jueves, 31 de octubre de 2019

Los premios, de Julio Cortázar


Los premios, de Julio Cortázar (Suma de Letras)

Sin alejarme demasiado de la verdad podría decir que Julio Cortázar es mi cuentista preferido. Podría decir algo muy parecido de otros tres o cuatro autores de relato, y en cualquier caso siempre será cierto que Cortázar es uno de mis cinco cuentistas preferidos, y que alguno de los cuentos que más veces he leído en mi vida son suyos. Cortázar me reconcilia con los primeros años de violentos amores literarios y cada vez que vuelvo a pasearme por sus cuentos me reconcilia también con las lecturas en el presente, con la búsqueda inagotable de nuevas obras, porque muchos de sus cuentos vienen del pasado pero también me resultan tan nuevos como la primera vez.

Yo mismo he dicho muchas veces que Cortázar era mejor cuentista que novelista, quizá incluso mucho mejor cuentista que novelista, y creo, por lo que se puede leer en sus propios textos, que él no se sentía cómodo en esa definición. Cortázar, como Cheever, se sabía un excelente escritor de relatos, pero quería pensar que era un novelista igual de bueno. La novela más conocida y exitosa de Cortázar, aquella por la que medirlo, es Rayuela, ese libro mítico y de tanto éxito, un libro que funciona para muchos lectores como un rito de paso (algo que se hace por una tradición difusa a los veintipocos años, igual que un interrail) y que para muchos es su única lectura cortazariana, una de la que se pueden extraer frases descontextualizadas de las que antes se usaban para forrar carpetas. Rayuela, como ya anuncia la frase anterior, nunca me ha parecido para tanto. Es un libro que se lee bien, un tanto naif quizá, a ratos bonito, pero ni me parece gran literatura ni desde luego la mejor obra de Cortázar.

Así que con pereza mental me he ido reforzando con los años y las relecturas de los cuentos de Cortázar (y casi cualquiera de sus colecciones me vale en algún momento del año como relectura útil y a la vez refrescante) en la idea de que Cortázar es mejor cuentista que novelista.

Y que quede claro que esa idea no ha cambiado con la lectura reciente de Los premios, pero sí me ha hecho pensar que aunque Cortázar no se acerque como novelista a la excelencia que sí tuvo como cuentista, sí tiene, al menos, una muy buena novela, y es esta. Y me ha pasado algo parecido con Cheever y Los Wapshot (que reúne sus dos novelas dedicadas a esa saga familiar) y Oh, esto parece el paraíso, dos novelas a las que les reconozco méritos y a las que debo buenos momentos lectores, sin perder de vista que no se igualan en mi canon (si se puede seguir usando esa palabra) sus cuentos.

Los premios es una novela de aires kafkianos, algo que tienen muchos cuentos de Cortázar (aunque Cortázar los hace tan suyos que no se puede hablar de La autopista del sur, por ejemplo, y no sentir que aunque la inspiración de rama kafkiana está por ahí, el resultado es totalmente personal). En Los premios nos encontramos con una serie de personajes inconexos, o con conexiones mínimas entre ellos, que han ganado en una lotería un crucero en un viejo barco llamado Malcolm. El nombre y la apariencia del barco ya son el primer misterio, pues la única instrucción que han recibido es estar una tarde concreta en un café concreto con el equipaje listo para embarcarse.

El viaje de placer (y para algunos personajes de huida) empieza en una bruma de falta de información, y esa bruma se irá espesando con los días de viaje. No están claras ni las motivaciones de quienes les han dado ese premio, ni por qué algunas zonas del barco están prohibidas, ni cómo algunos momentos del pasado de los pasajeros, que van volviendo y nos son contados, influyen en toda la historia. Los pasajeros, de modo desorganizado pero simultáneo, quieren tomar la popa del barco, que les está prohibida.

Tenemos a una serie de personajes llenos de secretos en un ambiente cerrado, lo que nos recuerda novelas de misterio y viajes de Agatha Christie, y tenemos una habitación cerrada a la que no deben acceder, como en la historia de Barbazul, y con esos mimbres clásicos, la inspiración de Kafka, ciertos sinsentidos y el estilo narrativo de Cortázar, que se desenvuelve muy bien cuando nos narra, a modo de cuentos desgajados del centro de la novela, pasajes pasados de distintos personajes, o breves escaramuzas en el barco, acabamos teniendo un libro muy entretenido, que seguimos con interés hasta su desenlace.

No es una novela que justifique que dejemos de leer los cuentos de Cortázar, por supuesto, pero es una novela que puede complementarlos muy bien como lectura. Y es una novela, sobre todo, que entre tantas novelas magnificadas por los altavoces y los premios, los otros, los comerciales e institucionales, merece la pena leer para no perder la perspectiva y no olvidar lo que es un escritor indiscutible, de primera categoría, un referente de la literatura en español y del siglo XX. Y por contraste, lo que no lo es.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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