Escucha la canción del viento y Pinball 73, de Haruki Murakami (Ed. Tusquets)
Este libro reúne las dos primeras obras,
novelas breves ambas, de Haruki Murakami. Casi lo más interesante de esta clase
de libros es poder leer las palabras de autores hoy en día consagrados y
célebres sobre aquellas primeras obras. Murakami, como Paul Auster o Stephen
King, hoy superventas (cada uno en su escala), siempre que pueden recuerdan sus
inicios, cuando ser escritor era un sueño y escribir una apasionante aventura
para la que robaban tiempo a otras actividades. Parece que realmente lo echan
de menos, aunque me imagino que de vez en cuando echan un ojo a sus cuentas
corrientes, a sus premios, a sus libros traducidos a tantos idiomas, y piensan
que tal vez todo les va mejor ahora.
Esta es la primera edición en castellano
de estas novelas, que hasta el momento sólo habían aparecido en japonés y en
inglés. Haruki Murakami nos cuenta en un interesante prólogo que las escribió
entre los veinte y los treinta años, cuando regentaba su famoso bar de jazz, ese
que siempre se nombra, al volver a casa, por las noches. Son novelas, como él
las define, de la mesa de la cocina. Novelas de deshoras. Esos libros que los
que intentamos escribir y tenemos que trabajar siempre muchas más horas de las
que nos gustaría reconocemos, pues todos tenemos nuestra mesa de la cocina
llena de folios y disciplina, de trasnoches o madrugones para escribir. La
primera de estas novelas fue finalista de un premio para nuevos narradores en
Japón y lo animó a seguir profundizando en la escritura. Después de estas dos,
y de lograr publicarlas en japonés, pensó en dedicarse a tiempo completo a la
escritura, y se puso a escribir La caza del carnero salvaje, que
considera la primera novela propiamente suya.
Lo más interesante de ese prólogo me ha
parecido que Murakami confiesa que no leía apenas literatura japonesa, y no
sabía lo que se escribía en Japón. Se puso a escribir un poco a ciegas y no
sabía muy bien cómo dar con su voz. Confiesa que su cabeza iba mucho más
deprisa que su capacidad de escribir, y que entre tantas palabras y
expresiones, no acababa nunca de dar con la que le convenciera. Como ejercicio,
escribió una historia en inglés y se puso a traducirla. Su inglés era bueno,
pero mucho más limitado. Más que traducirla, la readaptó al japonés, y se dio
cuenta de que ese estilo, más pobre, era el suyo. Bromea con que muchas veces
le han criticado que su escritura parece una traducción. Y es verdad que la
construcción de sus frases, aunque lo leemos en castellano, es muchas veces rara.
Leí alguna vez que Samuel Beckett había elegido escribir muchas de sus obras en
francés por un motivo semejante, para verse más limitado que en inglés y tratar
de sacarle el máximo a esa segunda lengua.
Sólo por las 13 páginas de introducción
me hubiera merecido la pena leer este libro de Murakami. Mi relación con
Murakami es extraña. Parece que es un autor al que hay que adorar u odiar, y yo
me encuentro bastante lejos de ambos extremos. He leído bastantes de sus
libros, y algunos me han parecido buenos y me han interesado mucho
(particularmente Crónica del pájaro que
da cuerda al mundo y 1Q84,
algunos de sus cuentos de Sauce ciego,
mujer dormida). Otros menos (Tokio
Blues, Baila, Baila, Baila, Kafka en la orilla). Otros casi nada (After Dark, El fin del mundo y un despiadado
país de las maravillas). Sólo una vez me ha obligado a dejar uno de sus
libros (Los años de peregrinación del año
sin color). Es verdad que Murakami se nos va desgastando como lectores.
Creo que, sean los que sean, para sus lectores sus mejores libros siempre son
los primeros a los que nos acercamos. Luego repite tantos trucos que cansa. En
cualquier caso, incluso en sus libros menos interesantes, siempre me ha
atrapado frente a la página mientras estaba con ellos. Es eficaz como narrador.
Tiene un estilo que a veces parece brillante y poético y otras veces, por esa
especie de simple extrañeza que maneja, parece escrito por un tonto, o para
tontos. Ante algunas de sus frases no puedo evitar la sensación de que me han
dicho una de esas obviedades que pretenden pasar por sabias, como en los libros
de autoayuda. Tiene un mundo propio, eso es indudable, y cualquiera de sus
historias repite sus cuatro o cinco elementos básicos: fin de la adolescencia,
chica misteriosa, la música, alguna casualidad o extraña coincidencia, ciertos
bares, la sensación de soledad, la hostilidad de la gran ciudad.
El narrador de las dos novelas es el
mismo. En la primera, ha vuelto a su ciudad natal para pasar sus vacaciones
universitarias. Allí, entre el tedio y los recuerdos, no tendrá mucho más que
hacer para pasar sus horas que leer, estar en un bar en el que va afianzando su
amistad con alguien a quien llaman El Rata, y a donde llegará una noche,
completamente borracha, una chica a la que le falta un dedo en una de las manos
y a la que será el encargado de llevar a casa. Esos dos personajes se
convertirán en el desahogo del hastío existencial del narrador, que no le ve
demasiado sentido ni a sus estudios ni a su vida, en general. Con ellos podrá
hablar de sus amores pasados, de la gente que se muere, de los libros que lee y
de lo que piensa de escribir, pues valora la opción de escribir una novela, que
es la que acabaremos leyendo, y su amigo El Rata escribe una todos los años. La
novela tiene un personaje que hace de referente de escritor al narrador, que es
el misterioso Derek Hartfield, literato fracasado coetáneo de Hemingway y Scott
Fitzgerald y que es un invento de Murakami, quizá el hallazgo más interesante
de la novela.
En general lo más interesante está más
en la labor de construcción de una identidad escritora, muy relacionada con lo
que el propio Murakami cuenta en el prólogo. Destaco una reflexión, que habla
de Murakami y habla de su narrador, y tal vez habla de todo aquel que empieza a
enfrentarse a la aventura de escribir, y al que siempre le parece que le faltan
tiempo y fuerzas para llevarlo a cabo:
Si te interesan el arte, o la
literatura, lee a los griegos. Porque, para que sea posible crear verdadero
arte, la esclavitud resulta imprescindible. Como en la Antigua Grecia. Allí los
esclavos cultivaban la tierra, preparaban la comida, remaban en los barcos y,
mientras tanto, los ciudadanos, bajo el sol del Mediterráneo, se dedicaban a
componer poemas, a resolver poemas matemáticos.
Alguien que a las tres de la
mañana rebusca en el interior de la nevera de su cocina no puede escribir más
que esto que escribo.
Y esto que escribo soy yo.
Pinball 73
es la continuación de aquella primera historia, en la que el narrador vuelve a
vivir en Tokio, en un piso que comparte con dos gemelas. El inicio de la novela
es muy prometedor, y en él el narrador nos cuenta que tiene una pasión casi
enfermiza por escuchar los recuerdos de los demás, y que los demás deben
sentirse bastante solos puesto que acuden a él para que les escuche. Y nos
cuenta algunos de esos recuerdos, algunos francamente extravagantes, propios de
locos.
Pinball 73
vuelve al mismo mundo estancado que Escucha la canción del viento. La
vida parece no avanzar, o no avanzar de manera productiva. El narrador sigue
pensando en los libros que escribe El Rata, en los que él podría escribir,
sigue en la barra del Jay´s bar, reflexiona sobre lo que ha ido perdiendo con
el paso del tiempo. Ahora comparte piso con dos gemelas, y eso ya suena a
Murakami, esas dos gemelas ya hablan de una cierta simetría en el mundo. Una
simetría triste que los personajes nunca acaban de comprender y que parecen
incapaces de romper. Se echa de menos a la chica de los cuatro dedos.
Pinball 73
contiene todos los elementos de la narrativa murakamiana. Las dos novelas
breves de este libro son interesantes porque sirven para localizar sus
elementos típicos desde un principio. Dan ganas de jugar con aquel bingo que
diseñaron en el suplemento literario del NY Times. http://graphics8.nytimes.com/images/2012/06/03/books/review/Snider-sub/Snider-sub-custom1.jpg
La editorial nos cuenta, no sin cierta ironía, que Pinball 73 contiene
las mejores escenas de pinball de la historia de la literatura. Lo cual es, por
absurdo, probablemente cierto. Murakami trata de dotar, como siempre, lo más
trivial de alguna lectura poética, y aquí consigue relacionar el juego del
pinball con la eternidad.
Es un libro interesante para los que ya
hayan leído alguna de las novelas más ambiciosas de Murakami, pues se pueden
rastrear algunos temas y modos de tratarlos desde un principio. En octubre
volverán a hablar de él como candidato al Nobel. Siempre que leo a Murakami, y
lo leo con asiduidad, pienso que los del Nobel son rumores exagerados.
Seguiremos comentando libros.
Felices lecturas.
Sr. E
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