jueves, 15 de diciembre de 2016

Material sensible, de Neil Gaiman

Material sensible, de Neil Gaiman (Salamandra)


Neil Gaiman da la sensación, toda la sensación, de ser un tipo que se lo pasa genial escribiendo. Gaiman es uno de esos tipos que ha hecho cierto lo de hacer de tu pasión tu trabajo para así disfrutar, porque te dará la sensación de que nunca estás trabajando. Creo que Ray Bradbury, que es un autor  al que se refiere varias veces en el prólogo de Material sensible, era también de esos.

¿Qué es Material sensible? Una colección de relatos, la última por el momento, de Neil Gaiman. No soy alguien que haya leído todo lo que ha escrito Neil Gaiman, pero sí soy alguien que ha disfrutado mucho de Los hijos de Anansi y Buenos presagios (escrita a medias con Terry Pratchett) y que admira la profundidad de American Gods. Había leído otra colección de Gaiman, Objetos frágiles, que combinaba relatos que me apasionaron y algunos de los cuales se han quedado en mi selección mental y continuamente mutante de relatos que envidias y amas, y otros que no eran más que fórmulas resueltas con más o menos gracia. En Material sensible pasa lo mismo. Hay relatos francamente buenos mezclados con otros que funcionan sin más. Pero tampoco despreciemos lo que funciona sin más. El mismo Gaiman habla en el prólogo de la obra de que va a traicionar uno de los principios en los que más firmemente cree respecto a las colecciones de relatos, que es que no deben ser recopilaciones sin más, sin ton ni son, sino libros más o menos ordenados y más o menos homogéneos. Gaiman ya nos avisa de que su libro no va a ser así y se disculpa por ello. El prólogo es uno de esos prólogos que ya merecen la pena como obra. En unas treinta páginas encontramos algunos estados de ánimo de Gaiman como creador, de Gaiman como vendedor de su mercancía literaria, de Gaiman como lector de otros autores y finalmente de Gaiman como relector, revisor y editor de sus propios relatos.

¿Por qué Material sensible? Gaiman habla de que son relatos que van a tocar la sensibilidad de los lectores, y lo advierte, como esas películas y discos que advierten sobre su contenido. Gaiman, por cierto, dice que excluyendo las advertencias para que los niños no se acerquen a ciertos contenidos, deberían eliminarse los avisos. Es verdad que eso invalidaría los prólogos como medio de llegar a una colección de relatos, y hay colecciones en las que el prólogo enriquece mucho el libro, como es el caso. Los relatos de Gaiman siempre son emotivos. En eso se parece a Bradbury o a Stephen King. Por muy fantásticas que puedan ser sus tramas y sus personajes, en realidad siempre está contando la historia de un puñado de personajes que lo están pasando bien, empiezan a pasarlo mal y tienen que salir de esa fase. Hay relatos en los que Gaiman se ahorra la primera fase y los personajes lo pasan directamente mal desde el principio. Como él mismo reconoce en el prólogo, en todos los relatos de la colección la historia termina mal para al menos uno de los personajes. No esperábamos menos de la vida.

Me declaro fan de Gaiman como me declaro fan de Stephen King o fan de John Connolly. No creo que ninguno de los tres vaya a cambiar la historia de la literatura, pero como tampoco ninguno de los tres lo pretende, juzgarlos en esos términos es injusto. Teniendo en cuenta los libros que muchas veces nos venden como entretenimiento, o peor aún, como grandes obras literarias, no creo que estemos en condiciones de criticar a un Gaiman o a un King así como así. Son, antes de nada, trabajadores serios e incansables. Gente que sigue ilusionándose con cada nuevo libro que comienza. Gaiman pretende escribir historias que emocionen a millones de personas. Y creo que llega a un público enorme al que a ratos fascina, a ratos da miedo y a ratos hace pensar. Neil Gaiman crea siempre un mundo propio en cada relato que afronta. Es un narrador muy eficaz. Tiene muy buena mano para llevarnos a un pasaje de la infancia, consigue generar recuerdos muy vívidos. Y tiene esa capacidad no tantos escritores tienen de romper muy pronto el pacto con la realidad introduciéndonos en un mundo ajeno que asumimos de inmediato como el terreno de juego.

Gaiman también sabe jugar muy bien con los elementos del mundo literario, y bien porque algunos de los relatos que aparecen en la colección se los han encargado o bien por su naturaleza de fan, saca muy buen partido a reinterpretar algunos mitos ya muy vistos (Diamantes y perlas: un cuento de hadas, La joven durmiente y el huso, El oficio de bruja), o darle nuevas vidas a personajes ajenos. En Objetos frágiles tenía un relato en el que releía a Sherlock Holmes, y Material sensible tiene su propia ración de Holmes (El caso de la muerte y la miel). Aprovecha cada oportunidad para rendir homenajes a escritores que le gustan (Un calendario de cuentos, El hombre que olvidó a Ray Bradbury, Un laberinto lunar). Incluso reescribe parte de su propia obra, recuperando el personaje de Sombra, protagonista de su novela American Gods, sin duda una gran novela, que aparece en Black dog, el relato más largo de la colección, y que parece un pasaje descartado del montaje final de la novela. Neil Gaiman también se mete en el mundo del pop y recrea ideas de su mujer, la artista Amanda Palmer, canciones de David Bowie (El retorno del delgado duque blanco) o de la serie británica Doctor Who (Las nada en punto). Acepta encargos de viajes (Jerusalén) o lee extrañas historias sobre monjes irlandeses del siglo VI y las recrea (En Rehlig Odhráin).

Toda esa clase de cuentos están muy bien escritos, son eficaces, entretenidos, pero aún hay más. Hay un Neil Gaiman que recrea las angustias y las satisfacciones de la creación y que mira a la cara los lugares comunes de la vida adulta y los desafía, que ve que el arte y la vida se retan y cruzan con frecuencia. Ese es el Neil Gaiman que me parece que alcanza, con esa manera de mirar a la vida más real, cotas más altas de magia. Es el minoritario, hay que avisarlo. Pero produce algunos cuentos que sé que seguiré recordando dentro de años, como Terminaciones femeninas, Naranja, Mi última casera, Cómo montar una silla (que anuncia efectivamente en el título de dónde viene y a dónde va la historia) y especialmente Lo que pasa con Cassandra, en el que nos habla de una novia que nunca tuvo pero que intentó que todos creyeran que tenía cuando era adolescente, llamada Cassandra, que parece materializarse cuando ya es un hombre adulto y a la que sus amigos y familiares no paran de encontrarse.

Un libro muy recomendable. Uno de esos libros para pasar unos días fuera de casa en vacaciones o para pequeños viajes en cercanías o en metro. Una buena compañía que divierte y que comprendiendo que como toda colección tiene altibajos, no baja del notable en ningún momento.  

Seguiremos leyendo

Felices lecturas


Sr. E

No hay comentarios:

Publicar un comentario