Tuberías, de Etgar Keret (Ed.
Siruela)
¿Hay o podrá haber otro Kafka? Yo creo
que no lo hay, ni lo ha habido ni lo habrá. Dentro de lo escaso de mi formación
teórica en literatura, que básicamente me reduce a ser un lector atento y más o
menos perspicaz pero sin ninguna clase de aparataje teórico – filosófico que
sustente sus impresiones, siempre me ha parecido, y me sigue pareciendo, que
Kafka es un autor único, quizá el más único que he leído. ¿Tiene siquiera
sentido plantearnos si podrá haber otro Kafka? Ha habido obras de inequívoco
aire kafkiano, por mucho que ese adjetivo esté tan maltratado como dantesco o
dickensiano, y sobre todo sea un adjetivo que únicamente parece remitir a un
universo de burocracia infinita, inútil e inexplicable, que era uno de los
temas y miedos de Kafka, pero no creo que el mayor, y desde luego no el único.
He leído novelas para mí muy importantes, como El desierto de los tártaros, en las que se reconoce un parentesco
obvio. Un parentesco que otros muchos relatos de Buzzati mantienen, por
ejemplo. De lo que llevo leído, hay mucho Kafka en las novelas de los
existencialistas como Camus o Sábato. Hay Kafka en Beckett y hay Kafka en
Kadaré y hay Kafka en Cartarescu y en Levrero. García Márquez y Borges se
reconocían herederos de Kafka porque su lectura les había permitido entender
que se podía escribir así. Levrero se
alegraba de haber leído El castillo y
descubrir que se podía escribir eso. Eso y así. Kafka es definitivamente inabarcable y difícil de explicar.
Uno de los llamados herederos de Kafka a
estas alturas del siglo XXI es Etgar Keret. El autor israelí es sin duda uno de
los mejores autores de relato contemporáneos. Es uno de mis escritores
preferidos, y no sabía que había publicado nuevo libro en España cuando lo encontré
casualmente la semana pasada. Tuberías
es otro gran libro de relatos de un gran escritor de relatos. Uno que no ha
sucumbido todavía a esa presión por lanzarse a la novela que acaba frustrando a
algunas prosas e inteligencias mejor dotadas para el detalle y la distancia
corta, bien en forma de relato o de esos artículos o prosas reflexivas en los
que la mirada de la ficción se posa sobre la realidad y nos la desmonta como
una verdad absurda. Keret es, tal vez, el mejor escritor de relato breve del
mundo en la actualidad. ¿Merece la pena dispersar energías en tratar de hacer
una novela mediana y que sus relatos pierdan brillo? Cuentan que Cortázar, que
probablemente era el mejor cuentista de su tiempo, se sentía muy frustrado
porque no le reconocieran en igual grado sus novelas, ni siquiera Rayuela. No me importa si Keret es el
mejor o el quinto mejor autor de relatos, lo que quiero decir es que es,
claramente, parte de una élite en un género que domina como casi nadie. Y
dentro de esa élite es uno de los que mejor explica nuestro mundo. Lo hace
mezclando la cultura pop con las preguntas profundas que acompañan al ser
humano desde las cavernas. Keret es el niño que desmonta un camión o un tren de
juguete y luego trata de armarlos de nuevo, encontrándose, sorprendido, que le
sobran piezas, y que algunas de las que sobran son claramente inútiles, y más
sorprendente aún, algunas de esas piezas inútiles tienen ahora una nueva
función, la de adornar el juguete. El relato exige muchas veces reducir lo
narrado a lo esencial, y hay que mantener un juego entre lo esencial y lo
accesorio en el que hay un punto para comprender que en ciertas historias lo
accesorio se ha vuelto imprescindible, y es lo que viste la ficción de vida.
Keret ha nacido en un país y un tiempo
en el que la posibilidad de la muerte es bastante real y cercana. No es que
Keret o cualquier israelí estén por el simple hecho de serlo en un peligro de
muerte inminente, pero hay países alrededor del suyo que han jurado
destruirlos, y ha habido atentados en cada ciudad israelí durante décadas. Aquí
también hemos tenido décadas de terrorismo y creo que cuando había una bomba
que mataba a personas en principio alejadas de cualquier foco, a los demás
ciudadanos se nos despierta una pregunta de: ¿podría haber sido yo? Creo,
aunque me lo invente, que esa vecindad más o menos cercana con la muerte y el
sufrimiento, con el miedo y la angustia, son lo que más lo acerca a Kafka.
Kafka vivió gran parte de su vida con la idea de una enfermedad que no se iba a
ir y de la que antes o después se moriría. Y la afrontó con las armas que pudo.
Entre ellas, el humor.
¿El humor? No voy a llegar al extremo de
David Foster Wallace en Hablemos de
langostas, donde consideraba a Kafka un gran autor cómico al que convenía
leer como tal. Considero que Kafka es esencialmente pesimista y juzga al ser
humano como culpable, y de eso van sus grandes novelas. El proceso es la historia de alguien que ya ha sido considerado
culpable, aunque no sepa por qué. La
metamorfosis, más metafóricamente, pero se acerca bastante a ello. Keret sí
es un autor que se merece el adjetivo de cómico. Sus relatos, en general, se
acercan a lo cómico. Al menos siempre le sacan una sonrisa al lector, aunque a
veces esa sonrisa sea amarga, o empiece en la sonrisa para acabar en lo amargo.
Porque así es la vida, ¿no?
Algunas personas a las que he
recomendado a Keret lo han leído y me han dicho que lo encuentran frívolo. ¿Es
Keret frívolo? En 2013 tuve la suerte de asistir en La casa encendida de Madrid a un pequeño taller que Keret impartió
para 30 elegidos, y él mismo contestó a esa acusación. Una de las asistentes le
dijo que le parecía que frivolizaba con el terrorismo, por ejemplo. Y Keret le
dijo que como su normalidad incluía el terrorismo, él lo normalizaba y hacía el
mismo tratamiento irónico de él que de cualquier otro tema. Esto venía a cuento
de un relato en el que el narrador se queja de que como en su barrio había
tantos atentados y a cada atentado le correspondía un pequeño monumento
conmemorativo, el barrio se había vuelto impracticable para que su hijo fuera
con la bici y cualquier día un niño iba a acabar estrellado contra un
monumento.
Mi opinión es que Keret no es para nada
frívolo, pero no todo el mundo se acerca a los temas trascendentes y a los
realmente importantes con cara muy seria y lamentándose y condenando lo malo.
En los relatos de Keret están la vida, la muerte, lo íntimo y lo colectivo, la
religión, la política, el terrorismo, la guerra, la pareja, la escuela y la
familia. Están todos los temas importantes y clásicos de cualquier literatura
que quiera ser representante de su tiempo. Los relatos de Keret parecen
ligeros, están escritos con ánimo de resultar de fácil digestión para el
lector, pero siempre dejan poso, la ligereza es un trampantojo. Suelen ser
relatos de no más de 3 o 4 páginas, un relato que a veces, en manos de otros
autores, no pasa del chiste o la anécdota, pero que para Keret siempre es
suficiente para condensar un mundo narrativo completo.
Tuberías
incluye más de cincuenta relatos, y tratar de buscar conexiones que permitan
reducirlo a un párrafo es absurdo. Prefiero destacar algunos relatos, como Anette y yo follamos en el infierno, Dios el
enano y La plaga de los primogénitos,
todos ellos cercanos en su ambiente al judaísmo y a la idea de Dios. Nada de política y El hijo del director del Mosad son relatos, que como el primero
hace pensar con su título, son esencialmente políticos, y como todo buen relato
político son íntimos y familiares. El
hijo del director del Mosad es uno de esos relatos que desde la primera
lectura que llegan para quedarse, de los que pasan automáticamente a los
relatos que envidias y que querrás releer muchas veces. Noventa también llega hacia lo político y lo social pero desde el
ambiente familiar más cercano. Envidia de
escritores es uno de los acercamientos a la metanarrativa que Keret
introduce en todas sus colecciones. Aquí se trata de un narrador que suda cada
frase de cada relato que envidia profundamente a Max Frisch y a J. D. Salinger
por lo que entiende es su facilidad para escribir obras maestras, y se dirige a
matarlos. Cierro volviendo a Kafka. ¿Es Keret el más digno elegido entre los
miles de llamados a suceder a Kafka? Los dos relatos más kafkianos de la
colección me han parecido Quedémonos a
nivel de la metáfora, que además es un brillante juego de lenguaje, e Imitador de humanos, que establece un
diálogo y le da una vuelta al famoso relato Informe
para una academia, de Franz Kafka, solo que en este caso el simio decide
revelarse.
Ojalá haya pronto más libros de Keret
para que los keretistas matemos la sed. Por cierto, para aquellos que nunca lo
hayan probado, Siruela sacó hace poco una recopilación de sus cuatro primeros
libros de relatos, bajo el título de Un
libro largo de cuentos cortos.
Seguiremos leyendo y compartiendo
páginas.
Sr. E
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