Mandíbula,
de Mónica Ojeda (Candaya)
Uno de
los libros que me compré en la última Feria del Libro fue
Mandíbula, de Mónica Ojeda. Ya había oído muy buenos
comentarios sobre la anterior novela de esta autora ecuatoriana,
Nefando, aunque no he podido leerla, y decidí empezar por
esta, de la que me dijeron que era más madura, con una voz y una
construcción más propias, con unas influencias igualmente sólidas
pero quizá menos evidentes.
La
mandíbula, como ya sabemos, es el nombre que recibe cada una de las
dos piezas óseas o cartilaginosas que forman la boca de los
vertebrados, y en las que están encajados los dientes. La idea de la
mandíbula de un cocodrilo o de un tiburón nos remiten a un mundo
agresivo de bocados y de los más fuertes devorando a los más
débiles. La novela juega con esa idea de quién devora a quién, de
mordiscos, trozos de carne arrancados, dolor, sangre.
Mandíbula
toma la forma, por momentos, de una novela de terror, algo casi de
género. Sirve, además de como narración, como lectura –
contenedor de ideas que vienen apareciendo en el género desde Poe y
Lovecraft, incluso desde el Moby Dick de Melville, pasando por
Stephen King y llegando a las narraciones basadas en leyendas urbanas
que se amontonan en internet casi desde sus primeros días. La idea
central de la novela no es, sin embargo, la del terror. Aunque hay
mucho terror, del psicológico, del que se sugiere, del que nace de
la cotidaneidad. ¿Qué hay más cotidiano que una madre y una hija?
¿Qué hay a veces más envenenado que la relación entre ellas? Ahí
está la clave de la novela, en cómo las madres ven a las hijas como
amenazas que crecen, cómo hay madres que temen a sus hijas, madres
que cortan el crecimiento de sus hijas, conflictos de todo tipo,
violencias larvadas y violencias bastante explícitas, rencores,
hipocresías. ¿Y qué hay de las madres que no son madres y ven en
su profesión de profesora una idea sustitutiva de la maternidad?
¿Por qué esa profesora se viste exactamente como su madre, que
también fue profesora, con su misma ropa y complementos, con sus
peinados?
Tener
hambre era alojar la nada y escuchar regurgitar anfibios en su
estómago. Una vez, en el patio del edificio, Natalia cumplió el
reto de llevarse a la boca los renacuajos de la charca.
Esa
profesora, Miss Clara, llega nueva a un colegio privado, bilingüe,
religioso y disciplinado, para impartir Literatura. Viene de una mala
experiencia (una malísima experiencia) que no es capaz de sacarse de
la cabeza ni de superar. En su anterior colegio, dos alumnas (las
M&M´s) llegaron a colarse en su casa, secuestrarla y vejarla.
Temió por su vida, pero lo peor, o eso me ha transmitido la lectura
en todos los momentos en que se vuelve a este punto, fue la sensación
de vulnerabilidad y exposición. No acaba de relajarse ante sus
nuevas alumnas, algunas de las cuales son retorcidas, y ellas lo
notan.
Un
grupo de estas alumnas, de clase acomodada (muy acomodada), pero
medio abandonadas por sus padres, por distintos motivos, encuentran
en una casa vacía un lugar isla – refugio – puerta al vacío,
donde empiezan a reunirse todas las tardes, aunque luego ya no puede
ser todas las tardes y empieza a ser algunas tardes, y se proponen
juegos raros, morbosos, a veces terroríficos y se cuentan historias
del Dios blanco y de madres que devoran a sus hijas, historias que
escuchan con los ojos cerrados, que algunas han adaptado de la red y
otras han creado. Entre las chicas las hay que prefieren distanciarse
un poco, las que estrechan aún más su relación, las que se sienten
incómodas y las que sienten que por fin han llegado a su hogar.
Una de
esas chicas, Anne – Lisse, está castigada los viernes por la tarde
con Miss Clara, la profesora de Literatura, y a fuerza de cercanía
su relación se hace un poco más estrecha. Anne Lisse escribe un
pequeño ensayo sobre el terror para su profesora, que la perturba, y
le cuenta qué pasó entre ella y su mejor amiga, pero que ya no es
ni su amiga, Fernanda. Y es esta revelación la que acaba con
Fernanda secuestrada en una cabaña, indefensa, sin entender nada,
por su maestra. Esto, que es un destripe de la trama en toda regla,
aparece al principio del libro. La novela de Mónica Ojeda es no
tanto descubrir qué va a pasar y cómo, sino qué habita en la
cabeza de esa profesora y ese grupo de alumnas y cómo una y otras se
ven.
Usted
habría podido cargar a Ximena, Miss Clara, o al menos intentarlo,
que es lo que se supone que debe hacer una maestra: intentar.
El
libro es violento, desagradable por momentos, pero a la vez adictivo
y muy bien hilvanado. La prosa es certera, todo está bien escrito,
el ritmo sube y baja cuando se necesita, apenas hay humor ni
demasiada vida fuera de las mentes de las protagonistas. Todas ellas,
solipsistas, crean su propia realidad, y es la colisión de las
distintas realidades que han ido creando la que hace saltar las
chispas. La escritura está muy cerca de un plano físico, duele,
sangra, huele.
Nunca
imaginó que el hambre fuera un peso perfecto trepando desde el
estómago hasta la sien.
No es
una de esas lecturas ligeras que muchos escogen para el verano. Quizá
ni siquiera es una lectura para muchos, sino para pocos. Pero esos
pocos para los que pueda ser (y ojalá sea para muchos) tendrán un
libro rondándoles por la cabeza durante semanas. Y si tienen amigos
que también lo lean, un entretenido tema de tertulia, esta sí
veraniega, en una terraza.
Felices
lecturas. Incluso con aquellos libros que le dan la espalda a
cualquier felicidad.
Seguiremos
leyendo
Sr. E
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