sábado, 14 de julio de 2018

Un mes leyendo a Kureishi


Mi mes con Kureishi: Soñar y contar, Mi oído en su corazón, Intimidad, Siempre es medianoche

Había leído alguna vez libros de Hanif Kureishi. Que yo recuerde, El buda de los suburbios y Amor en tiempos tristes. Los recordaba agradables pero sin más. Hace unos tres meses, buscando otros libros, me encontré en la biblioteca con Soñar y contar, a su modo ensayos de Kureishi sobre la figura y el oficio del narrador. El primero de ellos hablaba de su padre, Shanoo Kureishi, como un escritor serio, que cada mañana, antes de salir para su trabajo de oficinista, se ponía dos horas ante su escritorio y trabajaba en alguna de sus novelas, mezcla de memoria colectiva y personal, de Pakistán a los suburbios londinenses, de los principios del siglo XX a los años 60 en el Reino Unido. Hanif Kureishi sabe que nunca consiguió que le publicaran uno de esos libros, pero ve ahora, desde su adultez, algo fascinante en su entrega. Hay textos interesantes sobre escribir, sobre hacerlo por encargo a veces, sobre vivir de ello, sobre la vida que pasa mientras uno escribe, pero ninguno con la fuerza y capacidad de perturbación del primero, un niño que mira a su padre escribir y fracasar haciéndolo y decide, en algún momento, ser escritor.

Esa, la figura del padre, Shanoo Kureishi, escritor dedicado y nunca exitoso, es el centro de Mi oído en su corazón. Podríamos recurrir a tópicos como que tener hijos nos hace entender mejor a nuestros padres, o que hasta que no llegamos a determinados momentos de nuestra propia vida no comprendemos y valoramos realmente lo que de niños se nos escapaba, o incluso lo que de niños nos molestaba. Pero no nos limitemos a los tópicos. Hanif Kureishi es uno de esos autores de aquella exitosa generación británica que empezó a publicar en los años 80 (aquellos Ian McEwan, Julian Barnes, Graham Swift, Salman Rushdie, Martin Amis, Kazuo Ishiguro). Esa generación parece haberse desdibujado un poco, pero dominó en gran medida la narrativa occidental durante dos décadas. Uno de ellos (quizá inesperado) ya tiene el Premio Nobel. Kureishi empezó escribiendo teatro y cine, y tuvo éxito casi desde el principio. Lo contrario que su entregado padre. No lo dice en este libro, sino en Intimidad, pero creo que es aplicable a lo que proyecta sobre su padre y sobre él: El arte es fácil para aquellos que lo saben crear e imposible para los que no. Y supongo que es así y ya. Hanif Kureishi sabe dónde está, del lado de la facilidad, y sabe dónde estaba su padre, entre los incapacitados. Mi oído en su corazón es un libro sobre la lectura de un padre, en concreto sobre la lectura de uno de sus manuscritos, que el propio agente de Kureishi había conservado y le da para que lo lea. Tiene mucho de reconsideración de la relación entre ambos, nunca del todo estrecha, y para siempre modificada tras el éxito del hijo, y de la difícil convivencia de dos escritores en la misma casa. Sobre todo, me temo, cuando a uno de ellos siempre se le ha negado la gloria. El libro me recuerda Experiencia, de Martin Amis, pero es su negativo, allí Martin Amis se veía desde pequeño al lado de un escritor de éxito como Kingsley Amis, con (y contra) el que mediría desde entonces sus escritos. Aquí cada nuevo libro de Hanif Kureishi parece poner un clavo más en el ataúd literario de su padre. Y la lectura de los libros paternos le resulta agradable, pero les falta algo, eso que separa a quienes saben hacer arte de quienes no. Y su lectura sirve para reflexiones sobre su propia vida, la vida de quienes son hijos de emigrantes, desarraigo, barrios suburbiales, las vocaciones, las relaciones de pareja y en general, la vida.

Mirando a las relaciones de pareja y a la vida, al inicio y al fin de los ciclos de la vida, Kureishi escribe Intimidad, que es una novela que adquiere la forma de una memoria, las memorias de un hombre que ha decidido que su matrimonio se ha acabado. Dejará, a la mañana del siguiente día, a su mujer, a sus dos hijos, lo conocido del hogar, lo que ha sido su vida en la última década. Hablará con amigos que lo animarán a dar el paso, con amigos que le recomendarán que se quede, que no renuncie a lo que ya ha construido. Pero Jay, que así se llama el protagonismo, quiere revivir, recomenzar, poner un pie fuera del escalón y volver a sentir el vértigo. ¿Una crisis de la mediana edad? En toda regla, pero mucho más. Jay es un escritor de moderado éxito, con rutinas, lecturas, guerras íntimas con su mujer, una buena relación con sus hijos, la sombra de las relaciones con sus padres, amigos, amantes, viajes, proyectos. Pero quiere otra cosa. Algunos de sus pensamientos llevan a reflexiones bastante interesantes sobre la creación literaria, el arte y las rutinas.

Te pasa a veces que entras en la obra de un autor y te apetece bañarte en ella. Y eso me ha pasado con Kureishi. El último libro de los suyos que había en la biblioteca y que leí en estas semanas ha sido la colección de relatos Siempre es medianoche. Se trata de un conjunto de 10 cuentos, que se mueven nuevamente por las relaciones humanas, especialmente las de pareja. Hay mucha melancolía en estos cuentos, ex – amantes, ex – maridos que se encuentran con sus ex – mujeres para recoger y entregar a sus hijos, hombres que van a pasar unos días con su amante y acaban espiando las vacaciones de esta con su marido, padres divorciados en el festival de fin de curso de sus hijos. No son cuentos especialmente originales, ni son cuentos de primerísima, pero se les nota el oficio narrativo, están bien escritos y moldeados. Destacaría cuatro, que se salen un poco de la línea general: Chupando piedras, que se acerca a la experiencia creativa a través de la historia de una mujer que asiste a talleres literarios y cree que podrá llegar a ser una escritora alguna vez. Un día se encuentra con la que es su autora favorita. Por fin un encuentro es un relato en el que un marido y el amante de su mujer se reúnen en un bar para hablar de ella. Es un cuento sutil que muestra cómo los demás nos dibujan, y cómo los perfiles de cada uno son distintos según con quién y en qué circunstancias se relacione. Siempre es medianoche, el relato que da título a la colección, vuelve a hablar del pasado, las relaciones que se acaban y una cierta dosis de veneno. Ian, un hombre maduro, vive ahora en París (antes vivía en Londres) y tiene una mujer mucho más joven. Esperan un hijo. Su ex – mujer, enterada del embarazo, intenta suicidarse. Y el relato más alejado del global de la colección es sin duda el último, El pene, protagonizado por un actor porno al que un día su principal valor interpretativo, al que da el mote de verga larga, se le escapa, ya que su pene ha decidido que quiere dedicarse al cine convencional. Es un relato en el que se nota de modo claro la filiación con La nariz, de Nikolái Gógol, al que actualiza, en cierto modo.

Después de esta época de lectura más o menos continuada de Hanif Kureishi creo que lo definiría como un narrador ágil, que sabe moverse por la emotividad y la nostalgia sin perder nunca el sentido del humor y la ironía. Si alguien quisiera empezar a leerlo quizá le recomendaría hacerlo con Intimidad, aunque creo que las páginas más valiosas de las que yo he leído en estos libros están en las historias en las que mezcla realidad y ficción alrededor de la figura de su padre, tanto en Soñar y contar como en Mi oído en su corazón.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E


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