Un amigo de Kafka y
otros relatos,
de Isaac Bashevis Singer (Ed. Cátedra)
Isaac
Bashevis Singer ganó el Premio Nobel en 1.978. Bashevis Singer ha sido el único
autor en lengua yiddish en ganar el premio. El yiddish es una lengua hablada
por los judíos centroeuropeos que combina elementos del hebreo con otros del
alemán, francés y otras lenguas. Isaac Bashevis Singer nació en Polonia, y vivió
en el gueto de Varsovia hasta que en 1.935, ante el auge nazi, emigró a los
Estados Unidos. Los caminos entre la vieja Europa y la nueva vida en América
son algunos de sus temas recurrentes. Siempre escribió en yiddish, aunque como
algunos de sus personajes reflexionan en los relatos recogidos en este libro,
era una lengua tan minoritaria y condenada a la desaparición que siempre se
preocupó de que sus textos también aparecieran en inglés. Muchas veces fue su
propio traductor.
Un amigo de Kafka y otros relatos
es una antología de veintiún relatos. Bashevis Singer encontró su primer medio
de publicación en las revistas literarias que exiliados europeos promovían en
Nueva York, y ese propio formato de publicación lo condujo a centrar parte de
su producción inicial en el relato, pues eran más fáciles de vender. También
escribió novelas por entregas, por parecida razón. Esto es algo que le pasa a
algunos de los personajes de estos relatos, particularmente al narrador del que
da título a la colección, que celebra en uno de sus encuentros con el amigo de
Kafka haber sido capaz de vender un relato.
Los
relatos de Isaac Bashevis Singer en este volumen se centran en tres grandes
aspectos, que en algunas ocasiones se cruzan. Hay escritores que malviven
tratando de escribir y mantenerse con ello. Algunos de esos escritores,
trasuntos del autor, vagan por los cafés en los primeros relatos, otros, en
relatos más tardíos, han alcanzado cierta respetabilidad y tienen lectores que
acuden admirados a ellos. De hecho hay dos o tres relatos que se construyen
así, a partir de lectores que se acercan al escritor y le dicen: “usted que es
escritor debe conocer esta historia”, y así el narrador se convierte en un
testigo externo que simplemente refiere lo oído, un recurso que también Borges
utilizaba mucho. El segundo gran tema es el de la tradición judía, desde lo
social hasta lo religioso. Hay jóvenes que cuestionan las ideas de sus padres,
que era uno de los temas principales de Sombras
sobre el Hudson, una excelente novela del autor de la que ya hablé. Hay
rabinos que tratan de enseñar algo útil en sus comunidades. Hay profundas discusiones
teológicas y hay leyendas. Hay caminos de ida y vuelta del pueblo, donde la
tradición judía se respeta hasta sus últimas enseñanzas, a la gran ciudad,
donde todo es más laico. Hay un relato que muestra excepcionalmente las
contradicciones entre uno y otro, El hijo
de América, donde un emigrante regresa a su pueblo de origen cargado de
regalos y bienes para sus padres, y para todos sus vecinos, a los que considera
pobres y de los que cree que nunca han podido hacer cosas interesantes por no
poder permitírselas, y ellos se revelan como felices dentro de su resignación.
Hay leyendas judías que remiten a interpretaciones de las escrituras, o al Golem.
Ese elemento que se escapa de lo religioso y social y se introduce en lo fantástico
es el tercer tema central del libro. Hay un relato muy sencillo pero casi
perfecto, El deshollinador, en el que
lo extraordinario aparece de manera inesperada. Un deshollinador al que nadie
hacía especial caso en su pueblo se cae mientras trabajaba y de repente
adquiere poderes mentales. Todos se asombran, mandan a llamar a las autoridades
de la capital, todos intentan aprovecharse. Un segundo golpe, muy parecido, desactivará
esos poderes, y los posteriores intentos de devolvérselos a base de nuevos
golpes se mostrarán inútiles.
Hay
relatos en lo que los temas se cruzan, como Poderes,
donde alguien acude a un periodista que escribe con frecuencia sobre sucesos
especiales (como Singer) para contarle su historia, su poder y pedirle que
escriba sobre ello. La cafetería, uno
de los últimos del volumen, y de los más conocidos de Singer, concentra casi
todos los elementos de su narrativa, y si hubiera que recomendar un único
relato a partir del cual hacerse una idea de cómo es la escritura del autor ese
podría ser la mejor idea, nos muestra a un escritor al que alguien acude a
contarle una historia. Están en una cafetería frecuentada por europeos que
escaparon del nazismo. Allí, una mujer con la que el escritor ha hablado
algunas veces, dice haber visto a Hitler reunido con una camarilla de
admiradores. Y claro, ella sabe lo que él piensa de algo así, y sabe que suena
extraño, pero fue así. Su incredulidad inicial como oyente determinará el
cierre del relato, aunque su pensamiento se irá volviendo desde un rechazo
inicial hasta una manera de verlo que viene a decir que otras cosas parecen
imposibles y suceden.
La
escritura de Isaac Bashevis Singer en estos relatos es sencilla y con encanto.
Todo parece venir de una narración oral, y los distintos narradores asumen el
papel de contarnos algo que han visto u oído. Ese narrador quiere mantenernos
atentos y sabe cómo hacerlo. Nos entretiene y nosotros nos vemos obligados a
prestar atención y escuchar su historia. La inmensa mayoría de los relatos
vienen separados en 1, 2, 3, 4, 5 puntos según la longitud, pequeños capítulos
– escenas (gran parte de la escritura parece estar pensada en forma de escenas
teatrales o cinematográficas, de hecho uno de los primeros éxitos de Bashevis
Singer fue con el relato Yentl, que
se adaptó a Broadway y luego al cine, y es uno de los ejes centrales del relato
Schlomeile, donde ese tal Schlomeile
va detrás del narrador, que ha escrito ese relato sobre una chica que se hace
pasar por chico para entrar en la yeshivá y que él, un productor sin éxito,
quiere adaptar al teatro) que facilitan su lectura. Me imagino que esa
separación, y casi esa manera de escribir, vendría determinada por el hecho de
que los relatos fueran apareciendo en prensa y ese formato facilitara
dividirlos así por días de publicación. La manera de narrar de Isaac Bashevis
Singer, así como algunos elementos de su mundo en estos relatos me ha recordado
a los relatos de Saul Bellow y de Bernard Malamud. La llave, por ejemplo, me ha remitido directamente a la
recopilación de Malamud que leí hace unos meses.
El hijo
nos presenta el reencuentro de un padre y un hijo. El hijo viene desde Europa
después de haber luchado con el ejército israelí en Palestina, y el padre tiene
prácticamente la sensación de no conocerlo. Piensa en lo que verá, y en lo que
sentirá al verlo, y tiene dudas, pero en cuanto lo ve lo reconoce y siente que
todo encaja en su lugar. Bashevis cree en el destino, y en que todo sucede por
alguna razón, y en que todo, de una u otra manera, acabará encajando, y este es
uno de los relatos donde se muestra más claramente.
Un
tema que preocupó mucho al autor durante los últimos años de su vida, y que
trata en El matarife, es el
vegetarianismo. No puede hablarse de un tema central, porque sólo está
reflejado aquí, pero aquí lo hace con mucha fuerza. Nos enfrenta a los
problemas morales de un hombre que tiene que seguir sacrificando animales en un
matadero. Es un relato extraño e incómodo.
Probablemente
mi relato preferido haya sido el que se sitúa el primero y da título a la
recopilación, Un amigo de Kafka. Vemos
a un joven escritor que nos cuenta que hace años conoció a alguien que conoció
a Kafka, un viejo actor sin suerte que recuerda a Kafka como un genio tímido, a
quien fascinaban leyendas como la del Golem y que hubiera deseado dedicarse al
teatro y a la escena. El relato es una aproximación muy original a la típica
historia de aprendizaje. Hace algunas reflexiones muy valiosas sobre la labor
del creador, particularizando en Kafka como imagen de ese creador genial,
aislado socialmente, que no sabe realmente si lo que está creando, de tan
extraño como es, es verdaderamente bueno o está condenado a ser rechazado por
los lectores que nunca lo entenderán. Discutiendo sobre Kafka se produce el
siguiente diálogo entre el escritor que lo narra y el viejo actor que conoció a
Kafka:
-Un
maestro no tiene que seguir las reglas.
-Hay
algunas reglas que hasta un maestro debería seguir.
Y
en ese breve diálogo se condensa la tensión esencial de todo creador y de toda
creación.
La
edición tiene un apéndice con términos de la tradición judía religiosa que se
agradecen para ir interpretando algunas referencias. Es una pena que este
libro, y la recopilación que editó hace RBA de sus relatos hace pocos años
estén descatalogados, o prácticamente descatalogados, pues los relatos de Isaac
Bashevis Singer son de primer nivel y son una buena puerta de acceso a un mundo
narrativo que sabe ser complejo sin olvidar la primera obligación de un
escritor, que es captar la atención del lector y entretenerlo.
Seguiremos
leyendo. Y continuaremos hablando sobre lo que leamos.
Felices
lecturas.
Sr.
E
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