El ojo castaño de nuestro amor,
de Mircea Cartarescu (Ed. Impedimenta)
Asistí a un encuentro en la librería Alberti de
Madrid a finales de abril con motivo de la presentación de este libro y me
compré Nostalgia, que es la obra más conocida del autor (al menos para
mí lo era, y eso hizo que me pareciera un inicio lógico de su obra). Aún lo
tengo sin leer, no por pereza sino porque el primer relato, El ruletista, me pareció un relato tan
potente que creo que el libro va a ser uno de esos que se marcan con la
etiqueta de IMPORTANTE en la biografía lectora de uno, y necesito un cierto
tipo de condiciones anímicas y externas para afrontar esas lecturas. Ya hablé
del encuentro con Cartarescu y lo que me pareció en aquel momento.
Mientras me ponía a escribir esta reseña he
recordado una imagen: la de Cartarescu bajando por la Calle Marqués de Urquijo,
con la cabeza gacha pero sin ningún ánimo melancólico, sino como una actitud de
paseo interior. Después del encuentro con el autor habíamos aparcado en una
terraza sin ningún encanto de dicha calle y una hora después del acto en
Alberti lo vi pasar. Quizá podría haber interrumpido su paseo solitario y ahora
podría estar hablando de la cerveza que compartí con él, o podría estar
escribiendo un relato sobre dicho encuentro en vez de escribir una reseña sobre
su libro, pero no me gusta molestar a la gente, y mis habilidades para
relacionarme con escritores de primera son muy limitadas, y raramente afloran.
Después del acto le ofrecí mi bolígrafo bic azul para que me firmara el
ejemplar de Nostalgia y me dijo: “tengo
mi bolígrafo, soy escritor”, y todo lo que le dije en el torpe inglés que me
salía fue algo así como: “me ha gustado mucho oírte, ha sido muy interesante”.
A lo que íbamos, en la Feria del Libro me
compré este libro, El ojo castaño de
nuestro amor. Y lo leí al poco de tenerlo, pero no lo había comentado aún.
Ahora lo he releído con la intención de refrescar un poco algunos fragmentos.
El ojo
castaño de nuestro amor es un libro de relatos pero no
es del todo un libro de relatos. Es un libro de memorias pero no es exactamente
un libro de memorias. Tampoco es una colección de prosas sin más. Es un libro
de eso que llamarían misceláneas en las editoriales, pero me resisto a llamarlo
así porque me remitiría a las sobras de otros escritos del autor, que ha
empaquetado y editado para el lector español, porque eso sí, es una edición
pensada para el público español. Ojeando la contraportada parece que la
editorial tampoco tiene claro cómo etiquetar el volumen. Quizá no hay que
meterse en etiquetas. Son escritos, son reflexiones. No hace falta ponerles
muchos más apellidos. Me quedo con un término que sí emplea la editorial: paisaje biográfico. Porque sí está claro
que aquí hay vida propia, y hay biografía. Cartarescu ha pasado la cincuentena
y quizá ha sentido la necesidad de mirar un poco hacia atrás para impulsarse
hacia el futuro y seguir escribiendo allí.
El ojo
castaño de nuestro amor contiene 20 textos. Algunos
fueron escritos por encargo, otros salieron de la voluntad directa de Mircea
Cartarescu. Algunos rozan lo cómico, otros lo trágico. Estas doscientas páginas
dibujan un paisaje emocional de lo que debió ser la Rumanía en la que se crió
Cartarescu, entre los 60 y los 80, y de lo que esos mismos jóvenes, que dejaban
de serlo, vieron que se iba abriendo ante sus ojos en los 90. Recibieron algunos
cambios con esperanza y otros con desconfianza. Cartarescu mira al pasado y nos
transmite que ese pasado fue triste, quizá no fue horrible pero sí fue triste.
Ha elegido no llorar pero recuerda. No es que los rumanos se murieran de hambre
pero algunos sí se morían por dentro ante la falta de perspectivas de futuro,
ante la ausencia de cambios. En Los años
robados, Cartarescu traza magistralmente el paso de un mal a otro.
En 1.989 yo tenía 33 años. Había nacido bajo
el comunismo, y para ser sincero, pensaba que moriría también bajo el
comunismo. Nunca había salido de Rumanía, ni siquiera tenía pasaporte. Creía
que nunca viajaría al extranjero. No me habían permitido presentarme al
concurso para una plaza de profesor en la universidad ni preparar el doctorado.
Era maestro en una escuela y tenía todos los boletos para jubilarme en ella.
Vivía en un apartamento en el octavo piso de un bloque que no tenía dos paredes
en ángulo recto. El mundo parecía estancado en lo sórdido y lo previsible. El
comunismo era la realidad. Todo lo demás eran fantasmagorías de películas
americanas.
Ese era el pasado que querían dejar atrás. En
la página siguiente lo han logrado, y esto nos cuenta:
En 1.990 entramos en el mundo libre y
democrático sin saber qué eran la libertad y la democracia. Tras cincuenta años
de dictaduras fascista y comunista, no éramos un pueblo, no éramos una
sociedad. Éramos un rebaño. La dictadura comunista sobrevivió bajo un nickname
transparente. Antes nos habían mentido, ahora nos estaban mintiendo. En la
universidad recibía un sueldo de cincuenta dólares al mes. Mi mujer estaba en
paro y teníamos una niña pequeña. La inflación era aterradora, nos corroía como
un baño de ácido sulfúrico. Al poco tiempo, nos quedamos sin nada. Pero no me
di cuenta de lo bajo que habíamos caído hasta que no vendí mi pala de ping –
pong.
Hay otros textos que nos muestran la apertura
de Rumanía al mercado, y algunas anécdotas graciosas que rozan el patetismo,
como en La época del nes, donde
Cartarescu narra su primer encuentro con el café soluble, un seudocafé que
llegaba a Rumanía en los ochenta y el subidón y la dependencia que aquella
sustancia le producía, haciéndole sentir, como él mismo dice, Dios, el mejor
escritor del mundo. En Mi primer vaquero
nos habla del mercado negro al que acudió con lo ahorrado durante muchos meses
para conseguir sus primeros vaqueros, todo para acabar engañado. El relato
además nos muestra la paradoja de que a Cartarescu y sus coetáneos los llamaron
cuando empezaron a escribir poesía La generación
de los vaqueros, pese a lo cual nunca los tuvieron.
Otros textos también tocan la historia de
Rumanía, una historia personal, vista por el ojo de Cartarescu. Por ejemplo
habla del hundimiento de una isla, un suceso traumático para los rumanos y apenas
conocido en Europa, en Ada – Kaleh, Ada
Kaleh. En Mi Bucarest nos enseña
lo reducido que es el mundo de un niño, que muchas veces no alcanza a una
ciudad entera, sino apenas a sus cuatro calles de referencia, su barrio. Zaraza nos habla de la coexistencia en
un mismo tiempo y espacio del horror y el gozo, de la guerra mundial y las
noches de fiesta de la ciudad, entre bombas y tiros.
Donde más ha logrado conquistarme Cartarescu en
este libro es en los textos donde su memoria personal se antepone a lo que
pretende contar. Lo consigue en los relatos que muestran sus experiencias
personales y lo hace en los que se acercan más a la disección de la labor
creadora, a la relación que se establece entre el creador y la idea de
trascendencia, a cómo otros leen e interpretan su mundo narrativo y a cómo este
ha ido cambiando con los años. Cartarescu se declara discípulo de Kafka, de
Sabato, de Borges, de Salinger, y tiene una relación complicada y a veces
torturada con su propio trabajo, algo que lo emparenta especialmente con todos
esos autores. En Oh Levante, dichoso
Levante, nos cuenta cómo fueron los años de redacción de su obra El Levante, un poema épico que escribió
al modo de La odisea en los ochenta.
Nos cuenta el proceso de escritura, el de creación, cómo llegó a saber que ese
era el tono que esa obra necesitaba, y el largo camino hasta que un editor
confió en su idea. El gato muerto de la
poesía de hoy reflexiona, a partir de una imagen de Salinger, sobre el
papel y la importancia que la poesía, como experiencia estética sin aplicación
práctica adquiere, precisamente por desarrollarse en un mundo en el que todo
parece que necesita una aplicación práctica. Una ducha no – laodicea nos lleva a Nabokov y al poder de la
palabra. Cartarescu explica el gozo que sintió al comprender uno de los juegos
que Nabokov proponía en Lolita y se
pregunta sobre cuántos de los lectores de hoy en día están en condiciones de
seguir esos anzuelos, como él los llama, los de Nabokov y los suyos propios, y
qué sentido tiene seguir escribiendo así, para cuántos se hace, y si es posible
una escritura que permita que disfruten a la vez los dos tipos de lectores, los
que buscan solazarse en el lenguaje y la forma y los que sólo quieren algo para
leer después del trabajo. Forever young …
habla de la relación del artista con el tiempo, y recomienda que el joven autor
sea ambicioso, muy ambicioso, porque no se sabe lo que puede venir después.
Dos de mis textos preferidos del libro también
van en esa línea que relaciona la vida real, tan insatisfactoria, con la de los
libros, sean leídos o escritos. La ruina
de una utopía es apenas un apunte de una página en el que Cartarescu habla
de la sensación de levantarse y pensar en escribir El Libro, algo magnífico, descabellado, que deje atrás todo lo
anterior, y cómo esa sensación de irrealidad creativa se ha ido disolviendo en
la vida, estableciendo los límites de lo posible para la escritura, que es lo
que le pasa a los libros escritos, que nunca serán tan infinitos como las ideas
que los pusieron en marcha. Es un texto con mucha más lectura que su escasa
longitud, y que conviene releer. Europa tiene la forma de mi cerebro nos enseña
las lecturas que se han hecho de Cartarescu, y cómo este se ha resistido
siempre a que lo ubiquen como un escritor de Europa del Este, y en general se
ha resistido a esos localismos, también como lector, pues la riqueza, como
afirma, está en poder aprender de toda la literatura universal.
Un
escritor es otro texto corto que nos lleva a un pasaje
distinto. En él Cartarescu señala que el escritor más misterioso de la historia
es probablemente Jesucristo, de quien se dice en los evangelios que una vez se
agachó, cogió un palo, escribió algo en el suelo pero nunca se supo qué era.
Uso ese texto como cierre porque creo que representa la idea que Cartarescu
tiene de los escritores. Cree en el escritor como medio, como alguien un poco
loco que a veces se asoma a estados de alucinación y de ahí saca páginas
valiosas, que no acaba de entender y que no debe explicar, sino sobre todo
ofrecer para su lectura.
El ojo castaño de nuestro amor es un libro para
tener en casa y ojear de vez en cuando, para huir de pensamientos tópicos y
para prepararse bien antes de ciertos viajes, ya sea como lector o como
escritor.
Felices lecturas
Sr. E
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