lunes, 8 de agosto de 2016

El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cartarescu

El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cartarescu (Ed. Impedimenta)


Asistí a un encuentro en la librería Alberti de Madrid a finales de abril con motivo de la presentación de este libro y me compré Nostalgia, que es la obra más conocida del autor (al menos para mí lo era, y eso hizo que me pareciera un inicio lógico de su obra). Aún lo tengo sin leer, no por pereza sino porque el primer relato, El ruletista, me pareció un relato tan potente que creo que el libro va a ser uno de esos que se marcan con la etiqueta de IMPORTANTE en la biografía lectora de uno, y necesito un cierto tipo de condiciones anímicas y externas para afrontar esas lecturas. Ya hablé del encuentro con Cartarescu y lo que me pareció en aquel momento.

Mientras me ponía a escribir esta reseña he recordado una imagen: la de Cartarescu bajando por la Calle Marqués de Urquijo, con la cabeza gacha pero sin ningún ánimo melancólico, sino como una actitud de paseo interior. Después del encuentro con el autor habíamos aparcado en una terraza sin ningún encanto de dicha calle y una hora después del acto en Alberti lo vi pasar. Quizá podría haber interrumpido su paseo solitario y ahora podría estar hablando de la cerveza que compartí con él, o podría estar escribiendo un relato sobre dicho encuentro en vez de escribir una reseña sobre su libro, pero no me gusta molestar a la gente, y mis habilidades para relacionarme con escritores de primera son muy limitadas, y raramente afloran. Después del acto le ofrecí mi bolígrafo bic azul para que me firmara el ejemplar de Nostalgia y me dijo: “tengo mi bolígrafo, soy escritor”, y todo lo que le dije en el torpe inglés que me salía fue algo así como: “me ha gustado mucho oírte, ha sido muy interesante”.

A lo que íbamos, en la Feria del Libro me compré este libro, El ojo castaño de nuestro amor. Y lo leí al poco de tenerlo, pero no lo había comentado aún. Ahora lo he releído con la intención de refrescar un poco algunos fragmentos.

El ojo castaño de nuestro amor es un libro de relatos pero no es del todo un libro de relatos. Es un libro de memorias pero no es exactamente un libro de memorias. Tampoco es una colección de prosas sin más. Es un libro de eso que llamarían misceláneas en las editoriales, pero me resisto a llamarlo así porque me remitiría a las sobras de otros escritos del autor, que ha empaquetado y editado para el lector español, porque eso sí, es una edición pensada para el público español. Ojeando la contraportada parece que la editorial tampoco tiene claro cómo etiquetar el volumen. Quizá no hay que meterse en etiquetas. Son escritos, son reflexiones. No hace falta ponerles muchos más apellidos. Me quedo con un término que sí emplea la editorial: paisaje biográfico. Porque sí está claro que aquí hay vida propia, y hay biografía. Cartarescu ha pasado la cincuentena y quizá ha sentido la necesidad de mirar un poco hacia atrás para impulsarse hacia el futuro y seguir escribiendo allí.

El ojo castaño de nuestro amor contiene 20 textos. Algunos fueron escritos por encargo, otros salieron de la voluntad directa de Mircea Cartarescu. Algunos rozan lo cómico, otros lo trágico. Estas doscientas páginas dibujan un paisaje emocional de lo que debió ser la Rumanía en la que se crió Cartarescu, entre los 60 y los 80, y de lo que esos mismos jóvenes, que dejaban de serlo, vieron que se iba abriendo ante sus ojos en los 90. Recibieron algunos cambios con esperanza y otros con desconfianza. Cartarescu mira al pasado y nos transmite que ese pasado fue triste, quizá no fue horrible pero sí fue triste. Ha elegido no llorar pero recuerda. No es que los rumanos se murieran de hambre pero algunos sí se morían por dentro ante la falta de perspectivas de futuro, ante la ausencia de cambios. En Los años robados, Cartarescu traza magistralmente el paso de un mal a otro.
En 1.989 yo tenía 33 años. Había nacido bajo el comunismo, y para ser sincero, pensaba que moriría también bajo el comunismo. Nunca había salido de Rumanía, ni siquiera tenía pasaporte. Creía que nunca viajaría al extranjero. No me habían permitido presentarme al concurso para una plaza de profesor en la universidad ni preparar el doctorado. Era maestro en una escuela y tenía todos los boletos para jubilarme en ella. Vivía en un apartamento en el octavo piso de un bloque que no tenía dos paredes en ángulo recto. El mundo parecía estancado en lo sórdido y lo previsible. El comunismo era la realidad. Todo lo demás eran fantasmagorías de películas americanas.
Ese era el pasado que querían dejar atrás. En la página siguiente lo han logrado, y esto nos cuenta:
En 1.990 entramos en el mundo libre y democrático sin saber qué eran la libertad y la democracia. Tras cincuenta años de dictaduras fascista y comunista, no éramos un pueblo, no éramos una sociedad. Éramos un rebaño. La dictadura comunista sobrevivió bajo un nickname transparente. Antes nos habían mentido, ahora nos estaban mintiendo. En la universidad recibía un sueldo de cincuenta dólares al mes. Mi mujer estaba en paro y teníamos una niña pequeña. La inflación era aterradora, nos corroía como un baño de ácido sulfúrico. Al poco tiempo, nos quedamos sin nada. Pero no me di cuenta de lo bajo que habíamos caído hasta que no vendí mi pala de ping – pong.

Hay otros textos que nos muestran la apertura de Rumanía al mercado, y algunas anécdotas graciosas que rozan el patetismo, como en La época del nes, donde Cartarescu narra su primer encuentro con el café soluble, un seudocafé que llegaba a Rumanía en los ochenta y el subidón y la dependencia que aquella sustancia le producía, haciéndole sentir, como él mismo dice, Dios, el mejor escritor del mundo. En Mi primer vaquero nos habla del mercado negro al que acudió con lo ahorrado durante muchos meses para conseguir sus primeros vaqueros, todo para acabar engañado. El relato además nos muestra la paradoja de que a Cartarescu y sus coetáneos los llamaron cuando empezaron a escribir poesía La generación de los vaqueros, pese a lo cual nunca los tuvieron.

Otros textos también tocan la historia de Rumanía, una historia personal, vista por el ojo de Cartarescu. Por ejemplo habla del hundimiento de una isla, un suceso traumático para los rumanos y apenas conocido en Europa, en Ada – Kaleh, Ada Kaleh. En Mi Bucarest nos enseña lo reducido que es el mundo de un niño, que muchas veces no alcanza a una ciudad entera, sino apenas a sus cuatro calles de referencia, su barrio. Zaraza nos habla de la coexistencia en un mismo tiempo y espacio del horror y el gozo, de la guerra mundial y las noches de fiesta de la ciudad, entre bombas y tiros.

Donde más ha logrado conquistarme Cartarescu en este libro es en los textos donde su memoria personal se antepone a lo que pretende contar. Lo consigue en los relatos que muestran sus experiencias personales y lo hace en los que se acercan más a la disección de la labor creadora, a la relación que se establece entre el creador y la idea de trascendencia, a cómo otros leen e interpretan su mundo narrativo y a cómo este ha ido cambiando con los años. Cartarescu se declara discípulo de Kafka, de Sabato, de Borges, de Salinger, y tiene una relación complicada y a veces torturada con su propio trabajo, algo que lo emparenta especialmente con todos esos autores. En Oh Levante, dichoso Levante, nos cuenta cómo fueron los años de redacción de su obra El Levante, un poema épico que escribió al modo de La odisea en los ochenta. Nos cuenta el proceso de escritura, el de creación, cómo llegó a saber que ese era el tono que esa obra necesitaba, y el largo camino hasta que un editor confió en su idea. El gato muerto de la poesía de hoy reflexiona, a partir de una imagen de Salinger, sobre el papel y la importancia que la poesía, como experiencia estética sin aplicación práctica adquiere, precisamente por desarrollarse en un mundo en el que todo parece que necesita una aplicación práctica. Una ducha no – laodicea nos lleva a Nabokov y al poder de la palabra. Cartarescu explica el gozo que sintió al comprender uno de los juegos que Nabokov proponía en Lolita y se pregunta sobre cuántos de los lectores de hoy en día están en condiciones de seguir esos anzuelos, como él los llama, los de Nabokov y los suyos propios, y qué sentido tiene seguir escribiendo así, para cuántos se hace, y si es posible una escritura que permita que disfruten a la vez los dos tipos de lectores, los que buscan solazarse en el lenguaje y la forma y los que sólo quieren algo para leer después del trabajo. Forever young … habla de la relación del artista con el tiempo, y recomienda que el joven autor sea ambicioso, muy ambicioso, porque no se sabe lo que puede venir después.

Dos de mis textos preferidos del libro también van en esa línea que relaciona la vida real, tan insatisfactoria, con la de los libros, sean leídos o escritos. La ruina de una utopía es apenas un apunte de una página en el que Cartarescu habla de la sensación de levantarse y pensar en escribir El Libro, algo magnífico, descabellado, que deje atrás todo lo anterior, y cómo esa sensación de irrealidad creativa se ha ido disolviendo en la vida, estableciendo los límites de lo posible para la escritura, que es lo que le pasa a los libros escritos, que nunca serán tan infinitos como las ideas que los pusieron en marcha. Es un texto con mucha más lectura que su escasa longitud, y que conviene releer. Europa tiene la forma de mi cerebro nos enseña las lecturas que se han hecho de Cartarescu, y cómo este se ha resistido siempre a que lo ubiquen como un escritor de Europa del Este, y en general se ha resistido a esos localismos, también como lector, pues la riqueza, como afirma, está en poder aprender de toda la literatura universal.

Un escritor es otro texto corto que nos lleva a un pasaje distinto. En él Cartarescu señala que el escritor más misterioso de la historia es probablemente Jesucristo, de quien se dice en los evangelios que una vez se agachó, cogió un palo, escribió algo en el suelo pero nunca se supo qué era. Uso ese texto como cierre porque creo que representa la idea que Cartarescu tiene de los escritores. Cree en el escritor como medio, como alguien un poco loco que a veces se asoma a estados de alucinación y de ahí saca páginas valiosas, que no acaba de entender y que no debe explicar, sino sobre todo ofrecer para su lectura.

El ojo castaño de nuestro amor es un libro para tener en casa y ojear de vez en cuando, para huir de pensamientos tópicos y para prepararse bien antes de ciertos viajes, ya sea como lector o como escritor.

Felices lecturas


Sr. E

No hay comentarios:

Publicar un comentario