bathgate me ha recordado el relato El ángel esmeralda de Don DeLillo. Tanto Doctorow como DeLillo se criaron en barrios que no eran precisamente los más elegantes y sofisticados de Nueva York, en años parecidos, pues ambos nacieron en mitad de la Gran Depresión, y esa infancia que no debió ser regalada, asoma en estos cuentos. Jolene: una vida, podría titulares Jolene: una huida, pues en sus páginas vamos viendo a la protagonista, esa Jolene del título, ir de un lado a otro, persiguiendo un futuro que ni ella misma tiene claro dónde puede estar. El fragmentarismo con el que está construido el relato realza esa falta de seguridad que transmite.

Bebé Wilson es una especie de historia de amor esquizoide, en la que el narrador se ve atrapado en un mundo desquiciado, creado por su novia o amante, que está totalmente desequilibrada y decide robar un bebé del hospital y se convence de que es suyo. Convertidos en perseguidos, acabarán formando una familia. Una vez entrado en ese mundo, no deja de ser un relato a su manera bonito, de una familia que trata de encontrar su lugar en el mundo. Pero de primeras es un cuento duro, por momentos desagradable. Walter John Harmon se mete en el mundo de las sectas, otra de las ideas que conecta al autor con DeLillo. Y nos muestra al líder de una de ellas, el que le da título, que no es más que un alcohólico, ludópata y protodelincuente que vio la luz y tuvo la suficiente fuerza como para convencer a otros seres débiles de la necesidad de seguirlo.

Vidas de los poetas, la narración que cierra el libro, está más cerca, por extensión y estructura, de la novela corta que del relato clásico. Aquí, Doctorow se deja llevar más al mundo de la autoficción y los recursos metaliterarios. En cierto modo pretende llevarnos a conocer la vida de un autor de cierto prestigio, neoyorquino, un claro trasunto de él mismo, y de las personas con las que se relaciona en universidades, lecturas, manifiestos, acontecimientos políticos y literarios a los que muchas veces no sabe decir que no, aunque sea lo que le apetezca. Este texto me parece otro de los más interesantes, pues aunque le falta un poco de intensidad, muestra otra cara más del escritor que ha recogido aquí sus textos breves, y sabe ponernos del lado de su mirada irónica y descreída.

No todos los cuentos de Doctorow son obras de un gran cuentista. Pero un libro que recoge una muy buena novela corta y al menos media docena de buenos cuentos, y probablemente una obra maestra como es El escritor de la familia, es un libro que merece la pena leer. En él encontramos a un narrador muy sólido, con variedad de recursos, que trata a la narrativa breve con respeto, y que consigue muy buenos resultados. Nunca he leído sus novelas y no sé si serán más o menos accesibles, pero este libro debe ser, definitivamente, una buena puerta de entrada a su obra.

Felices lecturas

Sr.E