La
muñeca rusa,
de Juan Miguel Contreras (Ed. Baile del Sol)
Nunca
sabremos lo que piensa un astronauta soviético perdido que contempla la Tierra
desde el espacio, pero podemos suponer que se verá desbordado por la soledad y
la sensación de punto final. La muñeca
rusa fue la novedad del catálogo de Baile del Sol que más llamó mi atención
durante la fiesta de presentación de las novedades de primavera – verano que la
editorial organizó en la librería Vergüenza ajena en junio, a la que acudí a
presentar Mil dolores pequeños. Juan
Miguel Contreras, en su turno de intervención, nos habló de un astronauta
soviético que va a la Luna y nunca vuelve, y de cómo esa figura, y sobre todo
la manera de borrarla de la historia, se convierte en la obsesión de su hija, a
la que acaban tomando por loca.
Esa
trama no es ni mucho menos la única que aparece en La muñeca rusa, pero me hizo querer leer la novela. Esa trama
parcial me recordó inevitablemente a mi relato Rescate, incluido en Beber
durante el embarazo, en el que un hijo reconstruye la vida de su padre,
cosmonauta soviético, que fue el primero en llegar a la Luna pero que no pudo
regresar y al que también condenaron al olvido.
Un
escritor está buscando muchas veces, como lector, mundos estéticos y de
intereses parecidos al suyo. Otras veces no, claro, otras veces quiere leer
justo lo contrario a lo que intenta escribir. Pero una novela con esa historia
en la trama no podía dejarla pasar, así que la compré y Juan Miguel pudo
firmármela. Atrasos y conflictos entre lo que uno quiere hacer y lo que la
realidad dicta que haga, una dinámica que a veces se mete hasta en nuestras
lecturas, ha hecho que no me haya puesto a leerla hasta agosto. Quizá agosto
sea un buen mes, con su calor y sus ciudades desiertas, para leer un libro que
rescata el mundo del telón de acero, que nos llena la cabeza de secretos y de
cosmonautas. El año pasado, también en agosto, vi esta exposición en La casa
encendida de Madrid, http://www.lacasaencendida.es/exposiciones/arstronomy-incursiones-el-cosmos-4512,
de la que me he acordado mientras leía esta novela.
La muñeca rusa es, según la
solapa del libro, algo así como la segunda novela de Juan Miguel Contreras,
que también ha publicado un libro de relatos, además de ser librero, tramoyista
y editor. Comparte con el narrador de su novela por tanto el interés por el
teatro y la profesión de librero. ¿Qué quiere decir algo así como la segunda novela de un autor? No lo sé exactamente,
pero se habla de una primera novela, Cuando
acabe el invierno, y se habla también de una primigenia versión de La muñeca rusa. Que el autor permita que
se hable de una primigenia versión del libro que vamos a leer creo que indica
que considera que aquel era un libro sustancialmente distinto al que vamos a
leer, y por eso no sé si hablar de segunda o tercera novela. ¿Qué más da, en
realidad?
La muñeca rusa
es una novela corta, de unas 170 páginas, cuyo título remite a dos ideas, o así
me lo ha parecido. Por un lado a Irina Belokoneva, la hija del astronauta
desaparecido, y por otro a la estructura de la historia y su semejanza con las
matrioskas, haciendo de la novela una historia en el interior de otra y en el
interior de otra.
La muñeca rusa
empieza en Praga en 1.968, con la invasión de los tanques soviéticos tras la
llamada primavera de Praga. Allí, en Praga, está ingresada en un hospital
psiquiátrico, Irina Belokoneva, que apareció contando una disparatada historia
de astronautas desaparecidos, y en particular la historia de su padre, Alexei
Belokonev. En ese hospital hay un celador, Milos Meisner, que es el personaje
central de la novela. Uno de los dos. Diría que el importante, pues el narrador
se guarda un discreto papel de observador. Nos habla un poco de su vida,
contextualiza (y muy bien) la historia, pero no le quita protagonismo a Milos,
que muchos años después será un artista que ha pasado por Londres, por París,
por Toulouse, entre otras muchas ciudades, y que ha llegado a un pequeño pueblo
de Almería persiguiendo una de esas becas que le permiten a los artistas
ponerse a crear sin preocuparse por cómo subsistir.
Allí,
en Almería, a través de la mujer que lo aloja como parte del programa, una
actriz retirada, llega hasta el narrador, librero en esa pequeña localidad
costera. La estructura de historias que encajan en otras me dificulta avanzar
en el resumen de la trama, pues me viene a la memoria, hablando del pasado como
actriz de Greta, que es su amante, que el librero insinúa en algún momento que
es hijo de un famoso actor, a quien no pone nombre pero a quien, desde mi
relativa incultura cinéfila, he identificado como Omar Sharif. Esa clase de
detalles, en apariencia innecesarios, y que narrativamente es posible que lo
sean, dibujan con mucha más profundidad a los personajes y hacen que la novela
esté llena de vida, y van completando el juego de apariencias, verdades y mentiras.
El
librero ha llegado allí como por casualidad. Parece que se mueve así por el mundo. Heredó la casa de su abuela y
decidió poner allí una librería. Vive encima de su negocio y vende, sobre todo,
libros en inglés y alemán para extranjeros que pasan allí unos días. Se aburre.
Sueña. Habla de una enfermedad renal que le obliga a estar cerca de un hospital
donde tienen que tratarlo a menudo. No puede viajar. Por eso le fascina la
historia de Milos y las historias que se esconden en Milos. La de Irina, la de
los cosmonautas soviéticos, la de Praga, la Praga en la que Milos se juntaba
con artistas y aprendía de Bohumil Hrabal, aquella Praga post – 68 en la que le
retiraron el carnet del partido a muchos escritores, como Kundera, y fueron
tomando el camino de la huida. Hrabal, que intuyo que es un autor que interesa
mucho a Juan Miguel Contreras, pues uno de los epígrafes iniciales de la novela
es suyo y otro es del recientemente fallecido Peter Esterhazy sobre Hrabal,
tiene un peso importante en la novela. Es una especie de referencia que va y
viene, como escritor y amigo, en la vida de Milos.
El
lector se siente parte de esas conversaciones entre cafés en el mostrador de la
librería. La prosa es contenida y dibuja muy bien matices y sensaciones. Hay
constantes referencias al olvido y a cómo la historia se va dibujando entre
olvidos y recuerdos. La memoria funciona en ese caso como un escultor que del
bloque de piedra va quitando lo que le sobra, y uso esa imagen por relacionarla
con el trabajo artístico de Milos.
Las
misiones soviéticas que fracasaban desaparecían de la historia. Porque los
soviéticos eran maestros en el arte de borrar a los colaboradores caídos en
desgracia de las fotos. Y por eso nadie hablaba del padre de Irina Belokoneva,
y hasta tuvieron suerte, porque a las familias de otros astronautas
desaparecidos las borraron directamente del mundo. Me parece fascinante la
recreación de una ciudad secreta, en el Asia Central, hacia la que van a
preparar aquella misión suicida, Belokonev y su familia, una ciudad que se
llama como otra ciudad que no es, para que nadie sepa exactamente dónde están,
de modo que así el borrado de las huellas sea más fácil. Es tan fácil borrar el
pasado como matar a la gente y dejar de hablar de ella. Tan fácil como usar el
mismo nombre para la misma misión, olvidando que la anterior fracasó. Hay un
Gagarin que tapa a los Belokonev. Tres misiones Vostok 1 antes de la que
realmente funcionó.
El
dibujo de algunos proyectos artísticos está muy bien hecho. El narrador nos
habla de la reproducción de la Luna que Milos hizo en Toulouse, o el trabajo
artístico que emprende sobre la gente que forra los libros, cómo lo hace y por
qué lo hace, y las fotografías que trata de tomar de esos lectores ocultos, y
ahí hay un nuevo punto de conexión con mi particular mundo de obsesiones y
preguntas.
El
trabajo del fotógrafo Josef Koudelka sobre la invasión soviética de Praga y las
detenciones y huidas de la ciudad. Otra exposición que vi en el otoño pasado en
la Fundación Mapfre. Otro punto para apoyar la obsesión.
La muñeca rusa
es una novela que se lee en una larga tarde de agosto en la que la luz del sol
no se acaba de poner y se piensa y reconstruye durante la semana siguiente. Es
una de esas novelas que cogen la historia, la desmontan, y nos llevan a
preguntarnos cuánto hay de leyenda. Al lado del libro tienes un cuaderno y un
bolígrafo y apuntas nombres de artistas checos, astronautas y misiones
soviéticas, y por la noche buscas en Google
lo que has apuntado para saber qué es verdad y qué está inventado para hacer la
realidad más digerible. Dedico veinte minutos de mi vida a buscar información
sobre el libro Gravedad, de Armand
Coppens, y parece que no existe. Es el libro que Milos quiere leer, es el libro
que le consiguen. Para que se vea que la estructura de muñecas rusas es la
descripción adecuada, no sólo a la novela, sino a la realidad, el tal Armand
Coppens, según mi breve investigación y algunos textos que leí en ella, parece
ser un autor fantasma, que muy probablemente no se llamaba así, que no se sabe
quién fue, y que escribió un libro llamado Memorias
de un librero pornógrafo. El juego final.
Seguiremos
leyendo y disfrutando de buenos libros como éste.
Felices
lecturas
Sr.
E
Me has jodido el día (la semana, el mes, lo que queda de año)... ¿se ha muerto Esterhazy y no me he enterado? ... asco de vida...
ResponderEliminarAbrumado (también) por la profundidad de tu lectura de la muñeca rusa... Sólo por la escena de tu búsqueda de Coppens, te mereces un monumento; y todas las horas, días y meses de escritura (y/o todos los sinsabores posteriores, y un par de sabores, tampoco tengo que olvidarlo) no han sido el vano. Seguro que Gravedad está escrita, anda por ahí, los dioses sabrán en qué cajón anda el manuscrito, pero no hay editor que la encuentre (si es que quisiera publicarla). Milos asegura que la tiene, se me olvidó decir que en edición mejicana o cubana de la Casa de América. Leí tu novela, "Mil dolores pequeños". Te escribiré. Me gustó mucho. Gracias, de verdad.
ResponderEliminarEsos juegos, esas mentiras y esos mundos paralelos son para mí la Literatura, y la reconozco en los libros en que puedo encontrarlos.
EliminarEnhorabuena por la novela.